Antonio de Guevara / Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539) (original) (raw)

Capítulo III
De la manera que el Cortesano se ha de haber con los huéspedes de la posada, que le dieron por aposento.

Debe, asimismo el buen Cortesano hacer a sus huéspedes buen tratamiento, porque si entra en la posada amenazando, y brabeando, podría ser que las entrañas le cerrasen, y las cámaras no le abriesen. Hay algunos en la Corte tan descomedidos, y tan mal mirados con sus huéspedes, que no hacen lo que deben, sino lo que quieren, en lo cual Dios ofendido, y el Príncipe de servido; porque al Cortesano no le dan la posada para mandar, sino para posar.

En la vida del Emperador Senero se lee, que ordenó en Roma, que si el dueño de la casa agraviase o maltratase al huesped que le diesen; que el tal huesped fuese obligado a le acusar, mas que por ninguna manera le osase reñir. Plutarco dice en su Política que en el Reino de los Dacos no valían a los malhechores los templos de los Dioses, y valíanles sus propias casas, porque decían ellos, que dentro de los umbrales de la puerta, ninguno había de tener jurisdicción sobre el dueño de la casa. Pues si entre los Dacos ninguna justicia osara al que estaba en la casa castigarle, ni prenderle, menos se atrevería ningún Cortesano a reñirle, ni ofenderle.

Como los amigos de Platón le riñesen, porque no reñía a su huesped Dionisio Siracusano, del cual había sido bien recibido, y era maltratado, respondióles: Enojarnos de los locos con quien holgamos, vengarnos de los mozos que criamos, poner las manos en mujer con quien conversamos, y reñir con los huéspedes que posamos, ni los Filósofos de Grecia lo deben aconsejar, ni los corazones generosos hacer.

No niego yo que hay algunos huéspedes tan mal comedidos , que no quieren hacer virtud, sino [121] como la encina a palos: mas al fin el virtuoso, y noble Cortesano, todas las injurias, y bravuras que sus huéspedes se dejan decir, o las ha de tomar por burla, o mostrar que no vinieron a su noticia. El día que el Cortesano quisiere con sus huéspedes reñir, aquel día se ha de determinar de la posada dejar; porque no se podrá loar de bien aposentado, el que con su huesped estuviere reñido.

En las posadas que posare el curioso Cortesano, ni mire la costa de echar una cerradura a una puerta, un encerado a una ventana, un pasto a una escalera, una soga a un pozo, una argolla a un pesebre, un suelo a una chimenea, y remediar en un tejado una ventana; porque todas estas menudencias a hacerlas costarán poco, y a sus huéspedes obligarán a mucho. No se debe tampoco desechar, de enviar a sus huéspedes algunas veces de comer, o convidarlos a su mesa sala comer; y si ellos por semejante le presentasen algo, débeselo mucho encarecer, y no poco agradecer, porque las dádivas pequeñas, suelen parar en amistades muy grandes. Deben asimismo avisar a sus mozos, y pajes que no falten en las huertas, no cojan las parras, no hurten las gallinas, no quiebren las vasijas, no levanten los suelos, no pinten las paredes, y no hagan ruido por casa; porque a las veces, si rehusan los dueños de las casas de recibir huéspedes, no es por lo que ocupan los amos, sino por lo que enojan los mozos. Acontece que un Ciudadano tiene una casa que es nueva, solada, blanca, pintada, y limpia, y traen los Cortesanos consigo unos criados, o sobrinos, o hijos tan atrevidos, y desvergonzados, que les destrozan las parras, hurtan las aves, quiebran las sillas, desquician las puertas, pintan las paredes, hacen otras mil travesuras, por manera, que el tal, querría más tener por huesped a un Egipciano, que a un Cortesano. Ya he visto yo en la Corte, no por más de por las travesuras de los mozos, ser los amos mal aposentados, y aun ser desaposentados después de aposentados. Una de las muy esenciales cosas que han de tener los hombres cuerdos es que tengan a sus mozos bien corregidos; porque indicio es de no estar la casa bien disciplinada, cuando la familia anda muy disoluta.

Aulo Gelio en el libro de las noches de Atenas dice, que cuando Cornelio Graco volvió a Roma, después que fue Cónsul en las Islas Baleares, dijo en el senado estas palabras: Bien sabéis, padres conscriptos, que en las Islas Baleares he sido Pretor, y Cónsul trece años, en los cuales yo os juro por los inmortales [122] Dioses, que nunca maliciosamente hice a nadie injusticia, y que nunca criado mío hizo cosa que no debiese en la posada. Falaris el tirano cuando le enojaban los Agrigentinos, dábales por huéspedes a sus criados, porque él, y ellos eran tan malos, que ninguno tan gran mal les podría hacer, como a sus criados por huéspedes les dar. Hay en las Cortes de los Príncipes algunos que están notados ser ellos de tan mala yazija, y su familia de tan malas mañas, que se determinan sus huéspedes, o de no les recibir, o de ellos se ausentar. Debe también advertir el Cortesano, en que alguna vez terná necesidad de un jarro de agua para beber, de un plato para servirse, de una toalla para limpiarse, de una silla para se asentar, y de una caldera para regar: en tal caso, debe mandar a sus criados, que todas estas cosas pidan con crianza, y que no las tomen por fuerza. Cada uno quiere ser mero, y libre señor en su casa, y por amigo y deudo que sea, no quiere que nadie mande más que él en ella, y al fin más quiere el huesped que se lo pidan, y lo pierdan, que no que se lo tomen, y lo guarden. Es tan libre esta nuestra libertad, que veremos a un hombre, que por su pasatiempo juega, y desperdicia cien piezas de oro, y por otra parte da voces hasta el Cielo si le quiebran un jarro. Siendo yo Cortesano, y entrando a visitar a otro Cortesano enfermo, reñí con el huesped, porque le hallé riñendo, sobre que los pajes le habían quebrado una lamparilla jugando a la pelota, y díjome estas palabras. No lo he yo señor maestro por la pérdida de la lámpara, que vale una tarja, ni por el aceite que se derramó, que valía una blanca, sino por la libertad que me roban, y por lo poco en que me tienen. Debe también advertir el buen Cortesano, en que él con la huéspeda, ni los criados con las mozas, no tomen más conversación de la que es menester, porque en tal caso menor mal sería al huesped, meterle a saco la casa, que no robarle la honra. Derrocar los albahaqueros, quebrantar las varandas, desladrillar los suelos, pintar las paredes, y trasguear por la casa cosas son de sufrir: mas tocar a la mujer, no es cosa de disimular, porque lo uno es travesura, y lo otro es traición. Ya que los hombres sean flacos, y que sus pasiones no quieran vencer, por ventura, ¿faltan en las Cortes de los Príncipes mujeres con quien hayan de conversar, y aun que los echen a perder? No por cierto, porque en la Corte dos meses hay tabla de terneras, y todo el año hay calle de enamoradas. En años abundosos, y en años fértiles siempre en la Corte algunos [123] bastimentos faltan, si no son mujeres que siempre sobran. No inmérito dijimos, que era cosa de traición, y alevosía revolverse el Cortesano con su huéspeda: porque si así fuese, al marido infamaría, y a la mujer dañaría, y a la vecindad escandalizaría, y a sí mismo perdería. Suetonio Iraquilo dice, que Julio César mandó a un Capitán suyo cortar la cabeza, porque había infamado a su huéspeda, y esto fue sin que nadie le acusase, ni su marido se quejase.

Un camarero del Emperador Aureliano, como asiese de la manga a su huéspeda, y lo viese Aureliano dende a una ventana, aunque juraron ambos, que lo hacían de burla, mandó el Emperador que le cortasen a él la mano de veras. Plutarco en el libro de matrimonio dice, que era ley entre los Licaonicos, que si algún huesped hablase con su huéspeda, le cortasen no más de por esto la lengua: y si la cosa pasase más adelante, le quitasen luego la vida. Macrobio en los Saturnales dice, que entre los Romanos se tenía por grandísima infamia, que el huesped loase a su huéspeda, ni de hermosa , ni de bien acondicionada: porque ya que la loaba, era señal que la conocía, y si la conocía la habla, y si la hablaba, la comunicaba, y de comunicarla venía a infamarla. Aulo Gelio dice: Quod violare iura hospity: erat poena Vestalium, que quiere decir. Que la misma pena que daban a los que estupraban a las Vírgenes Vestales, la misma pena daban a los que infamaban a sus huéspedas. La pena que daban a los tales era, que, o les tapiaban los medios cuerpos, o los apedreaban vivos. Debe asimismo el buen Cortesano advertir, en que la ropa que le trajeren de las Aldeas, y la que le dieren en sus posadas, mande a sus criados que la guarden, y que la limpien, pues en esto suele haber tanto descuido, que a las veces están mejor traídas, y aun más limpias las mantas de los caballos, que no la ropa que prestan a los mozos. Pasa ya de vergüenza, y toca en conciencia, el mal recaudo que ponen los Cortesanos en la ropa: y parece bien, en que la tienen echada por aquel suelo, llena de polvo, la lana derramada, las mantas rotas, las almohadas sucias, los colchones descosidos, y las sábanas podridas, por manera que el hombre que la toma, más es ya para que le lastime, que no para que de ella se aproveche. De tan gran descuido, no debe tener descuido el buen Cortesano, porque no sería mucho, pues entra cada día a ver la caballeriza de sus caballos, que entrase una vez en la semana en la cámara de sus mozos. Qué paciencia ha de tener un pobre [124] hombre que presta su ropa, la cual nunca jamás la sacaron al Sol, para sacudirla, ni la llevaron al agua para lavarla. Ni porque las camas sean de poco valor, no por eso han de ser ensuciadas, y maltratadas: porque un pobre Labrador, en tanto tiene una manta de sayal, como un Caballero una colcha de seda. Muchas veces acontece, que cuesta menos, y aprovecha más, la cama pobre al pobre, que no la cama rica, al rico: pues vemos que el pobre está debajo de las sábanas de estopa durmiendo, y el caballero entre las muy delicadas olandas suspirando. Finalmente decimos, que al tiempo que el buen Cortesano se hubiere de partir de la posada, debe hablar, y aun alguna cosa dar a los huéspedes de ella: porque queden de lo pasado contentos, y a lo advenidero los deje obligados.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

<<< Capítulo 2 / Capítulo 4 >>>