Iñigo Ongay, Científicos y periodistas filosofan en Ginebra, El Catoblepas 80:11, 2008 (original) (raw)

El Catoblepas, número 80, octubre 2008
El Catoblepasnúmero 80 • octubre 2008 • página 11
Artículos

Iñigo Ongay

Comentarios en torno a un reportaje documental sobre el LHC emitido en el programa Informe Semanal de Televisión Española el 13 de septiembre de 2008

1. Presentación

El pasado 13 de septiembre de 2008, el programa Informe Semanal de Televisión Española emitía un reportaje consagrado al famoso LHC (Large Hadron Collider) que había sido inaugurado en el ginebrino Centro Europeo de Física de Partículas una semana antes. El propio semanario a través de su página web, presenta dicho reportaje titulado «Viaje al centro del pasado» de una manera, creemos, más que significativa y que no nos resistimos a reproducir íntegramente aquí. Pueden leerse en el sitio que Informe Semanal mantiene en Internet frases como las siguientes:

«Nunca antes se había llevado a cabo un experimento científico de esta magnitud. 10.000 físicos e ingenieros de 85 países contuvieron la respiración cuando este miércoles arrancaba por fin el proyecto en el que han estado trabajando durante 15 años. El mayor acelerador de partículas del mundo intentará reproducir los momentos próximos al Big Bang, la explosión que dio origen al universo.
Días antes de que se produjera el sellado del túnel donde haces de protones viajan ya a la velocidad de la luz, y la temperatura empezara a descender hasta los 271 grados bajo cero, las cámaras de Informe Semanal recorrieron el interior de un coloso que promete responder a las grandes preguntas de la ciencia.»

Y es que, en efecto, parecería, a tenor de semejante presentación, que el programa Informe Semanal en su perpetua vocación de satisfacer la elevada curiosidad de su público habría procurado, mediante el presente reportaje ofrecer a la «audiencia» semi-culta que eventualmente hubiese podido seleccionar democráticamente tal semanario de entre la nutrida plétora de productos televisivos que segrega cada fin de semana la «telepantalla», los «últimos descubrimientos» que depara la investigación científica más vanguardista (en física de partículas, en cosmología, en astronomía), y ello, además, con ocasión, como es propio del periodismo{1}, del «coeficiente de novedad» encarnado en el propio «coloso» inaugurado en la frontera franco-suiza (es decir, en el «corazón de Europa») una semana antes. Un «coloso» –el mayor experimento jamás concebido por el hombre se dice en tantas ocasiones, como si los gatos o los armadillos pudiesen concebir experimentos– que muchos han llegado a consignar como «la máquina de Dios» y del que, según se afirma en el párrafo citado, multitud de físicos e ingenieros esperarían obtener «respuestas» para las «grandes preguntas de la ciencia».

Ahora bien, podríamos preguntarnos, ¿cuáles son las razones de fondo de tal esperanza de los científicos e ingenieros respecto del Colisionador de Hadrones del CERN? Ante todo, nos parece, estas razones radicarían principalmente en la virtualidad que se atribuye a tal aparato en el sentido de posibilitar nada menos que la recreación del Big Bang que habría dado origen al universo con lo que, diríamos, si efectivamente los científicos e ingenieros que trabajan en Ginebra efectivamente esperan extraer del LHC las «respuestas» a las «grandes preguntas», ello se debe a que, a su vez, tales investigadores confiarían (mediante una actitud que podríamos considerar como fe natural{2}, referida por ejemplo a la pericia de los ingenieros que habrían construido el aparato) en que el funcionamiento del artefacto permita reproducir, en las condiciones controladas propias del CERN, una «pequeña explosión». Y es justamente a esta reproducción a escala de la explosión originaria a lo que el propio título del reportaje se estaría refiriendo oscura y confusamente con el rótulo, bastante sensacionalista a poco que se piense la cosa, de «Viaje al centro del pasado».

2. Viaje al centro del pasado: los contenidos del reportaje

Pues bien. Es precisamente la idea –una idea, repetimos, ella misma oscura y confusa e incluso en el límite absurda cuando se toma «en su sentido más literal» (según las palabras inaugurales de la presentadora del programa, Beatriz Ariño)– de «retorno al pasado» lo que hace las veces de hilo conductor periodístico a todo lo largo del reportaje. Un «viaje» en efecto, a través del cual, tal y como se sostiene en off en los inicios de la narración, «la ciencia, igual que el pensamiento encara lo desconocido sin temor, con los ojos abiertos_». Y es que, ciertamente, el recorrido barrido por semejante periplo científico-periodístico no podía resultar más ambicioso puesto que, según se nos dice, su estación término no es tanto un tramo particular del pretérito histórico (por ejemplo la época de Cánovas o la batalla de Gaugamela), arqueológico (por caso la llamada «batalla de Kaprina» entre neandertales y cromañones) o aun paleontológico (como pueda serlo la explosión del Cámbrico), cuanto, precisamente, el pretérito cosmológico universal en el que «_todo» –es decir, la _omnitudo entis_– comenzó. De hecho, tal y como nos lo narra la voz en off, los guionistas del reportaje –que sin duda no han leído a San Agustín pues de lo contrario sabrían que «antes de la creación no podía haber ni antes ni después»– pretenden retrotraerse a una situación exquisitamente cosmogónica a la que convienen las siguientes palabras: «_Casi antes de que existiera el antes. Ni la materia. Ni el tiempo._»

Y claro está, en el transcurso de tal periplo, de ningún modo, presuponen los guionistas del reportaje, el espectador curioso podrá salir con las manos vacías. Al contrario, el itinerario mismo constituye un viaje cargado de promesas toda vez que, se asegura, los científicos «_buscan respuestas_» a interrogantes tan fundamentales como los que la propia voz del narrador recita en off sobre una serie de planos de idílicas puestas de sol, volcanes, caracoles reptando sobre hojas o kayaks cursando las calmadas aguas de un río: ¿Por qué las cosas pesan? ¿Por qué brilla el sol? ¿Cuándo fue la infancia del universo? ¿Por qué lo más complejo, la conciencia o el propio hombre es el resultado de algo tan sencillo?

Ahora bien, nos parece algo realmente obvio que todo viaje-aventurero «hacia el pasado» que trate, como es el caso, de arrostrar «lo desconocido» formulando preguntas tan elementales como las citadas necesitará, sin duda, contar con la colaboración de los cicerones más acreditados. En este sentido, el reportaje ofrece una serie de «testimonios» aportados, en primera persona, por los sujetos gnoseológicos que hacen las veces de operarios de la «máquina de los prodigios» ginebrina: científicos como pueda serlo por ejemplo Elena González (investigadora del «Experimento Alice» que trata de estudiar «el tiempo antes del segundo uno de la existencia del universo_») quien nos informa acerca de la anomalía que supone el hecho de que la materia se haya estabilizado frente a la anti-materia dando como resultado nuestra existencia puesto que «_todo lo que existe en el universo, todo lo que sea materia son quarks». También aparece ante las cámaras Valeria Pérez, becaria postdoctoral adscrita al «Experimento Atlas», quien ofrece una explicación divulgativa acerca del funcionamiento del bosón de Higgs, «la partícula de Dios», según la fórmula acuñada por el premio Nobel León Lederman, cuya existencia postula la teoría estándar de la física de partículas. Álvaro Rújula, físico teórico del CERN, mantiene por su parte que «así como con ladrillos se pueden construir muchas cosas, con cosas más elementales que ladrillos, como puedan ser los átomos, se construyen cosas tan complejas como al conciencia humana_». Sin embargo, al decir de este científico, la verdadera clave del universo radicaría más bien en el «vacío» que en las cosas mismas dado que «_cuando se retiran los muebles de esta habitación, se retira el aire, se enfría al cero absoluto, &c., lo que queda es el vacío; pero el vacío no es la nada sino que queda algo cuando lo has quitado todo: es una substancia que puede vibrar y a la que llamamos campo de Higgs». Al fin, John Lewis, físico teórico norteamericano al que el documental de TVE presenta literalmente «enterrado entre papeles y ecuaciones», se arriesga a predecir –en base sin duda a las propias ecuaciones y los papeles entre los que como decimos permanece enterrado– el futuro de nuestra especie como si efectivamente lo conociese de buena tinta, es decir, como si tuviese ciencia media: «El sol acabará de brillar, nos moriremos o nos iremos a otro planeta alrededor de otra estrella.»

Y de este modo, mientras en la pantalla comienzan a proyectarse imágenes del cielo astronómico así como de la tierra rodeada por la órbita de un satélite artificial, la narradora del reportaje concluye su itinerario periodístico al centro del pasado mediante un relato más o menos escatológico concerniente no ya tanto al pretérito cuanto al futuro de la naturaleza, esto es, no tanto al principio cuanto, justamente, al final del «mundo». Un futuro en el que, según se nos informa «el universo se expandirá siempre, cada vez hará más frío, las estrellas estarán cada vez más lejos, el sol desaparecerá y llegaremos hasta un punto donde ya no pase nada.»

3. Los fundamentos ideológicos del reportaje: dos nematologías convergentes

«Viaje al centro del pasado» se estructura en este sentido, y dada ante todo la esencial participación en el reportaje de eminentes hombres de ciencia que son entrevistados a lo largo de todo el documental, a la manera de un «diálogo» entablado entre científicos y periodistas con ocasión de la inauguración del Colisionador de Hadrones en lo que esta misma pueda tener de «novedoso» (esto es, en función de su «coeficiente de novedad» como decimos). De otro modo: el «viaje» que el reportaje representa se configura como un «diálogo» mantenido entre especialistas en las «ciencias de la naturaleza» y especialistas en «las ciencias de la información». Por ello, conviene, nos parece, entrar a analizar siquiera brevemente el sistema de premisas comunes entre los interlocutores –provenientes como vemos de «disciplinas» ellas mismas muy dispares– por cuanto tales premisas estarían, a nuestro juicio, haciendo posible el propio «diálogo» puesto que, sobreentendemos, al margen de todo sistema doctrinal de coordenadas por mínimo que este sea, la «conversación» –ni siquiera bajo el género periodístico de «entrevista»– no podría tener lugar, al menos fuera de la situación que cuadra a un «diálogo de sordos».

Y a la inversa: si los científicos han podido responder las preguntas formuladas por los periodistas dando como resultado el producto televisivo objeto del presente comentario, esto sólo se debería, a nuestro juicio, a que a su vez, las coordenadas doctrinales entre las que ambos grupos de «especialistas» se estarían moviendo intersectan en contenidos comunes muy precisos; sólo que estos contenidos, aunque desde luego aparecen como generados internamente, segregados por los campos científicos o tecnológicos de las disciplinas a las que ambos gremios pertenecerían, no por ello constituyen, formalmente, contenidos «periodísticos» o «físicos» puesto que, sin perjuicio de que se mantengan desde luego envolviendo nematológicamente{3} tales campos, hacen pie necesariamente sobre Ideas de cuño ontológico y gnoseológico (Idea de Ciencia, Idea de Universo, Idea de Materia, Idea de Totalidad, &c.) que como tales, desbordan trascendentalmente los conceptos tallados dentro de los límites de cualquier categoría positiva (por ejemplo la física).

Pero si ello es así, entonces habrá que concluir que no es tanto en su calidad de científicos o de periodistas qua talis que los interlocutores del reportaje habrían podido mantener en Ginebra el engranaje de premisas que resulta necesario y suficiente para que el diálogo mismo pueda ser sacado adelante con sentido, sino, por así decir, como filósofos cuyos sistemas doctrinales de coordenadas, muy lejanos en cuanto a su génesis (en un caso, repetimos, la física de partículas, en el otro las «ciencias de la información»), convergen, intersectan nematológicamente en algún punto de sus respectivas estructuras : en este sentido preciso, diremos, el «diálogo» mantenido por los sabios y los reporteros con ocasión de la inauguración del LHC representa, stricto sensu, un «diálogo filosófico».

Ahora bien. Resulta imprescindible advertir en esta dirección que tanto la filosofía espontánea de los científicos por un lado como la nebulosa ideológica de segundo orden característica, según el diagnóstico de Gustavo Bueno{4}, de las élites de periodistas, convergen, ciertamente, en uno de sus «temas culturales»{5} medulares; a saber: a los efectos de nuestros intereses, esta intersección vendría a realizarse sobre todo en la ideología del fundamentalismo científico tal y como la caracteriza Gustavo Bueno en su libro La Fe del Ateo.

Esta ideología en efecto, según sus presupuestos doctrinales más característicos, estaría según nuestro diagnóstico nutriendo los propios contenidos de las entrevistas en base a las que el reportaje se estructura por lo que por nuestra parte, tendemos a interpretar dichos presupuestos a título del fundamento nematológico del «diálogo» entre los reporteros y los científicos del CERN. Pasemos a desengranar algunos de los motivos doctrinales a los que nos referimos.

Ante todo, el reportaje se mueve constantemente entre los límites del formalismo primario en ontología especial{6}. Un tal formalismo, que desde el punto de vista gnoseológico se coordinaría con un reduccionismo descendente de todas las disciplinas categoriales a la física de partículas, aparece tanto representado como ejercido una y otra vez lo mismo por los científicos que por los periodistas. Así por ejemplo, los guionistas ponen en boca de la voz en off que hace las veces de narrador lo siguiente: «¿por qué lo más complejo, la conciencia o el propio hombre es el resultado de algo tan sencillo?»; y, poco después, casi a título de confirmación de los presupuestos de semejante pregunta, es el «físico teórico», Álvaro Rújula quien llega a apostillar: «_con cosas más elementales que ladrillos, por ejemplo átomos, pueden construirse cosas muy complejas como la conciencia humana._» No obstante, y sin entrar ahora a valorar el mentalismo metafísico que supone el uso del sintagma «conciencia humana» en este contexto (y es que, si se nos permite hablar así, al eminente filósofo espontáneo Álvaro Rújula habría que comenzar por tirarle a Skinner a la cabeza), lo que el «físico teórico» Rújula no parece haber tenido suficientemente en cuenta ante el trámite de elaborar su «visión del mundo» es que, los fenómenos subjetivos no son ni pueden ser reductibles a «los átomos» puesto que aunque tal reducción descendente resultase en principio posible en la línea del regressus{7}, lo que quedaría bloqueado enérgicamente, una vez alcanzados los términos ad quem de semejante reducción ( los átomos), es el progressus a los fenómenos de los que se partió a quo y que ahora, por así decir, se habrían perdido para siempre a no ser, eso sí, que estos mismos se hayan mantenido presupuestos en todo momento.

Sucede lo mismo, mutatis mutandis, con uno de los filosofemas sostenidos en el reportaje por Elena González, pues si es cierto que, como señala la investigadora del Experimento Alice, «_todo lo que sean materia son quarks_», lo que entonces, quedará por explicar no será ya tanto el regressus, ciertamente muy limpio, del jaguar al quark, pero sí, y este es el verdadero problema, los canales precisos que, partiendo de los quarks, hagan posible recuperar, en la línea del progressus, la morfología anatómica (es decir, precisamente, no-atómica) del jaguar si es que sus colmillos y sus garras no se han dado por supuesto circularmente desde el principio.

Todavía más: ¿mantener, como mantiene González (aunque sin duda, no sólo ella), que «todo, en última instancia, es quarks_», no representaría algo en el fondo bien equivalente a la tesis según la cual, pongamos por caso, «_todo, en última instancia, es agua_» o bien «_todo es aire_» o acaso «_todo es apeiron_»? Lo que con esto queremos decir es que precisamente por razón del desconocimiento de la pluralidad e inconmensurabilidad de los géneros de materialidad en los que hacen pie los diversos campos categoriales, siendo estos mismos, por otro lado, igualmente inconmensurables entre sí, tales posiciones jónicas de los «físicos» que, según el reportaje –y ya es bien sintomático– buscan «respuestas» (suponemos que respuestas a la pregunta por el arkhé de la physis o a otras interrogaciones presocráticas por el estilo) descansarían a su vez sobre un monismo mundanista en ontología general tendente a efectuar, al menos de una manera larvada, una clausura metafísica del Mundo a partir de la hipostatización de las materialidades determinadas que lo componen ; y ello recorriendo escrupulosamente el esquema ontológico general según el cual la Materia (trascendental) no es, en modo alguno, nada distinto del Mundo y éste, a su vez, se identifica con el primer género de materialidad. Una concepción monista muy semejante la ejerce Álvaro Rújula al declarar, en un experimento mental de ejecución imposible, que «_Cuando se retiran los muebles de esta habitación, se extrae el aire, se enfría al cero absoluto, lo que queda cuando lo has quitado todo es una sustancia a la que llamamos bosón de Higgs». Y es que, en estas condiciones, nos preguntamos, ¿acaso una tal via remotionis –cuya puesta a punto resultaría en todo caso imposible como decimos, dado entre otras cosas que la operación «enfriamiento al cero absoluto» está prohibida por el cuarto principio de la termodinámica– conduce a alguna parte que no sea el monismo de la sustancia? Y a su vez, este monismo sustancialista, ¿arroja algún resultado fuera del cerrojazo ontológico cosmista efectuado sobre el mundus adspectabilis?

Al margen de esta clausura mundanista, como es obvio, la interpretación convencional del Big Bang{8} en cuanto «nacimiento del universo» comparecería como literalmente absurda por las mismas razones por las que es también absurda (ininteligible) la idea de «Creación ex nihilo» cuando mantenemos una concepción de la causalidad como la que maneja el Materialismo Filosófico. Por eso, desde la perspectiva del pluralismo materialista resulta imprescindible, a fin de evitar recaer en el mundanismo inmanentista solidario del formalismo primario, la intercalación regresiva de una idea de Materia ontológico general como límite crítico que, frente a todo monismo de la sustancia (y ello sin perjuicio de que esta substancia primordial se identifique con el bosón de Higgs como también podía haberse identificado con el agua o con la humedad, &c, &c.), suprima toda sustantificación posible de cualesquiera materialidades determinadas. De hecho la materia ontológico general aparecería en este contexto como «la misma crítica a toda sustancialización de las materialidades mundanas como si fueran irrevocables»{9} con lo que, así las cosas, empezaría por hacerse imposible hablar del «universo como un todo» puesto que ahora, esta totalización ya no podría llevarse a cabo al margen de la metafísica.

Pero, importa entender que es precisamente la clausura cosmista del mundus adspectabilis en ontología general, combinada con un formalismo primario tan rígido como el que hemos atribuido a nuestros sabios del CERN en ontología especial, lo que pone las bases de una de las características más intensas de la ideología del fundamentalismo científico que estaría alimentando el reportaje de TVE, a saber: la negación más terminante del Ignorabimus{10} en la categoría física. Esta negación presupone un gnosticismo racional que, las más de las ocasiones, toma la forma de una supuesta Theory of Everything que, según las premisas de los fundamentalistas, estaría llamada a unificar en el futuro las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza, dando así curso a una ciencia absoluta aunque diferida de momento ad calenda graecas, que organizase «todo el saber del mundo». Ahora bien, nótese que sin perjuicio de que este fundamentalismo sea ciertamente coordinable con un ateísmo existencial, incluso de coloraciones antirreligiosas muy marcadas –como puede ser el caso del defendido por Richard Dawkins en su libro El Espejismo de Dios, &c.–, no por ello deja de respetar exquisitamente, por decirlo así, el atributo de la omnisciencia que la tradición ontoteológica habría concebido como propio del Dios terciario; al contrario, este atributo se mantiene intacto por efecto de la supresión del ignorabimus –y más aún: en el fondo se interpreta tal omnisciencia como el verdadero fundamento de las ciencias del presente en la medida en que estas aparecen como imperfectas por comparación con ese saber absoluto al que se llegará algún día– por mucho que ahora la omnisciencia se asigne, no tanto al Dios de la teología natural cuanto a la Ciencia absoluta e infinita (divina) del futuro, una vez la Teoría del Todo haya podido formularse haciendo «encajar» las piezas fragmentarias que la precaria ciencia del presente puede conocer a su propia e imperfecta manera.

En otras ocasiones sin embargo, el gnosticismo racional propio del fundamentalismo científico puede también hacerse compatible hasta extremos verdaderamente muy notables con el teísmo terciario. Esto sucederá en particular, cuando, por ejemplo en base al ignoramus, las relaciones entre «ciencia» y «religión» se interpreten a la luz de una yuxtaposición armoniosa entre fundamentalismos paralelos. Esta situación, tipificada por Gustavo Bueno bajo el rótulo de fundamentalismo diárquico{11}, puede rastrearse con facilidad en el documental que nos ocupa. Encontraríamos una modulación del fundamentalismo diárquico en opiniones como las vertidas, pongamos por caso, por John Lewis: «Si alguien quiere creer en una respuesta religiosa, nosotros los científicos no podemos decirle que no porque no tenemos respuesta a algunas preguntas muy fundamentales.»; pero también las constantes apelaciones que los guionistas del reportaje refieren Dios («la partícula de Dios», la «máquina de Dios») o a otros contenidos del cuerpo de las religiones terciarias (el CERN como «una gran catedral de la ciencia en busca de lo desconocido»).

Asimismo, nos parece de interés reseñar aquí, un ejemplo muy reciente de tal yuxtaposición de fundamentalismos en la curiosa solidaridad entre la «cosmología más vanguardista» y el teísmo terciario más fideísta y frailuno que Francisco José Soler Gil parece ejercer, bajo la advocación de San José María, en su divertidísimo libro Dios y las cosmologías modernas, BAC, Madrid 2005.

4. Crítica materialista a los presupuestos del reportaje a la luz de la Teoría del Cierre Categorial

Sin embargo, cuando se introducen en la discusión las premisas gnoseológicas de una teoría materialista de la ciencia como la representada por la Teoría del Cierre Categorial, este atributo de la omnisciencia comienza a desdibujarse hasta desaparecer por completo. Y ello, ante todo en razón de lo siguiente: las ciencias, que dicho sea de paso ahora habrá que comenzar a conceptuar como dadas necesariamente «en plural», son desde luego capaces de segregar verdades sin duda, pero estas verdades –que incluso tendríamos que reconocer como apodícticas desde el punto de vista de la Teoría del Cierre– lejos de «describir» el «mundo» o acaso de «adecuarse» a él de manera más o menos imperfecta en relación a una supuesta ciencia absoluta, constituyen la morfología misma del propio mundo en marcha, «el hacerse del mundo que nos rodea»{12} como por otro lado lo muestra el propio reportaje al que nos venimos refiriendo cuando nos informa de la involucración de los antiprotones en el bombardeo al que es sometido un tejido tumoral, &c. Pero si esto es así, se deduce entonces sencillamente que por las mismas razones por las que la música no reside en el papel pautado de un pentagrama (puesto que, diríamos, «tiene que sonar» si es que efectivamente es música) las verdades físicas tampoco pueden reducirse, en la línea del proposicionalismo que ha venido haciendo furor en la teoría de la ciencia anglosajona, a «los papeles y las ecuaciones» que rodean a los filósofos espontáneos del reportaje ya que al margen de toda conexión con los términos corpóreos que forman parte esencial del campo físico, las ecuaciones diferenciales de Rújula o de Lewis no estarían, por su estructura gnoseológica, muy lejos de la axiomática propia de la angelología, la mariología o la teoría gnóstica de los eones{13}. En este punto, diremos, tendemos sin duda a darle ampliamente la razón a teorías de la ciencia tan alejadas del proposicionalismo como pueda serlo la de Ian Hacking en su Representar e Intervenir{14}.

Sin embargo, aunque sin duda reconocemos el carácter apodíctico de las verdades científicas en cuanto que partes componentes inexcusables del mundo que las ciencias conforman incesantemente, ello no obsta –al contrario– para que al mismo tiempo nos neguemos terminantemente a atribuir a ningún cerco categorial en particular la capacidad de agotar exhaustivamente, desde sus propios principios constructivos, la «omnitudo rerum» a la manera de una omnisciente y divina ciencia absoluta, puesto que los teoremas como células gnoseológicas fundamentales del cuerpo de las ciencias sólo se establecen en función de «círculos de concatenación interna y necesaria terciogenérica»{15} entre conjuntos de términos que, justamente por ello, han de aparecer como dotados inevitablemente de un radio finito si es que un sujeto gnoseológico corpóreo puede componerlos operatoriamente. En otros términos: la finitud operatoria de cada categoría, soberana en su campo, es conditio sine qua non de la apodicticidad de las verdades a las que sea posible llegar dentro de sus propios límites, esto es, con desconexión, por ejemplo causal, respecto de terceros campos gnoseológicos. Por eso los campos categoriales, sin perjuicio de su pujanza, aparecen estructuralmente delimitados, deslindados unos de otros, y no ya tanto porque los de-limite metaméricamente «lo desconocido» al que alude oscuramente el reportaje («la ciencia encara lo desconocido sin temor»{16}) o el noúmeno del que hablaba Kant en su Crítica de la Razón Pura, cuanto porque, diaméricamente, se limitan los unos a los otros bloqueando sus respectivas pretensiones invasivas. Y ello, añadiremos, desde el momento en que, por ejemplo, mediante los procedimientos constructivos de la física de partículas y en la inmanencia de su cierre no puede demostrarse un teorema de genética de poblaciones (sin perjuicio de que el físico de partículas pueda sostener, muy ufano, «que todo en el fondo se reduce a quarks») a la manera como también es imposible demostrar el teorema de Pitagóras partiendo del análisis químico de los trazos de tiza que conforman los triángulos dibujados en la pizarra, &c. En este sentido, la pluralidad irreductible de categorías científicas no es otra cosa que la expresión más precisa de la desconexión de los géneros categoriales entre sí, una desconexión que, de suyo, hace posible la construcción de relaciones necesarias entre términos plurales dentro de contextos determinantes que garantizan la interrupción de terceras cadenas causales, &c.

Y todavía más: a la luz de esta desconexión entre los géneros que deja simplemente en ridículo toda pretensión unificacionista de construir –aunque sea en el futuro indeterminado– una «categoría de categorías», queda también descoyuntado por completo el atributo de la omnisciencia, ya se refiera este al Dios terciario ya se asigne a la Teoría de Gran Unificación, con lo que, concluiremos, no es que Dios no exista es que, lo que no existe ni puede existir –al menos si es cierto que las ciencias positivas arrojan verdades– es, entre otras cosas, la ciencia divina.

5. El narrador omnisciente del reportaje: el hombre que no sabía demasiado

¿Cómo interpretar desde estas coordenadas el relato que al final del reportaje narra la voz en off acerca del porvenir del universo? Sólo cabrá interpretarlo, suponemos, como una narración mitológica o como mucho metafísica cuyo alcance resultará equiparable al de la ekpyrosis de los estoicos o acaso a los relatos de Anaxímenes acerca de la condensación y la rarificación del aire. Una narración por lo demás de carácter absolutamente estúpido puesto que el narrador, literalmente omnisciente, no parece haber parado demasiado en mientes en que, si efectivamente, «el universo no dejará de expandirse nunca» hasta el punto de la destrucción de la vida humana (y, sobreentendemos, de la vida de cualquier otro sujeto operatorio), entonces, no quedará ya ningún motivo para sostener, a renglón seguido que «cada vez hará más frío» pero tampoco para decir que «las estrellas estarán cada vez más lejos» (no sabemos respecto a qué) ni que «el sol se apagará». ¿Supone el narrador omnisciente del reportaje, basándose en lo que «la ciencia ha demostrado», que el «sol» como tal morfología corpórea es independiente de los mecanismos perceptivos de los sujetos que lo observan?

Y sobre todo, ¿qué tienen que ver tales fenómenos –por cierto enteramente especulativos– de expansión cósmica con las «imágenes» del cielo estrellado que el reportaje nos suministra?, ¿acaso, nos preguntamos, subsistirá durante semejante catástrofe algún sistema teleceptivo mamífero capaz de percibir organolépticamente los colores del cielo estrellado?, ¿acaso conoce también el narrador, en su omnisciencia, el «ruido» que harán las estrellas al alejarse? Y aun más: ¿cree el narrador que la infinita sapiencia que nos proporciona la Teoría del Todo llegará a dar de sí lo suficiente para conocer con detalle el curso que siguen sistemas sometidos al caos determinista tales como puedan serlo, al parecer, el proceso de formación de los planetas o la acumulación de los rockebergs que forman la corteza de la cara oculta de la luna?, ¿conoce también el narrador omnisciente la duración en minutos de la batalla de Isos?

Concluimos. Pocas semanas después de la emisión del reportaje, los imanes superconductores de la «Máquina de Dios» sufrían una fuga de helio que, según parece, obligará a interrumpir el «mayor experimento concebido por el hombre» hasta la próxima primavera.. Sin duda, tras la pertinente intervención de los ingenieros del CERN, podrá el LHC proseguir felicísimamente su carrera hacia el descubrimiento (en rigor: la construcción) de la «partícula de Dios» proporcionando, de este modo, el alimento adecuado a los «papeles y ecuaciones» de los físicos teóricos. Sin embargo, no deja de resultar curiosa la circunstancia de que, sin perjuicio de acumular sobre sus espaldas todo el saber del mundo, esta avería sencillamente no entrara en su cálculos omniscientes.

Notas

{1} Véase para ello Gustavo Bueno, «Sobre las élites de periodistas en la democracia coronada», El Catoblepas, nº 68, Octubre de 2007, pág. 2.

{2} En el sentido de Gustavo Bueno, vid. La Fe del Ateo, Temas de Hoy, Madrid 2007, pág. 12 y ss. Esta «fe» de los científicos e investigadores asociados al CERN, contrastaría a su vez del modo más radical con la actitud «descreída» e incluso un punto «apocalíptica» de otros científicos más «desconfiados» que, según parece hablando completamente en serio, habrían advertido de la posibilidad de que los imanes superconductores del LHC abriesen, con resultados catastróficos, una singularidad espacio-temporal (por caso un agujero negro o acaso una falla de lombriz, &c.) que terminase por engullir nuestra galaxia en una suerte de ekpyrosis universal muy parecida a la de los estoicos.

{3} Para el concepto de nematología, véase Gustavo Bueno, Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la Religión, Mondadori, Madrid 1989.

{4} Para ello, volvemos a remitir al lector a Gustavo Bueno, «Sobre las élites de periodistas en la democracia coronada», El Catoblepas, nº 68, Octubre de 2007, pág. 2.

{5} Y seguramente en más de uno. Al menos a juzgar por el fundamentalismo ecologista, ligado al «Mito de la Naturaleza» y a la mitología aureolar del cambio climático en el que las más de las ocasiones coinciden también científicos e informadores. Adviértase, sin ir más lejos, el caso de uno de los «sabios» entrevistados por Informe Semanal, nos referimos al «físico teórico», Álvaro Rújula quien, pocas semanas después de la inauguración del LHC, llegaba a declarar a un «portal de noticias ecologista» que «el cambio climático es un problema muy serio y una de sus causas es el ser humano. Un convencimiento que tiene todo el mundo excepto el expresidente Aznar.» (http://www.econoticias.com). En este sentido, adviértase, nuestro «físico teórico» no estima necesario pararse a discutir, dialécticamente, apagógicamente, los argumentos que pudieran fundamentar la posición contraria puesto que, simplemente, procede, in recto (esto es, para decirlo rápidamente, procede dogmáticamente), como si esta no pudiese tomarse más que a beneficio de inventario (y todavía más, ni que decir tiene, si es que la defiende ¡el expresidente Aznar!, ante lo cual, suponemos, don Álvaro no podrá sino pronunciar un vade retro «progresista y de izquierdas»). Pero lo que nos parece sorprendente en este contexto es que don Álvaro, en su fundamentalismo ecologista, no haya ni siquiera tenido en cuenta las consecuencias que se derivan del hecho, generalmente reconocido por todos los climatólogos, de que el clima terrestre es un sistema físico regido por el caos determinista con lo que, a la postre, resultaría que el «resbalón» de Rajoy quedaría muy atenuado puesto que habría que empezar por reconocer que su «primo» estaba muy puesto en razón.

{6} Véase Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972.

{7} Cosa que, para empezar, ni siquiera es cierta, puesto que la textura ontológica segundogenérica propia del «dolor de muelas» del que hablaba Ortega no puede resolverse, por vía fisiológica, en las relaciones fisicalistas que median entre los receptores nociceptivos del sistema nervioso sin que, por ello, la fisionomía que le es característica como tal modalidad sensorial se desvanezca enteramente

{8} Sobre los «agujeros negros» –y nunca mejor dicho– de esta interpretación debe leerse el libro de Halton Arp, Controversias sobre las distancias cósmicas y los cuásares, Tusquets, Barcelona 1992. Igualmente debe de leerse morosamente los trabajos que Javier Pérez Jara ha venido publicando en El Catoblepas al respecto de estas cuestiones.

{9} Cfr. Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, pág. 182.

{10} Cfr. «Ignoramus, ignorabimus!», El Basilisco, nº 4 (2ª época) (1990), págs. 69-88.

{11} Cfr. Gustavo Bueno, La fe del ateo, Temas de Hoy, Madrid 2007, pág. 248.

{12} Cfr. Gustavo Bueno, La fe del ateo, pág. 252.

{13} Cfr. Gustavo Bueno, «El cierre categorial aplicado a las ciencias físico-químicas», en Actas del I Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias, Pentalfa, Oviedo 1982, pág. 135.

{14} Véase Ian Hacking, Representing and Intervening. Introductory topics in the philosophy of science, Cambridge UP, Cambridge 1983.

{15} Cfr. Gustavo Bueno, «Ignoramus, ignorabimus!».

{16} Por cierto que curiosamente el reportaje parece vincular, a través de la leyenda sajona inscrita en la tumba de Borges en Ginebra («y jamás temieron»), eso que al parecer, permanece «desconocido» con la muerte. Muy bien, sin embargo, adviértase, que al menos cuando nos mantenemos fuera del espiritualismo asertivo, precisamente la «muerte» representa un conjunto de procesos que en ningún sentido puede identificarse con lo «desconocido» puesto que, desde la fisiología, pero también la química, &c., pocas cosas son más hiperconocidas que lo que acontece con un cadáver.

El Catoblepas
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