Antonio de Guevara / Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539) (original) (raw)

Capítulo XV
Que los criados de los Príncipes, no deben confiar en la mucha privanza, y gran prosperidad de esta vida. Es este capítulo de muy notable doctrina.

En la reputación, y estima que es tenido entre los Cristianos el Apóstol San Pablo, en aquella misma fue tenido entre los Romanos el gran Catón Censorino, el cual fue en el progreso de su vida tan limpio, y en la administración de la República tan justo, que en las puertas de su Palacio estaba escrito este epitafio: ¡Oh bienaventurado tú Catón Censorino, cuya reputación es tal en la República, que no sólo cosa mala no te vio hombre hacer, mas aun cosa fea, o injusta, ninguno te la osó rogar! Entre todos los esclarecidos Romanos, éste solo fue el que nunca consintió, que le pusiesen estatua en el alto Capitolio: la cual cosa como a muchos espantase, y sobre ello diversas veces se platicase, dijo él un día en el Senado: Más quiero que busquen las buenas obras que hice, por donde merecía que la estatua en el Capitolio me pusiesen, que no que anden escudriñando mi linaje, y mi vida, por donde les pareciese ser justo que me la quitasen. Y dijo más: A los que la fortuna sublima de pequeños, a ser repentinamente muy grandes, a las veces es más para infamarlos que no para afamarlos; porque si en lo público los honran por lo que ahora son, en lo secreto burlan de ellos por lo que antes eran. Lucano dice, que muchas veces decía Pompeyo, cuando hablaba en cosas del mundo: Seos decir, amigos, una cosa muy cierta, por la cual conoceréis cuán poco hay que fiar en la felicidad humana, y es, que el Imperio Romano sin tener esperanza de le alcanzar, le alcance, y después sin tener sospecha de le perder le perdí. Lucio Séneca estando de Roma desterrado, escribió una carta a su madre Albina, en la cual consolándola a ella, y confortando a sí, decía estas palabras: ¡Oh madre mía Albina, hágote saber, que jamás en mi vida creí, ni me fié de la fortuna, aunque algunas veces se hacía treguas entre ella, y mi casa; porque la traidora, si algún tiempo nos deja asosegar, y reposar, no es con ánimo de cesar ya de nos perseguir, sino para más nos asegurar, y después que estamos seguros, da en nosotros como en real de enemigos! Dígote más madre mía, que todo lo que la fortuna en mí hacía, y en mi honra aumentaba, y en mi casa [188] metía, ella decía que me lo daba prestado. Las promesas que me ofrecía, y las honras que me hacía, y las riquezas que me daba, en tal lugar de mi casa los depositaba, del cual pudiese ella a cualquier hora de la noche, o del día llevarlas, sin que a mi juicio turbase, ni a mi corazón lastimase. Y porque sepas madre mía en qué tengo a la fortuna: hágote saber, que siempre me tuve por dicho, de jamás cosa que me diese fortuna, ponerla dentro de mí, sino cabe mí. Holgaba de ponerla, y tenerla a buen recaudo, mas no que sepultase allí mi deseo. Alegrábame tenerla, mas no me lastimaba perderla. Finalmente digo, que cuando me venía a saltear, y a mi casa saquear, llevaba todo lo que quería de las arcas, mas no me arrancaba nada las entrañas. El Rey Filipo, padre que fue del Magno Alejandro, como en un solo día le viniesen nuevas de tres muy grandes victorias, que habían habido sus ejércitos en diversas tierras, hincó luego las rodillas en el suelo, y juntas las manos, y alzados los ojos al Cielo dijo: Oh fortuna cruel, oh Dioses piadosos, oh hados míos abiguos, yo ruego humildemente, que después de tanta gloria como me habéis dado, os templéis en el castigo que me habéis de dar después, por manera, que con piedad me castiguéis: mas que no del todo me destruyáis. Y dijo más: No inmérito conjuro a ti fortuna, y ruego a vosotros Dioses, que me castiguéis, y no me lastiméis, porque la gran felicidad, y prosperidad de esta vida, siempre es agüero de alguna desdicha. Todos los ejemplos sobredichos son por cierto dignos de notar, y aun de a su memoria encomendar, pues por ellos alcanzamos, y conocemos, que en la prosperidad de esta vida hay muy poco de que nos fiar, y muy mucho de que nos temer. Flacos somos, y flacos nacimos, y flacos vivimos, y en mil flaquezas cada día caemos: mas con todo esto no somos tan flacos, que no pudiésemos si quisiésemos resistir a los vicios, todo este mal nos viene en que se va gente en pos de gente, y no razón en pos de razón. Si caemos, si tropezamos, si nos engolfamos, o nos desrostramos es verdad que el mundo a quien servimos nos mandará curar, o nos hará remediar, no por cierto, sino que el remedio que el mundo da para los trabajos son más trabajos, que no los mismos trabajos, por manera, que son cauterios que queman las carnes, y no sanan las llagas. Es el mundo sutil en hacer los engaños, y muy lerdo en dar los remedios, y parece esto muy claro, que si nos persuade a vengar una afrenta, es [189] porque recibamos en vengar las otras mil afrentas, y si alivia a nuestros cuerpos de algunos trabajos, por otra parte carga sobre nuestros corazones una mar de pensamientos; por manera que este maldito adalid, imaginando que nos lleva por tierra segura, da con nosotros en la celada. Por privado que sea de Reyes, por generoso que sea en sangre, por sutil que sea uno de ingenio, y por más que esté cada uno avisado, téngase por dicho y creido, que todo hombre que tratare con el mundo, ha de ser de él enormemente engañado, porque el mundo cuéstanos a nosotros muy caro, y nosotros nos vendemos a él muy barato. Poco dije en decir que nos vendemos barato que mejor dijera que nos damos de balde; porque son muy pocos los que llevan del mundo sodada, y son muchos los que sirven no más de con darles una esperanza loca. Oh traidor de mundo y cuán en breve espacio nos recibes, y nos despides, nos allegas, y nos desechas, nos alegras, y nos entristeces, nos ensalzas, y nos abates, nos castigas, y nos halagas: finalmente digo, que nos tienes tan embobecidos, y con tus trabajos tan entosigados que estamos sin ti contigo, y contigo sin ti, y lo que es peor de todo, que estando dentro de casa el ladrón, salimos fuera a hacer la pesquisa. Al que ve el mundo que es presuntuoso, procúrale honras, al que ve que es avaro, procúrale riquezas, al que conoce ser goloso, preséntale manjares, al que ve que es perezoso, déjale holgar, al que sabe que es carnal, cébale con mujeres, y todo esto hace el traidor del mundo, porque después que como a peces nos tuviere cebados, eche sobre nosotros la red de los vicios. Si a las primeras tentaciones que el traidor del mundo nos representa, quisiésemos nosotros disponernos a resistir, es imposible que él tantas veces nos osase acometer, porque hablando la verdad de nuestra poca resistencia, le nace a él mucha osadía. Díganme los amadores del mundo, ¿qué es lo que les puede dar el mundo, para que con esperanza de aquel premio sufran tanto trabajo? Pensar que el mundo puede dar vida perpetua, burla es pensarlo, y locura esperarlo, porque al tiempo que nos es más dulce la vida, entonces nos saltea de súbito la muerte. Esperar del mundo perfecta alegría, también esto es gran burla; porque sacados los días que habemos menester para llorar, y las horas necesarias para suspirar, aún menos nos queda de un momento para reír. No sé más que diga, sino que cada uno mire lo que hace, y ande muy sobre aviso en lo que piensa; porque al tiempo que [190] pensamos tener ya hechas paces con la fortuna, entonces nos pone una nueva demanda. Esto que ahora quiero decir, sé que lo leerán muchos, y que lo sentirán pocos, y es, que aquellos que más tiempo consumen en servir al mundo, a aquellos he visto salir de su casa más cruelmente llorando. Es el mundo un embajador de malos, un verdugo de buenos, una sima de vicios, un tirano de virtudes, un émulo de la paz, un amigo de la guerra, una agua dulce de vicios, una hiel de virtuosos, un homenaje de mentiras, un inventor de novedades, un sepulcro de ignorantes, un martillo de maliciosos, una aduana de glotonía, un horno de concupiscencia: finalmente es caribdis donde peligran los corazones, y es silo donde se anegan todos los buenos deseos. Es verdad, pues, que si algún mundano se queja estar del mundo descontento que se mudará de supuesto, y tomará de vivir otro estilo, no en verdad, la causa de esto es, porque si se despidió algún mundano de su casa, están otros diez livianos, esperando de entrar en su puerta. Hablando más en particular digo, que en las Cortes de los Príncipes, llaman bienaventurados a los que son Privados de los Príncipes, y a los que tienen mano en los negocios, y a los que son ricos, y poderosos, y a los que de todos son servidos, y acatados, y están más adelante que todos; por manera, que la gente popular no llaman bienaventurado al que mucho merece, sino al que mucho tiene. No fueron de esta opinión los Filósofos antiguos, ni aun lo son ahora los hombres cuerdos, pues vemos a muchos en las cortes de los Príncipes, que primero se les acaba la privanza que la vida, y otras veces pierden la vida con la privanza, y otras veces pierden, no sólo la privanza con la vida, mas también la hacienda; por manera, que lo que en muchos años les dio su privanza, se lo quitó después fortuna en una hora. La gran familiaridad con los Príncipes, yo confieso que es honrosa, y provechosa, mas junto con esto, no me negará nadie que no sea muy peligrosa, lo uno, porque a la privanza tienen todos envidia, lo otro, porque el Privado siempre es malquisto en la República, y lo que es más peligroso de todo, que para alcanzar gracia del Príncipe, es necesario al Privado, que su servicio sea supremo, y después para caer en su desgracia abasta que haga al Rey un muy pequeño enojo. Euxénides fue muy gran Privado del Rey Ptolomeo, y como la fortuna le hubiese sublimado a tanta grandeza, y dotado de tanta riqueza, dijo un día a Cuspides [191] el Filósofo. Oh Cuspides, dime por tu vida, ¿tengo yo razón de tener tristeza, pues fortuna no tiene estado más alto a que me sublimar, ni el Rey Ptolomeo mi señor tiene ya más bienes que me dar? A esto le respondió el Filósofo Cuspides: Oh Euxénides si tu fueses Filósofo como eres Privado, otra cosa dirías de la que dices, y aun sentirías de la que sientes: porque si el Rey Ptolomeo tu señor, no tiene ya que te dar, no sabes tú que la adversa fortuna tiene mucho que te quitar, y el corazón generoso más tristeza toma por descender un grado, que placer por subir ciento. No muchos días después, que Euxénides, y Cuspides pasaron entre sí estas palabras, el Rey Ptolomeo tomó hablando a Euxenides con una su muy querida amiga, por el cual desacato mandó a ella que luego bebiese un vaso de ponzoña, y a él mandó ahorcar de las puertas de su amiga. El Emperador Severo tuvo por Privado a uno que se llamaba Plauciano, y fue en tan excesivo grado el amor que le tuvo, y el crédito que le dio, que ni leía carta sin que Plauciano la leyese, ni firmaba provisión, que primero no la señalase, ni hacía merced de cosa alguna, sino a quien él dijese, ni emprendía guerra, sin que a él le pareciese, ni asentaba paces, sin que él lo concertase. Fue pues, el caso que como Plauciano entrase una noche en la cámara del Emperador Severo, armado de unas armas secretas, y fuese su dicha, que por la abertura de la ropa se le pareciese un poco de malla, díjole Basiano, hijo mayor que era de Severo: Di, Pluciano, ¿a las cámaras de los Príncipes suelen a tal hora entrar sus Privados vestidos de brocado, o armas de hierro? Por los inmortales Dioses te juro, y así ellos me confirmen en la sucesión del Imperio, que pues viniste vestido de hierro, aquí morirás a hierro: lo cual se cumplió luego allí, porque antes que saliese de la cámara le cortaron la cabeza. El Emperador Commodo, hijo que fue del buen Marco Aurelio, tuvo un criado que se llamaba Cleander, hombre sabio, y anciano, astuto, y aun algo codicioso. A este Cleander rogaron muchas veces las Cohortes Pretorianas, como si dijésemos ahora la gente de guerra, que les mandase pagar su sueldo, y para más le persuadir a ello, diéronle un libramiento del Emperador Commodo, al cual libramiento él respondió que Commodo no le debía, ni podía librar, porque dado caso que era señor de Roma, no entendía los negocios de la República. Sabido por Commodo la palabra que [192] dijo de desacato, y la desobediencia que tuvo Cleander a su mandamiento, mandóle con gran infamia matar, y a su hacienda confiscar. Alcamenes, fue muy famoso Rey entre los Griegos, según dice Plutarco, y éste tuvo un Privado, que hubo nombre Panonio, del cual fiaba a su persona, y confiaba todos sus negocios de la República, y disponía de la hacienda de su casa: por manera, que todos los del Reino se hallaban mejor con servir a Panonio, que no con hacer placer al Rey. Estando, pues, un día el Rey y su Privado jugando a la pelota vinieron a contender sobre una chaza; y como el uno porfiase, y el otro contradijese, mandó el Rey Alcamenes a los de su guardia, que en el mismo lugar donde Panonio negaba tener el Rey la chanza le cortasen la cabeza. El Emperador Constancio tuvo muy gran Privado que había nombre Hortense, el cual verdaderamente se podía llamar Privado; porque no solamente gobernaba todos los negocios de la República, y de la guerra, y de la hacienda, y de la casa, y de la persona del Emperador Constancio, mas aun delante los Embajadores le asentaba a su mesa, y andando camino le echaba en su cama. Fue, pues, el caso, que un día dando de beber al Emperador Constancio, cayósele al paje la copa en el suelo, y quebróse el vidrio, de lo cual fue el Emperador muy enojado, y aun turbado, y a la sazón que esto pasó llegó, que no debiera Hortense afirmar unas provisiones, y como el Emperador comenzase a firmar, y no pudiese firmar, a causa que la peñola estaba mal cortada, y la inta no corría movido con gran saña, mandó que luego allí le cortasen la cabeza a Hortense. Y porque debajo de pocas palabras comprehendamos muchas historias, es a saber, que el Magno Alejandro, mató a su querido Crátero, y Pirro Rey de los Epirotas, mató a Fabato su Secretario, y el Emperador Bitillo, mató a Cincinato su cordial amigo: Domiciano, mató a Rufo su Camarero, Adriano mató a Amproniaco su único privado: Diocleciano, mató a Patricio, al cual siempre llamaba amigo y compañero. Diadumeo, mató a Pasileón su Pretor del erario, después de la muerte del cual pensó tornarse loco del grandísimo pesar que tornó de haberle muerto. Todos los sobredichos, e infinitos con ellos, fueron los unos amos y los otros criados, los unos Reyes, y los otros Privados: de las cuales historias se ha de notar, no tanto, que estos todos murieron a hierro, cuanto que por muy [193] pequeñas ocasiones perdieron su Estado. Ninguna confianza deben tener los hombres humanos en las cosas humanas, pues por muy pequeñas ocasiones suben, y por muy menores caen. El Filósofo Eurípides, preguntado por el Rey Demetrio, qué le parecía de la flaqueza humana, y de la gran brevedad de la vida, respondió el Filósofo: Oh Rey Demetrio, paréceme que no hay cosa en esta vida segura, pues todos, y todas las cosas padecen eclipse cada día. A esto le respondió el Rey Demetrio: Oh cuán bien habéis dicho Eurípides, si como dijiste que todas las cosas se mudaban cada día, dijeras cada hora. Quiso en esta palabra sentir el Rey Demetrio, que no hay cosa en ningún estado tan cierta, que no corra peligro cada hora. Aunque todos, en todos los estados tengan peligros, muchos más los tienen los que en las casas de los Príncipes son muy Privados; porque son muchos a los derrocar, y sólo uno a los sustentar. Para que viva uno contento, ninguna cosa se ha de faltar, ni menos pensar; y como sean muchas las cosas que nos dan pena, y no pocas las que nos hagan faltar, es esta vida tan mísera, y tan desaventurada, que sin comparación, es más la tristeza que tomamos por una cosa que nos falta, que placer tenemos con ciento que nos sobran. Los Privados de los Príncipes, no son tan valerosos, ni tan poderosos, que a boca llena los ose llamar ninguno bienaventurados; porque si unos los sirven, otros los persiguen, si en su casa hay lisonjeros, en Palacio no les falta murmuradores; si por lo mucho que privan tienen alegría, con la sospecha de caer tienen continua tristeza, si se alaban tener muchos tesoros, tambien se quejan, que tienen muchos enemigos, si les placen los servicios, y acompañamientos, también se importunan con los muchos, y continuos negocios; por manera, que no hay ningún género de madera en el mundo tan limpia, que no tenga nudos que la afeen, o carcoma que la roa. A los Privados de los Príncipes, si ninguno se lo osa decir por palabra, quiéroselo yo decir en esta mi escritura, y es, que todas las palabras que dicen les notan, todos los pasos que andan les miran, todos los bocados que comen les cuentan, todos los pasatiempos que toman les acusan, todas las mercedes que piden les registran, y todas las flaquezas que de ellos saben pregonan. Finalmente los Privados de los Príncipes, es el teraero donde todos juegan, no con jaras moriscas, sino con lenguas enarboladas. Ya lo habemos dicho, y otra vez lo tornamos a decir, y es que todos los que son a los Príncipes aceptos les conviene vivir [194] muy avisados, y andar muy recatados: porque siendo verdad, como es verdad: todos ponen en ellos las lenguas, de mejor gana, viendo la suya, ponen en ellos las manos. No decimos esto, tanto porque miren por su vida, cuanto es porque adviertan, y piensen en cuánto peligro trae su honra, y su hacienda, no está de más al Rey en alguna cosa desagradar, o que al Rey se le antoje de algún enemigo suyo creer.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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