Luis Manuel del Rivero (original) (raw)
Filósofo español neo, olvidado por la bibliografía general y por la histórico filosófica, autor en 1852 de artículos como “Del materialismo político” o “Del progreso”, que firma “L. M. R.”, siglas con las que desde 1848 se hizo conocido en La España, como prudente ideólogo liberal, monárquico y católico. Aquejado por la enfermedad firma en octubre de 1854 unas “últimas voluntades”, en las que pide perdón por sus actuaciones “en tiempo en que estaba poseído del espíritu filosófico” (que en febrero de 1860 publica La España a instancias de su viuda).
Antes de embozarse durante varios años tras las siglas “L. M. R.”, mantuvo Luis Manuel del Rivero vida pública como abogado implicado en los asuntos de México. Por marzo de 1839 llega a Veracruz (“¡Veracruz, rodeada de arenales, cuyo primer aspecto no justifica el crédito de que en el mundo goza! Cuando yo entraba en el llamado puerto, zarpaba de Sacrificios para Europa la escuadra francesa que había tomado a San Juan de Ulúa”) y en diligencia, en tres jornadas –con escalas en Jalapa y Puebla de los Ángeles– a la ciudad de Méjico, donde reside cuatro años: “…en las casas consistoriales de Tlascala ví y besé con indecible amor y respeto el pendón de Castilla que tremoló Cortés en el Nuevo-Mundo”. Vuelto a España publica en 1844 un libro muy bien escrito y razonado, Méjico en 1842 (donde alcanza a citar el arancel de 16 de septiembre de 1843, pág. 260). En 1846, también en Madrid, firma con su nombre un Proyecto de Monarquía en México (aunque bibliógrafos useños le hagan “L. Miguel Ribero”). Desencadenada la guerra con los yanquis se alejan las fantasías monárquicas, y en noviembre y diciembre de 1847 firma “L. M. Rivero”, en El Español de Madrid, doce artículos sobre la “Guerra de Méjico”. Es interesante advertir que el primero figura como “_Remitido_”, es decir, insertado de pago cual publicidad: ignoramos qué intereses servía Rivero durante su estancia en México, quiénes jaleaban desde Madrid otro proyecto de monarquía mexicana y tenían interés por crear opinión sobre la guerra con los Estados Unidos, que supuso su apropiación final de Tejas. Pero cabe suponer cercanía con intereses vizcaínos, pues medio vizcaíno era Rivero en tanto cercano a las Encartaciones (parte occidental del antiguo señorío de Vizcaya que se extiende por las provincias de Santander, Burgos, Álava y Vizcaya: “Vizcaíno: compréndense bajo esta denominación los naturales de las cuatro provincias”{5}).
«1.º Que todo cuanto ha escrito para el público, ya en Méjico, ya en España, y muy particularmente en Méjico, en donde mantuve polémicas, escribí periódicos y folletos, he ofendido a muchas personas en el ardor de la discusión, pido que me perdonen, para que Dios se sirva perdonarme.» (Luis Manuel del Rivero, “Últimas voluntades”, Limpias, 30 de octubre de 1854.)
1844 “No me propongo decir sobre Méjico cosa que interese mucho al erudito ni al estadista; trato solo de decir algo de lo que en aquel país he visto y observado, y de los recuerdos que en mí ha despertado su vista. Habré alcanzado mi fin principal si consigo familiarizar a mis paisanos, si no con el sonido al menos con el significado de la hermosa palabra Méjico, a la cual en todo tiempo han ido entre nosotros asociadas ideas de grandeza y bienestar, pero de una manera tan confusa, que de aquel país sabía tanto nuestro público, aun el leyente, como de la China o del Japón. Otro tanto sucedía en Méjico respecto de España, de la cual se preguntaba acaso si era villa o ciudad; con lo que españoles y mejicanos vivían entre sí como pudieran, a habitar distintos planetas.” (Luis Manuel del Rivero, Méjico en 1842, Madrid 1844, pág. 1.)
Méjico en 1842
por D. Luis Manuel del Rivero
Madrid:
Imprenta y fundición de D. Eusebio Aguado
1844
———
[ Propósito ] 1
Recuerdos 4
Relaciones diplomáticas 104
Iglesia 124
Ejército 134
Marina 141
Administración de justicia 145
Hacienda 165
Aspecto exterior 195
Población 220
Riqueza 241
Ilustración 266
Capacidad política 291
Conclusión 316
El libro Méjico en 1842 (Madrid 1844) no es ignorado como fuente y testimonio por la historiografía mexicana desde el siglo XIX, aunque olvidada la personalidad de su autor. Solo en 1998 reedita el historiador mexicano Raúl Figueroa Esquer los doce artículos sobre la “Guerra de Méjico” publicados en 1847 en Madrid, pero no aporta sobre Rivero más referencias que las deducidas de esos artículos:
«Luis Manuel del Rivero, abogado asturiano, residió en México a finales de la década de 1830 y escribió, de regreso en Madrid, un libro sobre nuestro país titulado México en 1842. Agudo análisis de la élite política mexicana y de los diversos ensayos de organización política intentados en México hasta 1841 . En el terreno profesional, durante su estancia en México, trató de abrir un despacho de abogados que defendiera ante los tribunales mexicanos los intereses de ciertos miembros de la colonia española radicada en la antigua Nueva España. Aunque contó con el apoyo del ministro español Ángel Calderón de la Barca, no tengo noticias de que dicho despacho haya abierto sus puertas. El conocimiento que Del Rivero adquirió sobre México le hizo surgir una simpatía por esta tierra que ya nunca abandonó. Es significativo que inicie la obra citada evocando “el nombre mágico de México” y que los artículos de los que me ocuparé comiencen con la frase siguiente: “Los norteamericanos ocupan ya la hermosa México, orgullo del imperio español, la vez primera después de trescientos años de pacífica existencia profanada por la planta de bárbaro invasor.” […] La anterior afirmación atestigua que Del Rivero conocía muy bien el carácter mexicano y el sentido de respeto que al abogado asturiano le producía la “otredad”. Pudo columbrar que el antiguo virreinato ya era una nación diferente. Pocos españoles de su tiempo tuvieron una mente lúcida como Del Rivero. […] En sus últimas reflexiones, Del Rivero se nos presenta como un liberal que está en contra del poder político de la Iglesia católica en México. […] Ciento cincuenta años después de escrito lo anterior por Luis Manuel del Rivero desde ese gran periódico madrileño, los mexicanos seguimos esperando el día en que pueda triunfar plenamente entre nosotros el principio que el ilustre abogado asturiano preconizara como el mejor antídoto para robustecer la sociedad mexicana, para que no fuese presa de invasiones extranjeras.» (Raúl Figueroa Esquer, 1998:115-116, 126 y 127-128.)
Sorprende que Figueroa Esquer no repare en la condición de “_remitido_” de esos artículos. Parece injustificada la única afirmación biográfica que sobre Luis Manuel del Rivero ofrece ese historiador, mención que no figura en esos artículos ni en su libro, y que consiste en hacerle asturiano y hasta por tres veces: “abogado asturiano”, “abogado asturiano” e “ilustre abogado asturiano”. Triple afirmación no documentada y que no se corresponderse con la realidad: Rivero era de Limpias, en la provincia de Santander. [Los apellidos “Rivero” y “del Rivero” no son exclusivos de Asturias, de la antigua provincia de Oviedo. Dos siglos después la mayor presencia del apellido “del Rivero” (según el INE, datos del padrón de 2015) corresponde a nacidos en las antiguas provincias españolas de Santander, Oviedo y Burgos (0,084, 0,032 y 0,023 por mil respectivamente), mientras que las mayores frecuencias del apellido “Rivero” se corresponden, en nuestro presente, a nacidos en las provincias españolas de Orense, Santander y Sevilla (2,120, 1,398 y 1,342 por mil respectivamente).]
1845 «Errata importante. El primer artículo de nuestro 5º número, intitulado: El destino de la mujer, es obra del célebre Sr. Lic. D. Luis Manuel del Rivero, y no de nuestro apreciable colaborador y amigo D. Alejandro, como por equivocación se puso al pie de él. EE. | Respuesta a la Hesperia del 17. En un mal pergeñado articulejo, como todos los suyos, habla el mencionado periódico de la equivocación que con la precedente fe de erratas teníamos ya deshecha. Hemos creído adivinar que semejante algarabía contiene dos imputaciones: parece ser la primera respecto a la publicación, sin permiso del autor ni de la persona a quien este dedicó su obra, del artículo intitulado El destino de la mujer; mas como los hispéricos no exhiban poder competente del uno ni de la otra para legalizar su impertinente reclamación, nos abstendremos de parar las mientes en ella, asegurando a nuestros lectores, que la persona por cuyo conducto llegó a nuestras manos aquella producción, podía publicarla sin cometer ninguna falta: parece referirse la segunda imputación a un error de imprenta que queda ya salvado; pero si los editores de la Hesperia leyeran, como es su deber, todos los periódicos que en la capital se publican, hubieran visto que, al anunciar en el D. Simplicio del día 7 del corriente el contenido de nuestro número 5, estampamos lo siguiente: “El destino de la mujer, artículo escrito por D. Luis Manuel del Rivero, y remitido por uno de los editores para su publicación en esta miscelánea.” La Revista y D. Simplicio salen a luz en la misma imprenta; este corrigió el error que aquella no podía corregir tan inmediatamente, y en lo sucesivo se encargará también de disipar los escrúpulos que sobre este y cualesquiera otros particulares ocurran a los periodistas de Héspero.» (Revista científica y literaria de Méjico, publicada por los antiguos redactores del Museo Mejicano, México 1845, tomo 1º, nº 6, pág. 224.)
1847 «Los norte-americanos ocupan ya la hermosa Méjico, orgullo del imperio español, la vez primera después de más de trescientos años de pacífica existencia profanada por la planta de bárbaro invasor. Cumplióse la profecía del gran demócrata americano Jefferson, que a fin del siglo predecía que antes de cincuenta años ondearía la constelación americana sobre las torres de la magnífica catedral de Méjico, si bien probablemente se refería a otra conquista más pacífica, menos desastrosa y humillante para el genio de la libertad, no tan insegura y comprometida como la que han llevado a cabo las armas victoriosas del general Scott.» (L. M. Rivero, «Guerra de Méjico», El Español, Madrid, 9 noviembre 1847, pág. 2.)
1848 «Mentida filosofía, tú que te gloriabas de haber cortado el nudo que por siglos ligaba el cielo con la tierra, y que después de haber extinguido todo terror religioso en el pecho del hombre, te habías dicho: “Yo te conduciré sin Dios desde la cuna hasta el sepulcro, y haré brotar bajo tus pies flores y espigas cuando antes solo te nacían espinas”; ¿de qué modo has cumplido tus promesas, que así nos abandonas en medio del peligro, y por todo refugio en desatada tormenta nos dejas las profesión de fe del Vicario de Saboya? […] En suma, la sociedad francesa, madre y maestra de la europea, vive hoy en una condición la más trabajada y crítica, debida a la desmoralización reinante, que ha aflojado o disuelto los vínculos que de antiguo la mantenían unida, al propio tiempo que la desmoralización reconoce por primera causa la incredulidad, que patronizada por la filosofía ha descendido de todas las eminencias sociales hasta contaminar al pueblo.» (L. M. R., «Consideraciones sobre el estado moral y político de Europa”, La España, Madrid 2 de noviembre de 1848, págs. 2-3.)
«Como según mi modo de ver, la grande enfermedad de la época es la incredulidad, fruto de una filosofía materialista, que ridiculiza todo cuanto se escapa al tacto, y esta enfermedad no puede curarla la profesión de fe del vicario de Saboya, ni cien profesiones de la misma laya, aunque las predicasen mil apóstoles de la fuerza del sofista de Ginebra; como en mi opinión, en fin, hay una verdadera religión que no es el parto de la cabeza de ningún filósofo, y una verdadera iglesia que tiene de lo alto la misión de sustentarle y derramar sus beneficios entre los hombres, naturalmente he debido venir a dar en el remedio más sencillo y más directo, que consiste en que el Estado lejos de poner una rémora al ejercicio del ministerio eclesiástico, le deje expedito y fácil por todos los medios a su alcance, arreglando de una vez sus cuentas con la Iglesia, y prescribiéndose un religioso respeto a la independencia de sus funciones.» (L. M. R., «[Carta a La España sobre la impugnación de La Reforma]”, La España, Madrid 5 de diciembre de 1848, págs. 3-4.)
1849 «El distinguido colaborador de La España, cuyos artículos, suscritos con las iniciales de L. M. R., conoce ya y aprecia en su justo valor el público, nos ha dirigido otros dos importantísimos y llenos de altas consideraciones filosóficas sobre la libertad del comercio y de la industria. El grave y elocuente pensador trata la materia con la elevación que acostumbra: pero la examina más bien desde el punto de vista inflexible y teórico de los principios, que bajo su aspecto práctico y de inmediata aplicación.” (nota del periódico que antecede al artículo de L. M. R., “De la libertad comercial”, La España, Madrid, miércoles 7 de febrero de 1849, páginas 3-4.)
1850 «Desde el 15 de este mes La España contará, además de sus redactores ordinarios, con la colaboración de varios hombres políticos y literatos de nota, entre los cuales han ofrecido darnos mas frecuentemente artículos sobre asuntos de su respectiva afición o competencia los señores siguientes: Excmo. Sr. D. Juan Donoso Cortés, marqués de Valdegamas, diputado a Cortes. Excmo. Sr. D. Pedro de Egaña, diputado a Cortes. Excmo. Sr. D. José Castillo y Ayensa, senador del reino. Excmo. Sr. D. Javier de Quinto, senador del reino. Sr. D. Alejandro Llorente, diputado a Cortes. Sr. D. Luis María Pastor, diputado a Cortes. Sr. D. José Morales Santisteban, antiguo diputado a Cortes. Sr. D. Luis Manuel del Rivero. Sr. D. Jorge Lasso de la Vega. Sr. D. Francisco Puig y Esteve. Sr. D. Eugenio de Ochoa, diputado a Cortes. Sr. D. Ramón de Echevarría. Sr. D. Francisco Navarro Villoslada. Sr. D. Eduardo González Pedroso. Sr. D. José María de de Eguren.» (La España, Madrid, domingo 3 noviembre 1850, pág. 2.)
1852 «En medio de la corrupción de la corte y del alto clero, se desarrolló una filosofía que, tomando por texto esa oposición y esa duda, todo lo combatió y lo minó, obteniendo bastante crédito en la descarriada opinión para que sus epigramas pasasen por razones, y sus ensayos y enciclopedias por prodigios de erudición y de ciencia. El campo de la discusión quedó por suyo, no porque faltasen campeones, a la verdad, sino porque el jurado estaba pervertido, y el viento que soplaba favorecía el incendio que cundía y amagaba envolver a la sociedad en sus llamas. La generación que había de consumar la ruina, se empapaba en escepticismo y odio a lo pasado, y creía sinceramente en el poder de la razón para reanimar este montón de cenizas, y hacer surgir de su seno todo un nuevo orden de cosas. La filosofía, que todos los conocimientos humanos había desflorado, presentaba en todo plausibles puntos de vista que fanatizaban a la perezosa ignorancia, enamorada de tener a la mano fórmulas para fallar de todo, y para subir sin trabajo a la cumbre del saber. En metafísica la sensación, en moral el placer y el dolor, en religión el culto ideal de una primera causa indolente que nos había abandonado el imperio del mundo, en historia una teoría a la cual tenían que venir a medirse los hechos; nada de lo nuevo ofrecía materias ni dudas, todo aquí era dogmático, y tanto como se había escatimado la fe a lo que caía, se prodigaba ahora a lo que se alzaba en idea por mil atrevidos arquitectos a la vez, tragándose el elefante los que poco antes escrupulizaron en el mosquito. […] Por eso nos hemos situado en una posición central que nos permite acudir prontamente al socorro de cualquier punto atacado, y esgrimir contra nuestros variados enemigos unas mismas armas. Esa posición es la fe, estas armas son la lógica que, haciendo llevar a cada germen sus frutos, a cada principio sus consecuencias, es inexpugnable cuando se emplea en defensa de la verdad, y la verdad en lo humano es la fe: somos católicos en religión, en filosofía y en política.» (L. M. R., «Del materialismo político”, La España, Madrid 28 de julio de 1852, pág. 2-3.)
«¿Quién ha operado esta conversión? ¿Eres tú, oh filosofía? ¿Pero dónde estabas tú, te preguntaremos como Bossuet a la herejía, cuando la Iglesia hacía ya mil quinientos años que llevaba sola y de frente toda esta inmensa obra de regeneración social? ¿No eres tú, antes bien, el enemigo que vino de noche a sembrar la cizaña en el campo cultivado durante el día por el padre de familias? ¿No has sugerido tú los errores que han vuelto a soliviantar las pasiones de los ambiciosos y las pretensiones exageradas de las masas, introduciendo la discordia donde antes reinaba la paz? Ah! el verdadero progreso data de muy atrás, y ha recorrido glorioso y pacífico el campo de la historia cristiana, mientras que el falso es de ayer, y ya ha ensangrentado la Europa y la América toda: el verdadero progreso es cristiano.» (L. M. R., «Del progreso”, La España, Madrid 29 de octubre de 1852, pág. 3.)
1853 «El Sr. D. Luis Manuel del Rivero, cuyas producciones son ya conocidas de nuestros lectores habituales, ha publicado en el periódico La España un notable artículo, que, a pesar de tanto como se ha hablado sobre la materia, nos ha parecido será leído con interés. Atendida su mucha extensión hemos creído conveniente dividirlo en dos partes. Dice así: “La inmoralidad”…» (El Áncora. Diario religioso-social, enonómico-administrativo, literario, mercantil, de noticias y avisos, nº 1317, Barcelona, miércoles 10 de agosto de 1853, págs. 1-3, 641-643.)
«Como hayamos dado a conocer los diferentes artículos que el Sr. D. Luis Manuel del Rivero ha publicado en el periódico La España, creemos conveniente reproducir el que últimamente ha insertado bajo el epígrafe la Revolución, viéndonos precisados a dividirlo en dos partes a causa de su mucha extensión.» (El Áncora, nº 1332, Barcelona, jueves 25 de agosto de 1853, págs. 1-3, 881-883.)
1859 «[Antonio de] Trueba es, con efecto, de aquellos pocos escritores a quienes empieza uno por leer, y acaba por amar. Otro tanto me ha sucedido siempre con Jovellanos y con Lista, de veneranda memoria; y lo propio me pasaba, hace años con aquel malogrado y poco conocido Luis Manuel del Rivero, hijo también de las Encartaciones, o tocante a ellas, que tantas veces levantó nuestro ánimo y nos sirvió de aguijón punzante o eficaz apoyo y consuelo para caminar por los revueltos mares de la política española, en aquellos elocuentes e inolvidables artículos, suscritos algunos con su firma, y otros solo con las iniciales L. M. R., que no han podido borrarse aun de la memoria de los lectores de La España.» (“Vitoria 2 de noviembre. De un corresponsal”, La España, Madrid, domingo 6 de noviembre de 1859, pág. 3.)
…en tiempo en que estaba poseído del espíritu filosófico…
«Nuestro antiguo colaborador y malogrado amigo el señor don Luis Manuel del Rivero, cuyos notables artículos sobre cuestiones de administración y política no habrán olvidado los lectores de la españa, dejó consignada su última voluntad en el documento que a continuación trascribimos. Al darle publicidad en nuestras columnas cumplimos un deber de que no podemos dispensarnos, y al cual nos impulsan, entre otras consideraciones, los ruegos de la señora viuda de aquel nuestro querido amigo, que se cree obligada a ejecutar de este modo las terminantes disposiciones de su finado esposo: pero es para nosotros otro deber no menos imperioso declarar que el señor Rivero, modelo de hombres buenos, tan fiel cristiano como filósofo eminente, jamás en los escritos publicados en la españa dejó deslizarse un solo error, una sola máxima contraria a las creencias y doctrinas de nuestra santa Madre la Iglesia. No conocemos los escritos dados a luz en América por este distinguido publicista; pero nos inclinamos a creer que solo un nimio escrúpulo de conciencia, sugerido por la delicadeza y severidad de sus sentimientos religiosos, le haya movido a hacer la declaración a que nos referimos, y que a la letra dice así:
“Hallándome acometido de una grave enfermedad, en que puedo ser llamado a dar cuenta a Dios de mi vida, cumple a la tranquilidad de mi conciencia, declarar:
1.º Que todo cuanto ha escrito para el público, ya en Méjico, ya en España, y muy particularmente en Méjico, en donde mantuve polémicas, escribí periódicos y folletos, he ofendido a muchas personas en el ardor de la discusión, pido que me perdonen, para que Dios se sirva perdonarme.
2.º En esos escritos muchas veces he tratado incidentalmente y otras de propósito asuntos de religión; sobre todo en tiempo en que estaba poseído del espíritu filosófico, en que más por ignorancia que por malicia se deslizaban errores y máximas contrarias a las creencias y máximas de nuestra santa Madre la Iglesia, a cuyo seno he vuelto, en el que deseo vivir y morir creyendo todo cuanto ella cree y practicando todo cuanto ella practica, pido perdón a todos cuantos pudiera haber escandalizado con mis palabras igualmente que con mis obras para que Dios me perdone; y deseo que esta comunicación se publique en la españa, a cuyo digno director y amigo se lo suplico, a fin de que circule aquí y en Méjico. Limpias 30 de octubre de 1854. Luis M. del Rivero.”» (La España, Madrid, miércoles 22 de febrero de 1860, pág. 2.)
El mismo día miércoles 22 de febrero de 1860 en que La España daba a conocer la declaración que Rivero había firmado en octubre de 1854, la segunda edición de La Correspondencia de España, cerrada a las cuatro de la tarde, recogía, sin citar la fuente, tal noticia:
«Acaba de ver la luz pública un documento escrito casi en sus últimos momentos por el Sr. D. Luis Manuel del Rivero, autor de muchos notables artículos sobre administración y política y muerto en Limpias en octubre de 1854. “Hallándome acometido de un grave enfermedad (dice el malogrado publicista), en que puedo ser llamado a dar cuenta a Dios de mi vida, cumple a la tranquilidad de mi conciencia, declarar: Que todo cuanto he escrito para el público, ya en Méjico, ya en España, y muy particularmente en Méjico, en donde mantuve polémicas, escribí periódicos y folletos, he ofendido a muchas personas en el ardor de la discusión, pido que me perdonen, para que Dios se sirva perdonarme.”» (La Correspondencia de España, Madrid, miércoles 22 de febrero de 1860, nº 537 por la tarde, año XIII, pág. 2, columna 3.)
suelto que reproduce en la primera edición del día siguiente, obviamente con idéntica composición tipográfica:
«Acaba de ver la luz pública un documento escrito casi en sus últimos momentos por el Sr. D. Luis Manuel del Rivero, autor de muchos notables artículos sobre administración y política y muerto en Limpias en octubre de 1854. “Hallándome acometido de un grave enfermedad (dice el malogrado publicista), en que puedo ser llamado a dar cuenta a Dios de mi vida, cumple a la tranquilidad de mi conciencia, declarar: Que todo cuanto he escrito para el público, ya en Méjico, ya en España, y muy particularmente en Méjico, en donde mantuve polémicas, escribí periódicos y folletos, he ofendido a muchas personas en el ardor de la discusión, pido que me perdonen, para que Dios se sirva perdonarme.”» (La Correspondencia de España, Madrid, jueves 23 de febrero de 1860, nº 538 por la mañana, año XIII, pág. 1, columna 2.)
Adviértase la errónea lectura apresurada realizada por La Correspondencia de España del documento publicado por La España, dando por supuesto que Rivero, “acometido de una grave enfermedad” el 30 de octubre de 1854, fecha en la que firma tal declaración, habría muerto ese mismo día o al día siguiente: “muerto en Limpias en octubre de 1854”, pues, para dar mayor dramatismo al plagio, ha supuesto de su cosecha que Rivero habría escrito ese documento “casi en sus últimos momentos”.
No sabemos cuándo murió Rivero, tampoco cuándo nació. Su último artículo localizado, por ahora, es el publicado en La España de 7 de marzo de 1854, “Sobre subsistencias”, que no firma en siglas sino “Luis M. del Rivero”. La enfermedad trunca entonces la carrera ascendente de “L. M. R.”, cuyos artículos en La España habían comenzado a ser reproducidos por otros periódicos de provincias, El Áncora de Barcelona, o el Diario de Palma. Pero si La España no publicó hasta febrero de 1860 esa última declaración, a instancias de la viuda, cabe suponer que la enfermedad incapacitante fue larga, y que el desenlace no se habría producido hasta 1859 (en noviembre un corresponsal de La España en Vitoria le recuerda como “aquel malogrado y poco conocido Luis Manuel del Rivero”) o incluso principios del mismo 1860.
Una búsqueda en los archivos de la Parroquia de San Pedro Apóstol de Limpias, santuario del famoso Cristo de la Agonía, quizá permitiese encontrar su nombre en el eclesiástico libro de defunciones (el Registro Civil no se establece en España hasta 1871).
Bibliografía de Luis Manuel del Rivero
1844 Méjico en 1842, por D. Luis Manuel del Rivero, Imprenta y fundición de D. Eusebio Aguado, Madrid 1844, 322 páginas.
1846 Luis Manuel del Rivero, Proyecto de Monarquía en México, Madrid 1846.
1847 Discurso sobre la filosofía política, por D. Luis Manuel del Rivero, abogado del ilustre colegio de esta corte, Imprenta del Colegio de Sordo-mudos, Madrid 1847.
L. M. Rivero, “Guerra de Méjico”, serie de doce artículos publicados por El Español, de Madrid, los días 9, 10, 12, 14, 18, 21, 24, 26 de noviembre, y 1º, 7, 8 y 9 de diciembre de 1847. (Recopilados en 1998, edición y notas de Raúl Figueroa Esquer, en Estudios. Filosofía, Historia, Letras, publicación trimestral del Departamento Académico de Estudios Generales del Instituto Tecnológico Autónomo de México, México, D.F., número 50-51, otoño-invierno 1997-1998, págs. 129-209.)
Tres ejemplos de la descuidada edición perpetrada por Raúl Figueroa Esquer en 1998, respecto del original de Rivero de 1847: ausencia de dos líneas de texto en el sexto párrafo del primer artículo, ausencia de una línea de texto en el tercer párrafo del segundo artículo, ausencia de una línea de texto en el primer párrafo del quinto artículo…
1848 L. M. R., “Consideraciones sobre el estado moral y político de Europa”, serie de cinco artículos publicados por La España, de Madrid, los días 2, 12, 15, 18 y 22 de noviembre de 1848.
L. M. R., “[Carta a La España sobre la impugnación de La Reforma]”, La España, Madrid, 5 diciembre 1848, págs. 3-4.
1849 L. M. R., “De la libertad comercial”, La España, Madrid, miércoles 7 de febrero de 1849, páginas 3-4.
1852 L. M. R., “Del materialismo político”, La España, Madrid, miércoles 28 de julio de 1852, páginas 2-3.
L. M. R., “Del progreso”, La España, Madrid, viernes 29 de octubre de 1852, página 3.
1853 “De las reformas económicas y de la dirección de Ultramar”, La España, Madrid, 19 mayo 1853, pág. 3.
“Miseria de Galicia”, La España, Madrid, 16 junio 1853, pág. 3.
“De la centralización administrativa”, La España, Madrid, 7 octubre 1853, págs. 2-3.
1854 “Sobre el desestanco del tabaco”, La España, 21 enero 1854, pág. 2, &c. Diario de Palma, 21 y 22 febrero 1854, pág. 1-2 y 1-3.
Bibliografía sobre Luis Manuel del Rivero
1998 Raúl Figueroa Esquer (ITAM, México), “Luis Manuel del Rivero, el diario El Español y la guerra de 1847”, en Estudios. Filosofía, Historia, Letras, ITAM, México, D.F., número 50-51, otoño-invierno 1997-1998, págs. 115-128.
1999 Agustín Sánchez de Andrés (Universidad Complutense, Madrid), “'Luis Manuel del Rivero, el diario El Español y la guerra de 1847' (reseña de la edición, prólogo y notas de 'La guerra de México' por Raúl Figueroa Esquer”, en Estudios. Filosofía, Historia, Letras, ITAM, México, D.F., número 55, invierno 1998-1999, págs. 121-125.
Textos de Luis Manuel del Rivero en el proyecto Filosofía en español
1844 Méjico en 1842, por D. Luis Manuel del Rivero, Imprenta y fundición de D. Eusebio Aguado, Madrid 1844, 322 páginas.
1847 L. M. Rivero, “Guerra de Méjico”, publicado en doce partes por El Español, Madrid, del martes 9 de noviembre de 1847 al jueves 9 de diciembre de 1847: II, III.
1848 L. M. R., “Consideraciones sobre el estado moral y político de Europa”, La España, Madrid, 2 de noviembre de 1848, páginas 3-4.
L. M. R., “[Carta a La España sobre la impugnación de La Reforma]”, La España, Madrid, 5 diciembre 1848, págs. 3-4.
1849 L. M. R., “De la libertad comercial”, La España, Madrid, miércoles 7 de febrero de 1849, páginas 3-4.
1852 L. M. R., “Del materialismo político”, La España, Madrid, miércoles 28 de julio de 1852, páginas 2-3.
L. M. R., “Del progreso”, La España, Madrid, viernes 29 de octubre de 1852, página 3.