Antonio Rico, Santa Clara y la clarividencia televisiva, El Catoblepas 56:12, 2006 (original) (raw)

El Catoblepas, número 56, octubre 2006
El Catoblepasnúmero 56 • octubre 2006 • página 12
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Antonio Rico

Comentario publicado en La Nueva España,
Oviedo, domingo 8 de octubre de 2006

Santa Clara y la clarividencia televisiva

Santa Clara de Asís (1194-1253), fundadora de la orden de las clarisas, es la protectora de las bordadoras, las lavanderas, los doradores, las planchadoras y los ciegos. A Santa Clara se la representa con el hábito pardo y el velo negro de la orden, y su atributo principal es el ostensorio con el que expulsó de Asís a los sarracenos reclutados por Federico II en 1204, aunque en las antiguas representaciones de la santa también encontramos una lámpara o un farol, quizás como una referencia a su nombre (Clara proviene del latín «clarus», que significa «claro», «ilustre», en sentido físico y moral). Sin embargo, Santa Clara no aparece nunca acompañada de un televisor, y eso que, además de bordadoras, lavanderas, doradores, planchadoras y ciegos, santa Clara es la protectora de la televisión. En el siglo XIII no existía la televisión, es cierto, así que es difícil que el Maestro de Heiligenkreuz pudiera (en el siglo XV) incluir en su «Muerte de Santa Clara», junto con Santa Margarita con el dragón, Santa Marta con el cangilón, Santa Bárbara con la torre, Santa Catalina con la rueda, y Santa Dorotea con las flores, un televisor (aunque no fuera de plasma). Pero como diría Terminator: «No problemo». Gustavo Bueno acude al rescate filosófico de Santa Clara obligando a los nuevos artistas religiosos a renovar la iconografía de la fundadora de las clarisas. Atención, Kiko Argüello: aprende inmediatamente a pintar televisores.

Gustavo Bueno, fundador del materialismo filosófico y protector de la actividad filosófica que aspira a meterse en todos los charcos (incluido el televisivo), publica en el número 55 de la revista de Internet «El Catoblepas» un artículo titulado «El milagro de Santa Clara y la Idea de "Televisión Formal"», en el que se ofrecen algunos escolios sobre asuntos tratados en su ensayo Televisión: Apariencia y Verdad (Gedisa, Barcelona, 2000), así como un análisis del milagro de Santa Clara como piedra de toque para precisar la distinción entre «televisión formal» y «televisión material». Que se preparen las bordadoras, las lavanderas, los bordadores, las planchadoras y los ciegos porque pronto les llegará su turno. Pero, de momento, la trituradora de Bueno se enfrenta al milagro que sirvió para que el Papa Pío XII proclamara el 14 de febrero de 1958 a Santa Clara como «patrona celestial de la televisión».

La expresión «televisión formal» fue acuñada por Bueno en el citado ensayo, «Televisión: Apariencia y Verdad», como oposición a la «televisión material».La «televisión material» es una realidad. Pero, ¿y la «televisión formal»? ¿Puede la televisión ofrecer contenidos que, por naturaleza, sólo puedan hacerse presentes a través de la estructura tecnológica e institucional definida como diferencial de la televisión? Según Bueno, la única característica que nos puede valer es la que designamos con el nombre de «clarividencia». La «clarividencia» es la diferencia específica de la televisión formal en el conjunto genérico de los medios de comunicación, porque la televisión es como un «tercer ojo» que los hombres habríamos desarrollado como un instrumento que nos permite «perforar» los cuerpos opacos; de ahí que podamos hablar de «clarividencia», de la asombrosa propiedad de «ver a través de los cuerpos opacos». La televisión, por su tecnología, no puede ser considerada como un paso más, por importante que hubiese sido, dado en la serie de ingenios proyectores de sombras o creadores de imágenes en movimiento porque la televisión no pretende tanto «proyectar imágenes» cuanto hacer posible la visión de cuerpos aislados o en grupo, o de escenas, casi siempre muy alejadas de los ojos de los espectadores. Las escenas que la televisión nos hace presentes se encuentran, en general, «fuera de la sala»; pero lo relevante no es eso, sino que esas escenas están ocultas a la visión natural a consecuencia de una cantidad indefinida de cuerpos ópticamente opacos interpuestos entre el ojo orgánico y las escenas televisadas. Así, la televisión no se propuso nunca como objetivo la proyección de sombras, ni la visión a distancia, sino la clarividencia.

La televisión ha permitido al hombre alcanzar la clarividencia funcional porque es la realización tecnológica del ideal de clarividencia de la visión a través de los cuerpos opacos: su característica diferencial no sería, pues, el hacernos ver a distancia (tele-visión), sino hacernos ver a través de cuerpos opacos. En la caverna platónica, como en la televisión, la acción causal continua del exterior sobre la pantalla resulta imprescindible para que las imágenes aparezcan en el interior del recinto en donde se encuentran los receptores. Ésa es la razón por la que debe decirse que la televisión sólo funciona como ingenio específico cuando, en tiempo real, están produciéndose en la pantalla las imágenes resultantes de los procesos de producción en las telecámaras y de propagación de los «originales» hasta llegar al receptor. En cambio, la pantalla cinematográfica funciona a partir de unas imágenes obtenidas previamente, conservadas en la película fotográfica y proyectadas en desconexión causal activa con sus originales. Así, una pantalla de televisión en la que se ve un vídeo no es formalmente una pantalla de televisión.

La televisión formal se corresponde con la televisión en directo o en «tiempo real», aunque no toda televisión en directo es formal porque es necesario que medien cuerpos opacos entre la cámara y la telepantalla: la televisión en directo de un objeto celeste natural (la Luna, por ejemplo), que puede verse a simple vista en el instante, sería televisión en directo, pero no formalmente específica. La televisión material cubre el conjunto de situaciones en las cuales el televidente, ante la pantalla, percibe secuencias que podría percibir por otras vías alternativas a las que consideramos específicamente televisivas. La televisión formal se caracteriza por su «dramatismo»: los sucesos percibidos podrían interrumpirse o tomar un rumbo diferente. Esto no puede ocurrir en la televisión material, cuyos contenidos se supone que están dados. Bueno ofrece en su ensayo una lista de «sesiones» que podrían ponerse como ejemplos característicos de televisión formal: desde la retransmisión en directo de una corrida de toros o un partido de fútbol (su dramatismo consiste en que nadie sabe qué va a ocurrir en la plaza o en el estadio, dramatismo que desaparece en diferido, aunque si el sujeto receptor no sabe que lo es, puede experimentar emociones análogas a las experimentadas en una corrida o un partido en directo) a casos de alerta meteorológica, ceremonias religiosas televisadas en directo o programas como «Gran Hermano». Y aquí entra el milagro de Santa Clara.

En la noche de Navidad de 1252, Santa Clara está en su convento, de donde no puede salir por culpa de una enfermedad, pero milagrosamente pudo ver (y escuchar) reflejadas en la pared de su celda las ceremonias que tenían lugar en la iglesia franciscana situada a unos dos kilómetros de distancia del convento. Pío XII observó una analogía entre la televisión como instrumento para ver y escuchar en tiempo real a distancia y el milagro de Santa Clara, pero en el breve en el que el Papa proclamaba a la santa patrona de la televisión no hace ninguna referencia a la clarividencia, en cuanto facultad de penetrar a través de cuerpos opacos. Las interpretaciones del milagro, anota Bueno en su artículo de «El Catoblepas», no suelen basarse en la idea de la clarividencia, sino en la idea de la bilocación no circunscriptiva, es decir, la (supuesta) capacidad de estar a la vez en lugares distantes (en «Las Florecillas» de San Francisco, el milagro de Santa Clara es explicado en términos de bilocación o, más bien, de traslado oculto, y no de clarividencia, puesto que fue Jesucristo quien llevó milagrosamente a Santa Clara a la iglesia de San Francisco y luego la devolvió a su lecho). Pero si suponemos que Santa Clara vio lo que sucedía en la iglesia de San Francisco proyectado en la pared de su celda, no podemos confundir la visión de la santa con la televisión formal ni con el mito de la caverna de Platón.

Las imágenes que ven los encadenados en la caverna platónica están vinculadas causalmente a los objetos exteriores que las producen, pero en el milagro de Santa Clara no existe vínculo causal entre las imágenes que aparecen en el muro de su celda y los acontecimientos que tenían lugar en la iglesia de San Francisco. En realidad (ejem) el milagro de Santa Clara consiste en la capacidad de proyectar imágenes reveladas por Jesucristo a Santa Clara desde el interior de su alma a la pared de la celda. No estamos ante un caso de clarividencia televisiva, es decir, de televisión formal, sino de televisión material. Santa Clara es la patrona de la televisión (material y formal), pero el análisis de Bueno permite, como él mismo dice, «depurar» el milagro sobre el cual Pío XII fundó la proclamación de la santa de Asís como patrona celestial de la televisión. El milagro de Santa Clara no tiene nada que ver con la clarividencia televisiva, lo cual es etimológicamente chocante y filosóficamente preciso.

Le toca mover ficha a Benedicto XVI.

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