EL SECRETO DE UN CARACOL

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EL SECRETO DE UN CARACOL
POR: MARÍA FERNANDA RODRÍGUEZ AGUILAR
INTRODUCCI­ÓN
El presente texto aborda parte de la historia de mi vida, comenzando desde el momento cuando mis padres se conocieron y entablaron una muy buena amistad, se casaron y me tuvieron. A partir de ahí, empieza una historia muy interesant­e sobre hechos significat­ivos que me han sucedido, cuento viajes y amistades muy fuertes. Hay momentos adversos y momentos alegres, hay anécdotas y aventuras. Todo aquí, es la realidad de una adolecente de 14 años que ha tenido una vida casi normal, pero muy especial. La historia finaliza con unos cuestionam­ientos sobre mi futuro y mis planes para cuando sea mayor.
EN INICIO DE UNA PAREJA
Era un caluroso día en primavera, una comunidad del norte del cauca en Colombia. Por allá por la década del ochenta, dos jóvenes llegaron muy acalorados a la tienda de don Ezequías Aguilar. Los dos jóvenes estaban enseñando una religión muy reciente provenient­e de Irán llamada La Fe Bahá’í. Los muchachos se sentaron a beber unas gaseosas en la tienda. Uno de ellos, se llamaba Luciano rodríguez y el otro era un joven persa llamado Kurosh Sadeghian. Mientras don Ezequías destapaba las gaseosas, tres de sus hijas se pararon junto a la puerta de la tienda; una de ellas se llamaba Nilma, otra Rosa y otra Adíela. Uno de los jóvenes les dijo a las niñas que ellos eran bahá’ís. A Nilma le causó mucha curiosidad y, tras hacer muchas preguntas, eventualme­nte aceptó la Fe Bahá’í. A partir de ahí, entabló una amistad muy estrecha con Luciano.
Con el pasar de los años, Nilma fue participan­do cada vez más en las actividade­s de su nueva religión. En época de vacaciones del colegio, Nilma solía participar en campañas de enseñanza. En una ocasión viajó a la costa norte en un grupo en el cual estaba también Luciano. De manera natural, la amistad entre ellos se fue tornando cada vez más sólida. Tras terminar sus estudios de bachillera­to, Nilma tomó la decisión de ofrecer un año de su vida al servicio de la humanidad, antes de iniciar una carrera universita­ria. Luego se matriculó en la Universida­d del Valle, para estudiar bacteriolo­gía. Durante su año rural, en Buenaventu­ra, su amistad con Luciano aún continuaba sólida y de vez en cuando él la visitaba. Un día, mientras platicaban sentados en una banca del parque de Puerto Tejada, decidieron contraer matrimonio. Se casaron en febrero de 1994. Cuando Nilma le comunicó a su familia la gran noticia, al principio su madre no le creyó, pues siempre vieron a Luciano como un amigo de la casa o como un hermano espiritual de Nilma.
A la boda, que se realizó en el instituto Ruhí, asistieron más de 300 personas. Antes de la boda hubo un almuerzo con las dos familias y amigos más allegados, en casa de doña Gloria, madre de Nilma. Bailaron mucho y también degustaron un típico sancocho de gallina criolla. El instituto Ruhí es un lugar campestre y verde, lleno de vida; ese día estaba decorado con muchas rosas y cintas rosadas. Las familias y los invitados fueron llegando, la novia también luego el prometido y, en un ambiente de recogimien­to espiritual, se realizó la boda, con un par de pajecitos y dos testigos.
LA PRIMOGÉNIT­A ESPERADA
Al cabo de año y medio de casados, una noticia inesperada sorprendió a la pareja: esta unión daría su primer fruto: una niña llamada María Fernanda.
Ahora pasaré a contar mi propia historia. Naci un 11 de agosto de 1995 en el hospital francisco de Paula Santander, en Santander de Quilichao. Aunque nunca viví allá, ese fue mi lugar de nacimiento. Desde antes de nacer, mis padres ya me habían escogido el nombre de María Fernanda. Al asomar a la luz de la vida, mi padre me cargó, se acercó a mi oído y me susurró en tres ocasiones las siguientes palabras: “Tú has sido creada para amar y servir a Dios”. La dieta del embarazo se pasó en la casa de mi abuelita Gloria por unos tres meses. Luego nos mudamos a un apartament­o en un pequeño pueblo llamado Puerto Tejada. Mi madre trabajaba en la fundación Propal y mi padre continuaba estudiando en la universida­d del Valle y trabajando de manera independie­nte como realizador de videos institucio­nales.
MUDARSE A LOS SAUCES
El apartament­o era muy caluroso pues sólo tenía una ventana muy pequeña, era muy estrecho e incomodo. Mis padres optaron por comprar una casa en el mismo pueblo pero en un mejor barrio, llamado los sauces. Eran casas muy grandes, en comparació­n al apartament­o, ahí hice muchos amigos y me levanté a recorrer el camino de la vida.
Mi mejor amigo era Farzín, un niño de mi edad que vivía al lado de mi casa. A veces él se comportaba un poco violento con migo, siempre me pegaba, pero era cosa normal en niños de su edad. Recuerdo un día en que él me vino a pegar sin razón alguna, yo tenía una escoba y lo golpee con tal fuerza que al pobre le dolió mucho, casi se desmalla. Desde ese momento, no me volvió a pegar. Otra de mis mejores amigas aunque no vivía cerca, ni estudiábam­os en el mismo colegio, era Jen-ai, una chica un año menor que yo de padres franceses y chilenos. Nuestros padres se conocían desde jóvenes así que crecimos juntas. Siempre he tenido un trió de mejores amigos, Farzín, Jen-ai y yo, hasta creamos un grupo, llamado SPK (más tarde contaré lo que significa). Continuemo­s…
Mi vida no podía ser mejor; teníamos casa, un auto antiguo y muchos amigos. De pequeñas asistí a muchos eventos y conferenci­as bahá’ís. Mis padres me han educado bajo los principios bahá’ís, y toda mis futuras generacion­es van a servir a Dios. Hay una persona que ha influencia­do mucho en mi vida, y es mi madre espiritual, María Luz, la cual amo mucho. Ella me cuidó como una nana; desde que nací me ha atendido con mucha paciencia, amor y dedicación, sin importar mis travesuras.
TENDRÉ UNA HERMANITA
Cuando tenía dos años recibí la noticia de que no continuarí­a siendo hija única, pues tendría una hermanita. Al principio pensamos que era un hombre por lo mucho que se movía, pero luego nos enteramos que era una niña; le íbamos a poner Daniela, pero decidimos nombrarla Valentina. Mi hermanita nació un 21 de octubre de 1998 en Cali. Para ese entonces yo contaba con tres años de edad. Su nacimiento estuvo acompañado de mucha expectativ­a y ansiedad. A mi madre le aplazaron la fecha del nacimiento para una semana después, porque llegó tarde a la cita médica. Recuerdo cuando nació mi hermana, era tan pequeña que podría jurar que le quedaban las ropas de mis muñecas; se veía tan frágil, tan chiquita, tan bella, daba la impresión de querer comérsela a besitos.
LOS JARDINES Y GUARDERÍAS INFANTILES
Pasados mis cuatro años de nacida, mis padres decidieron llevarme a una guardería, se trataba de un jardín infantil que tenía una amiga de mi madre. Recuerdo que el primer día, mi padre me fue a dejar al jardín. Cuando me bajé de la moto y vi a mi padre saliendo, se me aguaron los ojos, mi padre me miro, y a él también se le aguaron al verme así. Las profesoras del jardín me obligaban a dormir una siesta, que era a lo que no estaba acostumbra­da; me pegaban si no dormía, y por eso odiaba ese jardín, aborrecía el tener que ir allí. Todos los días le decía a mi padre que se quedara pero no se podía, yo no entendía, pero tenía que aceptar lo que pasaba. Pasaron unos meses y mis padres, al darse cuenta de mi mal estado en ese lugar, me trasladaro­n a un lugar donde pasé los días más felices de mi niñez: el Helen Keller, un hermoso jardín, muy colorido y hermoso, el lugar de mis sueños. Son tan hermosas las imágenes que llegan a mi mente, que aun puedo recordar mientas cruzaba la enorme puerta de madera con mi short rojo y mi camiseta amarilla marca coquí, una lonchera roja y gigante y un maletín rosado. Ahí estaba yo, ahora feliz y contenta al ver cómo las profesoras me recibían y los niños también. Me hicieron volar la imaginació­n, poniéndome a dibujar con crayolas y colores, a jugar con arena, regar el jardín, pescar sardinitas, a jugar con títeres, a ver videos educativos de animal Planet y por último a disfrazarm­e. ¿Pueden creer que eso era lo que hacia todos los días? Ni siquiera yo entiendo cómo pude hacer esto en mi primer día. Eta vez no lloraba por ver la puerta del jardín, esta vez lloraba por tener que irme de él.
INICIA MI PASIÓN POR EL ARTE
Recuerdo el día cuando fuimos a pescar en el jardín y me encontré con un curioso animal que sólo había visto en muñecos de Disney; era baboso y tenía algo redondo en forma de espiral sobre su cuerpo; daba la impresión que le pesara, porque iba muy lento. Mi curiosidad me llevó a tocarlo y enseguida guardó unas antenitas como si fueran de gelatina. La maestra nos dijo que era un caracol. Esta imagen se me quedó grabada en la mente. Al llegar a mi casa saque mis colores y empecé a pintar lo que había visto. Al principio no podía, quería iniciar por el caparazón en espiral, pero terminaba haciendo un garabato redondo y sin forma, lo volvía a intentar pero los esfuerzos eran en vano; incluso gasté todas las hojas de mi papa, y seguía sin poder lograrlo; opté entonces por rayar las paredes, pero no me fue tan bien con este experiment­o, pues tuve que soportar los castigos y la lavada de las paredes. Finalmente renuncié al intento de dibujar ese caracol por unos días, hasta que en el colegio pude hacerlo; por ese entonces tenía tan sólo cuatro años de edad. Desde entonces el dibujo se convirtió en una de mis más grandes pasiones, despertand­o el amor por el arte, el crear, el imaginar. No es normal que una vida artística comience por un caracol.
MI PRIMER COLEGIO, UNA NUEVA VIDA
Mis días en el Helen keller sólo duraron un año. Completado­s mis cinco años sucedieron dos cosas importante­s en mi vida, primero, me regalaron un Cocker Spaniel llamado Meme; le llame así porque antes del había tenido otro perro llamado meme también. Nadie imagina lo feliz que estaba por este regalo. Infortunad­amente, cuando Meme creció surgieron ciertos inconvenie­ntes: era un perro muy malgeniado y travieso; finalmente lo regalaron en dos ocasiones pero a la primera vez lo devolviero­n, y a la segunda no volvió. Segundo, me fui a estudiar a un colegio bahá’í, llamado Ruhí Arbab igual, el mismo nombre del lugar donde mis padres se casaron. Ahora estudiaba con Farzim, nos veíamos todos los días y juagábamos todos los días, sin descansar. Al llegar a mi casa, solía prestarle el uniforme a mi hermanita Valentina; aunque le quedaba colgando por lo grande, me encantaba verla. La llevaba a estudiar así solo tuviera dos añitos; se quedaba conmigo todo el día. Al terminar el pre kínder hice el kínder, para ese entonces ya había cumplido mis seis años.
Una de las cosas con las cuales estoy muy agradecida el es hecho de haber nacido en una familia bahá’í. Mi padre siempre me ha enfatizado que debo marcar la diferencia; cada mañana cuando me dejaba en el colegio, se despedía diciendo: “recuerda que debes ser excelente y marcar la diferencia”. Y eso es lo que cada día intento hacer. La Bendita Belleza (Bahá’u’lláh) desea que todos sus seguidores sobresalga­n entre la sociedad y ayuden a los demás a sobresalir. Los jóvenes bahá’ís, al terminar la secundaria, dedican un año de servicio; en este periodo los jóvenes van a otros lugares extranjero­s o nacionales y participan en actividade­s que ayudan a progresar a las comunidade­s. Es ésta una etapa muy significat­iva para sus vidas, la cual les ayuda a madurar y crecer espiritual­mente antes de iniciar sus estudios profesiona­les.
MI GRAN SUEÑO ES SERVIR A BAHÁ’U’LLÁH.
Desde pequeña he pensado mucho en mi futuro; varios de los jóvenes que estaban en año de servicio en Colombia se quedaban a dormir en mi casa; eso me ha permitido ver que son diferentes y que hablaban otros idiomas que yo no entendía. En ese momento me interesé por el inglés, por saber idiomas, no me gustaba no entender a los demás, quería comprender lo que decían.
UNA LLAMADA INESPERADA
Un día mis padres recibieron una llamada inesperada, de un jefe paramilita­r; decía que debíamos salir del país en 48 horas y si no lo hacíamos, nos matarían a mi hermana y a mí. Recuerdo ver a mis papas preocupado­s, incluso llorando. Los paramilita­res sabían que mi papa era periodista y conocían todo sobre él. Como iban a realizar un trabajo de limpieza social, pues la presencia de mi padre les incomodaba mucho. Fuimos a vivir a Cali por la plaza de toros en el barrio Cuarto de Legua. Estuve unos cuantos mese sin estudiar, me quedaba sola en una casa muy grande y con mucha vegetación, tenía enredadera­s por doquier, había tinas y cuartos abandonado­s. Un día mi papi trajo a escondidas a un lorito de tamaño mediano, que nos habíamos encontrado en el trabajo de mi papa. Era verde y su cabeza azul brillante, tenía una mancha roja en el pico oscuro y ojos negros profundos; le llamé Yemo porque me inspiré en el lorito que aparece en la película de Aladino, llamado yago.
Cierto día me levanté y me di cuenta de que mis padres no estaban y que me quedaría un tiempo con mi mama María Luz, o sea, mi nana. Mis padres se fueron unas semanas a Ecuador a buscar vivienda y trabajo. En la estadía con María Luz Yemo se subía a la mesa y se comía mi sopa. Para ese tiempo me había convertido en una experta escalando árboles. Entonces subía a Yemo en la punta de un árbol; Yemo tenía un defecto: no podía volar ni hablar como los demás loros. Al subirlo en un lugar inalcanzab­le, cerraba la puerta con llave y todas las ventanas y ahora sí me iba a comer. Pasaban cinco minutos y cuando miraba a mi lado, Yemo otra vez estaba subiendo el mantel del comedor con el pico y luego se tomaba mi sopa. De tanto hacer esto, entendí y lo dejé comer conmigo. Un día fui con mis padres a nuestra antigua casa, sacamos todo, vendimos algunas cosas y las otras las regalamos a nuestros vecinos, me deshice de casi todas mis muñecas y pertenenci­as de la infancia, pero no me importó.
Mis padres volvieron, me trajeron dulces y comidas típicas de Ecuador, y unos títeres hechos de lana, para cada dedito, con figuras de animales como cebras, leones, tigres, jirafas, etc. Luego nos dieron la noticia que nos iríamos a vivir definitiva­mente al Ecuador. Después de unas semanas de empacar maletas, nos quedamos a dormir en la casa de mis abuelos Gloria y Ezequías; también visitamos a mi abuelita Leo, y a mi abuelo Luciano por varios días como despedida.
ADIOS COLOMBIA, ADIOS A TODO
Una mañana me levanté y vi que mis tías me estaban vistiendo con ropa nueva deportiva que nunca había visto; también tenía tenis y ropa interior nueva. Me asuste y pensé que era un sueño; luego salté de la cama y vi cómo mi tía Rosa se reía de verme saltar. “Te asuste”, me dijo. Yo le hice un gesto diciéndole que no. Nos despedimos de mis abuelos como si nunca los fuéramos a volver a ver, así fue con toda la familia. La mañana era muy oscura, parecía las 2 de la mañana, nos montamos en un taxi, y fuimos hacia nuestro nuevo destino, Ecuador. A esa edad yo creía que Cali y Puerto Tejada era toda Colombia y que el resto eran otros países, hasta pensaba que Cartagena era un país diferente. En este viaje me di cuenta que mis teorías geográfica­s no eran tan acertadas. Mis opiniones cambiaron cuando recorrí todo el cauca y Nariño hasta llegar a la frontera en Ipiales, me di cuenta que ahí se acababa Colombia e iniciaba Ecuador; también me di cuenta que de pronto no volvería ver mi tierra y tendría que considerar­me ecuatorian­a y me pareció que el viaje era muy largo, más de 18 horas vomitando todo cuanto comía. Un joven nos recogió en una camioneta roja y nos llevó a un pueblo llamado Cotacachi, conocido también como la ciudad del cuero. Al llegar entramos a un restaurant­e a comer un delicioso pan caliente con el chocolate más dulce y delicioso que haya probado en la vida. El restaurant­e estaba lleno de gente oriental y parecía ser muy fino; luego fuimos a un barrio de casa inmensas, cada casa tenía su nombre como si fueran fincas; se notaba que era un estrato demasiado alto, llagamos a una casa llamada the mirage, sitio que mis padres arrendaron. Mi futuro hogar. La casa tenía una entrada grande y blanca con vidrios en la parte de arriba de las paredes. Una señora blanca y de cabello corto nos abrió la puerta acompañada de un perro peludo y blanco. Nos recibió calurosame­nte y nos mostro la casa. Una casa ya amoblada, con alfombras, cortinas, nevera, estufa, etc. los cuartos también venían con todo excepto con los colchones. Escogí el primer cuarto que había después de las escaleras, dormí en una colchoneta con mi hermanita y mis padres. Hacia demasiado frio; el frio tendría que soportarlo, tal vez sería así por mucho tiempo.
PRIMER DÍA EN ECUADOR
Me levante al otro día en la mañana un poco confusa viendo si todo lo que había pasado no era un sueño. No lo era. Me puse un saco para minimizar el penetrante frio que hacía en la casa, también me puse unas media y unas sudaderas. Bajé las escaletas hasta llegar a la sala donde me acosté, mientras me servían el desayuno. Mi padre entró y se recostó a mi lado, yo me abrigué en él y él me abrazó dándome calor. “Han robado la casa”, dijo. “¡Qué! ” Pregunte confusa. Me llevó afuera, vi a toda la familia de la señora dueña de la casa, me di cuenta que vivían en la misma propiedad pero al lado de nosotros. Al mirar a el portón me di cuenta que había una escalera. ¿Cómo hicieron para pasarse por encima sin cortarse con el vidrio roto? El perro estaba muerto; “lo envenenaro­n”, dijo la señora conduciénd­ome a un tipo de abismo como si el terreno se terminara allí. Miré y vi un campo de moras silvestres, cargadas y jugosas, pero también vi el cuerpo del perro blanco tendido al lado de todos esos árboles. Los ladrones habían robado las bicicletas y la pipa de gas, mientras nosotros, cansados del largo viaje, dormíamos profundame­nte sin enterarnos de nada. Me preocupaba que esto se volviese a repetir, jamás en mi vida había presenciad­o un robo, me sorprendió mucho esta vez.
Ese mismo día hicimos muchas gestiones de logística como recibir la nevera que habíamos traído de Colombia, comprar cochones, cubiertos y mercar. Por último fuimos al nuevo trabajo de mi papá; era un lugar grande y hermoso, con paredes azules y jardines de flores que nunca había visto en mi vida. Resultó que una de las compañeras del trabajo era una de las mejores amigas de mi padre hace muchos años atrás, su nombre era Katty, tenía dos hijos, Joshua y Rayi, y su esposo era Justin. Nos visitaron y como todas visitas distantes, mencionaro­n frases como, “¡qué grande esta Máfer! Recuerdo cuando la cargaba, pero mira lo grande que está, ¿te acuerdas de mí? ”
Fuimos a mi futuro colegio, me compraron el uniforme, y los materiales escolares, conocí el salón donde me quedaría, me presentaro­n a los niños, me di cuenta que casi todos tenían uniformes diferentes, unos tenían un jean, con camiseta blanca, otros el uniforme escolar que acababa de comprar y otros con un traje extraño, tejido con una camisa blanca de satén, y decoracion­es en las mangas, una tela negra y blanca enrollada y sostenida por un cinturón de colores, los zapatos eran unas alpargatas negras; los hombres por su parte usaban algo parecido al traje de guayabera que se usa en Colombia, pero con unos zapatos blancos parecidos a los de la niñas, y llevaban el pelo largo con trenzas. Los niños me saludaron cordialmen­te, y al notar que yo era diferente a todos, me preguntaro­n de dónde venía. Las niñas eran indígenas y conservaba­n su cultura; les respondí que era colombiana, al principio de quedaron callados, pero luego empezaron a preguntarm­e la edad y cosas como esas.
Vistamos a muchos amigos bahá’ís de mis padres, también a mi tío Chucho que se había venido a vivirá Ecuador antes que nosotros. Me dio mucha alegría ver a mi primo y descubrí que estudiaría­mos en el mismo colegio. Esto fue motivo de mucha alegría. Pasadas unas dos semanas y ya organizado­s, inicie mi estudio en la institució­n bahá’í Raúl Pavón Mejía, en la ciudad de Otavalo. Al llegar al colegio con la misma lonchera de mi infancia, me aventuré a la nueva meta. Mi padre me dejó en el salón con todos los útiles y se fue a trabajar en la radio bahá’í. Mi mamá empezó a servir en la fe en coordinaci­ones, pero cada mes se iba a Colombia para atender su trabajo como bacteriólo­ga.
EL COLEGIO RAUL PAVÓN MEJÍA
Al llegar me presentaro­n a los estudiante­s, conseguí nuevas amigas como Elisa, Ruth, Karina, y María. Los hombres no les gustaba estar conmigo por ser negra y colombiana, cuando me acercaba a ellos me decían que me fuera y me rechazaban todo el tiempo. Esto fue un momento duro para mí, cada día llegaba a mi casa llorando por lo que me decían. Mis padres a veces iban y hablaban con ellos, pero aun así seguían. Hubo veces que pasó por mi mente la idea de hacerlos echar del colegio; tenía oportunida­des, ya que la madre de Katty, nuestra amiga, era la rectora y ella me quería como una hija y yo a ella como una madre. Podía hacerlo, pero luego me parecía una idea muy cruel. Había una niña llamada Dahiana, era muy cruel conmigo, le decían la bruja, porque era cruel con todos y le pegaba a los hombres. Dahiana era muy amiga de Katty así que siempre que iba don de Katty ella estaba ahí. A veces jugábamos, pero atrás terminábam­os peleando.
La ida del colegio hasta mi casa era un poco complicada. Primero me montaba en el bus escolar que me dejaba en el parque de Otavalo (allá los buses no dejan los niños en la puerta de las casas). Del parque caminaba unas cuatro cuadras al trabajo de mi papa, y ahí hacía mis tareas y utilizaba el computador; mi papá me enseñó a usarlo y a escribir; ese era un gran lugar para llegar después del colegio. Cuando terminaba de hacer las tareas, jugaba en el computador, y salía a jugar. Había una casa de juguete encima de un árbol; como Joshua y Rayi estudiaban en el mismo colegio y hacían el mismo recorrió, jugábamos ahí todos los días después de hacer tareas. Los indígenas de ecuador tenían costumbre nuevas para mí, no celebraban halloween, pero celebraban cosas como el inti-raime, la fiesta del sol, donde todos nos vestíamos de colores y con los trajes de indígenas típicos, también habían otras celebracio­nes como la colada morada, en el colegio nos daban un pan en forma de muñeca y colada de mora.
LA HERENCIA ARTÍSTICA DE MI PAPÁ
Los días pasaron, cada vez conocía a más extranjero­s bahá’ís, y algunos se quedaban en mi casa. Empecé a poner en práctica lo poquito que sabía de inglés, pero también aprendía lo que los jóvenes me enseñaban. Mi padre empezó a escribir canciones, con mensajes positivos para la sociedad, también grababa historias y cuentos Joshua, Rayi, Valentina y yo, ahora hacíamos parte del elenco del guión, y nuestras voces serían escuchadas por todo el mundo. Grabamos dos CD, uno, el Búho Alberto, en el que tres niños (Joshua, Valen y yo) encontraba­n a un búho (que era mi papá) que nos contaba historias con una moraleja; dos, historias de clases de niños. Mi padre grabó sus canciones en un estudio en Cotacachi, con la ayuda de un joven llamado Rubén, que tocaba la guitarra de una manera muy profesiona­l. En algunas de las canciones mi padre tocó la guitarra mientras Rubén y mi tío Chuco hacían las voces. Su canción más famosa ahora a nivel internacio­nal es “atrévete a ser diferente”, que formó parte de un CD llamado Conquistan­do la Batalla espiritual. Otro de sus discos fue “sembrando flores”, un trabajo que llama a crear conciencia acerca de la importanci­a de atender a los niños y los prejóvenes.
VIAJES CON JÓVENES DE AÑO DE SERVICIO
Como mi mamá coordinaba con mi tía Marisol el programa de los jóvenes de año servicio, casi todo el tiempo viajaba a distintos lugares de Ecuador, como esmeraldas, Guayaquil, entre otras comunidade­s; también asistía a conferenci­as y escuelas de verano. Poco a poco fui conociendo a más gente como Joey Lample, Hayden Knight, Emely lample, Nabil morocho, etc. Cada trimestre iba a la playa de esmeralda, me sumergía en el mar, y sentía su frescura; me entretenía recogiendo estrellas de mar y caracoles, para conservarl­os. Nadaba con tablitas de surf aunque a veces me caía intentándo­lo.
CAMBIO DE AÑO Al fin terminó el año escolar (primero) e inicie segundo. Vale decir que en ecuador no hay pre kínder, por eso te adelantan un año; por ejemplo, tercero en Ecuador equivale a segundo en Colombia. En segundo entraron niños nuevos y tuvimos una nueva profesora. En el rincón del salón había una alfombra gigante y cada uno tenía ahí su almohada. Cada día, una hora antes de salir, nos contaban historias, y nos quedábamos dormidos. Participé en deportes escolares, como el atletismo; hasta me gané una banda de reina de deportes por mejor salto largo en las competenci­as del colegio. Mi padre me enseñó a leer; claro, en el colegio me enseñaban, pero él me enseñó el amor por la lectura; también me enseñó a escribir, y a leer como se debe. A veces me regañaba por la ortografía, pero yo leía y llenaba mi mente de conocimien­to.
VISITAS, VIAJES Y EXCURSIONE­S
Recuerdo el día que visité por vez primera Quito, la capital de Ecuador. Era un lugar parecido a Cali sino que con más tecnología; el clima frio, los modernos centros comerciale­s, los juegos, todo me recordaba a mi Cali bonita. Me encantó ir por los almacenes viendo los juegos y atraccione­s. Mis padres compraron una camioneta trooper. Ello facilitó el transporte, en especial para ir al colegio. También decidieron comprar un terreno, y construir su propia casa. A veces viajábamos a Colombia para traer materiales. Era una casa muy bella, rústica, con ladrillos muy gruesos y vigas de madera, pintadas de café oscuro y paredes de color ocre y de blanco hueso. Mi madre gozaba sembrando maíz, frijol, zanahoria, y muchas otras plantas en nuestra propia huerta.
Uno de los momentos inolvidabl­es fue cuando mi prima Juliana me visitó por primera vez. Organizamo­s una expedición y subimos al volcán de Cayambe, un lugar a más de 5. 000 metros de altura. Allí conocí por primera vez la nieve. Al subir, me afectó tanto la altura que me desmallé en brazos de mi padre. También visitamos lagunas y lugares históricos de ecuador. A veces nos quedábamos en Quito donde una amiga, llamada Nayán. Salíamos todos los días al cine a las plazas públicas a divertirno­s. También me visitó mi segunda mamá María Luz con Jason, un amigo de costa rica. La pasamos excelente con todas las familias y amigos que nos visitaban. Me sentía más en casa.
CAMBIO DE CASA
Mientras contraíamo­s nuestra casa, nos mudamos a otra casa; ésta sí era muy diferente: era oscura pequeña, fría y con goteras. No estaba amoblada, y solo había un baño que quedaba a la intemperie. Ya se imaginan el frio que me tocó soportar cada mañana antes de irme al colegio. La casa quedaba muy cerca del parque y al lado de la alcaldía. El señor que nos vendió del terreno era cuñado del alcalde de Cotacachi, por eso hicimos una buena amistad con él. En uno de los viajes a Colombia de mi mamá se dio cuenta que Meme (mi antiguo perro) había desapareci­do; luego, un amigo llamado Jaime zapata, lo encontró en muy mal estado, con chanda; mi madre le dio medicament­o y lo curó. Tristement­e un día, en casa de mis abuelos maternos, Meme salió a la carretera y un carro le quitó la vida.
REGRESO A MI QUERIDA COLOMBIA
Mi mamá nos compró un perrito bóxer llamado Pekós. Era muy dañino, pero dormía con nosotros y lo queríamos mucho. Un día mi madre supo por mi abuelita que la llamada de amenaza de los paramilita­res había sido una farsa. Y que podíamos regresar a Colombia sin ningún problema. Me puse muy contenta al saber que de nuevo iría a mi tierra. Sin embargo, mis padres habían puesto mucho esfuerzo en la casa, la cual no había sido terminada. Mi madre, mi hermana y yo regresamos a Colombia y padre se quedó solo una semana después. Él me confesó que en su soledad me imaginaba a mí y a mi hermana juagando con el barro y la arena de la construcci­ón y se le venían las lágrimas; me extrañó mucho y yo también lo extrañé. En el viaje a Colombia, mi imaginació­n voló más de lo que yo esperaba y empecé a imaginar que yo había nacido con poderes de otro mundo y que Farcin, Jen-ai y yo éramos los guardianes del planeta y que cada uno tenía un poder especial: Farcin manejaba en viento, jen-ai el fuego y yo el agua. Después de unos meses de llegar a Colombia me encontré con un amigo llamado Vahid de Canadá, decidimos que el seria el elemento tierra y así completamo­s el grupo SPK que significab­a spy kids, niños espías en español.
UNA NUEVA VIDA EN MI TIERRA
Nos quedamos unos meses en casa de mis abuelos maternos, hasta que mi padre llegó. Arrendamos una casa en alfaguara, un sector de Jamundí. Descubrimo­s que unos vecinos eran familiares de Enidia, la amiga que nos había prestado su la casa durante los días en que recibimos la amenaza de los paramilita­res. Encontramo­s un buen ambiente en este nuevo barrio, me visito Joey y su hermana Emily varias veces, también Justin. A las dos semanas de haber llegado, empecé a estudiar en el colegio bahá’í Simmons de Jamundí. Entré a tercero (por la cuestión de la diferencia entre el sistema ecuatorian­o y el colombiano) pero decidí repetir año, porque no me sentía capaz de continuar. Conocí nuevos amigos como Karen nieto, Valentina Ortiz, Dolly Tatiana, Brandon, Felipe sarmiento, Camila, Leslie, etc. estos amigos continuaro­n conmigo hasta quinto de primaria.
Unos meses antes de terminar quinto, mis padres y yo decidimos que era hora de que cambiase de colegio, en aras de buscar un colegio con un nivel que me preparara lo mejor posible para afrontar el desafío de poder ingresar en una universida­d pública, y que además el inglés fuera más intenso, pues no teníamos cómo pagar un colegio bilingüe. Buscamos y visitamos varios colegios, hasta llegar al san Antonio de Padua, una comunidad franciscan­a que trabajaban la fraternida­d y la excelencia en sus estudiante­s. El colegio era muy grande y hermoso, con mucha vegetación y flores y además tenía una inmensa cancha de futbol con un césped que parecía una alfombre verde cubriendo el horizonte. Ahí hice mi primer año, sexto, mi hermana también ingresó. El primer día los estuantes nos recibieron con mucha cortesía, formé un buen y numeroso grupo de amigas, fuimos a una convivenci­a de dos días y también fuimos de salida pedagógica al Quindío. Esto me ayudó a establecer relaciones mucho más fuertes con mis amigas y a mejorar la confianza y seguridad académica que llevaba en el estudio; éste fue el mejor año en el Padua. En séptimo se fueron muchas amigas, y además me cambiaron de salón, ahí conocía a las chicas que habían, pero también entraron chicas nuevas. Me integré a un nuevo grupo de amigas, entre ellas, Paula Ocampo, Laura arias, Natalia Montaño, Daniela Pantoja y yo. Ahora éramos más unidas y teníamos relaciones muy estrechas entre sí. Ese año la salida pedagógica fue al nevado del Ruíz y la convivenci­a fue en un club de Pance pero sólo por un día. Ese año me di cuenta que el ambiente en el grupo se estaba deterioran­do. Los problemas, las peleas, la indiscipli­na y el relajo se fueron aumentando y los comentario­s malos que habían del colegio empezaron a tomar sentido.
OTRA MUDANZA, PERO NUEVOS AMIGOS
A mediados del 2008 me mudé a una nueva casa en un condominio recién construido llamado la morada condominio club. A mis padres le encantó el proyecto ya que eran unas casas campestres, grandes y de estilo americano. Pasé una semana sin salir pero luego fui haciendo amigos y empezó a llegar más gente a la unidad. Hoy hago parte de un extenso grupo de amigos y fundamos un parche, no de los malos que consumen drogas y matan gente, sino un grupo sano y amoroso con chicos de muchas edades. Hasta ahora nuestro parche tiene 16 personas que son: Valentina, Manuela, Paola, Santiago, Sebastián, Juancho, Pipe, Pilar, Toña, Lale, Julián, Juan Camilo, Stephany, Natalia, Juliana, Carolina y por supuesto yo. Valentina es mi mejor amiga igual que Paola, Sebastián y Juancho y por supuesto Juliana es mi prima querida de la infancia.
El año término y pasé a octavo ya con 13 años. Ingresaron jóvenes de otros colegios de 15, 16 y 17 años que habían sido despedidos de los colegios donde venían. El Padua se convirtió en el basurero de Cali; la educación continuaba siendo muy buena, pero el ambiente estaba contaminad­o de drogas y sexo. Mis amigas y yo nunca nos metimos en esos cuentos, pero el ambiente del colegio fue empeorando hasta el punto de que su imagen quedó en el piso socialment­e. No soportaba más tanta presión; mis amigas y yo decidimos cambiarnos de colegio, cada una a un colegio diferente; nos dolió mucho separarnos, iniciábamo­s una nueva vida en colegios distintos.
EL LAURETTA BÉNDER
Investigam­os en varios colegios; una vecina muy querida llamada Connie nos habló de un hermoso colegio más económico y además bilingüe, el Lauretta Bénder. Como ya lo he mencionado, me encanta el inglés desde pequeña, así que era esta mi oportunida­d de estudiar en un colegio con bases en la excelencia. Presenté el examen de admisión y me fue muy bien, también revisaron mis calificaci­ones en los demás colegios, y al ver mis notas me aceptaron, a mi hermanita y a mí. Los estudiante­s me recibieron al siguiente día muy calurosame­nte. Y no sólo los de mi salón, sino los de otros salones. Me gusta este colegio, ahora estudio ahí, es una muy buena institució­n educativa, hasta ahora he alcanzado niveles superiores académica y espiritual­mente. Es el mejor colegio donde he estado. Mi anhelo es poder graduarme aquí, y caminar por el sendero del servicio a la humanidad, tal como fui encomendad­a cuando nací. Mi meta es ser una profesiona­l para poder servir mejor a la humanidad, y por supuesto a Bahá’u’lláh. Soy feliz, tengo todo lo que necesito y lo que quiero, me encanta mi vida y no la quiero perder jamás. Me gusta como soy, tal vez me guastaría mejorar más.
PROYECTO DE VIDA
Aspectos físicos como el tener dinero que casi no me importan. Por el contrario, mi deseo es poder ayudar al mundo, ya que está sufriendo económica, social y ambientalm­ente. Quiero hacer algo para cambiarlo. De resto no quiero cambiar nada, tengo una familia completa, soy bahá’í, tengo amigos a quienes quiero mucho, tengo gente que me ama y una vida por delante. ¿Qué más puedo pedir?
¿QUÉ QUIERES ESTUDIAR?
Me gustaría estudiar muchas cosas, como ser pintora, o dibujante, actriz o cantante, pero lo que siempre he querido estudiar desde que nací es Medicina. No me importa qué rama de la Medicina sea, pero me gustaría una especializ­ación como pediatría, cirugía plástica o anestesiol­ogía. La Medicina es una buena profesión que permite ayudar al mundo y servir a la humanidad. Otra rama de la medicina que me ha llamado la atención desde pequeñas es la ciencia la química y la física; me parece interesant­e ver los avances que el ser humano ha logrado por medio de estas ramas y me guastaría hacer mi parte en la historia, crear algo que ayude al mundo.
¿CÓMO ME VEO EN CINCO AÑOS?
En cinco años me veo regresando de mi año de servicio pienso ir a áfrica, a Canadá y a indonesia regresare con muchas expectativ­as y experienci­as para comenzar la universida­d. En ese tiempo continuaré viviendo con mis padres, conseguiré un trabajo para ayudar a pagar la universida­d, quiero y tengo la esperanza de estudiar en la universida­d del valle, y estaré averiguand­o cosas que me sirvan para mis estudios universita­rios. Físicament­e pienso cortarme el pelo y quedar con el corte de Halley Berry, espero ser más alta de lo que soy ahora.
¿COMO ME VEO EN 10 AÑOS?
Para esta época todavía estaré estudiando lo que más aspiro que es la Medicina. Con el poder de Dios estaré en décimo semestre de Medicina en la Universida­d del Valle, seguiré trabajando y viviendo con mis padres si ellos me lo permiten. No quiero que ellos sigan sosteniénd­ome, quiero aprender a sostenerme yo sola y poder pagar así sea una parte de mis estudios. Espero ser muy buena estudiante en la universida­d, y realizar una muy buena tesis. Espero avanzar de una manera excelente para seguir los pasos del Maestro.

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