Recordando a Feijoo (original) (raw)
Ignacio Gracia Noriega
Es el primero en España en escribir ensayo con un sentido moderno: discursivo, razonado y antidogmático
Se ha repetido tanto que el siglo XVIII, tan estimulante y benéfico en otros aspectos y en los países del entorno (la Ilustración alemana, el enciclopedismo francés, la música italiana, la prosa inglesa) que en el aspecto literario en España fue un yermo, que produce hasta rubor insistir en ello. Salvan el expediente, dejando al margen al quevediano Torres Villarroel, que como escritor pertenece al siglo anterior, Jovellanos, asturiano de Gijón, y Feijoo, gallego residente en Oviedo. Entre los dos llenan el siglo, correspondiendo a Feijoo su primera mitad y a Jovellanos la segunda. Con Feijoo, a quien Jean Sarrailh califica como "el gran antepasado al que siempre hay que volver", penetran en España de lleno las ideas ilustradas, la recomendación de someter al juicio de la razón aún las cosas más peregrinas, la lucha contra la superstición, no menos perniciosa entonces que ahora, y la denuncia del adocenamiento y la arbitrariedad intelectual, y aclimata de manera definitiva un género literario nuevo, el ensayo, que lo había puesto en circulación Montaigne a finales del siglo XVI. Seguramente los grandes prosistas españoles del siglo XVII, Quevedo. Saavedra Fajardo y, sobre todo, Gracián, habían escrito ya ensayos, un género diferente del tratado, de carácter didáctico y académico, y del aforismo, de carácter sapiencial y esquemático. Gracián tendía de manera natural al aforismo y en cambio Feijoo no es aforista en modo alguno. Es el primero en España en escribir ensayo con el sentido moderno que hoy tiene: un texto discursivo y razonado, que puede ser breve, escrito en prosa, y que reúne la argumentación y divagación sobre lo argumentado, rehuyendo, en todo caso, la afirmación dogmática. Para escribir ensayo es indispensable la buena prosa, clara y limpia, aunque Menéndez Pelayo, que desconfiaba de Feijoo, le reproche que "no es, ciertamente, escritor clásico, pero sí ameno y fácil". Una vez más atina la intuición del gran polígrafo, pues, según, su perspectiva, dando carta de naturaleza literaria a un género literario nuevo, no se puede ser "escritor clásico". También le reprocha que emplee "tantos vocablos galicanos"; reproche que a su vez Feijoo le hace a los poetas compatriotas y contemporáneos suyos que descuidan la lectura de los clásicos por la de los autores extranjeros en boga, afeando su estilo con la imitación de modismos foráneos. Pero entonces ya tomaba vigor el afrancesamiento. En lo de tenerle por escritor "ameno y fácil", Menéndez Pelayo, dando a entender que Feijoo es un escritor menor, sin ambiciones, hace su mayor elogio, pues el buen ensayo rechaza el exceso de adornos. Por otra parte, Feijoo no pretendía ser un escritor brillante, sino que se le entendiera.
Sorprende comprobar lo que Feijoo hizo sin moverse de Oviedo; más ahora, que para hacer algo hay que estar en los aledaños de donde se forjan los prestigios, siempre cercanos al poder político. Pero en el siglo XVIII, en una España eminentemente rural y en una ciudad tan apartada como Oviedo, las cosas resultaban, tal vez, más fáciles y un hombre solo con buena cabeza y las ideas claras podía influir más que cientos, como señala Marañón: "Porque Oviedo era por entonces, no digamos la Atenas de España, pero sí uno de los escasos islotes que emergían del mar de la ignorancia nacional. En él se había refugiado una semilla humilde de amor a la ciencia y de buen sentido experimental que más adelante había de florecer en el país entero. Este refugio provinciano de sabiduría era el núcleo que rodeaba al P. Feijoo en su convento de San Vicente". La celda de Feijoo, a la par que academia, hoy destruida por el celo de quienes todo lo arrasan en nombre de su sentido de la modernidad, era lugar de reunión, de debate y de experimentación, de algún monje erudito y de los pocos laicos ilustrados de la ciudad; en ella se empleó por primera vez el microscopio en España. Y sin salir de tan reducido espacio (yo subí muchas veces a ella a leer, en una época en la que los museos no se habían burocratizado como si fueran aeropuertos y el arqueológico de Oviedo se podía recorrer libremente), la fama del venerable padre maestro se extendió más allá de la ciudad y de la provincia y traspasó las fronteras: cuando el viajero inglés Joseph Towsend visita Oviedo en 1786, acude al convento de los benedictinos, "por relacionarlo con el P. Feijoo, cuya fama ha llegado hasta las naciones más lejanas" y a quien considera como "el primer escritor de la nación española" y medio siglo más tarde, George Borrow, que entró en Oviedo después de mil peripecias de extranjero y vendedor de biblias en un país sacudido por la Guerra Civil, encuentra consuelo contemplando el retrato del "famoso filósofo benedictino, cuyos escritos han contribuido a disipar las supersticiones y los errores populares, tanto tiempo acreditados en España".
No dedicó Feijoo toda su ingente obra, distribuida en el "Teatro crítico universal" y las Cartas eruditas", a "disipar las supersticiones", aunque este aspecto ocupa una parte muy importante, "porque la naturaleza de las cosas lleva que en el mundo ocupe mucho mayor país el error que la verdad". Y la superstición está tan enraizada, que casi puede temerse que forme parte de la naturaleza humana, siendo la época presente no menos crédula que la de Feijoo, pero sin Feijoo. No menos superstición es, tal como se lo toman algunos, pregonar la infalibilidad del internet que asistir a un aquelarre de brujas. Gustavo Bueno, genuino sucesor del padre maestro, emprendió con todos los medios a su alcance, la televisión incluida, la misma cruzada que el padre maestro llevó adelante con la pluma y la palabra. Porque, "los ignorantes, por ser muchos, no dejan de ser ignorantes".
¿Qué nos aporta hoy Feijoo, doscientos cincuenta años después de su muerte?
Una obra enciclopédica que no ha perdido vigor, aunque es natural que no conserve su actualidad, y que puede leerse como amena colección de sucesos curiosos. Pero también se encuentran desde las causas del atraso científico de España hasta señalar que la multitud de días festivos perjudica la economía. Leyéndole se aprecian carencias y rasgos españoles que no desterró su crítica y siempre procuró apuntar algún remedio para los males que advertía. Incluso en asuntos leves es simpático y razonable, como cuando censura que se prohíba la lectura de mera diversión a los novicios, o cuando llama a los ociosos gentes inútil "y aún perniciosa". Y para que nada le faltara a Feijoo, hasta fue algo poeta: un mal poeta, pero sus opiniones sobre la poesía son sensatas. Aunque no se estime el sentido común (solía tomarse a chacota a Balmes como "el filósofo del sentido común"), el buen sentido de Feijoo se basa en la razón. Y razón y buen sentido no abundan por estas latitudes.
La Nueva España · 28 septiembre 2014