Iñigo Ongay, Darwinismos desde las antípodas, El Catoblepas 1:11, 2002 (original) (raw)
El Catoblepas · número 1 · marzo 2002 · página 11
Iñigo Ongay
Sobre Una izquierda darwiniana. Política, evolución y cooperación, de Peter Singer (Crítica, Barcelona 2000)
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Una izquierda darwiniana. Política, evolución y cooperación es el título del último de los libros del filósofo australiano Peter Singer.{1} El opúsculo (unas cien reducidas páginas en la edición española, todavía menos si descontamos notas e índice) constituye la aportación de Singer al «Darwin Seminar», un programa puesto en marcha por la London School of Economics con el objeto –según podemos leer en el prólogo– de que «los evolucionistas más notables presenten las últimas aportaciones al pensamiento darwinista e investiguen sus aplicaciones a los seres humanos». Ignoro lo que los coordinadores de tal seminario, entienden por «darwinismo» (como podrá verse uno de los problemas es que el rótulo no es unívoco ni mucho menos, no es lo mismo la teoría sintética que la nueva síntesis sociobiológica) así como tampoco sé quién rábanos habrá tenido la feliz ocurrencia de tener a Singer por uno de «los evolucionistas más notables» capaz de presentar aportación alguna a la teoría de la evolución. La publicación original del libro en 1999 corrió por cuenta de la editorial londinense Weindelfeld & Nicolson, quedando acomodado en la colección «Darwinismo Hoy» –coordinada con el seminario–. Desde el año 2000 disponemos de una traducción española (elaborada por A. J. Desmonts) bajo el marchamo de la editorial Crítica.
La intención de esta reseña es bien modesta, trataré de ofrecer una re-exposición crítica de las posiciones presentadas por Singer en su obrita, a través de un escueto resumen que dé cuenta de los contenidos de la misma. Huelga decir que no pretendo –ni el espacio que impone una reseña lo permite– ser exhaustivo. Como principio general, cabe observar que una interpretación in extenso de Una izquierda darwiniana me llevaría muy lejos de lo que deseo y podría fácilmente desbordar los límites de estas concisas notas, ello no tanto precisamente por que Singer diga muchas cosas –la obra repito es desmesuradamente breve y además es muy poco lo que en ella se plantea sustancialmente–, en rigor lo que sucede es que es mucho lo que habría que criticar (es decir, cribar, clasificar) dado que nuestro liberador animal está manejando coordenadas tan vagas y difusas y sistemas tan inadvertidos de ideas oscuras y confusas que su libro supone una verdadera mina para el hermeneuta malintencionado.
Antes de nada, y a título de advertencia externa, por decir así, me resulta bastante curioso como la fórmula que titula el opúsculo de Peter Singer entronca –al menos epidérmicamente– con la frecuente tendencia a extrapolar el par «Izquierda/Derecha» desde su contexto político-posicional de formación a campos de índole filosófica, científica, y aun literaria: así además de la «izquierda darwiniana» que Singer pretende vendernos, habría como es sabido una «izquierda hegeliana» (y su correlativa «derecha hegeliana»), una «izquierda aristotélica» (según advierte Bloch en su Avicena y la izquierda aristotélica), también –según algunos– una «izquierda cuántica» (la correspondiente a las interpretaciones más realistas, las de Einstein o M. Planck frente a la positivista y fenomenista «Escuela de Copenhague», más escorada hacia la «derecha eterna»). Claro que una tal tendencia llega a sus límites más inauditos cuando Vattimo –el apóstol del _pensamiento débil_–,{2} Félix Duque y otros gurús postmodernos de turno distinguen una izquierda heideggeriana (en cuyas filas, supongo, ellos mismos se incluirán; estaría bueno; es que ya se sabe... ser de derechas está muy feo) de su correspondiente derecha.
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Acometiendo ya la tarea principal he de señalar que el fundamental proyecto que Singer pretende satisfacer en su librito es el de reformular el basamento mismo de la izquierda tradicional, se trata así de re-definir a otra escala y desde parámetros y coordenadas nuevas el maltrecho concepto de izquierda política –respecto al cual poca gente sabe realmente hoy a qué atenerse–; de este modo lo que Singer busca es ofrecer gentil y generosamente a la izquierda tradicional la base filosófica de la que aquella anda menesterosa desde la crisis finisecular del marxismo (el rompimiento por ejemplo de la tesis del proletariado como clase universal, la caída del socialismo real, el desmoronamiento del bloque del este, &c.) y aun más bajo nuestros días globalizadores. Y ¿cuál puede ser este nuevo paradigma –como lo denomina Singer–? No es otro que el darwinismo. La izquierda política, viene a defender nuestro filósofo, no ha terminado de asumir por entero la teoría de la evolución de Darwin, de tomarse a Darwin en serio para decirlo con la expresión de Michael Ruse. De este modo, se nos advierte de que:
«Ha llegado el momento de que la izquierda se tome en serio el hecho de que somos animales evolucionados y de que llevamos el sello de nuestra herencia, no sólo en la anatomía y en el ADN, sino también en nuestro comportamiento. En otras palabras, ha llegado el momento de desarrollar una izquierda darwiniana.» (pág. 15, subrayados míos).
Claro que la cuestión estriba en saber si un tal viraje es posible, si puede siquiera la izquierda efectuar tal sustitución, trocar a Marx por Darwin y seguir siendo la izquierda. Para responder a esto, Singer procede a delimitar el concepto de izquierda política. Y lo hace apelando a la figura del «liberador animal» Henry Spira, activista al que el autor de Una izquierda darwiniana debe tener por exponente del máximo grado de heroísmo ético y político{3}; de este modo Singer hace uso de las palabras de Spira a la hora de definir la izquierda:
«Cuando le pregunté por qué se había pasado más de medio siglo trabajando por las causas que he mencionado (derechos civiles, liberación animal...), respondió sencillamente que estaba de parte del débil, no del poderoso; del oprimido, no del opresor; de la montura, no del jinete. Y me habló de la inmensa cantidad de dolor y sufrimiento que hay en nuestro universo, y de su deseo de hacer algo por reducirla. En eso, creo yo, consiste la izquierda.» (pág. 17)
La formulación no es, según queda patente, un derroche de precisión y sutileza. Al contrario, hace añorar los esfuerzos taxonómicos de N. Bobbio, por poner un ejemplo. Se trata de una conceptualización tan vaga y confusa que no esclarece nada de por sí; es más, la misma definición puede interpretarse de múltiples maneras a cuál más inadecuada. ¿Está tratando Singer de delimitar la izquierda política entre los contornos de la virtud ética de la generosidad como si la ética fuese dependiente de la izquierda («el hambre no es monárquica ni republicana»)?, ¿es «de izquierdas» el fundamentalismo islámico, tan volcado sobre los «débiles» al través del mandato de la limosna? El caso es que un fascista mussoliniano, un nazi o sencillamente un demo-cristiano (representantes todos ellos, según suele decirse, de la derecha más genuina) pueden perfectamente «desear» reducir la inmensa cantidad de dolor y sufrimiento de nuestro universo. Al margen de lo dicho, el tratamiento singeriano parece quedar fundamentado en los cimientos más endebles de naturaleza mentalista, psicológico-subjetiva (el «deseo de aliviar el sufrimiento», «la compasión» casi en el sentido de los budistas o los jainitas, &c.), lo que sin duda anda lejos de los contextos formalmente políticos a los que la idea de izquierda (política) se refiere. Además Singer parece atribuir al rótulo un esquema unívoco de predicación de una manera enteramente ingenua y armonista, monista en suma. Es pues así que la «izquierda» en lo que a Singer concierne, nos aparece como una suerte de esencia eleática, más allá del decurso de la historia{4}. De otro lado Singer no toca para nada –en el ejercicio por lo menos– el estatuto que pueda convenir al concepto de «derecha política»; he de suponer que si el par se mantiene como un par relacional, posicional, ser de derechas consistiría en algo así como estar de lado del poderoso y no del débil, del opresor y no del oprimido. O bien en no querer disminuir la cantidad de sufrimiento del universo, incluso querer mantenerla o aun eventualmente incrementarla.
A partir de un esquema tan vacío –en el límite inoperativo incluso– el autor de Liberación Animal puede proseguir con total comodidad. Según él uno de los problemas de la reabsorción del darwinismo por parte de la izquierda procedería del hecho de que la teoría de la evolución ha tendido a permanecer encerrada entre las fauces del pensamiento conservador. El liberalismo económico pudo hacer su agosto con los conceptos de «lucha por la vida» y de «selección natural» (sería ésta la dirección del darwinismo social de H. Spencer –quien acuñó como se sabe la expresión «supervivencia del más apto»– tal y como queda reproducido en un «tiburón» del calibre de J. D. Rockefeller Jr.). Sin embargo tal monopolización ideológica supondría, al decir de Singer, una mera tergiversación del verdadero darwinismo, dado que, en rigor, del hecho de la evolución no cabe derivar proposición valorativa alguna, lo contrario sería hacerse reo de la famosa falacia naturalista ya denunciada por David Hume en 1739. Es justamente este ardid el que hace posible una izquierda componible con el darwinismo, la izquierda política sería tan compatible con la teoría de la evolución mediante selección natural como la derecha: «_puesto que ser de izquierdas consiste en defender ciertos valores, la teoría de Darwin no tiene nada que ver con ser de izquierdas o de derechas._» (pág. 24). La teoría de Darwin permanecería circunscrita a la órbita del ser, separada por tanto del orden del deber-ser (en el que Singer presupone que se mueven los conceptos de «izquierda» y de «derecha») por un abismo lógico infranqueable mooreano.
De cualquier modo, sin perjuicio de lo sostenido, Singer defiende que el darwinismo{5} puede esclarecer pertinentemente cuestiones directamente políticas: en particular cabría decir que el darwinismo desautoriza por sí mismo planteamientos tendentes a colorear axiológicamente el curso evolutivo, puede triturarse también la idea de que fomentar –mediante el asistencialismo social– la reproducción de los inadaptados puede resolverse en deletéreas consecuencias genéticas. Ni que decir tiene que la aceptación inexcusable del evolucionismo sirve para arrumbar prejuicios, prejuicios pre-darwinianos revestidos de eficacia ideológica: en este último contexto Singer se refiere por ejemplo –y muy significativamente– a la visión antropocéntrica del mundo de la que se nutre la «cosmovisión judeocristiana»:
«Esta creencia sigue ejerciendo todavía alguna influencia sobre nuestras actitudes frente a los animales no humanos , pese a haber sido tan absolutamente refutada por la teoría evolucionista como la doctrina del derecho divino de los reyes.» (pág. 29){6}
Además comprender la «naturaleza humana» a la luz de la teoría de la evolución podría permitir calcular mejor lo medios más ajustados a la ejecución de los proyectos sociales y políticos de referencia y la consecución de los objetivos que con ellos se persigan.
Pese a ello, la izquierda tradicional, que Singer identifica prácticamente con la línea de raigambre marxista e incluso marxista-leninista, ha venido a entender de manera errónea el darwinismo. Para mostrarlo nuestro pensador trata de reconstruir una suerte de recorrido histórico, incrustado de mojones tales como puedan serlo Marx, Engels, Plejanov, Lenin, Lysenko, M. F. Nesturkh, &c. El marxismo –ya desde Engels, que no habría comprendido El origen de las especies aun cuando elogiara tantas veces a su autor{7}– arrastraría incoado un indeleble marchamo lamarkiano. Por otro lado es propio del marxismo, siempre según la argumentación singeriana, entrar en tal solidaridad con la idea de la maleabilidad de la naturaleza humana (y ello, dado que la naturaleza humana es en su realidad el conjunto de las relaciones sociales, como lo señala el mismo Marx en la tesis VI sobre Feuerbach) que se resuelve en un ambientalismo incompatible con la teoría de la evolución, hay que decir que la interpretación de Singer desvirtúa el marxismo en tal medida que lo aproxima al conductismo radical de Watson. Además, y en tercer lugar, la izquierda marxista llevaría aparejada una especie de utopismo redentorista que vendría a traducirse para Singer en «el sueño de la perfectibilidad» de la sociedad humana (un sueño que habría acompañado a la weltanschauung occidental en toda su trayectoria, desde por lo menos La República de Platón). Todo ello acaba resonando a pleno decibelio, por así decir, en la consigna marxista «El darwinismo es la ciencia de la evolución biológica, el marxismo la de la evolución social», lo que sanciona un discontinuismo radical entre la esfera social humana y el orden de la biología que se compadecería bastante bien, curiosamente, con el antropocentrismo cristiano:
«Es curioso que dos ideologías tan distintas como el cristianismo y el marxismo estén mutuamente de acuerdo en insistir en el abismo que separa a los humanos de los animales; por tanto, en insistir que la teoría evolucionista no puede aplicarse a los seres humanos.» (pág. 43)
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En este punto el autor pasa a exponer su propuesta constructiva concerniente a cómo puede desenvolverse una izquierda de cuño darwiniano. Algunas de las barreras tradicionales antes aludidas, han quedado derrumbadas: el sueño de la perfectibilidad ha devenido insostenible; la autoridad del marxismo ha decaído muchos enteros. Con todo, la tesis de la maleabilidad de la naturaleza humana (la concepción de la mente tam quam tabula rassa que Singer atribuye a John Locke, sin citar para nada a Aristóteles claro está) se mantiene en el horizonte inadvertido de muchos «reformadores sociales», es por ello que Singer pretende arremeter contra una tal posición, esgrimiendo los resultados arrojados por diversas ciencias (ante todo la etología y la antropología social) en virtud de los cuales cabría sostener que el comportamiento humano presenta determinados aspectos fijos e invariables subyacentes a las diferencias culturales, sociales, históricas, &c.; a tales caracteres habría que asignarles un carácter innato puesto que aparecen además en ocasiones, insertas en el repertorio conductual de especies que son filogenéticamente próximas a la nuestra{8}. Entre estos universales antropológicos (aquí casi en el sentido de Levi-Strauss) aparecen rasgos tales como el cuidado parental, la sociabilidad en general, la disposición a forjar relaciones cooperativas y redes de obligaciones recíprocas, la tendencia a establecer sistemas jerárquicos de roles-estatus... Estas dimensiones universales e innatas constituyen a juicio de Singer ingredientes de la naturaleza humana universal que ningún discurso político-ideológico puede permitirse soslayar so pena del desastre.
Así, tanto las tendencias competitivas como las cooperativas forman parte del patrimonio hereditario, se trata de articularlas de modo procedente, ellas mismas no pueden alterarse pero es posible tratar de operar sobre sus proporciones:
«Toda sociedad humana presentará algunas tendencias competitivas y otras cooperativas. Eso no podemos cambiarlo, pero tal vez seamos capaces de cambiar las proporciones entre estos dos elementos.» (pág. 63)
De este modo cualquier reforma social de signo ideológico izquierdista debe realizarse bajo la techadumbre de la llamada regla cardinal de Garret Hardin (según la cual nunca debe pedirse a nadie que actúe en contra de sus propios intereses individuales){9}.
Ello no puede sorprender a nadie que haya asumido el darwinismo enteramente, ya que los nichos tienden a ser ocupados, los halcones –para decirlo con Wilson– prosperan a costa de las palomas, los «listos» –ahora en el sentido de Dawkins– se aprovechan de los «primos». Por eso sólo satisfaciendo las requisitorias necesarias y suficientes de la cooperación es posible propiciar la consecución de una sociedad más cooperativa que competitiva. Para ello sería preciso por ejemplo superar el anonimato característico de las sociedades industriales y post-industriales del capitalismo tardío{10}, también habría que tratar de reincorporar a la «corriente principal» a aquellas personas situadas a los márgenes del sistema –a sabiendas de que es complicado pedirle a los parias actitudes cooperativas–, esta sería una razón objetiva para que la izquierda darwiniana luchase, como la tradicional, en pro de una sociedad justa e igualitaria. Lo que no aclara Singer es si su planteamiento puede aplicarse también a escala planetaria, donde las relaciones entre los estados pueden tomar direcciones no necesariamente cooperativas; al contrario más bien: la competición y la lucha por la vida permanecen inextricablemente vinculadas al escenario de un planeta de recursos limitados en el que seis mil millones de personas –distribuidos además en una pluralidad de Estados-Nación que constituyen las únicas unidades efectivas que pueden determinar las relaciones políticas y el curso mismo de la historia– se esfuerzan por permanecer en el ser, pero no todos lo consiguen. ¿Cómo va incorporar EEUU a Haití pongo por caso, a la «corriente principal» sin merma de su poder imperial, de la opulencia de sus ciudadanos? No me parece descabellado interpretar la propuesta de Singer como una mera declaración de piadosas intenciones (lo que decía Marx a propósito de los partidarios de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos de Norteamérica en Miseria de la Filosofía) verdaderamente simplista y nada inocente en el fondo, toda vez que no parece hábil para cargarse de los apropiados contenidos políticos positivos. Un discurso completamente ideológico en suma, que patentiza de múltiples maneras sus conexiones –ideológicas también– con las tesis de los teólogos del Proyecto Gran Simio.
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Para terminar, Singer ofrece una suerte de manifiesto programático de la Izquierda Darwiniana. Paso a transcribirlo en su integridad dado que representa uno de los lugares más interesantes y divertidos a fuer de delirantes del libro reseñado:
«Una izquierda darwiniana no debe:
• Negar que exista una naturaleza humana, ni insistir en que la naturaleza humana es inherentemente buena e infinitamente maleable.
• Confiar en resolver todos los conflictos y rivalidades entre los seres humanos mediante la revolución política, el cambio social o la mejor educación.
• Asumir que todas las desigualdades se deben a la discriminación, los prejuicios, la opresión o el condicionamiento social. Algunas sí que se deberán a esto, pero no puede presuponerse para todos los casos.
Una izquierda darwiniana debe:
• Aceptar que existe algo así como una naturaleza humana y tratar de saber más de ésta, de modo que las medidas políticas puedan basarse en los mejores datos disponibles sobre cómo son los seres humanos.
• Rechazar toda inferencia que deduzca de lo que es «natural» o que es «correcto».
• Contar con que, en los distintos sistemas sociales y económicos , muchas personas actuarán de forma competitiva con objeto de realzar su estatus, ganar posiciones de poder y/o mejorar los intereses propios y de sus parientes.
• Contar con que, al margen del sistema social y económico en que vivan, la mayor parte de las personas responderán positivamente a las oportunidades auténticas de participar en formas de cooperación mutuamente beneficiosas.
• Promover estructuras que estimulen la cooperación y no la competencia, y tratar de canalizar la competencia hacia objetivos socialmente deseables.
• Reconocer que la forma en que explotamos a los animales no humanos es una herencia del pasado predarwiniano que exageró el abismo entre los humanos y los demás animales, y por lo tanto procurar un mejor estatus moral para los animales no humanos y una visión menos antropocéntrica de nuestro dominio sobre la naturaeza.
• Mantener los valores tradicionales de la izquierda, como ponerse del lado de los débiles, los pobres y los oprimidos, pero reflexionar cuidadosamente sobre qué cambios sociales y económicos los beneficiarán verdaderamente.» (pág. 85 y siguientes).
Notas
{1} Quizá resulte ociosa la tarea de dar a conocer a Singer ante los lectores de El Catoblepas, dado que al fin y al cabo estamos ante una figura bien conocida: ante todo por su participación en El proyecto Gran Simio (precisamente es el coordinador, junto a la activista italiana Paola Cavalieri, del libro homónimo), también son célebres sus trabajos referentes a cuestiones bioéticas, obras tales como Ética Práctica (1979, ed. española 1984) o Repensar la vida y la muerte (1994, ed. española 1997). En cualquier caso entre su nutrida obra destaca Liberación Animal (1975, ed. española 1999) que ha venido a convertirse en la «Biblia» de los defensores de los «derechos de los animales».
{2} Fórmula feliz, he de reconocerlo. Vattimo es hombre que se hace justicia a sí mismo.
{3} De hecho es el tal Spira justamente el protagonista de la anteúltima obra de Singer, titulada significativamente Ethics into action. Henry Spira and the animal liberation movement. Aún no se dispone de edición en español.
{4} Sería interesante desde luego reinterpretar toda esta temática a la luz de las coordenadas que Gustavo Bueno establece en «La ética desde la izquierda» (El Basilisco, segunda época, nº 17, págs. 3-36), a partir en concreto de las dos características variacionales que le sirven a Bueno para arrojar un tratamiento bastante más definido y preciso de los conceptos relativos de «izquierda» y de «derecha». La cuestión es que plantear las cosas de este modo posibilita reconstruir la posición de Singer de un modo tal que queda más en evidencia, si es que cabe, la ineficacia de la misma. La tesis (por llamarla de alguna manera) expuesta no permite reconocer la relevancia ni del vector del socialismo (al menos no de un modo claro puesto que no se ve la razón por la que el «compromiso por los débiles» conduzca antes al socialismo que a la fundación organizada de casas de caridad donde los pobres puedan disfrutar de la sopa boba o a la liberalidad en el sentido de generosidad tal y como aparece entre las virtudes consignadas por Aristóteles en Ética a Nicómaco o en una larga tradición vinculada a la lengua española: rastreable en Manrique, Cervantes, Lope, Quevedo, Tirso, Calderón) ni tampoco del vector correspondiente al racionalismo universalista. Las nociones manejadas por Peter Singer dejan tan desfigurada la cuestión que puede parecer en realidad que tanto Hitler como las Esclavas de la Cruz son representantes de la verdadera «izquierda política». Por otro lado en otro lugar fundamental como lo es «En torno al concepto de "izquierda política"» (El Basilisco, nº 29, págs. 3-29) puede encontrarse un desglose riguroso del asunto en lo concerniente al continuum histórico-político. El concepto de «izquierda política» arrojaría diversas modulaciones –con sus inconmensurabilidades e incompatibilidades propias– en función de seis generaciones distintas, con ello el formato univocista que me parece que maneja Singer de una manera absolutamente monista (al que le da igual la izquierda revolucionaria de 1789 que la izquierda bolchevique de la III internacional) quedaría negado de plano.
{5} Por cierto importa observar como Singer no se detiene en ningún momento a explicitar lo que entiende por «darwinismo», como si no cupiesen dudas al respecto. Pues a mí me parece que sí que caben, y muchas: hay un darwinismo de Darwin y un darwinismo de T. H. Huxley; un darwinismo de Weismann y un darwinismo de Fischer, por no hablar de la sociobiología, de la teoría del equilibrio puntuado o del neutralismo de Kimura. Cabe atisbar empero, que el filósofo australiano se atiene principalmente a la forma canónica de la teoría sintética tal y como la forjaron Dobzhansky, Simpson, Mayr o J. Huxley.
{6} Así el filósofo estadounidense James Rachels articula una defensa darwiniana de la «ética animal». Véase i.e Created from animals. The moral implications of Darwinism, Oxford University Press, Oxford 1990. En español está disponible a la consulta el aporte de Rachels al Proyecto Gran Simio: «¿Por qué los darwinianos deben apoyar la igualdad de trato de los grandes simios?» en P. Singer & P. Cavalieri, El proyecto gran simio, Trotta, Madrid 1998, págs. 194-200.
{7} Que Singer diga esto, acusando un cierto atavismo lamarckista en Engels es verdaderamente sorprendente por lo capcioso: no sólo Engels era en importantes sentidos un lamarckista, también en muchos darwinianos de primera hora (incluyendo por cierto a Darwin con su teoría de la pangénesis) permanecía funcionando la herencia de los caracteres adquiridos. Dicha concepción no pudo quedar definitivamente eliminada hasta finales del siglo XIX, en gracia como se sabe a las investigaciones citológicas de A. Weismann.
{8} En este contexto vale advertir que Singer estaría reproduciendo muy de cerca los pasos de las posiciones innatistas, sociobiológicas, etologistas en general tal y como éstas pudieron determinarse en el marco del bizantino debate Nature-Nurture. Sólo que no hace falta recordar los problemas que suscita mantener una posición innatista radical en este punto (consultemos pongo por caso a Lewontin, pero no sólo a él, también a S. Jay Gould y otros), ello no obliga, como es natural , a recaer tampoco en un ambientalismo extremo –en el límite efectivamente metafísico, lindante con la hipótesis del espíritu santo como lo dice Yves Christien– sino a afinar bien los análisis, procurando zafarse de riesgos hipostáticos. Si por su parte Singer prefiere otorgar crédito a las ambiciones invasivas de la sociobiología que pretende reducir desde sus categorías el ámbito entero de la antropología filosófica (y me parece que así es en gran medida, aunque sea de matute, ladinamente) me parece muy bien, habría mucho que decir sobre esta cuestión. Tanto que no podemos hacerle justicia apropiadamente ahora.
{9} En este mismo contexto Singer echa mano también de las construcciones de la teoría de los juegos. En concreto de la investigación de Roger Axelrod que logró demostrar, mediante una serie de torneos simulados por ordenador, que la mejor estrategia posible en una serie de jugadas del dilema del prisionero, responde al esquema del Tip for Tap, esto es, «devolver la moneda»; y no tanto la cooperación incondicionada.
{10} En concreto arguye Singer: «No es extraño que los habitantes de las ciudades no siempre demuestren entre sí la misma consideración que es norma en los medios rurales donde las gentes se conocen de toda la vida.» (pág. 73). En este lugar parece que Singer propone una especie de regreso –sin que quede claro exactamente de que manera podría tener lugar el mismo– a las condiciones de vida propios de la solidaridad mecánica en el sentido de Durkheim, una vuelta a los tiempos en que todavía era posible una agricultura y una ganadería extensiva, granjas de corral, &c. Esto lo emparentaría con determinadas posiciones inscritas en los movimientos «anti-globalizadores», discursos enteramente reaccionarios a mi juicio, al modo de los de José Bové o de los del «anarco-ecologista» –nostálgico de la barbarie como ha sugerido penetrantemente Gustavo Bueno– John Zerzan.