David Stoll | Rigoberta Menchú... (original) (raw)

Capítulo 12

Rigoberta se une al Movimiento Revolucionario

“Yo me decía, no soy la única huérfana que existe en Guatemala, hay muchos y no es mi dolor, es el dolor de todo el pueblo. Y si es el dolor de todo el pueblo, lo tenemos que soportar todos los huérfanos que nos hemos quedado.” –Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 261 (ed. Arcoiris).

Cuando la futura laureada contó su historia en 1982, habló de sus años de experiencia como organizadora política. Comienzan hacia 1977 cuando su padre pasa a la clandestinidad para establecer el Comité de Unidad Campesina y ella ayuda a organizar Chimel en defensa de las primeras incursiones del ejército. En 1979, se une a su padre como líder del CUC.{1} Eventualmente las fuerzas de seguridad descubren su paradero y ella huye de Guatemala, después de las manifestaciones del 1 de mayo de 1981 en la capital. Sin embargo, si Rigoberta estuvo interna desde enero de 1976 o 1977 hasta mediados de 1980, no pudo haber sido una activista de ese tipo. Aunque varias compañeras de estudios de Rigoberta hablan de su interés por la política, ninguna de ellas fue capaz de recordar conversaciones acerca del CUC o de la militancia en la aldea. También confirmaron su confinamiento durante este periodo, ya que sus labores domésticas en el Colegio Belga le ocupaban la mayor parte de las vacaciones escolares entre octubre y enero.

¿A quién tenemos que creer, especialmente con respecto a estas últimas observaciones? La educación de Rigoberta es algo innegable, pero a algunos lectores les parecerá inverosímil que no haya tenido conexión alguna con la izquierda. Los estudiantes procedentes de medios rurales hacían de puente entre los campesinos y los intelectuales urbanos, muchas veces a través de la Iglesia Católica.{2} ¿Pudiera ser que las compañeras de colegio que entrevisté supieran más que lo que me quisieron decir? ¿O que ignoraran los compromisos de Rigoberta? ¿O que le guardaran rencor por algo? Sus actitudes hacia ella fueron muy diversas. Las que estaban familiarizadas con Me llamo Rigoberta Menchú se sentían dolidas o perplejas de que negara sus años en común, mientras que otras no sabían nada de la omisión hasta que yo les dije. Dos de ellas resentían la talla que había alcanzado Rigoberta, otra estaba asombrada, y las demás se encontraban en un punto intermedio. Sin embargo tenían muchos recuerdos en común, sobretodo el régimen estricto del internado, a partir del cual llego a la conclusión de que Rigoberta estaba relativamente aislada en cuestión política.

La trayectoria académica no reconocida de Rigoberta proporcionó las bases para su testimonio de 1982, donde dice que es el movimiento revolucionario quien la sacó a México. Detectada por los soldados en “un pueblito de Huehuetenango,” se esconde en una iglesia. De allí huye a la capital, donde busca refugio con unas monjas insolidarias que la explotan como criada, la prohiben que hable con las estudiantes y la alimentan con los restos de sus platos. También la obligan a servir a un refugiado nicaragüense que resulta ser colaborador de la policía secreta. Luego de quince días de malos tratos y paranoia, sus compañeros del movimiento revolucionario, no de la Iglesia Católica, la sacan en un avión para México.{3}

Recientemente, sin retractarse de nada, Rigoberta ha cambiado su historia en puntos que coinciden con el testimonio de sus compañeras de estudio. “Gracias a mi contacto con los religiosos”, informó al semanario guatemalteco Crónica, “salí del país a mediados de 1980, y tuve la oportunidad de participar en la conferencia de obispos de América, en Oaxaca, México, a la cual asistían grandes personalidades como Samuel Ruiz [obispo de Chiapas] y el obispo [de Cuernavaca] Méndez Arceo. Yo todavía hablaba el español a medias, y tal vez la gente entendió mi mensaje por la angustia y la desesperación que me aquejaban. Esa vez sólo hablé del dolor que experimentaba por la muerte de mis padres. Fue un testimonio que tocó la sensibilidad de muchos obispos, a tal punto que cada uno me quería llevar para su país, pero yo me quedé con Samuel Ruiz, en Chiapas, y, por vez primera, me olvidé temporalmente del trauma que llevaba conmigo. Luego, mis compañeros del CUC me fueron a buscar y volví a Guatemala a principios de 1981. A finales de ese año, salí de nuevo al exterior para hablar en una conferencia de cristianos, en Nicaragua, y ya no pude volver.”{4}

Rigoberta sigue situando sus comienzos como militante del CUC a finales de los 70, y sigue omitiendo su periodo escolar. Pero atribuye su huida de Guatemala a la ayuda de la Iglesia Católica, no de los compañeros revolucionarios, y la sitúa en 1980 y no en 1981. En lugar de permanecer en Guatemala hasta mediados de 1981, cuando es obligada a exiliarse por primera vez, su nueva cronología indica que abandonó Guatemala a mediados de 1980, regresando a principios de 1981, se queda durante la mayor parte del año y después se embarca en su labor internacional. Si después integramos al cuadro el periodo escolar de Rigoberta, que ocupa la mayor parte de su tiempo hasta mediados de 1980, parece muy improbable que se uniera al movimiento revolucionario antes de irse al extranjero.

¿Entonces cuándo y cómo se afilió? En México Rigoberta formaba parte de las decenas de miles de guatemaltecos que buscaron refugio en el estado de Chiapas. El altiplano de Chiapas, que perteneció a Guatemala hasta 1824, está poblado con mayas y se parecía a la tierra de Rigoberta más que ningún otro lugar de exilio. A diferencia de los refugiados hambrientos que huyeron al otro lado de la frontera y que pasaron más de una década en los campos de refugiados, Rigoberta voló a la capital de México acompañada por una monja católica. En cuestión de días, impresionó a una reunión de obispos católicos y fue acogida en el hogar de un campeón de la teología de la liberación, Monseñor Samuel Ruiz.

Ruiz residía en la ciudad colonial de San Cristóbal de las Casas. Su hermana, Doña Lucha, trató a Rigoberta como si fuera una hija, según la reciente autobiografía de esta última. La futura laureada se convirtió en un miembro activo de la casa episcopal. Incluso organizó una fiesta de cumpleaños para el obispo y escribió un poema en su honor. Trató de encontrar ayuda económica para proseguir sus estudios, recuerda un miembro de la diócesis, y daba pláticas en la Nueva Primavera, una escuela dirigida por una orden mexicana llamada las Hermanas del Divino Pastor. Las monjas impartían a las jóvenes campesinas cursos mensuales de alfabetización y enfermería. Puesto que Rigoberta procedía de un ambiente similar, su función era la de reforzar el paradigma de concientización del programa: es decir, que las estudiantes estaban oprimidas pero que podían recibir una educación y unirse a otros para cambiar la sociedad. Al igual que la conferencia episcopal a la que había asistido, la vida en San Cristóbal era otra oportunidad para que Rigoberta contara su historia.

También era un semillero de intrigas revolucionarias. Cuando los campesinos guatemaltecos empezaron a desbordar la frontera, Ruiz y su diócesis fueron los primeros en prestarles su ayuda. Su proximidad con la frontera también hacía de Chiapas una base logística para la guerrilla guatemalteca. Para bien o para mal, dependiendo de los diferentes puntos de vista, los insurgentes lograron convertir el apoyo diocesano a los refugiados en una línea de suministros. Se puede acusar a Ruiz de complicidad pero, como suele pasarles a los obispos, estaba en una situación difícil. Como obispo de Chiapas, administraba una de las diócesis más violentas y atrasadas de México. Siendo defensor de los pobres, había contratado a izquierdistas urbanos para poner en práctica sus proyectos en las comunidades indígenas y protegerlos de los conservadores (uno de estos grupos habría de convertirse en los 90 en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional). Con el ejército guatemalteco destrozando todo a su paso al otro lado de la frontera, los militantes de su personal tenían poderosos argumentos morales a su favor. Si según la tradición católica alguna vez ha habido una guerra justa, la Guatemala de principios de los 80 parecía satisfacer todos los requisitos.

Para una refugiada como Rigoberta, habría sido difícil mantenerse al margen. Puesto que las redes de la guerrilla en México eran ilegales y clandestinas, incorporarse a ellas no era motivo de anuncio público. Tampoco se harían muchas preguntas cuando Rigoberta comenzó a desplazarse en misiones políticas. En un ambiente solidario como el de San Cristóbal de las Casas a principios de los 80, la actitud recetada hacia las afiliaciones clandestinas es la de una estudiada despreocupación, puesto que todos los implicados tienen que mantener una negativa convincente. Siendo admiradores de la revolución sandinista en Nicaragua, hubiera sido insólito que Ruiz y sus seguidores se opusieran.{5}

Cuando Rigoberta contó su historia en París, en 1982, remontó su carrera política a una época mitológica de militancia campesina. Cuando volvió a contar su vida, quince años más tarde en La nieta de los Mayas, omitió las referencias a su participación en el movimiento revolucionario. Pero una lectura cuidadosa de su testimonio de 1982 sugiere cómo pudo haberse incorporado a la red revolucionaria en Chiapas. En París Rigoberta alabó la conciencia revolucionaria de una de sus hermanas, que se unió a la guerrilla sin el conocimiento de sus padres a la edad de ocho años, que sermonea a Rigoberta sobre la necesidad de ser estoicos y que, después de la muerte de su madre, regresa a Chimel para poner a su hermana más pequeña a salvo en México. En un pasaje muy sugerente, casi al final de Me llamo Rigoberta Menchú, la narradora ha llegado a México y se siente desorientada cuando en ese momento recibe la visita de unos compañeros que acaban de llegar de Guatemala. Para su sorpresa y alegría, entre ellos se encuentran sus dos hermanas pequeñas, Ana y Rosa. Luego de un encuentro familiar, cada una de las tres elige una organización y regresa a Guatemala. Mientras sus hermanas parten a la montaña con la guerrilla, Rigoberta (que, según su testimonio, ha estado con el CUC hasta ahora) se decide por una nueva organización llamada Cristianos Revolucionarios Vicente Menchú.{6}

A decir de las fuentes de Chimel anteriormente mencionadas, Ana y Rosa permanecieron junto a su madre hasta que ésta fue secuestrada. Entonces, al igual que tantos otros huérfanos, parece que fueron adoptadas por el Ejército Guerrillero de los Pobres. Reunirse con ellas en México tuvo que ser una experiencia poderosa para Rigoberta, y posiblemente una decisiva, también. Una persona que conoció a las dos hermanas en México recuerda que efectivamente eran muy jóvenes (tenían unos doce y catorce años) y muy militantes, mucho más que la propia Rigoberta. Con sus otros hermanos atrapados en Uspantán, la única familia que Rigoberta estaba segura de haber dejado eran Ana y Rosa. Es por esto que yo sospecho que fue a través de las dos huérfanas, que participaban activamente en el EGP, que se afilió la tercera. Si así fuera, su primera experiencia como cuadro revolucionario en Guatemala se remonta a principios del otro año, es decir, 1981.

“Se hicieron una serie de barricadas; se pusieron una serie de bombas de propaganda, se hicieron mítines relámpago. Eso porque cada actividad tenemos que sacarla en un minuto, dos minutos, porque sino implicaría una masacre para el pueblo. Así fue como organizadamente a la misma hora se abrieron las barricadas, se pusieron las bombas de propaganda, y se hizo el mitin... Hicimos llamadas telefónicas en cada una de las fábricas, diciendo que se encontraban bombas de alta explosión y que serían los responsables de la vida de tantas personas... Un compañero puso una caja con antenas que tenía la misma forma de una bomba de alto explosivo. La había puesto cerca de un edificio, en donde la gente podía verla. Entonces, la policía llegó escandalosamente.” –Me llamo Rigoberta Menchú, págs. 257-258 (ed. Arcoiris).

A finales de 1980, cuando sostengo que Rigoberta se incorporó al movimiento revolucionario, éste estaba alcanzando su apogeo. El Ejército Guerrillero de los Pobres esperaba una insurrección masiva, como la que había derrocado al régimen de Somoza en Nicaragua. El Comité de Unidad Campesina estaba colaborando abiertamente con el EGP. Se definía como “una organización revolucionaria de masas de los trabajadores del campo” cuya tarea era la de “concientizar, politizar para que los campesinos participen masivamente en la guerra popular”. Sus tácticas incluían “sabotajes, bombas de propaganda, bloqueos de carreteras, barricadas, hostigamientos a orejas y esbirros, quema de buses, etc.; todas ellas enmarcadas dentro de la estrategia de la incorporación masiva del pueblo a la guerra popular”.{7}

Durante estos primeros años, debe seguirse la carrera política de Rigoberta a través de coaliciones cambiantes, frentes y disfraces de una insurgencia que luchaba por su vida. Las organizaciones guerrilleras estaban tratando de reunir un movimiento popular más amplio que, simultáneamente, obedeciera sus instrucciones, ampliara su convocatoria y resistiera a la feroz represión. En 1979, sindicalistas, campesinos, estudiantes, activistas de la iglesia y políticos social demócratas habían organizado el Frente Democrático Contra la Represión. Puesto que incluía un amplio abanico de la izquierda legal, el FDCR estaba dividido por debates desesperados acerca de cuál debía ser la reacción ante el terrorismo estatal. ¿Deberían las bases ceñirse a la ley o tendrían que convertirse en frentes de la guerrilla? Aunque algunos predecían que incorporarse a la guerrilla resultaría en una destrucción inmediata, el CUC era uno de los grupos que desconfiaban de la “falta de seguridad y autodefensa” de la coalición, separándose en 1980 y optando por la vía de la guerrilla.{8}

Los desacuerdos con el FDCR obligaron a las organizaciones armadas a organizar su propio frente popular. En la misma época en la que Rigoberta regresó a Guatemala, en el primer aniversario de la quema de la embajada española (31 de enero de 1981), tres organizaciones se anunciaron públicamente y se unieron al CUC en una nueva coalición. Cada uno de los nuevos grupos adoptó el nombre de un mártir de la embajada. Eran el Núcleo de Trabajadores Revolucionarios Felipe Antonio García, que decía tener mil quinientos miembros; el Comité de Barrio Trinidad Gómez Hernández, que decía tener 150 miembros; y los Cristianos Revolucionarios Vicente Menchú, que decía tener cuatro mil miembros. Junto con dos organizaciones preexistentes, el CUC (que afirmaba tener seis mil miembros) y el Frente Estudiantil Revolucionario Robin García (que decía tener quinientos miembros), formaron el Frente Popular 31 de Enero (FP-31).{9}

La idea era usar la imagen del martirio para movilizar a las masas para una insurrección. Según los manifiestos del FP-31, la guerrilla era la vanguardia incuestionable del pueblo guatemalteco y la guerra revolucionaria popular era la única vía para que el pueblo avanzara. Según las declaraciones del frente, los miembros del FP-31 no pertenecían a las organizaciones guerrilleras, pero sus objetivos políticos eran los mismos. Puesto que no todo el mundo podía incorporarse a la guerra de guerrillas, ni tampoco había armas para todos, las masas tendrían que aprovechar su fuerza numérica. Las formas resultantes de lucha paramilitar ayudarían a establecer un gobierno revolucionario popular. Según los Cristianos Revolucionarios Vicente Menchú, sus miembros ejercitarían “abiertamente la violencia justa de los oprimidos en contra de quienes impidan la construcción del Reino de Dios”.{10}

Si el potencial de Rigoberta fue reconocido de inmediato, éste pudo haber sido uno de los motivos para nombrar toda una organización en honor de su padre. A veces se la describe como una fundadora de los Cristianos Revolucionarios.{11} Sin embargo, Me llamo Rigoberta Menchú no hace ninguna referencia en este sentido. Es más, si no se incorporó al movimiento revolucionario hasta finales de 1980, habría sido neófita cuando se estableció el frente. En cuanto a qué motivó que los Cristianos Revolucionarios adoptaran el nombre de su padre, la razón pudo haber sido porque había recibido al EGP en su aldea, o porque había sido el tipo de catequista que la guerrilla quería reclutar, o porque había dirigido a los campesinos que murieron en la embajada.

Si Rigoberta era una novicia revolucionaria, una más de los cientos que se unieron al movimiento en 1980, ¿qué pudo haber hecho por él? Apartada en un internado, no pudo ser una de los militantes del CUC que se sumaron a la fuerza laboral de las fincas e impulsaron las huelgas de febrero de 1980, tal como afirma en Me llamo Rigoberta Menchú.{12} Pero si su carrera empezó un año después, pudo haber formado parte del infructuoso esfuerzo por organizar más huelgas. Para una persona que no había conocido la vida de las fincas durante sus primeros veintidós años, el impacto de una primera experiencia explicaría sus descripciones elocuentes del sufrimiento en ellas. En 1981 es posible que Rigoberta también participara en la autodefensa comunitaria del altiplano que su crónica sitúa improbablemente en Chimel varios años atrás. Sus descripciones de la autodefensa en las aldeas son minuciosas, pero también son tan triunfalistas que se parecen a la descripción ideal de lo que se supone que sucedió y no de lo que realmente sucedió.

Siendo la hija de un héroe revolucionario, en cuyo honor acababan de nombrar a un nuevo frente, el escenario más plausible para Rigoberta era la capital. En 1982 utilizó la forma verbal del presente para referirse a si misma como delegada de la red revolucionaria, que viajaba constantemente entre la capital y los departamentos. En la medida en que los Cristianos Revolucionarios y el Comité de Unidad Campesina eran estructuras separadas de la red FP-31, ella habla de si misma trabajando para los Cristianos Revolucionarios en lugar de para el CUC.{13} “Pensé mucho si regresaba al CUC, pero me di cuenta que en el CUC habían suficientes dirigentes, suficientes miembros campesinos y, al mismo tiempo, muchas mujeres que asumen tareas en la organización. Entonces, yo opté por mi reflexión cristiana, por los Cristianos Revolucionarios, 'Vicente Menchú.' No es porque sea el nombre de mi padre, sino porque es la tarea que me corresponde como cristiana, trabajar con las masas. Mi tarea era la formación cristiana de los compañeros cristianos que a partir de su fe están en la organización. Es un poco lo que yo narraba anteriormente, que yo fui catequista. Entonces, mi trabajo es igual que ser catequista, solo que soy una catequista que sabe caminar sobre la tierra y no una catequista que piensa en el reino de Dios solo para después de la muerte”.

Debido a su educación católica, que incluyó una dosis de teología de la liberación de la diócesis de Chiapas, reclutar catequistas para el movimiento revolucionario era la tarea para la que mejor preparada estaba Rigoberta. Los argumentos bíblicos a favor de lucha armada son un rasgo evidente de Me llamo Rigoberta Menchú y forman parte de su atractivo entre la izquierda cristiana. Asimismo, el contraste entre la “iglesia de los pobres” y la “iglesia de los ricos” formaba parte del repertorio que usaban los cuadros contra el clero católico que desalentaba a sus parroquianos de unirse a la guerrilla.{14} Dichas referencias sitúan a Rigoberta y su testimonio en medio del debate central de la Iglesia católica de finales de los 70 e inicios de los 80: la conveniencia o no de apoyar a los movimientos guerrilleros que tanto se habían aprovechado de sus líderes y programas de base.

Lo que Rigoberta minimizó en 1982 fue lo malo que había sido el año anterior para la red revolucionaria de la capital. Con las fuerzas de seguridad arrastrando a los sospechosos a muertes espantosas, la vida consistía principalmente en elaboradas precauciones de seguridad. La confusión y la derrota surgen en su nueva autobiografía de 1997. Con compañeros desapareciendo, unos secuestrados, otros ocultos, los que permanecen tienen terror a ser capturados y torturados. Luego, Rigoberta y sus hermanas Ana y Rosa cometen un terrible error. Cuando rentan un camión para mudarse a una nueva casa segura, se olvidan de cerrar una caja, de la que más tarde caen unos panfletos políticos. El conductor del camión palidece y la posibilidad de que las traicione da al traste con la nueva ubicación. Sus camaradas del CUC les dicen que están “muy quemada” y se niegan a darles otro lugar para vivir. Incapaces de arreglárselas en la capital por si solas, Ana y Rosa regresan a El Quiché para sumarse a la guerrilla, mientras que Rigoberta, que se siente culpable por alejarse de sus hermanas, viaja por tierra a Nicaragua donde se convierte en refugiada oficial de las Naciones Unidas. A juzgar por la única referencia al tiempo de duración de su estancia, estuvo en Guatemala “pocos meses” antes de verse obligada a irse.{15} Según otra fuente, Rigoberta pudo haber pasado gran parte de 1981 en Chiapas con la diócesis católica.

Hay una observación final que puede parecer perversa, en vista de la atención que Rigoberta presta al CUC en su testimonio de 1982 y de la que yo también hago eco. Es posible que no perteneciera al Comité de Unidad Campesina hasta que le contó su historia a Elizabeth Burgos. En diciembre de 1981 el revolucionario Noticias de Guatemala publicó el primer testimonio de Rigoberta que yo haya podido encontrar. En él explica la historia de su padre, y de ella misma como representante de los Cristianos Revolucionarios, sin hacer referencia alguna al CUC. Si no es posible vincular a Vicente con el CUC, si Rigoberta estuvo en un internado hasta 1980, y si sus hermanas se sumaron a la revolución a través del Ejército Guerrillero de los Pobres, no hay conexión verificable entre Rigoberta y el CUC hasta que ella misma la menciona en París, en enero de 1982.{16} Lo que convierte al CUC en un punto de referencia esencial no es que fuera la cuna de la carrera de Rigoberta. Es, más bien, cómo trató ella de conectar la experiencia idiosincrásica de su comunidad con la narrativa nacional que era presentaba por las fuerzas revolucionarias

“La estrategia de la generalización de la guerra tendía a transformar los conflictos sociales y políticos en enfrentamientos armados... La lógica de la guerra popular condujo a la asfixia del movimiento social.” –Yvon Le Bot, La guerra en Tierras Mayas, pág. 262.

El mismo año en que Rigoberta regresó de México para sumarse a la rama política de la insurgencia, en 1981, ésta alcanzaba en su punto álgido en el altiplano occidental. La razón principal fue un flujo de reclutas procedentes de los sindicatos, las iglesias y las organizaciones campesinas que estaban siendo aplastadas por el gobierno. Los sobrevivientes engordaron las filas de la guerrilla, pero lo hicieron por muy poco tiempo, ya que las redes de base necesarias para apoyarles habían sido destruidas. Para explicar el desastre, las crónicas de la solidaridad normalmente se refieren a la ferocidad del ejército. Pasan por alto una estrategia guerrillera que dependía de convertir a civiles desarmados en objetivos militares, frente a un enemigo conocido por su crueldad.

“Con el desarrollo de un trabajo de masas”, explicó el comandante en jefe del EGP, Rolando Morán, a Marta Harnecker, “tenemos una mayor fuente de combatientes. Las organizaciones de masas pueden realizar tareas de la guerra que no corresponden a las fuerzas guerrilleras. Esto complementa sus otras funciones y les prepara para ser combatientes regulares. Lo mismo está ocurriendo entre los indígenas, que en este momento se han sumado definitivamente a la revolución. En nuestras zonas hay decenas de miles de indígenas trabajando con el EGP y totalmente conscientes de ello. El CUC forma un comité secreto en una comunidad, desarrolla allí trabajo educativo hasta que ganan a una mayoría de la población y les incorporan a nuestro trabajo”. No todas las organizaciones de masas estaban armadas, continuó Morán, pero tenían grupos de autodefensa que eran “la semilla y el puente entre las masas y la guerrilla”.{17}

En la época en la que Morán presentó esta escena a Harnecker, desde el exterior del país en 1982, la realidad en Guatemala era un paisaje de corredores vacíos, aldeas quemadas y tumbas improvisadas. En la capital, la radicalización del movimiento sindical culminó con una manifestación masiva el 1 de mayo de 1980. Mientras se dispersaba, las fuerzas de seguridad secuestraron a docenas de manifestantes de las calles. Dentro del Comité Nacional de Unidad Sindical, las luchas sectarias sobre cómo incorporar a los trabajadores urbanos a la lucha armada fueron responsables de los dos secuestros más devastadores de la historia del movimiento obrero. En dos ocasiones sucesivas, las fuerzas de seguridad atraparon y “desaparecieron” a un total de cuarenta y cuatro líderes sindicales, cuyas reuniones fueron delatadas por un informante de uno de los grupos guerrilleros.{18} En este punto, el movimiento obrero urbano virtualmente desapareció. No deseando morir y dejar a sus familias sin proveedores, la mayoría de los cuadros y filas abandonaron la actividad sindical. Muchos de los líderes sobrevivientes marcharon al exilio. Sólo aquellos que tenían más espíritu de sacrificio se unieron a las lucha armada. En la Costa Sur, la represión que siguió a las huelgas de 1980 lideradas por el CUC eliminó de las fincas a los sindicatos, una ausencia que persiste en la actualidad.{19} La idea de que los sindicatos podrían convertirse en plataformas de la insurrección los había empujado a un enfrentamiento contra el estado que les destruyó.

En el altiplano, las implicaciones de la estrategia guerrillera fueron igualmente devastadoras para los activistas de base. Incluso si las organizaciones no hubieran sido infiltradas por el EGP, el simple hecho de hacer trabajo comunitario en un área donde estaba activa la guerrilla era letal. “Era pánico, todo empezó a venirse abajo en octubre de 1981”, le dijo un sacerdote católico al periodista Phillip Berryman. El padre se había ido “a las montañas y estuvo presente durante un ataque masivo del ejército. Durante varios días, mientras persistió el ataque, se ocultó en el monte. Al tener oportunidad de ver cómo operaba el EGP, se desencantó. Cuando los habitantes arriesgaron su vida para capturar armas al ejército, el EGP, se retractó de su palabra y tomó las armas, dejando a la gente más expuesta. Debido a la traición de alguien del movimiento, el ejército lanzó un ataque sorpresa y estuvo a punto de capturar a un comandante importante. La guerrilla consiguió escapar, pero abandonaron al sacerdote, al que habían confiado responsabilidades, y a los aldeanos. Tres semanas después el EGP escoltó al sacerdote fuera de la región. Más tarde él se percataría de que las luchas internas estaban debilitando a la insurgencia”.{20} A medida que el ejército diezmaba sus bases de apoyo, la guerrilla se vio obligada a “enterrar las armas y las municiones por falta de combatientes que las usaran”.{21}

Involucrar a las organizaciones populares en la guerrilla fue un desastre. Al infiltrar el movimiento campesino y movilizarlo, la guerrilla provocó una represión feroz. Sus columnas militares crecieron temporalmente, a partir de los sobrevivientes de las aldeas que no tenían otro refugio donde dirigirse, pero la “base popular” de la cual ellos habían esperado un flujo estable de maíz y jóvenes fue hecha pedazos. Para 1982 es tan poco lo que queda del CUC que sólo sobrevive como una organización en el exilio. De las treinta personas que lo fundaron en 1978, no sobrevivían más que seis. Dejaron de salir las publicaciones de la organización.{22} En Guatemala, la pregunta, “Dónde están las gentes de CUC?” se convirtió en un reproche.{23} Los líderes sobrevivientes perdieron el contacto con las bases, que les repudiaban y se sometían al reclutamiento forzoso para las patrullas civiles del ejército. Sólo en el extranjero podían los líderes del CUC permanecer activos, apelando a la solidaridad internacional para un movimiento popular que ya no existía.

Notas

{1} Burgos-Debray 1984:120, 161.

{2} Según las palabras del cura párroco: “Las personas que estaban detrás del movimiento revolucionario eran jóvenes indígenas que habían recibido una educación, a menudo gracias a las becas de la iglesia. Se habían vuelto muy marxistas”. (Clerc 1980b).

{3} Burgos-Debray 1984:232-242 (262 Arcoiris) Para otras referencias veladas a su etapa escolar en Huehuetenango, véase Burgos-Debray 1984:184 e Iglesia Guatemalteca en el Exilio 1982:36.

{4} Blanck 1992, tal como se reitera en Menchú et al. 1998:231-245.

{5} Para un retrato fascinante de Ruiz, especialmente de sus complicadas relaciones con los Zapatistas y su rebelión de 1994, véase De la Grange y Rico 1998:259-289.

{6} Burgos-Debray 1984:236-237, 242-244. En su autobiografía de 1997 Rigoberta proporciona una versión nueva de su reunión con sus hermanas. Ahora sólo son dos huérfanas, y no reclutas de la guerrilla, que son rescatadas por familiares y clero y llevadas a su lado por el obispo Ruiz seis meses después de su llegada. Después de pasar las Navidades juntas en Chiapas, las tres hermanas van dos semanas a la Ciudad de México. Allí conocen a Alaíde Foppa, que las entrevista, y a Bertha Navarro, que las filma (cf. Foppa 1982). Sólo más tarde, después de regresar a Guatemala y a sus camaradas del CUC, se incorporan las dos hermanas a la guerrilla (Menchú et al. 1998:210-211, 231-245).

{7} Frente Popular 31 de Enero 1982:16-18.

{8} Black et al. 1984:114-115 y Le Bot 1995:157, 194.

{9} Latin America Regional Report: Mexico and Central America, 12 de febrero 1982, citado en Black et al. 1984:115.

{10} Carta de dos páginas de un comunicado del FP-31, fechado el 29 de febrero de 1982, dirigido a “estimados compañeros” y acogiendo la formación de la URNG. Entrevista con Fernando González, del Núcleo de Trabajadores Revolucionarios, por Harry Fried, “Popular Front Grows in Guatemala”, Guardian (New York), 19 de agosto de 1981, pág. 13. Frente Popular 31 de Enero, “Proclama Internacional” 2 págs., aparentemente enero de 1981. Manifiesto de Cristianos Revolucionarios 'Vicente Menchú', 2 págs., enero de 1981.

{11} Por ejemplo, “The Guatemalan Reality: Interview with Rigoberta Menchú”, Eagle Wing Press (Naugatuck, Conn.); octubre de 1982, págs. 1-ss.

{12} Burgos-Debray 1984:228-229.

{13} En la práctica, los cuadros que dirigían estos grupos reportaban a la “organización”, es decir, al EGP. Los Cristianos Revolucionarios y el FP-31 no aparecen en la autobiografía de Rigoberta de 1997, La nieta de los mayas. En vez de ello, se presenta como integrante del CUC.

{14} Burgos-Debray 1984:130-135, 234, 245-246. (págs. 269-70, Arcoiris.)

{15} Menchú et al. 1998:243-245.

{16} Noticias de Guatemala 1981. Bajo el seudónimo “Guadalupe”, Rigoberta habla de ella misma como miembro del CUC en una entrevista de radio con Alaíde Foppa, en la Ciudad de México, en diciembre de 1980. A juzgar por una transcripción parcial, Rigoberta lo hizo en respuesta a la insistencia de la entrevistadora (Foppa 1982 y Menchú et al. 1998:240-241). Para más detalles de la entrevista, véase el capítulo 14.

{17} Harnecker 1982:11.

{18} Para la destrucción del movimiento obrero urbano y la contribución de la guerrilla en su caída, véase Levenson-Estrada 1994:165-171; Asociación de Investigación y Estudios Sociales 1995:617-658; y Le Bot 1995:153-160.

{19} A partir del punto álgido de la represión, según la investigación de Liz Oglesby (1997), los administradores han logrado cerrar las fincas a los sindicatos recurriendo a técnicas de las relaciones humanas tales como los grupos de foco. Entretanto, la mecanización ha permitido a las fincas aumentar la productividad de los trabajadores y reducir su número.

{20} Versión en borrador (1991) de Berryman 1994:114-115.

{21} Castañeda 1993:92.

{22} Menchú y Comité de Unidad Campesina 1992, traducido por Sinclair 1995:63.

{23} Le Bot 1995:178.

© 1999-2002 David Stoll · © 2002 nodulo.org