Asturias y el reloj (original) (raw)
Ignacio Gracia Noriega
Nuestros gobernantes pretenden cambiar la hora para europeizar España, cuando lo que habría que hacer es españolizar nuestro país, que buena falta le hace
Leemos el reportaje Asturias se suma a los nuevos tiempos, por María José Iglesias, publicado en «La Nueva España» el pasado 4 de octubre. Al parecer, con el cambio de horario todo va a ser mejor, ya que vamos a ser «más europeos», como si hasta ahora los españoles fuéramos motilones, y habrá más tiempo para dedicarlo a la familia, a los amigos y a las ONG: también, no debe olvidarse, al deporte, aunque tan importante faceta de la ingeniería social no se mencione en el reportaje. Esto de la corrección política es la caraba, pero peligrosísimo. No sólo propone un cambio de horarios sino que ordena lo que hay que hacer durante el tiempo libre: dedicarlo a la familia, a las ONG y al deporte, al deporte, que es muy importante para la buena marcha del sistema, porque mientras el demócrata suda la gota gorda o está atado a internet, no piensa por su cuenta, que es de lo que se trata. Y una vez más, maravillas del «buenismo andante», todas las innovaciones que se prevén son «por nuestro bien»: prohíben fumar con tanta saña como Franco prohibía la propaganda comunista y el día menos pensado prohíben el alcohol o imponen hacer deporte o ver blanco lo que es negro y todo será para preservar nuestra salud física y mental, de la misma manera que los movimientos en favor de un cambio de horado tienen por objetivo sublime que «seamos más europeos». O sea, que hasta ahora somos poco europeos por una hora más o menos: lo que es sencillamente ridículo y es reconocer aquella enormidad que decían los viajeros franceses del siglo XIX de que «África empieza en los Pirineos». Así que adelantando el reloj, pasaremos en un periquete de África a Europa. Otra cuestión que solo la más tozuda «incorrección política» puede plantearse es si Europa es el paraíso ideal y soñado, que yo suponía que se encontraba más al Este: un paraíso helado que se ha derrumbado como un muro (el de Berlín). Me encorajina que hablen de «Europa» como si se tratara de un ideal absoluto cuando «Europa» no existiría sin España, al menos históricamente. Escuchando barbaridades como ésta, Unamuno se hubiera remontado. ¿Qué es eso de «europeizar a España»? ¿Y por qué no «españolizar a Europa»? Ortega y Gasset, más comedido, escribe en 1905 desde Alemania que «la europeización de España» es una burrada que solo se le ocurre a horteras metidos a sociólogos: lo que hay que hacer es «españolizar a España», y cien años más tarde, la españolización de España es más urgente que nunca si no queremos desaparecer del mapa, aunque esto a nadie le importe lo más mínimo, empezando por el Gobierno. Al Gobierno anterior, decididamente antiespañol, ha sucedido un gobierno pusilánime que no se atreve a ser español, no sea que no le consideren «progre». Tenemos la lengua de cultura más extendida del planeta y se desprecia, reivindicando supuestas lenguas inventadas y, en el polo opuesto, teniendo como ideal el inglés de aeropuerto, ese esperanto que se propone imponer con la supersticiosa esperanza de que quien lo chapurree tendrá el mundo en sus manos, sin reparar en que el mundo hay millones de ingleses y norteamericanos que hicieron también masters y también hablan en inglés. Hemos pasado en menos de veinte años del afrancesamiento endémico al anglosajonismo delirante y lo curioso del caso es que el afrancesamiento que padecimos durante tres siglos voló sin dejar rastros. Así son estas cosas de volátiles: ya verán cuando dentro de veinte o treinta años todo ese montaje de la electrónica sea más antiguo que la pirámide de Keops.
En fin, quieren «europeizarnos» una vez más sin estar «españolizados». Y la base para ello es tan fútil como los argumentos de los entusiastas del internet, a quienes les ofende que uno pase de esas fruslerías y dan como razón suprema para enchufarse al invento la posibilidad de enviar fotos de los nietos a New York en décimas de segundos. Pero imaginen que uno no tiene nietos ni conocidos en New York: se deshace el argumento. O, tratándose del cambio de horario, el argumento de disfrutar de la familia o trabajar para una ONG. Descartemos lo segundo. Lo de «disfrutar de la familia», argumento que suelen dar los políticos muy enquistados en el poder cuando no les queda otro remedio que hacer mutis, me parece un despropósito: es dosificar a la familia como si fuera un bombón o una bicicleta. Por otra parte, estamos asistiendo a casos tenebrosos relacionados con la familia. En Santiago, una niña ha sido asesinada según parece dentro del ámbito familiar. Se le concede mucha isnportancia a un relato escrito por la niña en su electrónica y en inglés, lo que causa pasmo: porque a los españoles tan entusiastas de la lengua inglesa les causa pasmo que alguien sea capaz de hablar y nada digamos escribir en una lengua que no sea la suya, de la misma manera que el portugués se maravillaba de que los niños franceses hablaran francés desde muy pequeños.
Otro caso tétrico del absurdo en que se puede convertir la familia es el de las familias que apoyan que sus hijos de seis, ocho y nueve años tengan la «identidad sexual» que les dé la gana. Al lado de esto, que los catalanes no quieran ser españoles es minucia, porque una cosa es falsificar la historia y otra imponerse a la naturaleza. El otro día oí por TV a una señora que afirmaba que la perra de sucesión la habían perdido los «catalanes progresistas». En primer lugar, en aquella guerra, en la que ventilaba la supremacía europea entre Inglaterra y Francia, los catalanes no pintaban nada, y, en segundo lugar, menudo progresismo es tomar partido en una disputa dinástica en favor de la decrépita Casa de Austria. Disputa dinástica en la que los socialistas, y los separatistas, republicanos todos ellos, se manifiestan imperiales. Vaya, vaya.
Vamos a ser más europeos adelantando una hora el reloj de la manera que los catalanes van a ser europeos por no ser españoles. ¿En qué quedamos? Al contrario que la Vírgen del Pilar, que no quiere ser francesa, los catalanes quieren ser franceses hablando inglés y sin reparar en que en Francia hay corridas de toros, que están prohibidas en Cataluña. Por lo menos en el aspecto taurino, y gracias al presidente Gaston Doumergue, los españoles «españolizamos» sino a toda Europa, al menos Francia, aunque les pese a los catalanes.
Las ventajas que nos traerá el nuevo horario «europeo» serán incontables, indecibles. De momento, se dormirá una hora más y la Junta General del Principado adelantará una hora los plenos para acercarse al horario europeo y promover un cambio social que facilite la conciliación familiar y mejore la productividad laboral. Lo primero no digo que no sea posible, basta con firmar el «ordeno y mando», conseguir lo segundo tal vez resulte más problemático. Se pretende, como gran objetivo, que los asturianos coman a la una y cenen a las siete: con lo que en verano, que oscurece a las diez y media, se tendrá la sensación de haber merendado. Y como la desgracia de la modernidad es que inconscientemente incurre en antigüedades olvidadas, se volverá a los viejos horarios agrarias, a consecuencia de lo cual no veo yo qué problema hay en que volvamos a regimos por el Sol, como los hombres de hace tres mil años.
Un aspecto que no se ha tratado es el efecto que puede tener el nuevo bolado sobre un sector tan machacado como el de la hostelería; tal vez no sea beneficiosa. Lo demás, es fácil. ¿No era España un país de trasnochadores y ahora todo el mundo se recoge con las gallinas?
La Nueva España · 12 octubre 2013