La manifestación de la enseñanza (original) (raw)

Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

La protesta por el problema de la escolarización tuvo lugar el 11 de septiembre de 1976, partió de Río San Pedro y desembocó en Uría, y se calculó que asistieron 2.000 personas

Nada más constituirse el primer comité local de Oviedo, a Luzdivina García Arias se le ocurrió que había que organizar una manifestación en protesta por algunos aspectos descuidados de la Enseñanza Primaria y había que salir a la calle cuanto antes, no fuera a ser que se adelantaran los de CC OO. Aquella reivindicación era más bien de UGT que del partido, aunque la rama de enseñanza ugetista, la FETE, estaba bastante despoblada por aquella época, y en el partido nos apuntábamos a todas. Así que yo dije que muy bien, porque don Álvaro Cuesta, después de haber salido elegido secretario político o primer secretario, que era de lo que se trataba, navegaba por las alturas y descuidaba la bases: lo que empezaba a convertirse en práctica común de aquellos que dentro del partido aspiraban a «llegar a algo».

A lo largo del mes de septiembre de 1976 mantuvimos mucha actividad. Ya he referido en otro lugar que a finales de agosto Tino Zapico y yo pusimos en marcha la sección de Latores, y el 17 de septiembre la de Cerdeño, que había organizado Longinos, un hombre fuerte de poblado bigote negro y enfermero de profesión, que en las concentraciones del puerto de Tarna solía llevar a Emilio Barbón a hombros. La reunión inaugural -a la que también asistió otro miembro del comité local llamado Faustino, a quien llamaban «Cannon» por su parecido con el actor William Conrad, que protagonizaba una serie televisiva de mucha audiencia (de aquélla en televisión se ponían series buenas, y no mariconadas, como ahora)- tuvo lugar en una casa conocida como La Quintina, cedida por un simpatizante para aquella ocasión. Los ocho militantes de Cerdeño la barrieron, la fregaron, encalaron las paredes y aportaron mobiliario: tres sillas y una mesa. Un socialista veterano, de la época anterior a la Guerra Civil, protestaba diciendo que cómo se iba a invitar a dos miembros del comité local a un chamizo como aquel: sin duda había conocido mejores tiempos. Constituida la sección (que supongo que seguirá constando en el acta, si don Álvaro no dispuso otra cosa), tomamos unos chorizos asados con una botella de vino.

También tuvimos una reunión Avelino Cadavieco, José María Fernández y yo en la cafetería San Carlos, en la calle Fray Ceferino, cerca ya de Uría, con Luis de la Varga, representante en Asturias del socialismo histórico. Le acompañaba un individuo de bigote de unos treinta años que no abrió la boca, y De la Varga advirtió que no fuéramos a creer, por verlos a ellos dos, que eran los únicos militantes: lo que sucedía es que los demás tenían otras ocupaciones en aquel momento.

El PSOE histórico fue un intento bastante desaforado de reivindicar las siglas por parte de una facción mexicana de tendencia prietista encabezada por Salazar y Salcedo, los cuales cometieron nada más desembarcar el error de apuntarse en el registro de las asociaciones políticas, como si fueran el Partido Proverista o cosa parecida.

Con este punto de partida tenían mal porvenir. Nada digamos en Asturias, donde Luis de la Varga era presentado desde las páginas de «Región» como el único socialista verdadero por Ricardo Vázquez Prada, que no era precisamente socialista. Contra el PSOE histórico se decía de todo en el PSOE felipista, y en una asamblea en la que se insultó a Salazar y Salcedo llamándolos fascistas y lindezas por el estilo, tuvo que saltar en su defensa Vigil, poniendo las cosas en su sitio. Salazar y Salcedo eran socialdemócratas de la línea prietista que seguramente venían a España a pescar en río revuelto, pero también se le debe a Salcedo la edición de las obras de Prieto en Planeta. La refutación más sensata de la separación entre históricos y renovados fue la del veterano Emilio Llaneza, que aseguró que para histórico, él, porque llevaba cincuenta años en el partido. En cuanto a la reunión con De la Varga, éste tomó la palabra y dijo: «Vamos a dejarnos de tonterías y a repartir cargos. Cadavieco, como luchó en la guerra, presidente; yo, secretario general; Noriega, secretario de prensa y propaganda, pues es hombre de letras, y José María Fernández, como trabajó en un banco, tesorero». Objetó Cadavieco que no podíamos aceptar cargos que no hubieran sido confirmados por una asamblea, lo que no pareció demasiado bien a De la Varga, que se despidió y se fue. Al menos yo no volví a saber de él.

Por aquellos días hizo su acercamiento al partido Rafael Sariego. La noche del 4 de septiembre fuimos a cenar al restaurante Cervantes, y dio la sensación de que todo se había confabulado para disuadirle: por la calle encontramos a un veterano que se puso a hablar mal de Vigil (que había sido compañero de Sariego en el colegio), y después a otro muy borracho, protestando porque el partido se había portado muy mal con él. Finalmente, pudimos cenar, y después tomamos una copa en la terraza del Café de Alfonso, y allí se nos unió Joaquín, el hermano de José María Fernández. Tal parecía que Oviedo estaba llenó de socialistas aquella noche. Sariego, hombre discreto, estaba un poco desconcertado: acabó ingresando en UGT. Pocos días después ingresaron por la vía de Cadavieco, que iba todas las mañanas al paseo de los Álamos a ver a quién reclutaba entre los viejos conocidos de antaño, Isaac Ortega, propietario de minas en Tineo, y Cárcaba, cuyo hijo, a quien yo conocía, se inclinaba hacia la democracia cristiana y opinaba que su padre, por edad, debía ser apolítico.

El 5 de septiembre, domingo, el comité provincial nos encomendó de manera formal la organización de una manifestación el sábado día 11, para plantear el problema de la escolarización, entre otras protestas. ¡Ahí queda eso! Todavía estábamos nosotros sin organizar y había que organizar una manifestación. Al comité local de Oviedo correspondía formar el servicio de orden y elaborar las pancartas, de las que se encargó Covadonga Díaz Friera, sobre telas rojas pero sin siglas. Tan sólo aparecerían las siglas del PSOE en las octavillas anunciadoras de la manifestación, que deberían distribuir y embuzonar los cuatro o cinco miembros de las Juventudes Socialistas (JJ SS).

Con este motivo se celebró el lunes la primera reunión del comité, con asistencia de todos sus miembros: algo que no volvería a repetirse. En el orden del día figuraba la distribución de Oviedo por zonas, pero hubo que dejarlo para otro día ante lo prioritario, la manifestación. Al final se plantearon dos cuestiones: la nota que se enviaría a la prensa, dando cuenta de la constitución del comité, oponiéndose Cándido Riesgo a que en ella figuraran los nombres de los miembros, y liberar a Manolo Mondelo, lo que contaba con un inconveniente importante: no había un duro para pagarle.

Los días siguientes fueron frenéticos, como es de suponer. Se trataba de la primera manifestación autorizada celebrada en Oviedo. Ángeles y yo visitamos las asociaciones de vecinos (AA VV), dada mi condición de vicepresidente de la de Pumarín, pero fuimos rechazados por una fundamentalista llamada Arusi, del Cristo, que alegó que aquella manifestación no era unitaria y estaba politizada. En fin, tampoco se le podía decir que no. En dos coches, Mier, Ángeles y yo en uno, y en otro Vigil, Ana, Álvaro y Faustino, llenamos Oviedo de carteles, desde Ventanielles a la Universidad, hasta las cinco de la madrugada, y la víspera hubo una reunión conjunta del comité provincial y del local para ultimar detalles hasta la una y media pasadas. No arreglaríamos gran cosa, pero trasnochábamos de lo lindo. Como anota malhumoradamente Azaña en sus diarios, durante las Constituyentes, «España no es una república de trabajadores, sino de trasnochadores».

La mañana del día 11 los chicos de las Juventudes ni aparecieron, un tipo de Avilés liberado del comité provincial y muy nervioso de natural se comportó como un cabo cuartelero, dándoselas de jefe con grosería y a voces. A pesar de todos los problemas de planteamiento y de última hora, la manifestación salió a la calle a las doce: partiendo de la calle Río San Pedro, desembocó en la calle Uría, y se calculó que asistieron unas dos mil personas, aunque ya se sabe cuánto se exagera a la hora de calcular cifras. Resultó mucho mejor de lo que podía preverse, pero al regresar a la asesoría el mencionado Tino Zapico estaba hecho una fiera y Mondelo decía que cuando se convoca una manifestación es como si el partido invitara a la gente a su casa, y como, según su opinión, la casa no estaba en condiciones de recibir a nadie, el comité local debería dimitir. «¡Magnífico!», me dije, y envié mi dimisión por escrito al comité provincial, que no fue aceptada. Ante esto, saltó Pepín el de Latores: «Como no somos fascistas ni comunistas, tanta afición al mando está de más aquí». Se refería, claro es, a los histerismos autoritarios de Tino Zapico.

No sé si la manifestación ayudaría mucho a la escolarización, pero provocó un enfrentamiento entre el comité provincial y el local, que reunido en sesión extraordinaria el 13 de septiembre decidió hacer una crítica por escrito al comité provincial, acusándolo de irresponsabilidad y de haber descargado sobre la agrupación de Oviedo todo el peso de la manifestación y, asimismo, se presentaron mociones de censura contra Tino Zapico y contra los cuatro miembros de las JJ SS por no haber dado señales de vida. A uno de éstos, de poca estatura, muy blanco de tez, pelo rizado y bizco, llamado el Poeta, no sé por qué, porque sólo escribió un verso en su vida que ni es bueno, y es plagio, lo tachó don Álvaro Cuesta del acta, porque el tal Poeta, que era un cantamañanas, lo mismo servía para hacerle los recados a Vigil (que cuando se enfadaba con todo el PSOE, cosa que sucedía a menudo, lo llevaba de espolique) que a don Álvaro, a quien no le gustaba la posibilidad de que le hicieran sombra por la banda de las JJ SS, por lo que protegía a éste, dado que era un inútil. Así que se cargó a Jaime, Juanjo y Carlos y se quedó con el Poeta, y por si fuera poco, envió una carta al comité regional en la que censuraba mucho más de lo que se había decidido en el comité local, criticándolo porque la manifestación había sido antiunitaria y un fracaso, y calificándolo de estalinista. A los tres de las Juventudes los expulsó por su cuenta (pues una moción de censura no equivale, obviamente, a una expulsión), acusándolos de falta de militancia, impago de cuotas (lo que era cierto) y doble militancia en la ORT, lo que estaba por probar, y mantuvo al Poeta a su vera por judas. De este modo tan brillante se reafirmó una carrera política llena de fulgor que alcanza hasta nuestro días.

La Nueva España · 21 diciembre 2009