El día que mataron a Kennedy (original) (raw)

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Ignacio Gracia Noriega

El magnicidio de Dallas hizo temer por el estallido de una nueva guerra

Atardecía el día que mataron a Kennedy y yo me disponía a entrar en el bar de Canane en el momento en que salía Tomasín, el gaitero de La Pereda, clamando con voz quejumbrosa: "¡Va a haber guerra! ¡Mataron a Kennedy!". Aquella noticia estaba conmoviendo al mundo: le habían volado la cabeza en Dallas, "ciudad fronteriza", al presidente más joven de los EE UU, al irlandés católico que estaba ensayando en su país un nuevo estilo de gobierno con un cierto espíritu progresista, aunque en otro sentido que el "New Deal" de Roosevelt. Hasta Kennedy, los gobernantes del mundo occidental eran señores de edad como Churchill, Eisenhower, Adenauer o De Gaulle, con largas experiencias y biografías y que no acostumbraban a sacar a sus mujeres a los actos públicos. Aquí también se rompió otro molde, pues Jacqueline se convirtió en su coprotagonista, y a partir de él se impuso otro tipo de gobernante, joven, desenvuelto, sonriente, populista y, últimamente, deportista. A Kennedy, una vieja lesión o herida de guerra le impedía hacerse propaganda en el terreno deportivo. En cambio, volvió a poner de moda las mecedoras, lo que es de agradecer, pues son comodísimas.

Seguramente el subconsciente de aquellos días identificaba la muerte violenta del mandatario con el estallido de una guerra. Así sucedió a raíz del asesinato de Francisco Fernando, heredero del Imperio austro-húngaro, en Sarajevo, que dio lugar a la gran guerra, cuyo centenario el año próximo se conmemora, y al final definitivo del romántico siglo XIX. Pero con la muerte de Kennedy no hubo guerra, sino estupor. Todavía hoy no se sabe quién le mató, todavía a estas alturas su muerte es un escabroso enigma. Con ocasión de los asesinatos de los reyes, Shakespeare señala alteraciones cósmicas. En el siglo XX lo que se producen son alteraciones políticas. En la España reciente tenemos buenos ejemplos de ello. La muerte de Carrero Blanco cerró toda posibilidad de continuidad franquista, los atentados de Atocha cambiaron el rumbo de nuestro país y, sin duda, de nuestra historia. Fueron atentados bien hechos, como el de Prim, que a los cien años de cometido no se sabe quién le mató, pero con él se desvaneció su proyecto político, que tal vez hubiera sido beneficioso para un país en decadencia. En la muerte de Prim se mantiene el misterio, pero están claros los objetivos. En la de Kennedy todo es misterio. ¿Asesinaron a Kennedy los elementos más retrógrados porque consideraban intolerables sus propuestas liberales (en los EE UU el término "liberal" tiene un sentido más avanzado que en Europa), sus intenciones reformistas, su política en favor de la integración racial? Al poco tiempo, su hermano Robert y Martin Luther King fueron también asesinados, confirmando tal vez una reacción retrógrada violenta. Se llegó a decir que a Robert Kennedy le mató la mafia, pero la mafia no se mete en alta política. Lo único cierto es que, cincuenta años después del asesinato de Kennedy, hay un presidente negro en la Casa Blanca. Si Kennedy fue asesinado por lo que suponemos, por una vez, y por fortuna, la violencia retrógrada resultó un fracaso.

La Nueva España · 23 noviembre 2013