David Stoll | Rigoberta Menchú... (original) (raw)

Capítulo 8

Vicente Menchú y el Ejército Guerrillero de los Pobres

“Hablaban de Dios, hablaban de que Jesús había nacido pobre como nosotros y que sufrió por nosotros y murió por nosotros. Por eso que tenemos que luchar contra los ricos, porque él era pobre y sufrió y murió por nosotros.” –Viuda de Uspantán recordando las reuniones de su aldea con el EGP, 1994.

El Vicente Menchú del que oí hablar en Uspantán, un copropietario de 2.753 hectáreas de tierra asesorado por el Cuerpo de Paz, parecía bien distinto del militante acosado descrito en Me llamo Rigoberta Menchú. Sin embargo, al final de su vida, Vicente fue acusado de colaborar con la guerrilla, encabezó una marcha de protesta a la capital y se convirtió en mártir del movimiento revolucionario. Si mi retrato del Vicente anterior a la violencia es acertado, sería el suyo todo un cambio de trayectoria. Los parientes y vecinos de Vicente aportan explicaciones, pero no todas coinciden entre sí. Existen testimonios discordantes sobre por qué acabó siendo perseguido por el ejército y muriendo en la embajada de España. Algunos recuerdan que Vicente protestaba por el secuestro de su hijo. Otros dicen que murió por su tierra, unos refiriéndose a su conflicto con los Tum y otros culpando a sus vecinos ladinos, los García.

Hay quienes citan el libro de su hija como prueba de que Vicente era miembro activo de un CUC clandestino e invisible. Muchos lo asocian con el Ejército Guerrillero de los Pobres, algunos por el simple hecho de que tuvo la desgracia de vivir en un lugar por donde vagaba la guerrilla. Otros creen que dio la bienvenida a la guerrilla a su aldea y aceptó colaborar con ellos. Un antiguo vigilante afirmaba que años antes de que la guerrilla saliera a la luz, Vicente había convertido Chimel en una base secreta de entrenamiento subversivo. Un motivo para la cacofonía que rodea los últimos días de Vicente es la ambigüedad de una guerra irregular en la que la responsabilidad no está clara y la principal fuente de conocimiento es el rumor. Otra razón es la amargura por la pérdida de vidas. Incluso aunque el CUC nunca estuviera en Uspantán, el EGP sí estuvo, y su enfrentamiento con el ejército dejó sentimientos muy arraigados, no sólo en contra del ejército y sus colaboradores, que cometieron la gran mayoría de los homicidios, sino también en contra de la guerrilla y sus presuntos colaboradores, a los que muchos responsabilizan de la llegada del ejército.

Debido a las versiones contradictorias y los vacíos pesantes en mi información, no puedo llegar a una conclusión firme sobre los sentimientos de Vicente por la guerrilla. Pero las contradicciones dramatizan el dilema al que se enfrentaron los campesinos cuando el EGP y el ejército convirtieron sus montañas y valles en un campo de batalla. Las historias también sugieren probabilidades. Muchas de mis fuentes, especialmente la gente del campo que sufrió una represión indiscriminada, consideran a los Menchú víctimas inocentes. Otros culpan a los Menchú de haber invitado a la guerrilla a su aldea y provocado los desmanes del ejército. Si esta última facción estuviera formada principalmente por los habitantes del pueblo, que escaparon a la fuerza total de la represión, sería fácil descartar sus comentarios. Sin embargo incluye también a algunos sobrevivientes de Chimel. Si las personas que acusan a Vicente fueran principalmente ladinos, y si la mayoría de sus compañeros indígenas lo exonerara, sería fácil descartar las acusaciones en su contra considerándolas el fruto de un prejuicio étnico. Lamentablemente, aunque algunos ladinos defienden la inocencia de Vicente, a la condena se suman otros compañeros indígenas. Incluso entre sus viejos compañeros la opinión está dividida. ¿Qué se puede conjeturar de las historias contradictorias? ¿Hay manera de reconciliar los testimonios que hablan de un Vicente amante de la paz con las historias que le describen dando la bienvenida a la guerrilla? Para responder a estas preguntas, veamos porqué fue acusada su aldea del asalto del EGP a Soch en agosto de 1979.

El EGP visita Chimel

Una visita repentina de la guerrilla deja tras ella muchas preguntas. ¿De dónde venían? ¿Qué aldeas habían atravesado? ¿Quién les estaría ayudando? Si la guerrilla mata, una huida precipitada quiere decir que alguien de la vecindad será acusado. No estando clara la responsabilidad, las sospechas siguen la vieja regla fatal: ¿Quién tiene algo que ganar? En el caso de Honorio García, era fácil pensar en dos grupos diferentes que le podrían haber denunciado a la guerrilla. Uno consistía en sus propios mozos, que tienden a ser los sospechosos cuando se mata a un patrón. Por eso la historia de que un día la guerrilla encontró a unos mozos de Honorio, les preguntó qué tipo de patrón era éste y ellos respondieron que pagaba los salarios más bajos.

Esta es la versión de los hechos que prevalece en San Pablo y Chimel. Honorio era un patrón exigente. No debe haber sido difícil extraer quejas de sus mozos. Pero la explicación también pudo haber sido apócrifa, y los hijos de Honorio buscaron por otra parte, culpando a la aldea independiente de San Pablo debido al conflicto por un camino que se describe en el Capítulo 4. Esta suposición es compartida por un activista de derechos humanos de los años 90 que me dijo: “Unos dos nada más lo acusaron (a Honorio), no toda la gente. La guerrilla pasa preguntando si la comunidad está bien, y ellos dijeron que no, que el señor había tapado el camino, y fueron a matarlo”. Aun si los sampableños fueron a quejarse con la guerrilla, no existe razón para creer que pretendieran sentenciar a muerte a Honorio. El crimen político no figuraba entre las prácticas locales.

Los hijos de Honorio también acusaron a Chimel del asalto. Cuando el juez de paz llegó a inspeccionar los dos cadáveres, los hijos de Honorio dijeron que entre los guerrilleros habían identificado a los hijos de Vicente. Doce años más tarde, en reacción al premio Nobel, Julio García declaró que los asaltantes habían estado liderados por el propio Vicente.{1} Sin embargo otros testigos de Soch no corroboran este testimonio, en vez de ello describen a los asaltantes como gente desconocida. No obstante, el hecho de que los asesinos llevaran la cara tapada o tiznada con carbón podría propiciar la idea de que eran de los alrededores.

Sería fácil entender el motivo de los García para sospechar de Chimel si hubieran estado disputándose la esquina suroriental de las 2.753 hectáreas. Algunos de los jóvenes de la aldea creen que este era el caso, y también se lo oímos decir a una de las viudas de la embajada. Pero no figura entre las reclamaciones al INTA y los ancianos de la aldea lo niegan, dicen que los problemas con los García por tierras colindantes no comenzaron hasta más tarde. Muchas personas suponen que Chimel fue acusado del asalto porque uno de los hijos de Vicente, Víctor, tenía una farmacia patrocinada por la Clínica Behrhorst. La mayor parte de las alusiones al trabajo médico de Víctor están llenas de agradecimiento; pues de no haber sido por él sus pacientes habrían tenido que recorrer todo el camino hasta Uspantán o Chicamán en busca de ayuda. Desgraciadamente, el ejército a menudo sospechaba que los promotores de salud daban medicinas a los insurgentes, especialmente si eran catequistas, y Víctor Menchú era las dos cosas.

Al igual que su padre y su hermano mayor, Víctor era miembro activo de Acción Católica. Además de enseñar la doctrina de la iglesia, los líderes como Víctor servían en las comités para construir carreteras y escuelas, participaban en las cooperativas y solicitaban proyectos de desarrollo. Bajo los auspicios de Acción Católica, equipos de fútbol y grupos musicales visitaban las aldeas vecinas; los jóvenes conocían a miembros del sexo opuesto y sus padres discutían los asuntos locales. Cuando los campesinos evocan con nostalgia la vida antes de la guerra, conceden a Acción Católica el mayor cumplido entre ellos, era alegre. Por regla general los catequistas eran hombres con experiencia en el mundo exterior y podían hablar castellano. Acostumbrados a tratar con gente de afuera, eran un objetivo obvio de las campañas de reclutamiento de la guerrilla. Independientemente de que los catequistas estuvieran o no de acuerdo con la lucha armada, las sospechas del ejército forzaron a más de uno a terminar en el EGP para salvar la vida. Sin embargo, los catequistas de Chimel podrían haber escapado a la persecución de no haber sido por un rumor letal. Este era que la guerrilla había tenido una reunión en Chimel, poco tiempo antes de su ataque a Soch, y que habían sido bien recibidos por Vicente Menchú.

Es posible que la pura geografía originara el rumor. Chimel se encuentra en un valle montañoso en el que convergen dos cuencas hídricas. Una va hacia el occidente, a la Finca San Francisco, en la región ixil, y la otra fluye al oriente, hacia el departamento de Alta Verapaz. Esto lo sitúa en un corredor que el Ejército Guerrillero de los Pobres utilizaba entre sus fuerzas en la región ixil y sus actividades en Verapaz. En Uspantán y sus alrededores todo el mundo corrobora que el EGP andaba por la región meses antes de matar a Honorio García y Eliu Martínez. En general también coinciden en que la guerrilla se detuvo en Chimel durante ese periodo. Lo que no está claro es que Chimel les diera la bienvenida, incluso si nos basamos en testimonios de la visita expuestos por cuatro personas que dicen haber sido testigos.

“La guerrilla solamente pasó”, nos dijo en k'iche' una mujer a Barbara Boceck y a mí. “Llegó aquí para reunir a la gente, como a las dos de la tarde, pero la gente no se reunió... No estaba Vicente Menchú cuando llegaron... 'Hagan el favor, reúnan a la gente para una clase', decían que eran el Ejército Guerrillero de los Pobres, ¿pero qué es eso?. Uno no sabe, no está claro quienes son. Llegaron dos personas y los guerrilleros piden que les hagamos favor de traerles comida, regalada. Pero no hubo clase porque las personas no se presentaron. Pidieron comida y decían que ellos también eran pobres. Se marcharon a la montaña y uno, dos, tres meses más tarde la plaza de Soch está llena de guerrilleros.”

¿Cuántos eran?, pregunté. “Aparecieron como cien, hablaban idioma de Chajul, pero habían más ladinos que naturales. Mujeres también, vestidas de puro soldado, pero de color más oscuro. No se tardaron, llegaron a las dos de la tarde. No comieron porque no les dieron comida, porque no había nada para comprar, y se fueron a las dos y media o las tres. No se tardaron”. ¿Por qué nadie en Chimel se quejó al ejército? “Después de que llegó el EGP, había clases de lunes donde enseñan la palabra de Dios. Algunas personas pensaban que deberían abandonar la aldea; yo dije que no. Si llega el ejército, tal vez mata a la gente. Igual si llega la guerrilla, tal vez mata también. Solo Dios sabe, entonces (la gente) no hicieron nada”. Al igual que varias de las personas que entrevistamos Barbara y yo, esta mujer había perdido un familiar en la embajada de España. “Como había pasado la guerrilla, en Soch dijeron que todos aquí eran guerrilla”, concluyó. “La gente aquí no hacía k'o ta kimak (error o pecado), pero les estaban matando a todos”. K'o ta kimak se convirtió en el estribillo de nuestras entrevistas con los sobrevivientes, particularmente de las mujeres que habían perdido a sus maridos.

Otra mujer de Chimel, que también perdió un familiar en la embajada, proporcionó una versión algo diferente de la visita del EGP. “La guerrilla pasó el 3 de mayo, pidió comida y la gente preparó comida”. ¿Qué dijeron los guerrilleros? “Como sólo hablan en castilla, lo único que entendí fue: 'Que no dejen agarrar a sus hijos para el cuartel'. Toda la gente de la aldea los escuchaba. Hay unos que escuchaban bien, otros que no. Yo no escuché porque regresé a mi casa para hacer café y les llevé una gran olla”. A pesar de que según nuestra segunda fuente los campesinos llevaron comida a la guerrilla y les escucharon, ella insistió que ni Vicente Menchú ni Chimel colaboraron con la guerrilla.

Nuestras tercera y cuarta fuentes, dos hombres de Chimel, describen cómo acogió Vicente al EGP. “Bien, había oído que Vicente está en el pueblo cuando vino la guerrilla, cuando llegaron por la primera vez (el 29 de abril de 1979)”, me contó uno de ellos. “Lo que oí aquí es que Vicente platicó con ellos allá. Después, vinieron aquí, bajaron de allí (Laguna Danta), llegaron aquí, y hicieron reunión allá en la capilla con Vicente. En esa reunión, Vicente explicó a los vecinos que ellos nos ayudan a nosotros, que están aquí para apoyarnos. Yo miraba desde un poco lejos, me asusté y no me quedé allá. Habían muchos, uniformados, con armas. En la reunión dijeron que, si hay uno que no quiere asistir a la reunión o quiere informar al ejército o a los comisionados militares, esto se llama reaccionario, esto se llama oreja, y se le mata. El dijo que si uno va con el ejército, viene la guerrilla otra vez para matarlo. Hubo varias reuniones. Después la guerrilla llegó varias veces”.

Nuestra cuarta fuente es uno de los que abandonaron Chimel en 1980 debido a la alarma por la dirección que estaba tomando. Reportó haber visto guerrilleros en Chimel muchas veces, mujeres al igual que hombres, vistiendo uniformes de color verde oscuro. La primera ocasión fue anterior a la muerte de Honorio García. “La guerrilla apareció por aquí después de ocupar el pueblo, para decir que estaban aquí para 'defender la vida del campesino'. La guerrilla nos dijo que habían venido para ayudarnos a defendernos, porque el gobierno nos esclavizaba. Casi todos en Chimel les dieron la bienvenida, en Laguna Danta sólo unas casas, tal vez la mitad. Habían muchos guerrilleros, miles, más de los que podía contar”. Puesto que esta fuente también afirmó que Vicente había dado la bienvenida a la guerrilla, le pregunté lo que había oído decir a Vicente. “'Está bien' , dijo. 'Hay muchos enemigos en esta tierra. Queremos terminar con los envidiosos para estar en paz'. Cuántos son los enemigos de él, quiso otra nueva vida, pero buscó el mal.”

Encubriendo los primeros crímenes políticos

“El Alcalde decía que él no tiene que ver nada con los campesinos... entonces venimos aquí también al Quiche con el Jefe de la Zona, también decía que no sabía nada; y mandamos otro telegrama aquí en el Ministerio de la Corte Suprema de Justicia, también decía que sólo con los policías tiene que ver él dice, con los campesinos no tiene que ver nada. También aquí una oficina de los trabajadores, el FTC, y un día le dijimos nosotros que quieremos entrar con Lucas y quieremos nosotros platicar allá qué delito tiene el indígena y nosotros quieremos saber qué delito porque nosotros acaso somos locos que vamos a reclamar cosas y sabemos que deba algo, pues allí ya no podemos nosotros reclamar nada, pero bien sabemos nosotros que no debe nada, porque es patojo de 17 años; y dijo Lucas que no, que tengo que salir en otros estados y vengan hasta en la otra semana.” –Vicente Menchú a un periodista de la capital, 26 de enero de 1980.{2}

Buena parte del poder del relato de Rigoberta surge de la dramática ecuación entre la lucha de su padre por la tierra y su decisión de sumarse a la revolución. Si identificando a Vicente con el CUC se le concede una genealogía radical, culpando a los finqueros de sus conflictos por la tierra le atribuye una causa que encaja perfectamente con la definición de lucha del movimiento guerrillero. Sin embargo, mi investigación no logró confirmar una relación estrecha entre las reclamaciones de Vicente por la tierra y la violencia que lo arrastraría. Luego de varios meses de entrevistas en Uspantán, completadas con un repaso a los archivos del INTA, yo estaba seguro de que la violencia en torno a Chimel no había surgido a consecuencia de los conflictos por la tierra.

Los recuerdos de miembros de la familia, funcionarios municipales y vecinos coincidían en décadas de reclamaciones y contrareclamaciones por parte de Vicente y sus antagonistas. Contrariamente al libro de su hija, el principal problema de Vicente no había sido con propietarios ladinos de nombre Brol, García o Martínez. En vez de ello, había sido con sus propios parientes políticos k’iche’s, los Tum de Laguna Danta. Cuando llegó la violencia, el detonante fue el ataque del EGP a dos familias ladinas con las cuales Vicente no había tenido dificultades serias, esto es lo que yo creía que había establecido.

Sin embargo surgieron complicaciones. Si bien todo el mundo confirmaba que Vicente llevaba años pleiteando con la familia de su mujer, algunas de mis fuentes creían que un conflicto posterior con la familia García, después de 1987, por la esquina suroriental de las 2.753 hectáreas de Chimel, se había originado antes de la violencia. Según ellos, en vez de ir a la embajada española para protestar por los secuestros del ejército, Vicente estaba defendiendo los límites de Chimel, de los García y de sus cuñados, los Martínez. Por lo tanto, Vicente había muerto por su tierra. Una de mis fuentes mejor informadas, un hombre profundamente involucrado en las reclamaciones de Vicente, negó que hubiera habido un conflicto de tierras con ladinos al principio de la violencia; sabía que Vicente acababa de recibir el titulo provisional de su tierra, pero en ocasiones también afirmaba que Vicente había muerto por su tierra.

Un recorte del Washington Post ratificó mi inquietud. Por pura casualidad, una reportera llamada Terri Shaw había acompañado en diciembre de 1979 a la delegación del INTA que hizo entrega del título de propiedad de Chimel. Después de que la masacre en la embajada de España reclamara más noticias sobre Guatemala, utilizó su visita a Chimel para escribir un reportaje, ignorando que entre las víctimas de la embajada se incluían varias personas de la misma aldea que había visitado. Al igual que en los relatos que yo reuní quince años después, Shaw describía cómo los campesinos estaban demasiado atemorizados para llegar al pueblo a recoger sus títulos, lo que obliga a la delegación del INTA a volar en helicóptero hasta Chimel. “Los indígenas hablaban entre ellos de los amigos que habían sido agarrados por la policía militar y que nunca habían regresado”, escribió Shaw. “Tras aceptar los nuevos títulos, los indígenas trataron de gestionar con los funcionarios la solución de algunos de sus denuncias. Mostraron a Rubén Castellanos, segundo Vicepresidente del Instituto Nacional para la Transformación Agraria, un mapa indicando el lugar donde una gran familia de terratenientes había invadido sus tierras”.

Esto sonaba a los Martínez y García, en una fecha demasiado temprana. Siguiendo con el relato de Shaw, los campesinos creían que los secuestradores estaban ayudando a los propietarios ricos a apoderarse de la tierra. ¿Es posible que ella no entendiera a quiénes estaban acusando? No, porque la versión del Post tenía mucho en común con las denuncias que Vicente haría en la capital. En primer lugar, el Post no hacía referencia al asesinato de Honorio García y Eliu Martínez a manos del EGP. A pesar de que los secuestros del ejército eran en represalia por un ataque de la guerrilla, nadie mencionó este hecho a la periodista. En segundo lugar, los campesinos atribuyeron la agresión del ejército a los finqueros que invadían su tierra, como lo ratificarían en la capital.{3}

Luego de que el EGP ejecuta a un García y a un Martínez, es indudable que varios parientes decidieron vengarse colaborando con el ejército. En diciembre de 1979 Chimel podía echar la culpa de los secuestros a varios ladinos de Soch. Pero, ¿por qué los acusaría Chimel de haber invadido tierras, eludiendo mencionar el papel del EGP, sino para evitar el tema de cómo había empezado realmente la represión? Esto es exactamente lo que sugiere una entrevista con la delegación de Vicente en la Ciudad de Guatemala, cinco días antes de que éste muriera en la embajada de España: “Pues se empezó la represión sobre un terreno que nosotros de aquí de Quiché solicitamos un terreno de aquí de San Miguel Uspantán que es terreno nacional”, declaró un campesino que pronto se identificaría como el padre de Petrocinio Menchú. “Y después de esto se empezó una represión por el ejército y unos finqueros que están cerca de este terreno nacional. Y como el INTA empezó a medir este terreno a nosotros los campesinos que estamos allí pues, nos dieron posesión por el INTA, ellos están metidos adentro del terreno nacional... Nos dieron el registro todo y siempre dilatamos veintiocho años solicitando este terreno. Pero como los finqueros del Soch siempre buscaron la manera de como nos pueden oprimir, y después que ya salió el terreno así libre y después nos acusaron de delitos no sé en qué forma con los del ejercito, y ellos quieren quedarse con todo nuestro cultivo que tenemos en este momento... Después que por estos problemas secuestraron a nuestros compañeros de allí de Uspantán, que son nueve campesinos que son dirigentes de esa solicitud”.

Cuando el entrevistador pregunta si el pueblo de Uspantán ha sido ocupado por la guerrilla, Vicente responde: “Así dijeron pues, pero como nosotros vivimos como a veinte kilómetros del pueblo, y como no mucho venimos al pueblo, no nos dimos cuenta, noticias sí oímos, pero no vimos nosotros...” A la pregunta de si la guerrilla es activa localmente, Vicente contesta: “Pues allí no, sólo tomaron Uspantán, sí oí yo, pero yo no estaba allí cuando pasaron, como yo vivo lejos del pueblo; y allí donde nosotros vivimos sí nunca hemos visto ninguna persona desconocida; siempre llegan gente pero conocemos y también no hemos visto nada; y después esas personas nos acusan así, pero qué vamos a saber nosotros eso; bueno que hubieran pasado o hubieran platicado con ellos, pues vale la pena, y uno tiene que decir, pero como no... Tal vez por los finqueros que tal vez han pagado algo a ellos para que nos quieren asustar o nos quieren explotar en ese terreno donde estamos para que ellos aprovechan ese terreno, pues eso es meter miedo a la gente y quieren ellos que dejemos abandonado y ya se fueron muchos porque allá en Chimel ya se fueron como treinta campesinos del miedo también, son de Sacapulas, de Parraxtut, se fueron”.{4}

Esta presentación distaba mucho de ser verídica. En primer lugar, tal y como todo el mundo corrobora, el EGP había visitado Chimel. En segundo lugar, las víctimas de los secuestros no habían estado al frente de su reclamo de tierra. Incluso si Petrocinio desempeñaba el papel de secretario, las otras víctimas procedían de otra aldea. En tercer lugar, los colonos de Parraxtut se habían ido de Chimel varios años antes debido a desacuerdos con el propio Vicente sobre su forma de dirigir la comunidad y su negativa a negociar con los Tum. Evidentemente, Vicente no admitía el rol del EGP en el inicio de la violencia. Tal vez consideraba aliados a los guerrilleros, pero ésta no es la única posibilidad. Es posible que sus asesores urbanos le hubieran advertido que no mencionara al EGP, argumentando que al hacerlo provocaría preguntas espinosas que le hubieran causado más problemas. O es posible que negara lo que sabía por miedo tanto a la guerrilla como al ejército.

Vicente y su delegación no fueron los únicos en omitir el asesinato de los dos ladinos. Ninguno de los documentos distribuidos por la izquierda en ocasión de las protestas en la capital menciona los primeros crímenes políticos de Uspantán.{5} Cuando los informes de solidaridad mencionaban la ejecución de Honorio García y de Eliu Martínez, lo hacían bajo explicaciones falsas, que las víctimas eran comisionados militares o que habían amenazado con matar campesinos.{6} Ni siquiera la Iglesia Católica los mencionó en sus comunicados.{7} Debido a la influencia que lograron los cuadros y los simpatizantes de la guerrilla en los informes de derechos humanos, nunca se prestó atención a Honorio y Eliu como víctimas de la violencia política. Estigmatizados por el movimiento guerrillero, quedaron fuera del mapa de los derechos humanos.

¿Por qué acogieron a la guerrilla?

En Uspantán muchos no creen que Vicente Menchú hiciera lo que algunos de sus socios afirman que hizo: acoger al EGP en su aldea. Entre los testigos se incluyen dos ladinos activos en la rama conservadora de la política de Uspantán, dos miembros de la familia Martínez, y otros tres ladinos que entrevisté. A diferencia del Vicente de la historia de su hija, el hombre que ellos describen tiene una actitud recatada hacia los estados superiores de poder, dominados por los ladinos. Dada la carga de política racial de Me llamo Rigoberta Menchú, la incapacidad de mis testigos para recordar una conducta combativa hacia los ladinos es notable. En realidad, la mayoría de los ladinos que entrevisté estaban asombrados por el fin de Vicente.

Como miembro de un grupo subordinado, Vicente no manifestaría al completo su personalidad en las interacciones con los ladinos, cuya buena disposición era esencial en sus batallas legales con otros k’iche’s. Pero en todo caso, a los defensores ladinos de Vicente les resulta difícil creer que él colaborase con el EGP, a menos que se hubiera visto obligado por la reacción desmesurada del ejército. Uno de ellos argumentaba que era absolutamente impropio de Vicente pedir a alguien que matara a sus enemigos. En sus visitas a la municipalidad, a decir de un ex funcionario, Vicente siempre mostró un carácter tranquilo. Hablaba educadamente: “'Mire, señores, somos de Chimel y queremos esto, esto, esto'”, explicaba con paciencia y tacto. “No era un revolucionario”, insistió esta fuente. “Tenía mentalidad de paz, de tener resolución pacífica. Sigo pensando que su intención era pacífica”.

Si apostar por la guerrilla, a menos que se viera forzado a hacerlo, no correspondía a la personalidad de Vicente, ¿por qué acogería al EGP en su aldea antes de que el ejército comenzara a secuestrar hombres de Chimel y de San Pablo? Una posibilidad sería que Vicente estuviera menos entusiasmado con la llegada del EGP a su aldea que lo que indican algunas versiones. La imagen favorable que alcanzó el movimiento revolucionario internacionalmente ha opacado el hecho de que los campesinos pudieron sentirse tan intimidados con la llegada de los guerrilleros como con la de los soldados. Como líder comunitario, los deberes de Vicente incluían negociar con cualquier autoridad o fuerza que se presentara, y los ancianos mayas son habilidosos para disimular sus sentimientos. “Cuando llegaron aquí”, explicó un anciano de una aldea vecina, “uno no puede rechazarlos porque tiene que humillarse. Por defender nuestra propia vida tenemos que humillarnos. Porque si no, nos pueden matar. Igual si pasa el ejército...”

Sin embargo, si Vicente fue un anfitrión reticente, ¿por qué no reportó al ejército la visita del EGP? No es insólito que los líderes de las aldeas, que ahora sostienen que tuvieron sentimientos mezclados hacia la guerrilla, digan que optaron por el silencio para evitar consecuencias inevitables: incursiones del ejército, exigencias de más información o ser identificado por el EGP como informante. Eso, también, era garantía de muerte. Sólo porque Vicente no reconociera nunca que la guerrilla visitó su aldea no quiere decir que le agradara su llegada. Un día, un hombre que vivía cerca de Chimel fue convocado a una reunión allí, con cincuenta extraños vestidos con ropa militar. “A ustedes les tratan como burros, como animales, pero vamos a sacar a todos los patronos, a todos los finqueros, a todos los gringos que les explotan”, dijeron los extraños. Aunque nuestra fuente no conocía a Vicente en persona, recordaba a un anciano que dijo: “Si ustedes trabajan conformemente con nosotros, nos estamos de acuerdo”. Literalmente interpretado, esto sería una bienvenida condicionada, y acaso algo reticente.

Pero esto no es lo que Barbara y yo oímos decir a dos de los cuatro campesinos que decían haber sido testigos de la visita de la guerrilla a Chimel. Según los dos hombres que acabo de mencionar, Vicente dijo a sus vecinos que la guerrilla les apoyaría. Esta otra posibilidad corrobora los testimonios acerca de serias diferencias entre los Menchú y algunos de sus cuñados con respecto a las visitas del EGP. Según dos hombres emparentados por matrimonio con los Menchú, uno de los familiares políticos de Vicente se marchó después de que una noche alguien apedreara su casa e intentara derribar la puerta. Me informaron de otro pariente político que abandonó Chimel después de que se negó a apoyar a la guerrilla y fue acusado por Vicente de informante del ejército. Me dijeron que estos conflictos ocurrieron después de la muerte de Honorio García, y resultaron en la salida de tres familias de Chimel antes de que éste fuera destruido. En todo caso, hubo suficiente discordia con respecto a las visitas del EGP como para impulsar la retirada de familias que habían estado con Vicente durante su larga lucha con los Tum.

Hasta que empezaron a acumularse las historias sobre Vicente apoyando al EGP, me costaba creer que se hubiera sumado a una rebelión armada justo en el momento de obtener el título de las 2.753 hectáreas. No parecía encajar lógicamente con las perspectivas para su familia y aldea como propietarios de unas tierras que la mayoría de los campesinos sólo podrían soñar. Pero la buena suerte de Vicente apenas era incompatible con su involucramiento en la insurgencia. Los movimientos revolucionarios normalmente afirman representar a los miembros más oprimidos de la población. Esta es la imagen que tiene impacto internacional, tal como lo ejemplifica Me llamo Rigoberta Menchú. Pero por regla general no son los campesinos destituidos quienes se suman a las insurgencias. Tal como ha observado Eric Wolf, los más oprimidos no tienen ni los recursos ni el campo de acción para enfrentarse tan directamente a la estructura de poder.{8}

En vez de ello, los campesinos revolucionarios tienden a proceder de un nivel más acomodado, cuyas expectativas de ascenso colisionan con las inflexibles estructuras de poder. En las tierras bajas del Ixcán, al noroeste de Uspantán, el EGP reclutaba miembros de las cooperativas financiadas por la iglesia católica. Entre los ixiles de Cotzal, los primeros hombres que acogieron a la guerrilla fueron activistas políticos relativamente desahogados. En el pueblo ixil de Chajul, la guerrilla atrajo en primer lugar a pequeños propietarios que se sentían acosados por los ladrones de ganado. Para un ejemplo de cómo los campesinos que defienden su propiedad pueden convertirse en mártires revolucionarios, veamos brevemente los acontecimientos que enviaron a los ixiles de Chajul a la embajada española.

La historia de Gaspar Vi

“La verdad es que siempre en los treinta y tres años de guerra fue muy difícil conocer la base real de la guerrilla. El que dice ser guerrillero a veces no lo es. No se sabe hasta donde llega y hasta donde no llega, con quién tiene relaciones, qué estructura tiene o cómo trabaja.” –Rigoberta Menchú, 1992.{9}

Uno de los riesgos que se corre al analizar minuciosamente la propaganda izquierdista sobre la represión es que parezca implícito que aquella fue infundada. Esto dista mucho de ser el caso, como quedará claro en los dos próximos capítulos. Aunque Rigoberta retrata a su padre de un modo diferente a cómo es recordado en Uspantán, había en la embajada española que en cierta forma encarna al perseguido Vicente de Me llamo Rigoberta Menchú más que el personaje histórico. Gaspar Vi era uno de los tres ixiles de Chajul que murieron junto con el padre de Rigoberta. Vicepresidente de Acción Católica, era querido por su habilidad para mediar en los conflictos locales. Pocos meses antes de su muerte, había sido secuestrado por el ejército, brutalmente golpeado, y puesto en libertad gracias tan sólo a las presiones de la Iglesia Católica.

Cuando pregunté por Gaspar en Chajul, un hombre que le conocía contó la siguiente historia: “Por aquí había ladrones, junto con comisionados militares que eran sus cómplices. Tenían su grupo, robaban cosas. Y si les acusaban, ellos respondían con otras acusaciones, se tapaban, eran testigos unos de otros. Un día, habían cinco de ellos, bolos, y le pidieron un trago a Gaspar Vi. El no quiso invitar. Estaban tomados y le dijeron, 'Vas a pagar por esto'. Se llevaron una su vaca. Sólo le dejaron el cuero. El Gaspar Vi se fue a la muni. Le preguntan –'¿Quién la robó?' –'A saber', dice, 'Pues, tal vez estos señores'. –'¿Hay pruebas?', preguntaron. –'No'. –'Pues no podemos hacer nada', dicen”.

“Entonces Gaspar Vi y otros veinte forman un grupo. El y Gaspar Mendoza son los líderes, porque hablan castilla, más otros que han perdido vacas. 'Tu perdiste una; tú perdiste tres'; así era. Fueron al destacamento militar de Juil para decir su problema, el ejército les pide que escriban sus nombres y sus números de cédula en una lista, y ¿quién está allí? Otomero Galindo, el comisionado militar. Cuando el ejército presenta la acusación, él dice que es muy trabajador, que trabajó para el ejército y que estos veinte hombres –de la Iglesia Católica, de la Democracia Cristiana, líderes del pueblo– son colaboradores de la guerrilla. 'Seguro', dice el ejército, y agarra a Gaspar Vi y a su hijo Baltazar. Los llevan a rastras hasta Cotzal. Seis días más tarde volvieron, con muñecas y cuellos hinchados, tal vez marcados por los lazos”.

“'Estamos jodidos', dice Gaspar. 'Estamos en la lista. Todos estamos en la lista. No más partidos, organizaciones, cooperativas'. Se retira a su terreno en Tzitzé, ya no viene al pueblo. En Tzitzé la guerrilla empieza a visitarlo, pero no uniformados como guerrilleros, vienen como ganaderos, con los lazos enrollados al cuerpo, buscando sus vacas. Quieren comprar pollos, vacas '¿cuánto vale esta vaca?' 'Vale quinientos', dijo. '¿Es su último precio?' 'Es mi último precio'. 'Pues, tal vez volvemos entre ocho días para ver si nos alcanza el pisto'. Y siguen volviendo. Por fin le preguntan, '¿Usted tiene una casa en el pueblo?' 'Sí', les dice. '¿Por qué no va nunca allí?' Cuenta lo que pasó. Y de esa forma ganó su confianza”. Luego de haber oído todo esto, le pregunté a mi fuente si tal vez Gaspar ya colaboraba con el EGP antes de ir a protestar a la capital. “Tal vez sí”, respondió. “Nuestra gente no sabe qué es embajada. No sabe qué es manifestación. No se presta a eso”.

En ocasiones anteriores los chajules me habían dicho que la violencia comenzó localmente con los ladrones de ganado; la guerrilla les ayudaba a matarlos o expulsarlos del pueblo. Cuando una turba de Chajul mató a dos hombres en octubre de 1979, fueron identificados como ladrones de ganado e informantes del ejército.{10} Así como en el capítulo anterior, cuando los fundadores del CUC se ganaron a sus vecinos arrestando a unos delincuentes, aquí tenemos otro caso en el que el movimiento revolucionario recluta campesinos, no por organizarlos contra una clase enemiga sino por defender sus derechos de propietarios.

“No, la guerrilla no habló desde el principio de la lucha armada”, me dijo otro hombre de Chajul. “Por caso, lo que decían era, 'tenemos que organizarnos porque somos un pueblo aislado y atrasado y el gobierno no nos ayuda.' Organizan ligas campesinas para combatir a los ladrones y viene la Policía Militar Ambulante a controlar. Así que comenzaron los muertos... Revueltos la gente y la guerrilla van por los ladrones que roban las vacas, el maíz; que entran a las casas para llevarse la ropa. Mataron a muchos ladrones. Entonces la Policía Militar Ambulante viene y agarran a cierta gente para ser orejas. Son los mismos ladrones que se dedican a chupar todo el día y no trabajen... y ahora señalan a la gente por subversivos. Andaban de casa a casa pidiendo dinero y si no les daban, decían que ése era un subversivo”.

Testimonios como éste ilustran cuán difícil es definir cuando comenzó a organizarse la guerrilla. Nadie lo puede saber, a excepción de los sobrevivientes de los primeros cuadros de un área, puesto que la política del EGP era la de infiltrarse en estructuras preexistentes y sólo revelar su agenda poco a poco, incluso a la gente que estaba organizando. Lo que también está claro es que los chajules estaban sujetos a una represión brutal por parte del ejército. En la entrevista que ya ha sido citada anteriormente, justo cinco días antes del incendio en la embajada española, los manifestantes chajules hablaron de soldados que entraban en sus casas y se llevaban a las mujeres jóvenes para violarlas por todo el grupo. Los hombres eran arrestados y ya no regresaban nunca; a otros les robaban a punta de pistola; a otros les ordenaban que fueran a la plaza para ver a “sus padres muertos”, los siete cautivos de Uspantán que según el ejército eran guerrilleros. Las denuncias fueron hechas en un español tan precario que no permite una interpretación definitiva, pero un campesino que hablaba con más fluidez, probablemente Vicente Menchú, afirmó lo siguiente: “Yo fui militar en tiempo de Ubico, no existían esas ideas como está sucediendo ahora. Nosotros siempre salíamos a inspeccionar algo para nuestro jefe del cuerpo, pero ellos siempre nos están controlando que no vamos hacer algo contra los prójimos o contra los vecinos, entonces allí nosotros ya no podemos hacer también. Eso era disciplinado, pero ahora los del ejército parece que no tienen ningún disciplina porque ya no respeta nuestros derechos como campesinos indígenas”.{11}

La tragedia de Vicente Menchú

“El problema siempre es de la tierra, de la autoridad, de querer sacar provecho. Así fue el gran problema, la división entre ellos, de la que nació la violencia. Siempre por la tierra.” –Activista de derechos humanos en Uspantán, 1994.

Desde hace muchos años los académicos debaten cuál es motivo por el cual los campesinos se suman a las insurgencias. Para aquellos que desean defender la legitimidad de los movimientos guerrilleros como la vox populi del campesinado oprimido, destaca especialmente la explicación de la ideología. Una opresión creciente despierta las conciencias de los campesinos que, por lo tanto, se deciden a luchar, y Me llamo Rigoberta Menchú se suma a la evidencia para la defensa de esta postura. A lo que no se le ha prestado mucha atención es al hecho de que una vez que los insurgentes y los contrainsurgentes entran en acción, los campesinos tienen pocas alternativas.{12} Si los campesinos crean vínculos ideológicos con los insurgentes, es frecuente que éstos no duren mucho, dado, en particular, que muchos de ellos son ejecutados u obligados a entregarse. Entre los sobrevivientes muchos concluyen que su periodo revolucionario fue un error.

El padre de Rigoberta pudo haber tenido motivos para dar la bienvenida a la guerrilla. Los campesinos son muy conscientes de su falta de poder, de modo que comprenden la importancia de mantener buenas relaciones con la facción que tenga una buena jugada. Es posible que la llegada repentina de una columna guerrillera, en un número muy superior al que nunca habían manifestado las tropas del gobierno, así como su visión de un nuevo orden social, impresionaran a Vicente. Pero aunque Vicente tuviera unas inclinaciones más radicales que las que se pueden demostrar hasta el momento, lo que él tenía en mente debe haber sido muy diferente de lo que planeaba la guerrilla. Los campesinos de esta parte de Guatemala tenían poca experiencia acerca de cómo trataba el ejército a los campesinos si éstos eran sospechosos de subversión. El EGP tampoco se sintió obligado a hablar a los campesinos de las posibles implicaciones desastrosas si se sumaban a sus fuerzas. Los comandantes de la guerrilla sabían lo que les había sucedido a los campesinos del oriente de Guatemala que les apoyaron, pero estaban demasiado dedicados a su causa, y demasiado fanatizados por el sacrificio de tantos compañeros, para ser conscientes de lo que costaría su estrategia a la próxima población que trataran de organizar.

Algo que no se puede pasar por alto es la rapidez con la que la guerra arrolló a Vicente. Sólo pasaron nueve meses entre la primera aparición local del EGP y su muerte en la embajada española. Cualquier decisión que tomara, dispuso de muy poco tiempo para tomarla y de escasa o nula oportunidad para retractarse. Después de que Chimel se comprometió recibiendo a la guerrilla, las consecuencias se manifestaron precipitadamente en las dos ejecuciones perpetradas por el EGP, a las que siguieron una semana más tarde los primeros secuestros del ejército. De pronto Vicente se vio acorralado contra la pared. Ahora estaba comprometido, cualesquiera que fuesen sus intenciones, le gustara o no, y Chimel estaba dominado por la ansiedad.

“Si hay uno que no quiere asistir a la reunión o quiere informar al ejercito o a los comisionados militares”, repitiendo las palabras de Vicente citadas anteriormente, “esto se llama reaccionario, esto se llama oreja, y se le mata... Si uno va con el ejército, viene la guerrilla otra vez para matarlo”. Cuando algunos de sus parientes políticos se negaron a seguirle, Vicente aprendió una de las lecciones de unirse a una organización clandestina: Puesto que la deserción pone en peligro la seguridad del grupo, cambiar de idea se castiga con la muerte. Si uno trata de reclutar a un amigo de confianza y éste te rechaza, se puede convertir de repente en tu peor enemigo.

Si en verdad Vicente acogió a la guerrilla, ¿qué pudo ser lo que esperaba lograr? Si damos crédito a Me llamo Rigoberta Menchú, la respuesta es muy sencilla. Chimel se veía acosado por finqueros y la guerrilla lo protegería. Pero, si en vez de esto, el conflicto interminable de Vicente era con Laguna Danta, ¿es posible que quisiera que la guerrilla le protegiera de sus parientes k’iche’s? Cuando apareció la guerrilla en 1979, el INTA estaba a punto de titular las 2.753 hectáreas, pero se negaba a incluir las 151 hectáreas ocupadas por la casa de Vicente y las familias de su grupo. Seguía sin resolverse la propiedad de esas tierras, para decepción de ambas partes. Sólo meses antes, en noviembre de 1978, los Tum habían proyectado su sombra sobre el censo final del INTA al conseguir que Vicente fuera encarcelado. Aunque fue puesto en libertad en cuestión de pocas semanas, seguía estando pendiente del juicio legal y la posesión de las tierras en las que vivía desde hacía treinta años todavía no estaba asegurada.

Que Vicente esperara que el brazo fuerte de la guerrilla le ayudase contra los Tum es sólo una hipótesis, y una no muy agradable. Pero sería compatible con la larga historia que compartió con los Tum, la de apelar a instituciones externas contra sus parientes políticos. En cuanto al EGP, no quería aliarse con una facción campesina en contra de otra. Más bien, quería unirlas contra sus enemigos de clase, que serían, por lo general, los ladinos. Si Vicente quería utilizar al EGP en contra de sus rivales k’iche’s, esto nunca llegó a suceder. Sin embargo cuando la guerrilla organiza a colonos cuyas rencillas más apremiantes son entre ellos, es posible que lo que viene después haya sido motivado por las rencillas campesinas y no por la causa que el liderazgo revolucionario quiere que adopten los campesinos.

Cuando visité Laguna Danta en 1991, los diferentes Tum que me recibieron se incomodaron con mis preguntas sobre su pleito con Chimel. Aunque seguían resentidos por éste, negaron cualquier conexión con las matanzas políticas que a principios de los 80 hicieron estragos en su propia aldea al igual que en Chimel. Un anciano que había pasado buena parte de su vida peleando con Vicente volvía una y otra vez a la muerte de Vicente en la embajada española. Lo hacía con obsesión, como si para él hubiera sido un trauma tan grande como lo fue para Chimel. Los Tum no querían que se les acusara de la persecución de los Menchú, yo nunca oí nada al respecto a nadie que estuviera vinculado a Chimel. Independientemente de cuán amargas fueran sus diferencias, es posible que un sentido de la solidaridad previniera acusaciones del tipo colaborar con el ejército o con la guerrilla, las cuales desencadenaron tantas víctimas en otros lugares.

La primera persona que habló de tensiones entre las dos aldeas desde la aparición de la guerrilla fue un ladino de Soch. Aunque culpó a sus congéneres ladinos por la violencia, no se detuvo ahí. Los Menchú “tenían una venta de medicina en Chimel, puesta allá por el padre (católico), y también venían aquí (al Soch) para vender medicina en el mercado. Cuando se presentó la guerrilla (en Chimel) y pidieron medicina, uno de los Tum avisó al ejército, que decidió que los Menchú eran de la guerrilla”.

Posteriormente Barbara Bocek y yo estábamos entrevistando a un viejo amigo de Vicente, un anciano con vínculos familiares en los dos bandos del pleito Tum-Menchú, que habló algo de zahoríes (brujos mayas) que trabajaban contra Vicente. Luego se refirió a Nicolás Tum Castro, un primo de la esposa de Vicente, Juana Tum Cotojá. Desde su casa en Laguna Danta, Nicolás lideró la lucha contra Vicente, especialmente después de la muerte de su padre, Antonio Tum. Cuando el INTA tituló las 2.753 hectáreas de Chimel a finales de los 70, Nicolás siguió protestando por la ocupación de las otras 151. Trece meses después de la muerte de Vicente, el 28 de febrero de 1981 a las 4: 30 de la tarde, Nicolás fue asesinado cuando salía de su temaxcal junto con un sobrino llamado Antonio Hernández Lux.

La gente de Laguna Danta me dijo que ignoraban el motivo exacto de las dos muertes, pero culpaban a la guerrilla. Ahora, en otra aldea, un anciano k'iche' sugería una conexión que no habíamos escuchado antes. “Nicolás Tum fue informando al ejército cada vez que pasaba la guerrilla. Decía que tenía cuello con el ejército, porque les informaba de sus movimientos, y que la guerrilla no podía tocarlo, que no eran capaces de hacerlo. Sí, él era católico, casado por la iglesia [por lo tanto, y al menos nominalmente, era miembro de Acción Católica, que se oponía a la brujería] pero también le gustó su oráculo [que llama en k'iche' wuj, documento]. Sí, él era un zahorín. Seguramente estaba haciendo cosas malas a Vicente con su oráculo. Por eso Vicente murió quemado en la embajada”.

Que un anciano Tum fuera brujo e informante del ejército sólo es otra versión de los hechos. No es necesario explicar lo que pasó, y tal vez no tenga ningún fundamento. Pero es cierto que en los lugares en que los campesinos evitaron denunciarse unos a otros al ejército o a la guerrilla, murieron muchos menos que en otros lugares donde sí lo hicieron. Acoger a la guerrilla fue fatal. Si realmente Vicente abrazó la causa de la guerrilla, es probable que lo hiciera porque esperaba que lo ayudarían contra los Tum. En este sentido trágico, es posible que Vicente muriera por su tierra, al igual que su viejo enemigo Nicolás Tum Castro. No morirían porque los finqueros ladinos codiciaban sus tierras sino porque no fueron capaces de resolver sus diferencias. Si Vicente tenía una debilidad, era ésta. Fueran cuales fuesen los demonios que albergaba, iban dirigidos contra otros indígenas que lo desafiaban.

¿Qué hay de la relación de Vicente con el EGP? Sólo se puede establecer que la guerrilla tuvo reuniones en Chimel, no mucho más. La pregunta de qué sentía Vicente por los rebeldes tiene varias respuestas posibles. Una es que él pensara que podrían ayudarlo con sus adversarios locales. Puesto que el asesinato aún estaba por convertirse en un factor de la política local, no hay razón para asumir que fuera esto lo que tenía en mente. Una segunda posibilidad es que Vicente diera la impresión de acoger a la guerrilla porque estaba tratando de ganar tiempo, considerándoles un nuevo factor en los asuntos locales o incluso deseando que se fueran, sólo para verse atrapado por la decisión precipitada del EGP de ejecutar a dos de sus vecinos. Aun si Vicente no hubiera detectado ningún beneficio concreto en apoyar a la guerrilla, el secuestro injusto de su hijo y luego el descubrimiento de que la única ayuda que podía encontrar era la de los estudiantes de la capital, es posible que le convenciera de que no tenía otra alternativa más que la de seguir su consejo, tal como lo demuestra la manera en la que presentó la situación en la capital.

Cualquiera de estas dos posibilidades es compatible con una tercera, que al igual que muchos campesinos de la vecina región ixil, se sintió atraído por las promesas del Ejército Guerrillero de los Pobres, sin darse cuenta de que su agenda fácilmente podría exigir el sacrificio de su comunidad. Cuando la guerrilla visitaba aldeas como Chimel, hablaban de una nueva sociedad en la que la riqueza sería redistribuida, los indígenas serían iguales a los ladinos y el poder estaría en manos del pueblo. De lo que no hablaban era del enorme riesgo de la lucha armada, de convertir aldeas y familias campesinas en base logística para operaciones militares. Esto vino después, luego de que las respuestas del ejército dejaran claro que los campesinos no tenían más opción que la de defenderse.

No debemos suponer que porque hubiera una reunión en la aldea de Vicente, hubiera comunión de ideas. No se puede asumir que los guerrilleros y los campesinos fueran francos acerca de sus respectivos objetivos y, mucho menos, que llegaran a un entendimiento compartido de lo que significaba una cooperación futura. Incluso si las primeras reuniones fueron positivas, la creación de un terreno intermedio entre dos grupos tan diferentes toma su tiempo.{13} La defensa contra las represalias del ejército, algo desconocido hasta entonces, se impuso de repente a todo. De ahora en adelante, Vicente estaba atrapado en una lucha por la supervivencia que poco tenía que ver con sus aspiraciones anteriores.

Notas

{1} Carta al editor, Crónica, 17 de septiembre de 1993, págs. 11.

{2} Transcripción de una entrevista sin título grabada con una delegación de campesinos, 13 págs., 26 de enero de 1980.

{3} Shaw 1980.

{4} Transcripción de una entrevista con una delegación de campesinos, 26 de enero de 1980.

{5} Esto incluye los ejemplares de Noticias de Guatemala que he podido revisar; el Comité de Solidaridad con el Pueblo de Guatemala 1980; y varios documentos distribuidos por el movimiento de solidaridad. Entre estos últimos se incluyen dos cartas abiertas firmadas por la delegación de campesinos de El Quiché y fechadas el 31 de enero y el 1 de febrero de 1980; un comunicado de prensa, sin fecha, de la delegación de campesinos; cuatro páginas, sin fecha, de una “Entrevista con los campesinos de El Quiché antes de su muerte en la embajada de España”; tres páginas sobre la “Masacre en la embajada de España en Guatemala”, 1 de febrero de 1980; cinco páginas acerca de “La verdad sobre la masacre que tuvo lugar dentro de la embajada de España”, febrero de 1980; once páginas del “Informe sobre la masacre en la embajada de España en Guatemala”por el Frente Democrático Contra la Represión, febrero de 1980; y la “Declaración del Frente Democrático Contra la Represión a la opinión pública nacional e internacional”, sin fecha.

{6} Por ejemplo, Rarihokwats 19882:42. Aunque no tengo el material original, las fuentes al respecto se citan en Paige 1983:732 y la base de datos del Sistema de Información sobre GeoViolencia, de Paul Yamauchi, entradas del 14 y del 19 de agosto de 1979, bajo “Uspantán”.

{7} Incluyen declaraciones del Comité Pro Justicia y Paz, Diócesis de El Quiché, y de la revista Diálogo, publicado nuevamente en Diócesis de El Quiché 1994:234-243. Una excepción interesante es la entrevista, que ya ha sido citada en las notas del capítulo 5, de Amnistía Internacional con la delegación que viajó a la capital en septiembre de 1979, en la que un muchacho de trece años menciona que los secuestros comenzaron después del asesinato de los dos ladinos (Amnesty International, 1980:5-6). Cuando Amnistía se hizo cargo del caso, hizo un llamamiento por escrito a los hijos de Honorio sin hacer referencia al destino de su padre. Puesto que Honorio y Eliu no fueron asesinados por agentes del estado, es posible que no encajaran en el criterio para los informes sobre derechos humanos que se seguía en aquel tiempo. En los años noventa Amnesty y Americas Watch prestaban más atención a la violencia perpetrada por grupos de la oposición.

{8} Wolf 1969:289-292.

{9} Mary Jo McConahay, “Entrevista: Rigoberta Menchú”, octubre de 1992, documento mecanografiado, 9 págs., pág. 6.

{10} Véase el capítulo 5, nota 20.

{11} Transcripción de una entrevista con delegación campesina, 26 de enero de 1980. Supongo que se trataba de Vicente ya que era conocido por su fluidez en castellano y probablemente la delegación no incluía otro veterano del ejército de Ubico.

{12} Wickham-Crowley 1990 y Stoll 1993:18-21. Como sobreviviente de San Pablo el Baldío me dijo: “Si los soldados no hubieran matado, probablemente la gente se hubiera ido al pueblo (como refugiados bajo la protección del ejército) Si iban con la guerrilla, les mataban el ejército. Si iban con los soldados, les mataba la guerrilla”.

{13} Para una retrato de la incomprensión mutua y del ajuste necesario para una alianza entre grupos culturalmente diferentes, véase White 1991. Michael Brown y Eduardo Fernández (1991), nos dan un ejemplo de una población indígena amazónica que se unió a una guerrilla marxista, pero según sus propios términos y no sin considerables desacuerdos.

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