Eduardo Torres Dulce: un hombre tranquilo (original) (raw)

Hemeroteca

Ignacio Gracia Noriega

El nombramiento del hasta ahora fiscal general representó una bocanada de aire fresco

La dimisión de Eduardo Torres Dulce como fiscal general del Estado presenta un aspecto ejemplar y otro sorprendente. El sorprendente es que en "este país" nunca dimite nadie y mucho menos por "discrepancias con el Gobierno" que le otorgó el alto cargo. El ejemplar, que Eduardo Torres Dulce debe ser, a juzgar por sus declaraciones tanto públicas como privadas, un defensor de la independencia del poder judicial del poder político, uno de los pocos españoles que todavía creen en el verdadero soporte y justificación de la democracia, la separación de poderes descrita por Montesquieu, cuyo enterramiento decretó Alfonso Guerra al comienzo de los "tiempos nuevos", y se quedó tan contento, como si acabara de expresar una nueva y magnífica teoría sobre el poder político. Y lo malo no es que se haya quedado tan contento él, sino que al resto de los españoles debió haberles parecido muy bien, porque en su día no se le hicieron críticas ni se escucharon protestas. Así empiezan los regímenes que no admiten la separación de poderes: con los ciudadanos callando y asintiendo (y con los partidos eligiendo a sus mandatarios por más del noventa por ciento de los votos: a eso se le llama "democracia interna", a la unanimidad).

Cuando llegó al poder Rajoy se esperaba más de él: por lo menos que respetara la separación de poderes, fundamento del liberalismo, pero es cierto que poco antes ya había advertido que en el PP no tenían cabida los liberales ni los conservadores. Así que ahí tenemos a un socialista, aunque los socialistas auténticos, de disponer de su mayoría absoluta, es seguro que gobernarían con más energía. El nombramiento de Torres Dulce como fiscal general del Estado representó una bocanada de aire fresco, después de una serie de bochornosos fiscales generales que no pasaron de ser los peones de brega del gobierno. Torres Dulce, conocido por sus intervenciones en el programa "¡Qué grande es el cine!", daba ante las cámaras la imagen de un hombre tranquilo y culto, que se expresaba con suavidad, excelente sintaxis y conocimiento de lo que decía. Por lo menos en materia cinematográfica era muy competente y en materia jurídica sin duda lo sería también. Acostumbrados a la zafiedad de los anteriores fiscales, éste era un hombre razonador y bien educado, ¿qué más podía pedirse para un país que, a pesar de la "democracia", todavía no se ha desasnado del todo? La dimisión de Torres Dulce es otro fracaso del sistema y de las buenas formas. Se conoce que un hombre civilizado no puede (y no debe) andar metido en berenjenales salpicados por la política. Sin abandonar la sonrisa, abandona el cargo y vuelve a su casa, esperemos que para escribir otro libro tan delicioso como "Armas, relojes y relojes suizos" (que es, como se sabe, algo que se dice en la película "Río Rojo" de Howard Hawks). Realmente, el cine americano salvó a muchos de nuestra generación: allí habrá aprendido Torres Dulce lo de la separación de poderes antes que en los libros.

La Nueva España · 26 diciembre 2014