Ismael Carvallo Robledo, Venezuela 2012, El Catoblepas 128:4, 2012 (original) (raw)
El Catoblepas • número 128 • octubre 2012 • página 4
Ismael Carvallo Robledo
Comentarios con motivo de nuestra participación en el Programa Internacional de Acompañamiento Electoral organizado por el Consejo Nacional Electoral de Venezuela
I
Por gentil atención de la embajada de la República Bolivariana de Venezuela en México, a través de la oficina del Embajador, Don Trino Alcides Díaz, y de su Consejero, Wilfredo Pérez Bianco, hemos tenido la oportunidad de participar en el Programa Internacional de Acompañamiento Electoral que para las recientes elecciones presidenciales, verificadas el pasado 7 de octubre, organizó el Consejo Nacional Electoral de Venezuela. La experiencia tuvo un alto significado y estuvo cargada de claves de todo tipo (personal, político, histórico) que nos permitieron acercarnos a toda una serie de evidencias a través de las cuales nos ha sido posible, dentro de los límites de una visita que inevitablemente tuvo que ser breve, ajustar, precisar, matizar y, en definitiva, consolidar nuestra matriz de interpretación y análisis de proceso tan importante como lo es el de la Revolución Bolivariana.
Durante un aproximado de 5 o 6 días, y con una organización impecable, profesional y particularmente notable por la juventud de la mayor parte de quienes en ella estuvieron involucrados, el Consejo Nacional Electoral, presidido por la doctora Tibisay Lucena Ramírez, desplegó una estrategia de información, difusión, verificación y, en efecto, acompañamiento en torno de los aspectos más importantes del proceso electoral: desde la visita a la fábrica de diseño, producción y ensamblaje del equipo de votación completamente automatizado y digitalizado (padrón asegurado con lectura electrónica de huella digital; pantallas electrónicas y de selección digital para realizar la emisión puntual del voto; recibo o «ticket» impreso al instante para depósito en la urna, quedando así dos vías de verificación y cotejo: la base de datos electrónica y los recibos depositados en las urnas) con el que se realizó el registro y cómputo de la votación en cada una de las casillas, hasta la exhaustiva jornada de acompañamiento y observación de la jornada electoral del día 7 de octubre mismo, habiendo estado muchos de nosotros dislocados en otras ciudades de la república (la ciudad de Barquisimeto, en el Estado Lara, fundada en 1552 por Juan de Villegas con el nombre de Nueva Segovia de Barquisimeto, fue nuestro caso), pasando también por sesiones informativas y de discusión antes y después de la jornada electoral, bien sea entre periodistas y profesionales de la comunicación con los participantes del Programa, bien sea entre los participantes mismos del Programa (caso de la sesión de conclusiones que se incorporaron a un informe presentado a la presidenta del CNE el día posterior a la jornada electoral), bien sea entre los equipos de campaña y los participantes en el Programa (en cuyo caso, y desafortunadamente, se pudo solamente realizar una muy interesante, abierta y franca sesión de comunicación con miembros del equipo de la Mesa de Unidad Democrática, cuyo candidato fue el actual gobernador del Estado Miranda, Henrique Capriles Radonski; el equipo del Comando de Campaña Carabobo, cuyo candidato fue el actual presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, no pudo asistir al encuentro agendado para los efectos).
La primera impresión que registramos, viniendo de un muy reciente proceso electoral en México (el del pasado 2 de julio) y de un prolongado período de tensión política y de descomposición del régimen estatal mexicano derivado de la imposición política como forzamiento de un precisamente errático y mal manejado proceso electoral, en 2006, del hoy ya saliente presidente de la república, Felipe Calderón (véase para los efectos nuestro artículo «Fraude, México 2006 y el mito de la democracia», El Catoblepas, nº 69, noviembre 2007, página 4), nos dejó con un ánimo de positiva sorpresa, pues el grado de estabilidad, transparencia, eficiencia y eficacia del sistema electoral logrado a escasos y exactos diez años de que se haya llegado al punto más alto de exacerbación de antagonismos y de tensión orgánica dentro del proceso revolucionario (nos referimos al golpe de estado y al paro petrolero y mediático de 2002 contra el gobierno de Hugo Chávez: véase para los efectos el interesante documental La revolución no será transmitida, dirigida por Kim Bartley y Donnacha O’Brian en 2003 y disponible ya en internet) es de una contundencia notable, y nos ofrece un índice inequívoco de la civilidad y madurez política tanto de las instituciones del régimen bolivariano como de la ciudadanía venezolana en general: si no nos falla la memoria, aproximadamente tres o a lo mucho cuatro horas de que hubieron de cerrarse formalmente la mayoría de los centros electorales (como en casi todos lados y de manera general alrededor de las 18 horas), la presidencia del CNE ofreció en conferencia de prensa, y una vez estabilizada de manera irreversible la tendencia en el cómputo final de la votación, el resultado, aunque estrictamente preliminar, en los hechos ya definitivo de la jornada electoral, siendo así que el actual presidente de la república, comandante Hugo Chávez Frías, resultó reelecto para el próximo período constitucional (2013-2019) con una diferencia aproximada de diez puntos porcentuales (54,5% de un total de casi 19 millones de electores –18.903.143 es la cifra oficial–) sobre su contrincante y antagonista, quien, a su vez, en un lapso no mayor a la hora o a la hora y media de que se emitiera el resultado oficial, hizo pública la aceptación de su derrota, dando así por concluida la jornada con garantía plena de estabilidad civil y político-institucional.
Y fue una sorpresa sobre todo para ojos mexicanos, pues en nuestra experiencia histórica reciente (digamos que de 1988 al día de hoy), todo proceso electoral en México es en extremo problemático, errático, ambiguo y no siempre transparente (particularmente en las elecciones de 1988 y 2006), estando el sistema electoral en su conjunto permanentemente cuestionado, y no ya tanto en lo que atañe a los aspectos técnico-electorales sino sobre todo en lo que atañe a los momentos decisivos (en las elecciones presidenciales sobre todo) en donde la solidez institucional y política tiene que aparecer con toda su solvencia y firmeza por parte de la institución de arbitraje electoral: en 2006, el papel de nuestra instancia electoral, el IFE, tuvo un desempeño deplorable, y lejos de ser garante de neutralidad y objetividad, fue actor propiciatorio de incertidumbre política con resultados a la postre de todo punto desafortunados (la diferencia entre el «ganador» en esa elección, Felipe Calderón, y el segundo lugar, Andrés Manuel López Obrador, fue de tan solo 0.56%).
La ejemplaridad de las elecciones en el caso de Venezuela es en este sentido, y en resolución, incuestionable, sobre todo, repetimos una vez más, a la luz de la complejidad y nivel de antagonismo político e ideológico que, tanto a escala nacional como internacional: y atención con esto último, que Venezuela es potencia petrolera geoestratégica, cuestión que encierra buena parte de las claves de lo que ocurre dentro y fuera de ella; con un nivel de antagonismo que tanto a escala nacional como internacional, decimos entonces, determinan este proceso a través de cuyo cauce revolucionario se está reorganizando la matriz entera de los factores de poder del Estado (y en esto radica su factura revolucionaria) en función de la coalición estratégica (el régimen bolivariano) que se sitúa en el núcleo de la sociedad política y que hace girar en torno suyo al resto de las partes del sistema pero que, al compás del curso de su dialéctica política, organiza una arquitectura jurídico-constitucional de orden, estabilidad y duración: la República Bolivariana de Venezuela se constituye con arreglo a la disposición de cinco, y no tres, ramas del Poder Público Nacional, a saber, el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, el Poder Ciudadano (Ministerio Público, Contraloría General de la República y Defensoría del Pueblo) y el Poder Electoral (el CNE, en efecto). Una arquitectura cuya prueba de fuego consiste en permitir la recurrencia del sistema de modo tal que, con solvencia y legitimidad, en cada escrutinio electoral el régimen en cuestión logre mantenerse en el poder del Estado según las disposiciones legales de referencia (la reelección es una figura contemplada en la Constitución venezolana).
Y la legitimidad en este caso (en este último proceso electoral) se dibuja incluso en el terreno ideológico, pues el candidato opositor Capriles no tuvo otra opción más que presentarse también como un candidato -lo sea en realidad o no, eso no importa- «de izquierda», lo que representa sin duda un triunfo ideológico de la Revolución Bolivariana, que ha logrado un arrastre tal del que se deriva el hecho de que la geometría política, por lo menos en el nivel de discurso, gravite en torno de las coordenadas de la izquierda, mientras que en México, pongamos por caso, lo que se busca siempre en coyunturas electorales concretas –y muchas veces con un grado de miseria ideológica e histórica y con un raquitismo político verdaderamente lamentables– es acercarse «al centro», so pena de espantar y perder, así, el «voto de las clases medias» o de «los indecisos», distinguidos casi siempre y muy simpática y alegremente, los indecisos y las clases medias, por un muy peculiar y sintomático grado de imbatible analfabetismo político e histórico.
José Revueltas pondría las cosas, quizá, en términos de un indiscutible triunfo táctico objetivo, soportado materialmente por fuerzas en acción, según la tesis planteada en su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, de 1962, donde afirma que
«El factor básico de la táctica es esa medición de fuerzas en que se expresan, esencialmente, las relaciones de clase, porque de ahí se deriva (de esa medición de fuerzas) su objeto mismo: la obtención de la iniciativa, ese requisito de la victoria que consiste en obligar al adversario a dar la pelea en el lugar y el momento que uno elige. Pero si en lugar de que se actúe sobre las magnitudes que arroje esta medición objetiva de las fuerzas, la acción que se desenvuelve se apoya únicamente y por entero tan sólo en las intenciones del adversario, se habrá puesto de cabeza, se habrá subvertido el factor básico de la táctica, y aunque se puedan obtener, mediante este recurso, determinadas victorias parciales, esta o aquella ventaja local inmediata, la decisión de la batalla general se habrá comprometido muy seriamente.
Las intenciones del adversario siempre son secundarias, no constituyen nunca lo esencial en el trazo de la táctica: porque el adversario puede proponerse realizar una cosa u otra (y el que estemos enterados de ello con toda precisión, tampoco, en sí mismo, añade ventaja a nuestras posiciones), pero lo que decide, en última instancia, es la suma de factores que constituye la superioridad de las fuerzas en lucha. Cuando la táctica no se sustenta en la correlación de fuerzas sino en las intenciones del enemigo, entonces se prescinde de la conquista de la iniciativa y prácticamente de la victoria. En estas condiciones la táctica se rebaja a ese género en que el vulgo la confunde con la «astucia» y que se reduce a esperar las «oportunidades», el aprovechamiento de las situaciones y lo que pueda obtenerse mediante el chamarileo «diplomático» entre los «altos jefes». En esto, pues, ya no existe lucha de clases, y el factor básico de la correlación de fuerzas se sustituye por las componendas y el oportunismo. (José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, ERA, México, 1984, p. 84)
II
Otro de los aspectos que nos dejaron con una muy positiva impresión fue el papel que el Ejército tuvo en este proceso, a través del denominado Pla República, diseñado con el propósito de comisionar al Alto Mando Militar de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, encabezado por el Ministro del Poder Popular para la Defensa, General en Jefe Henry Rangel Silva, para tomar el control general en materia de seguridad, resguardo y orden civil durante todo el proceso electoral. En nuestro caso particular, habiendo sido, como decimos, la ciudad de Barquisimeto el sitio al que fuimos asignados en este Programa de Acompañamiento, tuvimos ocasión de observar la perfecta y armónica interrelación entre las autoridades civiles y militares para la puesta en operación del mencionado Plan, con resultados de todo punto satisfactorios a nuestro juicio.
Y es que parte de la transformación que precisamente está teniendo lugar a la escala de los factores fundamentales del Estado venezolano tiene que ver directamente con el Ejército y su papel como institución de orden republicana, y que, según testimonios que pudimos recoger, ha sido sometida a una reorganización radical en beneficio, primero, del cuerpo entero de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (fortalecimiento de la moral militar tanto de tropa como de altos mandos; redimensionamiento de la carrera militar a través del que se modifica el prestigio y dignidad pública del Ejército en el cuadro general de las instituciones estatales y que antes, al parecer, había llegado a un estado de deterioro notable marcado por un cierto grado de aislamiento y postración institucional del Ejército con relación al resto de la sociedad; activación de un nuevo protagonismo de las fuerzas armadas en tareas de emergencia o de excepcionalidad civil, etc.), y, después, nos parece, en beneficio de la sociedad política venezolana en su conjunto en un sentido atenido a la divisa platónica según la cual los distintos sectores de una sociedad política (y, entiéndasenos bien, sectores bien diferenciados en sus funciones y en sus estructuras jerárquicas de autoridad) se deben cada uno a una virtud fundamental: sabiduría, valentía, templanza, siendo la síntesis de todas ellas la alternativa más idónea para alcanzar de alguna manera, y siempre en el límite, la justicia.
Una anécdota puede ser elocuente a este último respecto: durante los dos días que pudimos estar en Barquisimeto un grupo de alrededor de siete u ocho acompañantes (provenientes de España, México, Bolivia, Costa Rica, Guatemala, Suiza y Argentina), con una agenda de actividades durante todo el día y magníficamente organizado por un grupo de jóvenes y muy profesionales miembros del CNE de Barquisimeto, estuvimos en todo momento acompañados por un comando de cuatro o cinco miembros de las Fuerzas Armadas venezolanas. Entre todos nos dieron un trato verdaderamente gentil, respetuoso y profesional, y como suele ocurrir en circunstancias de esa naturaleza, cuando el ánimo general de todos es positivo y de buena disposición, se termina por establecer relaciones más cercanas a la amistad y a la camaradería entre todos: ciudadanos venezolanos, acompañantes internacionales y miembros del ejército, al margen de las simpatías político-ideológicas de unos y de otros. En todo caso, el punto al que queremos llegar con esta anécdota ejemplificadora ocurrió cuando uno de los acompañantes, un querido amigo periodista proveniente de Argentina, hizo un comentario que, aunque lo haya dicho un poco en tono de nota a pie de página, no deja de ser en realidad significativo al momento de interpretarlo a la luz de lo que aquí queremos decir, porque su comentario fue más o menos el siguiente (entiéndase el antecedente del papel del ejército en la historia argentina): «nunca en mi vida me había sentado yo a comer en la misma mesa con un miembro del ejército».
Este proceso de transformación y de recuperación del prestigio público del Ejército venezolano se activó con la llegada del, precisamente, Comandante del Ejército Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela.
III
Ahora bien, nos parece que las condiciones históricas (corrupción y colapso del régimen político post-1958: Pacto de Punto Fijo, «caracazo» de 1989, Golpe de Estado fallido de 1992), los contextos (deriva neoliberal del Estado venezolano), los contenidos (Movimiento V República, referentes históricos: el árbol de las tres raíces -Simón Rodríguez, Ezequiel Zamora, Simón Bolívar-, bolivarismo, Socialismo del siglo XXI) y las circunstancias actuales (triunfo de Hugo Chávez en 1999 y permanencia y consolidación electoral y democrático-popular, crisis orgánica de 2002) de la Revolución Bolivariana de Venezuela son de sobra conocidos tanto por los lectores de El Catoblepas como por quienes tienen interés en acercarse a las fuentes de información necesaria para el caso que nos ocupa (información y fuentes que, de manera general y por lo demás, están a plena y libre disposición en internet). Esto nos excusa de alguna manera de detenernos en la exposición detallada de los mismos.
Digamos que solo aquél que no tenga en absoluto interés alguno en enterarse de las razones que explican una dialéctica tan compleja como la que determina el presente político venezolano puede mantenerse en un específico estado de ignorancia política, al margen de que se esté a favor o en contra del actual régimen, y al margen también de la crítica que se le pueda y deba hacer tanto al régimen bolivariano como, no se diga, a la oposición tanto externa como interna: a nosotros, con relación al régimen bolivariano, por ejemplo, nos parece peligroso, literalmente letal el acercamiento y al parecer simpatía que se tiene por el mundo islámico, conformado por regímenes políticos que no por ser revolucionarios, como el caso iraní, dejan por ello de estar a la extrema derecha de cualquier «derechona» occidental: y hablamos desde un punto de vista rigurosamente ateo y materialista. Entendemos en todo caso que las circunstancias geoestratégicas, es decir, que la dialéctica de las grandes potencias empujan a Venezuela a tener un papel protagónico en la geopolítica de poder petrolero (las reservas mundiales de petróleo quedarán en las décadas por venir circunscritas a la jurisdicción soberana de cinco naciones: Rusia, Irán, Irak, Arabia Saudita y Venezuela), y que en ese contexto concreto, el de la OPEP precisamente, no hay más que atenerse a los rigores más prudentes de la Realpolitik.
Nada tenemos en contra, faltaría más, de que Venezuela tenga ese protagonismo geopolítico, que nos parece sin duda fundamental. Nuestro único reparo se dibuja estrictamente en una escala que en el contexto de la guerra fría, con la Unión Soviética (atea y materialista, se supone) como centro de gravitación, organización y realización efectiva de la quinta generación de la izquierda (la izquierda comunista), no se tuvo en consideración y que hoy, sin la URSS en el mapa de potencias mundiales, se nos ofrece, nos parece, como un estrato de altísima relevancia y de altísimo grado de configuración problemática: la escala de las grandes religiones y de los sistemas filosófico-teológicos y de racionalidad que las vertebran. A nuestro juicio, en la inadvertencia de ese plano de configuración dialéctica se están cometiendo peligrosos errores de demarcación ideológica, considerando como «de izquierda» o «revolucionarias» a plataformas que precisamente a esa escala se nos aparecen a cientos de miles de leguas de cualquier sistema mínimo de racionalidad occidental. Dicho de otra manera, no por ser anti-imperialista o anti-USA o anti-Israel cualquier plataforma geopolítica es ya, en automático, o socialista o de izquierda o revolucionaria: muchas veces, como es el caso, puede ocurrir todo lo contrario, porque una cosa era que el epicentro anti-imperialista fuera Moscú, y otra muy distinta es el hecho de que, caída la Unión Soviética (atea, racionalista y materialista, digámoslo una vez más) como contrapunto geopolítico, el epicentro anti-imperialista se desplace a Teherán. ¿Cómo defender ahí el ateísmo materialista más riguroso y radical como el nuestro? Y que no quiera salírsenos al paso con argumentos anti-eurocéntricos, pues la idea filosófica de Dios es en realidad aristotélica, y de ahí abrevan las tres religiones fundamentales, las tres: el judaísmo, a través de Filón el judío, el cristianismo, a través de San Agustín, y el islam, a través de Mahoma.
En todo caso, remitimos a nuestros amables lectores a nuestro anterior artículo, aparecido en esta revista, titulado «El problema de México y los problemas de México» (El Catoblepas, nº 127, septiembre 2012, p. 4), en donde desarrollamos algunas ideas relativas a la necesidad de reajustar y redefinir, desde nuevas coordenadas y, sobre todo, a una escala con la potencia filosófica suficiente y a la altura de nuestro tiempo, las cuestiones vinculadas con los mapas ideológicos (izquierdas y derechas) y los sistemas filosóficos de racionalidad: véase también a este respeto nuestro artículo «Los tentáculos de Heidegger: derecha no alineada y derecha indefinida» (El Catoblepas, nº 102, agosto 2010, p. 4), en donde se comentan dos libros de altísimo interés para las cuestiones que nos ocupan, que son, de Víctor Farías, Heidegger y el nazismo y Heidegger y su herencia. Los neonazis, el neofascismo y el fundamentalismo islámico (este último editado por Tecnos, Madrid, en 2010).
Pero desplacemos las cosas a la última impresión de la que queremos aquí dejar registro, y que tiene que ver con la manera tan grotesca en que se distorsionan los reportes sobre lo que ocurre en Venezuela fuera de Venezuela. Particularmente en México las cosas son escandalosas, y creemos que así ocurre de manera casi generalizada en el resto del mundo (por lo menos occidental: no tenemos monitoreado al detalle la cobertura que, por ejemplo, se hace desde China). Un colega boliviano, por ejemplo, nos compartía sus impresiones en ese mismo sentido: cierta prensa y ciertos medios televisivos de Bolivia ofrecen retratos de Venezuela como si se tratara de una dictadura asiática de la peor categoría y de partido único (cuando lo cierto es que existen, según datos de 2010, un aproximado de 64 partidos políticos, entre nacionales y locales), y cuando en realidad lo que ocurre, nos parece, es un proceso muy similar al de México (nos referimos a Andrés Manuel López Obrador y al proceso político que está teniendo lugar en el Gobierno del Distrito Federal, gobernada actualmente por Marcelo Ebrard), con la diferencia fundamental de que Venezuela es una verdadera potencia petrolera y que a esa escala las tensiones y la afectación de intereses producida por un régimen nacionalista, soberano y anti-imperialista son de magnitudes mayores.
Se nos ha querido hacer creer que en Venezuela se vive con una prensa amordazada, y con un sistema de medios controlado completamente por el Estado, cuando lo cierto es que, por cuanto a la existencia de canales televisivos (y basta con buscar un poco esta información en internet: quien no lo hace es porque sencillamente no se quiere enterar del asunto), existen alrededor de 18 canales, diez de ellos privados y ocho públicos, y en algunos casos con una beligerancia abierta y frontal contra el gobierno de Chávez, como es el caso de la cadena Globovisión, cuyos contenidos (y el de todo el sistema de televisión venezolana en general) tuvimos oportunidad de monitorear durante nuestra corta estadía.
La Revolución Bolivariana, en definitiva, además de reorganizar como decimos los factores fundamentales del poder el Estado con el propósito de estabilizar nuevos equilibrios internos y externos, está desplegando también una serie de planes y programas de carácter social dirigidos a los sectores más empobrecidos de la población, prácticamente los mismos que se están poniendo en marcha desde el Gobierno del Distrito Federal en México (salud, vivienda, educación, atención a jóvenes). A eso, desde el gobierno de la ciudad de México, se le llama equidad o progresismo, en Venezuela se le llama socialismo o socialismo del Siglo XXI: esto es lo que no soporta la oligarquía venezolana e internacional y es lo que no le perdonan al presidente Hugo Chávez, a cuya crítica internacional, por cierto, se dedican, velada o abiertamente, personajes tan decadentes como Felipe González, Fernando Henrique Cardoso o Ricardo Lagos (en México el campeón de esa crítica es Enrique Krauze), la plana mayor de la igualmente decadente socialdemocracia internacional (la Internacional Socialista), como tuvieron ocasión de hacer durante su participación en el foro Palabras para Venezuela: visiones de una economía con rostro humano, organizado por el Banco Banesto en los primeros días de octubre, en la víspera de las elecciones, como un intento de perfilar una contra-propuesta «humanista» o con «rostro humano» al socialismo del siglo XXI pregonado por el régimen bolivariano (la cursilería que, por lo demás, se destila de toda esta fraseología es verdaderamente irritante cuando proviene de muchos exjefes de Estado convertidos en magnates empresariales globales, como es el caso del señor Felipe González, feliz y progresista socio de Carlos Slim).
En resolución, como hemos dicho al comienzo de esta entrega de Los días terrenales, volvemos de nuestra visita a Venezuela con ángulos de visión renovados, y con evidencias empíricas recogidas para nutrir y ampliar y ajustar nuestros marcos de análisis y crítica, animados además personalmente por el pulso cívico que pudimos recoger de una sociedad que, en su conjunto, está llena de vitalidad política (¡votó un 80% del padrón electoral!) tanto por parte de los que apoyaron a Chávez como de los que apoyaron a Capriles: a este respecto, recuerdo en estos momentos a un ciudadano de Barquisimeto, seguidor de la Mesa de Unidad Democrática, y que al parecer era funcionario del centro de votación, que se comportaba con toda serenidad y respeto, mostrando una civilidad en verdad notable y ejemplar (a diez años de que se intentó un Golpe de Estado manejado de manera facciosa y caracterizada por la mentira sistemática); y lo mismo ocurrió del lado contrario: en Caracas, cuando visitamos uno de los centros de votación un par de días previos a la jornada electoral, tuve ocasión de conversar brevemente con un médico, militante convencido del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), este sí humanista pero en los hechos (no mencionó la palabrita, pero sí me explicó la pasión que le imprime a su oficio que modesta y anónimamente desempeña como médico en Caracas), y no como los magnates empresarios globales multimillonarios socialistas progresistas con rostro humano, al estilo de Felipe González, que con toda serenidad y convicción me comentaba, el médico militante del PSUV, que no volverán a permitir que quieran sacar por la fuerza a un presidente, Chávez, que es votado y respaldado legítima pero sobre todo mayoritariamente por el pueblo de Venezuela. Esta vitalidad dialéctica y contradictoria es la que fortalece, según Maquiavelo, a una sociedad política, pues es en ese carácter contradictorio y antagónico de donde brotan las fuentes de su madurez histórica, y que hace que, para decirlo ahora con Marx, el buen bebedor de cerveza de las tabernas alemanas pase a convertirse en un ciudadano histórico alemán.
A mi llegada a Venezuela, en el trayecto del Aeropuerto Internacional de Maiquetía «Simón Bolívar» a la ciudad de Caracas, pude advertir con nitidez, en uno de los primeros puentes por los que cruzamos a la entrada ya de la capital, una pinta con la frase Nuestra Patria es América. En esta frase se compendia toda la potencia histórica de la Revolución Bolivariana, que la sitúa de inmediato en un arco de continuidad histórica y de filosofía de la historia de gran complejidad, toda vez que una variable continental o internacional está incorporada orgánicamente, dentro de la dialéctica política, como una variable nacional, y con un arrastre ideológico de radio de alcance continental literalmente único y que, por tanto, no debe desaparecer. Esto hace de Venezuela uno de los países más interesantes, intensos y contemporáneos de nuestro presente. La gente tan fantástica que tuve oportunidad de conocer me lo confirma. Espero sinceramente que no haya sido esta la última oportunidad que tenga de convivir con ellos. Porque así como Venezuela ha decidido no abandonar a Cuba, nosotros, mexicanos, tal es mi convicción, no podemos darle la espala ni a Cuba ni a Venezuela. Nuestro pasado revolucionario nos lo exige.
La clave está en el siglo XIX. En Panamá y en Tacubaya, ciudad de México…