Aristóteles Moral a Nicómaco 9:6 De la concordia (original) (raw)
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Moral a Nicómaco · libro noveno, capítulo VI
La concordia también parece tener algo de la amistad; y he aquí por qué no debe confundírsela con la conformidad de opiniones; porque esta puede existir, hasta entre personas que mutuamente no se conocen. No puede decirse, porque piensen los hombres lo mismo sobre un objeto cualquiera, que están de acuerdo: por ejemplo, si es sobre astronomía. Estar de acuerdo sobre estos puntos no implica la menor afección. Por lo contrario, se dice que hay concordia entre los Estados, cuando recae sobre intereses generales, cuando se toma parte en ellos, y cuando de concierto se ejecuta la resolución común. La concordia se aplica siempre a actos, y entre estos actos, a los que tienen importancia y que pueden ser igualmente útiles a las dos partes y hasta a todos los ciudadanos, cuando se trata de un Estado: como cuando todo el mundo juzga unánimemente, por ejemplo, que todos los poderes deben ser electivos; o que es preciso hacerse aliados de los lacedemonios; o que Pittaco{179} debe reconcentrar en sus manos toda la autoridad que por otra parte él acepta. Cuando, por lo contrario, en un Estado cada uno de los partidos quiere el poder para sí solo, hay discordia como entre los pretendientes de las Fenicias{180}. Porque no basta para que haya concordia, que los dos partidos piensen de la misma manera sobre un objeto dado, cualquiera que él sea. Es preciso además, que tengan la misma opinión en las mismas circunstancias: por ejemplo, que el pueblo y las altas clases estén acordes en dar el poder a los más eminentes ciudadanos; porque entonces cada cual tiene precisamente lo que desea. La concordia comprendida así se convierte en cierta manera en una amistad civil, como ya he dicho; porque comprende entonces los intereses comunes y todas las necesidades de la vida social.
Pero esta concordia supone siempre corazones sanos. [253] En efecto, los corazones de esta índole están por lo pronto de acuerdo consigo mismos, y lo están recíprocamente entre sí, porque se ocupan, por decirlo así, de las mismas cosas. Las voluntades de estos espíritus rectos permanecen inquebrantables, no tienen el flujo y reflujo como el Euripe{181}, sólo quieren las cosas justas y útiles, y las desean sinceramente guiados por el interés común. Por lo contrario, entre los malos no es posible la concordia, y si reina alguna vez es por cortos instantes; y tampoco pueden ser por mucho tiempo amigos, porque reclaman una parte exagerada en los beneficios y se desentienden todo lo posible de las fatigas y gastos comunes. Queriendo cada cual las ventajas sólo para sí, espía y pone trabas a su vecino; y como del interés común nadie se cuida, se le sacrifica y perece. entonces comienza la discordia, esforzándose los unos en hacer que los otros observen la justicia, pero sin que nadie quiera practicarla.
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{179} Pittaco, tirano de Mitilene; véase la Política, lib. III, cap. IX.
{180} Una de las obras de Eurípides.
{181} Es sabido que el fenómeno del flujo y reflujo se hace notar mucho en Euripe, entre la Eubea y la Beocia, único punto del Mediterráneo en que se hace sensible.