Antonio de Guevara / Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539) (original) (raw)

Capítulo XIV
Que a los Privados de los Príncipes no les conviene ser desordenadamente codiciosos, si quieren escapar de inmensos trabajos.

Aulo Gelio, y Plinio atestiguan en sus escritos, y por ellos, que fue tan grande la templanza que los Romanos guardaron en el comer, y la moderación que tuvieron en el tener, que a ningún Ciudadano Romano, se daba licencia que tuviese más de una casa para morar, y una vestidura para vestir, y un caballo para andar, y dos juntas de bueyes para arar. Tito Livio, Macrobio, Cicerón, Plutarco, Salustio, Lucano, Séneca, Aulo Gelio, Herodiano, Eutropio, Trebelio, y Vulpidio, y todos los otros escritores Romanos, nunca acaban de llorar la antigua pobreza Romana, diciendo que la República Romana, nunca cayó de su grandeza, en todo el tiempo que anduvo conquistando Reinos, sino desde el día que comenzó a allegar tesoros. Licurgo Filósofo, y Rey que fue de los Lacedemones, ordenó, y mandó en todas sus leyes, que ningún vecino pudiese tener más hacienda que otro sino que las casas, y viñas, y tierras, y vestiduras, y otras cosas, igualmente todos las granjeasen, e igualmente todos las poseyesen. Preguntado a Licurgo, que por qué a los de la República no dejaba tener cosa propia, respondió: Los trabajos que pasan los hombres en esta vida, y las grandes revueltas que hay en la República, no se levantan tanto por lo que los hombres han menester, cuanto por lo que después de sus días quieren dejar: y por esto mandé que todos, todas las cosas tuviesen igualmente en mi República, para que tengan mientras vivieren con que se mantener, mas no en la muerte de que testar. Herodoto dice, que los de las Islas Baleares ordenaron, que jamás en sus tierras entrase plata, ni oro, ni seda, ni piedra preciosa, y siguióseles tanto bien de aquí, que en cuatrocientos años que tuvieron guerras gravísimas entre sí los Romanos, y los Cartagineneses, y los Gallos, y los Hispanos, jamás ninguna nación les fue a conquistar, de que sabían que no había en aquellas Islas plata, ni oro que robar. Prometeo, que fue el primero que dio leyes a los Egipcios, no prohibió como los Baleares haber plata, y oro en su Reino, ni mandó que todas las cosas fuesen comunes como Licurgo, mas mandó so gravísimas penas, que en todo su Reino no hubiese cuños de plata, ni de oro: porque según él decía, la avaricia no se muestra en allegar [181] muchos bastimentos, sino en atesorar muchos dineros. Plutarco en el libro consolatorio dice, que entre los Rodos si moría un hombre rico, y dejaba no más de un hijo, no consentían que él fuese de toda la hacienda único heredero, sino que conforme a su estado mandaban al mozo casar, y todos los otros bienes que sobraban mandábanlos entre los pobres, y huérfanos repartir. Los Lidos, ni fueron Romanos, ni Griegos, sino unos bárbaros muy barbarísimos, los cuales tenían en su República, que cada uno fuese obligado a su hijo de criarlo, mas no de casarlo: por manera, que al hijo, o a la hija que llegaba a edad de se casar, no le habían de dar otro dote, ni casamiento, sino lo que él por sus manos había ganado. A los que curiosamente quisieren esto mirar, más es ley de Filósofos, que no costumbre de bárbaros, pues a los hijos ponían en necesidad de trabajar, y a los padres quitaban la codicia de allegar. Numa Pompilio Segundo Rey que fue de Roma, y primero inventor de las leyes Romanas, en las siete tablas que hizo de leyes, en las cuales proveyó cómo los Romanos se habían de gobernar, ningún título ni capítulo puso de cómo habían los testamentos de hacer, y los hijos a sus padres de heredar: y preguntado, por qué daba licencia de alegar, y no de testar, respondió: Aunque sean malos los hijos, pocas veces los suelen desheredar los padres, y por eso mandé yo, que a todos los bienes que dejaba uno de esta vista, fuese heredera de ellos la República, para que si los hijos fuesen buenos, les diesen los bienes que su padre dejó, y si por caso fuesen malos, no tuviesen hacienda para hacer mal a los buenos. Macrobio en el libro de somnos Scipionis dice, que antigua ley fue entre los Etruscos muy guardada, y aun después entre los Romanos muy usada, que en cada lugar, el primero día del año, viniese cada vecino delante del Juez, a dar cuenta de cómo vivía, y de qué se mantenía: y en tal examen, no menos castigaban al que vivía de trampear, que al que comía sin trabajar. ¡Oh si plugiese a Dios, que esta ley de los Etruscos se pasase hoy a los Cristianos! Y cómo se hallarían ser muy pocos los que viven de sus propios trabajos, y ser infinitos los que viven de sudores ajenos. El divino Platón dice en su Timiano, que dado caso que es muy malo en la República el hombre perezoso, que muy más dañoso es el hombre codicioso: porque el hombre perezoso, y holgazán, al fin no busca más de para comer, mas el que es avaro, y codicioso, no es su ansia por el comer, sino por el tener. [182] Toda la armonía que tuvieron los antiguos Oradores en orar, y los dadores de las leyes en escribir, y los famosos Filósofos en enseñar, no fue para más de persuadir, y avisar a los de su República, que se guardasen de hombres ambiciosos de mandar, y codiciosos en allegar. Laercio dice, que motejando uno de Rodas al Filósofo Esquines, le dijo: Por los inmortales Dioses te juro Esquines, que tengo mancilla de verte tan pobre; al cual respondió Esquines: Por esos mismos inmortales Dioses te juro, que tengo mayor compasión de ti de verte tan rico, porque la riqueza tienes trabajo en allegarla, cuidado en conservarla, enojo en repartirla, peligro en guardarla, y grandes sobresaltos en defenderla: y lo que es más grave de todo, que allí donde tienes el tesoro guardado, allí está tu corazón sepultado. La palabra de Esquines más me parece que fue de Cristiano que no de Filósofo, en decir, que el hombre rico adonde tiene el tesoro escondido, allí tiene el corazón sepultado: porque ningún avaro nos podrá negar, que no se acuerda más veces al día de los dineros que escondió, que no de los pecados que cometió. Aplicando, pues, lo dicho a lo que queremos decir, es de saber que a los Privados de los Príncipes, mucho menos que a otros contiene que sean avaros: porque la grandeza de la privanza, no la han de mostrar en ser muy ricos sino en ser muy magnánimos. Plutarco dice, que Dionisio Siracusano, como entrase un día en el aposento del Príncipe su hijo, y hallase allí muchas riquezas de plata, y oro, que él le había dado, dijo al hijo con muy gran enojo: Mejor fueras para mercader de Capua, que no para ser como eres hijo del Rey de Sicilia, pues tienes industria para allegar, y no ánimo para gastar, lo cual no te conviene hacer, si quieres después de mis días este Reino heredar: porque te hago saber, que los altos, y muy grandes Estados, no se sustentan con el guardar, sino con el dar. A este propósito dice también Plutarco, que Ptolomeo Filadelfo preguntado, que por qué era tan zahareño en el recibir servicios, y tan largo, y magnánimo en el hacer mercedes, respondió: Yo no quiero tener reputación entre los Dioses, ni alcanzar fama entre los hombres por ser yo rico sino por hacer, y haber hecho a otros ricos. Las palabras que dijo Ptolomeo a un su amigo, y las que dijo Dionisio a su hijo, a mi parecer, no se deben los Privados de los Príncipes contentar con leerlas en esta escritura, sino encomendarlas mucho a la memoria: pues se puede colegir de [183] ellas, que las riquezas más aprovechan dándose, que no guardándose. A los Privados de los Príncipes, no es de tener envidia, de lo que al Rey, para sí solos pueden pedir, sino de lo que para otros pueden procurar: porque ellos solos son los que con bienes ajenos, compran para sí esclavos propios. ¿Qué mayor nobleza, que hacer a otros nobles? ¿Qué mayor riqueza que hacer a otros ricos? ¿Y qué mayor libertad que libertar a otros? Los Príncipes, y sus Privados, y aun todos los otros grandes señores, la gloria que han de tener es, no de haber allegado muchos tesoros, sino de haber hecho muchos criados. Muy grandes son los privilegios que tienen los magnánimos, y los dadivosos: es a saber, que los hijos los obedecen, los vecinos los aman, los amigos los acompañan, los criados los sirven, y los extraños los visitan, y los enemigos que tienen callan: porque si tuvieren envidia de su privanza, a lo menos no osarán poner en su largueza la lengua. Falaris el Agrigentino, y Dionisio Siracusano, y Catilina el Romano, y Iugurta el Numidiano, estos cuatro famosos tiranos, no sustentaron sus Reinos, y Señoríos con las virtudes que tenían, sino con las grandes dádivas que daban: por manera, que no hay tal piedra imán en el mundo, como es el tesoro, pues con el dar se engrandecen los buenos, y se sustentan los tiranos. Noten bien los familiares de los Reyes esta palabra, y es, que sobrada privanza, juntamente con mucha avaricia, es imposible que sustenten mucho tiempo a una persona: porque si quisieren sustentar la privanza han de dejar la codicia, y si quisieren seguir la codicia, es forzoso que han de perder la privanza. Con ninguna cosa puede tanto el Privado ganar la voluntad de su Príncipe, como es con servirle mucho, e importunarle poco. Debe también trabajar, el que es oficial en la casa Real, que conozca de él el Rey, que si le sirve es más por el puro amor con que le ama, que no por el interés que de él espera porque de esta manera, aunque el Rey en darle las mercedes le trate como a Privado, en el amor no le tratará sino como a hijo. Justa cosa es que el Privado ame a su Príncipe de toda su voluntad, pues el Príncipe le ama a él sin tener de él necesidad. Los que son amados, y regalados, y Privados en las casas Reales, en mucho le deben de tener, y mucho servir: porque el amor de nosotros a los Príncipes más es de necesidad, que no de voluntad mas el amor de los Príncipes con los Privados es de voluntad, y no de necesidad. Si el que me acompaña, y me habla, y me sirve, no es más de por lo que al presente le doy, y [184] por lo que espera después de mi haber, al tal, con más verdad podré yo decir que me granjea, que no que me ama. Es también de notar, que a los Privados de los Príncipes no les debe pesar, que en Palacio sean otros bien quistos, y que tengan nombre de Privados, porque de otra manera, a cuantos echaren de la privanza, a tantos ternan por enemigos en la República. Ya que esto no se haga, deben tener por bien los familiares de los Reyes, que si el Rey empleare el amor en uno, a lo menos que las mercedes se repartan por todos. Los que comienzan a poder algo en la Corte, no han de querer luego abrazarse con la riqueza, sino mejorar cada día un poco más la privanza: porque si el Cortesano me asegura de no caer de Privado, yo le aseguraré de no venir a ser pobre. La orden que en la Corte se ha de tener, para algo poder, y algo valer, visitar, servir, sufrir, presentar, perseverar, privar, y enriquecer: por manera, que el hombre cuerdo, primero quiere privar que medrar, y el que es loco primero quiere medrar que privar. A muchos, que no a pocos, habemos visto en las casas Reales, que si en breve espacio los sublimó fortuna, ser supremos en la riqueza, y ser únicos en la privanza, después en muy breve espacio los vimos toda la riqueza perder, y de la cumbre de la privanza rodar. Infalible cosa es, que si en la Corte tiene uno enemigos, por ser no más de Privado, que los terná doblados, si con ser Privado es también rico, porque somos todos tan mal acondicionados en las cosas que tocan a intereses, que todo lo que te dan a ti, pienso que me lo quitan a mí. Ya habemos dicho, que no conviene al Privado del Rey mandar todo lo que puede mandar, pues ahora de nuevo le avisamos, que no tome todo lo que puede tomar, porque si el mandar no se comide, y en el tomar no se mide, podrá ser, que algún día se vea en tal priesa, que llame a sus amigos, no para que le aconsejen, sino para que le remedien. Si un Cortesano tiene diez doblas, querríalas llegar a ciento, y si tiene ciento, a doscientas, y si doscientas, a mil, y si mil a dos mil, y si dos mil a diez mil: por manera, que el mal aventurado no siente que le va cada día disminuyendo la vida, y creciendo la codicia. Burla es, y burlado vive el que piensa en el mucho mandar, y en el mucho tener consiste el contentamiento, que a la verdad ello no es así: porque toda desordenada riqueza, al contentamiento descontenta, y al apetito a más tener despierta. A muchos Cortesanos habemos visto ricos, y Privados, mas a ninguno habemos visto harto de [185] tener, ni cansado de mandar, sino que primero se les acaba la vida que la codicia. ¡Oh cuántos he yo conocido en la Corte, a los cuales vi que les faltaban ya los pies para andar, las fuerzas para se menear, la vista para leer, las manos para escribir, los dientes para hablar, las muelas para comer, las orejas para oír, y la memoria para negociar, y junto con esto no les faltaba lengua para nuevas mercedes pedir, e infinitas inteligencias para negociar. Es tan incurable la sarna de la avaricia, que el que está contagioso de esta enfermedad, ni sana con la pobreza, ni se cura con la riqueza. Vistos, pues, el daño tan notorio, que del mal de la avaricia se le puede seguir al Privado, sería yo de parecer, que antes se diese al valer que no al tener. La Reina Semiramis, fue mujer del Rey Bello, y madre del Rey Nino, y aunque naturaleza la crió mujer, el ánimo no le tuvo por cierto sino de varón, porque después que enviudó, enseñoreó a fuerza de armas a la grande India, y conquistó a toda la Asia. Antes que esta Semiramis muriese, hizo para sí un solemnísimo sepulcro donde enterrasen su cuerpo, en el cual mandó escribir, o esculpir este epitafio: El que tuviere deseo de ser muy rico, y de haber muy grandes tesoros, tome trabajo de abrir este mi sepulcro, que en lo profundo de él hallará gran tesoro. Grandes tiempos, e infinitos Reyes pasaron, que ninguno osó a este sepulcro llegar, hasta que vino el gran Rey Ciro, y le hizo abrir, y como le deshiciesen hasta lo muy profundo donde cavasen, no hallaron ningún tesoro, mas hallaron otras palabras en una piedra, que decía así. ¡Ay de ti Caballero maldito, que abriste mi sepulcro, pues a tanta locura te ha traído la codicia de tener tesoros, que no has habido vergüenza de desenterrar los muertos. Plutarco, y Herodo, que esta historia escribieron, dicen, y afirman, que la Reina Semiramis alcanzó gran gloria de esta burla, y el Rey Ciro, muy gran afrenta. Si los Cortesanos ricos piensan, que por tener muchos dineros, por eso están ya libres de todos los trabajos, ellos por cierto viven más engañados que alumbrados, porque si el hombre fatiga su cuerpo, por buscar lo que le falta, mucho más el rico atormenta su corazón, hasta determinarse en qué gastará lo que sobra. Qué cosa es ver a un rico, en qué manera anda de noche, y de día en sí mismo vacilando, y torneando, si comprara de los dineros que le sobran juros, o censos, o viñas, o pan, si hará un mayorazgo, o si mejorará un hijo en tercio, o quinto: y después de todo esto, permite Dios que se muera, no sólo sin [186] haberse determinado, mas aun sin haber hecho testamento. Muchas veces lo he dicho a mis amigos, y predicado en los púlpitos, y aun lo que he escrito en mis tratados, que las riquezas de esta vida más trabajo es repetirlas que no allegarlas; porque si se allegan sudando, repártense suspirando. El que no tiene más de lo que ha menester, bien sabe en qué lo ha de gastar, mas el que le sobra algo de lo que ha menester, nunca se acaba de determinar; y de aquí se sigue, que muchas, y muchas veces acontece, que aquéllos hereden sus dineros en la muerte, a los cuales él tenía por mortales enemigos en la vida. Cuán cierta regla es, que la mejor parte de la hacienda gastan los ricos en lo que no la querían gastar viviendo, y después la mejor herencia llevan los que no querían muriendo porque a las veces le hereda la hacienda el hijo que más aborrecía, y deja pobre al hijo que más amaba. Prosiguiendo, pues nuestro propósito, no sé para qué los Privados quieren ser ricos avaros, y codiciosos, pues las riquezas han de ganar ellos solos, mas el repartirlas, ha de ser al parecer de muchos. Guárdense también los Privados de los Príncipes, de que no hagan apariencias de riquezas en lo público, sino que si algo tienen sobrado, lo guarden en secreto, porque sus enemigos, si no saben lo que tienen, no podrán más de murmurar, mas si le ven, no dejarán de los acusar.

Ver un Cortesano no levantar superbos edificios, tapizar su casa de monstruosos paños, perderse su despensa muchos mantenimientos, adornar su aparador de muy ricos vasos, entrar por sus puertas presentes infinitos, estar afamados de muchos dineros, y andar acompañados de muchos criados, no sólo se suele esto murmurar, mas en su tiempo, y lugar notar, y acusar. Poco sería si al tal oficial acusasen, y de él murmurasen, y juntamente con esto no le infamasen; porque claramente dicen, que se dejó ofrendar, o se dio a robar. Torno otra vez a decir, que en el tal oficio al Cortesano no es sano consejo hacer en la Corte muchas muestras de rico, por allende de que todos lo murmuran, nunca falta quien a las orejas del Príncipe lo vaya a encarecer, y al fin podrá ser que haga el Príncipe con su criado, lo que hace el cazador con el venado, es a saber, que le ceban muchas veces, no para criarle, sino para matarle. [187]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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