El partido España-Rusia (original) (raw)

Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

El abogado de Laviana contribuyó a reconstruir el Partido Socialista tras la larga noche de la derrota en la Guerra Civil

La «progresía» que yo conocí, y que es la que ahora nos gobierna, o bien sus vástagos, tipo Zapatero y sus «miembras» del Gobierno, siempre fue elitista y decididamente antipopular. Debo añadir: las cosas del pueblo llano le repugnaban a aquella gente, tanto las fiestas como el folclore (entre cuyas muestras, claro es, se contaban el bable y la sidra), y nada digamos el fútbol. A la sidra la tenían por bebida de veraneantes y de turistas, que realmente es lo que es, y preferían con mucho el vinazo que bebe el pueblo llano y con el que el tabernero afrentaba a su vecino: ahora bien, cuando empezaron a ganar dinero, preferían el Rioja y hasta entendían de marcas. Hubo una época en que los «progres» se ponían pesadísimos enumerando marcas de vino. Recuerdo una noche en el «Niza» en que Juan Luis Vigil y el notario Rosales hicieron alarde de conocimientos enológicos, y si les fallaba la memoria, recurrían a una tarjeta que solían dar en los buenos restaurantes como obsequio después de pagar la factura, que especificaba las mejores añadas. Pero, insisto, el vinazo les iba mucho, y lo consideraban uno de los atributos del «pueblo llano», que entonces todavía distaba de ser el «pueblo soberano», y así, Pepe Avello clamaba por «el vino elemental», en uno de sus poemas de aquella época, que tenía como estribillo «Obrero, te levantas»:

«Aquel cuya mirada es el vino caliente de los días».

A nadie se le ocurría decir «la sidra elemental», porque por aquel entonces a nadie se le había ocurrido que el nacionalismo de gallinero y campanario podía ser el aliado de la revolución proletaria y universal. En fin, temo que Pepe Avello, uno de mis mejores amigos y muy buena persona, no me perdone que saque esos versos del baúl del olvido, pero qué se le va a hacer: así éramos por aquel tiempo, y como me dijo Paco Sosa Wagner el otro día, hay que ver lo gilipollas que fuimos, las tonterías que dijimos y las burradas que defendíamos. Y cuando menos, Paco y yo no escribimos versos.

A causa de su elitismo, la «progresía» odiaba el fútbol. Lo odiaba más que a los sindicatos verticales (que a fin de cuentas le traían al fresco), que a la Policía político-social (ante la que procuraban pasar de la manera más inadvertida que les fuera posible) y que al ministro Solís Ruiz, que era «la sonrisa del régimen», según la propaganda oficial, y según atinada comparación de Manuel Jesús González, el Zapatero de aquella época. Pero el fútbol era otra cosa. Era «el opio del pueblo» del franquismo. «Pan y fútbol», se clamaba con voz enfática y expresión despectiva; aunque por lo menos había pan. No conozco a un solo «progre» de aquel tiempo a quien le gustara el fútbol, y si le gustaba, lo ocultaba en lo más recóndito, no fuera a ser que los «camaradas» se enteraran, de manera que, ¿a qué juega Areces haciendo aspavientos cuando el Sporting marca un gol? Y quien dice Areces, dice Antonio Masip y tantos otros que por motivos de la actual coyuntura política se manifiestan o manifestaron entusiastas de los deportes. Me solía decir Manolo García, a quien Emilio Alarcos llamaba el «Olímpico» y que había sido profesor de gimnasia en el Colegio de los Dominicos de Oviedo:

–Cosa más extraordinaria no pensé que pudiera ocurrir. De los tres peores deportistas que conocí en mi vida, dos de ellos, Manolo de la Cera y Antonio Masip, llegaron a ser consejeros de Deportes.

–¿Y quién es el tercero de este trío de pésimos deportistas? -le pregunté, sabiendo qué iba a contestar.

–Tú -respondió-, pero por lo menos nunca dirigiste el deporte asturiano.

De lo que estoy muy satisfecho: de no haber ocupado jamás un cargo político, excepto el de secretario de organización en el primer comité local del PSOE de Oviedo, y eso porque no había otro para ese cargo de los catorce que éramos. Recuerdo aquella reunión en el piso de Otero, donde se propuso a Avelino Cadavieco como secretario de la UGT local; lo que obligó a exclamar a Luzdivina G. Arias: «¡Cómo Avelino secretario de la UGT si es un empresario!».

Ni siquiera Juan Cueto, que con el tiempo sería directivo del Sporting, alardeaba de ser aficionado al fútbol, sino que hablaba de «Tel Quel», de «Temps Modernes» y de «Positif», y ahora que lo pienso, durante el tiempo que coincidimos en el colegio no recuerdo haberle visto acercarse a un balón. Aunque el que lo tenía más crudo era Vidal Peña, que no sólo era aficionado al fútbol (el «opio del pueblo»), sino a la ópera (el espectáculo de «la clase dominante»). Gracias a ello, Vidal fue «progre» sólo por contacto. Entonces, la «gente avanzada» echaba pestes contra el fútbol y más raramente contra la ópera, no porque fuera menos perverso «instrumento de clase», sino porque como la había en Oviedo una vez al año, su atosigamiento era más llevadero. ¡Pero fútbol lo había todos los domingos! Y ahora ya ven cómo ha cambiado la sociedad española: Areces es «forofo» del Sporting, y la Princesa de Asturias, versión Amelia Valcárcel, va a la ópera disfrazada de pastora. Vivir para ver, que diría el ciego sabio.

Luego, eso sí, se puso muy de moda hablar de fútbol, yo creo que por contagio catalán, y más que nada por molestar a los «progres» que todavía estaban estancados al otro lado del muro de Berlín. ¿Imaginan ustedes a Laso o al agente Iglesias preocupándose de goles, de fueras de juego y de alineaciones? Pero los «progres» que se ocupaban del fútbol, del tipo de Silverio Cañada y algún otro, lo hacían con entusiasmo de conversos, esto es, se les notaba enseguida que estaban exagerando. Haciendo recuento de aquella época, la única persona de izquierdas a la que conocí que hiciera deporte era Herrero Merediz, y con seguridad tampoco le gustaba el fútbol. Pero ya digo que hubo un momento muy puntual en la evolución del «progre», por los años ochenta tal vez, en que la coquetería del «progre» alcanzó el momento sublime de despreciar a los otros «progres» llamándoles «progres». Recuerdo una comida en «Lito» en la que todos los comensales eran «progres», y Juan Cueto les decía: «Progres, más que progres», y ellos callaban. El lector avisado seguramente se preguntará qué hacíamos Juan Cueto y yo en aquella mesa: excelente pregunta que ahora me hago yo también.

A pesar de esta «fiebre», o más exactamente «sarampión» futbolero de madurez, el «progre» siempre tuvo serios reparos hacia el fútbol y hacia el deporte en general. Ya digo que lo suyo era decir que leía revistas francesas y sufrir en los cine-clubs: y motivo de sufrimiento había de sobra con aquellas plúmbeas películas del Este, todas en blanco y negro, todas con actores altisonantes, todas lentísimas y todas sobre la II Guerra Mundial, en las que se esperaban las consignas para tomar el Palacio de Invierno e instaurar el Reino del Hombre sobre la Tierra. También se utilizaba una terminología marxista de grado elemental que producía mucho efecto. Pero entre la terminología y el cine-club, las cosas del «pueblo llano» al que se pretendía redimir, era ignoradas o despreciadas olímpicamente. Los obreretes no iban a los cine-clubs, y aunque se hablaba machaconamente de hacer un «arte para el pueblo», los «progres» yo creo que se alegraban de esa indiferencia hacia el «mensaje», no fuera a ser que los cines demasiado llenos olieran mal: en cambio, el «progre» se indignaba porque los obreros iban al fútbol y en las tascas, después de salir del tajo, hablaran de fútbol y no de las películas de Michelangelo Antonioni.

Modelo insigne de este elitismo fue un prochino ínclito que en sus tiempos de estudiante de Filosofía en la Universidad de Madrid compartía piso con dos ingenieros de Montes que eran tipos más bien normales según los esquemas de la época. Al prochino le ofendía que los ingenieros salieran a beber vino por las tardes y sobre todo que escucharan canciones del «Duo Dinámico» y gente así; entonces el prochino los increpaba:

–¡Chusma ignorante! ¿Cómo escucháis esa musiquilla zafia y reaccionaria y no a Beethoven que, como ciudadano, defendía el progreso humano y como músico aunaba lo cosmológico y lo fenomenológico?

No obstante, al portero del inmueble, que a veces salía con los ingenieros a beber vinos, el filósofo le despreciaba muchísimo y le trataba muy mal, no se sabe si porque le faltaba un diente o porque no era chino.

El primer encuentro futbolero, entre la selección española y la rusa, en las postrimerías del franquismo, fue esperado con expectación. Para la oposición al régimen era una confrontación de carácter político y se le quería conceder una importancia parecida a las partidas de ping-pong entre norteamericanos y chinos por aquella época. No hace falta decir de qué selección eran partidarios los «progres». Sobre todo se esperaba con ansiedad el momento en que las dos selecciones escucharan sus respectivos himnos nacionales, pues el partido iba a ser televisado, y ahí era nada escuchar «La Internacional» a través de la televisión y la radio del régimen. Mi primo Santiago González Noriega y yo fuimos a ver el partido a un bar con media hora de antelación para no perder detalle y sufrimos una fuerte decepción cuando escuchamos una música suave y sin ninguna nota revolucionaria: tanto es así que nos marchamos indignados, y ni preguntamos luego cómo quedó el partido. Evidentemente, el gol de Marcelino era un claro gol franquista, pero los rusos se lo habían merecido por tener un himno convencional en lugar de «La Internacional».

Una vez más enfrentadas las selecciones española y rusa, al cabo de treinta y tantos años, las cosas han cambiado muchísimo. Los que en otro tiempo hubieran deseado el triunfo de Rusia, ahora apuestan por la selección española, y no sé qué me sorprende más: que Zapatero vaticine el triunfo de España o que muestre interés por el fútbol.

La Nueva España · 30 junio 2008