Santiago Javier Armesilla Conde, Sobre el llamado Proceso de Bolonia, El Catoblepas 82:20, 2008 (original) (raw)

El Catoblepas, número 82, diciembre 2008
El Catoblepasnúmero 82 • diciembre 2008 • página 20
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Santiago Javier Armesilla Conde

Se analizan tanto el discurso de los partidarios del Plan Bolonia y del Espacio Europeo de Educación Superior como de sus contrarios, desde las coordenadas del materialismo filosófico. El Plan Bolonia como muestra de la dialéctica de Estados realmente existente dentro de la Unión Europea

Mapa que muestra en azul claro las naciones políticas donde se aplica el Espacio Europeo de Educación Superior
Mapa que muestra en azul claro las naciones políticas donde se aplica el Espacio Europeo de Educación Superior. Todo un Reich académico, coincidente con la idea nazi de Europa. Sólo se salva Bielorrusia.

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El llamado Proceso de Bolonia (esto es, la convergencia a nivel europeo del espacio educativo universitario) supone un punto de controversia entre parte del alumnado universitario y de parte del profesorado con respecto a dicho proceso. Pero, aunque las motivaciones parezcan estar claras para los que protestamos contra ese plan, en la amplia mayoría de los casos no se sabe bien con qué fin político definido se lucha contra Bolonia. Parece, sin embargo, más claro para los defensores del plan en España (PSOE principalmente, PP, &c.), que la lucha contra la implantación del Plan Bolonia en las universidades españolas responde a una única cosa, que amenaza la ideología dominante progresista española: la lucha contra la Unión Europea (UE). Sin embargo, esto no parece estar claro para muchos anti-Bolonia.

Pero vayamos hacia atrás en el tiempo, hasta 1999, año de la firma de la Declaración de Bolonia. En ese año varios ministros de Educación de la Unión Europea (en aquel año, por España, el Gobierno de José María Aznar tenía como ministro a Mariano Rajoy, pero quien aparece como firmante en la declaración final es Jorge Fernández Díaz, secretario de Estado de entonces de Educación, Universidades, Investigación y Desarrollo), se reunieron en aquella ciudad italiana para iniciar lo que se ha dado en llamar Espacio Europeo de Educación Superior (llamado a partir de ahora EEES). El EEES supone un cambio revolucionario con respecto a sistemas educativos reinantes en el continente europeo hasta aquel momento, ya que permitiría una mayor fluidez del intercambio de universitarios entre países de la UE (algo que encanta a todos aquellos sujetos ávidos de experiencias lisérgicas en su juventud o, como Gustavo Bueno Sánchez, con gran acierto, definió en un programa de televisión de Antena 3, gente necesitada de «Erasmus con orgasmus»). La mayor facilidad para irse entre cuatro y nueve meses al extranjero supuso para muchos estudiantes universitarios de la Unión Europea (organización supraestatal también conocida como Eje Franco-Alemán) una experiencia vital sin duda interesante, pero también algo que ha ayudado a ver cómo un buen puñado de seres improductivos (en el sentido económico del término, ya que, salvo excepciones honrosas, el universitario es un sujeto operatorio que no trabaja, ergo no produce plusvalor; es decir, no es un proletario) viajaban por todo el territorio dominado por el Eje Franco-Alemán aprovechando la coyuntura del Acuerdo Schengen (acuerdo firmado en Luxemburgo, país sujeto al Eje, en 1995, para la supresión de fronteras comunes dentro de la Unión que ha permitido el flujo de fuerza de trabajo con mayor facilidad –cosa que ocurre, como muestra la cantidad de, por ejemplo, sanitarios y médicos españoles que van a trabajar al Reino Unido, o de sanitarios y médicos rumanos que vienen a trabajar a España) y del anterior Tratado de Maastricht (acuerdo firmado en Holanda en 1992, que modificó los fundacionales Tratados de París de 1951, y que supuso la fundación definitiva de la Unión Europea, yendo más allá de la mera confederación económica, hacia la unidad política). Esto supone un punto importante a la hora de analizar lo que Bolonia significa: no se puede entender el Plan Bolonia sin el Acuerdo de Schengen y sin el Tratado de Maastricht. El Plan Bolonia no es más que la aplicación al ámbito universitario de lo iniciado en Maastricht y posteriormente ampliado en Schengen. La «_Europa sublime_» del Estado de Bienestar, de la democracia de mercado pletórico, que en 1992, y con la complacencia hasta hoy de absolutamente todas las izquierdas políticamente definidas en España, inició su total sumisión a los planes y programas de Francia y Alemania, demostrando que la economía es siempre economía política, ergo economía nacional, sobre todo para los Estados europeos imperialistas cuyo imperio siempre ha tratado de construirse en suelo europeo principalmente. Y demostrando, por ello, que la economía nacional de un país débil, como España u otros con respecto al Eje Franco-Alemán, está siempre sujeta a la dialéctica de Estados que ayuda a conformar, junto con la dialéctica de clases, hasta qué punto una economía nacional puede resistir a los envites depredadores de otras economías nacionales.

Maastricht supuso la profundización de lo iniciado en Roma en 1957 (año del nacimiento de la Comunidad Económica Europea, siendo sus naciones políticas fundadoras Francia, la República Federal Alemana, Italia, Luxemburgo, Holanda y Bélgica), como ha mostrado la práctica y progresiva aniquilación de la industria pesada española, nación política que a mediados de la década de 1970 era la décima potencia industrial del planeta, y que gracias al panfilismo europeísta de socialdemócratas y populares (por llamarlos de alguna manera a estos segundos), permitió la conversión de España en la nación de la burbuja inmobiliaria por excelencia, del turismo al servicio de jubilados británicos y beodos alemanes y del sostenimiento económico casi exclusivamente debido al turismo. Todo coadyuvado por esa forma de soborno llamada Fondo de Cohesión, que da dinero a las regiones más pobres de las naciones políticas sumisas al Eje Franco-Alemán, siempre a cambio de la dependencia económica e industrial de Francia y Alemania (Francia es, junto con el Reino Unido y Rusia, la única nación política europea que tiene la bomba atómica, y España depende atómicamente, ante cualquier eventualidad bélica, de Francia).

En todo caso, lo que se pretende inicialmente en este artículo es mostrar la dialéctica de Estados que, a través de varios tratados económicos y políticos, han llevado a la creación del EEES, un espacio educativo sólo entendible en el proceso imperialista francoalemán sobre el resto de naciones europeas sumisas a sus dictados. Sin embargo, y como muestra de la poca o nula conciencia sobre este proceso imperialista depredador (que busca mantener a los pueblos sometidos en su estado de desarrollo o, en algunos casos, retrasarlo), no se puede negar que muchos de los que, al menos testimonialmente, se manifiestan contrarios al Proceso de Bolonia, sin embargo han aprovechado las becas Erasmus con orgasmus para conocer mundo, tener experiencias hedonistas juveniles y, en algunos casos incluso, presumir de su izquierdismo (entendiendo aquí la palabra en sentido leninista, como «enfermedad infantil» –del comunismo, añadiría Lenin, pero no lo añadimos aquí por el sencillo motivo de que en España no hay comunistas, sino sólo socialdemócratas en dos vertientes: la progresista{1} y la antisistema{2}–) criticando o incluso renunciando a España y a la nacionalidad española que, para bien o para mal, es el país que les ha permitido irse de Erasmus.

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Está claro que, como diría la filosofía mundana, una cosa llevó a la otra, y Bolonia apareció como la sumisión de las universidades europeas (y españolas) a los dictados francoalemanes, aunque también parte de los universitarios franceses y alemanes protesten y critiquen el EEES, lo que muestra que Europa, hoy día, no es una unidad, sino un nido de tiburones, una biocenosis en la que los Estados luchan entre sí por sus intereses y en el que las grandes empresas utilizan a esos mismos Estados para conseguir sus fines (al igual que esas mismas empresas son utilizadas por los Estados como tentáculos imperialistas). El EEES, además, se aplica en países ajenos al Eje Franco-Alemán, como muchos países de la Plataforma Eslava{3}, incluída Rusia, y llega también a Estados Unidos. Bolonia es heredera de la Declaración de la Sorbona (Francia), en la que Alemania, Italia, el Reino Unido y, por supuesto, Francia, sentaron las bases del EEES actual. En primer lugar, Bolonia, además de una orgiástica Erasmus sin precedentes, supone el intento de homologación de titulaciones universitarias entre las naciones políticas sumisas al Eje Franco-Alemán. Esto ya supone una falsa petición de principio: la de un supuesto armonismo entre Estados europeos inexistente, que pretenda igualar la titulación universitaria de un francés o un británico con la de un español, o con la de un búlgaro o un rumano. Este armonismo de las titulaciones supone una total negación de la realidad de la dialéctica de Estados, ya que, al ser la economía siempre Economía Política, y por tanto nacional, la formación del capital variable supone siempre una formación nacional de fuerza de trabajo, y por tanto, su valor real en el mercado depende de la nación política de origen (y por supuesto, de la formación socialmente necesaria que en el ámbito de esa nación política haya de tener esa fuerza de trabajo; es decir, de lo que cueste mantenerla viva){4}. La armonización de salarios dentro de una misma rama profesional dentro de la Unión Europea, para poder ser efectiva, tendría que suponer que la economía europea fuese Economía Política de una Europa convertida en nación política, en un único Estado. Y esto, hoy, no se da, y es probable que jamás se de, a tenor de los acontecimientos de los últimos años, de rechazo en varios países a la Constitución Europea (Francia, Holanda, Irlanda). Luego el EEES parte ya de supuestos panfilistas, propios de la ideología dominante armonista y socialdemócrata dominante en muchos países de la Unión, de manera explícita o implícita. Este armonismo supone que los Créditos ECTS (European Credits Transfer System, en inglés), que están pensados para equiparar los créditos universitarios en todos los Estados de la UE, no sean más que maquillaje administrativo. En realidad, cada Estado dispondrá los cursos universitarios de manera particular, como siempre se ha hecho, y cada Estado permitirá que toda Facultad tenga plena libertad para crear sus propios planes de Estudios. Otra demostración más de la dialéctica de Estados dentro de la biocenosis europea. El reconocimiento de títulos, siempre formal, a nivel comunitario, no supone para nada la igualación entre universitarios, investigadores y docentes europeos de sus respectivas fuerzas de trabajo.

Otro de los panfilismos más flagrantes del tratado boloñés, es el referido a la implementación de las nuevas tecnologías informáticas y de Internet para que el estudiante universitario europeo sea mejor y más feliz{5}. Según los políticos europeístas que nos dominan, Bolonia permitirá el trabajo desde casa a través de la red de redes (otra denominación de claras connotaciones religiosas), y permitirá que los jóvenes universitarios europeos entren de lleno en eso llamado de manera tan metafísica como sociedad del conocimiento (como si las sociedades políticas y humanas que no tuvieron Internet ni ordenadores no generaran conocimiento, en muchos casos de mayor rigor intelectual que el generado en la actualidad). Está por ver si, en tiempos de crisis financiera mundial{6}, muchos estudiantes e investigadores dejarían sus habituales vidas cómodas en la Universidad para poder sufragar sus estudios, trabajando en cualquier cosa, lo que dificultaría sobremanera el seguimiento diario de su labor académica. Aunque, al menos, ésto provocaría que muchos profesores universitarios, funcionarios cómodamente situados y que en sus facultades no dan un palo al agua, tuviesen que arrimar más el hombro en nombre de la competitividad a la que les lleva el Eje Franco-Alemán. En este sentido, el Plan Bolonia atentaría, además de contra los intereses legítimos de muchos universitarios conscientes de lo que está en juego, contra los privilegios funcionariales de muchos profesores vagos, y también de muchos universitarios vagos que apenas visitan las aulas ni van a exámenes, tutorías o a presentar trabajos. Muchos de estos oportunistas protestan hoy contra Bolonia, porque se les acabaría el chollo de la felicidad canalla que les permite la Universidad española actual, en la cual vegetan incluso estudiantes que todavía siguen el plan educativo de 1993; eso sí, todo en nombre de la lucha «antisistema». Y es que el mercado pletórico y la explotación capitalista no están reñidos con la responsabilidad.

Otra de las características del llamado Plan Bolonia es la implantación de un modelo de titulaciones de dos ciclos, siguiendo el modelo anglosajón. Esto es, entre tres y cuatro años de grado (el Bachelor británico) y uno o dos de especialización (el Master anglosajón). Esto sucederá en todas las titulaciones, lo que conlleva la desaparición al menos formal de la distinción tradicional en España entre diplomaturas (normalmente de tres años) y licenciaturas (normalmente de cinco años). El Eje Franco-Alemán cree que así la fuerza de trabajo de nivel universitario se igualará más, permitiendo así su mayor movilidad, pero en realidad lo que se agiliza es la contratación de fuerza de trabajo universitaria donde la formación de la misma conlleva un salario menor, al igual de lo que sucede, a otro nivel, gracias al Acuerdo Schengen, mostrando una vez más el carácter político de la Economía, su carácter siempre nacional. Además, los segundos ciclos de las carreras, la especialización profesional, podrían tener un precio cercano a los 2000 euros. Para ayudar a pagarlos, los Estados han recurrido a una ampliación de la inversión privada en las universidades, inversión que ha existido siempre, pero ahora a un nivel mayor, en parte por un posible aumento de las tasas (en España, presumiblemente sería superior a un 8%). Es falso que ahora se pase a un sistema mixto de financiación, ya que siempre ha sido mixto, aunque sí es cierto que la participación de dinero público antes de Bolonia era mayor. Y es que no se puede entender la economía de los Estados de Bienestar sin la conjunción entre empresa y Estado.

La inversión privada, vía bancos, conllevaría a que las becas a estudiantes e investigadores cambien. Porque, como es evidente, ninguna empresa con directivos sensatos invertiría en algo sin posibilidades de recuperar su inversión. Por ello, aparecerían las llamadas Becas-Préstamo, que no son más que dinero prestado por los bancos a devolver durante varios años, y con intereses al llegar al quinto año de devolución. ¿Serán capaces muchos universitarios de devolver en 5 años 2000 euros de precio de especialización o más de los grados? Con ayuda de sus padres y parte de sus propios trabajos, sin duda. Además, podrán devolverlos siempre que sus ingresos superen un tope (todavía por aclarar, también es cierto). Pero lo grave relacionado con las empresas no es esto, sino el hecho de que los estudiantes, para obtener el grado, deberán realizar prácticas en esas mismas empresas que ven sus inversiones en la Universidad aumentadas, además de posibles prácticas en instituciones. Estas prácticas no se pagarían. Y aunque hemos dicho antes que el universitario no suele ser un sujeto que produzca valor en sentido marxiano, trabajar sin salario es algo muy cercano a la esclavitud. Aunque bien es cierto también que en los países del fenecido Imperio Soviético, los universitarios tenían la obligación de devolver, con su trabajo, lo que el Estado comunista había invertido en ellos para alcanzar la excelencia educativa mediante becas. ¿Serían capaces de aguantar ese ritmo los actuales universitarios de las sociedades democráticas del bienestar?

La productividad de los universitarios se mirará con lupa a partir de 2010, año en que Bolonia se convertirá en el sistema educativo universitario europeo de manera definitiva. En España, por ejemplo, la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) tendrá la última palabra, basándose en criterios de productividad, acerca de qué carreras se pueden cursar y qué carreras no. Entre un 25 y un 46% sitúa un informe del CCU (Comité de Coordinación Universitario) las tasas de ineficiencia de determinadas carreras, especialmente de Humanidades. En definitiva, para el Eje Franco-Alemán, hay carreras que, o bien hay que remodelar para producir gente eficiente, o directamente sobran. Filosofía es una de ellas. En España, el proceso de Bolonia, más la aplicación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía en los institutos de la nación (una asignatura pensada para erradicar el pensamiento crítico desde edad temprana, en nombre del armonismo socialdemócrata más sectario), suponen, en conjunción, un ataque frontal a la Filosofía española, en particular a sus sectores más combativos y críticos, especialmente el Materialismo Filosófico. Lo que no hace obviar que otras carreras, como Sociología, Antropología, Politología, entre otras, también se verán afectadas.

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Pero la batalla contra el Plan Bolonia, a pesar de las movilizaciones, los encierros en Universidades, y la solidaridad entre estudiantado, profesorado e investigadores (al menos parte de ellos) frente a la aplicación del Plan, está perdida de antemano. Y no sólo por la abrumadora superioridad del poderío estatal francoalemán como principal impulsor del EEES, junto con sus Estados más lacayos (como Italia o la España del PSOE). Sino ya, a nuestro juicio, por la propia forma de plantear, no sólo las estrategias de lucha, sino también las propias fuentes de inspiración ideológica. En la web NoaBolonia.Org (http://www.noabolonia.org), podemos encontrar entre las razones que llevan a los creadores de esta web a luchar contra el Plan, la siguiente:

«Las leyes reguladoras de este proceso en nuestro país, se siguen aprobando sin un indispensable debate público donde se escuchen las voces de estudiantes, profesores universitarios y, sobre todo, de la ciudadanía. Un proceso como este, que provocará un cambio radical en nuestro sistema educativo, no puede realizarse mediante la decisión impositiva de los dirigentes de la Unión Europea.»

La apelación al debate público es síntoma del fundamentalismo democrático que embarga a los antiBolonia, fundamentalismo también presente de sus adversarios, los proBolonia. Todos son demócratas y democráticos, y todos apelan a la democracia y a la ciudadanía para defender sus intereses. Y aunque es muy necesario el debate público sobre el Plan, no se puede apelar a la democracia (formal o material) a la hora de llevarlo a cabo. En todo caso, el debate público acerca de Bolonia tiene que realizarse para poder así hacer llegar a los españoles toda la información posible acerca del EEES, y esto no tiene nada que ver con la democracia. Y es que la nación española, en su amplia mayoría, no conoce ni tiene idea de lo que este plan supone, y esto es tanto por parte de las autoridades políticas gobernantes (lacayos del Eje Franco-Alemán) como por parte de los antiBolonia, incapaces de epatar en muchas ocasiones con el resto de los españoles, ajenos a la Universidad. Sólo la televisión puede servir como medio viable para que llegue información a nuestros compatriotas, pero un estudiantado que, con razón, desconfía de los medios de comunicación de masas, en particular la televisión (capaz de ofrecer apariencia en vez de verdad){7}, debería sin embargo ser más prudente e inteligente cada vez que se encuentre con la posibilidad de salir en televisión. El último acto de un grupo de estudiantes en la Facultad de Políticas de Somosaguas, llamando «_asesino_» al ex ministro del Partido Popular, José Piqué, debido al último informe aparecido en el diario socialdemócrata El País sobre los vuelos de la CIA en suelo español durante la presidencia de Aznar, es una muestra de esa imprudencia. No sólo porque, en muchas ocasiones, parece que casi todo acto de los antisistema beneficia siempre al PSOE (se han producido, según algunas informaciones, más vuelos de la CIA con Zapatero como presidente que con Aznar, y está por ver si estos mismos estudiantes u otros llamarían «asesino» a Zapatero o a Moratinos), sino porque el llamar «asesino» a Piqué o a Aznar implicaría que también deberían llamar «asesinos» a muchísimos líderes políticos históricos, desde Napoleón a Alejandro Magno, desde Julio César hasta Lenin, desde Mahoma hasta Felipe II, desde el Che Guevara hasta Winston Churchill. Y esto, desde nuestras coordenadas, es una barbaridad, porque supone cargarse, en nombre de un pánfilo pacifismo, toda la Historia de las sociedades políticas que han existido y existen. No se trata de magnificar los insultos a Piqué, al cual se le pueden reprochar muchas otras cosas de su particular carrera política (y empresarial). Pero aquel acto aleja aún más a los universitarios del resto de los españoles, apareciendo cada vez más una enorme fosa entre unos y otros. Además, asesino es el que mata a otra persona, algo que, por ejemplo, sí es José Ignacio de Juana Chaos, entre otros individuos.

También, en dicha web antiBolonia, encontramos estos dos puntos críticos, que ponemos juntos porque los consideramos parejos:

«La investigación científica en las universidades dejará de estar guiada por un espíritu humano de superación y solidaridad colectiva, y pasará a estarlo por criterios estrictamente empresariales y de rentabilidad económica.» [...]
«El objetivo de Bolonia no es la mejora educativa, sino la obtención de mayores beneficios económicos empresariales. Para quienes impulsan el Proceso, si la cultura y el desarrollo humano no son rentables, no deben ser potenciados.»

Está claro que se estima, desde esta web, que la Universidad es la cultura más excelsa, e impulsora del desarrollo humano. Esto supone una declaración totalmente esnob, corporativista y propia de una elite social consciente. No en vano, en los últimos días muchos periodistas socialdemócratas han saludado los actos de los estudiantes españoles antiBolonia como una muestra de la «actitud crítica de la Universidad, motor de cambios». ¿Pero es que acaso los no universitarios no son más motor de cambio en una sociedad política cualquiera? Esta embriaguez en el mito de la cultura{8} por parte de los combativos universitarios, investigadores y profesores, autodenominados siempre «de izquierdas», resulta cuanto menos curiosa, debido a su propia conciencia de grupo social ejemplo del resto, iluminador y consciente, además de críticos (como si los no universitarios no pudiesen ser también creadores de un pensamiento crítico, en muchos casos más consciente de la realidad que el de los universitarios). De cualquier manera, es evidente que piensan que la cultura, y en particular la Universidad como grado excelso de la misma, son ajenas o flotan en el aire por encima de la sociedad capitalista en la que se encuentran. Porque, realmente, desde el nacimiento del capitalismo, las Universidades de las sociedades de mercado siempre han estado inmersas en la dinámica capitalista. Y en el capitalismo no se potencia exclusivamente lo que es rentable. El capitalismo es un sistema económico que, sobre todo, se caracteriza por ser:

«[...] un proceso material real –y no como un proceso representado en fórmulas en un papel– [que] consiste ante todo en producir mercancías determinadas e intercambiables, y si es posible producir de nuevo otras mercancías susceptibles de ser vendidas, y con el riesgo de no venderlas; lo que supone conflictos, agotamiento de materias primas, competencia a muerte entre productores, superproducción de mercancías, luchas entre los trabajadores y los capitalistas, de los trabajadores entre sí y de los capitalistas entre sí. En suma, el capitalismo no es un sistema destinado a producir por producir de nuevo, como superficialmente pueden llegar a pensar los profesores; es un sistema destinado ante todo a producir y a producir obras (ferrocarriles, autopistas, rascacielos) que jamás habrían podido históricamente ser construidas por otro sistema. Y si la reproducción recurrente capitalista funciona es porque el proceso material de los ciclos funciona también. Y si el incremento del ciclo ampliado es tan notable, es porque con el sistema capitalista las poblaciones humanas han progresado (no decimos si para bien o para mal) y han aumentado en dos siglos desde mil millones hasta casi siete mil millones de individuos. El capitalismo, si es un sistema absurdo, será en todo caso tan absurdo como el «sistema» del crecimiento demográfico «en plaga» de la humanidad o de otras especies. El capitalismo es un sistema de producción mucho más serio de lo que creen los profesores, y aún mucho más profundo de lo que pensó el propio Marx, a pesar de que él ya lo analizó como una «fase progresiva» del desarrollo humano.»{9}

Por lo tanto, la cultura actual, universitaria incluída, es un producto tan capitalista como cualquier mercancía que vemos circular en el mercado pletórico, y tan capitalista como la división del trabajo (a la que no es ajena la Universidad).

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En definitiva, si tiene algún sentido, desde las coordenadas del Materialismo Filosófico, oponerse al Plan Bolonia, no es por la cultura, o por la democracia, o por la defensa de la Universidad Pública (no porque no la defendamos, sino porque ésta, en las sociedades de Bienestar, siempre tendrá participación de las empresas, por lo que pedir a las empresas que se vayan –un grito de guerra habitual de las protestas contra el Plan Bolonia–, supone una petición política con altas dosis de moralidad anticapitalista sin concretar en la mayoría de los casos). Es, sin negar tampoco totalmente lo anterior, por: a) atentar contra la posibilidad de implantación política de la filosofía tal y como se expuso en los Ensayos materialistas de Gustavo Bueno{10}; b) por lo que supone de explotación laboral de una fuerza de trabajo, la universitaria, a través de prácticas que, si bien no producen valor en sentido marxiano, sí consideramos éticamente denigrante el no remunerarlas; y c) sobre todo, porque el Plan Bolonia supone un paso más hacia la fagocitación de España, en este caso de su particularidad académica tradicional, en nombre del imperialismo depredador francoalemán y de su capitalismo salvaje a costa del resto de Estados de la Unión Europea. Es, por tanto, el patriotismo español heredero de la Revolución Española y la Constitución de Cádiz, contrario a la Unión Europea, solidario de la Hispanidad y de la necesaria sinexión de un socialismo genérico (filosófico) con uno específico (económico) en forma universalista, el motor ideológico que consideramos esencial para hacer frente a este aspecto más de la dialéctica de Estados que supone la aplicación del Plan Bolonia. Por desgracia, para algunos de los opositores en España a Bolonia (no para todos, es necesario decirlo), luchar contra Bolonia en nombre de España supondría un serio dolor de cabeza, ya que mientras entre estos universitarios haya grupos autodenominados «de izquierdas», «antisistema» o «alternativos», que afirmen sin reflexión alguna que «Españolismo es igual a fascismo»{11}, la lucha contra el EEES no llegará a ningún punto.

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Para finalizar, diremos que resulta curioso cómo los partidarios de Bolonia son más conscientes de lo que está en juego que algunos de sus críticos. Esto escribían José Miguel Zugaldia Espinar e Inmaculada Ramos Tapia, profesores de Derecho Penal de la Universidad de Granada, en un artículo llamado «Bolonia, otra vez Bolonia», aparecido el 2 de diciembre de 2008 en el diario Ideal de Granada, España:

«Pero esto deja en pie una pregunta: ¿se quiere, de verdad, un buen Plan Bolonia para el futuro? Cada uno de los que participamos en el debate sobre el Plan Bolonia deberíamos preguntarnos: ¿soy partidario de la Unión Europea?; ¿soy partidario de un espacio europeo de la educación superior?; ¿soy partidario de una Europa del conocimiento que tenga un peso específico en el contexto mundial? En definitiva: ¿soy partidario de la idea de Europa? Porque una buena parte del movimiento de rechazo al Plan Bolonia tiene que ver pura y simplemente con el rechazo a la idea de Europa. Por eso, muchos de los que, aunque con las inevitables reservas y desacuerdos, apoyamos el Plan Bolonia, lo hacemos porque simboliza el paso de la Europa económica de los mercaderes a la Europa unida de los ciudadanos.»{12}

Vemos aquí el europeísmo de corte socialdemócrata de los defensores del Plan Bolonia (al que no es ajeno el Partido Popular, tan socialdemócrata y fundamentalista democrático como el PSOE, incluso en según que cosas más). Dejando aparte las apelaciones a la ciudadanía, a la democracia y a la cultura (apelaciones idénticas, pero de signo contrario, de los antiBolonia), o esperpénticas comparaciones del Plan Bolonia con el sistema métrico decimal, como las del rector de la Universidad Pompeu Fabra, José Juán Moreso, en su artículo «Bolonia como unidad de medida», aparecido en El País el 5 de diciembre de 2008{13}, lo que está claro es que los defensores de Bolonia lo hacen sustentados en una plataforma política realmente existente, la Unión Europea, que, a pesar de sus tribulaciones internas, no deja de actuar políticamente gracias al impulso de sus Estados dominadores: Alemania y Francia. En cambio, los opositores a Bolonia no cuentan, o en muchos casos no quieren ni se plantean contar, con una plataforma política sólida sobre la que resistir a un Plan que no es más que un ejemplo más de ataque a los países que dentro de la UE son de segunda, como España. La única plataforma sólida que podría oponerse a Bolonia es la nación política española. Pero mientras muchos universitarios, profesores e investigadores renieguen de España presos de sus prejuicios ideológicos de clara influencia socialdemócrata (aunque lo nieguen), y mientras el ámbito universitario siga alejado de otros ámbitos sociales ajenos a la Universidad, el Plan Bolonia se aplicará y España dará un paso más a su total sumisión, gracias al PSOE y al resto de partidos –incluidos los facciosos separatistas– del espectro político español, al Eje Franco-Alemán.

Notas

{1} Felipe Giménez Pérez, «¿Progresismo? No, gracias», El Catoblepas, número 11, enero de 2003, página 13: http://nodulo.org/ec/2003/n011p13.htm En el citado artículo, Giménez Pérez escribe de manera contundente:

«Mientras que el marxismo era y ha sido la ideología más clara, sistemática y precisa que ha habido en la Historia Universal, la socialdemocracia se ha convertido en progresismo. El comunismo ha muerto y la socialdemocracia con su contenido clásico también. Han confluido en algo difuso, viscoso, indefinido, vago, llamado progresismo y sus partidarios son denominados «progres». El progresismo es un cajón de sastre que igual vale para un roto que para un descosido. El progresismo se ha convertido en la ideología oficial u oficiosa de los Estados democráticos occidentales del Bienestar.»

{2} Santiago Armesilla, «Reformulación de los conceptos de sistema, antisistema, revolucionario, reaccionario y orden establecido», El Catoblepas, número 68, octubre de 2007, página 13: http://nodulo.org/ec/2007/n068p13.htm En este artículo concluyo:

«El Revolucionario y el antisistema son enemigos irreconciliables. [...] El revolucionario, si es consecuente con su proyecto político, debe desconfiar totalmente de todo aquel que se declare Antisistema, debe combatirle, plantarle cara y enfrentarse a él, ya que no es más que un impostor, un «oportunista» según terminología empleada por Lenin.»

{3} Santiago Armesilla, «Las plataformas continentales», El Catoblepas, número 75, mayo de 2008, página 14: http://nodulo.org/ec/2008/n075p14.htm

{4} Carlos Marx, «_Salario, precio y ganancia_», Capítulo 7, La Fuerza de Trabajo.

{5} Gustavo Bueno, El mito de la felicidad, Ediciones B, Barcelona 2005.

{6} Fantásticos artículos explicativos de la crisis financiera mundial se pueden leer en el periódico El Revolucionario, escritos por dos economistas marxistas de prestigio internacional: el español Diego Guerrero y el argentino Rolando Astarita:

De Diego Guerrero:
http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo881
http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo928

De Rolando Astarita:
http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo966
http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo972
http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo977

{7} Gustavo Bueno, Televisión, apariencia y verdad, Editorial Gedisa, Barcelona 2000.

{8} Gustavo Bueno, El mito de la cultura, Editorial Prensa Ibérica, Barcelona 1996.

{9} Gustavo Bueno, «Profesores cómplices publican, cara al nuevo curso, manuales de _Educación para la Ciudadanía_», El Catoblepas, número 66, agosto de 2007, página 2.

{10} Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972.

{11} Como si el españolismo, o el sentimiento de afinidad a España, algo que nace prácticamente durante la Reconquista contra el Islam, siglos ha, sea en el tiempo parejo al fascismo, un movimiento político del siglo XX nacido en Italia; o como si grandes nombres de las izquierdas en España, debido a su españolismo, haya que colocarles en la «_derecha_», desde Rafael de Riego hasta la Pasionaria, pasando por Wenceslao Roces, primer traductor al español de El Capital de Marx durante su exilio en México, y al que en ciertas webs proetarras insultan llamandolo españolista, en una total muestra de subnormalidad profunda y de racismo antihispano.

{12} http://www.ideal.es/granada/20081202/opinion/bolonia-otra-bolonia-20081202.html

{13} http://elpais.com/articulo/opinion/Bolonia/unidad/medida/elpepuopi/20081205elpepiopi\_4/Tes

Además, en este artículo también se apelan a ideas metafísicas. Para muestra un botón:

«[...]en la Francia republicana de finales del siglo XVIII hubo rechazo y protestas contra el sistema métrico decimal, pero –ahora lo vemos todos claro– eran injustificadas. A veces, algunas personas se movilizan por causas contrarias a la razón y, como sucedió en dicho caso, suelen aliarse las fuerzas más involucionistas con algunos sectores radicales comprensiblemente insatisfechos. Habrá un día, no muy lejano, que las manifestaciones y las movilizaciones minoritarias pero activas contra el proceso de Bolonia dormirán en el desván de la historia junto con tantos otros rechazos contrarios a la razón.»

Una forma sutil de llamar locos a los que nos oponemos al Plan Bolonia, por las motivaciones que sean. Motivaciones ideológicas erróneas o no que sirvan de inspiración a los diversos sujetos opuestos al EEES aparte, decir que oponerse a Bolonia es contrario a la «_razón_», además de una apelación a la supuesta locura de los opositores, es insinuar nuestra ignorancia, nuestro alejamiento de la luz y nuestra simpatía con ideas reaccionarias. Este dualismo metafísico del señor Moreso está muy bien explicado en El mito de la derecha de Gustavo Bueno (Editorial Temas de Hoy, Madrid 2008).

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