sobre España «en lo sustancial Bueno llevaba razón y yo no», El Catoblepas 39:23, 2005 (original) (raw)

El Catoblepas, número 39, mayo 2005
El Catoblepasnúmero 39 • mayo 2005 • página 23
Documentos

Juan Bautista Fuentes dice ahora: sobre España

«en lo sustancial Bueno llevaba razón y yo no»

Una entrevista en Generación XXI devuelve a la actualidad

una «polémica» que llevaba cinco años parada

14 de abril de 1998: la conferencia «España»

La tarde del martes 14 de abril de 1998, en el contexto de la reunión Hispanismo en 1998 –conmemorativa del décimo aniversario de la Asociación de Hispanismo Filosófico, reunión patrocinada por la Fundación Gustavo Bueno (fue la primera actividad pública promovida por esta institución, y su presentación)–, celebrada del 13 al 15 de abril de 1998 en el salón del Club Prensa Asturiana, de Oviedo, pronunció Gustavo Bueno una conferencia bajo el título «España». [El texto sobre el que Bueno realizó su intervención figura desde entonces en http://www.fgbueno.es/gbm/gb1998es.htm y fue publicado también en la revista El Basilisco, nº 24, 1998, páginas 27-50, y en la versión digital de esa revista.]

El diario La Nueva España, anfitrión de aquella sesión, dedicó al día siguiente (miércoles, 15 de abril de 1998) un importante espacio en su portada a la conferencia, y dos páginas en el interior (páginas 50 y 51):

Gustavo Bueno: «España sigue siendo católica» «La bomba atómica puso en ridículo la historia universal como idea de progreso»
El filósofo asturiano Gustavo Bueno manifestó ayer en el Club Prensa Asturiana de La Nueva España –que se encontraba abarrotado de público– que «España sigue siendo católica, y América también». Bueno explicó su idea de España ligada a la idea de imperio católico en permanente competencia con el imperio anglosajón, de carácter depredador y con el islámico, anegado por el fanatismo monoteísta.
A lo largo de la conferencia Bueno abordó diversos temas relacionados con la Historia. Así, por ejemplo, dijo que «la bomba atómica puso en ridículo el concepto de historia universal como idea de progreso». En otro momento explicó que «la historia la escriben los vencedores; si no sería sólo antropología» (páginas 50 y 51).
La Fundación Gustavo Bueno arrancó ayer con un do de pecho. La conferencia que ofreció el filósofo asturiano, titulada «España», registró un lleno de público como si se tratase de un espectáculo deportivo. El contenido fue pura dinamita. El Club Prensa Asturiana de La Nueva España sirvió de escenario para que Bueno explicase su idea de España, ligada a la idea de Imperio católico en permanente competencia con el Imperio anglosajón, de carácter depredador, y con el islámico, anegado por el fanatismo monoteísta. «España sigue siendo católica», afirmó ante un público en el que figuraban los participantes en las jornadas de la Asociación de Hispanismo Filosófico, reunida en Oviedo.
Gustavo Bueno: «España sigue siendo católica y también América»
«La bomba atómica puso en ridículo el concepto de historia universal como idea de progreso; la historia la escriben siempre los vencedores, si no sería sólo antropología»
Oviedo, Javier Neira. Lleno hasta la bandera y aún quedó muchísima gente fuera del salón de actos. José Manuel Vaquero, director general de La Nueva España, presentó al filósofo tras pedir disculpas por ser materialmente imposible acomodar a todo el público. Anunció un libro de Bueno que publicará una editorial del grupo de La Nueva España titulado «España contra la Unión Europea y por América», en la línea de la conferencia de ayer, y repasó la semiótica del momento: el tríptico anunciador de la Fundación Gustavo Bueno, con la Cruz de la Victoria, Covadonga, Oviedo como nueva Toledo y Feijoo; el hotel España, donde se alojan los filósofos de la Asociación de Hispanismo Filosófico que participan en las reuniones de estos días; el propio nombre del periódico La Nueva España, y el hecho de que Bueno eligiese esta tierra para su trabajo. Después dibujó, como en una entradilla periodística, las cuestiones que iba a abordar el filósofo.
Gustavo Bueno se puso en pie a las 20 horas y 11 minutos y así estuvo sin parar de hablar hasta las 22 horas y 3 minutos: el público estaba muy incómodo, pero la atención no decayó ni un instante y el aplauso final fue de los muy poco frecuentes.
Problema filosófico
Bueno anunció que iba a agarrar el toro por los cuernos, «así que me pregunto una vez más ¿qué es España?». Tal pregunta requiere, a juicio del pensador, una respuesta según el ensayo filosófico, ya que «hablar de España es un problema filosófico, y no lo digo como retórica, vamos a explicarlo».
Y es que los textos sobre España son, a juicio de Bueno, de naturaleza siempre filosófica, aunque arranquen con otro carácter. Trajo a colación tres discursos de apertura de la Universidad de Oviedo, de Federico de Onís, Rey Pastor y Sainz Rodríguez sobre distintos temas, aunque ya que se hacían desde Asturias acababan hablando de España para mostrar que los ensayos se elevan a categoría filosófica. «La lista de ensayos sobre España es tan copiosa que no tiene paralelo en otras naciones. ¿Por qué es así?». Bueno descartó sarcásticamente las hipótesis psicologistas, ya que «la respuesta debe venir de una teoría sobre España».
Los ensayos sobre España, añadió, parten del siglo XVII: cuando el Imperio toma conciencia de sus límites. Pero maduran con Feijoo. Y crecen en la medida que decae el Imperio. Y nueva pregunta: ¿por qué?
«España no es un tema», indicó Bueno. «Un tema es Cataluña o el País Vasco o Galicia. El Imperio bizantino estaba dividido en temas; y al frente de cada tema estaba un estratega. Cataluña, País Vasco o Galicia seguirían siendo temas aunque lograsen la independencia, temas de Francia o de Europa. Pero no serían problema filosófico. Tienen interés filosófico sólo a través de España. Cataluña, País Vasco o Galicia tienen un enorme interés etnográfico, pero no histórico, porque no tienen historia si no es a través de España. Por el contrario, España no es un tema, es un problema», añadió despejando cualquier duda.
Nación y rey
Bueno echó mano de la teoría del cierre categorial: «¿Cuáles son los esquemas de identidad para plantear el problema de España?», se preguntó. Y respondió distinguiendo entre modelos distributivos y atributivos: el modelo atributivo es el propio de la cuestión porque no repite el esquema de identidad, luego exige unidad. Recordó que la palabra nación no tenía sentido político hasta la Revolución Francesa, en que sustituye a la idea de rey, y añadió que el problema de España era el de su homologación. Algunos, dijo, atribuyen la falta de homologación a Valdés Salas, por el Indice de Libros Prohibidos, o a Felipe II, o como el profesor Zorita, que en la apertura del curso de la Universidad de Oviedo en 1968 indicó que la gente fuerte se fue a América y, claro, nos desangramos. «¿El problema es la monarquía, ya que estamos en un 14 de abril? Se dice que estamos adelantados, pero sólo respecto a una hipotética monarquía búlgara o portuguesa, ya que realmente estamos retrasados respecto a otras. Algunos llevan al límite la homologación y sustituyen España con Castilla, que, claro, se homologa con Cataluña. Y España queda como el cuerpo de Correos. Pero no es así. La constitución de España es previa a la Constitución política. El problema de España es el de su constitución a lo largo de muchos siglos, pero que no es fruto de ensueños exaltados, sino necesariamente es un Imperio católico, universal»,
Bomba atómica
Y, claro, la idea de la constitución de un imperio es un problema de historia universal y a eso se dirigió Bueno: «El problema de España es un problema de filosofía de la historia».
La idea de historia universal, indicó Bueno, tiene dos elementos en cuanto a su estructura lógica: metaméricamente –de nuevo el cierre– la historia universal es la historia de la humanidad, «pero ése es un concepto teológico, propio de la 'Ciudad de Dios' de San Agustín, y la idea de progreso del siglo XVIII está fraguada en la 'Ciudad de Dios', que después Spencer liga a la idea de evolución y dura hasta la bomba atómica, que pone en ridículo el concepto de historia universal como idea de progreso». Pero no por eso hay que retirar la idea, ya que gran relato, añadió Bueno, que de paso llamó cretinos a los posmodemos que pululan «por las universidades de verano». El filósofo rechazó la dimensión metafísica de la idea de historia universal y propuso el concepto de imperio: «La historia la escriben siempre los vencedores, porque si no sería sólo antropología». (Pasa a la página siguiente.)
«De Lutero se va a Hegel, Nietzsche y Hitler»
«El problema de España es el problema del Imperio español», insistió Bueno. Y puesto a barajar los factores constitutivos de ese imperio, el filósofo se quedó con sólo uno, tallado a la escala: el Imperio romano. Un imperio generador de ciudades, lo contrario del Imperio inglés, de carácter depredador. El Imperio español no es una suma de atrocidades, añadió, y en ese sentido arremetió contra Sánchez Ferlosio por uno de sus libros «que encima el PP le dio el Premio Nacional de Literatura». Bueno recordó su tesis sobre el cristianismo, que nace al pactar con el Imperio romano. Pero Roma no hace España y tampoco los visigodos. Sin embargo, el Oviedo capital del Reino de Asturias se construye a semejanza de Toledo y Toledo lo fue de Constantinopla. «Tras la toma de Granada, los españoles que están en un nivel histórico superior conocen por los árabes que la tierra es esférica y las medidas de Eratóstenes y la intención de Alejandro Magno de ir al Oriente. Los Reyes Católicos apoyan a Colón para coger a los turcos por la espalda: el Imperio español siempre está contra el Islam».
El Imperio español es el primero tras Roma porque los intentos de Carlomagno «fueron fantasmales». Los españoles se encuentran con América, el imperio quiere ser universal, «pero no según la idea musulmana de 'por el imperio hacia Dios', sino 'por Dios hacia el imperio'. Por ejemplo, Trento fue un instrumento al servicio de Felipe II y no al revés, como se dice».
Bueno indicó después «que el Imperio español cayó, pero no fue aniquilado, sigue existiendo en el presente, no podemos evadirnos a esa responsabilidad». Desde esa perspectiva criticó nuestra unión a Europa recordando que «el proyecto europeo es ya de Hitler». Asimismo, denunció la balcanización de España «para homologarnos con Europa» y dijo que la lengua española no era importante sólo porque la hablen 400 millones de personas, sino «porque es la lengua del imperio».
Reivindicó la escolástica e indicó que «España sigue siendo católica y América también». Después, definió el catolicismo actual frente al protestantismo y el luteranismo. Supera al protestantismo, atrapado en la conciencia subjetiva que conduce al pietismo y al nihilismo, «de Lutero se va a Hegel, Nietzsche y Hitler». Y supera al Islam, porque el catolicismo defiende la racionalidad ligada al cuerpo individual.
¿Qué queda del imperio? Bueno concluyó: «No es un modo de ser, sino de estar a la espera de intervenir en una acción realmente universal.»

El Comercio, diario de Gijón, también ofreció a sus lectores la noticia de esta conferencia (miércoles, 15 de abril de 1998, página 62):

Bueno defiende la existencia de España como nación en tanto que imperio católico. El filósofo regresa al Quijote para hallar el paradigma del problema español
Pedro José Vallín, Oviedo. El filósofo Gustavo Bueno defendió ayer la existencia de España como nación en tanto que fue un imperio católico, un proyecto generador, y su caída, o su decadencia, como la del Imperio Romano, o la de la Unión Soviética, deben ser entendidas, en la medida en que significan el fracaso de un proyecto; como el paradigma del problema de la Humanidad, es decir, la negación de la idea de progreso: la Humanidad vaga a la deriva. Y su mejor representación es el Quijote.
Ante una multitudinaria audiencia, que desbordó con mucho las capacidades de la sala en la que se desarrollan estos encuentros de Hispanismo Filosófico, Gustavo Bueno aseguró que el problema de España no es un problema histórico sino filosófico, porque el imperio católico español, fue «espejo último de la Humanidad».
El filósofo, que admitió tomar la tesis fundamental de su discurso de Américo Castro, pero «reconstruida», halla el inicio de esa idea de España en lo que se dio en llamar la Reconquista, porque fue entonces cuando el catolicismo comenzó a reconocer la necesidad de desembarazarse del Islam, y se inició así una progresiva persecución sin fin último. Según Bueno, no se buscaba conquistar la Península, porque apenas se tomó Granada se inició una carrera africana, y, lo que a juicio del filósofo es más evidente, el viaje de Cristóbal Colón, que según su criterio no era sino un intento de «pillar a los turcos por la espalda».
La constitución de este imperio español sólo es posible en la medida en que lo es su esencia, es decir, que en la medida en que se creía posible la consecución de este gran imperio católico, como gran proyecto, pudo existir, y dejó de hacerlo cuando se vislumbró con evidencia su imposibilidad, es decir, cuando perdió su esencia misma, por utilizar la terminología empleada por Bueno.
El Quijote
Como gran metáfora de esta verdad, halla el filósofo al Quijote. Su esencia, el mundo de las caballerías, se materializa en su existencia, y el Quijote sale a desfacer entuertos. Cuando los médicos y sacerdotes le hacen saber su error, le convencen de que el mundo no es como él piensa y le hacen regresar a casa, su esencia se contrae para finalmente morir. «Si no existe es imposible, pero si es posible debe existir.» Esta es, a juicio de Gustavo Bueno, la gran verdad del imperio católico español.
La imposibilidad plantea el problema, y éste es el mismo que el del Imperio Romano, o el más reciente de la Unión Soviética, cuya posibilidad, la revolución mundial, se perdió y con ella se contrajo hasta morir la propia URSS.
Empero, el imperio católico español no es aniquilado, sostiene Bueno, «cayó pero no fue aniquilado, sigue existiendo en los efectos que tiene sobre el presente». Sus realidades, su configuración, su gestación e Historia, nos concierne en lo político, porque «el imperio español nos ha creado como nación», y ha condicionado nuestra relación con Europa.
Todo ello lleva al filósofo a considerar ridícula nuestra «entrada en Europa, en ese club de naciones canónicas (siguen un canon)», ya que España ya es Europa, y además no se acaba en Europa «como sí le ocurre a Alemania o a Francia». La adhesión a un proyecto que Gustavo Bueno considera hitleriano sólo puede traer la «aniquilación de España». Además, la convivencia de naciones es para él un absurdo: «La única coexistencia posible ha sido siempre la guerra».
Por qué Cataluña y Euskadi no son naciones
A partir del argumento esgrimido por Gustavo Bueno, consistente en que España es nación en tanto que fue imperio católico español, la consecuencia era obvia, pero no por ello eludió mencionarla –y defenderla con vehemencia– el filosofo: Si España es nación, es imposible que el País Vasco o Cataluña lo sean, porque además sólo existen en tanto que partes de esa nación.
En opinión de Bueno, no sólo no son naciones, sino que carecen de Historia y no forman parte de la Historia Universal, porque su única Historia es la de España, y sólo a través de ésta existen. Por tanto, el término nacionalidades históricas le merece al filósofo un doble rechazo.
La lengua, uno de los más importantes legados de aquel imperio, es otro de los paradigmas. Bueno señaló que son muchos quienes utilizan despectivamente la expresión «lengua del imperio» para referirse al español, cuando, a juicio del filósofo, su grandeza, su extensión y su riqueza se deben precisamente a eso, a que fue la lengua de un imperio, como lo fue el latín del Imperio Romano. Y aprovechó para denunciar el intento de los nacionalistas catalanes o vascos de hablar de reino de Castilla y no de España, porque eso les sitúa en igualdad de condiciones. «Hablan de Castilla, en lugar de España, y del idioma castellano en lugar de hacerlo del español.»

Algunas opiniones sobre la conferencia «España»

El jueves 16 de abril de 1998 publicó La Nueva España (página 43) una entrevista con José Luis Abellán, Catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense, asistentes al encuentro Hispanismo en 1998:

Entrevista. José Luis Abellán, Catedrático de Filosofía de la Complutense
Abellán: «Bueno gusta a la derecha pero es anacrónico»
«Hablar de la España imperial a estas alturas suena a falangista o quizás a Siglo de Oro.» «El discurso de Bueno para las masas habla casi de España como unidad de destino en lo universal.» «Es una gran simplificación pasar de Lutero a Hitler.»
Oviedo, J. N. Las ondas de la conferencia titulada «España» que el pasado martes dio el catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo Gustavo Bueno en el Club Prensa Asturiana de La Nueva España aún vibran. El filósofo asturiano se planteó la clásica pregunta sobre qué cosa es España y ofreció su versión, filosófica, según la cual España es Imperio católico, una forma de estar en el mundo y de agrandarse frente al Imperio inglés y frente al Imperio del Islam. «España sigue siendo católica», afirmó en clara polémica con la frase de Azaña. Una nación que se expresa en el idioma español como lengua del imperio, que es lo que le da su verdadera dimensión, más allá del hecho, por lo demás importantísimo, de que la hablan 400 millones de personas en el mundo.
El guante de Bueno fue recogido ayer mismo por el catedrático de Historia de la Filosofía Española en la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Abellán, que el lunes abrió las jornadas de la Asociación de Hispanismo Filosófico que fundó hace diez años y que se mostró en su dimensión de patriarca de la especialidad y figura del más alto nivel intelectual.
¿Qué le pareció la conferencia de Bueno?
—Gustavo Bueno es un persona muy inteligente, de eso no hay ninguna duda, y tiene una gran formación filosófica y política. La conferencia la trazó de una forma muy hábil, de manera que a lo largo de dos horas difundió un mensaje a muy distintos niveles. En un análisis superficial, su discurso es aparentemente simple, pero no es así, tiene complejidad filosófica y política. Un nivel del discurso, por ejemplo, es el que se dirige a las masas de oyentes, al enorme auditorio que vimos ayer. Otro nivel, es el de la clase política. Y hay un tercer nivel, el de los filósofos, el de los profesores de Filosofía presentes en la sala. El discurso para las masas es el que habla de Dios, el imperio, casi de España como unidad de destino en lo universal. En cuanto al discurso político, contiene palabras familiares a la derecha. En fin, el discurso filosófico presenta a España como problema filosófico y muestra la complejidad de la teoría del cierre categorial.
Pero ¿cuál fue y cuál es la realidad del Imperio católico español?
—Eso suena muy bien al oído de la derecha, Bueno gusta a la derecha pero es anacrónico. Hablar de la España imperial a estas alturas suena a falangista o quizás a Siglo de Oro. Claro que también es cierto que el hecho de que haya un bloque de naciones en el que se hable español y en el que hay una escala de valores propios de la religión católica es importante. Si usted es católico ferviente, te satisface ese hecho, pero si no lo es, también le satisface, porque es importante ese bloque. Ese doble o múltiple nivel del discurso apareció a lo largo de toda la conferencia.
¿Azaña o Bueno?
—Ninguno y los dos, cada uno en su contexto. La frase de Azaña está en el contexto de las Cortes constituyentes de 1931 y se refiere al Estado, que deja de ser confesional. Pero la mayoría sociológica siguió siendo católica. Y Bueno dice que sigue siendo católica, aunque había más bautizados en tiempos de Azaña. Ahora hay una sensibilidad religiosa, aunque la persona que tiene esa sensibilidad pueda no creer que Cristo vino a la tierra.
La pugna de los imperios que señala Bueno ¿cómo la ve?
—Otra vez el doble lenguaje. Para quien viva aún en el siglo XVI interesa que España defienda la cristiandad frente a protestantes y musulmanes. Pero también un demócrata actual rechaza el fundamentalismo islámico.
¿Y el subjetivismo de Lutero, que prefigura el nihilismo de Hitler?
—Es una gran simplificación pasar de Lutero a Hitler. Dentro de una conferencia se dicen frases atractivas que no resisten un análisis.

El viernes 17 de abril de 1998 publicó La Nueva España (página 12) una entrevista con Gustavo Bueno, centrada en las opiniones expresadas por Abellán en su entrevista del día anterior:

Aeropuerto. En tránsito: Gustavo Bueno. Filósofo, profesor emérito de la Universidad de Oviedo
«Desmontar mi tesis como busca el profesor José Luis Abellán es indecente»
«La Biblia en bable es un experimento para entretenimiento de unos cuantos»
Aeropuerto de Asturias, Álvarez-Buylla. Con alguna premura, porque tenía que tomar el primer avión de la mañana que le iba a conducir a Madrid, desde donde también por vía aérea se desplazaría a Pontevedra, tuvimos oportunidad de conversar ayer con el filósofo Gustavo Bueno en la terminal de] aeropuerto asturiano.
¿Le agrada el hecho de ser el filósofo más conocido y más de moda de España?
—¡Hombre!, yo no tengo que decir eso. Hay personas que creen que mis exposiciones son improvisadas, cuando en realidad son fruto de muchos años; son tesis fundamentadas. Pero sucede que después la gente «coge el rábano por las hojas».
Ayer, en La Nueva España, el catedrático de Filosofía de la Complutense, José Luis Abellán, no le dejaba demasiado bien parado.
—Abellán, antiguo amigo mío, es de las personas que cuando se pone a rezar el «Credo» lo hace por Poncio Pilatos. Mi exposición le desmonta todo el tinglado de lo que es la Historia. El aduce que no hubo Historia de la Filosofía en España y yo le respondo preguntándole cómo es posible que en España, que en los siglos XVI, XVII y XVIII era un Imperio universal, no hubiera filosofía. Eso es imposible, porque la filosofía estaba en todos los cursos escritos en latín, los cuales yo me he leído muchísimo y él no. ¿Y sabe por qué? Pues porque yo no he sido cura y no me da reparo alguno decir que los he leído.
Cuando él critica su tesis...
—Perdóneme que le interrumpa. Él no critica mi tesis, sino que la califica con dos adjetivos. Dice que le suena a anacrónico y a falangista. Mire usted: ese no es modo de argumentar una crítica. Mi tesis fue que si España es un problema, que si España despierta en todo el mundo el gran interés que despierta, no es por su cara bonita. España es hoy el país que más interés suscita en toda la tierra y ese interés es el que hay que explicar. Yo digo que no obedece a su clima e insisto en que la razón descansa en el hecho de que fue un gran Imperio, que terminó hace cien años. Abellán olvida esto que yo planteo: el problema de España como un Imperio universal y católico que encuentra sus límites y que deja de serio. Precisamente por eso pensé en Don Quijote como símbolo de España. Un caballero andante que sabe que tiene que existir y cuando se da cuenta de que está lúcido es cuando muere.
De todas las censuras del profesor Abellán, ¿qué fue lo que más te molestó?
—Me critica que yo haya dicho que el español fue un gran Imperio. ¿Qué quería que dijera? Y añado: ¿por qué actualmente hablan español 400 millones de seres humanos? Lo hablan, como antes el latín y ahora el inglés, porque eran y son las lenguas de los imperios que dominan el mundo. El Imperio español ha desaparecido pero no se ha aniquilado. Sigue existiendo, pero de otras maneras, y una de ellas, es a través de su lengua. El español va a ser el próximo siglo, y después del chino, el idioma más hablado del mundo. ¿Se debe a que se dan bien las vocales o a que fue un gran Imperio? Una tesis tan potente como la que yo he expuesto, donde se intenta incorporar todos los puntos de vista de izquierda y derecha, es indecente que se la quiera desmontar con un par de adjetivos descalificativos. No hay derecho.
Ese incremento del número de seres humanos que hablarán español imagino que llegará por Estados Unidos, donde la población hispana crece de forma más que notable.
—Llegará por la población norteamericana, la mexicana y, sobre todo, por la demografía. Además, en Francia estudian español más de 40.000 individuos y en Alemania la enseñanza del español aumenta sin parar y ya ha desplazado al francés. En Alemania se vende de maravilla la novela española de última hora y hay autores muy de moda como Manuel Vázquez Montalbán.
Pues aquí, en zonas como Cataluña o el País Vasco, parece que se persigue lo contrario.
—Eso es mentira, todo propaganda. En el País Vasco los avances del euskera son escasísimos y, excepto en alguna oficina, casi nadie lo habla. El español no se impuso ni en el País Vasco ni en Cataluña por la fuerza, cosa que algunos olvidan, sino por el prestigio que tenía el español, el castellano. Hace unos días estuve en Valencia y en Cataluña; me pasé el día discutiendo de este asunto y no precisamente en catalán.
Eso puede ser debido, don Gustavo, a que usted no sabía catalán.
—Igual también ellos se expresaban mejor en castellano.
Ahora se va a traducir La Biblia al bable, ¿lo considera una aportación a la cultura asturiana?
—Es un experimento con el que se entretienen unos cuantos. Ahora traducen La Biblia y después, si quieren, que traduzcan «La crítica de la razón pura». Mire usted: el idioma de Asturias fue siempre el español, el castellano, porque el habla era el leonés y aquí, en Asturias, se empezó a hablar castellano cuando la Corte se marchó a León. ¿Y sabe por qué se hablaba castellano? Porque los asturianos querían diferenciarse de los leoneses. Esa, encima, es la paradoja.
¿Quién fue el asturiano más universal de todas las épocas?
—Hubo varios, pero si me obliga a quedarme con uno, elijo al rey Alfonso II. Extendió su reino hasta Galicia por el Occidente, hasta la Rioja por el Este y por el Sur llegó al Duero. Al darse cuenta de que tenía competencia con Córdoba, montó un foco espiritual y se inventó Santiago, que fue la conexión con Europa.
¿Ha dicho que Santiago es un invento?
—Lo digo utilizando el idioma español, que quiere decir invención y descubrimiento. Aquella invención o descubrimiento hizo posible el Camino de Santiago, primera ruta cultural de Europa.
¿Cómo fue la batalla de Covadonga?
—Batalla hubo. Si fueron muchos contra muchos o pocos contra pocos es algo irrelevante, porque lo que vale en Historia son los efectos que esa batalla tuvo para la posteridad, y hay que decir que esa batalla tuvo efectos inmediatos y no hubo que aguardar tres siglos para valorarla.
¿La frase «Asturias es España y lo demás tierra conquistada a los moros» tiene visos de realidad?
—Tiene más fuerza de verdad que de falsedad. Eso que quede muy claro. Y le voy a ser sincero: cuando vine a Asturias, hace ya muchísimos años, lo hice sintiendo que llegaba a la cuna donde estaban las raíces de España.

En ese mismo número de La Nueva España (viernes, 17 de abril de 1998, página 47) se entrevista a Juan Bautista Fuentes Ortega, también asistente al encuentro Hispanismo en 1998:

Entrevista. Juan Bautista Fuentes. Profesor de Psicología en la Universidad Complutense
«Gustavo Bueno es liberal en la teoría y en la práctica» «Abellán hace alusiones absurdas al supuesto falangismo de Bueno»
Oviedo, Javier Neira. Juan Bautista Fuentes es doctor en Filosofía y profesor titular de Psicología en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, Ayer terció en la polémica desatada tras la conferencia de Gustavo Bueno en el Club Prensa Asturiana de La Nueva España. Durante aquella conferencia, Bueno recuperó, entre otras cosas, la idea del imperio católico español, y al día siguiente el profesor José Luis Abellán, catedrático en la misma Universidad que Fuentes, respondió afirmando que el pensamiento de Bueno era anacrónico y gustaba a la derecha. Bueno, Abellán y Fuentes participaron en las Jornadas de la Asociación de Hispanismo Filosófico que desde el lunes al viernes se desarrollaron en Oviedo, en el club del periódico. Ahora la polémica sigue porque Fuentes reivindica las tesis de Bueno y considera superficiales y malintencionadas las críticas de Abellán.
Entre Bueno y Abellán, ¿cuál es su postura?
—Conozco la obra de Bueno desde hace veinte años. Trabajo en la línea de una historia cultural crítica de la Psicología como institución; para eso manejo la teoría del cierre categorial de Bueno. Soy buenista, por así decir, y manejo el cierre en los estudios de historia y de ciencias sociales...
¿Y la polémica?
—Lo primero que me ha sorprendido de las afirmaciones de Abellán es cómo enfoca la conferencia de Bueno. Hace un análisis externo de la intervención, del contenido, no un análisis interno. Dice que hay tres niveles en el discurso, pero no es cierto, no hay tres niveles. No hay, como afirma, un nivel para las masas en el que aparecen palabras como Dios o Imperio; otro nivel para los políticos, con afirmaciones que agradan a la derecha, y un tercer nivel para los filósofos. Por cierto que a ese tercer nivel no hace referencia, no dice nada de ese tercer nivel más que enunciarlo.
¿Entonces?
—Sólo hay un nivel en el discurso de Bueno, el nivel filosófico, el correspondiente a la idea de España. Bueno aplica el método platónico, como siempre; muestra un claro interés en ser entendido por el ciudadano medio. Siempre son así sus intervenciones y escritos, ya que considera que un ciudadano, por el mero hecho de ser ciudadano, ya tiene una racionalidad filosófica. Por eso no hay distintos niveles o registros en el discurso; los ciudadanos, ya que forman parte de las instituciones políticas y morales, tienen conciencia filosófica.
¿Por qué dice que es un análisis externo?
—Abellán afirma que Bueno es inteligente, que está bien formado, que el cierre categorial es una teoría compleja. Pero la cuestión no es ésa. La cuestión es, por ejemplo, en qué sentido usa Bueno el término católico. Se refiere a un catolicismo político-moral, con capacidad de universalidad y de llegar a otras partes. No se reduce a la Iglesia de hoy en día, aunque en su momento se asoció al proyecto de la Iglesia. Al hablar de catolicismo político habla de valores objetivos. Frente al protestantismo y su conciencia subjetiva pone la conciencia objetiva católica.
Y frente al imperio musulmán.
—Bueno dice que en el catolicismo la racionalidad moral está ligada a los cuerpos. Los principios si son universales, no por eso son abstractos, deben medirse con el cuidado de los cuerpos, que ése es el sentido que da Bueno a la ética. Frente al fanatismo musulmán el catolicismo habla de la piedad de los cuerpos. Por eso el catolicismo es tolerante ante el sexo, no es rígido.
¿Cuál es el alcance del catolicismo político?
—Está, por ejemplo, en el debate entre Trotski y Stalin. La idea de revolución permanente de Trotski ejercía el catolicismo político frente a Stalin, que propuso el socialismo en un solo país. Realmente Stalin hizo de la necesidad virtud porque el acontecimiento clave fue el fracaso de la revolución en Alemania. Stalin se encuentra con eso y se vuelve hacia el socialismo en un solo país, en la Unión Soviética. Frente a esa postura Trotski ejerce el catolicismo político.
¿Cómo ve usted el juego de imperios?
—Los tres grandes imperios a lo largo de la historia han sido Roma, el español y el soviético. Son tres imperios que se enfrentan a otros que, por el contrario, no son universales. El luterano, por ejemplo, que no puede ser universal porque es depredador, como bien se ve en que no hace ciudades en los países que conquista. O el nazismo, que tampoco puede ser universal porque es racista, y el racismo es particularista, y además se trata de un concepto prehistórico.
¿Cuál es la clave del catolicismo político?
—El catolicismo político tiene capacidad para ir civilizando los pueblos que va incorporando. En la medida que los incorpora la propia metrópoli, el propio país civilizador, se transforma. Y para ese proceso el imperio necesita tener capacidad metabólica y, por seguir con la comparación, tener reservas de proteínas. Esa es la idea de catolicismo político que defiende Bueno. Supone regresar a estratos históricos muy profundos y no se reduce a la Iglesia existente en un momento determinado, que puede dudar de su universalidad.
Abellán dice que Bueno maneja ideas falangistas o del Siglo de Oro.
—Abellán hace alusiones absurdas al presunto falangismo y anacronismo de Bueno. Por contra, yo destaco que Bueno es liberal en la teoría y en la práctica. No me refiero al liberalismo económico o a ése otro de respecto a los demás por mera indiferencia. No me refiero a esa falsa tolerancia. El liberalismo de Bueno es liberalismo en cuanto que generoso, ése es el concepto de liberalismo que aparece en el siglo XVI y procede del español. Un liberalismo que significa compromiso con los demás. Un liberalismo que considera que cualquier otra teoría tiene parte de razón porque todas son necesarias para establecer en conjunto la crítica. La traducción política de esa idea indica que todas las partes de la sociedad son imprescindibles en un proceso de transformación histórico. Ninguna parte puede ser universal si no muestra su capacidad para absorber a las otras.
¿Bueno es parte?
—Nunca va a ser un propagandista de ninguna capa de la sociedad política más o menos superficial del momento presente. Nunca va a ser propagandista de un partido político. Los ha habido de Acción Católica, y desde finales de los setenta, del PSOE, y ahora, también del PP. Y se comprende que personas que han orientado su tarea intelectual ha hacer propaganda de componentes políticos hagan esas críticas.

La tira y afloja (La Nueva España, domingo 19 abril 1998)

El martes 21 de abril de 1998, en su sección «Personas y hechos de Asturias» (La Nueva España, página 24), publicaba José Ignacio Gracia Noriega el siguiente comentario (que tomamos de la reproducción facsimilar que, junto con las páginas de prensa anteriormente transcritas y otras varias, forman un folleto de 20 páginas publicado por la Fundación Gustavo Bueno: «Noticias de Prensa de la reunión _Hispanismo en 1998_»):

Gustavo Bueno y Abellán, por José Ignacio Gracia Noriega
No he escuchado la conferencia de Gustavo Bueno en el Club Prensa y que fue acta de nacimiento de la Fundación que lleva su nombre; pero no dudo en calificarla como una de las intervenciones públicas más importantes que se han producido en Asturias en los últimos tiempos: lo que nos deja impacientes por conocer el libro, de próxima publicación, del que la conferencia es avance. Frecuentes conversaciones con Bueno nos permiten, de todos modos, conocer las bases de su argumentación. Algunas cosas que Gustavo dijo, y que fueron las que causaron mayor escándalo a gente como el profesor Abellán, ya fueron expuestas con brillantez y contundencia en su discurso en la Feria de Muestras de Gijón en 1991, con ocasión del Día de Oviedo, titulado «Sobre el significado de la fundación de Oviedo», y en el acto de su nombramiento como «hijo adoptivo» de Oviedo en 1995, y ambas han sido publicadas por el Ayuntamiento ovetense. Otras intervenciones suyas, escritas, declaraciones, etcétera, insisten en una terminología como «España», «Imperio», etcétera, que no puede por menos que escandalizar a «demócratas» mojigatos como Abellán, quien, con candorosa mala conciencia, se apresura a declarar en su entrevista concedida a La Nueva España el 16 de abril pasado que «también un demócrata actual rechaza el fundamentalismo islámico».
No alcanzo a comprender por qué la palabra «Imperio» produce tanto escándalo y pavor entre los demócratas bien pensantes. Del mismo modo que T. S. Eliot decía que sólo unos pocos pueblos tuvieron teatro (los indios, los griegos, los romanos, los españoles, los ingleses, los franceses, los italianos), sólo unos pocos pueblos fueron «Imperio»; tal vez tres, Roma, España e Inglaterra, cuya trayectoria imperial se continúa ahora en los EE. UU. España, claramente, se instauró como sucesora de Roma, como un sentido de unidad y de expansión: «un Monarca, un Imperio y una Espada», pedía Hernando de Acuña, y esto, en pleno Siglo de Oro, era algo más que retórica. Ahora bien: el Imperio no se produce por casualidad, ni por voluntarismo, ni siquiera por ideología, porque Mussolini y Franco quisieron tener sendos imperios e hicieron el ridículo. El Imperio se produce por necesidad. En cambio, los reyes asturianos eran reyes imperialistas, sobre todo a partir de Alfonso II, porque pretendieron y lograron rescatar y renovar la idea imperial de Toledo.
Dice el catedrático José Luis Abellán que el lenguaje de Gustavo Bueno gusta a la derecha. Yo creo que a la derecha sólo le gusta el lenguaje del dinero, de modo que, la extrema derecha fascista de Llanes, que Gustavo Bueno tan bien conoce, escucha al socialista Trevín y no a Gustavo cuando pide que se respete a un concejo amenazado por la especulación inmobiliaria salvaje. Que «hablar de la España imperial a estas alturas suena a falangista o quizás a Siglo de Oro» como Abellán dice, no deja de ser una bobada, por muy «políticamente correcta» que resultó tal afirmación. Pujol, por ejemplo, rechaza hablar de «España», pero no por eso deja de ser de derecha (y de defender los intereses propios de la derecha pura y dura). En otro orden de cosas, España sigue siendo católica, a pesar del cine de Almodóvar y del rock de un tal Manolo-Cabeza-Buque, o aunque Juan Goytisolo se haya hecho moro, que cosa más postiza debe ser difícil que pueda darse; pero el sedimento está ahí, por mucho laicismo que le hayan arrojado encima. En este caso, Gustavo no hizo otra cosa que constatar una realidad. Y en cuanto a que Abellán le reproche algunos aspectos técnicos a la conferencia, acaso su falta de orden, se debe sin duda a que el ilustre profesor de la Complutense no fue alumno de Gustavo. Yo recuerdo un curso, no sé si en 1962 o en 1963, en que no pasó de los presocráticos, pero dio vuelta (y media) a la filosofía universal.
De las consideraciones de Abellán se deduce que Gustavo es un reaccionario. No digo yo que no lo sea; pero en el sentido en que lo era Inguanzo, según lo describe Gustavo Bueno Sánchez en su trabajo (espléndido, aunque inédito) sobre el Cardenal. Porque era un reaccionario, reaccionó contra el régimen anterior en circunstancias en las que Abellán no se mostraba tan demócrata como ahora. Eso sí: muestra una vez más Gustavo un recelo grande hacia Alemania. Yo tampoco estoy de acuerdo en que Lutero y Nietzsche prefiguren a Hitler; el propio Nietzsche jamás lo hubiera estado.

Octubre de 1999: España frente a Europa

Tal como había anunciado José Manuel Vaquero, director general de La Nueva España, al presentar la conferencia de Gustavo Bueno del 14 de abril de 1998, año y medio después apareció publicado el libro España frente a Europa (Alba Editorial, Barcelona 1999, 475 páginas), que hubo de ser reeditado en marzo de 2000 y en mayo de 2000.

2000: discusión propuesta por la revista Anábasis

Poco tiempo después de aparecer publicado el libro España frente a Europa, en octubre de 1999, Luis Arenas, director de la revista madrileña Anábasis, propuso publicar en uno de sus números un largo comentario crítico que al parecer estaba preparando Juan Bautista Fuentes, junto con la respuesta al mismo que preparase Gustavo Bueno. Pero el texto crítico de Juan Bautista Fuentes no estuvo terminado hasta finales del verano de 2000, y aunque Gustavo Bueno preparó su respuesta en muy pocos días (está fechada en Sevilla, el 12 de octubre de 2000), a esas alturas Anábasis había dejado ya de publicarse en papel, y se había transformado en Anábasis digital, revista y sitio de internet de vida efímera, hoy ya inexistente, donde aparecieron entonces aquellos dos textos.

El texto de Juan Bautista Fuentes Ortega, «Crítica de la idea de 'España' de Gustavo Bueno», publicado en Anábasis digital, fue reproducido por la también revista digital Nómadas, dirigida por Román Reyes desde la Universidad Complutense: «A finales del año pasado Gustavo Bueno publicaba un libro (España frente a Europa, Barcelona 1999) en el que sistematiza y desarrolla una muy determinada idea de España cuyo núcleo ya había esbozado previamente en un artículo del año anterior («España», El Basilisco, nº 24, págs. 27-50). El artículo constituye, en efecto, una introducción, a la vez que una guía o una clave muy adecuadas para la comprensión del libro, el cual supone un desarrollo sistemático muy elaborado del núcleo conceptual ofrecido por primera vez en dicho artículo.» Puede leerse en http://www.ucm.es/info/nomadas/2/jbfuentes1.htm

La respuesta de Gustavo Bueno, aparecida en Anábasis digital, fue también publicada en la revista El Basilisco, nº 30, 2001, págs. 83-90: «Dialéctica de clases y dialéctica de Estados» (respuesta a la crítica de Juan Bautista Fuentes Ortega [J.B.F.O.] al libro España frente a Europa [E.f.E], Alba, Barcelona 1999.), disponible también en versión digital: http://www.filosofia.org/rev/bas/bas23008.htm

Mayo de 2005: entrevista a Fuentes en la revista Generación XXI

Cinco años después parece llegado el momento en el que pueda reactivarse esta «polémica», pues acaba de aparecer publicada una entrevista con Juan Bautista Fuentes Ortega en el quincenal Generación XXI, Revista universitaria de distribución gratuita, nº 159, 1-15 de mayo de 2005, págs. 10-11, que reproducimos íntegramente a continuación:

Entrevista a Juan Bautista Fuentes, por Carlos Aguirre
«España es, antes que una nación política moderna, un Imperio católico»
Juan Bautista Fuentes es profesor de Antropología y Psicología en la Facultad de Filosofía de la UCM. Su obra, muy vinculada al marxismo, no para de evolucionar en la búsqueda de praxis políticas capaces de medirse con la trepidante expansión del capital y el nihilismo. Actualmente está embarcado en la preparación del libro Escritos metapsicológicos, un diagnóstico crítico y demoledor sobre la psicología contemporánea. En su despacho hablamos sobre las dos Españas y su compleja historia. Éstas fueron sus palabras.
Filosóficamente se te ha vinculado con la escuela de Gustavo Bueno. A raíz de la publicación de su libro España frente a Europa, tuviste un intenso debate con él. ¿Cuál es tu balance de ese debate?
—Ese debate me ha servido para darme cuenta de que en lo sustancial Bueno llevaba razón y yo no. Cuando Bueno escribió el libro quedé bastante perplejo porque advierto que hay un planteamiento de fondo que no es desde luego marxista. Personalmente quería todavía moverme en las coordenadas del materialismo histórico marxista y desde esta perspectiva intenté entrar en debate con él, reconstruyendo la historia de España desde el punto de vista del materialismo histórico. Creo que forcé hasta el límite las posibilidades interpretativas del materialismo histórico para entender la historia de España y darle una réplica a Bueno. A resultas de este intento, me acabé dando cuenta de que el marxismo no tenía en realidad capacidad para dar cuenta de la historia en general ni mucho menos de la historia de España. El análisis marxista, por su factura económica, aun cuando acaso sea el análisis económico más rico, sólo sirve para analizar el cómo del proceso de destrucción existente en la sociedad económica moderna y contemporánea pero, sin embargo, no sirve para dar razón de lo que se destruye en ese proceso. La crítica marxista de las ideologías puede desvelar hasta cierto punto cómo determinadas ideas pueden servir para encubrir, deformar y legitimar ciertos procesos como, por ejemplo, determinados procesos de explotación de unos grupos sobre otros, pero sólo si no se obvia el contenido objetivo de dichas ideas y, a la vez, no se reduce la complejidad de aquello que se supone que dichas ideas legitiman ideológicamente. Es decir, que tanto los procesos legitimadores como los legitimados tienen que tener el mismo tipo y grado de complejidad objetiva, lógica y real. Y lo que el marxismo pretende es explicar lo que entiende como mera «superestructura ideológica» por lo que supone como una «infraestructura económica», pero de este modo sólo puede explicar, a lo sumo, cómo se va descomponiendo, por la creciente supremacía de lo económico, la sociedad moderna, pero no los contenidos antropológicos (políticos, sociales, morales) que se están destruyendo. En este sentido, el marxismo se convierte él mismo en una legitimación ideológica de semejante proceso de descomposición y desemboca a la postre, de un modo teórico y práctico, en la atmósfera del nihilismo.
En la medida en que en mi debate con Bueno yo pretendía hacer valer una interpretación marxista de la historia de España, mi análisis no podía llevar la razón. Bueno, sin embargo, partía de las grandes morfologías histórico-políticas vigentes en la historia universal y de España, y de la función metapolítica que dentro de estas morfologías tienen los diversos marcos teológico-políticos. Estos marcos y morfologías son precisamente los que se están destruyendo por el avance de la sociedad crecientemente económica. De este modo, Bueno destaca y reivindica el significado histórico-universal del marco teológico-político del catolicismo y del Imperio español en tanto que católico y, en ese sentido, su planteamiento es sin duda acertado.
Por lo que dices deduzco que compartes con Bueno sus análisis sobre España.
—En principio, sí; pero sólo en principio, porque me parece que en Bueno se mezclan todavía desigualmente una concepción de la realidad histórico-política de España como imperio católico con una defensa actual de España que tiene algo de meramente (o abstractamente) estatal-nacionalista, y el caso es que ambos conceptos no terminan de encajar. Estoy de acuerdo con Bueno en que España es, antes que una Nación política moderna más, un Imperio católico, y ello ya desde su modo de articulación de los diversos reinos españoles durante la Reconquista y, por supuesto, durante su expansión americana. Ello quiere decir, básicamente, que su estructura política es la de una creciente coordinación, indefinidamente universal, asegurada por un tejido civilizatorio, básicamente político-jurídico, que asegura el apoyo político mutuo de unas unidades socio-políticas grupales dentro de las cuales se preserva a su vez siempre el apoyo social mutuo. Sólo, de este modo, puede conjugarse el respeto a las libertades y derechos propios de cada unidad, o sea de cada una de las «Españas», con aquel tejido universal que garantiza el apoyo mutuo tanto intragrupal como intergrupal, o sea España como unidad imperial católica.
Por esto, la contradicción más dramática de la historia de España ha sido, a mi juicio, la de tener que constituirse como Estado nacional moderno, ya a partir de la dinastía Borbónica, pero más aún a partir del siglo XIX, debido sobre todo a la competencia y a la presión que llegó al ser colonial, de los estados nacionales modernos europeos de su entorno. El problema de España ha sido entonces el de cómo coordinar esta obligada condición de Estado nacional moderno con su fondo histórico, a mi juicio irrenunciable, de catolicidad política. En este sentido la malograda I República tenía algo muy interesante en su primer proyecto federal, pues me parece que su federalismo era la forma política estatal moderna más proporcionada y acorde precisamente con la estructura histórico-política de las Españas del Imperio español católico. Aquel federalismo enraizaba con el tejido sociopolítico de las Españas de una manera distinta al culto moderno al Estado centralista que introdujeron los Borbones, y que luego siguieron las diversas Constituciones liberales borbónicas distintas de la Republicana federal. En este sentido, me parece que la idea de República en España es una consecuencia de la federación, y no una imitación de las modernas Repúblicas centralistas de los Estados nacionales del entorno, o sea, me parece que la idea de la República española ha de ser la de una República «patriota» a la vez que «tradicional».
En este sentido, aunque Bueno ha tenido, después de la caída del muro de Berlín, la innegable sagacidad filosófico-política de ponernos de manifiesto la dimensión histórico-universal del Imperio español en cuanto que católico, su pensamiento todavía está en alguna medida, que no es fácil de determinar, sujeto al culto moderno del Estado, y muy en particular a ese culto que culmina en la filosofía del Estado de Hegel, que es la que estuvo detrás de los totalitarismos fascistas y comunistas del pasado siglo. Y me parece que es esta idea de Estado la que todavía está detrás de su actual defensa de la unidad de la nación política española como una defensa que es, como decía, en alguna medida meramente, o abstractamente, nacionalista-estatal, y además de estirpe totalitaria. Y la cuestión es que ambos aspectos no sólo no engranan bien, sino que en realidad son completamente incompatibles.
Reivindicas por tanto la catolicidad, ¿en qué medida lo haces?
—La reivindico, sin duda. Apelo a la relativa autonomía de la vida civil y a su consecuente prevención o cautela frente al Estado como un rasgo característico de la tradición del catolicismo civil y político y de la forma de organizar políticamente las sociedades católicas. La política, cuya finalidad es reequilibrar y estabilizar una y otra vez las tensiones sociales, no es posible si no se alimenta incesantemente de motivos metapolíticos. Y estos motivos metapolíticos beben a su vez en el tejido social, civil, cuando éste tiene la fe, y por ello la fuerza suficiente, como para poder comprometerse una y otra vez en la recomposición de sus propias crisis y fracturas. Esta fe, o motivación metapolítica, no mana originariamente del Estado, sino que éste la absorbe una y otra vez del tejido civil, y sólo de este modo puede contar con ella en su planes políticos. De aquí proviene a mi juicio la función metapolítica universal de la Iglesia católica. La Iglesia, en efecto, ha sido siempre una instancia intermediadora universal metapolítica capaz de alimentar la tensión entre política y metapolítica, y esto lo ha hecho siempre pactando con los Estados pero sin fundirse o subordinarse a ellos, al objeto de que éstos la permitan seguir ejerciendo su acción social y mantener vigentes las fuentes comunitarias de los motivos metapoliticos.
De aquí que en los países de tradición católica hayan sido siempre liberales, con un liberalismo sin duda anterior y distinto al liberalismo económico moderno, de raigambre por cierto protestante, al liberalismo de libre cambio o al de la libertad de explotación socioeconómica. El liberalismo católico es el de una sociedad civil que reclama una cierta autonomía frente al Estado en cuanto que confía en sus propia liberalidad, esto es, en su generosidad social, y que se sabe por ello fuente de legitimidad del propio Estado, y actúa siempre por tanto con cierta cautela o prevención frente al mismo.
Por esto, en España, justo cuando se insinúan, bajo la cobertura del Estado borbónico, las tendencias modernizadoras que quieren imitar el culto al Estado de los países de nuestro entorno, es cuando comienza a tener alguna fuerza el federalismo republicano (incluso con sus vetas anarquizantes, o aun con su caricatura tragicómica cantonalista), pero también el Carlismo y su reivindicación de los viejos fueros y de las viejas leyes. Todo esto se puede considerar como una reacción de la catolicidad civil frente a las prerrogativas de un Estado extraño a nuestra tradición. El Carlismo y el Federalismo republicano, en efecto, no obstante su enfrentamiento mutuo, respondían cada uno a su manera al espíritu de la catolicidad civil, y por eso no han sido en absoluto gratuitos, sino profundamente enraizados en la historia viva de España... Por esto en España toda forma de Estado nacional sólo será razonablemente estable cuando no traicione su fondo histórico de catolicidad política y su vitalidad civil liberal.
Has hecho una defensa del pacto federal de Pi i Margall. ¿Cuál es el valor de tal propuesta hoy en día?
—Esto es lo grave: que en el contexto de la situación actual lo dicho ha de ser afirmado con todo tipo de precauciones, ya que las propuestas e intenciones de los nacionalismos fragmentarios contemporáneos surgidos a partir del siglo XIX son, más que una continuación del viejo federalismo republicano, o del viejo carlismo, una transformación pervertida, por resentida y vengativa, de aquellas tradiciones. Los nacionalismos fragmentarios contemporáneos, y no digamos en su estado actual, a raíz de la Constitución del 78, se han convertido en una forma renovada, y especialmente aguda, del clásico caciquismo español que, falseando radicalmente la historia de España y de sus propias regiones, han acabado por montar una red exclusiva de intereses políticos en beneficio propio y además en permanente estado de chantaje político-económico a la nación. Pero esto lo han podido hacer, a su vez, consentidos y amparados, como en un juego de espejos, por la incapacidad de España para resolver su problema histórico esencial de coordinar su tradición de catolicidad política con alguna forma adecuada de Estado nacional moderno. En este sentido, es cierto que el régimen franquista sí que tuvo su papel en la reproducción de este juego de espejos. El franquismo no fue propiamente un Estado fascista, pero sí un Estado autoritario fuertemente nacionalista y centralista notablemente preso del culto moderno al Estado. La propia expresión «Estado español», que al parecer tanto gusta a los actuales nacionalismos fragmentarios, es una creación del régimen franquista. De este modo, el franquismo neutralizó y traicionó la tradición política española católica de la unidad de las Españas, y dio por ello pie a que los nacionalismos fragmentarios reprodujeran, como en un juego de espejos, la propia idea franquista moderna de Estado opuesta ahora al Estado nacional español como presunto derecho de cada una de las Españas. Pero no es menos cierto que al franquismo no puede atribuírsele ni los acontecimientos anteriores a dicho régimen ni la responsabilidad exclusiva de los posteriores. No es el franquismo desde luego el responsable, por ejemplo, del manifiesto odio racista (lo más contrario al espíritu católico) a todo lo español ya presente en el nacionalismo vasco desde Sabino Arana como resultado de la perversión del viejo foralismo carlista; ni es desde luego el responsable exclusivo, a lo sumo sólo el generador del caldo de cultivo, de lo que ha ocurrido después del franquismo a raíz de la Constitución del 78. La Constitución del 78 es, en efecto, desde el punto de vista jurídico-político autonómico, constitutivamente ambigua, y da pie por ello a un interminable juego político-económico de transferencias de competencias que hace posible la más completa falta de solidaridad y lealtad entre los territorios autónomos, y entre estos y la nación. Y ello hasta un punto en que muchas veces uno tiene la impresión de que los actuales nacionalismos fragmentarios buscan, incluso los que se reclaman independentistas, desean más que la independencia o la secesión de España, tener sometido su marco jurídico-político autonómico a una calculada y continua violencia que haga posible un chantaje económico-político interminable.
Pero esto es justo lo contrario de lo que hubiera podido ser, después del franquismo, una España federal que, aun basada sobre la ficción jurídica de la autodeterminación de las unidades políticas federadas (como ficción era el «pacto sinalagmático y bilateral», de Pi), hubiera podido soldar jurídicamente, y por ello asegurar en lo posible, la lealtad mutua entre las nuevas Españas federadas. Pero esto no se hizo, y como consecuencia de ello, la situación actual es a mi juicio muy grave. Una vez más parece que de esta situación sólo podrá salirse si la sociedad civil entra en un estado de alerta capaz de seleccionar e impulsar aquellos políticos dotados del suficiente sentido de la responsabilidad nacional –patriótica y tradicional–, como para advertir cuál ha sido y sigue siendo el moderno «problema de España».

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