Después del expolio (original) (raw)

Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

El robo de las joyas de la Catedral suscitó un amplio movimiento ciudadano de indignación que desembocó en una manifestación en Oviedo

La Asociación de Amigos de la Catedral, presidida por Ramón Cavanilles, convocó una reunión de representantes de partidos políticos, sindicatos, asociaciones culturales, vecinales..., en el Palacio de la Diputación, para tratar el asunto del robo de las joyas de la Cámara Santa. Al llegar ante el edificio de la calle Fruela, los representantes que acudieron a la llamada encontraron la verja de la Diputación cerrada, y pese a la insistencia por entrar, los conserjes se negaron a abrirla, sin que les importara poco ni mucho que se encontraran presentes el diputado Palacio y el senador Corte Zapico. La televisión filmó a toda aquella gente delante de las rejas, como en antiguos tiempos de opresión, sólo que con una pequeña, aunque importante, diferencia: las rejas en los sistemas dictatoriales sirven para no dejar salir y aquellas rejas se cerraban para no dejar entrar. Después de mucha discusión y de algún grito, al cabo de media hora infructuosa, Ramón Cavanilles, autor de un hermoso libro sobre la catedral de Oviedo, propuso que la reunión se celebrara en la Catedral, y hacia allá se encaminaron los representantes del «pueblo soberano» en sus variadas facetas, política, sindical, cultural y vecinal. El episodio hubiera hecho las delicias de G. K. Chesterton. Marxistas-leninistas de línea dura y afrancesados anticlericales se veían obligados a reunirse en un templo cristiano, como antes habían hecho celebrando asambleas en el Seminario Diocesano. ¡A qué duras pruebas obligaba la lucha contra el franquismo y la posterior consolidación de un sistema diferente! Como Cavanilles era el presidente de la Asociación de Amigos de la Catedral, consiguió de los canónigos que les permitieran reunirse en la Sala Capitular, en la que el 25 de mayo de 1808 la Junta General del Principado le declaró la guerra a Napoleón. Recordando este episodio y una vez aposentados los representantes, Cavanilles exclamó que aquél era un momento histórico porque se recuperaba el carácter parlamentario de la Sala Capitular, en la que antaño se reunía la Junta General cada tres años. Acto seguido pasaron a identificarse los diferentes representantes: PTE (Alfredo Augusto), LCR, Bandera Roja (Isidro), ANA (Nebot), Falange Auténtica, PSP, UR (Antonio Masip), MC (Freire), CC OO, PC (Herrero Merediz y José Luis Marrón), PSOE (Palacio, Agustín Tomé y Covadonga Díaz Friera), UGT (Marcelo García), Conceyu Bable (José Luis Arias y Luis Javier Álvarez), yo por la Asociación de Vecinos de Pumarín, Ramón Cavanilles por los Amigos de la Catedral y el canónigo Novalín por el Arzobispado. Se eligió a Cavanilles presidente de la Asamblea y, a mí, secretario de actas. Y una vez que yo hube sacado la estilográfica, Antonio Masip se puso en pie para dar lectura a un proyecto, arduo, pero según él efectivo, para conseguir la localización y consiguiente recuperación de las joyas robadas, que requería la intervención de la Interpol y conexiones de otro tipo en Lisboa, Roma y París que pudieran negociar sin trabas con los ladrones del tesoro; se lo echó abajo el PC y, aunque hombre avezado a los reveses de la política y de exquisita educación, según recogía el académico Emilio Alarcos en el prólogo a uno de sus libros, el bueno de Masip llegó a perder la calma. De parecido calibre fue la propuesta de Ramón Cavanilles de ofrecerse a sí mismo como rehén a cambio de la devolución de las joyas, que fue desechada, aunque se reconoció la gallardía del gesto. Y después de escuchar otras retóricas, se fijó el orden del día, o más bien de la noche, que ya era, sobre cuatro puntos fundamentales: 1) propuestas y discusión de procedimientos para la recuperación de las joyas; 2) adopción de medidas para presionar sobre el Estado a causa del abandono del patrimonio artístico; 3) nombramiento de una comisión para que evaluara, con carácter provisional, el patrimonio artístico asturiano y 4) redacción de un comunicado. Aunque parezca mentira, de la tercera de estas propuestas surgió el primer catálogo de edificaciones singulares de la ciudad de Oviedo. Al igual que la Revolución Francesa, que al tiempo que luchaba en diversos frentes contra las testas coronadas del resto de Europa, la Plataforma para la Defensa del Patrimonio Cultural y Artístico de Asturias, que nacería como consecuencia del expolio, mantuvo una lucha política mientras le fue posible a la vez que elaboraba el primer catálogo arquitectónico de Oviedo con la colaboración entusiasta y desinteresada de algunos arquitectos: Joaquín Cores, Fernando Nanclares, Guillermo Zarracina, Alfonso y Esteban Iglesias y, de manera principal, Ramón Rañada.

Establecido, pues, el orden del día, Corte Zapico y Palacio aseguraron que llevarían el asunto al Parlamento nacional. Masip propuso una lista de personas para integrar la comisión de evaluación del patrimonio asturiano, entre las que se encontrarían Joaquín Manzanares y Emilio Marcos Vallaure, que se aceptó con reservas del PC, que puso la condición de que esa comisión fuera abierta. Lo que ya no aceptó el PC fue que los partidos políticos se tomaran la atribución de negociar con los ladrones. La postura del PC, que fue la que se impuso, era que todas las medidas que se decidieran se canalizaran a través de la Asociación de Amigos de la Catedral. A partir de ahí, los representantes comunistas empezaron a desarbolar a Masip de un modo implacable, aunque él, excelente fajador, aguantó el tipo. Los representantes de la izquierda pretendieron convocar una manifestación de protesta, que fue aceptada, con muchas matizaciones, por parte del PC, que impuso la ausencia de significados políticos, al menos en su convocatoria, la cual debería correr también a cargo de la Asociación de Amigos de la Catedral. Por lo tanto, quedó desactivada la intención evidente de convertir aquella manifestación en un acto regionalista y autonomista. ¡Quién ha visto aquel PC recién salido de la clandestinidad, con ideas claras y planteamientos políticos serios, y quién ve ahora la astracanada en que se han convertido aquellas siglas respetables, de hombres luchadores y austeros reconvertidos ahora en defensores acérrimos del separatismo, de la mariconería y del hedonismo a ultranza! Como dijo el clásico: «Sic transit gloria mundi».

Arias, hablando en nombre de Conceyu Bable (en la lengua del imperio, por cierto, «castellán», para que se le entendiera), propuso llevar ante los tribunales a las autoridades civiles y eclesiásticas (y digo yo que las militares se libraron no sólo porque no tenían nada que ver con el asunto, sino porque por entonces todavía la mención del Ejército producía pavor) por negligencia, lo que produjo algunas risas. Y se acordó, en fin, que la Asociación de Amigos de la Catedral convocara la manifestación y que los partidos se ocuparan de los aspectos, por así decirlo, «técnicos» (número y texto de las pancartas, servicios de orden, y algo muy importante: si ondearían las banderas de los distintos partidos o la bandera de Asturias en solitario). También se exigió la dimisión del presidente de la Diputación por haber cerrado sus puertas aquella tarde, y la del gobernador civil, quien no interrumpió sus vacaciones pese a «la magnitud del hecho»; mas aquí intervino Marcelo, por UGT, para indicar que no procedía. Se levantó la sesión a las once y media. Freire, del MC, una moza de la LCR cuyo nombre no recuerdo y yo nos fuimos a la Gran Tasca a cenar y a redactar el comunicado, que había de presentarse al día siguiente en una reunión convocada en ANA. Al día siguiente, Freire y yo volvimos a reunirnos para enviar el comunicado a la prensa y escribir una carta de protesta al diario «Región», porque presentaba la noticia de la Asamblea en la Sala Capitular de la Catedral como si se tratara de una algarada callejera. El comunicado fue firmado por los siguientes partidos, sindicatos y asociaciones culturales y vecinales: PC, MC, UR, PSOE, LCR, PET, FE (Auténtica), PSP, OCE, CC OO, UGT, CNA, CSUT, ANA, las asociaciones de vecinos de Pumarín y la Argañosa de Oviedo y La Calzada de Gijón, Conceyu Bable, Gesto, Texu, Asociación Cultural Gijonesa y Asociación de Amigos de la Catedral. Luis Javier Álvarez, de Conceyu Bable, exigió poner una nota al comunicado y a la carta a «Región» en la que se anunciara que había versión en bable de ambos textos. ¡Quién me iba a decir que yo era el coautor anónimo de un texto bilingüe! Para no discutir nimiedades, se aceptó poner la nota aclaratoria, pero no hubo necesidad de traducir los dos textos a la llingua. Yo los leí ambos en la sede de ANA, en la calle Uría, y los dos fueron muy matizados por CC OO: tan matizados que todas las matizaciones eran de carácter puramente léxico. Una vez resuelto este punto, se pasó a discutir los aspectos «técnicos» de la manifestación: quién la abriría (los parlamentarios asturianos), con qué banderas (la de Asturias únicamente), quiénes irían detrás, a qué partidos correspondería la responsabilidad del servicio de orden, si se haría algún comunicado y quién y cuándo lo leería, si al inicio de la manifestación o al llegar ante la Catedral. CC OO insistió mucho, y muchas veces, en que se avisara a UCD y a AP, a lo que Cavanilles y yo contestamos que habían sido avisados suficientemente. UCD escurría el bulto, pero lo de AP, lo mismo que sus actuales herederos del PP, es algo de carácter genético. Yo siempre defendí que los partidos políticos no intervengan en materia de cultura, pero todo tiene un límite.

La Nueva España · 27 agosto 2007