El último 18 de julio (original) (raw)

Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Tras una primavera de atentados y saturación de mítines, el aniversario de la sublevación de Franco en África pasó desapercibido aquel verano de 1978

La gran celebración del franquismo, conmemoración del levantamiento del Ejército de África (que en realidad se produjo la víspera, el día 17, lo que pasa es que el Gobierno republicano no se enteró o no reaccionó hasta el día siguiente), se había devaluado en los últimos años hasta convertirse tan sólo en una paga extraordinaria, y a esto no había quien renunciara, por muy demócrata que fuera. El Gobierno, decidido a que la supresión del 18 de julio no fuera «traumática» (como se decía entonces), decidió trasladar la paga extraordinaria al día de San Juan, tal vez con la intención de que aquellos que creían que la tal paga extraordinaria la daba Franco se empezaran a acostumbrar a que ahora la daba el Rey. El país siempre fue así, y mientras continúe creyendo en las dádivas del Estado provisor no habrá quién lo cambie, ni habrá en España o lo que quede de ella una verdadera mentalidad liberal. Y, eso sí, a la gente, que no le toquen el bolsillo ni el «ocio»: incluso los laicos más contumaces celebran las fiestas religiosas, porque de lo que se trata es de no trabajar.

La legalización del PC, durante la Semana Santa de 1977, precedida de la disolución del Movimiento Nacional unos días antes, suponía, evidentemente, el acta de defunción de lo que algunos nostálgicos agrupados en lo que se denominaba el «búnker», llamaban, de manera ampulosa, «el espíritu del 18 de julio».

Y era natural, el «último 18 de julio» fue despedido con ciertas tracas.

La disolución del franquismo se aceleraba, pero no sin violencias. El 11 de marzo el Gobierno anunció una amnistía más amplia, y el día 13, que era domingo, tirotearon a un coche con guardias civiles, matando a uno de ellos. Podía tratarse de una represalia por los sucesos recientes del País Vasco, pero no dejaba de ser significativo que siempre que el Gobierno anunciaba alguna medida de carácter progresista o conciliador los terroristas respondieron con un atentado. Adolfo Suárez se dio en seguida cuenta de ello. A la izquierda, incluida la moderada, estas cosas le preocupaban menos: todavía se creía en esos ámbitos que el terrorismo era una manera de ahondar en la democracia «por otros medios».

El atentado del 13 de marzo no fue inconveniente para que la mañana de aquel domingo, el Viejo Profesor diera un mitin en el Palacio de los Deportes de Oviedo. España se había acostumbrado a vivir con el terrorismo, y siempre que los muertos pertenecieran a la «clase de tropa», no parecía haber mayor problema. Lo que daba verdadero miedo era que los terroristas atentaran contra militares de alta graduación, pero todavía no se había llegado a alcanzar esa cota.

El mitin ovetense del día 13 de marzo fue, cuando menos, pintoresco, como casi todas las intervenciones del Viejo Profesor. El Palacio de los Deportes no estaba enteramente lleno, pero había mucha gente. Yo fui con Manolo Mondelo a fisgar un poco, y como Mondelo estaba acostumbrado a cubicar concentraciones en Toulouse, calculó unas 5.000 personas. El ambiente, tanto en el exterior como dentro, no era el de un mitin socialista. Un disco medio rayado repetía la «Internacional», y de vez en cuando, para descansar los oídos, ponían «En el pozo María Luisa», cantada por Víctor Manuel, para que se notara que estábamos en Asturias. Riéndose, como acostumbraba, Mondelo me dijo al oído: «Qué cara tienen, si esa canción es del Sindicato Minero». En este punto no entro: Víctor Manuel sabrá, que es de la directiva de esa avidez recaudatoria que se llama Sociedad de Autores. Sin embargo, por mucha «Internacional» y mucho pozo María Luisa que sonaran, aquel mitin del socialismo popular distaba mucho de los del socialismo internacional, llenos de camisas rojas y banderas ondeando. Aquí la mayoría de los asistentes estaban como de paso. Había algunas banderas azules, para significar el compromiso del PSP con el regionalismo, y muy pocas rojas. Abrió el acto Prendes Quirós, que se extendió más de media hora a base de tópicos y demagogias, lo que tiene grande mérito, porque en oradores de menos calado los tópicos no dan para tanto tiempo. Luego Liñero leyó un papel apresuradamente, de manera que desde atrás no se entendió qué leía y, seguidamente, por no apartarse de la norma de oro de los mítines progresistas, Paz Felgueroso habló de la mujer, y un joven, de la juventud. Todavía no había caído el muro de Berlín, ni se esperaba siquiera que llegara a caer algún día, pero incluso un teórico marxista como el Viejo Profesor se había percatado de que la «lucha de clases» era inviable en la sociedad del consumo, ya que el capitalismo había ganado en toda la regla por el excelente procedimiento de dar a cambio de dinero lo mismo que el socialismo venía ofreciendo hacía más de cien años cuando hiciera la revolución. En consecuencia, la «lucha de clases» empezaba ya entonces a ser sustituida por la «guerra de sexos» y la «guerra de razas». Porque la clase social es un concepto poco sólido, ya que cualquier proletario puede dejar de serlo si es emprendedor o le toca la lotería. En cambio, ser mujer o negro es irremediable, y esa condición es para toda la vida. Por tanto, ya empezaban a insinuarse la igualdad de sexos y la de razas, habida cuenta de que el capitalismo había igualado las clases, y en lo que a las razas se refiere, lo «políticamente correcto», que entonces todavía no existía como la furiosa y tenebrosa Inquisición, con brazo secular incluido, de la modernidad, era afirmar que los negros son iguales que los esquimales, y a los blancos occidentales, varones, heterosexuales y de más de cuarenta años, tenía que darles vergüenza tener esa condición tan «reaccionaria». En materia de racismo, hay una excepción, no obstante: es «políticamente incorrecto» afirmar que un vasco o un catalán son iguales que un andaluz o un extremeño. No se me alcanza el motivo, pero el separatismo racista de vascos y catalanes tienen bula bendecida por la «corrección política» más exigente. Aunque en 1977 todavía este problema no se había presentado, ya se insinuaban la mujer y la juventud como posibles sustitutivos revolucionarios.

Todos los oradores, hablaran de la mujer o del tiempo que hacía afuera, ensalzaron la figura del Viejo Profesor y su dignidad hasta las nubes. Su rostro afilado de viejo zorro aparecía sonriente en las cajas de cerillas que se vendían a la entrada, lo que, según Rañada, podía dar lugar a que algún malintencionado supusiera que en el PSP había personalismo. En fin, después de los teloneros tomó la palabra el Viejo Profesor, que aburrió a las piedras. Incluso él se daba cuenta de lo pesado que se estaba poniendo, porque al cabo de una hora de emitir insustancialidades pidió permiso al respetable para seguir hablando, porque, confesó humildemente, nunca en su vida se había dirigido a parroquia tan numerosa. Lo más significativo fue que se proclamó varias veces socialista y de izquierdas: afirmaciones que serían inconcebibles en un mitin del PSOE, ya que tales identificaciones se dan por supuestas. Entre el público había pocos proletarios. Se cuenta que en aquel formidable cartel en que aparece don Enrique abacial y sabio, con la cabeza un poco inclinada hacia el hombre izquierdo, rodeado por dos proletarios con mono, estos dos trabajadores lo eran de la imprenta que tiraba los carteles, porque entre los militantes del PSP no había gente de mono.

Más o menos, éste era el ambiente de la primavera de 1977. Por un lado, atentados, y por otro, mítines. Ante los atentados no parecía quedar otra salida que la resignación, y los mítines empezaban a cansar. Y como a la primavera sucede inflexiblemente el verano, llegó el 18 de julio de 1977, y se conoce que los que festejaban tal fecha no estaban dispuestos a dejarla pasar sin pena ni gloria. La puntilla del 18 de julio fue el traslado de la paga extraordinaria al día de San Juan. Entre la conmemoración del comienzo de una guerra y la festividad de un santo de mucho prestigio, aquel Gobierno de UCD decidido a quedar bien con todo el mundo, y que, por ese motivo, no contentaba a nadie, consideraba más acorde con los nuevos tiempos la festividad del santo, entre otras cosas, porque la sociedad todavía no se había lanzado al laicismo.

Como celebración póstuma del 18 de julio se colocaron varios artefactos explosivos en Oviedo y Gijón; también, cómo no, en Madrid, que es más grande. Las bombas de Oviedo tenían un carácter más testimonial que ofensivo, y se atribuyeron al GRAPO. Las habían colocado en el Campo San Francisco, en la verja del Palacio de la Diputación y en Ventanielles, y fueron eficazmente desactivadas por los artificieros de la Policía Armada. De manera que aquella fiesta póstuma no tuvo su ración de fuegos artificiales. De lo que dijeron Blas Piñar. Girón de Velasco y demás miembros del «búnker», apenas se hizo eco la prensa, lo que es la mejor forma, y la más efectiva, de quitar de la circulación cualquier cosa molesta. Por su parte, Girón Garrote y otros disidentes del PSP estaban dando el día 19 de julio los pasos oportunos para integrarse en el PSOE. Se los veía en el Niza más de lo que solían. Y el Viejo Profesor insinuaba que no tendría inconveniente en entrar en el redil del PSOE si se le daba el cargo de presidente.

El 18 de julio de 1978 nadie se acordó de que era el 18 de julio.

La Nueva España · 30 noviembre 2009