Iñigo Ongay, Las izquierdas, la derecha y la racionalidad, El Catoblepas 34:12, 2004 (original) (raw)

El Catoblepas, número 34, diciembre 2004
El Catoblepasnúmero 34 • diciembre 2004 • página 12
Polémica

Iñigo Ongay

Se responde al artículo de Luciano Miguel García, «La distinción entre la izquierda y la derecha política como un problema de racionalidad inmanente», publicado en el n� 33 de El Catoblepas

1

En su artículo «La distinción entre la izquierda y la derecha política como un problema de racionalidad inmanente», aparecido en El Catoblepas, n� 33 (noviembre de 2004), Luciano Miguel García trata de dibujar los criterios necesarios y suficientes para reconstruir la distinción entre los conceptos de izquierda y derecha política. Según lo analiza Luciano Miguel, las propuestas que a este respecto habría venido ofreciendo Gustavo Bueno en «En torno al concepto de izquierda política» (publicado en El Basilisco, n� 29, 2� época) y en El mito de la izquierda (Ediciones B, Barcelona 2003) adolecerían, sin perjuicio del interés que don Luciano no deja de reconocerles, de un problema fundamental, veámoslo:

Por un lado, en el artículo de El Basilisco, Bueno habría tratado de definir a la izquierda a partir de la dimensión (así dice repetidamente don Luciano) de la «racionalidad» y ello hasta el punto de que según un tal planteamiento, la izquierda monopolizaría la «razón», agotando los propios contenidos de la racionalidad política de una manera exclusiva y acaso también excluyente con respecto a la derecha, de suerte que difícilmente podría la derecha identificarse con unos criterios tan maniqueos (puesto que para ello tendría que empezar aceptando que su «función» es menos «racional» que la de la derecha, y aun que su «función» no es «racional» en absoluto, &c.) y rayanos en la metafísica como los que Bueno, según nos dice el señor Miguel, ha ofrecido en su trabajo. En efecto, don Luciano llega a decir en este punto, cosas tales como las siguientes:

«Sorprendentemente, esta primera propuesta de Gustavo Bueno está constituida sobre el supuesto propio del pensamiento metafísico, de la dicotomía entre lo racional (eterno, bueno, puro) y lo irracional (efímero, malo e impuro). Utilizando el mito platónico podría haberse descrito a la izquierda como repartidora de alas para acompañar a los dioses en el disfrute de la realidad que «sólo puede ser contemplada por la inteligencia» (Fedro, 248 a), mientras que la derecha insistiría en mantener las almas carentes de alas, encerradas en su incapacidad para alcanzar la verdad, alimentadas de opinión y «pisoteándose y echándose las unas encima de las otras, e intentando la una colocarse delante de la otra» (Fedro, 248 b). La derecha difícilmente pude admitir que su función es menos racionalizadora que la de la izquierda. No se reconocería en este concepto de significado próximo al fanatismo.»

Pues bien, mientras que en «En torno al concepto de izquierda política», sería la izquierda la que consumaría la racionalidad en régimen, por así decir, de monopolio, en El mito de la izquierda, el profesor Bueno habría ofrecido un criterio no sólo distinto sino también incompatible con el anterior, en virtud del cual mientras que a la derecha, instalada en su «voluntad de apropiación», le sería dado operar en función de los esquemas propios de la «razón instrumental» y «estratégica», la izquierda, definida como «voluntad de negación» vagaría errante por mil caminos políticos sin saber nunca muy bien a qué atenerse en vistas a la «afirmación racional de lo previamente negado». En este sentido en un sorprendente giro por parte de su autor, El mito de la izquierda terminaría negando a la propia izquierda política su unidad, pero también su identidad, y de este modo excluyéndola de la misma esfera de la «racionalidad», ahora acaparada por la derecha.

Ahora bien, así las cosas, resulta para don Luciano muy evidente que en cualquiera de las dos propuestas, por lo demás como bien se ve incompatibles entre sí, uno de los polos políticos de referencia tendería a agotar la «dimensión de lo racional» mientras que el otro habría de conformarse con la mera aspiración a consumar una tal dimensión. Luciano Miguel García por el contrario, tratará de hacernos ver que la posibilidad de «coexistencia pacífica» entre la izquierda y la derecha exige que ninguno de ambos conceptos se imponga definitivamente sobre el otro absorbiendo la «razón política» por entero. En lugar de una contraposición tan rígida, don Luciano considera más conveniente interconectar ambos conceptos como momentos políticamente necesarios, integrados por igual en una totalidad constituida por lo que el señor Miguel denomina «racionalidad inmanente». Al decir de don Luciano, semejante racionalidad, muy lejos de toda veleidad metafísica podría describirse del modo siguiente:

«La racionalidad inmanente, al igual que la metafísica, es consecuencia de la negación del carácter contingente de las realidades mundanas en una instancia en la que al afirmarse se engrandecen. La principal diferencia entre ambas viene dada por el carácter de la afirmación. La metafísica aspira a una afirmación absoluta, a instancias inalterables como esencias o ideas. La racionalidad inmanente busca afirmaciones efectivas, instancias necesarias, como estructuras o sistemas, que aporten duración.»

Más en particular, la «racionalidad» a la que se refiere nuestro autor, consistiría en una suerte de estructura conformada si se quiere, «hegelianamente» (y realmente es mucho decir) por tres momentos fundamentales:

«Lo propio singular: aquella entidad capaz de determinarse a sí misma en un entorno indeterminado.
Lo ajeno plural: Aquellas entidades que al enfrentarse entre sí no pueden extender al oponente su determinación, y han de resistirse a ser determinadas por este. Así, al afirmarse simultáneamente pueden codeterminarse en una pluralidad de la que son partícipes.
Lo común relacional: Aquella pluralidad en la que la afirmación de una entidad está afirmada por otra. En este entramado de relaciones lo ajeno contribuye a determinar lo propio, exigiendo el equilibrio como condición de posibilidad.»

Pues bien, esta tripartita «racionalidad inmanente» (que Luciano Miguel García rastrea incluso en algunos desarrollos científicos, y en particular en el curso de disciplinas tales como la mecánica clásica newtoniana y el evolucionismo darwiniano) representa una «racionalidad» universal, en cuyo seno las contraposiciones entre izquierda y derecha aparecerían como resueltas por mediación de su «remite recíproco». La izquierda y la derecha terminarían pues, por confluir en un «entramado relacional» que, haciendo las veces del tercer momento en el proceso de la «racionalidad inmanente» («lo común relacional»), vendría a coincidir políticamente con la democracia parlamentaria entendida en cuanto término de un proceso de «autolimitación» del poder político a cuya luz cabe decir que tanto la derecha como la izquierda «han triunfado» históricamente. Así, mientras que la derecha habría logrado imponer como «racional» el factor de la priorización de la «iniciativa privada», la izquierda por su parte, habría consolidado como indiscutible por «racional» la reivindicación de la extensión de las «mejoras sociales» a toda la nación. Por otra parte, tanto la defensa de los «intereses particulares» ligados a la derecha como la «esperanza en el advenimiento de la solidaridad humana» (la «utopía socialista») aparecerían como componentes políticamente irracionales –dice don Luciano: por «insostenibles»– desde la perspectiva de las democracias homologadas, lo que sin duda, no quiere decir tampoco que debieran ser dejados de lado por la derecha y la izquierda respectivamente a menos si estas no pretenden quedar desvirtuadas en sus pretensiones más propias (con lo que, al cabo, dejarían de ser lo que son).

En este trabajo no vamos a entrar a discutir in extenso la conceptualización que sobre estos asuntos elabora don Luciano, ni procederemos tampoco a enjuiciar desde nuestras propias premisas la «racionalidad inmanente» a la que su artículo hace referencia (aunque desde luego algo diremos sobre todo ello); ahora bien, en la medida en que estimamos que las tesis de Gustavo Bueno en torno a la distinción entre una izquierda y una derecha política no han quedado del todo recogidas ente los argumentos de Luciano Miguel García –y ello por decirlo suavemente–, no podemos menos que ofrecer a la consideración de nuestro autor una reexposición de algunos de los contenidos doctrinales presentes en aquellos libros y textos de don Gustavo que el señor Miguel ha podido sacar a colación. Esta reexposición adoptará inevitablemente una coloración polémica, al menos en cuanto se oriente a poner de manifiesto la manera tan eficaz en que Luciano Miguel García ha demostrado en su artículo no haber entendido «En torno a un concepto de izquierda política» y El mito de la izquierda, ni bien ni mal, es decir, no haber entendido en absoluto tales trabajos.

2

En efecto, tanto en «En torno al concepto de izquierda política» como en «La ética desde la izquierda»{1} (artículo que, por lo demás, don Luciano Miguel no tiene en cuenta en su exposición), Gustavo Bueno diseña un concepto funcional de «izquierda política» muy pregnante a nuestro juicio, ante el trámite de dar razón de la abultada masa fenoménica que se abre paso en nuestro presente político. La característica de esta función, decantada por el análisis de Bueno en la línea del regressus sería efectivamente el «racionalismo universalista». Ahora bien, no conviene tampoco olvidar la circunstancia de que un tal concepto, carente por sí mismo de alcance formalmente político (con lo que el regressus nos reconduce a una situación propiamente antropológica, es decir, sólo genéricamente política), no podrá recuperar su significado específico en relación a la idea de izquierda al margen de la propia recomposición de los parámetros (políticos) del concepto funcional que nos ocupa (verbigracia: la nación política). Ahora bien, si esto es así, ¿cabrá decir entonces que –según lo interpreta Luciano Miguel– la «izquierda» agota la esfera de la racionalidad?, ¿no resulta desde luego inadmisible (e incluso insultante para la derecha o el centro) esta conclusión tan presuntuosa (desde el punto de vista de la izquierda)?, ¿qué pueden significar las ideas de «razón» y «racionalismo» en este contexto?

Ante todo y procediendo por de pronto negativamente, hemos de señalar que «racionalismo» implica aquí prima facie, la trituración más terminante de cualquier planteamiento político que aparezca como fundamentado en los principios resultantes de una revelación de carácter supra-racional o praeter-racional, en la línea pongamos por caso, de la tradición que es propia del gnosticismo (desde Valentín o Basilíades hasta las sectas protestantes de nuestros días alucinadas por efecto del libre examen luterano y por las «revelaciones privadas» de los telepredicadores evangélicos); una tradición por lo demás sobre la que la derecha (absoluta) pudo hacer pie una y otra vez en su defensa del Antiguo Régimen –es decir, justamente del «trono» y del «altar»– tal y como lo atestiguan figuras de la importancia del Padre Cádiz en su obra El soldado católico en la guerra de religión, o del Padre Vélez en su Apología del Altar y el Trono o en su Preservativo contra la Irreligión. Un exponente diáfano de esta tradición «reaccionaria» podemos rastrearlo, para el caso de España, a lo largo de la historia del carlismo, en cuanto movimiento legitimista (frente a la dinastía usurpadora) atrincherado en la oposición a la segunda generación de izquierda definida representada por los partidarios de los derechos sucesorios de Isabel, los «cristinos», los «doceañistas»; &c.

Ahora bien, resulta capital no perder de vista que esta oposición al gnosticismo propio de quien se presenta como depositario de un saber revelado por vía praeter-racional, una oposición en la que hacemos residir el racionalismo propio de la «izquierda política», no podrá consistir tampoco, cuando se la contempla a la luz del materialismo filosófico, en una toma de postura de signo meramente agnóstico (i.e.: escéptico) como si fuera posible permanecer «indiferente» o «dubitativo» ante la sola pretensión de que alguien pueda arrogarse una «certidumbre» recibida de lo alto, de que alguien pueda pretender mantener línea directa con la divinidad(por ejemplo por modo de su revelación privada o de la inspiración del Espíritu Santo, &c.), y ello dado, entre otras cosas, que en estas condiciones la mera «duda» es ya imposible desde la perspectiva del racionalismo filosófico, al amor del cual semejante pretensión se mantiene directamente, como una pretensión intolerable.

De este modo, el racionalismo propio de la izquierda adoptará la forma de un anti-gnosticismo respecto al gnosticismo que suponemos atribuible a la derecha absoluta (y ello con todas las consecuencias que se derivan en lo tocante a tantos movimientos políticos cristianos o musulmanes que, en cambio, se consideran de «izquierdas»: teologías de la liberación,, cristianos por el socialismo, ministros de defensa, &c.).

Este anti-gnosticismo resulta además ontológicamente coordinable con el a-teísmo (es decir, con la misma negación no ya de la revelación sino del propio dios terciario por mediación de la destrucción de su idea); y así ha venido siendo reconocido por muchas de las generaciones de izquierda definida a lo largo de su historia (y en particular por la izquierda comunista: «ateísmo científico», «ateísmo militante»; &c.).

De otro lado, positivamente, entendemos desde el materialismo filosófico la misma idea de «racionalidad» como vinculada no tanto a estructuras hipostasiadas (metafísicas) tales como puedan serlo el «yo trascendental», la «unidad de apercepción kantiana», el «ego absoluto» y otras ideas parecidas, cuanto a la propia escala apotética entre cuyos límites se desenvuelven las operaciones que pueda desempeñar un sujeto corpóreo con todos los ingredientes necesarios (manos prensiles o músculos estriados por ejemplo, pero también aparatos fonatorios, glotis, &c.) para «separar» o «unir» términos fisicalistas, tridimensionales. Es la propia lógica material que regula los resultados de estas operaciones –en ocasiones capaz ella misma de desbordar las propias operaciones que la generaron, neutralizándolas &c.– lo que hace las veces de horizonte proporcionado a la idea de «racionalidad» tal y como la concibe el sistema filosófico desarrollado por Gustavo Bueno, y ello como puede comprobarse, manteniéndonos a la máxima distancia posible de conceptualizaciones tales como las que son propias del «idealismo subjetivo», del «idealismo trascendental» kantiano, del espiritualismo subjetivista, &c. Como afirma el profesor Bueno en uno de los textos en liza:

«El racionalismo, como componente de la característica de la función «izquierda», implica, negativamente, la exclusión de todo principio revelado de carácter praeterracional; y positivamente, el entendimiento de la racionalidad como una característica vinculada a los sujetos corpóreos operatorios (antes que a las mentes-espíritus, o incluso a los cerebros dotados de «facultades emergentes superiores»). Es decir, al logos inherente a las estructuras mismas de las construcciones con cuerpos llevadas a cabo por los sujetos operatorios.»{2}

Y así las cosas, a nosotros sólo nos resta preguntarnos qué es exactamente lo que en este tratamiento de la idea de «racionalidad» puede subsistir de metafísico según advierte don Luciano Miguel. Tampoco estamos demasiado seguros de qué sea lo que nuestro autor entiende por «metafísica», pero, en todo caso, podemos añadir por nuestra parte que mucho más metafísico resulta tratar de regresar, en la determinación del concepto de «izquierda política», a la hipóstasis de una «racionalidad inmanente» de la que, siempre según los presupuestos de Luciano Miguel García, estarían penetradas las democracias homologadas realmente existentes (y para más INRI con la carga de fundamentalismo democrático que una tesis como esa lleva aparejada), tanto más, por otro lado, cuando es el caso de que semejante término del regressus bloquea, por sí mismo, la propia posibilidad de progresar hacia la reconstrucción de las concatenaciones precisas que entreveran los fenómenos (formalmente políticos) de partida, apareciendo, por ende, como un regressus sin retorno. Pero no adelantemos acontecimientos.

3

En lo tocante al tratamiento ofrecido por Gustavo Bueno sobre estas cuestiones en El mito de la Izquierda juzgamos inexcusable comenzar señalando que, contrariamente a lo que Luciano Miguel García parece pretender, nosotros no detectamos ninguna incompatibilidad en este libro respecto a los criterios diseñados en los artículos anteriores: antes al contrario. Precisamente, en El mito de la Izquierda, el filósofo español refina, por así decir, las líneas maestras que venían sosteniendo su exposición anterior merced a un concepto gnoseológico de importancia decisiva al margen del cual, por cierto, muy difícilmente podrá nadie hacerse cuenta cabal de los contenidos doctrinales presentes en esta obra: nos referimos justamente al concepto de «holización».

Este concepto permite al autor de los Ensayos Materialistas esclarecer con entero rigor el alcance preciso del «racionalismo» atribuible a la izquierda política, aportando un canon de «racionalización» que – procedente del desarrollo de los más diversos campos positivos, científicos, categoriales– arroja buenos rendimientos a título de modelo de la «racionalidad» ejercitada por las izquierdas en sus diferentes procesos revolucionarios desde el desmoronamiento del Antiguo Régimen.

En vistas a recomponer en la medida de lo posible el nexo que, presuponemos, mantienen entre sí las ideas de «racionalismo» y de «izquierda política», resulta ciertamente inexcusable cumplimentar el trámite de ofertar un canon de referencia contra el que modular en este contexto la propia idea de «racionalidad», y ello dado precisamente que resultaría completamente simplista y hasta ridículo (en el fondo profundamente estúpido) referirse sin más a la «razón», a la «racionalidad» o al «racionalismo» a fin de sacar adelante la demarcación de las posiciones «de izquierda» como contradistintas de las posiciones «de derecha», como si tales ideas fueran por sí mismas manejables, claras y distintas.

«Si la izquierda en nuestros días se nos muestra como una idea cada vez más oscura y confusa, esto se debe en gran medida a que la idea de Razón que ella utiliza se da por supuesta con toda ingenuidad.
Pero Razón, y, sobre todo racionalismo, son términos ideológicos, conceptos envueltos en «nebulosas ideológicas» que es necesario tratar de aclarar y distinguir. La idea de Razón que «la izquierda» y las mismas «teorías de la izquierda» suelen presuponer es una idea oscura y confusa, y por así decir, hace impresentable a cualquier teórico de la izquierda que no se haya preocupado por esclarecerla.
Y decimos esto, aquí y ahora, como un desafío a nuestros más ilustres representantes de la izquierda teórica o práctica, nacional, europea o internacional.»{3}

Ahora bien, para dar cuenta de esta conexión entre la izquierda y la Razón (cosa que no se discute, antes al contrario, se comienza por conceder), Gustavo Bueno hace uso del canon que pudo regular –en el ejercicio_– los abundantes y enmarañados procesos gnoseológicos que dieron lugar a la constitución de los campos categoriales propios de las ciencias modernas. Como prototipo de estos procedimientos de «racionalización» por «holización», El mito de la Izquierda presenta los hallazgos científicos que dieron lugar a la conformación gnoseológica de la teoría celular como tal disciplina categorial, en virtud del lisado, de la descomposición (es decir, de la holización según su fase o momento analítico) de los organismos vegetales –Mattias Schleider– y animales –Thomas Schwan– y de sus partes anatómicas{4} que terminarían por resolverse en partes formales homogéneas, «atómica_s» a escala citológica (aunque ya sabemos, por supuesto, que las células eucariotas están compuestas a su vez por multitud de orgánulos celulares: ribosomas, mitocondrias, membranas, macromoléculas de ADN, &c., y más: adeninas, citosinas, azúcares dexosirribosa, &c., y más aún: hadrones, leptones, &c., &c.).

De este modo, y en función del ejercicio del «dialelo», la teoría celular permitiría recuperar en el momento sintético de la holización –restitutio in integrum{5}– la totalidad (el organismo) de partida sólo que ahora redefinida a su manera como una «asociación de células», como un agregado de las partes anatómicas alcanzadas en la fase destructora de la racionalización por holización.{6}

A cargo de la izquierda prístina habría corrido entonces, históricamente, según la tesis principal del libro de Gustavo Bueno, la conversión holizadora (y por ende, racionalizadora) de las totalidades constituidas por aquellas sociedades políticas –la Corona Francesa en particular– regidas según los esquemas del Antiguo Régimen en verdaderas Naciones Políticas compuestas por ciudadanos «libres e iguales». Una tal conversión implica la destrucción revolucionaria de las partes anatómicas que definen la totalidad de partida (los «tres estados», el «trono», el «altar») mediante una suerte de homogeneización que diera lugar a partes átomas tras la decapitación (en ocasiones literal) de las anomalías gratuitas que describía el terreno político previo a 1789 (incluyendo los patois, &c.).

Uno de los resultados capitales de semejante proceso –en el que, insistimos, es preciso intercalar siempre el «dialelo político» que la holización implica, so pena de no poder progresar sobre las fronteras de la totalidad de referencia– será la misma constitución del concepto de «Nación» que, de este modo, comenzará a compadecer como obra política característica de la izquierda definida en su primera generación, como el fruto mismo de la revolución.

Y claro, la cuestión reside en este punto, en que como puede comprobarse, el concepto mismo de «holización», muy lejos de mostrarse incompatible con la característica «racionalista» de la idea funcional de izquierda política perfilada por Bueno en sus artículos sobre el tema, precisa al máximo los criterios presentes en estos trabajos, los fortalece.

Podemos cifrar la potencia de este modo de conceptuar las cosas en la fecundidad con la que posibilita a Gustavo Bueno sacar adelante, en el progressus, la recomposición del material fenoménico del que se trataba de dar cuenta de una manera por lo demás admirablemente ajustada a las irregularidades del terreno mismo a roturar. De esta guisa, a Bueno le es dado distinguir una izquierda indefinida (sea extravagante, sea divagante, sea fundamentalista) junto con las seis generaciones de izquierda definida que se desglosan en el libro. Frente a estos resultados, nos atrevemos a preguntar a don Luciano Miguel García si él estima de su lado, que sus propias rúbricas analíticas aparecen ellas mismas, como capaces de discriminar pongo por caso la «izquierda leninista» de la «izquierda liberal», la «izquierda maoísta» de la «izquierda libertaria», la «izquierda socialdemócrata» de la «izquierda heideggeriana» de la que hablan Juan Vattimo o Félix Duque.

En la medida en que tal discriminación fuera impracticable, como nos parece efectivamente que lo es desde una instancia como lo es la «racionalidad inmanente de la democracia parlamentaria» hacia la que don Luciano regresa, este regressus quedaría calificado como un regreso sin vuelta, un regressus... hacia el formalismo más enérgico entre cuyos límites los propios contenidos de los que es preciso dar razón resultan sencillamente inasimilables. Acaso esta circunstancia explique perfectamente el hecho de que, a la postre, Luciano Miguel García aboca en su análisis a una caracterización tan grosera de la «izquierda» como la que descansa en determinaciones de índole psico-etológica, ético-moral o meramente metafísica («conservadores» frente a «progresistas», «competencia» frente a «solidaridad», «racionalidad reconciliadora con la realidad» frente a la «racionalidad individulizadora»).

Notas

{1} Gustavo Bueno, «La ética desde la izquierda», El Basilisco, n� 17 (2� época), págs. 3-36.

{2} Gustavo Bueno, «En torno a un concepto de izquierda política», El Basilisco, n� 29 (2� época), págs. 3-28, pág. 15.

{3} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003, pág. 105.

{4} Y además anatómicas stricto sensu, si se nos permite hablar así: queremos decir que precisamente nos estamos refiriendo a aquellas partes y enclasamientos que los anatomistas, los morfólogos, los fisiólogos, los médicos, &c., venían manejando con plena fecundidad en sus propios campos científicos o tecnológicos.

{5} Para todo ello, cfr. Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, págs. 110-112.

{6} En el libro al que venimos haciendo referencia, Bueno aporta variados ejemplos –en los que ahora no tiene sentido detenerse– de los procedimientos holizadores ejercidos en diferentes disciplinas científicas: la geometría plana, la mecánica, la química clásica, el electromagnetismo, la teoría cinética de los gases, la mineralogía, &c., véanse ante todo las páginas 112 y ss.

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