Konstantinov, Objeto de la filosofía. Edición paralela 1959-1965 (original) (raw)

Konstantinov, Los Fundamentos de la filosofía marxista

Edición paralela de las versiones de 1959 y 1965
en 1 y no en 2 en 2 y no en 1 texto recolocado

Capítulo I

Objeto de la filosofía

Grijalbo, México 1959
(páginas 15-42)

Capítulo I
Objeto de la filosofía

El marxismo forma una doctrina total y armónica en la que se distinguen tres partes integrantes: la filosofía, la economía política y la teoría del socialismo científico. Las tres se hallan interna e inseparablemente unidas entre sí. La teoría general que sirve de base filosófica al marxismo, a su economía política, a la estrategia y la táctica de los partidos marxistas, es el materialismo dialéctico e histórico. La unidad interna, la integridad, la férrea lógica, la consecuencia del marxismo, cualidades todas que hasta los enemigos de la doctrina de Marx se ven obligados a reconocer, se deben a la aplicación de un método único, de una única concepción del mundo en todas y cada una de sus partes integrantes. La concepción del mundo de la clase obrera revolucionaria y de sus partidos marxistas es el materialismo dialéctico e histórico. Sin asimilar la filosofía marxista no es posible llegar a comprender profundamente el marxismo-leninismo.

Grijalbo, México 1965
(páginas 9-38)

Capítulo I
Objeto de la filosofía

El marxismo forma una doctrina total y armónica en la que se distinguen tres partes integrantes: la filosofía, la economía política y la teoría del socialismo científico. Las tres se hallan interna e inseparablemente unidas entre sí. La teoría general que sirve de base filosófica al marxismo, a su economía política, a la estrategia y la táctica de los partidos marxistas, es el materialismo dialéctico e histórico. La unidad interna, la integridad, la férrea lógica, la consecuencia del marxismo, cualidades todas que hasta los enemigos de la doctrina de Marx se ven obligados a reconocer, se deben a la aplicación de un método único, de una única concepción del mundo en todas y cada una de sus partes integrantes. La concepción del mundo de la clase obrera revolucionaria y de sus partidos marxistas es el materialismo dialéctico e histórico.

Pues bien, ¿qué enseña la filosofía marxista, cuál es su objeto? ¿Qué relación guarda la filosofía marxista con las otras ciencias y con las diferentes formas de la conciencia social?

A estas preguntas resulta más fácil contestar abordándolas desde el punto de vista histórico. La filosofía marxista es el resultado, sujeto a leyes, de todo el desarrollo anterior del pensamiento filosófico y científico avanzado de la humanidad. Se basa en sus descubrimientos, a la par que representa una fase cualitativamente nueva y más alta del desarrollo de la filosofía. Conviene, por ello, esclarecer qué problemas planteó y qué soluciones aportó la filosofía anterior al marxismo. A la luz de esto veremos más claramente en qué se distingue la filosofía marxista de las demás tendencias filosóficas y por qué la aparición del materialismo dialéctico e histórico representó una revolución en el campo de la filosofía.

Pues bien, ¿qué enseña la filosofía marxista, cuál es su objeto? ¿Qué relación guarda la filosofía marxista con las otras ciencias y con las diferentes formas de la conciencia social?

A estas preguntas resulta más fácil contestar abordándolas desde el punto de vista histórico. La filosofía marxista es el resultado, sujeto a leyes, de todo el desarrollo anterior del pensamiento filosófico y científico avanzado de la humanidad. Se basa en sus descubrimientos, a la par que representa una fase cualitativamente nueva y más alta del desarrollo de la filosofía. Conviene, por ello, esclarecer qué problemas planteó y qué soluciones aportó la filosofía anterior al marxismo. A la luz de esto veremos más claramente en qué se distingue la filosofía marxista de las demás tendencias filosóficas y por qué la aparición del materialismo dialéctico e histórico representó una revolución en el campo de la filosofía.

1. El problema fundamental de la filosofía. Materialismo e idealismo, las dos direcciones filosóficas fundamentales.

La palabra “filosofía” procede de dos voces griegas: “filos”, amor, y “sofía”, sabiduría; comenzó significando, pues, “amor por la sabiduría” (“afición al saber”, como antes se decía). La palabra “filosofía” no determina, sin embargo, por su sentido literal, el objeto, la misión ni el contenido de este concepto. Para definir certeramente lo que es la filosofía, hay que señalar cuáles son sus características, comparando la filosofía con otras ciencias y otras formas de la conciencia social, en interdependencia con las cuales se desarrolló.

La característica fundamental de la filosofía es que, desde el momento mismo en que aparece, trata de ser una concepción del mundo más o menos completa; es decir, se propone ofrecer una visión general del mundo circundante, contestar a la pregunta de qué es el mundo, de si ha existido eternamente o ha surgido de uno u otro modo, de cuál es el lugar que ocupa el hombre en el universo, de qué es nuestra conciencia y qué relación guarda con el mundo, &c.

También la religión ofrece una visión general del mundo, pero una visión fantástica, invertida. La religión afirma que el mundo ha sido creado por Dios, que el hombre se halla gobernado en todos sus actos por la divinidad, que la vida del hombre no es más que antesala de la vida eterna, ultraterrenal, del “más allá”. Como más adelante veremos, han existido y existen también sistemas filosóficos que apoyan y tratan de fundamentar la concepción religiosa del mundo. Estos sistemas, imbuidos por sí mismos de un sentido religioso, místico, adoptan, con todo, una actitud ante la forma específica de la conciencia social, distinta de su forma religiosa, desde el momento en que intentan razonar lógicamente sus ideas y conclusiones.

Mientras que la religión descansa sobre la fe ciega y exige que el hombre acepte los dogmas de su concepción del mundo sin recurrir al raciocinio ni a la demostración, la filosofía basa sus conclusiones en hechos y en razonamientos, en deducciones lógicas, y, cuando se trata de una filosofía científica, sintetiza los auténticos conocimientos de los hombres acerca del mundo, se apoya en la ciencia y en la experiencia práctica.

1. El problema fundamental de la filosofía. Materialismo e idealismo, las dos direcciones filosóficas fundamentales.

La palabra “filosofía” procede de dos voces griegas: “filos”, amor, y “sofía”, sabiduría; comenzó significando, pues, “amor por la sabiduría” (“afición al saber”, como antes se decía). La palabra “filosofía” no determina, sin embargo, por su sentido literal, el objeto, la misión ni el contenido de este concepto. Para definir certeramente lo que es la filosofía, hay que señalar cuáles son sus características, comparando la filosofía con otras ciencias y otras formas de la conciencia social, en interdependencia con las cuales se desarrolló.

La característica fundamental de la filosofía es que, desde el momento mismo en que aparece, constituye una concepción del mundo más o menos completa; es decir, constituye un sistema de ideas generales sobre el mundo: la naturaleza, la sociedad y el hombre.

Cada individuo llega a tener determinada concepción del mundo, pero no se trata seguramente de una concepción del mundo producto de la reflexión, sino formada espontáneamente bajo la influencia de las condiciones de vida, y, con frecuencia, se trata de trozos de distintas concepciones e ideas contradictorias entre sí. Pero la filosofía no es una mera suma, sino un sistema de ideas y concepciones sobre el mundo, y es el resultado consciente de la aplicación de determinado punto de vista a la realidad circundante, o sea es un conjunto de principios determinados. Estos principios han expresado siempre la ideología de tal o cual clase social, sus condiciones de vida e intereses.

A lo largo de las diversas fases de su desarrollo, la filosofía se ha ocupado del estudio de distintos problemas. En sus primeros tiempos, estudiaba numerosos problemas que después se dejaron a las ciencias especiales. Pero por más que haya cambiado la concepción del objeto de la filosofía, sus problemas principales han sido siempre los problemas fundamentales de la concepción, y ha dado respuestas diversas a la pregunta de qué es el mundo, de si ha existido eternamente o ha surgido de uno u otro modo, de cuál es el lugar que ocupa el hombre en el universo, de qué es nuestra conciencia y qué relación guarda con el mundo, &c.

El problema fundamental de toda concepción del mundo es el problema de las relaciones entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza. ¿Qué es lo primero, el punto de partida: la materia, la naturaleza, o el espíritu, la razón, la conciencia, la idea? En otras palabras, ¿qué precede a qué: la materia, la naturaleza, el ser, precede a la conciencia o, por el contrario, la conciencia, el espíritu, precede la materia? ¿El ser, la materia, determina la conciencia, o a la inversa? Este problema ha sido siempre fundamental en la formación de la concepción filosófica del mundo.

Todos los fenómenos con que nos encontramos pueden referirse bien a fenómenos materiales, es decir, existentes fuera de nuestra conciencia (como son los objetos y procesos del mundo exterior), o bien a fenómenos espirituales, ideales, es decir, que se dan en nuestra conciencia (a nuestros sentimientos, a nuestros pensamientos). Lo material y lo espiritual son los conceptos generales, que abarcan cuanto existe en el mundo. Por eso, cualquiera que sea la concepción del mundo, tiene que partir necesariamente de una de las dos respuestas al problema de las relaciones entre lo material y lo espiritual.

Según la solución que dan al problema fundamental indicado, es decir, al problema de las relaciones entre el pensar y el ser, los filósofos se dividen en dos direcciones fundamentales. Los que reconocen la primacía de la materia se llaman materialistas (del latín “materialis”, lo material); consideran que el mundo que nos rodea no ha tenido un creador, que la naturaleza ha existido siempre. Los materialistas explican el mundo partiendo del mundo mismo, sin recurrir a ninguna clase de fuerzas sobrenaturales, que se suponen exteriores al mundo. Por el contrario, los idealistas (del griego “idea”) consideran como lo primero de todo, lo primordial, el pensamiento o el “espíritu”. Estos sostienen que el espíritu es anterior a la naturaleza e independiente de ella. De modo análogo a la religión, el idealismo reconoce de un modo o de otro la creación del mundo, niega la perennidad de la materia y afirma que la naturaleza ha tenido un origen en el tiempo.

El problema fundamental de toda concepción del mundo es el problema de las relaciones entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza. ¿Qué es lo primero, el punto de partida: la materia, la naturaleza, o el espíritu, la razón, la conciencia, la idea? En otras palabras, ¿qué precede a qué: la materia, la naturaleza, el ser, precede a la conciencia o, por el contrario, la conciencia, el espíritu, precede la materia? ¿El ser, la materia, determina la conciencia, o a la inversa?

Todos los fenómenos con que nos encontramos pueden referirse bien a fenómenos materiales, es decir, existentes fuera de nuestra conciencia (como son los objetos y procesos del mundo exterior), o bien a fenómenos espirituales, ideales, es decir, que se dan en nuestra conciencia (a nuestros sentimientos, a nuestros pensamientos). Lo material y lo espiritual son los conceptos generales, que abarcan cuanto existe en el mundo. Por eso cualquiera que sea la concepción del mundo, tiene que partir necesariamente de una de las dos respuestas al problema de las relaciones entre lo material y lo espiritual. Y precisamente la respuesta que se dé a este problema es lo que caracteriza, ante todo, a la filosofía como concepción del mundo.

Según la solución que dan al problema fundamental indicado, es decir, al problema de las relaciones entre el pensar y el ser, los filósofos se dividen en dos direcciones fundamentales. Los que reconocen la primacía de la materia se llaman materialistas (del latín “materialis”, lo material); consideran que el mundo que nos rodea no ha tenido un creador, que la naturaleza ha existido siempre. Los materialistas explican el mundo partiendo del mundo mismo, sin recurrir a ninguna clase de fuerzas sobrenaturales, que se suponen exteriores al mundo. Precisamente así concebían el mundo los filósofos griegos Demócrito y Epicuro; los materialistas franceses del siglo XVIII La Mettrie, Holbach y Diderot; el materialista alemán, anterior a Marx y Engels, Ludwig Feuerbach, &c. Por el contrario, los idealistas (del griego “idea”) consideran que lo primero de todo, lo primordial, es el pensamiento, el “espíritu”. Sostienen que el espíritu es anterior a la naturaleza e independiente de ella. Así concebían el mundo el filósofo griego Platón; el filósofo inglés del siglo XVIII Berkeley; el filósofo alemán del siglo XIX, Hegel, &c.

Toda concepción del mundo más o menos consecuente parte necesariamente del reconocimiento de la prioridad de un principio, ya sea la materia o el espíritu. Este tipo de concepción del mundo se llama monista (del griego “monos”, uno). En la historia han existido, sin embargo, filósofos que reconocen como primarios ambos principios, independientemente el uno del otro. Se da estos filósofos el nombre de dualistas (del latín “duo”, dos). Reconociendo la materia y el espíritu como sustancias independientes, el dualismo no puede establecer un nexo entre ambos. De aquí que, al tratar de explicar los fenómenos del universo, el dualista se embrolle en contradicciones insolubles para su sistema y se vea obligado a abrazar las posiciones del materialismo o las del idealismo. El dualismo no es una solución fundamentalmente nueva del problema de la filosofía, distinta del materialismo y el idealismo, sino que expresa simplemente una inconsecuencia filosófica.

Toda concepción del mundo más o menos consecuente parte necesariamente del reconocimiento de la prioridad de un principio, ya sea la materia o el espíritu. Este tipo de concepción del mundo se llama monista (del griego “monos”, uno). En la historia han existido, sin embargo, filósofos que reconocen como primarios ambos principios, independientemente el uno del otro. Se da estos filósofos el nombre de dualistas (del latín “duo”, dos). Reconociendo la materia y el espíritu como sustancias independientes, el dualismo no puede establecer un nexo entre ambos. De aquí que, al tratar de explicar los fenómenos del universo, el dualista se embrolle en contradicciones insolubles para su sistema y se vea obligado a abrazar las posiciones del materialismo o las del idealismo. El dualismo no es una solución fundamentalmente nueva del problema de la filosofía, distinta del materialismo y el idealismo, sino que expresa simplemente una inconsecuencia filosófica.

El problema de la relación entre el pensar y el ser es el problema fundamental de toda concepción filosófica del mundo, por la sencilla razón de que la solución que se le dé determina la respuesta a los demás problemas de que se ocupa la filosofía. Así, según el modo como resuelvan el problema de qué es lo primario, si el espíritu o la naturaleza, los filósofos contestan de distinta manera a la pregunta de si el mundo ha existido siempre o ha tenido un principio en el tiempo, de si es infinito o limitado en el espacio, &c.

Con el reconocimiento de la primacía de la materia o de la conciencia se halla también relacionado el problema de la existencia y el carácter de la sujeción a leyes de los fenómenos del universo. Los materialistas entienden que el mundo existe independientemente de la conciencia de los hombres. Y, siendo así, es evidente que los nexos entre los distintos fenómenos del universo no han sido establecidos por el pensamiento del hombre, sino que tienen una existencia objetiva o, lo que es lo mismo, independiente de la conciencia. De aquí que los materialistas reconozcan la vigencia de leyes objetivas, a las que se hallan sujetos todos los fenómenos y procesos del mundo que nos rodea.

Los idealistas se sitúan ante este problema de otro modo. Unos (los llamados idealistas subjetivos) consideran como lo primario la conciencia del hombre. Afirman que éste no posee directamente más datos que los que le suministra su propia conciencia, las sensaciones, las representaciones, los conceptos, &c., y no tiene derecho a admitir la existencia de nada que se halle fuera de ella. Al negar la existencia del mundo objetivo y considerar como objetos los complejos de sensaciones e ideas, el idealismo subjetivo niega también la sujeción de los fenómenos a leyes objetivas. Para los idealistas subjetivos, las leyes de la naturaleza y de la sociedad descubiertas por la ciencia sólo expresan la sucesión entre los fenómenos, habitualmente observada por nosotros, y a la que no hay por qué atribuir un carácter de necesidad.

La otra corriente del idealismo –el idealismo objetivo– reputa como lo primario el espíritu, la idea, que, según este modo de pensar, existe fuera del hombre e independientemente de él. Los idealistas objetivos reconocen un determinado orden en la naturaleza, la sujeción de los fenómenos a leyes, pero no buscan la fuente de esto en la naturaleza misma, en la relación natural de causa a efecto, sino en la “razón universal”, en la “idea absoluta”, en la “voluntad universal”. Fácilmente se comprende que esta idea absoluta o esta razón o voluntad universal no es más que una manera distinta de designar al Dios que, tal como lo conciben estos pensadores, ha creado el mundo y trazado a los hombres determinados fines.

Cualquiera que sea el problema filosófico que abordemos, el de la perennidad del mundo o el de su unidad, el de las leyes que rigen los fenómenos o cualquier otro, el modo de abordarlo dependerá siempre, de una o de otra manera, de la solución que demos al problema fundamental de la filosofía. Aquí se halla la divisoria entre las dos direcciones fundamentales de la filosofía, el materialismo y el idealismo.

Podría parecer a primera vista que el problema fundamental de la filosofía se halla, por su generalidad, alejado de la vida real, de la actividad práctica de los hombres. Pero sería profundamente erróneo pensar así. De la solución que a este problema se dé se derivan determinadas consecuencias sociales: de ello depende la actitud que el hombre adopte ante la realidad, su modo de concebir la vida social, las tareas históricas, los principios morales, etc.

Por ejemplo, quien, siguiendo a los idealistas, reconozca como lo primario la conciencia, el espíritu, buscará la fuente de los males sociales que tan duramente aquejan a los trabajadores en las sociedades de clase, y especialmente bajo el capitalismo (de la esclavización y la miseria de las masas trabajadoras, de las asoladoras guerras, etc.), no en las condiciones de la vida material de los hombres, en el régimen económico de la sociedad, en la estructura de clase de ésta, sino en las condiciones de la vida espiritual, en los errores de los hombres, en sus defectos morales. Y este modo de ver las cosas no permitirá encontrar los verdaderos caminos para hacer cambiar la vida social. No señalará a los trabajadores la vía para resolver los problemas cardinales de nuestro tiempo, para asegurar la paz, atajar las guerras imperialistas, acabar con el colonialismo, abolir la opresión nacional y de clase.

La concepción idealista del mundo apoya de un modo o de otro a la religión. Y la religión, en la sociedad de clase, ejerce una función social perfectamente determinada, la cual no es otra que servir de instrumento para la esclavización espiritual de las masas; servir, según la conocida metáfora de Marx, de opio para el pueblo. La religión, al predicar la fe en Dios y en la vida del más allá, inculca a los trabajadores la idea de la transitoriedad de la vida terrenal y de la esterilidad de su lucha por liberarse de la opresión de clase; les imbuye el espíritu de la pasividad, de la resignación ante las injusticias de la tierra, prometiéndoles a cambio de ello la recompensa en el cielo.

Idealismo y religión se asemejan en lo fundamental, en el modo de resolver el problema cardinal de la concepción del mundo. Toda religión descansa sobre la fe en las fuerzas supraterrenales que, según ella, gobiernan el universo. Lo mismo exactamente enseña el idealismo, según el cual la fuerza de lo espiritual, de lo inmaterial, sirve de fundamento a todas las cosas y ha creado el mundo. El idealismo, al igual que la religión, lleva a la dualidad del universo, puesto que junto al mundo material y por encima de él coloca el mundo ideal, sobrenatural. Es cierto que a diferencia de la religión los filósofos idealistas no siempre llaman Dios al principio espiritual que, según ellos, ha creado el universo, pero esto no altera para nada la cosa. Incluso en los casos en que rechazan la fe primitiva y simplista en Dios como un ente personal y todopoderoso, sus doctrinas conducen inevitablemente al oscurantismo religioso, al sostenimiento de la religión.

El problema de la relación entre el pensar y el ser es el problema fundamental de toda concepción filosófica del mundo, por la sencilla razón de que la solución que se le dé determina la respuesta a los demás problemas de que se ocupa la filosofía. Así, según el modo como resuelvan el problema de qué es lo primario, si el espíritu o la naturaleza, los filósofos contestan de distinta manera a la pregunta de si el mundo ha existido siempre o ha tenido un principio en el tiempo, de si es infinito o limitado en el espacio, &c.

Con el reconocimiento de la primacía de la materia o de la conciencia se halla también relacionado el problema de la existencia y el carácter de la sujeción a leyes de los fenómenos del universo. Los materialistas entienden que el mundo existe independientemente de la conciencia de los hombres. Y, siendo así, es evidente que los nexos entre los distintos fenómenos del universo no han sido establecidos por el pensamiento del hombre, sino que tienen una existencia objetiva o, lo que es lo mismo, independiente de la conciencia. De aquí que los materialistas reconozcan la vigencia de leyes objetivas, a las que se hallan sujetos todos los fenómenos y procesos del mundo que nos rodea.

Los idealistas se sitúan ante este problema de otro modo. Unos (los llamados idealistas subjetivos) consideran como lo primario la conciencia del hombre. Afirman que éste no posee directamente más datos que los que le suministra su propia conciencia, las sensaciones, las representaciones, los conceptos, &c., y no tiene derecho a admitir la existencia de nada que se halle fuera de ella. Al negar la existencia del mundo objetivo y considerar como objetos los complejos de sensaciones e ideas, el idealismo subjetivo niega también la sujeción de los fenómenos a leyes objetivas. Para los idealistas subjetivos, las leyes de la naturaleza y de la sociedad descubiertas por la ciencia sólo expresan la sucesión entre los fenómenos, habitualmente observada por nosotros, y a la que no hay por qué atribuir un carácter de necesidad.

La otra corriente del idealismo –el idealismo objetivo– reputa como lo primario el espíritu, la idea, que, según este modo de pensar, existe fuera del hombre e independientemente de él. Los idealistas objetivos reconocen un determinado orden en la naturaleza, la sujeción de los fenómenos a leyes, pero no buscan la fuente de esto en la naturaleza misma, en la relación natural de causa a efecto, sino en la “razón universal”, en la “idea absoluta”, en la “voluntad universal”. Fácilmente se comprende que esta idea absoluta o esta razón o voluntad universal no es más que una manera distinta de designar al Dios que, tal como lo conciben estos pensadores, ha creado el mundo y trazado a los hombres determinados fines.

Cualquiera que sea el problema filosófico que abordemos, el de la perennidad del mundo o el de su unidad, el de las leyes que rigen los fenómenos o cualquier otro, el modo de abordarlo dependerá siempre, de una o de otra manera, de la solución que demos al problema fundamental de la filosofía. Aquí se halla la divisoria entre las dos direcciones fundamentales de la filosofía, el materialismo y el idealismo.

Podría parecer a primera vista que el problema fundamental de la filosofía se halla, por su generalidad, alejado de la vida real, de la actividad práctica de los hombres. Pero sería profundamente erróneo pensar así. De la solución que a este problema se dé se derivan determinadas consecuencias sociales: de ello depende la actitud que el hombre adopte ante la realidad, su modo de concebir la vida social, las tareas históricas, los principios morales, etc.

Por ejemplo, quien, siguiendo a los idealistas, reconozca como lo primario la conciencia, el espíritu, buscará la fuente de los males sociales que tan duramente aquejan a los trabajadores en las sociedades de clase, y especialmente bajo el capitalismo (de la esclavización y la miseria de las masas trabajadoras, de las asoladoras guerras, etc.), no en las condiciones de la vida material de los hombres, en el régimen económico de la sociedad, en la estructura de clase de ésta, sino en las condiciones de la vida espiritual, en los errores de los hombres, en sus defectos morales. Y este modo de ver las cosas no permitirá encontrar los verdaderos caminos para hacer cambiar la vida social. No señalará a los trabajadores la vía para resolver los problemas cardinales de nuestro tiempo, para asegurar la paz, atajar las guerras imperialistas, acabar con el colonialismo, abolir la opresión nacional y de clase.

La concepción idealista del mundo apoya de un modo o de otro a la religión. Y la religión, en la sociedad de clase, ejerce una función social perfectamente determinada, la cual no es otra que servir de instrumento para la esclavización espiritual de las masas; servir, según la conocida metáfora de Marx, de opio para el pueblo. La religión, al predicar la fe en Dios y en la vida del más allá, inculca a los trabajadores la idea de la transitoriedad de la vida terrenal y de la esterilidad de su lucha por liberarse de la opresión de clase; les imbuye el espíritu de la pasividad, de la resignación ante las injusticias de la tierra, prometiéndoles a cambio de ello la recompensa en el cielo.

Idealismo y religión se asemejan en lo fundamental, en el modo de resolver el problema cardinal de la concepción del mundo. Toda religión descansa sobre la fe en las fuerzas supraterrenales que, según ella, gobiernan el universo. Lo mismo exactamente enseña el idealismo, según el cual la fuerza de lo espiritual, de lo inmaterial, sirve de fundamento a todas las cosas y ha creado el mundo. El idealismo, al igual que la religión, lleva a la dualidad del universo, puesto que junto al mundo material y por encima de él coloca el mundo ideal, sobrenatural. Es cierto que a diferencia de la religión los filósofos idealistas no siempre llaman Dios al principio espiritual que, según ellos, ha creado el universo, pero esto no altera para nada la cosa. Incluso en los casos en que rechazan la fe primitiva y simplista en Dios como un ente personal y todopoderoso, sus doctrinas conducen inevitablemente al oscurantismo religioso, al sostenimiento de la religión.

No quiere esto decir, bien entendido, que debamos identificar, pura y simplemente, la filosofía idealista con la religión. La religión no es una forma de conocimiento de la realidad. Se desvía del campo del conocimiento para derivar hacia el mundo de la ficción imaginativa y proyecta la realidad bajo una forma invertida. La filosofía idealista es también, en el fondo, una doctrina falaz y una flor estéril, pero esta flor, aunque no llegue a fructificar, brota en el árbol vivo del fecundo, poderoso y omnipotente conocimiento humano. Algunos sistemas idealistas albergaban bajo su envoltura, además, ciertas simientes racionales de conocimiento del mundo: muchos eminentes filósofos idealistas impulsaron con sus síntesis el conocimiento de algunos aspectos de la realidad, aunque en su conjunto concibieran el mundo de un modo unilateral y al revés: baste citar en apoyo de esto el ejemplo de Hegel, quien en su filosofía elaboró la idea del desarrollo dialéctico, si bien, como idealista, se representaba este desarrollo de un modo tergiversado, como la manifestación del autodesarrollo de la “idea absoluta”.

No quiere esto decir, bien entendido, que debamos identificar, pura y simplemente, la filosofía idealista con la religión. La religión no es una forma de conocimiento de la realidad. Se desvía del campo del conocimiento para derivar hacia el mundo de la ficción imaginativa y proyecta la realidad bajo una forma invertida. La filosofía idealista es también, en el fondo, una doctrina falaz y una flor estéril, pero algunos sistemas idealistas albergaban bajo su envoltura, además, ciertas simientes racionales de conocimiento del mundo: muchos eminentes filósofos idealistas impulsaron con sus síntesis el conocimiento de algunos aspectos de la realidad, aunque en su conjunto concibieran el mundo de un modo unilateral y al revés: baste citar en apoyo de esto el ejemplo de Hegel, quien en su filosofía elaboró la idea del desarrollo dialéctico, si bien, como idealista, se representaba este desarrollo de un modo tergiversado, como la manifestación del autodesarrollo de la “idea absoluto”.

La filosofía idealista tiene raíces sociales y gnoseológicas. En tanto que las clases progresistas han defendido, por regla general, el materialismo filosófico, las clases reaccionarias han defendido igualmente, por regla general, diversas formas de idealismo.

Las raíces gnoseológicas, es decir, desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, consisten en el enfoque unilateral del proceso cognoscitivo, en la exageración o elevación al plano de lo absoluto de uno de los aspectos, de uno de los límites del complejo y multifacético proceso de conocer. Así, por ejemplo, los hombres crean en el proceso del conocimiento generalizaciones, conceptos generales como, pongamos por caso, el concepto de “casa”. Este concepto de “casa” ha sido forjado mediante un proceso de abstracción, de distinción de ciertos rasgos generales en las casas que existen realmente. En el proceso mismo de abstracción se da la posibilidad de que la idea se divorcie de la realidad. Pero en cuanto olvidamos el origen del concepto general y lo consideramos como algo que existe de por sí, sin dependencia alguna respecto de los objetos reales, caemos en las posiciones del idealismo.

La filosofía idealista es, según la expresión de Lenin, una flor estéril que crece en el árbol vivo, fecundo, fuerte y todopoderoso del conocimiento humano. Lenin comparaba el proceso del conocimiento con un movimiento que seguía no una línea recta, sino una curva compleja, es decir, una espiral. Si enfocamos dicho movimiento de un modo unilateral, subjetivo, podemos convertir un segmento de la espiral en una línea recta, y entonces nos apartaremos de la vía real del conocimiento y nos inclinaremos hacia la tergiversación de la verdad. Pero este desvío respecto de la verdad responde a los intereses de las clases sociales reaccionarias y es afianzado por ellas, y, de este modo, algunos errores idealistas se transforman en sistemas filosóficos idealistas. Lenin señalaba que el carácter rectilíneo y unilateral del pensamiento, su osificación, así como el subjetivismo y la ceguera subjetivista constituyen las raíces gnoseológicas del idealismo.

La separación entre el trabajo físico y el intelectual que surge en la sociedad dividida en clases, junto con la oposición entre ambos, crean la ilusión de que los pensamientos e ideas son independientes de la práctica, e incluso que determinan a ésta. Este modo idealista de concebir el mundo desfigura la realidad y la interpreta en forma invertida, lo cual es aprovechado por las clases explotadoras para justificar y afirmar su dominación. Esta concepción idealista del mundo se forma y extiende bajo la influencia de determinadas relaciones de clase y de ciertos intereses de clase.

La concepción idealista del mundo deforma la realidad, envuelve la situación real de las cosas con un velo místico. Y de esta interpretación invertida del mundo se aprovechan concienzudamente, no pocas veces, las fuerzas reaccionarias enemigas del progreso social.No en vano la filosofía burguesa actual abraza, por regla general, las posiciones de idealismo, mientras que hace dos siglos, en Francia por ejemplo, los filósofos, portavoces ideológicos de la burguesía, defendían el materialismo. Este cambio de frente de las ideas filosóficas se explica por el cambio de situación de la clase cuya ideología expresan los filósofos: la burguesía ha dejado de ser una clase progresiva, revolucionaria, ascensional, para convertirse en una clase reaccionaria, agonizante.

No es casual que la filosofía burguesa actual adopte, en general, las posiciones del idealismo, mientras que hace dos siglos, en Francia, por ejemplo, los filósofos, portavoces ideológicos de la burguesía, defendían el materialismo. Este cambio de frente de las ideas filosóficas se explica por el cambio de situación de la clase cuya ideología expresan los filósofos: la burguesía ha dejado de ser una clase progresista, revolucionaria, ascensional para convertirse en una clase reaccionaria, agonizante.

Por oposición al idealismo, la concepción materialista del mundo ha expresado por lo general los intereses de las fuerzas progresivas y avanzadas de la sociedad, interesadas en el desarrollo de la producción social y también, consiguientemente, en el desarrollo de la ciencia

Después de aparecer la ciencia de la naturaleza, el materialismo, como concepción filosófica del mundo, se desarrolla en estrecha relación con las ciencias naturales. Toda explicación científica es, en el fondo, materialista, ya que la ciencia da una interpretación natural de los fenómenos susceptible de pertrechar al hombre para transformar el mundo. La ciencia parte del hecho de que los objetos por ella estudiados y todo el mundo circundante tienen una existencia objetiva, independiente de nuestra conciencia. La existencia de fuerzas sobrenaturales es incompatible con la ciencia. Todo el desarrollo de las ciencias naturales demuestra que la naturaleza no fue obra de ninguna creación, que la materia y su movimiento han existido siempre. Cambian constantemente de forma, pero no nacen ni se destruyen.

En la lucha multisecular entre ciencia y religión, el idealismo abraza, por lo general, la causa de la religión, mientras que el materialismo se pone del lado de la ciencia. El materialismo es, por esencia, enemigo de la religión. De ahí que en la historia asuman la defensa del materialismo, casi siempre, las fuerzas sociales que luchan contra la religión y la superstición, en favor de las luces y del progreso. V. I. Lenin señala que, a lo largo de toda la historia contemporánea, “el materialismo se ha revelado como la única filosofía consecuente, fiel a todas las enseñanzas de las ciencias naturales, enemiga de la superstición, la beatería, etc."

El problema fundamental de la filosofía, además de girar en torno a la pregunta de qué es lo primario, el pensamiento o el ser, envuelve otro importante aspecto: el que se refiere a la relación que nuestros pensamientos, ideas y conocimientos acerca del mundo guardan con éste. ¿Puede nuestro pensamiento conocer el mundo real?

Uno de los objetivos primordiales de la filosofía, casi desde el primer día de su existencia, fue la indagación del proceso, el método y los medios de conocimiento de la realidad. Los filósofos trataron de esclarecer, desde muy pronto, cuál es la fuente de nuestro conocimiento, si podemos considerar nuestras sensaciones, representaciones y conceptos como reflejo del mundo, capaces de ofrecernos una imagen exacta de él.

También ante estos problemas se manifiesta la contraposición entre materialismo e idealismo.

El primero afirma que el mundo tiene una existencia objetiva, independiente de la conciencia, y que los hombres se representan una parte de la naturaleza y la reflejan en su mente. Lo que, como es natural, lleva aparejado el reconocimiento de la posibilidad de conocer el mundo y las leyes que lo rigen.

Por oposición al idealismo, la concepción materialista del mundo ha expresado por lo general los intereses de las fuerzas progresivas y avanzadas de la sociedad, interesadas en el desarrollo de la producción social y también, consiguientemente, en el desarrollo de la ciencia

Después de aparecer la ciencia de la naturaleza, el materialismo, como concepción filosófica del mundo, se desarrolla en estrecha relación con las ciencias naturales. Toda explicación científica es, en el fondo, materialista, ya que la ciencia da una interpretación natural de los fenómenos susceptible de pertrechar al hombre para transformar el mundo. La ciencia parte del hecho de que los objetos por ella estudiados y todo el mundo circundante tienen una existencia objetiva, independiente de nuestra conciencia. La existencia de fuerzas sobrenaturales es incompatible con la ciencia. Todo el desarrollo de las ciencias naturales demuestra que la naturaleza no fue obra de ninguna creación, que la materia y su movimiento han existido siempre. Cambian constantemente de forma, pero no nacen ni se destruyen.

En la lucha multisecular entre ciencia y religión, el idealismo abraza, por lo general, la causa de la religión, mientras que el materialismo se pone del lado de la ciencia. El materialismo es, por esencia, enemigo de la religión. De ahí que en la historia asuman la defensa del materialismo, casi siempre, las fuerzas sociales que luchan contra la religión y la superstición, en favor de las luces y del progreso. V. I. Lenin señala que, a lo largo de toda la historia contemporánea, “el materialismo se ha revelado como la única filosofía consecuente, fiel a todas las enseñanzas de las ciencias naturales, enemiga de la superstición, la beatería, etc."

El problema fundamental de la filosofía, además de girar en torno a la pregunta de qué es lo primario, el pensamiento o el ser, envuelve otro importante aspecto: el que se refiere a la relación que nuestros pensamientos, ideas y conocimientos acerca del mundo guardan con éste. ¿Puede nuestro pensamiento conocer el mundo real?

Uno de los objetivos primordiales de la filosofía, casi desde el primer día de su existencia, fue la indagación del proceso, el método y los medios de conocimiento de la realidad. Los filósofos trataron de esclarecer, desde muy pronto, cuál es la fuente de nuestro conocimiento, si podemos considerar nuestras sensaciones, representaciones y conceptos como reflejo del mundo, capaces de ofrecernos una imagen exacta de él.

También ante estos problemas se manifiesta la contraposición entre materialismo e idealismo.

El primero afirma que el mundo tiene una existencia objetiva, independiente de la conciencia, y que los hombres se representan una parte de la naturaleza y la reflejan en su mente. Lo que, como es natural, lleva aparejado el reconocimiento de la posibilidad de conocer el mundo y las leyes que lo rigen.

Muchos idealistas no niegan tampoco esta posibilidad, pero casi todos rechazan la concepción del conocimiento como reflejo de la realidad objetiva. Unos sostienen (como, por ejemplo, Platón, el antiguo filósofo griego) que la fuente del conocimiento se halla en el “mundo del más allá”, razón por la cual quien desee conocer la verdad debe aislarse del mundo que lo rodea, cerrar los ojos y los oídos a la realidad y ahondar en la reminiscencia de lo que su alma inmortal contempló un día en el mundo de las ideas. Otros (por ejemplo, Hegel) ven en el conocimiento la autoconciencia de la idea absoluta, que ha creado el universo y se conoce a sí misma en la persona del hombre. Pese a la diversidad de las escuelas idealistas y a la diferencia en cuanto a su modo de concebir el conocimiento, todas ellas se niegan a ver en las sensaciones, conceptos e ideas del hombre el reflejo de las cosas, a considerar el mundo objetivo como fuente del conocimiento

Muchos idealistas no niegan tampoco esta posibilidad, pero casi todos rechazan la concepción del conocimiento como reflejo de la realidad objetiva. Unos sostienen (como, por ejemplo, Platón, el antiguo filósofo griego) que la fuente del conocimiento se halla en el “mundo del más allá”,en el “mundo de las ideas”, razón por la cual quien desee conocer la verdad debe aislarse del mundo que lo rodea, cerrar los ojos y los oídos a la realidad y ahondar en la reminiscencia de lo que su alma inmortal contempló un día en el mundo de las ideas. Otros (por ejemplo, Hegel) ven en el conocimiento la autoconciencia de la idea absoluta, que ha creado el universo y se conoce a sí misma en la persona del hombre. Pese a la diversidad de las escuelas idealistas y a la diferencia en cuanto a su modo de concebir el conocimiento, todas ellas se niegan a ver en las sensaciones, conceptos e ideas del hombre el reflejo de las cosas, a considerar el mundo objetivo como fuente del conocimiento.

Junto a los filósofos que sientan la posibilidad de conocer el mundo ha habido y hay otros que dudan de esta posibilidad (los escépticos) o que incluso tratan de razonar la imposibilidad de ello. Se da el nombre de agnosticismo (palabra griega derivada del prefijo “a”, no, y la voz “gnosis”, conocimiento) a la corriente filosófica que niega la posibilidad de adquirir un conocimiento veraz de las cosas.

El agnosticismo se presenta frecuentemente como el intento de eludir la solución del problema fundamental de la filosofía, de considerar insoluble el problema de la prioridad de la materia, o la conciencia, y de la existencia misma del mundo objetivo. Sin embargo, aunque pretendan seguir una línea “intermedia” entre el materialismo y el idealismo, la mayoría de los agnósticos se inclinan al segundo.

Es muy característico que la filosofía burguesa actual abrace casi enteramente las posiciones del agnosticismo, niegue la capacidad de la razón humana para conocer el mundo y sostenga la impotencia del pensamiento lógico. Es ésta una de las manifestaciones de la decadencia del capitalismo y de la burguesía, que desde hace mucho tiempo han perdido la orgullosa fe en la fuerza creadora de la razón del hombre y en el progreso social.

Negar la cognoscibilidad del mundo es degradar la ciencia. Al sostener la imposibilidad de conocer el mundo, el agnosticismo allana el camino a las creencias religiosas, a la amalgama de la religión con la ciencia. Desde el momento en que se considera imposible adquirir un conocimiento veraz del mundo se reconoce que el hombre puede basar su actividad práctica, no en los datos de la ciencia, sino en los dogmas de la fe. En las condiciones actuales, el agnosticismo mina la convicción de la clase obrera en la posibilidad de encontrar el camino para liberarse de la esclavitud capitalista y, por tanto, para romper prácticamente las cadenas de esta esclavitud.

En los siguientes apuntes de su diario, M. Gorki pone diáfanamente de manifiesto el sentido social de tales prédicas:

"Dos pensamientos viven en el mundo. Uno escruta audazmente las tinieblas de los enigmas del universo y trata de descifrarlos; otro declara que los misterios son insolubles y, temerosos de ellos, los deifica.

Para el primero, incognoscible es sencillamente lo aún no conocido; el otro cree que el mundo es incognoscible para siempre.

El primero se adentra en el caos de los fenómenos del ser, enfrentándose impávidamente a todo en su árido camino, animándolo todo con su propia energía y haciendo que hasta las piedras hablen elocuentemente acerca del origen de la vida; el segundo va medrosamente de tumbo en tumbo y trata infructuosamente de encontrar la justificación de su ser.

–¿Existo?– se pregunta éste, al paso que el primero dice:

–¡Actúo!

El primero siente con frecuencia el acicate de la duda, llevado de su fuerza, pero el frío escepticismo lo vigoriza y, sintiéndose aún más fuerte, de nuevo busca la meta del ser en la acción; el segundo vive siempre en el terror ante sí mismo, le parece que existe fuera de él un principio superior, que le es afín, pero que guarda ceñuda y severamente el secreto de su ser.

El primero se mueve incesantemente de una verdad a la que la sigue, y a través de todas hasta la verdad final, cualquiera que ella sea. El segundo se propone como meta encontrar en el mundo del perpetuo movimiento y de las perennes oscilaciones un punto muerto sobre el que poder sustentar el dogma inconmovible y sujetar el espíritu de la indagación y la crítica con las cadenas de hierro de la amonestación.

Uno filosofa por amor a la sabiduría, valientemente seguro de su fuerza; el otro razona llevado del miedo y en la esperanza de vencerlo.

Ambos son libres; el uno, libre como toda energía, el otro como el perro callejero, que ladra en todas las puertas detrás de las cuales se siente calor, paz y un poco de comodidad.

Pero este segundo pensamiento gusta sobre todo de humillarse en los atrios de los templos, implorando una atención benevolente hacia él, hacia la fuerza creada por el temor.

Este pensamiento, al descomponerse, emponzoña la tierra con sus miasmas... con la mística; el primero, en cambio, embellece el mundo a su paso con los dones del arte y la ciencia."

La historia de la filosofía desde la antigüedad hasta nuestros días es la historia de la lucha entre materialismo e idealismo. Esta lucha se ha librado y sigue librándose con gran pasión y revela de por sí cuán de cerca toca la filosofía a los intereses vitales de los hombres. En su libro materialismo y empiriocriticismo consagrado a defender la concepción materialista del mundo y a luchar sin cuartel contra la filosofía reaccionaria, idealista, V. I. Lenin caracteriza el materialismo y el idealismo como dos partidos en el campo de la filosofía. La filosofía contemporánea, subraya Lenin, es tan partidista como la de hace dos mil años. Los dos partidos contendientes son, en esencia, el materialismo y el idealismo, y su lucha expresa, en última instancia, las tendencias y la ideología de las clases que pelean entre sí.

La lucha entre materialismo e idealismo no es siempre una lucha abierta, ni todos los filósofos proclaman sin ambages su identificación con uno u otro campo. Abundan en la historia de la filosofía los intentos de eludir la contraposición entre las dos corrientes antagónicas, de adoptar una posición intermedia, que no sea materialista ni idealista. Intentos fallidos, que conducen al eclecticismoo a un idealismo enmascarado, envuelto bajo nuevas expresiones. Es éste un rasgo muy característico de la filosofía burguesa de nuestro tiempo. En la filosofía burguesa actual encontramos corrientes que abrazan más o menos abiertamente la defensa del idealismo y la religión (por ejemplo, la filosofía de los neotomistas, nuevos defensores de la doctrina de Tomás de Aquino, ideólogo del catolicismo). Pero abundan más los filósofos que se presentan como ajenos por igual al materialismo y al idealismo.

Así, por ejemplo, los positivistas niegan de palabra toda filosofía y protestan reconocer solamente la ciencia positiva, de donde toman su nombre. Muchos filósofos burgueses afirman que espíritu y materia son simples palabras carentes de sentido, razón por la cual la filosofía no tiene por qué ocuparse para nada del problema de sus relaciones mutuas. A su juicio, la relación entre el ser y la conciencia, lejos de constituir el problema fundamental de la filosofía, no merece siquiera que ésta se ocupe de él, carece de objeto.

¿En qué estriba, según estos filósofos, el objeto de la filosofía? Uno de los fundadores del llamado positivismo lógico, o neopositivismo, el conocido filósofo inglés Bertrand Russell, declara que la filosofía no puede aportar ningún conocimiento nuevo acerca del mundo y que su misión se reduce a ofrecer un análisis lógico del conocimiento científico; la esencia de la filosofía reside, según esto, en la lógica, entendida como una ciencia formal. Esta posición representa un intento de eludir el problema fundamental de la concepción del mundo.

R. Carnap, otro representante del positivismo contemporáneo, va todavía más allá que Russell. Según él, el análisis lógico es, fundamentalmente, el análisis del lenguaje, “la lógica es sintaxis” y el cometido de la filosofía se reduce al estudio lógico de las palabras, las proposiciones, etc. El filósofo, afirma este autor, debe comprender de una vez por todas que no dispone de medios para dar respuesta a los problemas relacionados con el mundo. “Los problemas de la filosofía -- declara Carnap -- no se refieren a la naturaleza finita del ser, sino a la estructura semiótica (significativa) del lenguaje de la ciencia, incluyendo la parte teórica del lenguaje cotidiano”. Por donde tanto Russell como Carnap consideran como única finalidad de la filosofía el análisis lógico de los conceptos, de los términos generales. Así concebida, la filosofía, a diferencia de la ciencia, no afirma verdades, sino que solamente enseña a expresarlas.

Este punto de vista representa un intento encaminado a liquidar el objeto mismo de la filosofía. Esta ha considerado siempre como sus problemas fundamentales los referentes a la esencia del mundo, a la relación entre el pensamiento y la realidad objetiva. Sin embargo, aunque intenten eludir la solución de estos problemas cardinales de la concepción del mundo y traten de esquivar la lucha entre materialismo e idealismo, los positivistas de diverso tipo no logran en realidad mantenerse al margen de ella. Niegan la posibilidad de conocer el mundo objetivo, rechazan el concepto mismo de la realidad objetiva y, por ende, abrazan la posición del idealismo subjetivo.

Otra corriente de la filosofía burguesa actual, el existencialismo, coincide en este respecto con los positivistas. Los existencialistas no reconocen el ser objetivo como el fundamento ni como el objeto de la filosofía. Según el filósofo existencialista francés A. Camus, el problema de la relación entre el pensar y el ser es tan “profundamente indiferente” y tan “vacuo” como, en su manera de ver, cualquier problema científico, como el de si la Tierra gira en derredor del Sol, o a la inversa. Sólo tiene sentido el problema de la “existencia”, entendiendo por tal la existencia personal, individual, de mi “yo”, “aquello gracias a lo cual soy para mí”. Empujada a este radical subjetivismo, la filosofía se reduce por entero a la moral individual, a la psicología del sujeto, enfocada, además, desde el punto de vista del egocentrismo. El existencialista Jaspers, de la Alemania occidental, llama a su filosofía la “psicología de las concepciones del mundo”. Socavando la fe en las fuerzas de la razón humana y del pensamiento lógico, invita a quienes le siguen a “observar, indagar, analizar y aprender a pensar psicopatológicamente”.

Junto a los filósofos que sientan la posibilidad de conocer el mundo ha habido y hay otros que dudan de esta posibilidad (los escépticos) o que incluso tratan de razonar la imposibilidad de ello. Se da el nombre de agnosticismo (palabra griega derivada del prefijo “a”, no, y la voz “gnosis”, conocimiento) a la corriente filosófica que niega la posibilidad de adquirir un conocimiento veraz de las cosas.

El agnosticismo se presenta frecuentemente como el intento de eludir la solución del problema fundamental de la filosofía, de considerar insoluble el problema de la prioridad de la materia, o la conciencia, y de la existencia misma del mundo objetivo. Sin embargo, aunque pretendan seguir una línea “intermedia” entre el materialismo y el idealismo, la mayoría de los agnósticos se inclinan al segundo.

Es muy característico que la filosofía burguesa actual abrace casi enteramente las posiciones del agnosticismo, niegue la capacidad de la razón humana para conocer el mundo y sostenga la impotencia del pensamiento lógico. Es ésta una de las manifestaciones de la decadencia del capitalismo y de la burguesía, que desde hace mucho tiempo han perdido la orgullosa fe en la fuerza creadora de la razón del hombre y en el progreso social.

Negar la cognoscibilidad del mundo es degradar la ciencia. Al sostener la imposibilidad de conocer el mundo, el agnosticismo allana el camino a las creencias religiosas, a la amalgama de la religión con la ciencia. Desde el momento en que se considera imposible adquirir un conocimiento veraz del mundo se reconoce que el hombre puede basar su actividad práctica, no en los datos de la ciencia, sino en los dogmas de la fe. En las condiciones actuales, el agnosticismo mina la convicción de la clase obrera en la posibilidad de encontrar el camino para liberarse de la esclavitud capitalista y, por tanto, para romper prácticamente las cadenas de esta esclavitud.

En los siguientes apuntes de su diario, M. Gorki pone diáfanamente de manifiesto el sentido social de tales prédicas:

"Dos pensamientos viven en el mundo. Uno escruta audazmente las tinieblas de los enigmas del universo y trata de descifrarlos; otro declara que los misterios son insolubles y, temerosos de ellos, los deifica.

Para el primero, incognoscible es sencillamente lo aún no conocido; el otro cree que el mundo es incognoscible para siempre.

El primero se adentra en el caos de los fenómenos del ser, enfrentándose impávidamente a todo en su árido camino, animándolo todo con su propia energía y haciendo que hasta las piedras hablen elocuentemente acerca del origen de la vida; el segundo va medrosamente de tumbo en tumbo y trata infructuosamente de encontrar la justificación de su ser.

–¿Existo?– se pregunta éste, al paso que el primero dice:

–¡Actúo!

El primero siente con frecuencia el acicate de la duda, llevado de su fuerza, pero el frío escepticismo lo vigoriza y, sintiéndose aún más fuerte, de nuevo busca la meta del ser en la acción; el segundo vive siempre en el terror ante sí mismo, le parece que existe fuera de él un principio superior, que le es afín, pero que guarda ceñuda y severamente el secreto de su ser.

El primero se mueve incesantemente de una verdad a la que la sigue, y a través de todas hasta la verdad final, cualquiera que ella sea. El segundo se propone como meta encontrar en el mundo del perpetuo movimiento y de las perennes oscilaciones un punto muerto sobre el que poder sustentar el dogma inconmovible y sujetar el espíritu de la indagación y la crítica con las cadenas de hierro de la amonestación.

Uno filosofa por amor a la sabiduría, valientemente seguro de su fuerza; el otro razona llevado del miedo y en la esperanza de vencerlo.

Ambos son libres; el uno, libre como toda energía, el otro como el perro callejero, que ladra en todas las puertas detrás de las cuales se siente calor, paz y un poco de comodidad.

Pero este segundo pensamiento gusta sobre todo de humillarse en los atrios de los templos, implorando una atención benevolente hacia él, hacia la fuerza creada por el temor.

Este pensamiento, al descomponerse, emponzoña la tierra con sus miasmas... con la mística; el primero, en cambio, embellece el mundo a su paso con los dones del arte y la ciencia."

La historia de la filosofía desde la antigüedad hasta nuestros días es la historia de la lucha entre materialismo e idealismo. Esta lucha se ha librado y sigue librándose con gran pasión y revela de por sí cuán de cerca toca la filosofía a los intereses vitales de los hombres. En su libro materialismo y empiriocriticismo consagrado a defender la concepción materialista del mundo y a luchar sin cuartel contra la filosofía reaccionaria, idealista, V. I. Lenin caracteriza el materialismo y el idealismo como dos partidos en el campo de la filosofía. La filosofía contemporánea, subraya Lenin, es tan partidista como la de hace dos mil años. Los dos partidos contendientes son, en esencia, el materialismo y el idealismo, y su lucha expresa, en última instancia, las tendencias y la ideología de las clases que pelean entre sí.

La lucha entre materialismo e idealismo no es siempre una lucha abierta, ni todos los filósofos proclaman sin ambages su identificación con uno u otro campo. Abundan en la historia de la filosofía los intentos de eludir la contraposición entre las dos corrientes antagónicas, de adoptar una posición intermedia, que no sea materialista ni idealista. Intentos fallidos, que conducen al eclecticismoo a un idealismo enmascarado, envuelto bajo nuevas expresiones. Es éste un rasgo muy característico de la filosofía burguesa de nuestro tiempo. En la filosofía burguesa actual encontramos corrientes que abrazan más o menos abiertamente la defensa del idealismo y la religión (por ejemplo, la filosofía de los neotomistas, nuevos defensores de la doctrina de Tomás de Aquino, ideólogo del catolicismo). Pero abundan más los filósofos que se presentan como ajenos por igual al materialismo y al idealismo.

Así, por ejemplo, los positivistas niegan de palabra toda filosofía y protestan reconocer solamente la ciencia positiva, de donde toman su nombre. Muchos filósofos burgueses afirman que espíritu y materia son simples palabras carentes de sentido, razón por la cual la filosofía no tiene por qué ocuparse para nada del problema de sus relaciones mutuas. A su juicio, la relación entre el ser y la conciencia, lejos de constituir el problema fundamental de la filosofía, no merece siquiera que ésta se ocupe de él, carece de objeto.

¿En qué estriba, según estos filósofos, el objeto de la filosofía? Uno de los fundadores del llamado positivismo lógico, o neopositivismo, el conocido filósofo inglés Bertrand Russell, declara que la filosofía no puede aportar ningún conocimiento nuevo acerca del mundo y que su misión se reduce a ofrecer un análisis lógico del conocimiento científico; la esencia de la filosofía reside, según esto, en la lógica, entendida como una ciencia formal. Esta posición representa un intento de eludir el problema fundamental de la concepción del mundo.

R. Carnap, otro representante del positivismo contemporáneo, va todavía más allá que Russell. Según él, el análisis lógico es, fundamentalmente, el análisis del lenguaje, “la lógica es sintaxis” y el cometido de la filosofía se reduce al estudio lógico de las palabras, las proposiciones, etc. El filósofo, afirma este autor, debe comprender de una vez por todas que no dispone de medios para dar respuesta a los problemas relacionados con el mundo. “Los problemas de la filosofía -- declara Carnap -- no se refieren a la naturaleza finita del ser, sino a la estructura semiótica (significativa) del lenguaje de la ciencia, incluyendo la parte teórica del lenguaje cotidiano”. Por donde tanto Russell como Carnap consideran como única finalidad de la filosofía el análisis lógico de los conceptos, de los términos generales. Así concebida, la filosofía, a diferencia de la ciencia, no afirma verdades, sino que solamente enseña a expresarlas.

Este punto de vista representa un intento encaminado a liquidar el objeto mismo de la filosofía. Esta ha considerado siempre como sus problemas fundamentales los referentes a la esencia del mundo, a la relación entre el pensamiento y la realidad objetiva. Sin embargo, aunque intenten eludir la solución de estos problemas cardinales de la concepción del mundo y traten de esquivar la lucha entre materialismo e idealismo, los positivistas de diverso tipo no logran en realidad mantenerse al margen de ella. Niegan la posibilidad de conocer el mundo objetivo, rechazan el concepto mismo de la realidad objetiva y, por ende, abrazan la posición del idealismo subjetivo.

Otra corriente de la filosofía burguesa actual, el existencialismo, coincide en este respecto con los positivistas. Los existencialistas no reconocen el ser objetivo como el fundamento ni como el objeto de la filosofía. Según el filósofo existencialista francés A. Camus, el problema de la relación entre el pensar y el ser es tan “profundamente indiferente” y tan “vacuo” como, en su manera de ver, cualquier problema científico, como el de si la Tierra gira en derredor del Sol, o a la inversa. Sólo tiene sentido el problema de la “existencia”, entendiendo por tal la existencia personal, individual, de mi “yo”, “aquello gracias a lo cual soy para mí”. Empujada a este radical subjetivismo, la filosofía se reduce por entero a la moral individual, a la psicología del sujeto, enfocada, además, desde el punto de vista del egocentrismo. El existencialista Jaspers, de la Alemania occidental, llama a su filosofía la “psicología de las concepciones del mundo”. Socavando la fe en las fuerzas de la razón humana y del pensamiento lógico, invita a quienes le siguen a “observar, indagar, analizar y aprender a pensar psicopatológicamente”.

Ahora bien, ¿qué significa negarse a reconocer el ser objetivo y la posibilidad de conocerlo, negar la verdad objetiva? Significa defender la línea del idealismo. Por mucho que los filósofos burgueses actuales se empeñen en eludir la solución del problema fundamental de la filosofía y mantenerse al margen del materialismo y el idealismo, por encima de tales posiciones, no lo logran, pues ello es imposible: se ven obligados a contestar de un modo o de otro, aunque no siempre de manera abierta, al problema de si el mundo objetivo existe independientemente de nuestra conciencia y de qué relación guarda nuestro pensamiento con el mundo que nos rodea.

Ahora bien, ¿qué significa negarse a reconocer el ser objetivo y la posibilidad de conocerlo, negar la verdad objetiva? Significa defender la línea del idealismo. Por mucho que los filósofos burgueses actuales se empeñen en eludir la solución del problema fundamental de la filosofía y mantenerse al margen del materialismo y el idealismo, por encima de tales posiciones, no lo logran, pues ello es imposible: se ven obligados a contestar de un modo o de otro, aunque no siempre de manera abierta, al problema de si el mundo objetivo existe independientemente de nuestra conciencia y de qué relación guarda nuestro pensamiento con el mundo que nos rodea. Todas las corrientes filosóficas, por numerosas y diversas que sean, forman parte del campo del materialismo, o del campo del idealismo.

Del mismo modo que en el campo de la política, dentro de las sociedades divididas en clases antagónicas, actúan diferentes paridos que expresan los intereses de una u otra de las clases enemigas. Así también en el campo de la filosofía de las diferentes tendencias y corrientes filosóficas gravitan en última instancia hacia el campo del materialismo o hacia el del idealismo. En la sociedad de clase no hay ni puede haber una filosofía por encima de las clases o de los partidos. Conviene tener esto presente, sobre todo en momentos como los actuales, en que se agudiza la lucha ideológica entre las fuerzas del progreso y las de la reacción.

La época actual es una época de aguda lucha entre las fuerzas del socialismo en ascenso y el capitalismo agonizante. Lucha no es sólo económica y política, sino también ideológica, que encuentra su expresión en los problemas de la concepción del mundo. En los países capitalistas, numerosos reaccionarios, entre los que figuran algunos estadistas, mantienen una campaña contra las concepciones ateas del mundo comunista, llegando en sus ataques a las calumnias más descaradas en contra del comunismo y del materialismo. En su empeño por difamar a toda costa el materialismo, presentan a los comunistas como gentes zafias y groseras, que anteponen los bienes materiales a los espirituales. Esta imagen odiosa y disparatada que se traza del comunismo y el materialismo no es nueva. Ya hubo de burlarse de ella Engels, en su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, al hablar de la estrecha mentalidad del burgués-filisteo alemán, que “entiende por materialismo el comer y el beber sin tasa, el regodeo de los ojos, el placer de la carne, la vida regalona, el ansia de dinero, la avaricia, el afán de lucro y las trampas de la bolsa; en una palabra, todos esos vicios asquerosos a los que él mismo rinde culto en su fuero interno, y por idealismo, la fe en la virtud, el amor al prójimo y, en general, en un «mundo mejor», de lo que se jacta ante los demás, pero en lo que sólo cree, a lo sumo, cuando atraviesa por esos estados de abatimiento o de bancarrota que siguen a sus habituales excesos «materialistas»...”.

La época actual es una época de aguda lucha entre las fuerzas del socialismo en ascenso y el capitalismo agonizante. Esta lucha no es sólo económica y política, sino también ideológica, que encuentra su expresión en los problemas de la concepción del mundo. Ahora bien, mientras que las fuerzas reaccionarias se valen de la filosofía y la religión como arma ideológica, el materialismo dialéctico es el arma ideológica de la clase obrera y de su vanguardia; el Partido Comunista. En la sociedad dividida en clases no hay ni puede haber una filosofía situada por encima de las clases o de los partidos. Conviene tener presente esto, sobre todo en momentos como los actuales en que se agudiza la lucha ideológica entre las fuerzas del progreso y las de la reacción.

En los países capitalistas, numerosos reaccionarios, entre los que figuran algunos estadistas, mantienen una campaña contra marxismo, el ateísmo y el comunismo, llegando en sus ataques a las calumnias más descaradas en contra del comunismo y del materialismo. ¡Y hasta donde llega aquí su ignorancia! En su empeño por difamar a toda costa el materialismo, presentan a los comunistas como gentes zafias y groseras, que anteponen los bienes materiales a los espirituales. Esta imagen odiosa y disparatada que se traza del comunismo y el materialismo no es nueva. Ya hubo de burlarse de ella Engels, en su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, al hablar de la estrecha mentalidad del burgués-filisteo alemán, que “entiende por materialismo el comer y el beber sin tasa, el regodeo de los ojos, el placer de la carne, la vida regalona, el ansia de dinero, la avaricia, el afán de lucro y las trampas de la bolsa; en una palabra, todos esos vicios asquerosos a los que él mismo rinde culto en su fuero interno, y por idealismo, la fe en la virtud, el amor al prójimo y, en general, en un «mundo mejor», de lo que se jacta ante los demás, pero en lo que sólo cree, a lo sumo, cuando atraviesa por esos estados de abatimiento o de bancarrota que siguen a sus habituales excesos «materialistas»...”.

Un método predilecto al que recurren los ideólogos de la burguesía para impugnar el materialismo marxista consiste en identificar esta filosofía con el materialismo vulgar de mediados del siglo XIX o con el materialismo mecanicista de los siglos XVII y XVIII. Pero la filosofía marxista es la filosofía del materialismo actual, que se distingue fundamentalmente de todas las formas del materialismo anterior a Marx, incluyendo entre ellas el materialismo mecanicista.

La falla de las viejas escuelas materialistas estribaba en que su manera de pensar era predominantemente metafísica: no se hallaban pertrechadas con un método certero, dialéctico, de conocimiento.

Se llama método metafísico al modo de abordar el estudio de las cosas y los fenómenos de la naturaleza sin considerarlos en sus mutuas relaciones orgánicas, viendo en ellos algo sustancialmente inmutable y carente de contradicciones internas. Este método refleja unilateralmente algunos rasgos de la realidad, registra la estabilidad relativa de las cosas y hace caso omiso de su desarrollo; destaca los elementos sueltos y pierde de vista el todo de que forman parte.

El método de conocimiento opuesto al metafísico se llama dialéctico. Es el método que considera las cosas, los fenómenos y sus reflejos mentales, los conceptos, en sus mutuas relaciones y en movimiento, en su nacimiento, desarrollo contradictorio y desaparición. El desconocimiento de la dialéctica fue una grave deficiencia de muchas de las escuelas materialistas del pasado, que les impidió llevar a fondo consecuentemente su concepción materialista del mundo. Y ello se manifestaba, principalmente, en su modo de concebir los fenómenos de la vida social, que interpretaban a la manera idealista.

Marx superó las limitaciones del viejo materialismo. Enriqueció el materialismo con la dialéctica, la doctrina más multifacética y profunda acerca del desarrollo.

El método científico dialéctico de conocimiento es revolucionario, pues al reconocer que todo cambia y se desarrolla llega a la conclusión de que es necesario acabar con todo lo caduco que entorpece el progreso histórico. Por ello precisamente concita la dialéctica marxista el odio de los ideólogos de la burguesía. En el postfacio a la segunda edición de El Capital, dice Marx, señalando los rasgos característicos de su método: “Reducida a su forma racional [la dialéctica] provoca la cólera, y es el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse asustar por nada.”

La elaboración del método científico dialéctico elevó el materialismo a un plano superior. Los fundadores del marxismo continuaron el desarrollo multisecular de la línea filosófica materialista y, a la par con ello, crearon una concepción del mundo totalmente nueva, el materialismo dialéctico, en el que el método dialéctico de conocimiento se funde orgánicamente con la explicación materialista de los fenómenos, no sólo los de la naturaleza, sino también los de la sociedad.

Un método predilecto al que recurren los ideólogos de la burguesía para impugnar el materialismo marxista consiste en identificar esta filosofía con el materialismo vulgar de mediados del siglo XIX o con el materialismo mecanicista de los siglos XVII y XVIII. Pero la filosofía marxista es la filosofía del materialismo actual, que se distingue fundamentalmente de todas las formas del materialismo anterior a Marx, incluyendo entre ellas el materialismo mecanicista.

La falla de las viejas escuelas materialistas estribaba en que su manera de pensar era predominantemente metafísica: no se hallaban pertrechadas con un método certero, dialéctico, de conocimiento.

Se llama método metafísico al modo de abordar el estudio de las cosas y los fenómenos de la naturaleza sin considerarlos en sus mutuas relaciones orgánicas, viendo en ellos algo sustancialmente inmutable y carente de contradicciones internas. Este método refleja unilateralmente algunos rasgos de la realidad, registra la estabilidad relativa de las cosas y hace caso omiso de su desarrollo; destaca los elementos sueltos y pierde de vista el todo de que forman parte.

El método de conocimiento opuesto al metafísico se llama dialéctico. Es el método que considera las cosas, los fenómenos y sus reflejos mentales, los conceptos, en sus mutuas relaciones y en movimiento, en su nacimiento, desarrollo contradictorio y desaparición. El desconocimiento de la dialéctica fue una grave deficiencia de muchas de las escuelas materialistas del pasado, que les impidió llevar a fondo consecuentemente su concepción materialista del mundo. Y ello se manifestaba, principalmente, en su modo de concebir los fenómenos de la vida social, que interpretaban a la manera idealista.

Marx superó las limitaciones del viejo materialismo. Enriqueció el materialismo con la dialéctica, la doctrina más multifacética y profunda acerca del desarrollo.

El método científico dialéctico de conocimiento es revolucionario, pues al reconocer que todo cambia y se desarrolla llega a la conclusión de que es necesario acabar con todo lo caduco que entorpece el progreso histórico. Por ello precisamente concita la dialéctica marxista el odio de los ideólogos de la burguesía. En el postfacio a la segunda edición de El Capital, dice Marx, señalando los rasgos característicos de su método: “Reducida a su forma racional [la dialéctica] provoca la cólera, y es el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse asustar por nada.”

La elaboración del método científico dialéctico elevó el materialismo a un plano superior. Los fundadores del marxismo continuaron el desarrollo multisecular de la línea filosófica materialista y, a la par con ello, crearon una concepción del mundo totalmente nueva, el materialismo dialéctico, en el que el método dialéctico de conocimiento se funde orgánicamente con la explicación materialista de los fenómenos, no sólo los de la naturaleza, sino también los de la sociedad.