María Teresa González Cortés, Descubriendo a Babeuf, El Catoblepas 86:24, 2009 (original) (raw)

El Catoblepas, número 86, abril 2009
El Catoblepasnúmero 86 • abril 2009 • página 24
Libros

María Teresa González Cortés

Al publicarse en español El sistema de despoblación, de Gracchus Babeuf,

traducido por Evelyne Pintor, en edición de María Teresa González Cortés, Ediciones de la Torre, Madrid 2008

Babeuf, El sistema de despoblación, edición de María Teresa González Cortés, Ediciones de la Torre, Madrid 2008En 1794 François-Noël Babeuf, alias Gracchus Babeuf, escribía El sistema de despoblación, una obra en la que criticaba las ideas premaltusianas de ciertos contemporáneos suyos y, además, describía los planes genocidas de Saint-Just, Couthon, Barère, Billaud, Collot, Carrier y otros cabecillas de la Revolución francesa. El testimonio de Babeuf (1760-1797) fue único en su época y no tanto por señalar la deriva ideológica del movimiento revolucionario, cuanto por denunciar la política de tierra quemada de, sin duda, las figuras más prestigiosas de la Convención.

«1794», annus horribilis

«Mil setecientos noventa y cuatro» fue para Francia, y cabalísticamente hablando, un número aciago, una fecha para olvidar, incluso un guarismo para borrar de su Historia, pero sobre todo y además fue un año terrible en la vida de cientos de miles de franceses y francesas. Y si en 1794 en el París de Robespierre todos y cada uno de los grupúsculos de la cámara de la Convención ideológicamente opuestos a él fueron perseguidos, cuando no, aniquilados; y no solo eso; si desde diciembre de 1793 hasta la primavera de 1794, meses antes de la caída del líder Maximilien François Marie Isidore de Robespierre, la revolución de la Vendée era acallada a golpe de sangre y muerte; casi simultáneamente al desenlace de estos sucesos se filtraban a la opinión pública francesa las brutalidades bélicas llevadas a cabo por el gobierno revolucionario, incluso contra mujeres, niños y ancianos de la Vendée.

Mientras los orígenes de la Revolución francesa se fraguan con las quejas campesinas, reflejadas a lo largo de esos 40.000 cahiers de doléances que criticaban los privilegios agrarios de la nobleza, el fin de la Revolución coincidirá paradójicamente con el aplastamiento del movimiento campesino. Quizá, por eso, la derrota vendeana nunca supo a victoria, pues junto a las cenizas de la represión de la Vendée iría acumulándose el desgaste del movimiento revolucionario o, mejor, sobre el ocaso de la Vendée iría desplomándose todo el andamiaje de la Revolución francesa. Y es que, no lo olvidemos, es en 1794 cuando se sustancia el principio del fin del órgano de la Convención, es en 1794 cuando fue defenestrada, y a la postre llevada al cadalso, la mayoría de los integrantes del gobierno tiránico de El Incorruptible Robespierre. Es, en suma, 1794 un «annus horribilis», ya que en 1794 finaliza el momento político más álgido, más rabiosamente revolucionario de la Revolución, amén de que en 1794 se agota, y para siempre, el curso de la propia Revolución francesa ante los desmanes, cometidos en su nombre, por los líderes revolucionarios más extremistas y radicales.

Babeuf, por supuesto, tuvo conocimiento de tales abusos y, frente a las luchas fanáticas de «los representantes de las Asambleas sucesivas y los militantes de los clubes por ocupar la posición simbólica dominante que es la voluntad del pueblo»{1}, Babeuf quiso mostrar las equivocaciones de los gobernantes saliendo en defensa de mujeres, niños, soldados, agricultores y demás gente humilde que, en carnes propias, padecían los errores e inexperiencia de los nuevos líderes. Por eso, escribiría El sistema de despoblación, también en 1794, una obra en la que el picardo Babeuf proporciona buen número de pistas para entender el declive del movimiento revolucionario.

El sistema de despoblación, 214 años aguardando a una edición

Pese a su valor, este escrito ha permanecido inexplicablemente durante siglos inédito. La pregunta que hay que formularse entonces es ésta: ¿cómo es posible que hasta 2008 no se haya traducido nunca esta obra de Babeuf? Una posible causa puede radicar en la ley historiográfica del revolucionarismo oficialista, ley que Georg Lukàcs en su escrito El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler (1952) supo enunciar muy bien al identificar este filósofo marxista la crítica a la Revolución francesa con la defensa de posturas ideológicamente regresivas y antediluvianas. Bien, conocida su trayectoria política, Babeuf no cumple ni remotamente con el estereotipo luckàcsiano. De hecho, Babeuf siempre se sintió de izquierdas y nunca renunció a los principios del igualitarismo. Por tanto, y ante tal paradoja, debe haber otros motivos que expliquen esos no pocos años de silencio bibliográfico.

¿Y cuál son esos posibles «otros motivos»? Por un lado, la obra de Babeuf (que se titulaba El sistema de despoblación, o La vida y los crímenes de Carrier) nunca constituyó ni un canto a la guerra revolucionaria ni tampoco una apología de la liberación a través del enfrentamiento bélico. ¡Babeuf no congenió demasiado bien con las ideas mayoritariamente belicistas de los jacobinos!

Pero, por otro lado, es posible que existiera otra razón, ideológicamente más fuerte, para abandonar el escrito de Babeuf en la cuneta historiográfica. Y es que, como El sistema de despoblación recogía detalles sobre los sucesos del alzamiento militar de la Vendée, creemos que eso pudo perjudicar y de manera muy seria a Babeuf, pues de hecho, todavía hoy, mencionar la Vendée es un signo de oprobio, de vergüenza nacionalista para muchos franceses. Dicho de otra manera. Que a Babeuf se le ocurriera destapar, amén de criticar las matanzas de la Vendée, masacres que los adláteres de Robespierre perpetraban amparándose jurídicamente en el recurso (de los antiguos señores feudales) «omnia potestas» o derecho de vida y muerte; que un revolucionario de su talla, y para más señas comunista, describiera el bienio de 1793-1794 en términos genocidas –no olvidemos que Babeuf acuñó en las postrimerías de la Edad Moderna, y por primera vez en la Historia, la voz «genocidio»–; todo ello, en fin, podría explicar por qué su escrito ha permanecido 214 años entre las brumas del olvido y la censura.

En cualquier caso y sean cuales sean los motivos de este lamentable descuido, la lectura del texto babeuvista resultaba incómoda para quienes buscaban (y hoy también procuran) mantener en los fueros de la Revolución francesa el santo grial de su ideología. Y por no ubicarse en el firmamento del mapa revolucionario, El sistema de despoblación acabó (¿por mezquindad intelectual o por simple desidia?) convertido en una obra heterodoxa y maldita y, sobre todo, difícil de catalogar por atípica. Recordemos que Babeuf rompía con las tradiciones violentas de la Modernidad. Y recordemos también cómo argumentalmente se opuso a esos enfoques que son respaldados por un conjunto de afirmaciones que excluyen todo lo que las niega o pueda ponerlas en duda, eso que el filósofo Julián Marías en su escrito Ortega. Circunstancia y vocación (1973) denominó con gran acierto «el absolutismo del intelecto».

La desgracia de Babeuf no fue otra que desviarse de las rutas de ese Nuevo Régimen que los jacobinos habían edificado a partir de la caída del Antiguo Régimen. Por eso, El sistema de despoblación, alejado de la cartografía oficial, expone las causas de la descomposición y debacle de la Revolución francesa y, amén de mostrar la hondura y los mecanismos del revolucionarismo terrorista durante el bienio 1793-1794, es una de esas intrahistorias que describen el devenir de Francia en uno de los momentos más borrascosos de su Historia, justo cuando la revuelta de los campesinos de la Vendée alcanza las proporciones gigantescas de una revolución.{2}

El sistema de despoblación, su temática

Para quienes sumergen el acto de razonar en la parálisis complaciente de «la ceguera voluntaria», concepto acuñado por el ex comunista recientemente fallecido Carlos Semprún Maura, no es nunca recomendable la lectura de esta obra y sí, en cambio, es altamente aconsejable para quienes no se encierran en el monolitismo intelectual y, a pesar de sus prejuicios o ideas previas, aspiran sin miedo a seguir aprendiendo –_sapere aude!_–, y a no hipotecar el gusto humano, muy humano de dudar y pensar.

Hecha esta advertencia, El sistema de despoblación excluye de sus dominios todos esos rastros de teología pagana que, desde finales de la Edad Moderna, han estereotipado al «revolucionario» como individuo sabio (tradición griega), que desprende un profundo sentido público, que no privado, de la ley (tradición romana) y sabe, a la vez, dar muestras de pureza y honradez a lo largo de sus comportamientos (tradición cristiana). Pues bien, por que Babeuf no manejó la fórmula «filósofo + jurista + santo = revolucionario», nunca creyó en la suprahumanidad de los representantes del pueblo. De ahí que criticara a conspicuos líderes revolucionarios como Saint-Just, Couthon, Barère, Billaud, Collot, Carrier... y, por supuesto, a Robespierre. De ahí, igualmente, que no se dejara convencer por los oropeles de esa incipiente tradición revolucionaria francesa que, acoplándose a las simbologías mitificadoras del pasado, se apropiaba del aura trinitaria «sapiencia, nobleza política y vida virtuosa»:

«Dejemos de relacionar el carácter de mandatario del Pueblo con aquel prestigio idólatra, aquel fanatismo esclavo, aquella falsa idea de infalibilidad o, al menos, de capacidad superior a la de los demás ciudadanos. No, mi delegado no puede hacer más milagros de los que pudiera hacer yo; no he tenido el poder, al decorarle con su dignidad, de infundirle la sabiduría infinita; sigue siendo un hombre como antes lo era; cometerá tantos errores como los otros hombres, y quizá todavía más porque el resplandeciente poder con el que yo le he dotado, de pronto le deslumbrará.»{3}

A diferencia de muchos de sus contemporáneos que adormecieron el espíritu crítico, Babeuf se aparta de la atmósfera elegíaca que rodea a personajes y acontecimientos revolucionarios y desgrana lo que ocurre en algunas zonas de Francia poniendo así en entredicho las verdades heroicas del revolucionarismo. Y con el fin de describir el automatismo y la enorme inhumanidad del Estado autoritario, aconseja:

«Volved a analizar la legislación de sangre, hierro y fuego que hemos recordado, y os parecerán las cartas de Carrier tan sólo consecuentes. Sus principios de humanidad son los de muchos de sus colegisladores. Consultad a Lequinio en su propia obra sobre la Vendée, os repetirá casi literalmente la misma frase de Carrier; es por humanidad por lo que el autor de Prejuicios destruidos mató con sus propias manos a unos hombres indefensos en las prisiones de Fontenay y mandó fusilar sin juicio a 500 de aquellos infelices. Robespierre había establecido estas máximas: Rigor es humanidad, severidad es justicia. Estos dogmas eran generalmente admitidos, al menos en todas las cabezas senatoriales, puesto que ninguna de ellas los rechazaba y puesto que los monumentos escritos atestiguan que muchos les rindieron solemnes homenajes. El filósofo se ríe un poco hoy al ver qué cuidados se toman ahora para parecer no haber sido nunca de esa religión, y con qué confianza parecen creer que nadie está en situación de verificar los actos cuando todavía no están quemados los materiales históricos y hay como para asignarle algo a cada uno, según sus hechuras.»{4}

Terrenalizada, que no idealizada, la figura del gobernante, Babeuf se dedicará a retratar el grado de violencia con que ciertos líderes revolucionarios impusieron su ideario sobre la población, y reflejará los movimientos cismáticos y luchas internas por el poder. E igual que en Manifiesto de los Iguales (179?) Babeuf señaló, como paladín de los más desfavorecidos, que «siempre y por doquier se arrulló a los hombres con bellas palabras; jamás ni en ninguna otra parte han obtenido otra cosa que palabras», en El sistema de despoblación Babeuf pudo anotar, a través de la legislación gubernamental, los fraudes de la revolución. Y es que Babeuf no solo sabe de las campañas militares que contra el gobierno revolucionario de París llevaba a cabo la insumisa y, en sus palabras, «nacionida» Vendée. Sino que está informado también de las extralimitaciones de esos agentes que fueron enviados con poderes omnímodos al Oeste de Francia por orden de la elite revolucionaria de la Convención, y cuya forma de actuar se basaba en un desprecio absoluto por la vida humana, tanto de civiles como de militares.

Sabido esto, El sistema de despoblación constituía una denuncia en toda regla contra el empeño de los políticos en confundir «violencia con democracia». Tanto es así que Babeuf define en términos asesinos la actuación de los líderes de la Convención y hablará de «naturaleza carnívora», de «hordas caníbales», de «sacrificadores», de «carniceros humanos», de cómo la «aristocracia criminal» puso en marcha un mecanismo exterminador, un plan de despoblación, una «indignante masacre y escandalosa combustión», una serie de «actos mortíferos», &c. Y no solo eso. Al ver cómo la nueva clase gobernante equipara falsamente justicia con abusos, Babeuf se referirá al «comité de asesinatos públicos» en calidad de ejecutor de un «código feroz de abrasamiento y exterminio». Y rebelándose ante sus excesos, este comunista observaría el modo en que los dirigentes revolucionarios ampararon una política tendente a asear y «limpiar el vivero humano». De ahí que Babeuf empleara el término agrario de sarcler (escardar, cribar) para nombrar la estrategia logística de la Convención dirigida a borrar, «¡cribar la raza humana!». De ahí que Babeuf acuñara el término de genocidio («populicide») para describir las tácticas de aniquilamiento y exterminio a que fue sometida la población francesa. De ahí, en fin, que su obra haya sido subtitulada Genocidio y Revolución francesa.{5}

La utopía o el desprecio de la vida humana

En 1798 Anne-Louise Germaine Necker, conocida bajo el nombre de Madame de Staël, hizo un balance de esa política francesa que ciegamente antepuso el ideal revolucionario ante y por encima de la vida humana. Y escribió: «si se puede inmolar a un inocente por el interés de una nación formada por un pequeño número de ciudadanos, se podrá exterminar a veinte mil, a treinta mil, si la nación aumenta en proporción. Es preciso establecer tablas de proporción entre el número de ciudadanos y la cantidad de víctimas que sus jefes pueden inmolar por el interés de todos, diez por ciento, treinta por ciento, &c. Aún sería preciso que, para una decisión de tal importancia, hubiera reglas prácticas que sirvieran de guía a las conciencias. Merece la pena que lo regulemos», añadía Madame de Staël con enorme sarcasmo.{6}

El análisis de Madame de Staël, hija del prestigioso ministro de finanzas Necker, daba en el centro de la diana, toda vez que resultaba contradictorio establecer directrices destinadas a la mejora de las condiciones sociales de los habitantes de una nación para sin embargo, y a continuación, proceder al exterminio de importantes sectores de la misma. Pero no solo Mme. de Staël realizó este diagnóstico sobre las anomalías o distopías del revolucionarismo. Unos años antes, la autora de la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1791), Olympe de Gouges, había criticado la tiranía de Robespierre, hecho que, junto a sus simpatías por la institución de la monarquía, le conduciría a la guillotina. A juicio de esta librepensadora no se podían callar las injusticias y desafueros que cometía el Incorruptible Robespierre. Y por que Olympe de Gouges (1748-1793) no se arredró ante los atropellos que producía el ejercicio del poder, ella calificó al líder de zafio y vil conspirador («grossier et vil conspirateur!»), y puesto que no ocultó el carácter asesino de Robespierre afirmó que de cada uno de sus cabellos pendía un crimen («et chacun de tes cheveux porte un crime»{7}).

Naturalmente, también en los ejes de la denuncia del terror se movería Babeuf cuando al inicio de El sistema de despoblación increpa a sus contemporáneos y exclama que «¡el título de gobernante no excluye el de asesino cuando el que fue condecorado con dicho título así se comporta!» Pero no solo eso. Babeuf dio un paso más y se atreve a ofrecer una estimación de la barbarie e, incluso, a señalar el número de víctimas que, en su opinión, ha generado el genocidio revolucionario:

«es aquí donde invito al lector a abrir mucho los ojos. Han llegado el momento y la ocasión de divulgar a Francia un inmenso secreto. [...] Es posible que un millón de habitantes, arrojados a la tumba, viviesen todavía...»{8}

¿Un millón de muertos entre 1793 y 1794? ¿Es eso posible? Teniendo en cuenta que las matanzas vendeanas se consumaron en tiempo récord; teniendo en cuenta que el total de personas asesinadas, tomando la cifra más baja, alcanza a 120.000 según las estimaciones del investigador vendeano R. Secher; la cifra resulta aún así muy elevada –de ahí la propuesta millonaria de Babeuf–, pues tal y como ha señalado el pensador francés Jean-François Revel, una vez comparados el censo de 1793 y el censo actual de Francia, el número de muertos en la Vendée «equivaldría a siete millones y medio de víctimas».{9}

Sólo un último detalle. Si la Ilíada (c. s. IX a. C.) en muchos de sus relatos muestra las fracturas, traumatismos, hemorragias, corte de tendones, &c., que recibían los héroes homéricos y otros contendientes en el campo de batalla, casi tres milenios después volverá a anotarse la brutalidad del lenguaje bélico. De hecho, en El sistema de despoblación se habla de trocear, desmenuzar, quemar, en suma, de aniquilar de mil variopintas maneras a seres humanos, ejercicio de destrucción en el que también sobresalieron horriblemente los vendeanos: ahí está la horrible masacre de Machecoult, entre otros testimonios. Por cierto, algunas de las estampas guerracivilistas que recopiló Babeuf en El sistema de despoblación (1794) encontrarán –véanse a este respecto los grabados de los Desastres de la Guerra (1810-1815) de Francisco de Goya– su repetición en la actuación de las tropas francesas durante la guerra española de la Independencia (1808-1814).

Datos sobre la edición

El escrito babeuvista imita la duración de los días laborables de la semana republicana de la Revolución francesa. Por eso, El sistema de despoblación consta de 9 partes, cada una de las cuales lleva por encabezamiento un parágrafo o párrafo explicativo. A estos datos hay que sumar un detalle muy importante: el texto (que consta de tan solo 85 páginas) no solo ha sido traducido, sino revisada su traducción, y ello con el objetivo de exorcizar al máximo los peligros que encierra ese viejo adagio de «tradutore traditore». Además, la edición, muy cuidada en todos y cada uno de sus aspectos, aporta un estudio histórico con gran número de fuentes documentales inéditas extraídas de los fondos de la Biblioteca Nacional Francesa. También aporta bibliografía actualizada sobre la Revolución francesa y, asimismo, un índice explicativo de los autores y términos que empleó Babeuf en su obra El sistema de despoblación.

Notas

{1} François Furet (1978), Pensar la Revolución Francesa, Ediciones Petrel, Barcelona 1980, pág. 70.

{2} Recordemos que fue el historiador francés Georges Lefèbvre (1874-1959) quien puso el acento en la evidencia de que en Francia hubo desde 1789 varias revoluciones dentro de lo que se denomina y conoce como única Revolución francesa. Pero, recordemos así mismo, fue otro historiador francés, François Furet (1927-1997) quien destacó que las explosiones revolucionarias pueden ser de distinto color ideológico (progresistas, conservadoras, radicales...), sin por ello dejar de ser explosiones revolucionarias.

{3} Gracchus Babeuf (1794), El sistema de despoblación, Ediciones de la Torre, Madrid, 2008, pág. 94.

{4} Ibidem, pág. 149.

{5} Las páginas citadas están extraídas de la obra de Gracchus Babeuf (1794), El sistema de despoblación, Ediciones de la Torre, Madrid 2008.

{6} Madame de Staël (1798), Sobre las circunstancias actuales que pueden poner término a la Revolución y sobre los principios que han de servir de base a la República en Francia, 2ª parte, cap. III, en Madame de Staël, Escritos políticos, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid 1993, págs. 200-201.

{7} Olympe de Gouges (c. 1792), Pronostic sur Maximilien Robespierre par un animal amphibie. Portrait exact de cet animal. El documento original puede leerse en versión digital en la Biblioteca Nacional Francesa: http://gallica.bnf.fr/

{8} Gracchus Babeuf (1794), El sistema de despoblación, Ediciones de la Torre, Madrid 2008, pág. 95.

{9} Jean-François Revel (1988), El conocimiento inútil, Austral, Madrid 2006, 2ª, pág. 277.

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