Mondelo y los viejos compañeros (original) (raw)

Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

El socialista, recientemente fallecido a los 79 años, era un tipo con las ideas claras y una excelente persona

El otro día, comiendo en mi casa con Antón Saavedra y el abogado José María Fernández, nos acordamos de los viejos buenos tiempos del PSOE, un partido al que pertenecimos cuando todavía no era «una alternativa de poder», como machaconamente repetiría algún tiempo más tarde un Felipe González que empezaba a ser conocido como «abogado sevillano», y de los viejos compañeros, de los que la mayoría ya han muerto o se han apartado, y bien se nota, porque lo que podía haber sido un partido digno no tardó en convertirse, cuando se abrió el banderín de enganche, en patio de Monipodio.

Temo que de aquella época sólo queden en pie el gran Jesús Zapico y pocos más. Y la muerte de los viejos compañeros fue una gran pérdida para el socialismo asturiano, y en cuanto que entonces el socialismo asturiano poseía un prestigio inmenso (contaba Cayo que una vez que fue a Gales se sorprendió muchísimo de ver en un local de la Trade Unions un mapa de Asturias y una fotografía enmarcada de Manuel Llaneza), para el socialismo en general. Pero en poco más de un cuarto de siglo, el socialismo asturiano pasó de tener un «gran capital político», como se decía entonces, a no pintar nada.

Aunque yo nunca fui socialista, en un sentido técnico, por así decirlo, me sentía cómodo en aquel partido que se estaba formando de manera anárquica y tal vez con demasiado apresuramiento; como decía Cilleros, un veterano que el 14 de abril de 1931 proclamó la República desde la torre de la Casa de Correos de Madrid, el nuevo PSOE debería serenarse y definirse antes de lanzarse a la tarea de gobernar; pero cualquiera les pedía paciencia a unos jóvenes y ambiciosos sevillanos que estaban decididos a pasar cuanto antes de la «solidaria» tortilla de patatas comida a la sombra de los pinares a los comedores del palacio de la Moncloa.

En aquellos tiempos indecisos que sucedieron a la muerte de Franco, la pelota estaba demasiado cerca de los aleros del tejado como para permanecer tranquilo e impasible en casa. Repito que nunca me sentí socialista, sino que siempre fui un individualista convencido de que la libertad es de categoría diferente y superior a la democracia, y que la intervención estatal atenta contra el individuo, y que el individuo está por encima del número; pero entré en el PSOE porque en 1975, en 1976, había que hacer algo, y lo mejor era ingresar en un partido que, cuando menos, conservaba ecos de un pasado democrático.

De manera que yo ingresé en el PSOE por decencia y me salí, cuando el partido se estaba convirtiendo en lo que ahora es, también por decencia. El PSOE que yo conocí no tiene nada que ver con el de ahora, el PSOE «mariachi» de la Marbella del Norte.

Por fortuna -cuando menos para mis recuerdos-, el socialismo que conocí fue el de otra gente: el de Manolo Mondelo, por ejemplo, que acaba de morir. Y bien me doy cuenta de que por mucho que el PSOE asturiano se muestre, o haya mostrado, agresivo conmigo, tal vez yo sea el único que pueda recordar aquella época prehistórica de los tiempos pasados y entusiastas de Oviedo y de la cuenca del Nalón.

En la comida a la que me referí al comienzo de este artículo, recordamos a Manolo Mondelo y ninguno de los tres sabía a punto fijo qué había sido de él. Dos o tres días más tarde, José María Fernández me llamó por teléfono para comunicarme que Mondelo se estaba muriendo: ¡también es mala casualidad!

Al día siguiente vi su esquela mortuoria en el periódico, bajo el puño y la rosa, aunque a él le cuadraba mejor el yunque, el libro abierto y la pluma de ave en el tintero. Contaba 79 años de edad.

En los tiempos prehistóricos de 1976, lo que se dice veteranos, en Oviedo, sólo había dos: Emilio Llaneza y Leonardo Velasco, y los de la Latores, que formaban grupo aparte que merece artículo aparte y con los que hacía de enlace Emilio Llaneza, que vivía en Cabornio.

Luego empezaron a aproximarse antiguos militantes de la JS anteriores a 1936, algunos de los cuales había combatido en el Batallón «Sangre de Octubre»; entre otros, Martín Solla, Albajara, Serrano (un perfecto caballero, gran micólogo), Alejandro García de Paredes, con su bigote recortado a lo Gilbert Roland, y en fin, Indalecio Prieto, alto, delgado, nervioso, canoso y muy listo, que llevaba aquel nombre porque su padre había sido prietista y aunque provocaba suspicacias durante la posguerra, también le proporcionó una gran satisfacción: un día que fue a sacar tabaco con su cartilla de racionamiento a un estanco de la Gran Vía de Madrid, la estanquera le dijo: «Por llamarse Indalecio Prieto, doble ración».

El ingreso de Avelino Cadavieco fue muy importante para la incipiente agrupación socialista ovetense. Con 19 años, había llegado a ser el capitán más joven del Ejército rojo; después de la guerra estuvo condenado a muerte, y cuando salió de la cárcel se hizo muy rico. Era el dueño o uno de los socios de Construcciones Reinerio, que en 1976 había comprado la esquina de la calle Argüelles con Mendizábal para construir un edificio que tenía unos cimientos impresionantes.

Una noche, al pasar por allí, Joaquín, el hermano de Chema, arrojó unos pasquines de la UGT, a la obra, pues el sindicato pretendía introducirse en la construcción, y una de las hojas volanderas llegó a poder de la patronal, esto es, a Cadavieco, el cual recibió una gran conmoción al comprobar que el socialismo por el que había luchado se reorganizaba, señal de que estaba en pie. Por lo que buscó contactos con el partido, solicitó el ingreso y, a partir de entonces, iba todas las mañanas al paseo de los Álamos en busca de viejos compañeros de las Juventudes de su época: de este modo consiguió captar quince o veinte nuevos afiliados sólo en la primera semana.

Otros regresaban del exilio, como Manolito Villa, que venía liberado pro los sindicatos belgas y estaba previsto que fuera el próximo secretario general de la UGT; pero en el congreso del hotel Vaquero de La Felguera se produjo una confusión entre este Villa y José Ángel Villa, saliendo elegido el último y quedando Manolito para ocupar la Alcaldía de Siero; Maury, hombre muy discreto y amable, que había llegado a ser funcionario de Correos en Francia y, entre otros, Avelino Pérez y Manolo Mondelo.

Cuentan que en cierta ocasión se planteó la compra de una multicopista y, para no despertar sospechas, Avelino Pérez y Manolo Mondelo fueron a comprarla a León, con Mondelo disfrazado de cura. Mientras el empleado les mostraba los diferentes tipos de multicopistas y les iba diciendo lo precios, Mondelo le comentó a su compañero:

–¡Hostias, Avelino! ¡Qué caras son!

Y dándose cuenta de repente de que había dicho una palabra que jamás pronunciaría un cura, salieron pitando.

En artículos anteriores me he referido a Mondelo en algunas ocasiones. Se pasaba la mayor parte del día en el «zulo» que había detrás de la librería del despacho del abogado laboralista de Juan Luis Vigil haciendo funcionar la multicopista que había comprado de su bolsillo el notario Rosales, impecable y sin despeinarse, con su camisa blanca, su corbata y su blusón azul sin una mancha. Allí lo mismo se tiraban panfletos que versiones de la «Internacional», mientras Vigil fregaba los suelos con los pantalones arremangados y don Agustín Tomé se sentaba en su mesa y utilizaba su pluma estilográfica diciendo que él era el abogado.

Mondelo vivía en un par de habitaciones encima del almacén de la propaganda del partido -naturalmente, clandestino- y cuando se sospechaba que podía haber peligro bajaba a reforzarle Cossío, un militante de Laviana ágil como un gamo y valiente como el que más, que había bajado varias veces al Pozo Funeres en busca de restos de los ugetistas que fueron arrojados allí en 1947.

Cuando todavía el PSOE de Oviedo andaba mangas por hombros y todavía no había ni asomo de organización, a Luzdivina García Arias, que fue la primera mujer que entró en la ejecutiva nacional de UGT, se le ocurrió organizar una manifestación de FETE, la sección ugetista del gremio de enseñanza, más que nada para que no se adelantara CC OO a no recuerdo qué reivindicaciones referidas a la enseñanza primaria. La manifestación salió bien de milagro, lo que no fue inconveniente para que Mondelo nos echara una bronca a Álvaro Cuesta y a mí, que era el secretario de organización: «Cuando se convoca una manifestación, es como si el partido invitara a los ciudadanos a su casa. ¿Qué os parecería que os invitaran a casa de un amigo, que fuerais allá y que el amigo no estuviera?». Y yo al menos entendí que tenía razón, y que aquella manera de ver las cosas no era la que se acostumbraba en aquel PSOE, basado en el voluntarismo y la improvisación. Manolo Mondelo era un tipo con las ideas claras, un buen socialista y una excelente persona. Con su muerte, se desvanece un poco más un socialismo que ya es reliquia del pasado.

La Nueva España · 8 octubre 2007