Antonio de Guevara / Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539) (original) (raw)
Capítulo IV
De las cosas que ha de hacer el buen Cortesano, para cobrar con su Príncipe buen crédito.
Diodoro Siculo dice, que era tan supremo el acatamiento que tenían a los Príncipes los Egipcios, que parecía más adorarlos, que servirlos: y que no los podrían hablar, sin primero para hablarles, licencia les pedir. Cuando algún vasallo Egipcio tenía al Rey que le pedir, o con él negociar, hincaba ante el Rey las rodillas, y decía estas palabras. Soberano señor, y Rey, si estoy en tu gracia osaré hablar: y si no estoy en tu gracia quiero callar. Moisés, y Aarón, y Tobías, y David, y Salomón, y otros Hebreos también tenían esta costumbre como los Egipcios, pues muchas veces decían: Domine mi Rex: si inveni gratiam in oculis tuis: loquar ad Dominum meum, que quiere decir: Señor mío, y mi Rey, si estás bien conmigo hablaré, y sino callaré. No hay servicio malo, si al que le hace es acepto: ni hay servicio bueno, si de él no hay contentamiento. Si el que sirve no está en gracia de aquél a quien ha de servir, quebrántase el cuerpo, y no ha galardón del servicio. Por lo dicho queremos decir, que el que va, o está en la Corte, trabaje de estar en gracia del Príncipe: porque muy poco aprovecha, que el Cortesano esté con todos, si el Príncipe está mal con él. Como a Alconidas el Griego le dijese un su amigo, que él sabía que en Atenas le deseaban ver muerto, y en Tebas no le querían ver muerto, sino vivo: respondióle él: Que a los de Atenas pese con mi vida, y los de Atenas deseen mi muerte, no puede dejarme de pesar, mas el Rey Fili, oh mi señor, me [125] tiene asentado entre los que están en su gracia, poco se me da a mí que esté mal conmigo toda la Grecia. Trabajo es alcanzar con los Príncipes gracias: y sin comparación es muy mayor conservarla, porque son menester mil servicios para que nos amen, y abasta un solo de servicio para que nos aborrezcan. El trabajo de los Privados, que yerran a sus Príncipes es, que dado caso que les perdonen la culpa, no por eso tornan jamás en su gracia por manera, que el que una vez cayere en su ira, no haga ya más cuenta de su privanza. El divino Platón en los libros de su República dice, que ser Rey, y Reinar, y servir, y privar, batallar, y vencer, que estas tres cosas era imposible alcanzarlas ninguno por diligencia, sino que las daba a quien quería fortuna. No inmérito dice Platón, que servir, y privar, es más ventura que otra cosa: pues acontece en las casas de los Reyes, que al que sirvió veinte años, le precede, y aun le expele el que no sirvió sino tres, y esto no es por lo mucho que sirvió, sino por la gracia en que cayó. Aunque diga Platón que alcanzar señoríos, vencer batallas, y ser de los Príncipes Privados, sean cosas que se alcancen más por buenos hados, que no por muchos trabajos, no debe el corazón generoso dejarlas de emprender, ni aun perder la esperanza de las alcanzar: porque muchas cosas pierden los hombres, más porque son desides, y tímidos, que no porque no son bien fortunados. En las Cortes de los Príncipes ser uno entre todos más rico, honrado, honroso, generoso, acatado, servido, acompañado reputado, mirado, señalado, temido, y amado, no suele fortuna dar estos privilegios a los que en sus casas se están enconados, ni a los que en la Corte quieren vivir regalados.
No piense nadie que es tan flaca la fortuna a que de hecho, y no por algún secreto respecto, se mueva ella a levantar a un hombre del polvo: porque muchas veces cuando ensalza a uno de súbito, o es por méritos de aquel que sublimó, o por deméritos de aquel que tal lugar abatió. Emilio fue un tiempo muy privado, y después muy aborrecido del Emperador Constantino, y sucedió después en aquella privanza otro, que había nombre Lisander, el cual como le retrayesen unos sus amigos, la ingratitud que había tenido con ellos respondióles él: Si yo vine a ser privado del Emperador Constantino mi señor, más fue por los deméritos de Emilio, que no por vuestro ruego, que la fortuna más hizo esto por a él abatir, que no por a mí sublimar. Esto decimos para [126] avisar al Ciudadano que va a la Corte a ser Cortesano, a que ni vaya el papo tan hecho de viento, que piense luego a todos mandar, ni tampoco tenga desconfianza a que no pueda como los otros privar. Cada hora hay tantas mudanzas en la República, y da tantas vueltas su rueda fortuna, que aquel de quien menos se hace cuenta, tiene a toda la República después en cuenta. Aviso, y torno a avisar, al que quiere con el Príncipe privar, y era la Corte valer, que sea muy honesto en su vida, y limpio en el oficio que trata: porque la buena reputación de la persona, es el primer escalón de la privanza. No hay en el mundo hombre tan absoluto, que no huelgue de tener en su casa un hombre honesto, y virtuoso por manera, que el buen vivir, es muy gran parte para donde quiera privar. Falaris el tirano, dice estas palabras a un su émulo: Yo confieso que tú eres bueno, mas tu no me negarás que en tu casa son todos malos, y lo contrario es en mí, que dado caso que soy tirano, a lo menos en mi casa no me come pan hombre vicioso, por manera, que si estoy cargado de vicios, también ando rodeado de virtuosos, también ando rodeado de virtuosos. El divino Platón vino desde Grecia a Sicilia a ver a Dionisio Siracusano, no solamente Platón, mas aun otros muchos Filósofos: a los cuales él honraba, y aun en sus necesidades los socorría. Muchas veces decía Dionisio el tirano estas palabras: De los Rodos soy Capitán, pues los defiendo, de los Afros soy Rey, pues los gobierno, y de los Italianos soy amigo, pues no los ofendo, de los Filósofos soy padre, pues los socorro, y los de Sicilia llámanme tirano, porque los castigo. De estos dos ejemplos se puede colegir, que pues los tiranos son amigos de buenos, mas es de creer que lo sean los Reyes justos. Debe también el buen Cortesano guardarse de ser tramposo, mentiroso, doblado, y fementido: porque más son estas sendas para se perder, que no caminos para privar. Si, por caso nos dieren uno que con estas mañas haya acertado, darle hemos ciento que se hayan perdido. Todos los que con malos principios comenzaron a subir, y con feos medios se quieren sustentar, veremos algún tiempo a los tales privar, mas no los veremos en la privanza permanecer. Muchos hay que no conocen mal las Cortes de los Príncipes, pensando, que por ser muy agudos en el hablar, y muy entremetidos en el negociar, que por eso han más de valer, y privar, y no es por cierto así: porque en la Corte como hay tantos hombres varios, y perdidos, son en mucho tenidos los hombres [127] graves, y cuerdos. Suetonio Tranquilo dice; que el Cónsul Silla como era enemigo de los Marianos, de cuya parcialidad era Julio César, decía, que de la mocedad de César, más le espantaba la cordura que tenía, que no el esfuerzo que mostraba. Plutarco escribiendo a Trajano, dice: Hágote saber, serenísimo Príncipe, que en mucho más tengo a ti, que a tu Imperio, porque te vi hacer mil obras para alcanzarle, y no tener mañas para procurarle. A mi parecer no hay en la Corte tal alquimia, para subir a la cumbre de la privanza, como es que el Rey nos conozca más por la fama, que no por la persona. Es también de tener aviso, a que en las Cortes de los Príncipes, hay muchos hombres descontentos, apasionados, con los cuales el Cortesano que quiere privar no debe conversar, ni menos murmurar: porque especie es de traición, murmurar del amigo que tenemos, y del Príncipe que servimos. El Cortesano cuerdo, y virtuosos, guárdese de tratar con hombre que esté apasionado, y descontento: porque los tales no nos animarán a que sirvamos, y callemos, sino a que nos amotinemos, y con ellos nos juntemos. Así como en las Repúblicas hay mullidores que mueven las Cofradías, así en la Corte hay mullidores que mullen y levantan las voluntades: los cuales en recompensa de no poder privar, hártanse de murmurar. Vase un desprivado a casa de otro apasionado y allí a solas murmuran del descuido del Rey, del atrevimiento del privado, de las pasiones del Confeso, de las parcialidades de Palacio, del desproveimiento de la guerra, y de la perdición de la República: en las cuales cosas consumen las grandes noches del Invierno, y la congojosas siestas del Verano. Adriano el Emperador fue avisado, que en casa de Lucio Turbón se juntaban todos los Romanos que de él tenían queja: y proveyó que a él cortasen la cabeza, y a los que allí iban a murmurar desterrasen de Roma. Esto decimos, para afear el abuso de las Cortes de los Príncipes, es a saber, que así como hay casas diputadas para donde jueguen, así hay Palacios señalados donde murmuran: y como dicen unos, quiero me ir a casa de fulano a jugar, que allí hallaré jugadores, así dice otro, quiero ir a Palacio a murmurar, que allí hallaré murmuradores. Infame es el Palacio donde no saben sino jugar, y maldito es el Palacio donde no saben sino murmurar: porque al fin menos mal es que se pierdan los dineros, que no que se roben las vidas de los prójimos. Así mismo aprovecha mucho, para ganar la voluntad del Príncipe, mirar a que es el [128] Príncipe inclinado, es a saber, a música, o a caza, o a pelea, o a montería, o a la jineta, o a la brida, y vista su inclinación, amar lo que él ama, y seguir lo que él sigue. Los Príncipes como son voluntariosos, a las veces quieren más a unos criados por verlos inclinados a lo que ellos quieren, que a otros por los trabajos que por ellos pasan. El curioso Cortesano téngase por dicho, que todo lo que el Rey a robare, ha de tener por bueno, y todo lo que a él no agrada se ha de tener por malo, y si por caso lo contrario le pareciere, puede lo sentir, mas guárdese, y no lo ose decir. El Emperador Aureliano no bebía sino vino tinto, y como le dijesen que un Romano llamado Torca, por amor de él no solamente no bebía vino blanco, mas aunque había puesto una viña de vino tinto, hízole Censor de Roma, y guarda de la puerta Salaria. En comer, y beber, en cazas, y en justas, en paz, y en guerra, en burlas, y en veras, debe el buen Cortesano a su Príncipe seguir: porque a las veces de seguir a los Reyes en las burlas, vienen a ser privados de veras. Así mismo aprovecha mucho para cobrar reputación, no hablar muchas veces al Rey: porque de las continuas pláticas, no se puede seguir, sino tener el Príncipe al Cortesano por atrevido, y así mismo por importunado. El Cortesano que no tiene cosa grave que negociar, ¿para qué quiere al Rey importunar, y así afrentar? Decimos cosas graves que negociar: porque ir a la persona Real con poquedades, y menudencias, los que lo supieren, ténganlo por curiosidad, y el Príncipe por liviandad. Examinemos ahora, qué es lo que puede uno al Rey decir, y por allí veremos, si conviene irle muchas veces a hablar. Ir al Príncipe a murmurar de otros, no lo debe ningún bueno hacer; ir a darle algún aviso secreto, está en su duda si le ha de creer, quererle dar consejo es vanidad tal pensar, querer, pues, con él burlar, y pasar tiempo, nadie tal ha de intentar, irle a reprehender quién es él que tal ha de osar, irle a lisonjear él se escandalizaría de tal oír, de lo cual se infiere, ser lo más seguro, irle pocas veces a hablar. Era Lucilo muy gran amigo de Séneca, y era también Gobernador de Sicilia, y como le preguntase, que qué haría para el Emperador Nerón su señor agradar, respondióle Séneca: Si quieres agradar a los Príncipes, háceles muchos servicios, y diles pocas palabras. Decía el divino Platón en los libros de su República, que a los Príncipes deben los que les hablan decir pocas palabras, porque si se derraman a decir muchas, no tienen tiempo para [129] oírlas, ni aun están atentos a ellas, y decía más Platón: Deben así mismo ser muy sustanciosas las palabras que a los Príncipes se dicen, es a saber, en utilidad de la República de quien hablan, o en provecho del mismo que habla. Estos consejos de Platón, y de Séneca, paréceme que son dignos de notar, y aun de a la memoria encomendar. Sobre todo lo dicho decimos, que ninguna cosa persuade al Príncipe tanto a que ame a sus criados, como es ver que le sirven mucho, y que le importunan poco. Satisfacer al que pide no más de con sola la lengua, es de voluntad, mas satisfacer con la obra, es de necesidad: y por eso decimos que harto pide el que bien sirve.
{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}