Antonio de Guevara / Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539) (original) (raw)

Capítulo II
Del trabajo que padecen los Cortesanos con los Aposentadores, sobre los aposentos.

Cuando Lúculo el Romano vino de Asia, en Oración que hizo el Senado, dijo estas palabras: Por los inmortales Dioses juro, padres conscriptos, que en toda esta jornada no he sentido por trabajo la gobernación de los Ejércitos, ni la rebelión de los Pueblos, ni la ausencia de los amigos, ni la guerra de los enemigos ni la largueza de la jornada, ni aun el peligro de la vida; porque estas son cosas muy anexas a los que tratan guerra, y muy continuas a los que gobiernan Repúblicas. Si queréis saber qué es la [116] pena que me daba más pena, era acordarme de la quietud de mi casa, que como sabéis, padres conscriptos, todo el tiempo que pasa uno en casa ajena, todo aquel tiempo tiene a su libertad empeñada. Esta palabra de Lúculo, paréceme que la puede aplicar a sí cualquier Cortesano, el cual en las posadas donde posa, tiene obligación de a sus huéspedes servir, y no tiene licencia de aunque le enojen de los enojar. A arta mala ventura ha venido el Cortesano, el cual el andar tiene por reposo, la inquietud por quietud, la miseria por abundancia, el servir por libertad, y el trabajo por vicio. Mucho trabajo pasan los Cortesanos: mas el trabajo de las posadas, es imposible poderle escribir, como se sabe sentir.

En caso de penas, congojas, fortunas, y tristezas, que los hombres pasan, muy poco es lo que la peñula escribe, y muy menos lo que la lengua exprime, en comparación de lo que el triste corazón siente. ¡Oh cuántas cosas hay! las cuales en lo muy profundo del corazón: el corazón las sabe sentir, y por otra parte la lengua no las osa publicar. Por pobre que sea la casa que un Cortesano tiene en su tierra, hala de tener por mejor, que la mejor posada que tuvo en su vida; porque en su casa hace lo que quiere, mas en la posada toma lo que le dan. Un ventero pobre y solitario va a una Ciudad, en la cual ve templos generosos, casas suntuosas, portadas ricas, muros superbos, calles, empedradas, plazas anchas, provisiones muchas, y gentes diversas: lo cual todo visto, tiénelo todo en tan poco que por tornar a su casa, la noche toda camina. No nos habemos de maravillar del que no se halla, antes nos habemos de escandalizar del que se halla en tierra ajena, que por muchas grandezas que allí vea, y por mucha conversación que haya, al fin, los ojos son los que se ceban en ver lo ajeno, que el corazón no descansa sino en lo suyo. Ver en las Cortes de los Príncipes muchas grandezas, grandes, y riquezas, más atormentan que deleitan; porque el fausto Cortesano, si es placer verlo, es tormento alcanzarlo. Foción, Capitán que fue famoso, y venturoso entre los Atenienses, como le dijesen que en la plaza de Atenas le vendían muy grandes joyas, dignas de ver, aunque difíciles de comprar, respondió: Donde mi mocedad juré de jamás ir a ver Ciudad que no hubiese de conquistar, ni de ir a ver riquezas que no pudiese comprar. El gran Emperador Trajano se loaba muchas veces, que nunca jamás se había movido a ver cosa, que no fuese por una de tres cosas; es a saber, [117] o por imitarla, o por comprarla o por conquistarla. Palabras fueron éstas de Foción, y de Trajano, dignas de notar, y aun de imitar. Hablando, pues, más en particular, de los trabajos que se les siguen, a los que en las Cortes por casas ajenas andan, sino que si el pobre Cortesano va de Palacio a su posada de noche, halla a los huéspedes acostados: y si quiere madrugar de mañana, no los halla levantados. Si el dueño de la casa es sacudido, y desabrido, ¿quién le quitará que no cierre luego a prima noche la puerta, y que no la abra hasta una hora de día? En la Corte ventura es caerle en fuerte buena posada, y muy mayor es tener buen huesped. Porque muchas veces la alegría que da la buena posada, entristece la triste cara del huesped. En esto se verá la vanidad, y aun liviandad de los Cortesanos: en que sus posadas, más las quieren que sean honrosas que provechosas. A tanta demencia ha llegado la ambición Cortesana, que un Cortesano ha menester más posada para su locura, que no para su familia. Dan a un loco Cortesano una posada que es de buen aposento, y de mala apariencia, y dice que no se contenta; danle luego otra de buena apariencia, y de mal aposento, y dice también que no se contenta: y si por caso este es un poco privado, ¿qué hará el triste aposentador para tenerle contento? Hasta determinarse el Cortesano cuál elegiría de las dos posadas, es a saber, de la honrada o de la provechosa, primero se le pudre la sangre, y le da saltos el corazón, porque su humanidad querría tener buena posada, y su locura buena portada. Nunca vi a un hombre muerto quejarse de su sepultura, ni vi a Cortesano estar contento con la posada: porque si le dan sala, dice que le falta la chimenea, si le dan cuadra, fáltale recámara, si le dan cocina es baja, y humosa, si le dan caballeriza fáltale despensa, si le dan posada principal fáltanle accesorias, si le dan pozo ciérranle el corral: finalmente si tiene sala baja para refrescarse el Verano, no tiene entresuelos donde se recoja el Invierno.

Muchas veces sufre un Cortesano en una posada, lo que no sufriría en una venta. Ya puede ser que la posada que le dan, y los huéspedes que topa, y los cumplimientos que tiene, sea todo a su propósito sino que está muy lejos de Palacio, lo cual tiene por caso de menos valer: porque se tienen ya por dicho, que el que más cerca posa, aquél más cierto priva. Vi en la Corte pedir, y aun servir, porque les diesen cabe Palacio posada: mas nunca vi que nadie la pidiese cabe la Iglesia, y la causa es, porque se precian [118] más de ser buenos Cortesanos, que buenos Cristianos. Blondo en el libro de declinatione imperii cuenta de Narsetes el Griego, Capitán que fue del gran Justiniano, que solía él muchas veces decir, que no se acordaba haber navegado por mar, ni entrado en palacio, ni emprehendido batalla, ni dado boto en Consejo de Guerra, ni cabalgado en caballo, sin que primero hubiese visitado la Iglesia, y allí oído Misa. De lo que este buen Narsetes decía, y hacía, podemos colegir, que ser hombre buen Cristiano, no embota la lanza, para ser buen Cortesano. Acontece también en la Corte, que luego que ve uno su posada se da por contento, y después que ve las posadas de los otros, se tiene por mal aposentado: este descontento no viene de estar él mal aposentado, sino de ver a su enemigo estar aposentado bien. Son tantas las envidias, y pasiones que hay en las Cortes de los Príncipes, que no agradecen al aposentador que lo aposentó bien, sino murmuran del porqué aposentó a sus émulos, y competidores. Hay también en la Corte mucho desorden en el dar de las posadas, y muy gran descomedimiento en pedirlas; porque en las tierras propias no tienen tal posada él, ni sus parientes la piden en la Corte para solos sus criados. El trabajo de la Corte es, que en viniendo a ella uno, luego dice, que en su tierra es muy emparentado, es muy rico, es muy generoso, y su padre muy valeroso: y sabida la verdad, en la autoridad son sus padres labradores, y en el tener jornaleros, y en el valer renteros, y en la libertad pecheros, y aun quiera Dios no sean en la sangre de otra cosa tocados. Pestilencia es que siempre dura, y nunca cesa en la Corte, que aquellos que menos valen más presumen, y menos se contentan, y la causa es, que lo mucho que les falta del ser, querrían suplir con bien parecer. Miento si no vi en los Reinos de Aragón, que un Caballero tomó sola una casa, en la cual cupo él, y toda su familia, y vile después en Castilla, no se contentar con ocho posadas accesorias, y la causa de esto era, porque en Aragón pagábalas a dinero, y en Castilla dábanselas por aposento. A costa ajena todo el mundo huelga de tener locura, mas de que la locura ha de se ir de su bolsa de cada uno, se atienta. Si hay trabajo en sus posadas, es verdad que no lo hay con los aposentadores, sin voluntad de los cuales no puede en la Corte ninguno entrar, aunque el Rey le envíe a llamar. En la Corte puédese uno librar del Consejo Real, con no tener pleito; del Consejo de la Guerra, con no ser Capitán, [119] del Consejo de las Órdenes con no tener Hábito; del Consejo de la Indias con no ir a Méjico; del Consejo de la Inquisición con ser buen Cristiano; del Consejo de Hacienda con procurar un situado; y de los Alcaldes de Corte con no ser revoltoso: mas de manos de aposentadores, no hay privado que se pueda esentar, ni Cortesano que se pueda valer. En su mano están honrarnos, o deshonrarnos, consolarnos, o desconsolarnos, aposentarnos, o desaposentarnos, y si os tomáis con ellos, y los enojáis, podrá ser que el regatón tenga ya posada, y vos os estéis en el mesón de la Estrella. En la Corte, de cualquier agravio que nos hagan, podemos pedir justicia, si no es de los Aposentadores, con los cuales habemos de tener paciencia; porque de otra manera, ellos quedarán enojados, y nosotros desaposentados. Súfrese en el oficio del aposento, lo que no se sufre en otro oficio Cortesano, es a saber, que los oficiales de él sean granjeados, rogados, seguidos, acompañados, y servidos, digo servidos, en untarles las manos, y adobarles los guantes.

Si acaso no fuere el Cortesano pariente del que hace el aposento, trabaje de tomarle por amigo: la amistad hácela de mostrar en sufrirle alguna mala palabra cuando aposenta, y después darle una buena comida. Ni con el Rey, ni con el Privado, ni con el Consejo, ni con contadores, ni con aposentadores, ninguna cosa en la Corte se alcanza, sino es sufriendo, y sirviendo.

Aunque el aposentador os injuriare, no os tengáis por injuriado, aunque os deshonre no os tengáis por afrentado, aunque os llame importuno, no os mostréis corrido; porque el buen Cortesano a trueque de una buena posada, no es mucho que sufra una palabra mala, y desabrida. Que alguna vez no le quepa al buen Cortesano buena posada, no cabe en buen crianza, que luego se injurie, y amotine con el aposentador; porque no es mucho, que entre muchos buenos pesos de pulpa, le quepa alguna vez algún contrapeso de jarrete.

No son tanto de culpar los aposentadores como los culpan pues a ellos no los envía el Rey a hacer casas, sino a repartirlas, y de esta manera, dan de lo que hallan, y no de lo que querrían. También es justo que el aposentador tenga respeto en aposentar, a los méritos, y de méritos del que aposenta; porque más razón es que aposiente bien al que en la Corte le nacieron las canas que al que ayer vino a servir, y aun sin barbas. Los que a los [120] Príncipes han en sus trabajos servido y seguido, muy gran ingratitud sería, si no fuesen en los aposentos consolados, y en mercedes mejorados.

Si el aposentador es obligado de mirar los méritos del que aposenta, también es justo que considere el Cortesano el lugar estrecho donde entonces aposentan; pues es cierto, que una vez va la Corte donde hay seis mil vecinos, y otra donde no hay mil y en tal caso, si no hay sino sustan estrecho para jubones, súfrase, que presto irá a otro lugar, donde halle velartes anchos para capas.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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