Gustavo Morales, Prensa, Poder y Globalización, El Catoblepas 41:1, 2005 (original) (raw)
El Catoblepas • número 41 • julio 2005 • página 1
Gustavo Morales
Los grupos mediáticos no llegan a la mayor parte de la humanidad, pero sí a la totalidad de cuantos toman decisiones que modifican el mundo
Prensa y civilización
La civilización es la hija de la cultura, la técnica y del progreso. El endiosamiento del avance técnico, al desequilibrar su relación con otros factores civilizadores como educación, participación en la vida pública, &c., convierte al progresismo en contaminación de ideas y modos sociales. En esa contaminación juega un papel básico la prensa como, idea que repetiremos, «educación para adultos». El progreso, en tanto busca monopolizar el desarrollo humano como ídolo público, es uno de los monstruos que ha engendrado el sueño de la razón que nos representó Goya, un sueño que no admite otros factores como sentimientos, identidad, &c. La razón, asegura Joaquín Estefanía, en un determinado momento histórico de vacío teológico, convertida en abstracción de logos, deviene en caricatura de sí misma.
El rápido desarrollo llevó a Heidegger a definir la técnica como una máquina devastadora. Julián Marías nos recuerda que «la sociedad técnica ha situado a sus gentes en un nivel de adaptación muy superior (...) y se les antoja natural y hasta insuficiente»{1}. La informatización la exigen en las cocinas y es aceptada de forma natural en las oficinas. En pos de ese progreso sin barreras, las mayorías «adoptan una actitud moral de disfrute de ese mismo progreso, olvidando la palabra deber y sustituyéndola en todo caso por derecho, que reclaman como algo de su propiedad»{2}.
Pero la tecnología no es inocua. La revolución tecnológica ha traído una revolución moral, sustituyendo los valores cristianos, dice Octavio Paz, por «un nihilismo de signo opuesto al de Nietzsche, no estamos ante una negación crítica de los valores establecidos, sino ante su disolución en una indiferencia pasiva». El paso del guerracivilismo a la indiferencia. Paralelamente, los cambios se suceden. Los habitantes del mundo desarrollado están en una adaptación permanente para poder afrontar la incertidumbre, la complejidad de los cambios. Estos son los planteamientos del mundo desarrollado, cuya propia definición incorpora a la tecnología como protagonista. «Interpretar el mundo desde el punto de vista de la tecnología favorece a las naciones industriales, aunque solamente en un sentido analítico, al tiempo que se reconoce el hecho de que la parte no tecnológica del planeta se define a menudo en parámetros tecnológicos, es decir, como _subdesarrollado_»{3}. El auge de la técnica universaliza un modelo político y económico común a los países occidentales: la democracia parlamentaria y el mercado libre.
De forma paralela, se inicia la creación de una elite tecnológica. El modelo postindustrial genera renueva sus cuadros dirigentes. El poder fluye hacia quienes controlan las comunicaciones. Nuevas profesiones se acercan al poder por medio de su influencia en la vida laboral y social cotidiana.. «Dominan el maquinismo y los imperativos tecnológicos, en radical desacuerdo con toda la humanidad y los imperativos morales. Un proceso basado en la expansión continua acaba por aplastar todas las ideas dignas de una adhesión humana»{4}. El proceso tecnológico descansa sobre la productividad y la eficacia. El dato es esencial para explicar la importancia de los medios en el proceso de globalización y en la aceptación del mismo por una mayoría inerte. El símbolo de la globalización, la aldea global, ha venido por medio del desarrollo en las comunicaciones y el empuje de los medios de comunicación. A través de ellos se presentan modelos de comportamiento y traducciones de la realidad. «La presentación y el acceso a la realidad, tanto pública como privada, es obra de los medios (...) reformulan lo real en función de sus intereses, sus usos y sus valores»{5}
La letra
Las civilizaciones se desarrollan con la escritura, se anuncian con el tránsito de la comunicación oral a la palabra escrita. Hasta la invención de la imprenta, la cultura de toda sociedad se fundamenta principalmente en la transmisión oral. Víctor Hugo{6} destaca que los hombres escribían en piedra hasta la extensión de la imprenta, la arquitectura queda relevada por la literatura como arte hegemónico. La imprenta traerá la generalización del saber.
Las hojas de rutas marítimas acompañaron a las naves inglesas en la construcción de su imperio. Entre los siglos XVIII y XIX se generaliza el diario. Desde la Revolución francesa la prensa forma parte integrante de la arena pública, es la dueña del coso donde transcurre la fiesta multinacional.
Con el telégrafo y el teléfono desaparecen las distancias, se mantiene la transmisión oral y comienza la era de las comunicaciones inmediatas. Le sigue el primer gran difusor de comunicaciones: la radio. Libros, periódicos, teléfonos, radios... son todos elementos portadores de comunicación lingüística. Incorporan nuevas tecnologías en su momento. En Estados Unidos, la Western Union, que gozaba del monopolio del telégrafo, y la Associated Press, la primera agencia de noticias, se convirtieron enseguida en aliados naturales. Esta alianza influía en los periódicos porque era la AP quien establecía cuáles eran las noticias que había que dar y cuáles no. Hoy las cosas no han cambiado mucho, el 90 por ciento de la información que se produce en el mundo está generada desde Estados Unidos y Canadá donde se recopila y selecciona para transmitirlas a medios del mundo entero. «Mejoras radicales en la tecnología de la comunicación han hecho factibles y lucrativos los imperios de medios de comunicación de un modo que era impensable en el pasado»{7}. En el caso europeo, cinco empresas controlan la práctica totalidad de las televisiones terrestres no públicas.
Prensa e ideología
Max Horkheimer fija dos etapas del mundo burgués que marcan la instrumentalización ideológica de los medios de comunicación. En una primera fase, la burguesía ascendente difunde unos valores sólidos: religión, patria y familia, y unas virtudes, recogidas por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, como el ahorro, la responsabilidad, la decencia, &c. Cuando el desarrollo convierte el comercio en transnacional se pierden las virtudes burguesas para dejar paso al estilo cosmopolita. En la segunda fase, de gran expansión del capitalismo, cuando se hace apátrida, todos esos valores y virtudes son trabas de las que hay que librarse para impulsar la tercera ola postindustrial que anunció Toffler. Ya no es tiempo exclusivo de familias poderosas, sino de corporaciones, más o menos, anónimas cuyo único valor es la cuenta de beneficios. El Club de Roma, en 1991, reconocía «una pérdida general de los valores que anteriormente aseguraban la coherencia de la sociedad (...) consecuencia de una pérdida de fe (...) y una pérdida de confianza en el sistema político y en quienes lo dirigen».
La moral antigua, nos cuenta Aquilino Duque{8}, salta en pedazos y cede el paso a la sociedad tolerante. La burguesía hizo suyas las modas ideológicas y la indumentaria de la juventud respondona y convirtió sus ritos (conciertos, fiestas...), sus símbolos y su música en artículos de consumo. Recogió la información y la convirtió en publicidad: vaqueros, rebeldía JAP y el Che Guevara. Dice Duque que la gran frustración de la juventud contestataria fue la facilidad con que el mundo adulto dominante en vez de reaccionar contra el asalto, se unía a los asaltantes y la ayudaban a saquear la propia mansión. Y buena parte de esos contestatarios se hicieron periodistas, comunicadores. Ingresaron en el equipo que dirige la indiferencia hacia lo público, cuya expresión política es la abstención electoral masiva.
La sociedad represiva se hacia permisiva y en ella se disolvía la revolución que viajaba a lomo de libros y periódicos. La prensa abandona las banderas generales, el fin de las ideologías, y se acomodan más o menos dentro de los extremos aceptables del sistema. Lo nacional se desmorona o se reduce a la mínima expresión. Se multiplican los acuerdos, las asociaciones, los foros mundiales. La nueva moral viaja por todo el mundo y se expresa en las pantallas de los cines y de las televisiones. El fin de la Historia supone el triunfo universal del modelo de sociedad estadounidense. El presidente Wilson sacó a EE.UU. del aislacionismo por el imperativo moral de llevar al mundo la libertad.
Prensa y mundo
El modelo social, las pautas de comportamiento vienen decisivamente influidas por la modernidad, en un mundo globalizado cuyas cuatro grandes civilizaciones escapan a los acuerdos y corsés emanados de Potsdam, Yalta y Teherán. El orden nacido de la II Guerra Mundial murió en la última década del siglo XX, junto con la bipolaridad impuesta por la Guerra Fría. Estados Unidos comenzó una guerra imperial en 1898 y cien años después es la potencia militar única. Nuevos desafíos en un mundo nuevo. Si antaño el lado oriental europeo era un bloque sólido, donde se leía Pacto de Varsovia, con creciente influencia en Asia, África e Hispanoamérica, y frente al bloque socialista una miríada de naciones al oeste de Berlín; hoy esas naciones se aúnan bajo el epígrafe Unión Europea y a su oriente un cúmulo de pueblos, eclosión del imperio austrohúngaro primero y del soviético después. Cuestiones como la clonación humana, la hegemonía de una potencia única: Estados Unidos, la redistribución de la riqueza, el auge del integrismo islámico, las señales visibles de la contaminación –el precio del progreso–, el hambre permanente, la mundialización de la información... configuran un nuevo escenario, ¿para que todo siga igual?, en la relación de poder. Ese orden aceptado, que ha superado las tímidas barreras de las naciones para hacerse internacional, ya no lo expresa de forma evidente el monopolio de la violencia, reservada contra quienes viven extra muros del sistema, sino la convicción de la prensa, que mantiene el debate público en los limites aceptables. La modernidad, en palabras de Octavio Paz, se convirtió en una «alcahueta de los medios de comunicación».
«La presentación y el acceso a la realidad, tanto pública como cotidiana, es obra de los medios, que desde la agenda setting, es decir la selección de los temas importantes y la jerarquía de los mismos, hasta la producción virtual, reformulan lo real en función de sus intereses, sus usos y sus valores»{9}.
Poder y prensa
El poder, para el economista socialdemócrata Joaquín Estefanía, es una conspiración permanente contra el débil. El periodista liberal francés Revel lo denomina «la tragedia de la sumisión del individuo al poder político». El concepto liberal de contrato social se extiende y generaliza. La prensa, como parte de la sociedad, tiene una relación con y ante el poder, entendido como gobierno, al cual controla y vigila, no sólo en sus virtudes públicas sino en los vicios privados de sus componentes. La prensa también forma parte del poder y del juego de los partidos políticos y los grupos económicos. Por ello, el control y vigilancia de la prensa pierden la ecuanimidad informativa. Este juego influye en alianzas donde los medios asumen el papel de voceros de una causa o candidatura.
La prensa se desarrolla especialmente en sociedades industriales y con una cierta libertad política. Se mueve hoy como pez en el agua en un mundo globalizado. Los llamados poderes fácticos, Iglesia, Ejército, Banca, han venido siendo el conjunto de instituciones con más fuerza para influir en la política de un Estado. Hoy tendremos que añadirles otros muchos: judicatura, mercado, prensa, sondeos. Según afirma Alain Minc en La borrachera democrática, los tres poderes tradicionales: legislativo, ejecutivo y judicial son sustituidos por una tríada de poderes fácticos: la prensa, los jueces y la opinión pública. Los más poderosos ya no son políticos, sino empresarios, financieros, comunicadores. La tríada de Minc es, en realidad, pareja: la prensa protagoniza la creación, el mantenimiento y evolución de la opinión pública.
El secretario general del Partido Comunista Chino recibió más veces a Bill Gates que a Bill Clinton, lo que demuestra cuáles son sus intereses. La prensa también ha convertido a Garzón en un superjuez contra el imperio etarra, de la droga y los dictadores del mundo, que ha llegado a estar propuesto para el Nobel a pesar de no haber pertenecido a un grupo terrorista, como Menahem Begín o Yasser Arafat, ni ser una cuentista como Rigoberta Menchu.
Los medios de comunicación –que forman como educación para adultos y entretenimiento– han ido relevando a otros instrumentos caducos de control de masas –represivos por la fuerza– e incluso a gobiernos locales que ya no deciden sobre su destino, muy especialmente desde que a mediados del siglo XX llega la televisión, donde prevalece el hecho de ver sobre el hecho de leer. La película Cortina de humo desvela bastante el funcionamiento del aparato propagandístico audiovisual de la maquinaria norteamericana y su creación de noticias señuelo para desviar la atención de las importantes. Muestra cómo distraer la atención de un escándalo de faldas generando un conflicto en un país lejano. Cuando los gobiernos, las instituciones, las empresas y los políticos empezaron a contratar a periodistas para la tarea de relaciones públicas, desnaturalizaron los objetivos del comunicador y empezaron a corromper periodistas al pervertir sus fines.
Globalización
Globalización es la extensión del modo de vida occidental. La ciencia occidental se «convirtió en la ciencia, su medicina en la medicina; su filosofía en la filosofía y desde entonces ese movimiento de concentración no se ha detenido»{10}. Se reconoce la certeza de Peter Durcker cuando habla de «un mundo globalizado, que será un mundo cortado por el patrón occidental»{11}. El sociólogo iraní Ali Shariati destaca como la modernidad, y consiguiente globalización, es sencillamente una velocidad de desarrollo que corresponde a parámetros eurocentristas{12}.
Siendo la globalización una etapa histórica, existiendo un mercado único y un discurso único, se trata de buscar la gobernabilidad del capitalismo mundial, tarea donde poseen más poder las máquinas ideológicas, prensa y publicidad, que crean o destruyen consensos, que los clásicos aparatos coaccionadores: policía, ejército. Es más barato convencer que reprimir y los medios que vehiculizan el consumo, por la publicidad, son ideales para crear estados de opinión determinados por la propaganda. «Las redes y los procesos de comunicación y cultura son cada vez más globales»{13}.
Incluso el movimiento antiglobalización supone la antítesis perfecta para hacer de la mundialización una dialéctica. A la postre, muchas asociaciones y grupos que conforman el entramado de ese movimiento rebelde, que ha recuperado la política radical para los jóvenes, viven y se desplazan con subvenciones estatales de departamentos de cultura, juventud, mujer y ayuntamientos. De forma irónica, la respuesta de los antiglobalizadores también es global.
La globalización implica nuevos protagonismos y la reducción de otros a metáforas del poder clásico. Y el proceso no se limita a las fronteras nacionales. Los nuevos protagonistas transcienden en poder e influencia allende los mares. Matahir Mohammad, primer ministro de Malasia en 1997, afirmaba: «Hemos estado trabajando 30 ó 40 años intentando levantar nuestras economías. Y ahora viene un tipo –se refiere a G. Soros– que dispone de miles de millones de dólares y en un par de semanas deshace nuestro trabajo». La economía financiera ha sustituido a la real. La información pasa a ser un útil de trabajo y una mercancía. Tienen más poder los gerentes de los fondos de pensiones que deciden abandonar un país y limpiarlo de capitales que los diputados del partido que gobierna en ese país. «La mundialización, que elimina fronteras, homogeneiza culturas y reduce las diferencias, se aviene mal con la identidad y soberanía de los estados»{14}.
El liberalismo económico se ha quedado con el poder ocultando su existencia y para ello necesita los medios de comunicación. Ya no es el carro de combate ni el soldado quienes expresan el orden, son los medios. «La globalización de la cultura y la información es un componente fundamental que subyace a todas las otras dimensiones institucionales de la globalización»{15}.
Dice Estefanía que caen en decadencia los poderes basados en la propiedad (poder compensatorio: sumisión a cambio de algo) y también el poder condigno (carismático) en beneficio del poder derivado de la corporación. Se reduce el poder del hombre poderoso y del capitalista, menos ciudadanos Kane, en beneficio de la tecnoestructura de las organizaciones, hacer anónima la propiedad. «Hoy es peligroso aparecer como demasiado ávido de poder, decir abiertamente lo que se va a hacer para obtenerlo. Tenemos que parecer justos y decentes» (Estefanía 2000). Sin embargo, casos como el de Jesús Polanco, Pedro José Ramírez, &c. no parecen darle la razón.
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, ve el poder como una red, ya no es autoritario en las formas, sino que utiliza los mecanismos de la manipulación para ejercer el poder de forma consensuada. La globalización varía el poder, que pasa de jerárquico y piramidal a horizontal y en forma de red. Las estructuras multinacionales del poder se hacen extensas y repartidas en múltiples nudos, lo que no anula la existencia de una elite directora aunque no sea visible.
Tras la mística del mercado y la soberanía del consumo está el poder de las corporaciones, que determina e influyen en los precios y los costes, que corrompen a algunos políticos y que manipulan la respuesta del consumidor. Los hombres con dinero pueden comprar a los hombres con poder dentro de la tendencia permanente de la economía a colonizar la política, también la imagen.
Jesús Cacho cuenta que «a los March o al BBV podía no importarles demasiado perder 10 mil millones por barba al año, porque ese era el precio de los seguros Polanco». El mismo «March que el día de la celebración de su cincuenta cumpleaños, en su impresionante finca de la sierra sevillana, pronunció un emotivo brindis ante más de cien invitados en el cual mencionó a su hermano, a su padre, ya fallecido, a su madre, allí presente, y a Jesús Polanco, mi mejor amigo, a quien tanto debo». Es un acto de vasallaje, una gabela que se paga desde el poder financiero, la primera fortuna de España, ante el poder mediático, el primer poder del mundo. Ya no es el director-editor quien acude al banco a pedir un crédito. Los bancos rinden pleitesía al poder de los medios. No sólo éstos. «La televisión se ha convertido en la mayor fuente de noticias internacionales para la mayoría de la población»{16}. Las secciones de televisión de la agencia Reuter y de Associated Press se encargan de la mayor parte de la cobertura televisiva mundial.
Prensa como mercancía
Pocas industrias han tenido la concentración de los medios de comunicación. «El mercado global de medios ha llegado a estar dominado en breve tiempo por las siguientes corporaciones transnacionales: General Electric (propietaria de NBC), AT&T/Liberty Media, AOL-Time Warner, Sony, News Corporation, Viacom, Vivendi y Bertelsmann. Ninguna de estas compañías existía en su forma actual, como compañías de medio de comunicación, hace sólo quince años».{17} El interés de las finanzas por la comunicación va en aumento a medida que se opta por una sociedad donde el orden está consensuado y no impuesto de forma expresa.
La prensa es una doble mercancía que se vende en dos direcciones. Por un lado, capta público con su producto y, por otro, vende esas audiencias a los anunciantes. Al común se vende un producto, la información, enseñar más allá del horizonte, detrás de los muros, incluso dentro de los cráneos. Y el público definido que generan tales ventas se ofrece a los anunciantes por su nivel adquisitivo, hábitos de consumo, &c. Ese es el negocio financiero mientras la información forma parte de la influencia política, social y de hábitos de consumo. Noam Chomsky afirma: «El producto son las audiencias. No ganan dinero cuando compras el periódico. Están contentos poniéndolo gratis en la red. De hecho, pierden dinero cuando compras el periódico. Pero la audiencia es el producto. El producto es gente privilegiada, justo la misma gente que está escribiendo esos periódicos, ya sabes, la gente que toma las decisiones de alto nivel en esta sociedad. Tienes que vender un producto a un mercado, y el mercado es, por supuesto, los anunciantes (es decir, otras grandes empresas). Sea televisión o periódicos o lo que sea, están vendiendo audiencias. Grandes empresas que venden audiencias a otras grandes empresas». La prensa es la única factoría que vende su producto por debajo de los gastos de producción, como es el caso de la prensa impresa, o lo regala, como hacen muchas cadenas de televisión. Los beneficios e ingresos reales de las editoras mediáticas proceden de la publicidad y no de las ventas.
El mercado se convierte en el gran regulador de la vida económica, mejor cuanto menos intervenido esté por el gobierno, dicen los anarcoliberales: las cosas tienden a encontrar el equilibrio por sí mismas; el egoísmo sin trabas de cada individuo, vicio privado, se convierte en el bien común, virtud pública. Asegura Estefanía: «La mercadolatría es una especie de metafísica económica que absolutiza el mercado como panacea de todos los problemas». Los mercados financieros son la realidad económica dominante, el lugar donde se asigna el valor de compra. La globalización es, sobre todo, financiera. De las tres libertades europeas de circulación: personas, mercancías y capitales sólo la tercera no encuentra trabas. Se añade una cuarta de hecho, que es la libertad de ondas e información para quienes pueden financiar su distribución masiva.
Los medios se legitiman en que funcionan de abajo hacia arriba transmitiendo las demandas sociales y al revés llevando la respuesta del poder y la publicidad. La información, y la presentación que facilita el efecto buscado en el público, se convierte en algo que incorpora valor, el descubrimiento de la información como mercancía cuya venta y difusión proporcionan importantes beneficios, en ingresos tanto como en otras rentabilidades de influencia. Lo que no publica el New York Times no ha sucedido. La prensa llega a ser notario de la realidad, dice qué ha pasado, cómo y porqué. Sucede cuanto dice que pasa, como y cuando. Su paroxismo son los 5 minutos de gloria en televisión que definió Andy Warhol como deseo de los extras de la vida, del ciudadano anónimo ante un mundo audiovisual que ha sustituido su vida por la visión de otras vidas más interesantes. Al respecto, Arturo Robsy destaca que el 80 por ciento de la realidad la adquirimos por medio de la televisión, que nos discrimina entre lo bueno y lo malo.
Anthony Giddens, asesor de Tony Blair, afirma: «Los acontecimientos de 1989 en Europa del Este no se habrían desarrollado del modo que lo hicieron sino hubiera sido por la televisión»{18}.
Éticamente el valor de las informaciones va asociado a diversos parámetros, en particular al de la verdad. Hoy, el precio de la información depende de la demanda, del interés que suscita y este interés puede crearse por medio de la publicidad. Lo que prima es la venta, la audiencia, los baremos que mueven las cuentas de la publicidad, pública y privada, de un medio a otro. Una información será juzgada sin valor si no consigue interesar al publico ni a las cuentas publicitarias.
Desde que está considerada como una mercancía, la información ha dejado de verse estrictamente sometida a los criterios tradicionales de verificación y autenticidad. Ahora se rige por las leyes del mercado como viene sucediendo en Europa occidental con la información sobre las vidas hogareñas de grupos de desconocidos, más extras de la vida que se convierten en primas donnas. Entre los grupos mediáticos esa realidad es más intensa que la natural.
La televisión, como dijimos, es la principal fuente de noticias internacionales para la mayoría de la población. Los estudios profundos y meditados aparecidos en las revistas sabias de mínima difusión no compiten en lo más mínimo con las impresiones producidas en las campañas de los medios de comunicación, con protagonismo de los visuales: cine, televisión, la red. La única fórmula que encuentran quienes disponen de medios financieros es comprar medios de comunicación y empresas de sondeos, controlar críticas y orientar opiniones.
El caso del niño balsero Elián o el hundimiento del Kurks desplazaron, en el verano de 2001, de las primeras planas a otras informaciones menos emotivas pero que envuelven la vida de millones de personas cuyas imágenes no estuvieron en las pantallas, no tienen existencia mediática. La sociedad se mueve cada vez más dependiente de la versión dada a una historia imaginada, pero que salió en televisión. Vivimos un mundo paradójico. El periodismo ha perdido su carácter de contrapoder, sufre la metamorfosis de Kafka, y se convierte en un poder más del sistema por su capacidad de influencia. Los medios se han demostrado repetidamente capaces de generar opinión que den la victoria electoral a alternativas políticas instantáneas como demostró Beslusconi en Italia o las diversas aventuras del magnate Murdoch. En España es Jesús Polanco, a quien Jesús Cacho retrata en El negocio de la libertad. En 2002, el conocido periodista Luis del Olmo hablaba, en su programa itinerante, con la pared cubierta por una foto enorme de sí mismo.
Los gestores de los grandes medios comparten residencia con los privilegiados, gozan junto al poder de una satisfacción contigua y se acomodan de modo similar a las ideas económicas y políticas del momento. Quizás hasta cae un título. «Un enorme porcentaje del gasto global en publicidad, tres cuartas partes del mismo, acaba en el bolsillo de tan sólo veinte empresas de medios de comunicación»{19}.
Los periodistas idealistas, dulces soñadores con su búsqueda de la verdad que antes dirigían periódicos, han sido reemplazados, a menudo en la cabeza de las empresas, por hombres de negocios que se mueven por porcentajes e incremento de beneficios. Incluso los mismos medios, de conocida voracidad financiera, recurren a los grandes préstamos en cifras que dejan en pañales los fichajes de futbolistas, nuevos ganchos de la publicidad. «Los imperativos comerciales se han endurecido en unas pocas décadas y el equilibrio entre la responsabilidad pública y el proyecto privado se ha ido inclinando sin cesar a favor de éste»{20}.
Prensa y Poderes
La autoridad debe cumplir los deberes que le incumben
D. A. Rustow
Los líderes mediáticos no están sometidos a control democrático alguno, ellos y los jueces pueden modificar la opinión pública y poner en la picota a los representantes electos. Los editores de prensa sólo son juzgados por su cuenta de resultados económicos. Su objetivo es mantener las cosas en el estado necesario para incrementar su influencia y consiguientes ingresos publicitarios.
El periodista euroamericano responde a un perfil homogéneo: está más a la izquierda que la sociedad a la que informa. Es evidente en cuestiones como el aborto, la homosexualidad, las parejas de hecho, el mestizaje... Sólo un dos por ciento se confiesa «de derechas». Gracias a que, escribe Adam Ulam, «en la última cuarta parte del siglo [XX], el marxismo empezaba a adornarse con una respetabilidad profesional y burguesa». Ya Mao Tse Tung percibía que «el verdadero espíritu revolucionario no puede cohabitar con una economía altamente desarrollada». Pero ese profesional de la prensa no es enemigo de la pirueta. Desde las mismas páginas que los tardíos años 70 llenaron de imprecaciones al imperialismo norteamericano, hoy se aplaude Kosovo o Irak en clave de cañoneras. Ahí están las hemerotecas para subrayarlo. «Los gobiernos norteamericanos han usado de manera muy astuta el poder blando, es decir, la capacidad de conseguir objetivos políticos e ideológicos a través de la atracción cultural y mediática que ejercen sobre el resto del mundo, para apuntalar su poder duro, es decir, su formidable capacidad de coerción económica y militar»{21}. La enorme contestación que tuvo la intervención norteamericana en Vietnam no se ha repetido en los nuevos ataques de Washington: Panamá en 1989, Irak en 1991, Somalia en 1992, Haití en 1994, Sudán en 1997, Irak en 1998, Kosovo en 1999, Afganistán en 2001, Irak en 2003. Los medios de comunicación han explicado una realidad de acorde con los gustos de Estados Unidos, presentando a cada uno de los países sucesivamente como parte de un eje del mal. En realidad, el propio Henry Kissinger admite que «en ningún momento de la Historia, los Estados Unidos han participado en un sistema de equilibrio de poder».{22}
Aún así, la prensa es necesaria, existe y ha existido en distintos sistemas. Es la encargada de transmitir los mensajes entre el público y el poder. Cualquier grupo que quiera transmitir un mensaje, generar una respuesta electoral o de consumo, habrá de vehicular el mensaje (lavo más blanco, soy más honrado) por la prensa.
«¿Qué son los medios de élite, los que marcan la agenda? (New York Times y la CBS, por ejemplo). Bueno, primero de todo, son empresas muy grandes, con grandes beneficios. Es más, muchas de ellas están relacionadas, o son directamente propiedad de, empresas aún más grandes, como General Electric, Westinghouse, &c. Están en la cima de la estructura de poder de la economía privada, que es una estructura muy tiránica. Las grandes empresas son básicamente dictaduras, jerárquicas, controladas desde arriba. Si no te gusta lo que hacen, vete. Los grandes medios son tan sólo parte de ese sistema. ¿Qué hay de su entorno institucional? Bueno, es más o menos lo mismo. Con quien se relacionan, con quien interactúan, es con otros centros de poder: el gobierno, otras empresas o las universidades»{23}.
Ejecutivo
«Mas que preocuparse por el juicio de la Historia, los líderes parecen mucho más atentos a la opinión, las estadísticas y las editoriales de la prensa influyente»{24}, afirma Shlomo Ben-Ami, hispanista israelí que fue embajador en España y ministro del Gobierno hebreo.
La prensa política original controlaba celosamente la acción del Gobierno. En España, la transición facilitó que quienes frecuentemente habían estudiado en los mismos colegios y tenían una relación personal, coincidieran como políticos y periodistas en plena reinstauración de la monarquía parlamentaria.
Colegios como El Pilar o los Agustinos han supuesto la forja conjunta del poder político, mediático y financiero. Se produjo un compadreo que llevó a muchos comunicadores a las filas partidistas. El mismo impacto mediático que produce el mensaje del Rey la noche del 23 de febrero, momento en el que se establece un sólido cinturón audiovisual en torno a La Zarzuela, lo tuvo el carisma de Felipe González entre la prensa, que le llevó a la victoria en octubre de 1982, «Por el cambio». La amistad del periodista con el político ha sido frecuentemente de «Bodeguilla» por la izquierda o de conspiración de despacho, en la derecha, al estilo de la denunciada por Luis María Anson en 1998. Aún así, los debates televisados en los primeros espadas de la política no son frecuentes, a pesar que en el cóctel del liderazgo hay mucho de comunicador, de cuidado de la imagen que es transmitida por la prensa. Asesores atentos a la presencia en los medios. Albert Boadella lo fue de Pepe Borrell.
Es conocida la apuesta política de bastantes medios de comunicación. También algún director presumiendo de poner el inquilino de La Moncloa.
Los políticos saben que sus esfuerzos de organización política desde la cima sólo tendrán éxito a medida que lleguen a lo hondo de la estructura social suscitando una reacción allí. La prensa es el vehículo necesario y tienen conciencia de ello.
Los políticos dejan de lanzar su mensaje al pueblo para recabar información –encuestas, prensa– sobre el sentir general en torno a una causa determinada y situarse del lado de la mayoría, evitando desentonar y adoptar actitudes minoritarias, más atento el diputado a las modas políticas y mediáticas que al interés general de la causa a que sirve o su propia, quizás extinta, conciencia.
«Desde que los sondeos de opinión pública totalizan la reacción individual (...) la cobertura favorable de los medios de comunicación se ha convertido en un elemento decisivo para las elecciones, las huelgas y las campañas de solidaridad»{25}.
Judicial
Los medios de comunicación magnifican y hacen de caja de resonancia de los tribunales de justicia. De forma paralela, aún anticipándose, los medios expresan su sentencia. Son los conocidos juicios paralelos en los medios, cuyas sentencias tienen mayor repercusión que las propias emanadas de los tribunales. Aseguran que dejan el criterio de eficacia para el periodismo de investigación, que inicia casos sonados, y paralelamente pone en marcha la opinión en torno a la actuación judicial. La prensa sabe que el poder del juez de instrucción es grande, el juez Garzón es la punta mediática del iceberg de ambiciones judiciales. El juez, cada vez, multiplica su presencia en todas las áreas de la vida, regulador de conflictos de la sociedad que pleitea. Los jueces se ven impelidos a buscar compromisos, principal contrapeso de la corrupción de las costumbres (buena parte de nuestros empresarios más conocidos han sido condenados judicialmente), de los poderosos en declive para reafirmar su independencia que quedó puesta en entredicho con el caso Sogecable.
Una muestra de lo dicho podría ser un buen reportaje: todas las portadas de los casos que ha iniciado de forma sonada el juez Garzón y, luego, sus conclusiones, cuántos se han cerrado, cuántos han tenido condena, cuántos se han rechazado por defecto de forma, &c. También el libro de la periodista Pilar Urbano sobre Garzón ha consolidado y rentabilizado el estrellato mediático del juez estrella, elevado a esa categoría por los medios de comunicación, a la par que su amigo y compañero Gómez de Liaño fue defenestrado por intentar sentar en el banquillo de los acusados al poderoso editor del Grupo Prisa, Jesús Polanco.
Los autos de Garzón ilegalizando las organizaciones políticas del entorno de ETA han tenido también el acompañamiento, cuando no el calor, de los medios de comunicación que han asistido a la incursión del poder judicial en el parlamento autónomo vasco, donde han chirriado los poderes judicial y ejecutivo.
Legislativo
Es esencial el papel de la prensa en la opinión pública de una democracia parlamentaria. Es la prensa quien encumbra u oculta las carreras políticas, difunde rumores, hace campaña por una u otra opción política e influye en el ánimo de los votantes ante las urnas. Las leyes, los proyectos, los presupuestos...llegan al gran público a través de los medios de comunicación que realizan auténticas campañas a favor o en contra de un plan hidrológico o las 35 horas semanales. El deporte, la política, la intimidad, el sexo, el pensamiento, no existe un aspecto de la vida personal que escape a la mirada de los medios. Los hechos han ido cediendo protagonismo a las declaraciones en los medios. A los hechos les relevan los dichos en las portadas.
Los sondeos, que presuntamente expresan la opinión de la calle y orientan a muchos diputados, son acusados de parcialidad flagrante por Giovanni Sartori. Los sondeos consisten en respuestas que se dan a preguntas planteadas por el entrevistador. Las respuestas dependen, en gran manera, del modo en que se formulan las preguntas, las alternativas que se ofrecen y también de quién las formula. Dice Sartori que la mayoría de las opiniones que se reflejan son: a) débiles, no son profundas y se improvisan respuestas. B) volátil, pueden cambiar en poco tiempo. C) producen un rebote sobre lo que piensan los medios de comunicación. Los sondeos no son una demostración de democracia, del poder de la opinión del pueblo sino del poder de los medios de comunicación. Medios que necesitan para su consumo creciente de tecnología de grandes grupos privados, «ni elegidos ni controlables democráticamente, cuyos sentimientos nacionales resultan inversamente proporcionales a su expansión internacional»{26}. El gobernante asume los resultados de los sondeos y adopta la postura más popular.
La verdad mediática ha sustituido a la verdad auténtica. Sus manipuladores en nuestras democracias avanzadas hacen más previsibles los resultados. Los ciudadanos son tratados universalmente como consumidores. La transparencia ya no es la verdad íntima que menciona Gustavo Bueno, sino que se convierte en la manifestación del todos iguales de conversión obligatoria. La opinión pública, los medios de comunicación están sustituyendo a la lucha de clases como presunto motor de la historia. Marcuse se equivocó con los estudiantes. La nueva división está entre los desinformados, que sólo tienen imágenes, los sobreinformados, que reciben un alud de datos superior al que pueden codificar, y los simplemente informados que seleccionan, ordenan y pagan la información. Información personalizada gracias a las nuevas tecnologías de red.
Incluso la oleada de información no hace sino remachar, desde distintos medios y enfoques, las mismas noticias, presentadas de manera que se homogeneizan la opinión del común y mantiene el clima de adaptación al status quo. Quienes pueden elegir la información que quieren recibir pueden analizarla, pensarla, extraer conclusiones y una línea de acción.
Prensa y terrorismo
La existencia de la prensa ha variado el objetivo de los grupos terroristas que antes influían en el poder por el miedo, como los hassishin de Hassan Sabah, el Viejo de la Montaña. Ahora, el terror se centra en generar noticias que mantengan su causa en la opinión pública a través de los medios de comunicación.
El terrorista yerra parcialmente porque piensa que detrás de los parlamentos, las elecciones, la legislación y las negociaciones están los ejércitos y las armas que monopoliza el Estado. El arma hoy son los medios de comunicación. La ausencia física del soldado armado en la calle reduce la legitimación social que transforma al terrorista en guerrillero.
La lucha armada, justa o no, según Marcuse nace frente al poder de un sistema capitalista totalmente desarrollado que domina la mentalidad del pueblo mediante la manipulación de las instituciones públicas y de los deseos privados». Cuando las instituciones públicas son de elección democrática partidista son necesarias las costosas campañas electorales, de donde salen los administradores de las instituciones que dirigen el Estado, cuya actividad es evaluada diariamente por los medios de comunicación. La prensa también es necesaria para los deseos privados, generando la demanda ante la oferta de un producto, es necesaria la publicidad. Las dos, que son una en el fondo: propaganda, llegan hasta el tejido social por medio de la publicidad.
Si la respuesta a la dictadura es la resistencia, el hastío del formalismo partitocrático deviene en abstención y alejamiento masivo de la política nacional de un porcentaje significativo de la población. La desesperanza ante las vías políticas legales empuja al radicalismo a minorías muy ideologizadas.
Richard Rubenstein señala que el objetivo del terrorista es conmocionar a la audiencia, para lo que necesita estar presente en los medios de comunicación. Las armas buscan su eco en los medios, esa es la verdadera estrategia del terror. La violencia es una acceso seguro a los medios de comunicación, la ruptura del aislamiento de causas irredentas que saben, como André Malraux, «cuánto peso adquiere una idea por medio de la sangre que se derrama en su nombre».
Los terroristas realizan acciones armadas, no porque piensen en «ganar la guerra» por la vía militar, sino para llevar su causa a los medios de comunicación, contra más internacionales mejor, y mantenerla allí lo más posible. Buscan crear un corriente de opinión favorable a sus tesis. La prensa se encuentra en el dilema de informar de los atentados, con lo que los terroristas consiguen sus objetivos, o no informar para no dar eco al terror e incumplir con su deber de transmitir noticias. Dado que los «medios mundiales de comunicación de masas no son abastecedores neutrales de información sino creadores y configuradores de cultura»{27}.
Función de la prensa
La génesis de la prensa es la comunicación, la transmisión de opinión e información sobre la res publica, sobre el poder político. La concepción intelectual y moral de las revoluciones francesa y americana, el racionalismo heredado del siglo de las Luces, impregna el mundo contemporáneo.
Los medios de comunicación han sustituido a la Iglesia como foco de influencia intelectual sobre lo que Gramsci llamaba «las almas simples», la mayoría. El Poder, en otros tiempos, buscaba influenciar al pueblo por medio de la Iglesia. Hoy en día procura usar los medios de comunicación para seguir asegurándose la docilidad de la masa. Los medios extienden una visión uniforme de las cosas, al delimitar la información y destacar a los protagonistas.
La prensa utiliza su influencia. Actúa doblemente como vehículo y selector de información y opinión, no sólo como legítimo contrapoder. Elige la información a difundir y la forma de presentarla, el enfoque y el espacio en tiempo o papel. La prensa se alinea de forma partidaria y defiende una base ideológica, que en las sociedades posdesarrolladas se confunde frecuentemente con intereses empresariales coincidentes. La prensa no es ni puede ser ajena al sistema en el que vive, dado que ejerce de educadora para adultos del mismo. La prensa tienen un poder conocido y busca ser controlado con más intensidad desde la mitad del siglo XX.
Los medios de comunicación desarrollan una tarea fundamental puesto que aunque sus informaciones vayan dirigidas o sesgadas son las únicas fuentes posibles de la información. Los medios se ven con una autonomía reducida en la batalla por el control creciente de los medios de prensa más influyentes, de forma especial la televisión. La función de informar, de ser la cara y la voz de la noticia, de contar la historia según el cristal propio con que se mira, centra la lucha por el control en una sociedad hiperdesarrollada donde la economía financiera está en auge y el liberalismo sufre la resaca privatizadora bendecida por su victoria frente al comunismo. La información, y con ella los medios, entran de lleno en el sistema de mercado donde todo es una mercancía. Información sobre movimientos económicos, tendencias de moda, prensa rosa, &c. Nadie es ajeno a su influencia, en mayor o menor medida llega a todos por múltiples canales.
Una característica de la prensa es la multirrelación, su presencia en prácticamente todos los escenarios de la vida. La prensa vive el presente en su entorno, de forma consciente. Nos transmite los hechos que considera y los jerarquiza por el espacio que dan en los soportes mediáticos. Más o menos espacio en las páginas, más o menos tiempo en la pantalla en horas de máxima audiencia. Crea a los famosos y los hunde, empresas o personas como evidencian los casos de Mario Conde, Ruiz Mateos, Gil.
Muchas cadenas occidentales han hecho su agosto con el hundimiento del submarino Kurks; todas las grandes cadenas europeas y norteamericanas han presentado la misma versión de la historia, señalando la frialdad de Putin al no interrumpir sus vacaciones, como jefe de Estado, ante las trágicas muertes de compatriotas. Quizás no sólo ocurra en Rusia. Nadie a planteado otra visión de la historia. Los tripulantes del submarino estaban entrenados con objetivos de la Guerra Fría, transportaban misiles y en el imposible caso de dispararlos hubieran reaccionado con la obediencia debida. ¿Cuál es la función de un submarino nuclear ruso? Esa pregunta no la ha hecho nadie porque es difícil luchar contra la imagen del sumergible en el fondo, de las madres llorando.
Poder de la Prensa
La prensa traduce la vida ante el espectador, que es la condición esencial del occidental medio. Señala pautas de conducta que repiten los espectadores, marca modas y modos de vivir. La pantalla permite asistir a otras vidas, tiempos y lugares inaccesibles. Se intensifica el ver y se reduce el campo de la experiencia personal, de la elección propia y el aprendizaje. Triunfa la contemplación y el abandono de la acción a favor de la copia. La repetición de lo real, convierte el medio televisivo en un arma involuntaria de defensa del orden dominante. Los medios dan su versión de cualquier información a millones de personas. A fuerza de repetir su perspectiva acaban por hacerla real de cara a su público.
No hay mayor poder que el emanado de ponerle nombre a los comportamientos, las personas y las cosas. Dios dio a la persona el poder de nombrar las cosas. Por ejemplo, ETA fascista. Es la trampa de la polisemia que nos tiende la lingüística moderna, por la cual las palabras se rodean de connotaciones emotivas que deforman o invierten su significado. Gustavo Le Bon afirmaba la necesidad de compartir los sentimientos de las masas para irlos derivando y exaltando en busca de los fines nacionalistas. Los razonamientos ni la ecuaciones movilizan un pueblo como lo hacen los sentimientos, como lo hacen los poetas, ingenieros de la palabra. La prensa conoce esta realidad y más o menos enfundada en su dignidad, explota también la vena sentimental. Un pastel que convierte a dos revistas del corazón en las más vendidas de España, seguido por un periódico deportivo. Nos acercan informaciones, tragedias personales que son convertidas en espectáculo mediático. Disculpa también los errores de los suyos, como el plagio en el libro de una presentadora que en otros es un pecado imperdonable que no se pasa por alto con la ligereza que lo ha sido en el libro de Ana Rosa Quintana o la acusación contra Luis Racionero por copiar 14 páginas del británico Toynbee y excusarse con un «se me olvidaron las comillas» tras su nombramiento al frente de la Biblioteca Nacional. También, en otro orden de cosas, se puede hablar de la implicación de la prensa en la muerte de Lady Di. La prensa sobrepasa el papel de espectador y busca su propio protagonismo en el escenario, llegando a crear las noticias.
La información es un derecho ciudadano hoy. ¿Quién la garantiza? Los medios públicos caen en comportamientos privados y son los agentes privados los que concurren ofertando información como mercancía en compra-venta, coordinada con la publicidad que reporta los ingresos necesarios para mantener las muy caras maquinarias de propaganda que son los medios de comunicación. La información presentada actúa paralelamente en la batalla en curso –política, económica o mediática– y se instrumentaliza en torno a intereses de grupo o de parte que tienen un reflejo mediático.
Periódicos
El poder de la prensa es el lenguaje. No es lo mismo «Felipe González hizo público...» de El País que un «Felipe González confesó...» de Abc.
Cuando la opinión pública era plasmada fundamentalmente en los periódicos, el equilibrio estaba teóricamente garantizado por la existencia de una prensa libre y múltiple, incluyendo la obrera, que representaba muchas voces en la medida que la edición de un periódico suponía un esfuerzo accesible a grupos y organizaciones. La complejidad técnica y la inversión financiera masiva de los nuevos medios emergentes (cine, televisión, la red) niega la posibilidad de una edición influyente adoptada como romántica aventura personal o colectiva. La concentración de los medios en gigantescos conglomerados es inevitable técnica y económicamente en este sistema, por una complejidad creciente y necesidades de financiación gigantescas. Conforme avanza ese proceso de concentración, disminuyen las posibilidades de que todo el mundo pueda expresarse a través de los medios, Dice Estefanía que «poco a poco, sólo la voz de los más poderosos y de la minorías tienen acceso a los medios influyentes» la transparencia informativa ya no es la realidad íntima sino la manifestación de un deseo de dominación. La sociedad de consumo es dirigida por la financiación. Los medios lo hacen a través de la publicidad. En la revista Defensa, un ingenuo artículo criticando la adopción del coche Nissan Patrol por las Fuerzas Armadas españolas terminó con la publicidad de esa casa japonesa. También son conocidos los casos de medios ahogados, castigados sin publicidad, y de otros molestos para el Gobierno socialista, como El Independiente, adquiridos con dinero procedente de la ONCE sencillamente para cerrarlo.
La edición y producción independientes, alejadas de consideraciones comerciales, son inviables. La inversión masiva necesaria deja un reducido lugar a la independencia informativa.
Los poderes financieros son aliados naturales del poder, su apariencia democrática exige un consenso social. Sus esfuerzos para influir en la política desde la cima tienen éxito a medida que la prensa llega a lo hondo de la estructura social suscitando adhesiones y votos allí.
Los periodistas de diarios son la elite del cuarto poder, los que recogen la información con más visos de credibilidad. Pero no son ajenos a la tendencia general. Cualquiera que esté presente en la vida pública lo hace por medio de la prensa. La mejor operación de relaciones públicas y mercadotecnia.
Radio y televisión
La aparición de la radio no alteró sustancialmente este equilibrio. Fue el medio por el que optaron célebres fascistas, desde Moscú a Buenos Aires pasando por Roma y Berlín. Libera del esfuerzo de leer y mantiene, como dijimos, la tradición oral, llevando la fuerza de la entonación hasta el oyente. Ambos medios funcionan básicamente recurriendo a los sentimientos, en la línea que explicaba Le Bon. Su influencia masiva provoca que informaciones inocuas sean seguidas masivamente.
Si antaño Churchill podía hacerse doblar por un locutor profesional en sus alocuciones radiadas por la BBC en la II Guerra Mundial, con el triunfo de lo audiovisual, los políticos y grandes hombres públicos tienen que ser asesorados para transmitir la imagen pública que desean, imagen que transmiten los medios.
El problema surgió con la televisión, en la medida en que el acto de ver suplantó al acto de discurrir. Tuvo su avanzada y maestro, aún hoy, en el cine. La televisión vocera del cine norteamericano nos ha explicado quiénes eran los buenos y quiénes los malos, cuanto ha sucedido en el mundo, desde la rebelión de los Boxers al Cid. Transmite comportamientos, estilos de vida, modas, música, otra cultura en sus hábitos de consumo. La hegemonía cinematográfica norteamericana se impone incluso en los marginales cines nacionales, como defiende el director colombiano Sergio Cabrera: «Los hispanoamericanos tenemos una responsabilidad específica que es crear un lenguaje cinematográfico propio, como lo tenemos en la música (...) Las cinematografías regionales son necesarias para la salud del cine mundial.»{28}
El cine no requiere que funcionen los filtros anexos a la lectura. Llega por la retina, directamente al cerebro. McLuhan estableció que la televisión es un campo de ejercicio de la cultura oral, una reivindicación encubierta de la cultura efímera contra la cultura de la permanencia, fundada en la escritura.
Afirma Malouf que «las oleadas de imágenes y de palabras no favorecen el espíritu crítico»{29}. Ni siquiera la proliferación de medios amplía el abanico de temas propuestos o de opiniones diferentes. «Un aumento del número de cadenas se traduce por una disminución del número de programas diferentes (...) cuyo ideal tiende al programa único»{30}.
«El medio produce una nueva forma de realidad y, por eso mismo, suscita una nueva manera de relacionarnos con ella», escribe Lynch. una manera más frívola de donde desaparecen paulatinamente la coherencia y el rigor a favor del espectáculo.
Con la televisión nos introducimos en una novedad, la televisión no es un anexo sino una sustitución que modifica sustancialmente la relación entre entender y ver. La televisión no es sólo un medio de comunicación, también forma parte del proceso de formación de las personas. La instruye en lo que cada momento es correcto, tanto en el comportamiento colectivo como en el íntimo. La cultura de la imagen que expande el medio televisivo hace que pierden importancia noticias o informaciones de las que no hay imágenes. Se produce una nueva selección de la información con parámetros propios del medio audiovisual. La vídeo-política, además, tiende a reforzar el localismo por los elevados costes de desplazamiento de un equipo televisivo. Tenemos una preponderancia de la imagen, de lo visible sobre lo inteligible. Es falso que la televisión se limite a reflejar los cambios que suceden en el mundo y en su cultura. En realidad la televisión refleja los cambios que inspira y promueve a largo plazo.
«12 meses, 12 causas justas», y otras campañas más soterradas convierten a la televisión en la primera educadora para adultos que promueve cambios como potenciar actitudes favorables hacia la emigración, el mestizaje, la normalidad ante sujetos que reivindican como definición personal básicamente sus costumbres sexuales. La televisión fomenta el rupturismo social presentando abortos y divorcios como alternativas prioritarias o haciendo de altavoz de marginados psicóticos, genera leyendas sobre delincuentes y asesinos. Karl Popper ha escrito que una democracia no puede existir si no se controla la televisión. En efecto, si para grandes masas la televisión es quién cuenta la realidad y este medio es paulatinamente concentrada en la propiedad de pocas manos, la advertencia de Popper se hace tajante. «Estas fusiones han convertido todas las televisiones terrestres europeas en el dominio de cinco grandes empresas, tres de las cuales figuran en el primer nivel global»{31}. La concentración favorece el programa único y va reduciendo el tiempo de ocio que se gasta fuera del alcance de la televisión.
La contaminación del ocio, según Alexander King, se expresará en alcoholismo, drogadicción, gamberrismo y delincuencia. En esa contaminación, los medios audiovisuales tienen una responsabilidad concreta por los modelos de comportamiento que muestran en sus emisiones, banalizando la violencia y normalizando comportamientos atípicos. "No sólo el contenido televisivo alimenta el cinismo al centrar la atención en el sexo y la violencia, sino que además el hecho de estar sentado en el sofá de casa viendo la televisión limita las posibilidades de realizar actividades sociales"{32}.
Las guerras, desde Corea, se jugaron tanto el terreno de los medios de comunicación como los escenarios del combate; hoy ya son guerras virtuales o mediáticas. El ataque contra Irak fueron unas escenas cibernéticas sin sangre ni lágrimas, el vídeo juego del sistema de tiro de un F 115.
Lynch profundiza en las consecuencias de esta nueva manera de relacionarnos con la realidad: «¿Cómo haríamos para paliar la soledad de las grandes urbes (...) sin esa ventana que nos permite hurgar en el mundo de los demás sin tener que aproximarnos a ellos?». El caso más evidente lo constituyen los programas de mirones y porteras, uno de los cuales ha sumado ocho millones de espectadores.
También la transmisión de imágenes ha generado efectos positivos en otras áreas. Las imágenes de hambrunas han tenido un efecto masivo en la solidaridad internacional. «La televisión redujo drásticamente el desfase temporal entre presión y acción, necesidad y respuesta»{33}. Añade Ignatieff que «la mirada del medio es breve, intensa y promiscua». Fortalece y hace populares las causas: hoy son niños sin escuelas, mañana hambruna en Senegal. Destaca que los mecanismos de la piedad son un encuentro entre el olvido y la condescendencia. Los movimientos de ayuda al Tercer Mundo se han multiplicado y también acceden a la televisión a publicitar sus causas y recoger apoyos. El espacio al que se dirigen las televisiones ya no es nacional, sino planetario y la solidaridad de la imagen tiene como objetivos a las personas y no a una etnia o clase.
Son los medios de comunicación quienes han convertido el mundo en una aldea global, especialmente gracias al desarrollo técnico en la captación y transmisión de imágenes y de datos. La televisión lleva a las masas a lugares y momentos históricos inaccesibles de otro modo. Excesos sentimentales, voyeurismo, democratiza la información con el riesgo de envilecerla en espectáculo. Junto a imágenes de impacto que han movido la conciencia del Norte, como el movimiento de la Madre Teresa de Calcuta o las matanzas en África, la televisión ofrece la imagen de la locutora metiendo el micrófono a madres de niñas muertas. La información de los diarios es seria y les rinden pleitesía los informativos de televisión pero llega a un círculo reducido de personas, aunque no las menos importantes. La «verdad» como llega al gran público, ese que vota, la transmiten las televisiones. Hacen cercanas a las personas. «La visualidad unida al sonido y al movimiento permite un máximo de presencia, de comunicación irreal, pero que perceptivamente apenas lo es» (Marías, 1985, p. 46).
Los periódicos y la radio no tienen porqué estar en el lugar de los hechos, la TV sí. La radio es más sencilla que los periódicos porque llega también a gente que no sabe o no quiere leer. La televisión da menos informaciones que cualquier otro instrumento porque da prioridad a la información sobre la que dispone de imágenes, denuncia G. Sartori. La imagen es enemiga de la abstracción mientras que explicar es desarrollar un discurso abstracto. Los problemas no son siempre visibles por lo que las imágenes mueven sentimientos y emociones: violencia, lamentos, &c. La televisión favorece la emotivización de la política, reduciéndola a episodios sentimentales. Pero el saber es logos, no pathos. Aún cuando la palabra puede inflamar los ánimos, produce menos conmoción que la imagen. La televisión empobrece drásticamente la información y la formación del ciudadano. El mundo en imágenes que nos ofrece la televisión desactiva nuestra capacidad de abstracción y, con ella, nuestra posibilidad de comprender los problemas y afrontarlos racionalmente. El hombre medieval tenía creencias hoy absurdas pero vertebradas por una concepción del mundo, una weltanschauung, mientras que el hombre contemporáneo es un ser deshuesado que vive sin el sostén de una visión coherente del mundo. Entonces no es paradójico que el país que dispone de una mayor ciencia tecnológica, Estados Unidos, sea también el país de mayor credulidad (Reagan no se reunía con Gorbachov sin el consentimiento de la astróloga de la Sra. Reagan), y que está abrazando cultos de poca monta, como la Iglesia de la Cienciología o el budismo fotográfico de algunas estrellas de Hollywood.
Sartori habla del homo ludens, el hombre que juega y que jamás ha estado tan gratificado. La televisión transforma todo en espectáculo; la dictadura del mando a distancia impele a las diversas cadenas a imaginar nuevas y estridentes formas de pan y circo: torturando a los concursantes o encerrándoles en un cubículo con 24 horas de observación diaria, como ocurre, por caso, en España, Alemania y Japón.
Información no es conocimiento, se puede estar muy informado y no saber nada. Cuanto más se abre el ciudadano en busca de información, recibe más flujos del poder político o de los instrumentos de información de masas. A favor de la televisión se alega que supera los inconvenientes de la televisión, en cuanto a la devaluación de los contenidos, por las ventajas de la generalización de la información. Se opone así un carácter democrático de la cultura audiovisual frente al elitista de la cultura escrita.
Intelectuales
La prensa, especialmente la audiovisual, plantea cuáles son las preguntas y sugiere las respuestas. Los nuevos púlpitos son los medios televisivos. Los intelectuales han perdido su poder, basado en la universidad y la presencia pública, porque son los medios de comunicación los que dictan quiénes son los intelectuales, los que les llevan a sus tertulias, de quienes hablan, de sus libros, intelectuales son aquellos que salen en sus pantallas. Sustituido el intelectual clásico por intelectual mediático y el periodista. En la convención norteamericana del Partido Demócrata, Enrique Iglesias figuraba en la lista de intelectuales que apoyaban a Gore. Cristina Tárrega fue una intelectual de Crónicas Marcianas. «Los errores de los intelectuales son proporcionales, en sus efectos, a la autoridad que se les otorga. La autoridad la crean los medios de difusión y los medios son empresas mercantiles», afirma Funes Robert en La lucha de clases en el siglo XXI.
«La batalla política se riñe en los medios de comunicación y, frente a la flota de Polanco y sus aliados, ¿qué hay enfrente?», se pregunta Jesús Cacho desde El Mundo. Los medios tienden a la concentración y los de segunda fila han de arrimarse a los grandes buques informativos. En la batalla entre ambos, la seriedad y el rigor no supondrán nada más allá de un ínfimo círculo. Ganará quien posea la contundencia de El País, que una semana antes de la cena proyectada entre Jesús Polanco y Josep Piqué, elevó sensiblemente el tono de su nivel de críticas al ministro, convirtiendo el cese de la campaña en uno más de los puntos a negociar por el afectado.
Serge Halimi, autor de Los perros de guardia, niega que en este mundo globalizado podamos todavía periodistas e intelectuales desempeñar un papel de contrapoderes: consolar a los que viven en la aflicción y afligir a los que viven en la holgura, todo eso y mucho más. Algunos líderes mediáticos, a menudo los más poderosos, lo más presentes en antena, pertenecen ya a la clase dirigente tanto como la propia elite de los negocios. Conscientemente o no, los periodistas legitiman el sistema, como moderadores del éxito y ventrílocuos de las injusticias.
Eso pareció demostrar la guerra digital que enfrentó al grupo Prisa con Teléfonica y el primer gobierno del PP. La batalla se centró en los derechos de emisión del fútbol. Uno de sus episodios es demostrativo de la mezcolanza de finanzas, política y espectáculo. Anson, en nombre de Azcárraga (quien busca establecerse en Europa para llegar al público hispano norteamericano), ofreció 200 millones de dólares, por la compra de los derechos televisivos de los trece clubes que eran propiedad del editor Asensio, cabeza de Antena 3 y Grupo Zeta. Poco después, Anson telefoneó a Miguel Ángel Rodríguez para hacerle partícipe del fracaso de su gestión y entonces Rodríguez, secretario de Estado de Comunicación, descolgó al teléfono para proferir contra Asensio la más famosa amenaza que, meses más tarde, se convertiría en una tormenta parlamentaria: «Te vas a enterar. Te garantizo que me voy a encargar personalmente de que vayas a parar al sitio donde tenías que estar hace tiempo.» La respuesta de Asensio fue española: «Vete a tomar por el culo.» Lo chusco del incidente no demuestra más que cosas así ocurren y, en democracia, unos medios de comunicación a quienes nadie votó impulsan sentidos del voto, corrientes de opinión, imágenes: los dobermann del PP. MAR dimitió, Ansón preside La Razón y Asensio se entregó a Polanco. Los partidos del arco parlamentario tomaron posiciones coincidentes con la Cope y El Mundo o con El País y Canal Plus. Es innecesario abundar en ello. Sean unos u otros los dueños, la información que se emite es cada vez menos pública y más privada.
Opinión Pública
«La primera de todas las fuerzas es la opinión pública.»
Simón Bolívar
La opinión pública se forma en una democracia a base de las informaciones que suministra la prensa. El control de dicha opinión pública será el escenario del conflicto mediático por parcelas de audiencia entre poderes económicos, bancos y grandes empresas, y políticos, ufanándose de poner inquilino en la Moncloa. En Homo videns se pregunta el autor: ¿Cómo se constituye una opinión pública que sea verdaderamente del público? Las respuestas dependen del modo como se hacen las preguntas.
Los medios consiguen crear un clima de opinión por su poder entendido éste como el conjunto de puntos de vista juicios de valor y líneas de conducta que los miembros de la sociedad deben manifestar públicamente para no diferenciarse de las masas. Es el acatamiento de lo políticamente correcto. Este clima de opinión es más visible en momentos excepcionales, de crisis. El escritor y periodista Javier Pradera afirma que, en esas ocasiones, «una elite de profesionales que se comporta de manera coherente y que participa de una misma escala de valores transmite sus convicciones al contenido de los medios imprime un rumbo selectivo a las informaciones, magnetiza las percepciones de la audiencia". Imponen un criterio, un valor social. Una de las consecuencias de ese envolvente clima de opinión es que los individuos al observar su entorno perciben qué opiniones y conducta pueden adoptar sin verse amenazados. Se produce lo que Estefanía califica de 'efecto Queipo de Llano', los partidarios de las ideas en alza al expresarse con fuerza y seguridad producen la sensación de ser abrumadoramente mayoritarios frente a las personas que apenas se atreven a expresarse públicamente y que transmiten la sensación de representar opiniones menos valiosas y extendidas. El resultado es entonces la creación de una espiral del silencio: en situaciones de confrontación, aquellos que se perciben a sí mismos como portavoces minoritarios tienden a inhibir sus expresiones públicas por temor a la marginación social. Es sabido que la libertad de prensa «se convierte en privilegio (...) ya que su ejercicio queda reservado a quienes cuentan con los cuantiosos medios materiales que se necesitan para disponer de uno de esos medios de comunicación»{34}.
Mientras hombres de voluntad fuerte, como Lenin o Kamal Ataturk, impusieron a sus colegas sus puntos de vista de acuerdo con la realidad, quien intenta imponer ideas irreales –en base al concepto de utopía que informe a la mayoría social– termina en el fracaso político.
«Se piensa a veces que con tantos periódicos, radios y televisiones se tienen que escuchar infinidad de opiniones diferentes. Después se descubre que es al contrario; la fuerza de esos altavoces no hace sino amplificar la opinión dominante del momento, hasta el punto de hacer inaudible cualquier otro parecer» (Malouf, 1999, p. 137)
Chomsky lo subraya: «Podemos hacerlo irrelevante porque podemos manufacturar el consenso y asegurarnos que sus opciones y actitudes estén estructuradas de tal forma que siempre hagan lo que les digamos, incluso si tienen un modo formal de participar. Así tendremos una democracia real. Funcionará correctamente. Eso es aplicar las lecciones de la agencia de propaganda». El radicalismno de Chomsky viene justificado, dado que «la disminución de los recursos informativos en los sistemas mediáticos comercializados significa que las organizaciones informativas se basan cada vez más en los materiales producidos directamente por empresas de relaciones públicas»{35}.
El anatema moderno no es ser denigrado en los medios, sino ausentarse de ellos. En La hora XXV de España se recuerda la capacidad de cualquier sector de la prensa, que «se empeñaba en desorbitar la situación, difundiendo con más profusión los aspectos negativos entre sus lectores, con unos enunciados propagandísticos... inventados por especialistas en crispar a toda la sociedad, maestros en desquiciarla». Y también en levantar cortinas de humo para ocultar los hechos.
Los marginales
«Da igual que se rían de nosotros o que nos critiquen, que nos presenten como payasos o criminales; lo principal es que nos mencionen», escribió Hitler quien, como Castro o Kennedy, le debía mucho a la prensa. Como De Gaulle, aprendieron que su adherencia a creencias que les parecían verdaderas y grandes, sea cual sea el precio de su impopularidad temporal, se les dará la razón cuando al fin las circunstancias consagren la permanencia y la aptitud de sus creencias. La misión redentora que asume el líder es una transmisión de la herencia de los ancestros, renovada en el jefe. El fanatismo no se define por el contenido de las opiniones que se profesan, sino por la manera en que pretenden imponerlas. Y lo hacen porque saben que Bolívar acertó. La batalla se riñe hoy en torno a la verdad y la verdad es lo que cuentan los medios de comunicación.
Gordon Thomas, en Mossad, señala el papel del editor Maxwell en la frivolización de la denuncia del técnico nuclear israelí Vanunu al descubrir el proyecto atómico militar de Israel en Dimona. El instituto hebreo movió sus hilos y comentaristas y medios banalizaron el descubrimiento de Vanunu: Israel estaba fabricando bombas atómicas con un reactor francés. También es frecuente utilizar los medios para desacreditar personas o posiciones.
Publicidad
Cuando se deciden homologar los gustos de los consumidores de territorios y culturas distintas para incrementar la producción masiva, los medios de comunicación, el cine entre ellos, son el instrumento imprescindible. Una de las características de la globalización, la propaganda comercial se transforma en publicidad. Los medios de comunicación suponen el instrumento necesario de la educación de los consumidores. La publicidad nos enseña a mirar de determinada manera.
La hegemonía de la publicidad lleva consigo el auge del publicismo, afirma Aquilino Duque, es decir, de los medios de comunicación, su soporte natural. Este es un fenómeno intrínsecamente occidental; el 85 por ciento del volumen mundial en el negocio de las telecomunicaciones se da entre Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. «La publicidad no sólo mantiene el medio que la defiende, sino que perfila y modela los valores de la sociedad mediática», escribe Enrique Lynch.
En España hemos tenido un caso evidente de la importancia del pastel publicitario, a finales del siglo pasado, expresado en la lucha por la hegemonía en la recepción de televisión por satélite. Determinados planteamientos a favor de Telefónica en la guerra digital por parte de El Mundo, justificaron que expertos como Francisco Lorente señalaron la presencia de publicidad de Telefónica en el diario de Pedro J. Ramírez por encima de su impacto por lector hasta el contencioso del diario con la empresa Telefónica, como con el Gobierno socialista el beneficiario fue El País. A otro nivel, el diario Ya obtuvo publicidad de la gran empresa tras publicar algunas denuncias sobre su gestión.
El político se convierte en publicitario, convence a la clientela de que «un eslogan reemplaza a un programa, la imagen a la personalidad y el estilo al alma», denuncia A. Minc.
El poder de los medios de comunicación no sirve expresamente a los lectores, oyentes o al espectador. Se desarrollan a la luz pública campañas de opinión que responden a pugnas por intereses mercantiles; como a veces la caza del hombre se disfraza de periodismo de investigación.
La prensa requiere financiación, cifras enormes. Noam Chomsky, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, destaca el papel amortiguador que realizan los medios en las informaciones hacia las que pueden ser sensibles sus clientes. En España lo expresa en un libro llamado Cómo nos venden la moto. Acusa a los grandes medios de connivencia con el poder político y financiero. Los medios no pueden mantenerse sin formar parte del sistema, recibir sus cuotas de publicidad pública y privada. El sistema y quienes se benefician de él no pueden renunciar al control de los medios de comunicación de masas. Por eso existe un cinturón audiovisual en torno a personas e instituciones hacia quienes la crítica está vedada.
García de Viedma escribe que «la publicidad lo invade todo y ha pasado a jugar un importantísimo papel en el proceso económico (...) y enorme significado en el entendimiento de la vida y los comportamientos de las personas». El mismo autor cita a Sánchez Ferlosio: «Ninguna pedagogía ha llegado a alcanzar jamás en este mundo un grado de eficacia tan siquiera remotamente comparable con el que, en sus escasos cien años de existencia, ha acabado por lograr la pedagogía publicitaria».
Abusos del cuarto poder
A este enunciado le son aplicables las palabras de Kissinger: «La distinción reside entre quienes adoptan sus objetivos a la luz de la realidad y los que intentan modelar la realidad a la luz de sus propios objetivos. En esto los propietarios de los medios y sus eficaces comunicadores están de acuerdo con Bismarck: «Vivimos una época maravillosa en que el fuerte es débil por sus escrúpulos morales y en que el débil se hace fuerte debido a su audacia». Los medios juegan con los sentimientos del público pero no tienen una política sentimental en su supervivencia. Para conseguirla, los poderosos grupos mediáticos no se limitan a esperar los acontecimientos porque quedarían prisioneros de ellos. El oportunismo puro es estéril, al reducirse al análisis de dónde estoy en lugar de estudiar a dónde voy.
Muchos intereses buscan cobertura en los medios mediante el pago de publicidad, con la toma de participación en el capital de los mismos, o la compra de voluntades entre los comunicadores. Es una tradición. En su biografía de Alejandro Lerroux, el historiador José Álvarez Junco cuenta, final del siglo XIX, había en Madrid a 30 ó 40 diarios; esto en un país en el que apenas se leía. Lo que quiere decir que cuatro disponían de grandes tiradas y otros apenas superaban los pocos centenares de ejemplares. Resulta obligado preguntarse por los recursos que sostenían a la espectacular floración de la prensa política. Si el director y los equipos de redacción sabían manejarse en aquellas turbulentas aguas podían conseguir otras fuentes de financiación, ante todo gracias a los fondos reservados, vulgarmente llamados de reptiles, que los ministerios de Gobernación y de Estado repartían discrecionalmente, esto es, sin control parlamentario. No eran sólo fondos públicos los que explicarán la supervivencia de aquella prensa, se alimentaban también de desembolso privados y no precisamente voluntarios. "Un experto en aquellos ambientes como era Ricardo Fuente escribió que el periódico era una auténtica patente de corso. Los periódicos de empresa, según él los llama, nacen al calor de la subvención y se inspiran en el afán de ganancia ilegítima. Se suelen titular imparciales o independientes y empiezan a luchar por causas nobles desde la oposición. Cuando logran un público ponen entre líneas este anuncio: «Somos un poder. Bancos, empresas, gobierno: mi silencio o mi apoyo valen tanto». Comienza el chantaje. El periódico cobra por no publicar o hacerlo de manera inocua noticias que han llegado a la redacción y que determinada persona física o jurídica quiere evitar que se publiquen. «La prensa, cada vez más sometida a directrices e influencias que podemos llamar oficiales porque coinciden con los argumentos que esgrime el poder, tiende a ocultar algunos (...)»{36}. Ya no se trata de la lucha entre ideas sino de la conquista de parcelas de poder.
Con ello, se convierten los medios en un instrumento al servicio del tráfico de influencias, intereses externos, una práctica de abuso que crece a la sombra de la libertad de empresa o expresión. Un ejemplo de ese poder lo cita Estefanía en la Francia de 1993, cuando el primer ministro socialista, Pierre Beregovoy se suicidó de un disparo el primero de mayo. Los socialistas franceses acusaron a la prensa, a los jueces y a la derecha de haberse cebado cruelmente con un político calificado de hombre honesto, servidor del estado o excelente gestor de la economía. El suicidio se producía seis semanas después de que el partido socialista francés sufrió una brutal derrota, identificado con el paro y la corrupción en 1986. Beregovoy vio magnificado un préstamo de 20 millones y su reputación puesta en solfa. No resistió la presión. Un dirigente francés dijo que hay palabras y caricaturas más mortíferas que las balas.
Minc señala que esta nueva forma de opinión pública no es más que un compuesto químico de sondeos y medios de comunicación. Por último, pero no menos importante, «los medios de comunicación social, especialmente el cine, han provocado un incremento ilusorio de las aspiraciones», es decir, de las expectativas de vida y fortuna de los espectadores agravando la infelicidad consecuencia del consumismo.
Deontología
Concisión en el estilo, precisión en el pensamiento, decisión en la vida
Víctor Hugo
Ningún medio sacrifica sus oportunidades a sus principios. Los poderes financieros son conscientes y mantienen una presencia accionarial. «La intuición moral nos dice que un mercado de las imágenes del sufrimiento es una inmoralidad, porque, incluso en una cultura capitalista, hay ciertas mercancías que nunca deberían ser objeto de transacción mercantil»{37}. Frente a la concentración de los medios en media docena de multinacionales y de su uso como aparato de propaganda del sistema, sólo puede oponerse la moral, el código deontológico de los periodistas, reacios a retorcer la verdad en beneficio ajeno.
La confusión se produce entre la libertad de expresión, que debe ser concedida hasta a los embusteros y los locos, y el oficio de informar con sus propias obligaciones. La defensa de una prensa de opinión, apoyada por Voltaire y Tocqueville, no supone patente de corso para manipular la información. El periodista tienen que haber hecho cuanto ha podido para descubrir la verdad, para informarse, saber que no ha omitido nada de cuanto sabía ni inventado lo que ignora, así es admisible el error.
En octubre de 1985 un diario de Nueva Delhi, The Patriot, fue citado como fuente para una noticia que dio la vuelta al mundo: el SIDA es un virus fruto de un experimento fallido de Washington. Muchos medios lo recogieron pero The Patriot no lo había publicado nunca. Dentro de nuestras fronteras, otros periódicos de incierta propiedad final, Ya, sirvieron para que medios de Prisa citaran la noticia del vídeo sexual con que se castigaba al director de El Mundo por haber sido vocero de la implicación del Gobierno González en el caso GAL.
La profesión no está tan desprestigia como otros oficios poderosos con quienes comparte status: políticos, jueces, funcionarios y, en general, personajes públicos, incluidos los inquilinos de Gran Hermano. Al mismo tiempo ninguna otra profesión es tan adulada por el temor que inspira su poder. Quien tiene más recursos para actuar, no necesariamente económicos, tiene poder a costa de los demás. Hace años en una cacería mediática, el catedrático Jaime García Añoveros analizaba el poder espurio de algunos medios de comunicación: hay gente que aquí en España se siente oprimida no sólo por el poder político aunque también, ahora me refiero específicamente a poderes no siempre públicos entre los que el ciudadano parece no tener defensa hasta el punto que algunos piensan, parafraseando la vieja fórmula, que entre tantas leyes hay una en importante lugar según la cual todo español será objeto de falso testimonio y moralmente linchado. «Criticar a la prensa constituye una especie de sacrilegio, sin duda cometido con frecuencia, pero, en principio, no por ello menos censurado». «Espectador y actor, el periodista se beneficia, además, de un privilegio: es el único actor de nuestras sociedades complejas que nunca está sometido a su propia crítica», destaca Minc.
En las ciencias sociales, constituyen dos fenómenos diferentes la mentira flagrante y la deformación ideológica. Podemos hablar de mentira cuando constituye una falsificación palpable de cifras, de datos, de hechos. La mentira no es una simple ayuda, sino un componente orgánico del sistema, una protección para sobrevivir. Joaquín Costa definió así la corrupción del parlamentarismo de su época.
El problema es el enfrentamiento entre el informador y el militante. El periodista tiene mucho de esto último por su capacidad para ponerse a sí mismo en estado de disponibilidad y satisfacer informativamente las circunstancias, mantener la tensión de la polémica continua, el tedio de la constante vigilancia de los movimientos e intrigas. El periodismo no existe en el vacío (a pesar de la prueba empírica con que el Tamarismo y el Granhermanismo parecen negar mi afirmación). Los periodistas son siempre accesibles, cualidad más reducida en los políticos y comediantes. Por ello, en el periodismo la confluencia entre el militante, en el concepto más amplio y sin carnet, y el informador provoca un déficit en la información que viene sesgada pro el medio de transmisión.
Jean François Revel nos dice que la ideología supone una triple dispensa: intelectual, práctica y moral ante las obligaciones del periodista.
La intelectual consiste en retener sólo los hechos favorables y lanzarlos como propaganda única. Las realidades que no encajen en su concepción del mundo, del periodista o del medio, se eliminan o dulcifican. David Lamb, corresponsal del prestigioso Washington Post en Oriente Medio publicaba, el 19 de enero de 1987: «La justicia saudí parece salvaje pero funciona.» Lamb, definido como liberal en los medios norteamericanos, defendía la eficacia del régimen saudí a la vista de las cifras: 14.000 crímenes para una población calculada entre los 6 y los 11 millones de personas. En contraposición, Los Ángeles, con siete millones de habitantes, dan una media de un millón y medio de delitos. Partidario del castigo físico en la Península Arábiga, Lamb es uno de los más firmes defensores del abolicionismo de la silla eléctrica en su propio país. En este caso, que no es único, la dispensa intelectual no procede de un musulmán.
La dispensa práctica suprime el criterio de la eficacia, quita todo valor de refutación a los fracasos. Las repúblicas socialistas no pensaban que la ruina sobrevenida por su adhesión a un modelo económico autosuficiente se deba a la doctrina aplicada sino a factores exógenos: conspiraciones, bloqueos, &c.
La dispensa moral, el servicio a la ideología es el que ocupa el lugar de la moral. Las acciones no son buenas o malas a la luz de la ética, sino en razón de la eficacia con que sirvan a la ideología. Es decir, matar no es malo en sí, depende a quién y para qué. Poner una bomba en el sur de Francia es un crimen, matar a un político vasco es un acto revolucionario, según los parámetros de los descerebrados que se dedican a estas cosas.
Ese es el resultado de la mezcla de confundir lo que es con lo que le gustaría ser.
Conclusión
Cuando hoy el perdedor ahora apela a la providencia de los Estados, éstos se baten en retirada porque pese a toda la riqueza generada, están en quiebra o han delegado sus funciones en los agentes privados y la prensa es uno de ellos. Emerge así otro de los efectos de la globalización: el fatalismo, no hay nada que hacer. El economista norteamericano Albert Hirschman define al respecto la tesis de la perversidad. Toda acción deliberada para cambiar el estado de las cosas las empeorará. En cualquier caso, toda tentativa de control genera un efecto de resistencia que se ve agravado dado que «la mayoría de las sociedades, sin embargo, institucionalizan el momento de su éxito y no consiguen renovar continuamente su dinamismo» (Hall, 1993, p. 149)
La ley en democracia garantiza la libertad de expresión, no la infalibilidad. El talento, la competencia, la responsabilidad, la inteligencia, y la comprobación de los hechos están a cargo del periodista, no del legislador. Pero las editoras no pagan por el servicio a la verdad sino a sus intereses, no se diferencian en eso mucho de los bancos.
A la postre, nos recordaba Guillermo de Orange, «no es necesario esperar para emprender ni lograr para perseverar».
¿Quiénes mandan?
La revista Egeo de MMR publicó en Internet un magnífico reportaje sobre el poder mediático. Lo prologamos recordando que «el hecho fundamental es que la industrialización requiere ahora elevados niveles de adaptación y capital: la introducción de tecnología cada vez más compleja incrementará sin duda aún más la desventaja del mundo en vías de desarrollo» (Hall e Ikenberry, 1993, pág. 130). Con esa perspectiva, cuatro hombres y una mujer controlan el mundo de la industria cultural mediática, tres anglosajones, un alemán y un francés. Son los presidentes, a veces propietarios, de los mayores grupos de comunicación del mundo, y todos ellos tratan de controlar, con la técnica del multimedia, prensa, radio, TV, Internet, el mundo editorial, el discográfico y la producción cinematográfica y televisiva. Todos combinan producción y emisión. Creen en la aldea global y los cinco están convencidos de que su patria es el mundo. Todos ellos son políticamente correctos, se autodefinen a sí mismos como progresistas y suelen estar ligados a las fuerzas políticas de centro izquierda de sus respectivos países de origen. Temen más que a nadie a la amenaza de la Nueva Economía, especialmente a los grandes fabricantes de informática tipo Microsoft y a las operadoras de telefonía, siempre tentadas de entrar en el terreno de los contenidos y de la influencia. Poseen menos capitalización y liquidez que las compañías tecnológicas, pero más poder, más influencia. Consideran que la industria cultural es un sector económico como cualquier otro, no un semillero de ideales o un instrumento para expandir una cosmovisión dada. Antes que otra cosa, la prensa y la ficción son empresas que venden un servicio: de información y entretenimiento. «Para enseñar –en frase atribuida a Murdoch–, ya está la escuela». Quizás la excepción sea Financial Times, muy volcado sobre productos educativos, pero la filosofía más profunda del grupo Pearson, y en esto coincide con el resto, es el libre mercado. En definitiva, los magnates de la prensa, ahora magnates de alcance mundial, no son editores, sino empresarios. No conciben su profesión como educadores del pueblo, sino como presidentes de una junta societaria que debe dar cuentas a los accionistas de su inversión. Hablamos de los siguientes mega-grupos, dirigidos por otros tantos Ciudadanos Kane: AOL-Time Warner (Steve Case), Vivendi (Jean-Marie Messier), Bertelsmann (Thomas Middelhoff), News Corporation (Rupert Murdoch) y Pearson-Financial Times (Marjorie Scardino). La primacía anglosajona y anglófona es clara. Y aunque en la aldea global la patria sea el idioma, ni el español ni el chino (segunda y tercera lenguas del mundo) figuran en esta División de Honor de la comunicación mundial. Demográficamente, también están ausentes Asia, África, Iberoamérica, el mundo árabe y el mundo eslavo. Al igual que ocurre en otros sectores, la concentración acelerada de medios y multimedias está potenciando la marca única y agudizando las semejanzas entre los grandes. AOL: el grande entre los grandes. Por cierto, ninguno de los 5 grandes deja de crecer. El grande entre los grandes, producto de la fusión entre el operador de Internet American On Line y el grupo Time-Warner-CNN, recibía el visto bueno de la Comisión Federal de Comercio norteamericana, con una serie de condiciones sobre contratos de exclusividad y cesión de parte de su actividad de cable. El hombre clave es Steve Case, el mismo que desafió a Bill Gates. Case creó American On Line como un proveedor de servicios de Internet, uno más entre las docenas de servidores que surgieron en los años 90. Nacido en Honolulu, la vida de Case será algún día rodada por la Warner, que ahora le pertenece. A sus 43 años se ha convertido en el editor más importante del mundo, pero antes vendió limonada en un carrito, y semillas, y postales, hasta que se le ocurrió que la mejor manera de captar clientes, so simples usuarios, en la Red, era ofrecer videojuegos. Una idea que le sirvió para absorber a monstruos del tamaño de Compuserve o Netscape, y para captar 20 millones de clientes-internautas. Microsoft se empeñó en comprarle aunque, más que una negociación, la oferta de Gates constituía una amenaza. Pero Case se empeñó en no vender y Microsoft no consiguió expulsarle del mercado. Así, en un lustro, se pudo hacer con la mítica revista Time, con la mítica y casi centenaria productora Warner y con la super mítica, y no centenaria, CNN. El mejor ejemplo del espíritu capitalista de los nuevos operadores es la operación de fusión. Cuando Steve Case firma con Gerard Levin el pacto de fusión, acuerdan que el 55% de la sociedad resultante será AOL (es decir, Internet), y el resto, prensa, radio, TV, cine, &c. sólo un 45%. Porque lo que importaba era la capitalización y el valor bursátil de la nueva economía, a principios de año, era cosa de locos. Total, que Gates tuvo que conformarse con la NBC, que no es moco de pavo, pero ni se parece al nuevo gigante de la comunicación. Y lo mismo le ocurre a la Factoría Disney, que adquirió ABC, o a la CBS: nadie posee la capacidad de producción de contenidos de AOL-Time Warner. Además, en Estados Unidos el rey de la TV es el cable, y Warner es líder en el cable, en dura competencia con el australiano Murdoch. Eso sí, el espíritu de la CNN y de la Warner han conquistado «ideológicamente» al a-doctrinal Case. La CNN de Ted Turner se ha inclinado siempre por el universo del progresismo norteamericano. Por ejemplo, Turner ha puesto su fortuna a disposición de las grandes multinacionales, en especial la propia ONU, de planificación familiar en todo el mundo. Un factor que se va a repetir en el caso de Vivendi-Canal Plus. Los conquistadores resultan ideológicamente conquistados. Al final, AOL-Warner es un conglomerado que factura más de 20 billones de pesetas al año, y en sus tripas se encuentran la precitada CNN, los canales de cable TNT, Cartoon Network y HBO. Las 5.700 películas de Warner Bross, 32.000 títulos de TV (por citar algo, las series Urgencias y Friends), 13.500 producciones de dibujos animados, las discográficas Warner Music y EMI, con más de 1.000.000 de canciones registradas, y las revistas Time, People, Fortune o Sports Illustrated. En España, AOL es la propietaria del 10% de Canal Satélite Digital. 2000: el año de los magnates. La fusión de AOL y Time Warner se produce un 10 de enero de 2000. Pues bien, va a provocar la reacción en cadena de los grandes consorcios europeos para no quedarse atrás. El último año del siglo XX ha sido el año de la consolidación de esa División de Honor de la sociedad de la Información.
La France al asalto del mundo. «Por primera vez, hay en Europa un grupo capaz de competir en todas partes con los mayores grupos americanos». Con estas palabras definía el francés Jean-Marie Messier, presidente de Vivendi, la absorción de la mítica Universal por Vivendi-Canal Plus. Lo que empezó siendo un suministrador de agua, y luego constructor, es hoy una de las grandes potencias mediáticas del planeta. Vivendi ha logrado hacerse con la empresa canadiense Seagram, que además de destilar un güisqui estupendo es la propietaria de una de las firmas míticas de Hollywood: la Universal Studios. A Messier, hace tiempo que se olvidó del ladrillo y se hizo con los elementos básicos de la industria cultural francesa: Canal Plus, Havas y el grupo Matra-Lagardère, que aporta 25 canales temáticos y una de las más potentes máquinas editoras de revistas (supera los 200 títulos) bajo la marca Hachette (piensen en Ragazza, Diez Minutos, Elle, Paris-Match, &c.) aunque jurídicamente la familia Lagardère mantiene su independencia... por el momento. Es decir, que Vivendi ha conectado con la industria armamentista y con el grupo ideológico más poderoso de la Francia de la postguerra: el formado alrededor del Partido Socialista Francés, y potenciado y cuajado durante la Presidencia de François Mitterrand y de su familia: agnósticos, anticlericales y convenientemente relacionados con la masonería francesa, de cuya Gran Logia era Gran Maestre el hermano del presidente. La tribu capitaneada por el histórico André Rouselet y por Pierre Lescure (actual presidente de Canal Plus), &c., provienen del mismo tronco y son los que han creado la impronta ideológica Messier, ante todo empresario. La nueva Vivendi Universal es propietaria de cerca de 10.000 películas, del grupo informativo y editorial Havas (propietario, por ejemplo, en España, de Anaya), de Usa Network, una de las grandes productoras de serie de TV norteamericanas, además de poseer un conglomerado de firmas discográficas, entre las que se cuentan Decca, Polydor, MCA, &c. En Internet posee uno de los portales más importantes de Europa: Vizzavi. Naturalmente, su principal socio español es el grupo Prisa, a través de Canal Plus, aunque ahora Vivendi puede aspirar a más a través de Xfera, el nuevo operador de telefonía móvil de tercera generación, de la mano de los hermanos March y Florentino Pérez. Alemania y Reino Unido se suman al asunto.
El grupo Pearson es el editor de Financial Times y The Economist, dos de los medios impresos más influyentes del mundo. Pero se ha convertido también en uno de los grandes productores y emisores de TV europeos. Aquí emerge la figura de Marjorie Scardino, probablemente la mujer más influyente del mundo, una norteamericana afincada en el Reino Unido que ha mejorado la solvencia y rentabilidad de Pearson al tiempo que intentaba mantener una mayor seriedad en los contenidos. Scardino, casada y con 3 hijos, el único de los grandes que ha trabajado antes como periodista, dice cosas como las siguientes: «Nuestra misión no es hacer dinero (aunque lo ha hecho, y mucho)... y nos preocupa lo que hacemos (la calidad del producto)». Le asombra que España sea el único país europeo donde la prensa de calidad publique anuncios de prostitución y obtenga de ellos pingües beneficios y manifiesta haber protestado por ello (recordemos que Pearson es la propietaria del Grupo Recoletos, a su vez accionista de referencia de El Mundo. Pearson es propietaria del diario francés Les Echos, y las ediciones de Financial Times en Alemania y Estados Unidos se han convertido en una de las pautas de referencia.
La alianza con Bertelsmann. El grupo alemán Bertelsmann es la primera editorial del mundo, pero quiere convertirse en el primer multimedia del mundo. Su líder, Thomas Middelhoff, ha emprendido una velocísima carrera hacia el liderazgo. En España actuó con Telefónica con motivo de la fusión entre Terra y Lycos, y participa en el grupo Telefónica, con especial apetencia por Telefónica Media. Bertelsmann es alemán, lo que exige hacer varias puntualizaciones. Middelhoff es el primer ejecutivo, pero el Consejo de Vigilancia (nuestro Consejo de Administración) está controlado por la familia Mohn, con espléndidas relaciones con la Familia Real española y algunos de cuyos miembros residen en Mallorca. Además, es un grupo especialmente preocupado por la distribución, lo que le diferencia de todos los demás. En su conjunto, el grupo Bertelsmann factura el doble que Telefónica de España, a pesar de que su fuerte son los libros. A Bertelsmann pertenece Círculo de Lectores, Plaza y Janés y el consorcio J+G, el más importante del mundo en producción de revistas. Al mismo tiempo, es líder en la producción y distribución de discos y uno de los grandes operadores de Internet. En TV es el primer accionista de RTL, líder de audiencia en Alemania y en área germano hablante, como Austria y Suiza, de la francesa M-6 y de la británica Channel 5. RTL es, además, propietaria de un 10% de antena 3 TV y de un 5% de Vía Digital, del grupo Telefónica Media. El español Juan Abelló es el nuevo presidente de RTL. En producción, Bertelsmann controla CLT-UFA, cuyo accionariado comparte con el magnate belga Albert Frère, asimismo socio del grupo Suez y, en España, de Esther Koplowitz. Precisamente, CLT-UFA firmó en abril una alianza con Pearson TV, de la que ha nacido el mayor conglomerado audiovisual de Europa, con 20 canales de TV y 18 de radio, y un valor de 3,3 billones de pesetas. Ideológicamente, la familia Mohn es la neutralidad absoluta. Sus empresas filiales suelen tener normas internas que prohíben la colaboración con cualquier tipo de confesión religiosa. Si la ausencia de cualquier referencia ideológica es una ideología, ese sería el ideario de Bertelsmann.
Murdoch: la vida privada de los demás. Rupert Murdoch tiene un imperio mediático, News Corporation, de 4,5 billones de pesetas. Su estandarte es la Fox, y su punto audiovisual más importante la TV por cable en Estados Unidos. Por satélite, cuenta con Sky News, otro de los líderes mundiales en este tipo de transmisión televisiva. Lleva mucho tiempo intentando controlar el imperio televisivo italiano de Silvio Berlusconi, al igual que controla buena parte de la prensa británica. Compró el serio Times y el sensacionalista y amarillo The Sun, y al parecer está orgulloso de ambos. Apoyó a Tony Blair en su ascenso al poder, pero luego se enfadó con el premier británico. Está muy empeñado en convertirse en el rey de la TV en India y el sureste asiático. Sus medios tienen una tendencia al escándalo y a la intromisión en la vida privada de las personas. Curiosamente, el hombre de la Fox ha visto cómo su mayordomo rompía el silencio pétreo sobre su intimidad, que ha pasado a convertirse en carne de folletín, hasta convertir a Murdoch en un cazador cazado. El divorcio de su mujer, Anna, ha puesto en peligro la continuidad del grupo.
Estos grupos mediáticos no llegan a la mayor parte de la humanidad pero sí a la totalidad de cuantos toman decisiones que modifican el mundo.
Bibliografía
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- Joaquín Estefanía, El poder en el mundo, Plaza y Janés, Barcelona 2000.
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- John A. Hall y G. John Ikenberry, El Estado, Alianza Editorial, Madrid 1993.
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- Michael Ignatieff, El honor del guerrero, Santillana, Madrid 2002.
- José Vidal Beneyto & al., La ventana global, Taurus, Madrid 2002.
- Francis Fukuyama, La gran ruptura, Suma de Letras SL, Madrid 2001
Notas
{1} Julián Marías, Cara y cruz de la electrónica, Espasa-Calpe, colección Reno. Madrid 1985, página 21.
{2} Luis Suárez, «El hecho concreto de una desideologización», Altar Mayor, nº 81, agosto 2002, página 693.
{3} Clifford G. Christians, «Ética y regulación internacional de las comunicaciones», en La ventana global, coordinado por José Vidal Beneyto. Taurus, Madrid 2002, página 271.
{4} Clifford G. Christians, Obra citada, página 277.
{5} José Vidal Beneyto, La ventana global, Taurus, Madrid 2002, página 20.
{6} Víctor Hugo, Nuestra Señora de París.
{7} Robert W. McChesney, «Economía política de los medios y las industrias de la información en un mundo globalizado», en La Ventana global, Madrid 2002, página 236.
{8} Aquilino Duque, El suicidio de la modernidad, Bruguera, Barcelona 1984.
{9} José Vidal Beneyto, La ventana global, Taurus, Madrid 2002, página 20.
{10} Amin Malouf, Identidades asesinas, Alianza Editorial, Madrid 1999, página 86.
{11} Vidal Beneyto, Obra citada, pág. 76.
{12} Ali Shariati, Sociología del Islam, Edita Al Hoda, Teherán 1988.
{13} Enrique Bustamante, «Nuevas fronteras del servicio público y su función en el espacio público mundial», en La ventana global, 2002, página 190.
{14} Ignacio Ramonet, Guerras del siglo XXI, Mondadori, Barcelona 2002, página 146.
{15} José Manuel Paquete de Oliveira, «Internet como instrumento para la participación ciudadana», en La ventana global, página 103.
{16} Dayah Kishan Thussu, «Las guerras en los medios de comunicación», en La ventana global, 2002, página 328.
{17} Robert W. McChesney, «Economía política de los medios y las industrias de la información en un mundo globalizado», en La Ventana global, Madrid 2002, página 235.
{18} Anthony Giddens La tercera vía.
{19} Robert W. McChesney, «Economía política de los medios y las industrias de la información en un mundo globalizado», en La Ventana global, página 239.
{20} Peter Dahlgren, «La democracia electrónica. Internet y la evolución del periodismo. Cómo utilizar el espacio disponible», en La Ventana global, Madrid 2002, página 168.
{21} Kishan Thussu, Obra citada, página 336.
{22} Henry Kissinger, Diplomacia, Madrid, página 15.
{23} Noam Chomsky, What makes mainstream media mainstream?, Z Magazine, octubre de 1997.
{24} Shlomo Ben-Ami, Israel entre la guerra y la paz, Ediciones B, Barcelona 2001, página 133.
{25} Michael Ignatieff, El honor del guerrero, Santillana, enero 2002, página 44.
{26} Enrique Bustamante, Obra citada, página 187.
{27} Clifford G. Christians, «Ética y regulación internacional de las comunicaciones», en La ventana global, Madrid 2002, página 270.
{28} Entrevista de Gustavo Morales a Sergio Cabrera, revista MC, abril 2000.
{29} Amin Malouf, Obra citada, página 137.
{30} Vidal Beneyto, Obra citada, Madrid 2002, página 21.
{31} Robert W. McChesney, Obra citada, página 240.
{32} Fukuyama, pág. 175
{33} Michael Ignatieff, Obra citada, página 21.
{34} Luis Suárez, Obra citada, página 690.
{35} W. Lance Bennett, «La globalización, la desregulación de los mercados, de los medios de comunicación y el futuro de la información pública», La Ventana global, Madrid 2002, página 259.
{36} Luis Suárez, Obra citada, página 704.
{37} Michael Ignatieff, Obra citada, página 45.