Ramón Bercial López (original) (raw)
Ramón Bercial López ≈1812-1867
Médico cirujano español, autor del opúsculo “materialista” Movimiento de la naturaleza (1838), natural de Laredo (Santander), “de donde salí antes de cumplir nueve años”. Se forma en los Reales Estudios del Colegio Imperial de la Compañía de Jesús (el 2 de julio de 1829 se examina de la Clase de Matemáticas, primer año, con el profesor P. José Bosch: Examen a que se presentan los discípulos de los…, Eusebio Aguado, Madrid 1829, pág. 15) y luego en el Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos, en Madrid, al que se incorpora el curso 1831-32 (su expediente en el Archivo Histórico Nacional, Universidades, 1184, exp. 121 [donde figura partida de bautismo, por lo que la fecha ≈1812 de su nacimiento que deducimos, puede confirmarse o desmentirse con cierta facilidad, aunque sin mayores consecuencias]). Cabe suponer que en los Reales Estudios también seguiría la Clase de Física Experimental, con el profesor P. Hilario Céspedes, donde los alumnos debían responder, entre otras cosas, “a cuanto se les pregunte sobre los tratados siguientes”:
«Estática. Propiedades generales de los cuerpos. División de la materia en sus cuatro estados. Hallar la resultante de un sistema de fuerzas, que concurren en un punto: determinar asimismo la resultante de dos o más fuerzas paralelas aplicadas a puntos unidos entre sí invariablemente. Centro de gravedad, encontrar este punto en cuerpos homogéneos dividiéndolos simétricamente: determinarle analíticamente en un triángulo, en un prisma, y en una pirámide: explicación de los fenómenos que dependen de la situación del centro de gravedad. Equilibrio de un punto material libre. Hallar las condiciones del equilibrio en las tres máquinas simples, palanca, torno, y plano inclinado, como también en las compuestas, sistema de palancas, polipastos, tornillo, &c. […]
Calórico. División de este fluido en latente o combinado, y libre o interpuesto. Analogía entre el calórico y la luz: diferente temperatura de los rayos de la luz. Calórico radiante, espejos conjugados, influencia que tienen las superficies de los cuerpos en la radiación del calórico: explicación de los fenómenos del rocío. Dilatación de los cuerpos, relación entre la dilatación lineal y cúbica: aplicación de esta teoría a los péndulos de compensación. Termómetro, su construcción: dos termómetros que estén construidos bajo la misma base son comparables. Pirómetro y Termoscopio. Decremento de temperatura de la superficie de la tierra desde el ecuador al polo. […]
Electricidad. Fenómenos de las atracciones y repulsiones eléctricas; diferentes modos de desenvolver la electricidad: esta reside en la superficie exterior de los cuerpos: causas que favorecen la disipación de la electricidad. Teorías de la electricidad, distinción de las dos electricidades según la teoría de Coulomb. Ley con que se atraen y repelen los cuerpos electrizados. Máquina eléctrica, disposición que deben tener los conductores. Botella de Leyden, modo de cargarla, y explicación de su descarga: conmoción eléctrica: baterías: Campanil, y otros aparatos eléctricos. Electricidad atmosférica: poder de las puntas: para-rayos, circunstancias que deben acompañar su construcción para preservar los edificios de una descarga eléctrica. Choque de la electricidad por retroceso.» (Examen a que se presentan los discípulos de los Reales Estudios del Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, Eusebio Aguado, Madrid 1829, págs. 22-23 y 24-25.)
El Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos se había reorganizado en Madrid en 1827, al fusionarse el Real Colegio de Cirugía con el Real Colegio de Medicina:
“El curso literario empezará el dos de Octubre si no fuese feriado, y concluirá el último de Junio. Será de siete años para los Médico-Cirujanos, y de tres para los Cirujano-Sangradores, distribuidos del modo siguiente para los que aspiren a ser Médico-Cirujanos, y como se dirá en su lugar para los Cirujano-Sangradores.” (Real Cédula de S. M. y señores del Consejo, Por la cual se manda observar en todo el Reino el nuevo Reglamento que ha tenido a bien aprobar para el régimen y gobierno de los Colegios de Medicina y Cirugía, Año de 1828, pág. 26.)
Terminados los estudios “mi cerebro estuvo recorriendo durante dos años espacios imaginarios y sufría frecuentemente con zozobra los azares de la ilusión, estas sensaciones me iban volviendo melancólico; y la tristeza de la cara que fue reemplazando a la fisonomía antes alegre, daba muy bien a conocer la constante cavilosidad de mi mente. Desde entonces se ha hecho mi pensamiento muy meditabundo, y si la pasión del amor no fue la causa de mis descubrimientos, lo ha sido al menos de que estos sean más prematuros. El carácter sombrío que cada vez predominaba más en mí hacía que fuese poco sociable; y la permanencia en Madrid me consumía a la manera que a un tísico el aire vital; por lo que apetecía salir de él. La guerra ardía entonces en las provincias del norte de la Península, a donde se retiraran los restos del despotismo a disputar la libertad española. Patria y libertad: estos nombres sagrados me entusiasmaron, y el deseo de ser útil al mismo tiempo a la humanidad, a la nación y a sus defensores, me impulsó la idea de pasar a los hospitales militares del ejército: lo que pretendí y me fue concedido” (reconoce en el Prólogo al opúsculo que publica en 1838, págs. 7-9).
Fue destinado primero al hospital de Logroño, donde “me hizo conocer la conciencia el tiempo que había perdido, enseñándome que les era muy difícil cumplir con su obligación a los que se dedican a la ciencia de curar, no estudiando constantemente. Estas ideas me hicieron volver a tomar afición a los libros, y con ellos se fueron calmando poco a poco las sensaciones agitadas que tanto me habían impresionado: según recobraba la razón su imperio me iba siendo el estudio mas grato; pero como la ciudad de Logroño me ofrecía más distracciones de las que yo deseaba, y la amistad de algunos amigos y condiscípulos me obligaba a no rehusarlas; procuré pasar a Viana.”
“Por espacio de nueve meses estuve en el hospital militar de Viana, que era un convento situado extra muros de la ciudad; donde generalmente no tenía otras ocupaciones que el cumplimiento de mis deberes, que eran cortos por los pocos enfermos, el estudio y la meditación. De este modo adquirió mi mente una calma deliciosa, y en el día adora el estudio mirándole como causa de su felicidad. Allí volvió a fijarse en mi pensamiento con enajenación el conocimiento de sí mismo, y la imaginación emprendedora deseaba ansiosa la satisfacción de sus deseos.” (página 10.)
“Siete meses se pasaron en estas contemplaciones, que fueron interrumpidas porque me acometió una intensa fiebre tifoidea, que me tuvo al borde del sepulcro: sin embargo triunfó en esta lucha la naturaleza orgánica de la universal, y me conservó la vida. Durante la convalecencia se apoderó de mi economía, entonces debilitada, una melancolía tan constante, que me era insoportable: e insté pasar a Vitoria, donde creía encontrar amigos y distracciones que me aliviasen. En esta última ciudad, permanecí pocos días, desde donde fui destinado a Santander.” (página 11.)
“Nací en Laredo, de donde salí antes de cumplir nueve años, y hacía más de quince que no respiraba el aire de la provincia natal; y aunque no tenía objeto particular que llamase mi atención en el país, el afecto que conservaba a la patria en que respiré la vez primera, hizo que marchase gozoso al punto de mi destino, ¡como si presintiese que la naturaleza me animaría, y que en el clima que me vio nacer conseguiría lo que tanto anhelaba!” (página 12.)
A finales de 1837, ya con cierta experiencia como médico cirujano (aunque parece que todavía no había terminado sus estudios: “mas en el momento que empecé la carrera, que aun no he concluido, abandonó mi imaginación los demás conocimientos, y se dedicó exclusivamente a su estudio”, pág. 53; si ingresó en el Real Colegio de Medicina y Cirugía el curso 1831-32, su séptimo año se correspondía con el curso 1837-38, servicios militares aparte), Ramón Bercial tiene escrito un tratadito que titula Movimiento de la naturaleza, y pretende de las Cortes españolas un premio… Pero el Congreso de los Diputados se limita a remitir al Gobierno tal petición:
“Se leyó la lista de las instancias que por no ser de resolución de las Cortes se remitían al Gobierno, cuyo tenor era el siguiente: […] De D. Ramón Bercial, sobre que previo examen de su obra titulada Movimiento de la naturaleza, se acuerde el premio a que por ella sea acreedor.” (Diario de las Sesiones de Cortes, Congreso de los Diputados, sesión del sábado 16 de diciembre de 1837, nº 30, pág. 166.)
Ignoramos si el Gobierno se inmutó, pero tres meses después Ramón Bercial deja publicado su Movimiento de la naturaleza (adviértase que no acompaña su nombre de título alguno), adoptando como lema de portada una variante del que, según Plutarco, figuraba en la estatua de Isis en el templo egipcio de Sais, con la diferencia de que Ramón Bercial ya deja levantado el velo que otrora cubría la sabiduría:
Ramón Bercial
Movimiento de la naturaleza
Imprenta de D. Miguel de Burgos, Madrid 1838, 142 páginas.
[1 = portada] “Movimiento de la naturaleza, por D. Ramón Bercial. | Yo soy todo lo que fue, todo lo que es, todo lo que será, y queda levantado el velo que me cubría. | Madrid 1838. Imprenta de D. Miguel de Burgos.” [2] “El autor denunciará ante la ley al que le reimprima sin su permiso.” [3-4] “Mi querida Madre.” [5-16] “Prólogo.” [17-18] “Al Sol.” [19-139] Texto. [140] “Errata. Página 69 línea 9 dice: ¿por qué encerrado en el claustro materno no respira? léase: por qué encerrado en el claustro materno no respira.” [141-142] “Índice.”
Índice
Parte primera. Principio universal
Cap. I. La naturaleza, 19
Cap. II. La materia, 26
Cap. III. El movimiento, 32
Cap. IV. Causa del movimiento, 37
Cap. V. Orden general del Universo, 53
Parte segunda. Principio vital y vida.
Cap. I. Principio vital, 57
Cap. II. Vida, 71
Cap. III. Funciones de asimilación y desasimilación, 78
Cap. IV. Centro vital, 90
Parte tercera. Historia humana.
Cap. I. La generación, 101.
Cap. II. La infancia, 107.
Cap. III. La adolescencia, 120
Cap. IV. La edad viril y la vejez, 128
Cap. V. Muerte, 135
El Diario de Madrid del martes 27 de marzo de 1838 anuncia el libro en venta, en su última página:
Movimiento de la Naturaleza, por don Ramón Bercial
Un libro en octavo que contiene resueltas las siguientes proposiciones: ¿Ha tenido principio la naturaleza? ¿Cuál es su primera causa? ¿Cuál es el principio vital que anima al hombre? ¿Cómo se efectúan todos los fenómenos de la vida?
Presintiendo los sabios de todos los siglos que en la verdadera ciencia encontraría la política los medios de hacer felices a los hombres, anhelaron ansiosos averiguar la ley primitiva, sorprender a la naturaleza, y descorrer el velo con que cubría sus fenómenos. Empero dominados siempre por las preocupaciones de su tiempo; los que siguieron las huellas del ontologismo se perdieron en el caos de la abstracción, los partidarios del materialismo caminando mucho en poco tiempo se ofuscaron, y la verdad se eclipsó en medio de estas opuestas opiniones. Mas como las necesidades de los pueblos han variado tanto, y la sociedad necesitaba bases positivas, es evidente que eran ya absolutamente necesarios al hombre estos descubrimientos cuando la naturaleza, que es su guía constante, me los ha inspirado. Ella me manifestó la verdad tan infalible, visible y sencilla, que la concibe la razón, la palpan los sentidos, y la demuestran los hechos. –Todos, pues, deben estudiarla aprendiendo las bases que les presento; porque enseñan el único camino de la dicha social. ¿Para qué han nacido y para qué se les ha concedido a los hombres la razón sino para que procuren ser felices? –Me congratulo considerando que mi patria ¡la magnánima y desgraciada nación española! ha conseguido la gloria que no pudieron alcanzar las demás naciones. ¿Y se dirá aún que no es digna de que la ley impere en ella? ¿y podrá acaso sufrir todavía un yugo tiránico, habiéndola escogido la naturaleza para que sea la primera que conozca sus derechos? –Esta obra, útil para todos los que se dedican a las ciencias, la recomiendo en particular a los legisladores; porque ¿no dictan las leyes para los hombres? ¿y podrán legislar bien desconociendo la ley natural, y organización humana? ¿y no expondrán la sociedad a funestos vaivenes si dictan leyes que se opongan a la marcha que la naturaleza les enseña?
Se hallará de venta a 8 rs. en la librería de Cuesta, frente a san Felipe.
(Diario de Madrid, nº 1096, martes 27 de marzo de 1838, pág. 4.)
Resaltemos que, mediante este anuncio, redactado en primera persona, el autor pretende distanciarse tanto de “los que siguieron las huellas del ontologismo” y se perdieron “en el caos de la abstracción”, como de “los partidarios del materialismo” que “caminando mucho en poco tiempo se ofuscaron”, pues “la verdad se eclipsó en medio de estas opuestas opiniones”, presentándose él como develador, sobre bases positivas, de lo que Naturaleza directamente le ha inspirado –“Ella me manifestó la verdad tan infalible, visible y sencilla, que la concibe la razón, la palpan los sentidos, y la demuestran los hechos”– para lograr felicidad y dicha social, por lo que su obra, “útil a todos los que se dedican a las ciencias, la recomiendo en particular a los legisladores” (sin renunciar, soberbio, al patriótico orgullo por la gloria que, a través suyo, dice alcanza pionera “la magnánima y desgraciada nación española”…).
Mientras que en el anuncio se utilizan los términos “ontologismo” y “materialismo”, en todo el texto del Movimiento de la Naturaleza no aparece ni una sola vez “materialismo” o “materialista” y tampoco “ontologismo”, aunque en la nota 6 (de nuestra renumeración), en la que el autor manifiesta respeto civil a la Religión a que deben someterse todos los hombres: “por esto desde mi niñez veneré, continúo venerando, y veneraré mientras viva, la que sostiene el gobierno de mi patria: el que así no juzgase sería tan temerario como el que tratara de oponerse a la corriente de los ríos”, se queja de “cuánto se ha abusado de este precioso don social” de la religión, “porque desgraciadamente están aun muy recientes las heridas que en los últimos siglos abriera la dominación ontológica”.
Y además Bercial, en esa nota 6, advierte que “jamás podrá ser tan dañoso el imperio de la ley” como “permitiendo la más amplia extensión a la filosofía” (la “dominación ontológica”): “Creo por estas razones, y pienso me entenderán los que deseo me comprendan, que la teología y la filosofía deben estar separadas por un impenetrable muro: en la actualidad, la primera debe solo ocuparse en sí; y los demás hombres solo en hacer dichosa la sociedad.” [Cinco años después su admirado Espartero crea en Madrid una facultad completa de filosofía…]
Sin embargo, solo quince días después de anunciado el libro en venta, nada menos que en primera página de Gaceta de Madrid (el viernes 13 de abril de 1838), sin mencionar el nombre del autor, que tampoco se trataba de fomentar su fama, se difunde una consistente impugnación del “folleto intitulado Movimiento de la naturaleza, en el cual se preconiza y se cree haber demostrado el sistema del _materialismo más puro_”, impugnación asumida por la “redacción de la Gaceta” en la que se reclama, además, “poner un coto a esa desenfrenada libertad de imprenta” que puede transformar una revolución política en revolución social al “atacar los fundamentos de la moral pública, de la religión de nuestra patria y de la creencia universal del género humano”.
Pero adviértase que esa fórmula “_materialismo más puro_” es cosa de la “redacción de la Gaceta”, pues no se utiliza ni en el anuncio mencionado ni en parte alguna de todo el opúsculo firmado por Ramón Bercial. Interesante respuesta la publicada en la Gaceta que termina advirtiendo prudentemente: “No olvidemos que el filosofismo convirtió la revolución política de Francia en revolución social.”
«Es imposible saber sin sorpresa y espanto, que se ha publicado en Madrid en el año 1838 un folleto, intitulado Movimiento de la naturaleza, en el cual se preconiza y se cree haber demostrado el sistema del materialismo más puro. El estilo es hinchado y declamatorio, como el del impío e infame libro que se publicó en Francia a mediados del siglo XVIII con el título de Sisteme de la natura. El autor del folleto procura persuadir en el prólogo, que ha debido a su propia observación las doctrinas que vierte; pero ningún lector instruido lo creerá, observando que no ha hecho otra cosa sino reproducir los argumentos de Lucrecio y de Espinosa, sin el talento del primero, sin la lógica del segundo: y aun dudamos que los haya visto en estas fuentes venenosas, sino en alguna miserable rapsodia de tantas como produjo la monstruosa revolución de Francia.» (Gaceta de Madrid, Madrid, viernes 13 de abril de 1838.)
Antes de caer en el olvido el pretencioso opúsculo del joven médico cirujano militar, tuvo la suerte de ser incorporado por el Obispo de Coria, Ramón Montero, aunque fuera para denigrarlo, en una exposición dirigida a la Reina Gobernadora con fecha 15 de agosto de 1838 (aunque el obispo andaba más preocupado por el activismo de la Sociedad Bíblica y su agente Jorgito Borrow por España). Censura que oblitera también el nombre del autor y parece fue dictada solo ante el anuncio del Diario de Madrid y la impugnación de la Gaceta (el párrafo de muestra que el señor obispo transcribe entrecomillado corresponde a Holbach y no al Movimiento de la naturaleza de Bercial):
«¿Cuántos perjuicios no causan a la moral pública estas desvergonzadas producciones de hombres sin Dios y sin patria? Otros libros malos solo tienen por objeto la pura desmoralización; y para hacer agradable su lectura se valen de la novela, y entronizando en ella el vicio, hacen aparecer como lícito lo que repugna a la misma naturaleza del hombre; son alabados los actos y crímenes mas horrorosos; y concluyen dando elogios al que se suicida, porque aun la misma sociedad le es ingrata. Esto es lo más horroroso de decirse, y está repetido en el Sistema de la naturaleza o de las leyes del mundo físico y moral por el Barón de Holbach, con notas y correcciones por Diderot, y es el mismo que se ha publicado y anunciado en el Diario de Avisos con el título de Movimiento de la naturaleza, y que con mucha satisfacción he visto impugnado por los Editores de la Gaceta. Es el sistema de un materialista, y basta para conocer los delirios y errores que contiene; esta es una muestra: "Los tiranos y los Ministros de la Religión se han servido del error para esclavizar a los hombres, y al error consagrado por la Religión deben atribuirse la ignorancia y la incertidumbre de sus deberes, y de las verdades más positivas en que el hombre se encuentra. No hay Dios, y la naturaleza es eterna; todo está arreglado por el movimiento, ni el hombre es libre."» (La voz de la religión, época segunda, tomo IV, Madrid 1838, pág. 141.)
Los conceptos que más remueve Bercial en su Movimiento de la Naturaleza son, ordenados por ocurrencias: “movimiento” (113), “cuerpo/cuerpos” (107), “naturaleza” (99), “calórico” (75), “vida” (73), “materia/material” (44), “causa” (38), “existencia/existir” (36), “viviente/vivientes” (28), “principio vital” (24), “pensamiento” (21), “espacio” (18), “asimilación/desasimilación” (16), “muerte” (15), “luz” (14), “ciencia/ciencias” (14), “universo” (13), “orgánico/inorgánico” (10), “luminoso/lumínico” (7), “electricidad/eléctrico” (7), “filosofía” (3).
Sólo cita Bercial a dos autores: siete veces a Condillac (sobre todo en la nota 3, para distanciarse de la Lógica, “traducida por D. Bernardo María de Calzada” –versión publicada por primera vez en Madrid 1784–: realiza Bercial tres citas precisas a las páginas 24, 46 y 59, sin mencionar edición, pero que se corresponden con la de Barcelona 1817) y tres veces a Richerand: “eran pasados tres meses en Santander, y un día que había tomado con más empeño que otros la averiguación del principio vital, para lo que pedí a un compañero la fisiología de Richerand…”: quizá la edición de los Nuevos elementos de fisiología traducida al español en dos tomos (Librería Americana, París 1826) o directamente una edición francesa, pues cita Bercial como pensamiento feliz de Richerand: “La hipótesis del principio vital es a la física de los cuerpos animados lo que la atracción a la astronomía” (pág. 13), frase que varía ligeramente en la versión parisina en español: “La hipótesis del principio vital, es para la física de los cuerpos animados, lo que la atracción es para la astronomía” (pág. 136 del tomo 1).
El materialismo que ejercita el joven e impetuoso Bercial (aparte su distanciamiento expreso, en el anuncio, de “los partidarios del materialismo”) es, en todo caso, como es natural, primogenérico y grosero: “Todo cuanto existe es materia”, “cuanto existe en el universo forma parte del todo material”, “la materia es increada” (página 26); prisionero del calórico, del principio vital (“No puede ser otra cosa el principio vital que calórico”, pág. 64), el movimiento, la naturaleza, &c. Bercial huye de distingos, finuras o profundidades filosóficas, decae en buena parte de su opúsculo en meras explicaciones escolares, pero ofrece alguna ocurrencia que no deja de tener su gracia:
«Si cualquiera se empeña en crear nombres, o en explicar cosas con palabras que todos los demás desconocen, es claro que no podrá ser entendido. Yo, por ejemplo, me propongo crear una palabra o nombre, a saber bisacto, y para darla a conocer, digo que su significado es representar una cosa sin longitud, latitud, ni profundidad, inextensa e incorpórea. ¿Habrá alguno que diga que ha concebido el objeto para que he creado esta palabra? ¿Cómo, si yo mismo no he formado idea? Mas si hago saber que con ella quiero expresar la doble acción de los cuerpos circulares cuando se mueven, siempre que escriba, el movimiento general de la naturaleza es bisacto, las partes de la materia se mueven bisactas, los cuerpos redondos marchan bisactos; querré decir, el movimiento general de la naturaleza es de traslación y rotación, las partes de la materia se mueven trasladándose y rodando; los cuerpos redondos al trasladarse de un punto a otro giran alrededor de su eje; y creo que así se me habrá entendido.” (páginas 130-131.)
«Lo mismo sucederá si para describir cualquier objeto material me valgo solamente de frases que no comprendemos. Si me empeño en pintar una jóven adornada y rodeada de todo lo más bello que ofrece la creación del modo siguiente: En un inespacioso jardín rodeado de inmateriales paredes, y amenísimo como la eternidad del infinito, me entré a contemplar la inextensidad que le creó, y fui sorprendido con la vista de una hermosura que yacía reclinada en la espiritualidad de la ilatitud, pasando a su lado con grato murmullo la pureza cristalina de la nada. La inestimable gracia de su altísimo e informe cuerpo, la maravillosa delicia de su inaéreo e invisible talle, la suavidad de su inevangélico rostro divinizado con las emanaciones de la glorificación, y la dulcísima voz que parecía salida de su improfunda boca; al trasmitir los inauditos ínsonos producían una insentimental sensación en la incorpórea inmortalidad. La indivisibilidad de los rayos de sus eficacísimas luces, puras como la fe virginal, la hacían irresistible a la inanimación; y su corazón impalpitable a la manera que las fluctuantes ondas del vacío, deificaban su invenerado semblante. Encantado con la vista de esta inclara maravilla, no pude menos de exclamar: ¡guárdete el cielo, incomprensible beldad, que, simplificada por la inmaterialidad del imposible, eres solo digna de habitar la inexistencia! ¿quién habrá formado una idea verdadera de su belleza después de leída la descripción? Yo mismo que la invento, no la comprendo.” (páginas 131-132.)
Tras su primaveral estreno literario de 1838 en pleno Movimiento de la Naturaleza, parece que Ramón Bercial siguió prestando sus servicios como médico cirujano militar, hasta que se produjo El triunfo ibero y muerte del fanatismo, que es como titula una suerte de historia novelada semiautobiográfica del final de la guerra civil entre la izquierda liberal española capitaneada por Espartero y la derecha primaria carlista que pretendía restaurar el antiguo régimen, que publica en Madrid, a principios de 1841.
Ramón Bercial
El triunfo ibero y muerte del fanatismo
Imprenta de Sanchiz, Madrid 1841, 250 páginas.
[1 = portada] “El triunfo ibero y muerte del fanatismo, por D. Ramón Bercial. | La resistencia que los gobernantes oponen a las necesidades de los pueblos, que en los tiempos se suceden, las cruentas revoluciones causa. | Madrid. Imprenta de Sanchiz, Calle de Jardines. 1841.” [2] firma autógrafa.” [3-6] Dedicatoria [7-14] “Prólogo.” [15-44] Capítulo I. [44-68] Capítulo II. [68-74] Capítulo III. [74-101] Capítulo IV. [101-112] Capítulo V. [113-124] Capítulo VI. [124-136] Capítulo VII. [137-151] Capítulo VIII. [152-170] Capítulo IX. [170-186] Capítulo X. [186-197] Capítulo XI. [197-210] Capítulo XII. [210-227] Capítulo XIII. [228-250] Adición.
[ Dedicatoria ]
Antes que se verificase el último pronunciamiento contra el gobierno de resistencia, que dominaba, estos pensamientos se escribieron. El autor ha creído no deber variar nada las ideas, que aquí tenía emitidas: espera con ansia, como todos, que comience a manifestar el porvenir los efectos que se esperan.
¿Llegará a ser feliz la España? ¿Será posible, que no se eleve al fin a la cumbre de sus glorias esta poderosa nación, que abatida ha yacido por falta de un buen padre que gobierne, desenvolviendo los infinitos tesoros que en sí oculta? ¡Bien sabe el mundo entero lo que la Iberia con un gobierno independiente y paternal sería! ¡Sí! Todo el mundo a la Iberia sus miradas dirige. [IV] Los europeos desean el letargo de sus hijos por poseer tan rica joya. Los americanos, como a madre, grandes recuerdos la conservan. Los sarracenos lloran la pérdida de su posesión, pidiendo a su profeta que las delicias de Iberia les devuelva. ¡Y solo sus hijos desconocen tantos bienes, o se dejan seducir para que otros los disfruten!
En el duque de la Victoria confían todos los españoles. Las virtudes, que manifestó mientras que ha dirigido los ejércitos, han cautivado los corazones de todos los buenos ciudadanos. Lo mismo por sus glorias, que por sus virtudes, los hombres de bien idolatran a S. E.; y si en adelante sabe y quiere continuar prodigando a la nación mas beneficios, todos los españoles le bendecirán.
Si el señor duque empieza su carrera política, continuando la marcha que siguió como soldado. Si en el centro de la poderosa elevación en que se [V] encuentra, recuerda todos los días, siquiera algunos momentos, que cuando participaba de las extraordinarias fatigas y penalidades que ha sufrido su ejército; veía sin cesar a los desdichados habitantes de los derruidos pueblos, llorando las ruinas de sus fortunas, cobijados bajo los escombros que habían escapado a las voraces llamas: único refugio y patrimonio que la destructora guerra les dejó. Si no olvida que muchos de los que llamaba camaradas, ya en el día ciudadanos pacíficos; al irse a sus casas, a descansar de sus trabajos, han encontrado aniquilado lo poco que tenían. Si por la mente alguna vez se le pasa, que todos, repitiendo en sus conversaciones sus desgracias, mezclan sin cesar en ellas el nombre de S. E.; esperando del mágico sonido que en sus oídos resuena los bienes, que de un ángel de salvación se aguardan. Si estos recuerdos interesan su corazón, impulsándole deseos de ser el procurador [VI] general de los pueblos: ¿qué historia podrá entonces competir con la del señor duque...?
Solo al hombre que salió del pueblo, y a quien todos los pueblos miran como padre protector; le es posible, si quiere, hacer feliz la España.
Prólogo
Los grandes sucesos que han ocurrido durante estos últimos años en la nación, han debido necesariamente interesar a todos los ciudadanos. Esta gran conmoción social que hizo explosión en nuestra patria, por fuerza se había de sentir en todas partes; desde la potestad más elevada, hasta la cabaña más recóndita de las breñas. Agitación tan extraordinaria poniendo en juego todos los resortes sociales, e impeliéndolos de un modo distinto, debió crear precisamente intereses opuestos, que entre sí chocasen. Impulsados todos por una necesidad irresistible, que muchos no comprendían, y arrastrados por el torbellino que llevó a su centro cuanto encontraba delante; dejaron desencadenar las pasiones abandonadas de la razón, y casi sin poder contenerse; se han precipitado en un abismo del cual apenas salen. El antiguo letargo se convirtió en actividad, la razón [VIII] ansiaba recobrar su imperio, y el fanatismo miró furioso que la ignorancia quisiese emancipar su tutela.
Fluctuando así los hombres, entre antiguas preocupaciones y exigencias presentes, han formado opiniones, que cada cual ha anhelado hacer más extensas: procurando persuadir a los demás, que son las mejores para sacarles de la ansiedad en que yacen, haciéndoles felices.
Las anteriores costumbres, los hábitos erróneos que aun dominan, han producido la general infelicidad, que por donde quiera que extiende el observador la vista advierte. Al crear los directores de las naciones sus teorías, queriendo desenvolver las bases que son su consecuencia, ¿han estudiado bien antes en los mismos pueblos; cuales sean sus necesidades, cual su carácter, que educación y leyes les convienen?
Pequeño átomo, me he encontrado bogando en medio de este gran golfo, llevándome consigo la corriente rápida en su torrente, como a los demás ciudadanos. Empero aunque participaba de la misma conmoción que todos, he marchado solo con la muchedumbre; como insignificante residuo, semejante a un grano de arena en un montón muy grande; naturalmente en este aislamiento ninguno había de cuidar mezclarse [IX] con un átomo; ni yo tampoco, conociendo mí pequeñez, tenía la vana presunción de creer podría acercarme a tomar con otros parte activa. Esto no obstante acalorada la imaginación me persuadió, que no me sería muy difícil prestar alguna utilidad a la patria: llamando entonces en mi auxilio la imparcial razón, me hizo reflexionar, que es obligación de todos los ciudadanos presentar a la nación los servicios, que crean pueden favorecer a la generalidad.
Por eso se han reunido en sociedad los hombres, para mutuamente expresar los unos a los otros los conocimientos que hayan procurado adquirir; porque analizados con la calma de la meditación, se desechen los que contengan máximas erróneas, y acojan protegidos los que importen al bien común.
Estas razones me han dejado arrebatar por la idea que se fijó en mi mente; de analizar los sucesos que miraba sucederse sin cesar, aumentando siempre, mas bien que calmando la conflagración volcánica, en que estaba envuelta la España. Impulsado mi corazón con estos deseos, que han obligado mi pensamiento frecuentes veces a lamentar las desgracias, que afligen a mis compatriotas; siendo en mi concepto muy fácil hacerles felices: me determiné a escribir estos [X] mismos sucesos que observaba. No porque me creyese capaz de verificarlo mejor, que pudieran hacerlo otros muchos con mayor acierto; sino porque confiando en mis intenciones rectas, y en la imparcialidad que con relación a los partidos poseo: me animé a presentarles bajo un punto de vista, las muchas faltas que veía cometidas, y que creo desconocen por la preocupación de las pasiones; que les dominan oprimiendo su razón. Diciéndoles al mismo tiempo, que contemplen con admiración a la milicia, cada instante interesándose más en la felicidad patria; presentando la España el admirable fenómeno de deber su libertad a la fuerza de las bayonetas, cuando los diplomáticos solo trataban de oprimirla.
¡Que asombro! los militares llevando consigo la paz, y tendiendo mano fraternal en todas partes, mientras los que quieren aparecer, y debían, como defensores de la humanidad, tiranizan la nación!!!
Todas estas impresiones, que me afectaron extraordinariamente, me han movido a presentar al público el Triunfo ibero y muerte del fanatismo. Las últimas glorias del ejército adquiridas por el virtuoso español que le gobierna, forman la base de estas apuntaciones histórico-político-morales: [XI] donde he procurado dar una ligera idea de todas las exigencias, que se presentan en España, indicando también como de ben tratarse. Las controversias de los partidos, unión que produjo el gran convenio, mostrando como me parece debe mirarse aquel suceso, los pensamientos que en los pueblos dominan; señalando cuales han sido las causas de su estado infeliz, y de que modo deben empezarse sus mejoras: todo he procurado bosquejarlo. Creído que describiendo este conjunto del modo que lo hago, y puesto así unido ante las mentes de los que le lean; hará que mediten las necesidades nacionales más, que hasta ahora las meditaron. En adelante si el público acogiese estas descripciones como deseo, me servirían de base para otras empresas, a que entonces me atrevería. Advirtiéndole, observe también al juzgarlas, que están escritas durante la vida molesta e incómoda de campaña en donde todo faltaba, hasta el gusto a la imaginación.
Otra segunda base contienen los pensamientos que escribo, enlazada con la primera, y expresada con fuerza; porque he juzgado necesario tratar así las absolutamente intolerables costumbres, que ha distendido el fanatismo, desmoralizando los pueblos. Me ha parecido conveniente, [XII] porque me figuro surtirá mayor efecto, el demostrar personificadas las impuras máximas, que dieron pábulo al desorden en que permanecemos; así como personifico también para lenitivos, los preceptos puros que es necesario contraponer.
La buena moral de un pueblo es base, sin la que es imposible que camine bien; porque el hombre perverso nunca siente la ternura que inclina en favor de sus semejantes, y por consiguiente es perjudicial en sociedad. Las costumbres, que emanan de una esmerada educación, son las que enlazan los hombres, sometiéndoles a las leyes respetuosos, e interesándoles humanos por los demás. ¿Y quién es posible que dude, que el laberinto inmoral en que estamos engolfados, ha sido trasmitido a las masas, por la ejemplar hipocresía con que se han conducido las comunidades religiosas?
Por último, dedicada mi mente ha algún tiempo, por un irresistible impulso, al estudio de la filosofía; esto es, a observar la naturaleza para averiguar sus leyes, y al hombre por consultar sus necesidades: he procurado, siguiendo el rumbo de la narración, describir ligeramente las reflexiones que me han ocurrido, y parecido oportunas. Sirviéndome de punto de apoyo [XIII] principalmente en las costumbres, las provincias vascongadas, que creo son modelo de feliz legislación.
Anhelo que todos lean con calma estas apuntaciones, cualquiera que sean las ideas que les dominen; pues quisiera encontrar en los hombres la tolerancia que me anima, para examinar imparcialmente las producciones de otros, piensen como quieran. Inspecciónense bien mis buenos deseos, que deben precisamente resaltar en los pensamientos escritos; y entonces los que no se conformen con lo que digo, rebatirán con comedidas razones, los errores que crean encontrar : espíritu que deben seguir las mentes, en la marcha ilustradora del siglo en que vivimos.
No he escrito estas reflexiones, para que se entretengan leyendo los hombres; solo, para que las mediten mucho: creído que las bases políticas que expreso, muy acordes con las establecidas en la nación, son irresistibles necesidades del siglo. Si así es, cuanto más se separen los partidos de ellas, en el rumbo que quiera, más hundirán la patria con convulsiones inevitables, ínterin entren en la senda que tiene la naturaleza trazada. No es el amor propio, orgulloso porque se figure tener mejor estudiadas [XIV] que otros las necesidades de la sociedad, quien me obliga a hablar de este modo, no es un ansia vehementísima, que impulsa a mi mente deseos extraordinarios, de ver la España emancipada de esa funesta compresión en que ha yacido, y permanece. Si, imparcial y aislado entre todos los hombres, lamento los errores que en ellos creo advertir, siempre que medito en calma: porque entonces las únicas ideas que dominan mi pensamiento, son: prosperidad patria, y general felicidad social.
Tres años después del anuncio del opúsculo, el mismo Diario de Madrid informa de la aparición de este libro, el miércoles 31 de marzo de 1841, aunque sin mencionar siquiera el nombre del autor, que se dirige en primera persona al lector:
El triunfo ibero y muerte del fanatismo
Concluida ya la destructora lucha que la España aniquilaba, ¿no debiera esperarse que la animosidad de los partidos se perdiera para siempre en el silencio del olvido_?_ ¡Y sin embargo no es así!
¡Pueblos! si volvéis la vista en vuestro derredor ¿no os juzgáis muy desgraciados? ¿Y qué os falta para procuraros la felicidad? Qué os falta...! La unión fraternal, que la ley impere, y la justicia, que de ha mucho tiempo yace postergada, a ejercerla comience. Pronuncian sin cesar nuestros labios libertad, y esto no obstante estáis doblemente esclavizados. Sí, los poderosos son vuestra ley, vuestra justicia sus pasiones, y de esta doble esclavitud nace el desorden en que envueltos os miráis. ¿Cómo podéis de él salir....?
En el Triunfo Ibero al describir las últimas glorias del ejército he procurado bosquejar las causas de la revolución social, las discordias y errores de los partidos durante la lucha que ha finado, las bases que a la nación convienen... para que presentado todo a un golpe de vista ante las mentes, sirva a los pueblos para que empiecen a reflexionar y no engañarse, y a los gobernantes para que calmen sus tormentas, y comiencen a edificar en favor del bien público. ¿Habrá tratado bien mi pluma mis deseos? Leed y meditad.
Se vende a diez reales en la librería de Matute, calle de Carretas, número 8.
(Diario de Madrid, nº 2196, miércoles 31 de marzo de 1841, pág. 4.)
«Cual brillante lucero, que en una noche clara, colocadas en su torno miles de estrellas, parece que a todas su fulgor alcanza: no de otra suerte, el jefe del ejército situado en medio de las tropas, que arenga, a todas se ve que llega su ardor guerrero. Todos poseídos de un nuevo vigor, en medio del entusiasmo que circula en todos, anhelan no obstante obedecer todo lo mandado: y a una les dicta el corazón gritar en común voz viva Espartero; y el eco lejano repitiendo, en todas las concavidades del contorno se oye, que suena viva Espartero.» (páginas 23-24.)
Al final del capítulo IX glosa el abrazo de Vergara entre el general Espartero y el general carlista Maroto, el 31 de agosto de 1839, que supuso el inicio del fin de la (primera) guerra civil provocada por los fanáticos carlistas:
«Extranjeros, decid lo que gustéis. Espartero y Maroto sonríen abrazados, contemplando afables las miles de víctimas, y ruinas de propiedades, que con su amistad salvan: recibiendo inequívocas muestras de gratitud, que les mandan ansiosos todos sus conciudadanos; mirándoles indistintamente, cuantos se creen verdaderos españoles, como padres, que solo han anhelado la felicidad de sus hijos.
¿Políticos, que reconocéis apreciando los derechos de los hombres; en la revolución social, que siguen los presentes siglos, se presenta otro hecho igual a ese abrazo español, a ese triunfo Ibero? Contestad.
¿Querrán todavía los profetas extranjeros continuar vaticinando el porvenir de los sucesos españoles? Persuádanse alguna vez, que la Hesperia es el jardín de los misterios, que ellos no conocen; en cuyo laberinto está escondido el vellocino de oro, que no encontrarán, por más que le busquen los extraños; porque le ha ocultado muy bien la madre, para presentarle a sus hijos, cuando sean ya dignos de este gran tesoro.
Sí, gobernantes de las naciones, que se tienen por modelo de ilustración. La Iberia, ha sido tantos siglos muy desgraciada, por el carácter generoso que predomina en sus hijos, dotados de especial constancia. Dominados cruelmente por el fanatismo, han sufrido resignados trabajos infinitos, que los hijos de otros suelos son incapaces de sobrellevar; porque estaban persuadidos, que debían muchos beneficios, a los que se los causaban. Conocieron ya, que se abusaba de su demasiada bondad, y han vuelto de su letargo, empezando a raciocinar con madurez desde el primer momento. De un corazón constante, y un pensamiento generoso bien dirigidos, qué se podrá esperar en adelante? Aunque solo los tiempos aclaran lo futuro, pueden formarse deducciones muy probables con lo presente, y pasado. Mirad a Vergara: monumento eterno de permanentes recuerdos.» (páginas 168-170.)
Aunque todavía faltaba la decisiva toma de Morella, donde el general Espartero derrota el 30 de mayo de 1840 al general carlista Ramón Cabrera, campaña en la que probablemente intervino Bercial, por los detalles que ofrece en la última parte de su libro:
«El desaliento de los rebeldes se aumenta admirablemente; huyendo siempre aterrados a gran distancia de las valientes tropas, que penetran dominando todas las asperezas del país, sin encontrar mas oposición que en los puntos fortificados. Solo queda a los vándalos la frágil esperanza de la plaza de Morella, que creen coloso inexpugnable; donde piensan crédulos resistir el impetuoso torrente del ejército pacificador invencible, que donde quiera penetra.
Ínterin se van conduciendo los grandes trenes, y se hacen los preparativos necesarios, para abatir el orgullo de la famosa plaza; las divisiones marchan en distintos rumbos, sorprendiendo, y apoderándose de los grupos errantes, que los lugares andan devastando. También conquistan al mismo tiempo los pequeños fuertes, que construyeron en inaccesibles puestos para morada de sus crímenes; que presto ceden a los heroicos esfuerzos, a que tanto se han habituado las tropas libres.
No encontrándose al fin seguros ni en el recinto de sus murallas mismas las abandonan, ejecutando antes atentados desconocidos entre los feroces salvajes. Últimamente en Cantavieja, no solo entregan la población a las voraces llamas, sino que eclipsando la furia de las fieras carnívoras, ¡los monstruos, hacen víctimas del incendio a sus desgraciados compañeros, que tenían postrados los padecimientos en el lecho del dolor!
A pasos agigantados corren a su fin tantas crueldades, acercándose el término que la humanidad ansía. Los pueblos circunvecinos a Morella están colmados de elementos más que suficientes para abatirla, y aunque la defiendan resueltos, los que sus muros ocultan, su rendición muy pronta el destino pronosticar parece. Las divisiones mueven, acercándose con los imponentes aparatos hacia el lugar del sitio; no obstante que los hados se muestran contrarios siempre, al comenzar los militares sus empresas: acaso por dar mas realce a su admirable heroísmo.
Envuelto en densas nieblas el cielo está sombrío, clareando su opacidad en algunos intervalos la atmósfera con los torrentes de agua, que descargándola descuellan sobre los militares que caminan. El recio viento impeliendo las nubes, figura sobreponerlas durante la luz en los contornos, donde se prepara a acampar el ejército; para en la obscuridad anegarle con su humedad fría. El matiz rubicundo, que la trasparencia de los rayos solares da en este día a los negruzcos nublados del ocaso, es presagio triste de la opacidad tenebrosa, en que va a envolverse la tempestuosa noche. El temporal aumentando sin cesar se descompone en grandes aguaceros, que interrumpen el pavor silencioso de las tinieblas con el ruido, que producen en el terreno las salpicantes gotas de la lluvia. Envuelto en un ciego caos todo el horizonte, solo da a conocer la existencia del universo el eco lejano, trasmitido por el aire humedecido de los vientos, que silbando baten el ramaje de los árboles, chocando entre sí sus hojas.
Los soldados empapados en agua, que principia a condensar sobre sus cuerpos el norte frío de las sombras, esperan agobiados los primeros albores de la luz; por salir de la angustia en que yacen, con aquella completa obscuridad que la ira de los elementos causa.
La aurora del veinte de mayo aparece por último, enseñando los confines de Morella cubiertos con una helada alfombra de blanca nieve. Aun tres días más continúa en estos sitios el rigor extraordinario de una estación tan avanzada, sufriendo con la constancia que siempre las tropas sus fatigas. […]
Ya ha algunas horas que el astro del día se ocultó por el ocaso al horizonte, cuando los sitiados silenciosos de la plaza salen, para confiar a la fuga su salvación. Los caminos y desfiladeros están ocupados por las tropas; que al primer quien vive de los centinelas se preparan, sintiendo en breve a los que se alejan. Un constante fuego de fusilería resuena al punto por las cuencas de aquellos contornos, aumentando sucesivamente: los fugitivos espantados dan vueltas en torno de su recinto, sin encontrar salida; que en todos lados con sostenidos tiros les esperan; la mayor parte vuelven a internarse en la plaza, cerrándola rápidamente; y dejando fuera muchos de sus compañeros, que han creído enemigos, que en su alcance venían: asustados todos, en su desorden, se hacen disparos a sí mismos, destrozándose unos a otros; y causando gran matanza en los que han quedado fuera, la metralla que el castillo esparce. Centenares de dispersos van llegando a los campamentos enseguida, a los que no mas remedio que entregarse les queda.
Apenas los fulgentes rayos comienzan a dar luz al horizonte, aun no vueltos del terror de la noche, piden capitulación, y a poco la famosa Morella abandonan: quedando sin esperanzas su bando, que huye rápido hacia el pirineo catalán, buscando un suelo extraño que le acoja. Fin.» (páginas 243-246 y 249-250.)
Pasa desapercibido del todo El triunfo ibero y muerte del fanatismo, y ya no volvemos a encontrar el nombre de Ramón Bercial como autor, ni tampoco mención literaria alguna de su persona tras carrera tan efímera y poco provechosa como escritor.
Aparece asentado en 1845 como médico cirujano en el pueblo de Marchamalo, de mil habitantes, a cinco kilómetros de Guadalajara (Ramón Bercial López solicita el 7 de noviembre ingresar en la Sociedad Médica General de Socorros Mutuos, según se anuncia en su periódico oficial, el Boletín de Medicina, Cirujía y Farmacia, 2ª, nº 259, pág. 376, Madrid, domingo 23 noviembre 1845; y en la Gaceta Médica, nº 33, pág. 264, Madrid, 30 noviembre 1845). Es curioso que el 18 de mayo de 1847 vuelve a solicitar su ingreso en la misma sociedad, también como médico cirujano de Marchamalo (Boletín…, 3ª, nº 73, pág. 170, 23 mayo 1847; Gaceta Médica, nº 87, pág. 120, 30 mayo 1847).
«Marchamalo, villa con ayuntamiento en la provincia y partido judicial de Guadalajara (1/2 legua), audiencia territorial de Madrid (10), capitanía general de Castilla la Nueva, diócesis de Toledo (22). Situado en llano a la izquierda del río Henares, goza de buena ventilación, y su clima es propenso a tercianas y pulmonías. Tiene 250 casas, la consistorial con cárcel, escuela de instrucción primaria a cargo de un maestro dotado con 2.500 reales, una iglesia parroquial de término (Santa Cruz), servida por un cura, cuya plaza es de provisión en concurso. […] Produce trigo, cebada, centeno, aceite, vino, garbanzos, guijas, guisantes, habas, leñas de combustible y yerbas de pasto, con las que mantiene el ganado lanar y las yuntas necesarias para la agricultura; hay caza de perdices, conejos, liebres y en su tiempo codornices. Industria: la agrícola, la panadería, un molino aceitero y algunos de los oficios más indispensables. Comercio: exportación del sobrante de frutos y de pan, que es muy estimado por su clase superior, y se conduce principalmente a Guadalajara, en donde se surten los vecinos de los artículos de consumo que faltan. Población: 260 vecinos, 1.080 almas. Capacidad productiva: 9.018.890 reales. Impuestos: 451.700. Contribución: 42.585. Presupuesto municipal: 5.200, se cubre con el fondo de propios y arbitrios, y reparto vecinal en caso de déficit.» (Pascual Madoz, Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, tomo XI, Madrid 1848, pág. 219.)
Diez años después sigue viviendo en Marchamalo: en 1855 aparece en la relación de electores del Distrito de Guadalajara que publica el Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara (19 febrero 1855, nº 22, pág. 3) –y seguirá apareciendo como elector por ese distrito en 1857 y en 1863– y consta como propietario de viñedos y tierras para cereal (sus propiedades lindan o rodean nuevas fincas, otrora bienes del clero, procedentes de la Capellanía de ánimas de Marchamalo, que se rematan el 30 de enero de 1856 –BOG 26 diciembre 1855–, como la inventariada 16971 en Pozo de la nieve y la 16973 en la Picaza que lindan al “Norte con D. Ramón Bercial”, la 16974 en el Frontal que linda al “Mediodía, D. Ramón Bercial”, o el olivar 16975 en la Gindalera con veinte olivos que “linda por todos aires con D. Ramón Bercial”). Las propiedades de Ramón Bercial parecen proceder de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos: entre los expedientes de redención de censos aprobados por la Junta provincial de Ventas el 11 de abril de 1856, figura “Ramón Bercial, vecino de Marchamalo por otro [censo] de 110 rs a favor del hospital de San Juan de Dios de Guadalajara”, importando entonces la capitalización 1537 reales (BOG 16 abril 1856). En 1864, cuando la construcción del Canal de Henares, le fueron expropiadas por enajenación forzosa algunas de sus fincas en Marchamalo: en la relación de 21 de junio (BOG 24 junio 1864) las números 7, 29, 41 y 77, dedicadas al cultivo de cereales. Al año siguiente le expropian otra finca, en el término del Cañal, también para la construcción del Canal de Henares, esta vez una parcela dedicada al cultivo de cereales de 16 áreas 77 centiáreas (BOG 1 febrero 1865). (En 1869, al construirse las acequias principales de riego derivadas del canal de Henares, se expropiaron –a sus herederos– las fincas 1 y 5 de tierra, y la 13 de viña, para la acequia número 9; y la finca 23 de viña, y las 41 y 43 de tierra para la acequia número 10 –BOG 24 marzo 1869–.)
Muere Ramón Bercial en 1867 (su nombre, con domicilio en Marchamalo, figura en la relación de electores fallecidos durante 1867 que publica el Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara, 4 diciembre 1867). Su hija Matilde Bercial casó con Sandalio Acevedo, y su nieto póstumo Ramón Acevedo Bercial [nacido hacia 1880; en una citación de un juzgado de Madrid publicada en la Gaceta figura en 1930 con cincuenta años, médico y casado] también se hizo médico (el semanario católico Eco de la Alcarria informa el 3 de junio de 1903: “Ha terminado con brillantez la carrera de Medicina, en Madrid, nuestro estimado amigo D. Ramón Acevedo y Bercial, hijo del propietario de Marchamalo D. Sandalio”). Matilde Bercial intentó suicidarse en Marchamalo a finales de 1914, arrojándose a un pozo lleno de agua, de donde la sacó ilesa el barbero del pueblo Eustaquio Valentín. “En Marchamalo ha dejado de existir doña Matilde Bercial, viuda de Acevedo. Reciban sus hijos nuestro pésame” (Flores y Abejas, 18 marzo 1917.)
Del opúsculo Movimiento de la naturaleza de 1838 guardaban ejemplares, al menos, la Biblioteca Nacional (que se había fundado dos años antes) y la Biblioteca de la Universidad de Madrid (la Universidad Central se había instalado en Madrid en 1822). Pero, a pesar de la propaganda, adversa pero propaganda, de la Gaceta y del obispo de Coria (que sirvió para que ciento setenta años después supiéramos de ese opúsculo, rastreando el término “materialismo”), la efímera actividad literaria del autor, aislado en Marchamalo, favorecieron su ignorancia. Bercial se “retira” cuando el médico materialista Pedro Mata Fortanet, coetáneo suyo, también implicado en la lucha contra la reacción carlista, se convierte en el primer catedrático de medicina legal de Madrid en 1843. Si el militar Luis Vidart Schuch hubiera sabido de la existencia del Movimiento de la naturaleza, no hubiera dudado en incorporarlo a La filosofía española, indicaciones bibliográficas de 1866. Los eruditos Gumersindo Laverde y Menéndez Pelayo no hubieran tampoco dejado escapar esa cita, si hubieran dispuesto de ella…
José Cepedello Boiso, al preparar su tesis doctoral, defendida en 2001 en la Universidad de Sevilla, dedicada a La recepción en España de la filosofía de Condillac, encuentra un ejemplar del Movimiento de la naturaleza en la biblioteca universitaria hispalense, sin fichar, pues estaba encuadernado junto con otra obra. Pudo dedicar así el último capítulo de su tesis al “sensualismo materialista de R. Bercial” (“Bercial se va a ocupar de establecer una concepción materialista del hombre y de la realidad en su totalidad, partiendo, como él mismo señala, del sensualismo de Condillac”, pág. 581), en el que, a lo largo de diecinueve páginas, ofrece un resumen informativo sin otras referencias (ni el segundo apellido del autor, fechas u otros datos, ignorando la respuesta de la Gaceta y la censura del obispo de Coria en 1838, &c.).
En 2007 y 2008 el doctor Cepedello Boiso publica dos artículos, que comparten párrafos, en los que, sin aportar ningún dato biográfico nuevo sobre el autor (tampoco cita la respuesta de la Gaceta o la censura del obispo de Coria de 1838, &c.), incorpora a Ramón Barcial al curso de una supuesta “teoría política masónica” y de un presunto “pensamiento político masónico”, con discutibles reconstrucciones ad hoc que parten de atribuir al joven Barcial un sistematismo, conocimientos y profundidad filosófica de las que francamente hay que dudar. Pero sobre todo, reconociendo lo indocumentado de tales atribuciones masónicas (“dejamos a los historiadores la tarea de demostrar, si fuera posible, y con pruebas documentales fehacientes, el grado de implicación de ambos en las sociedades masónicas”):
«Años después, un médico militar de origen cántabro, Ramón Bercial, inicia su obra titulada, Movimiento de la naturaleza, con una también muy significativa dedicatoria “al sol”, bajo la forma de una oración de claros tintes masónicos. En este libro, además, Bercial se va a ocupar de establecer una concepción materialista del hombre y de la realidad en su totalidad, casi sin parangón en la filosofía española decimonónica. En el presente estudio vamos a realizar un análisis textual tanto de los poemas filosóficos de Meléndez Valdés como de la obra de Ramón Bercial que nos permitirá demostrar de qué forma se hacen presentes, en ambos, los elementos de raíz masónica y cómo sobre ellos construyen los dos autores hispanos su concepción de la realidad, tanto natural como social y política. En los dos casos, además, sus biografías vitales e intelectuales, marcadas por un claro afrancesamiento, permiten aventurar que sus relaciones con estos grupos fueron, cuando menos, estrechas. Sin embargo, dejamos a los historiadores la tarea de demostrar, si fuera posible, y con pruebas documentales fehacientes, el grado de implicación de ambos en las sociedades masónicas, ya que nuestra tarea se limita a un estudio de los contenidos ideológicos en los que se manifiesta el sello de las doctrinas masónicas. En esta línea, y aunque Valdés siempre intente no alejarse en demasía de la ortodoxia tanto religiosa como política imperante en su época, sus versos rezuman ecos de dos ejes del pensamiento masón: en religión, el panteísmo y, en política, el ideal de fraternidad universal. Este será el objetivo central de nuestro trabajo: indagar en las relaciones entre la concepción panteísta de la realidad y el ideal de fraternidad universal tal y como se manifiestan en los poemas filosóficos del poeta Juan Meléndez Valdés y en la obra de Ramón Bercial.” (Cepedello 2007:208.)
Si Ramón Bercial hubiera solicitado su iniciación en alguna logia, o hubiera formado en algún discretísimo grupúsculo de médicos materialistas, su obra habría sido mínimamente jaleada y el Movimiento de la naturaleza no hubiera permanecido en el olvido durante siglo y medio. La “redacción de la Gaceta” le clasificaba en 1838 como adalid del sistema del materialismo más puro, y a principios del siglo XXI un doctor hispalense le reduce, o eleva, al puesto de peón afrancesado de la masonería… A la brocha gorda del padre Vélez no le repugnaría, pues al fin y al cabo “iluminados, materialistas, ateos, incrédulos, libertinos, francmasones, impíos” son el mismo enemigo.
Pero, como es natural, la frívola gratuidad atributiva introducida por el doctor Cepedello, que convierte al pobre Ramón Bercial en afrancesado y masón, se irá abriendo camino en nuestro hemorrágico entorno académico:
«Es llamativo que, en este artículo, Gallardo cuestione incluso el sensualismo de Condillac basándose en la apreciación de que a éste “le faltaron tal vez algunos conocimientos más de la máquina animal”29, anticipando con ello la crítica que de sus remanentes espiritualistas vertería unas décadas después el médico Ramón Bercial. Bercial, una figura poco conocida pero de la que se sabe que estuvo vinculado a los círculos masónicos afrancesados, publicó de hecho en 1838 un folleto inspirado abiertamente en el Système de la nature (1770) del Barón de Holbach en el que reprochaba a Condillac haberse detenido de forma inconsecuente ante las implicaciones materialistas de su sensualismo, y que, a pesar de su carácter marginal, resulta muy revelador de la paulatina progresión de las tesis naturalistas…» (Enric J. Novella, “Medicina, antropología y orden moral en la España del siglo XIX”, Hispania, 2010, nº 236, págs. 719-720.)
Ramón Bercial, en todo caso, encajaría mejor en un perfil de médico positivista filosóficamente “despistado”, aislado y olvidable.
Sobre Ramón Bercial López
1838 [Movimiento de la naturaleza... el materialismo más puro], Gaceta de Madrid, viernes 13 abril 1838.
2001 José Cepedello Boiso, “XIV. El sensualismo materialista de R. Bercial”, en La recepción en España de la filosofía de Condillac (tesis doctoral), Universidad de Sevilla 2001, págs. 580-599.
2007 José Cepedello Boiso, “Teoría política masónica en España durante los siglos XVIII y XIX: el modelo panteísta-naturalista de Juan Meléndez Valdés y Ramón Bercial”, Fragmentos de Filosofía, nº 5, 2007, págs. 207-237.
2008 José Cepedello Boiso, “Pensamiento político masónico, sensualismo y materialismo en la España decimononica: la crítica de Ramón Bercial al espiritualismo de Condillac”, Thémata, revista de filosofía, nº 40, 2008, págs. 11-29.
Bibliografía de Ramón Bercial López
1838 Ramón Bercial, Movimiento de la naturaleza, Imprenta de D. Miguel de Burgos, Madrid 1838, 142 páginas.
1841 Ramón Bercial, El triunfo ibero y muerte del fanatismo, Imprenta de Sanchiz, Madrid 1841, 250 páginas.
Textos de Ramón Bercial en el proyecto Filosofía en español
1838 Movimiento de la naturaleza