Nos tocó la lotería (original) (raw)
Ignacio Gracia Noriega
La relación entre el prestigio y el crédito internacionales de un país y la celebración del gran acontecimiento deportivo
Se comprende la decepción de los entusiastas olímpicos, de los comisionistas que se las prometían muy felices en 2020 y de los patrioteros del deporte, que creen que ser la sede de una Olimpiada es la máxima expresión del prestigio de su país. En España hacen falta otro tipo de patriotas, no los que solo se enardecen cuando se produce un triunfo deportivo. Por otra parte, hay que denunciar y destruir la bobería de que los países con más medallas olímpicas son los que tienen más premios Nobel. Eso pasa en los Estados Unidos, donde hay mucho dinero y buena parte de los atletas y de los premios Nobel son extranjeros, pero miren hacia Etiopía. En España están los mejores deportistas de élite del mundo y la selección española (llamarla la «Roja» por no decir «España» es una abominación) logra estruendosos triunfos internacionales, pero la Universidad está en el furgón de cola de Europa, y los que valen algo ante todo aspiran a marcharse, de modo que díganme de dónde van a salir los premios Nobel. En cuanto al país de Bárcenas y de los ERE, donde los políticos entienden que su función es la del saqueo por acción u omisión (tan ladrones son los que roban como los honrados que miran hacia otro lado cuando se cometen latrocinios), al que los catalanes y gibraltareños se le suben a las barbas y en el que es posible que un Z. sea jefe de Gobierno, no va a mejorar su decaída imagen pública porque sea sede olímpica y esté dispuesto a «echar la casa por la ventana» para mayor gloria de distinguidos oficiantes del músculo y del sudor y de sus numerosos séquitos. No, España, que a punto estuvo de ser rescatada el año pasado, no está para tales alardes. ¿Que las Olimpiadas dan una mejor imagen del país olímpico? ¡Falso, porque todo es tramoya! Durante las Olimpiadas de Méjico, no pudiéndose ocultar los barrios míseros, construyeron un muro pintado de azul para que los tapara; aparte la mucha sangre que corrió en la matanza de la plaza de las Tres Culturas. Obstinadamente se oculta la «historia negra» de las Olimpiadas, al presentarlas como la más hermosa muestra de fraternidad universal y de pacifismo galopante. Las Olimpiadas nacieron en Grecia para preparar a los jóvenes para la guerra en tiempos de paz; las mejores Olimpiadas de la época moderna fueron las de Berlín en 1936, y el mayor entusiasta olímpico que jamás hubo fue Hitler, que estaba decidido a que todas las Olimpiadas del futuro tuvieran por sede Berlín, donde proyectaba construir un estadio monstruoso.
El prestigio y el crédito internacionales de un país se demuestran en la bajada de la prima de riesgo, no en lo que sea capaz de dilapidar por ser sede olímpica. Aquí, con todos los recortes que se padecen en prestaciones elementales, es inaudito que se haya pensado seriamente en invertir 1.500 millones de euros sin tener la rentabilidad asegurada (las Olimpiadas jamás, fueron rentables). Si esa inversión fuera privada, allá quienes pensaban hacerla, pero aquí en los fastos se tira con pólvora del rey.
«No afectará al ánimo del país», afirmó Rajoy. Al ánimo del país lo afectan los seis millones de parados, la corrupción generalizada, el desprestigio de las instituciones. Por no ser sede olímpica, nos tocó la lotería.
La Nueva España · 9 septiembre 2013