Beatificación de Celestina de la Madre de Dios (original) (raw)

HOMILÍA DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS, C.M.F., EN LA MISA DE BEATIFICACIÓN DE CELESTINA DE LA MADRE DE DIOS

Catedral de Florencia, Italia Domingo 30 de marzo de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

1. La fe nunca es un don recibido una vez para siempre. Es necesario ponerla en juego cada día. Estamos llamados a volver a decir nuestro "sí" al Señor resucitado y a seguirlo, para ser testigos creíbles de su resurrección en el mundo. No siempre es fácil creer, porque son muchas las asechanzas que la vida nos plantea, las pruebas, las dificultades, que a veces parecen insuperables. En ocasiones nos sucede lo que aconteció a los Apóstoles ante las apariciones de Cristo resucitado: tememos que Jesús sea un "fantasma", que no esté vivo y presente. En más de una ocasión hemos experimentado el cansancio de creer, de confiar en el Resucitado con la convicción de que sólo él es verdaderamente la esperanza del mundo.

Los dos episodios del evangelio que se acaban de proclamar se desarrollan en torno a un único tema: el de la fe en Jesús resucitado. Son el eco fiel de lo que aconteció a los Apóstoles después de la muerte de Jesús. La aparición de Jesús a los discípulos es de importancia decisiva para la fe en la Resurrección, para la vida y el futuro de la comunidad. En efecto, como bien sabemos, la comunidad cristiana se construye en torno a Jesús vivo y presente, crucificado y resucitado.

2. Tomás, que no estuvo presente durante la primera aparición de Jesús, no cree en el testimonio de los demás Apóstoles, que afirman haberlo visto resucitado. También él lo había visto, una vez para siempre, pero en la cruz. Su certeza es la certeza cruel de la cruz, y la manifiesta también brutalmente: ver, tocar, poner el dedo. La fe no se basa en ver y tocar, sino en la palabra de los testigos. En realidad, no es fácil creer que Jesús, cuya aventura parece acabar de forma tan trágica, es "el Viviente", que está de nuevo allí, sencillamente, en carne y hueso. Tomás quiere tener una experiencia personal directa. Por eso el apóstol resulta simpático y cercano al hombre moderno, al hombre de la era tecnológico-informática, al hombre de hoy, que no cree sino en lo que puede verificar. Tomás, el dudoso, el práctico, se asemeja mucho al hombre contemporáneo, que declara que no será fácil hacer que se rinda para creer.

Jesús, ocho días después, se aparece por segunda vez estando presente Tomás y quiere satisfacer esa exigencia, pero no alaba su incredulidad; al contrario, dice: "Dichosos los que no han visto y han creído". Creer es fiarse de Cristo, del testimonio de los Apóstoles; y Jesús promete la bienaventuranza, es decir, la felicidad a los que crean sin haber visto. Eso no significa que el creyente no disponga de pruebas, como nos ha recordado san Pedro en la segunda lectura: "Ahora debéis ser afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor" (1 P 1, 6-7).

3. Los Hechos de los Apóstoles, en la primera lectura que se ha proclamado, nos enseñan cómo se debe manifestar y alimentar nuestra fe: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42). Lo que se dice de la primera comunidad de Jerusalén vale, sustancialmente, para la Iglesia de todos los siglos: la alegría, el amor fraterno y la concordia son el fruto de la Pascua, porque el Resucitado da a los creyentes su Espíritu, que los hace "uno" con él y entre ellos.

En este tiempo pascual, en el que la liturgia de la palabra de Dios nos invita a centrar nuestra atención en la Iglesia como comunidad de creyentes nacida de la Pascua de Cristo, debemos hacer que nuestra vida personal y la vida de nuestras comunidades —familia, parroquia, diócesis, congregación— sea aún más misionera. Para lograr mejor este objetivo, la Iglesia, en su atención pastoral, nos ofrece también la ayuda de acontecimientos como el de hoy: la solemne beatificación de una hermana que, con su ejemplo y su intercesión, puede impulsarnos a avanzar más por este camino del compromiso en la vida cristiana.

En efecto, en la Iglesia la historia del Resucitado no se narra como si fuera una hermosa fábula, sino como una historia que se ha seguido desarrollando a través de sus testigos, los cuales, con la fuerza del Espíritu, han sabido anunciar el amor de Cristo entre sus hermanos.

4. Hoy se nos muestra a todos, en su fulgor pascual, el espléndido testimonio de la nueva beata Celestina Donati. La santidad es una belleza que refleja y difunde el resplandor de la Pascua, una belleza con la que Florencia se enriquece ulteriormente, aunque ya esté notablemente presente en su comunidad eclesial, pues, como solía decir La Pira, es "ciudad teologal, ciudad de perfecta belleza, perla del mundo" (cf. La preghiera, forza motrice della storia, Città Nuova, p. 519). Y tú, Iglesia de Florencia, hermosa gracias a tus santos, desde hoy lo eres aún más por la santidad de la beata Celestina Donati. Debemos aprender a admirar las obras maestras de la gracia, como hacemos con las demás obras maestras que posee Florencia, sin igual en el mundo.

Maria Anna Donati, como se llamaba en el siglo, bajo la sabia dirección del padre escolapio Celestino Dini —después arzobispo de Siena—, con quien se encontró en la iglesia de San Juan Bautista, maduró su vocación, conociendo cada vez más profundamente la espiritualidad calasanciana. Se consagró totalmente al Señor, dedicándose al servicio de las niñas más pobres y necesitadas de cuidados, fundando con este fin la nueva congregación de religiosas, conocida hoy como Calasancianas.

Supo unir contemplación y acción: vivió con profunda intensidad la devoción a Jesús crucificado y fue ardiente apóstol de la adoración perpetua de la Eucaristía. Aún hoy, aquí en Florencia, en la iglesia de san Julián, en vía Faenza, prosigue la adoración perpetua de la Eucaristía que ella inició. En efecto, ella quería que sus hijas "acamparan bajo el Sagrario".

Dedicada totalmente al servicio de las niñas y de las jóvenes, sobre todo en favor de las más desvalidas —como, por ejemplo, las hijas de los detenidos en las cárceles—, se convirtió en madre atenta y educadora experta. En su labor pedagógica la impulsaba un amor exquisitamente materno, impregnado de humildad, delicadeza y ternura. A menudo decía a sus hijas: "Veneremos en las niñas la infancia de Jesús".

Esa atención y delicadeza son sumamente actuales, como lo demuestra el llamamiento hecho por el Papa Benedicto XVI en este mes de marzo: "Aprovecho la oportunidad para elevar mi voz en favor de la infancia: cuidemos a los niños. Es necesario amarlos y ayudarles a crecer. Lo digo a los padres, pero también a las instituciones. Al hacer este llamamiento, pienso en los niños de todas las partes del mundo, particularmente en los más indefensos, en los explotados o víctimas de abusos" (Ángelus del domingo 2 de marzo: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de marzo de 2008, p. 4)

5. Benedicto XVI habla con frecuencia de "emergencia educativa", que significa sobre todo "transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y del comportamiento correcto". En repetidas ocasiones ha destacado la dificultad de educar hoy y también el riesgo de que, frente a esas dificultades, los educadores sientan la tentación de renunciar a su misión, especialmente ante un clima invasor, "ante una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en definitiva, de la bondad de la vida" (Carta del Papa Benedicto XVI a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación, 21 de enero de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de febrero de 2008, p. 9).

Contemplando a la beata Celestina y la valiosa herencia que nos deja a través de las obras de sus religiosas, seguimos creyendo que también en nuestro tiempo es posible educar en el bien, más aún, que se trata de una pasión que, a ejemplo de la beata madre Donati, debemos llevar en el corazón, una empresa común a la que cada uno está llamado a contribuir.

Por tanto, la nueva beata deja una gran herencia —no sólo a sus religiosas— como guía y estímulo en nuestro camino hacia el futuro, para hacer todo lo que esté a nuestro alcance en el vasto y complejo campo de la educación y de la formación de la persona, recordando siempre lo que nos enseña el Santo Padre en su encíclica Spe salvi: "Sólo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida" (cf. Carta del Santo Padre Benedicto XVI a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación).

La beatificación de la madre Donati es, en definitiva, una cordial invitación a poner en Dios nuestra esperanza, a confirmarnos en la certeza de que sólo él es "la esperanza que supera todas las decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte (...). La esperanza que se dirige a Dios no es jamás una esperanza sólo para mí; al mismo tiempo, es siempre una esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y en el amor" (Carta del Papa Benedicto XVI a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación).