Iñigo Ongay, El padre Barbado y la psicología experimental, El Catoblepas 6:15, 2002 (original) (raw)

El Catoblepas
El Catoblepasnúmero 6 • agosto 2002 • página 15
Libros

Iñigo Ongay

En torno al libro de Manuel Barbado OP, Introducción a la Psicología Experimental, CSIC, Madrid 1943 (segunda edición aumentada, original de 1928)

«¿Será posible que los aborrecidos y calumniados escolásticos, los llamados prototipos del apriorismo y de la especulación en el vacío, vengan a dar lecciones de empirismo a los psicólogos modernos? Para hablar de esta y otras curiosas paradojas daremos ahora la palabra a la historia, la cual es maestra, no sólo de la vida, sino también de la ciencia» (pág. 87)

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Podría llamar a la sorpresa el hecho que una «revista crítica del presente» como lo es El Catoblepas preste acomodo entre sus páginas a una recensión referida a un libro aparecido originalmente nada menos que en 1928; hace ya por lo tanto, más de siete décadas. Esta impresión de extrañeza se verá tal vez acrecentada como por obra del olvido institucional que pesa desde hace al menos veinticinco años –justamente desde los gloriosos comienzos de nuestra partitocracia «europea» y «noratlántica»– sobre la obra y la figura del autor de los títulos en cuestión, un personaje como el padre dominico Manuel Barbado Viejo, cuya producción, sin embargo, alcanzó una longitud y una solidez que acaso justificaría por sí misma que nuestro psicólogo no fuese en ningún caso un desconocido en nuestra patria ni tampoco fuera de ella. Sea como sea, lo cierto es que la propagandística interpretación que de la historia reciente de la filosofía y de la ciencias en España ha terminado por prender en los manuales (el «yermo páramo» de J. L. Abellán) y en las aulas en gracia a los esfuerzos de los «filósofos» e «intelectuales» oficiales de la democracia coronada, ha podido operar con eficacia también en este punto, sepultando de este modo en el silencio a tantas personalidades cuya competencia exige a nuestro parecer, sin duda ninguna, mejor trato. Y todo ello plantea desde luego la perentoria necesidad de una suerte de urgente rescate reinterpretativo que contribuya en la medida en que sea posible a poner las cosas en su sitio, separando críticamente por así decir, «el grano de la paja». Es claro que esta labor excede con mucho la modestia de la párvula reseña que planteamos y no es este tampoco el lugar más propicio para practicar una reconstrucción de envergadura tan ambiciosa –y que por otro lado ya se está acometiendo desde la perspectiva del materialismo filosófico–, tampoco es nuestra intención desde luego movilizar nuevamente añadas reyertas entre los «antiguos» y los «modernos» desde el punto de vista de cualquiera de los dos lados de la trinchera; en este caso vamos a plegarnos al comentario generalísimo del libro mencionado tratando de hacerle la debida justicia así como de poner de relieve convenientemente sus múltiples puntos de interés.

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Natural de La Cortina (Pola de Lena, Asturias) el padre Manuel Barbado (1884-1945) se incorporó muy joven, como era por entonces usanza, a la Orden de los Predicadores, dedicándose a lo largo de toda su vida con minucioso tesón a los estudios filosóficos y científicos. En la década de 1920, radicado a la sazón en Roma en calidad de profesor de Psicología Experimental del Colegio «Angelicum», Barbado publicó en revistas como Angelicum, Xenia Thomistica, o La Ciencia Tomista toda una serie de artículos dedicados a cuestiones relativas tanto a la psicología experimental como a la psicología racional, que merecen ser leídos aunque sólo sea por su brillantez verdaderamente envidiable, su enciclopédica erudición y su profundidad –cualidades todas ellas que deben sernos desde luego muy caras pero que tan escasas se muestran en nuestros días–. De entre los aparecidos en La Ciencia Tomista destacan trabajos tales como «Boletín de Psicología Experimental» (nº 69, volumen 23, 1921, págs. 377-405), «Boletín de Psicología Experimental (conclusión)» (nº 70, volumen 24, 1921, págs. 80-109) (en la década anterior los interesantes boletines de psicología incluidos en La Ciencia Tomista habían corrido a cargo del docto dominico fray Sabino Lozano), «Ideas viejas y palabras nuevas» (nº 79, volumen 27, 1923, págs. 5-17), «La conciencia sensitiva según Santo Tomás» (nº 89, volumen 30, 1930, págs. 169-203), «Desarrollo actual de algunos problemas de psicofisiología cerebral» (nº 217, 1945, págs. 241-287) o «Distinción específica de los sentidos térmicos» (nº 219, 1946, págs. 294-349) . Desde 1940 Barbado añade a sus ocupaciones docentes la regencia del Instituto Luis Vives de Filosofía y del San José de Calasanz de Pedagogía, anejos ambos al recién creado Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En la Revista de Filosofía que dicho Instituto comenzó a editar en 1942, el Padre Barbado publicó también un estudio fundamental cuyo moroso estudio supone un trámite verdaderamente obligatorio para todo aquel que se interese por tales cuestiones y que no podemos dejar de mencionar: se trata de «¿Cuándo se une el alma al cuerpo?», aparecido en el número 4 (1943) de la citada revista. En el seno de su restante producción ocupa un lugar muy señalado el tratado del que en esta ocasión damos noticia{1}.

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Concebido a la manera de manual generalista y propedéutico, Introducción a la Psicología Experimental salió a la luz originalmente en 1928 en la editorial Voluntad, siendo traducido inmediatamente al inglés, al francés y al italiano. En 1943 la obra conoce, en atención a su éxito, una segunda edición en lengua española convenientemente aumentada, que aparece como una referencia enteramente hábil en su momento para servir de base a un curso introductorio de historia de la psicología y de psicología experimental satisfaciendo por lo tanto con creces las pretensiones que podrían derivarse precisamente de su condición de manual . De este modo, y al decir del propio psicólogo español, Introducción a la Psicología Experimental vendría justamente a cubrir un vacío dejado por la ingente masa de tratados que sobre la materia de referencia habrían sido compuestos hasta la fecha –y nos atrevemos a sostener que en buena medida el vacío diagnosticado por Barbado sigue alimentándose con muchos de los libros que hoy se publican en torno a cuestiones psicológicas a resultas de la impericia filosófica de sus autores–.

«(...) el vacío –también es de rúbrica en estos casos hablar de vacío– que hemos notado, lo mismo en las Introducciones leídas que en los capítulos que a estas cuestiones suelen dedicar los tratados generales, es el siguiente: los más eruditos y mejor informados transcriben una cuantas definiciones de psicología, rechazan unas, aceptan otras o proponen una nueva, pero sin preocuparse lo más mínimo de ahondar en el profundo significado que estas fórmulas encierran, sin mostrar como son síntesis muy condensadas de amplias concepciones doctrinales, sin hacer ver que cada definición es la quinta esencia de todo un sistema filosófico.» (pág. 20)

En este sentido podría afirmarse que uno de los hallazgos más sobresalientes del libro de Barbado es la manera en que revierte muchos de los contenidos tratados a contextos filosóficos tradicionales (Aristóteles, Santo Tomás, Berkeley, Wolff, Hume) de indudable relevancia en el escudriñaje mismo de las ideas filosóficas que penetran el terreno de la psicología experimental; ello contribuye sin duda ninguna a distinguir el tratado de nuestro autor frente a aquellos que permaneciendo ansiosos por positivizar por completo un cerco categorial tan dudoso como el que a las disciplinas psicológicas conviene, se niegan obstinadamente a ver más allá de Skinner, de Tolman o de Piaget. Todo ello, por supuesto, ratifica la recia formación filosófico escolástica de Barbado (un erudito en buena ley, por si cabe hablar así, de los que explotan al máximo los rendimientos ofertados por sus apabullantes conocimientos, y no meramente un erudito «a la violeta» como hoy se estila en tantas y tantas ocasiones), así como su exhaustivo conocimiento de las ciencias naturales de su tiempo.

De otro lado, es preciso señalar que la profusa y pertinente exposición contenida en Introducción a la Psicología Experimental se detiene tanto sobre los problemas más significativos que tienen que ver con el estatuto gnoseológico de las ciencias psicológicas como sobre el desarrollo de la historia de la propia disciplina a la que se refiere el volumen. En lo que toca al primer orden de problemas –los implicados por un análisis gnoseológico del campo– Barbado acomete la tarea de perfilar sistemáticamente los contornos de las soluciones ofrecidas por las diferentes escuelas psicológicas y filosóficas (el aristotelismo, el vivismo, la psicología cartesiana o las posiciones de Berkeley o Hume, pero también las del neoidealismo italiano en la línea de Croce, las de Titchener, Loeb o el «behaviorismo» watsoniano) confrontando las mismas del modo más riguroso (sin desfigurar por lo tanto los verdaderos planteamientos de cada escuela) con las coordenadas esenciales de la psicología racional tomista y de la criteriología propia de la «filosofía perenne». De esta guisa, se suscitan problemas relativos al objeto –material y formal– y al alcance de la Psicología Experimental, al método más ajustado a las investigaciones psicológicas (el introspeccionismo frente a las « psicologías objetivas» o al método mixto escolástico), a la propia idea de «psiquismo» o a la delimitación del ámbito de la Psicología Experimental en contradistinción a otras ciencias y pseudociencias colindantes que se mantendrían eventualmente en polémica con aquella (así se procede al deslinde de la Psicología Experimental con respecto a la «metapsíquica», la sociología, la fisiología o la metafísica y en particular obviamente en relación a aquella rama de la metafísica especial que se conoce en la escuela como psicología racional). Además, Barbado traza un interesante esquema de división y clasificación de las diversas secciones que componen la Psicología en general y la Psicología Experimental en concreto, en base a la previa división de los «seres psíquicos» que se pretende investigar (Psicología General o Psicología Diferencial) así como en razón de los problemas a los que se trata de responder –_tantas ciencias como categorías-_-; por otro lado el filósofo asturiano tematiza la rúbrica de «Psicología Aplicada» reconociendo la pertinencia de secciones como la psicología profesional, la forense, la pastoral o la pedagógica.

Al margen de todo lo dicho esta introducción aborda por lo demás algunos problemas cruciales en torno a la naturaleza de los fenómenos psíquicos –a la ontología de las materialidades segundogenéricas diríamos nosotros– en sus relaciones con los fisiológicos y los físicos –con las materialidades primogenéricas–, sondeando las salidas diseñadas por las diferentes escuelas –los monismos de distinto signo, los dualismos, el paralelismo psicofisiológico &c.–, enfrentándose a los problemas «a la cara» con el instrumental ofrecido por las doctrinas del angélico doctor: la tesis de la composición de materia y forma en el compuesto y de la unidad substancial, la teoría de las facultades del alma y de las operaciones de las facultades, la ubicación fisiológica de las facultades, &c. La importancia capital de estos motivos ontológicos no es desde luego un secreto para nadie, y en esta línea el tratamiento arrojado por nuestro dominico representa un excelente material sobre el que practicar un análisis crítico de las diferentes posturas que se dibujan en torno a las diversas alternativas reductoras –formalismos primarios y secundarios– tabulables en el marco de la doctrina de los tres géneros de materialidad y su reductibilidad recíproca defendida por el materialismo filosófico. En definitiva, del proceder de Barbado nos dan buena pista sus propias palabras:

«No hay por qué ocultar que esta obra en el fondo es polémica, que tiende al triunfo de una idea, y las ideas como dice Croce, están siempre armadas de lanza y escudo, y el que quiere introducirlas entre los hombres debe dejarlas pelear.» (pág. 27)

Pensar es siempre pensar contra alguien, como reza el conocido lema, sin embargo:

«Pero nuestra polémica tiene carácter singular: casi nunca reñimos con los otros psicólogos, sino que observamos tranquilamente sus refriegas sin mezclarnos con ellas, y luego recogemos los despojos de la batalla, o sea las ideas que han resistido los golpes de los luchadores, si bien por las aristas desgastadas por los encontronazos.» (íd.)

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Una palabra acerca de la reconstrucción que de la historia de la Psicología Experimental configura Barbado Viejo en su tratado: dejando al margen los lugares clásicos a los que atinadamente esta tal reconstrucción regresa –se revisan con sólida competencia los planteamientos de figuras como Empédocles, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Galeno, Alberto Magno, Tomás de Aquino, Luis Vives, Leibniz, Maine de Birant _et alii_– es lo cierto que la obra comentada puede ser leída provechosamente también en este punto dado entre otras cosas que se ofrece en ella una ajustada composición de lugar del estado de maduración que las ciencias psicológicas habían podido alcanzar a la altura de la primera mitad del pasado siglo. Entre las concepciones y teorías de las que Barbado hace acopio a la manera de teselas en el trenzado de su mosaico no falta ni el asociacionismo ni la escuela escocesa, ni el psicoanálisis de Freud –interpretado de un modo tan original como contundente, como derivación final, asintótica de algunas tendencias implícitas en el asociacionismo– ni el conductismo de Watson y W. Douglas (el capítulo XIX dedicado al conductismo es, a nuestro juicio, justamente uno de los que presentan un análisis más fino de toda la obra), ni la «Gestalt», ni tampoco el mecanicismo de Loeb y Bethe, la reflexología o las mediciones psicofísicas realizadas – en la estela de Herbart– por Fechner y Weber en el siglo XIX. Mención aparte merece la exposición de la tradición psicológica clásica alemana y de las posiciones de la escuela wundtiana de Leizpig y su querella con las escisiones de Würzburgo y de París, la escuela de Brentano y sus hijuelas epigonales o el funcionalismo norteamericano – Angell, Cattell y socios–. Sin embargo, debemos subrayar que todas estas calas históricas en las que Barbado se entretiene no aparecen como una mera acumulación arbitraria de jalones eruditos yuxtapuestos indiscriminadamente, por el contrario, la forma expositiva termina por poner de relieve la concatenación establecida entre las escuelas y las tendencias: el libro incide, diríamos, sobre las junturas entre las mismas, los nexos y las fallas al calor de las cuales puede hacerse ver la medida en que unas teorías son consecuencia de las otras. Resulta en esta dirección esclarecedor el modo como la interpretación de Barbado consigue retrotraer –nada artificiosamente por cierto– los resultados rendidos por los desarrollos más recientes de las disciplinas psicológicas (los que eran recientes en el momento de publicación del trabajo y de los que Barbado se muestra conocedor tan consumado) hasta sus fuentes efectivas, sin por ello desconocer en modo alguno la importante novedad que tales desarrollos pueden comportar en ocasiones.

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No queremos terminar nuestra recensión sin hacer notar la medida en que la sola lectura atenta del libro presentado es de suyo suficiente para desentrañar las patrañas ideológicas tan prestigiosas como vanas que tanto ruido vienen haciendo en nuestros días. La aludida interpretación de la historia de la filosofía en España durante el franquismo, como una larga cesura de silencio y oscuridad, queda por completo comprometida –desarmada enteramente en realidad– en todo su maniqueísmo y su simpleza cuando se le somete a un análisis cotejador que tenga en cuenta las obras y los autores que en tal período circularon de hecho. El caso reside precisamente en que a pesar tanta ingenuidad interesada, a pesar de tanta estupidez satisfecha –y sin hacer por ello de menos tampoco los manuales de psicología experimental que en nuestros días se publican y se utilizan{2}–, el trabajo (éste y otros) del Padre Barbado constituye, todavía hoy, un torrente de útiles sugerencias de recomendable, cuando no obligada, consulta para cualquiera que pretenda estudiar en serio los problemas abiertos por el decurso de la historia de las disciplinas psicológicas evitando a todo trance simplismos e ingenuidades. No nos parece posible –ni tampoco necesaria– justificación mayor para esta breve reseña.

Notas

{1} Para un recorrido por la vida de Manuel Barbado en el que se da razón de sus textos más significativos ver, por ejemplo, la introducción de Fray M. Urbeda Purkiss OP a la compilación póstuma de los trabajos del dominico asturiano titulada Estudios de Psicología Experimental, 3 tomos, CSIC, Madrid 1946.

{2} Y que algunas veces se las traen, todo sea dicho. No mencionamos títulos.

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