Aristóteles Moral a Nicómaco 9:9 Sobre si hay necesidad de amigos en la prosperidad (original) (raw)
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Moral a Nicómaco · libro noveno, capítulo IX
Se suscita aún otra cuestión, y se pregunta si, cuando es uno dichoso, tiene necesidad o no de amigos. En efecto, se dice, los hombres absolutamente afortunados e independientes para nada necesitan la amistad, puesto que disfrutan de todos los bienes; y además, bastándose a sí mismos, no tienen necesidades [259] que satisfacer, siendo así que el amigo, que es otro yo, debe procurarnos lo que no podamos conseguir por nosotros mismos. Esto es lo que pensaba el poeta cuando decía{183}:
«Cuando el cielo os sostiene, ¿qué necesidad tenéis de amigos?»
Pero cuando se supone que tiene todos los bienes el hombre dichoso, es un absurdo evidentemente no concederle también los amigos, porque precisamente los amigos son el más precioso de los bienes exteriores. Pero más aún; si la amistad consiste más en dispensar beneficios que en recibirlos; si lo propio de la virtud y del hombre virtuoso es hacer el bien en rededor suyo; y si su propósito debe de ser el servir mejor a los amigos que a los extraños, se sigue de aquí que el hombre de bien tendrá necesidad de gentes que puedan recibir de él beneficios.
He aquí por qué se pregunta también, si es en la desgracia o en la fortuna cuando hay necesidad de amigos, porque si el hombre en desgracia tiene necesidad de personas que le socorran, el hombre afortunado no tiene menos necesidad de personas a quienes poder dispensar el bien. A mi entender es el más solemne absurdo convertir al hombre dichoso en un solitario separado del resto de los hombres. ¿Quién accedería a poseer todos los bienes del mundo, si se le pusiera por condición de que sólo pudiera usar de ellos para sí sólo? El hombre es un ser sociable{184}, la naturaleza le ha hecho para vivir con sus semejantes, y esta ley se aplica igualmente al hombre dichoso; porque posee todos los bienes que puede producir la naturaleza, y como evidentemente vale más vivir con amigos y personas distinguidas que con extraños o con el vulgo, es claro que el hombre dichoso tiene precisamente necesidad de amigos.
¿Qué significa por lo tanto la primera opinión que hemos indicado? ¿Cómo es que tiene algo de verdad? ¿Será porque se cree vulgarmente que los amigos son gentes que nos prestan utilidad, y por consiguiente que el hombre dichoso no tiene necesidad de todos estos auxilios, puesto que se supone que posee todos los bienes? En este caso no tendrá necesidad de amigos y compañeros de placer, o por lo menos, será bien poca la necesidad que advierta, puesto que su vida, siendo perfectamente agradable, puede pasarse sin todos los otros placeres que [260] los demás hombres nos proporcionan. Y si no tiene necesidad de amigos de este género, es claro que verdaderamente no tiene necesidad de amigos de ninguna otra clase. Este razonamiento no es quizá muy concluyente. Al principio de este tratado dijimos, que la felicidad era una especie de acto; y se comprende sin dificultad, que el acto llega a ser y se produce sucesivamente, pero que no existe, en cierta manera, como una propiedad que se posee. Y si la felicidad consiste en vivir y obrar, el acto de un hombre de bien es bueno y agradable en sí, como ya hemos visto precedentemente. Además, lo que nos es propio y familiar nos proporciona siempre los más dulces sentimientos; y nosotros podemos mejor ver a los demás y observar sus acciones que observar las nuestras y vernos a nosotros mismos. Por consiguiente, las acciones de los hombres virtuosos, cuando estos son nuestros amigos, deben ser vivamente agradables para los pechos honrados, puesto que entonces los dos amigos disfrutan de un goce que es muy natural. Estos son los amigos de que el hombre dichoso tendrá necesidad, puesto que desea contemplar las acciones bellas y para él familiares; y tales son las acciones del hombre virtuoso que es nuestro amigo.
Por otra parte se admite que el hombre dichoso debe vivir agradablemente; pero la vida del solitario es muy pesada. No es fácil obrar continuamente por sí y para sí, y es mucho más fácil obrar con otros y para otros. entonces la acción, que ya es de suyo agradable, será más continua. Esto es lo que debe buscar el hombre dichoso. El hombre virtuoso, en tanto que virtuoso, goza con los actos de virtud y se indigna con los extravíos del vicio, a semejanza del músico a quien complacen las bellas armonías y disgustan las malas. Por otra parte, vivir con los hombres de bien es una manera de ejercitarse en la virtud, como lo ha observado Theognis{185}. Y bien considerada la cosa, es claro que el amigo virtuoso es natural que sea el que el hombre virtuoso elija; porque, lo repito, lo que es bueno por naturaleza es en sí bueno y agradable para el hombre virtuoso. Y bien, la vida se define en los animales por la facultad o potencia que tienen de sentir; en el hombre se define a la vez por la facultad de sentir y por la de pensar; pero la potencia viene siempre a terminar en el acto; y lo principal está en el acto. Y así, parece que vivir [261] consiste principalmente en sentir o en pensar; y la vida es en sí una cosa buena y agradable, porque es una cosa limitada y definida, y todo lo que es definido pertenece ya a la naturaleza del bien. Además, lo que es bueno por naturaleza lo es igualmente para el hombre virtuoso; y he aquí por qué puede decirse que esto debe agradar igualmente al resto de los hombres. Pero no debe tomarse aquí por ejemplo una vida mala y corrompida, ni tampoco una vida llena de dolores; porque semejante vida es indefinida, como lo son los elementos de que se compone; y esto se comprenderá más fácilmente cuando hablemos más tarde del dolor. La vida por sí sola{186}, repito, es buena y agradable; y lo que lo prueba es, que encuentran en ella encantos todos, y muy especialmente los hombres virtuosos y afortunados; porque la vida les es más apetecible y su existencia es la más dichosa sin duda alguna. Pero el que ve, siente que ve; el que oye, siente que oye; el que anda, siente que anda; y lo mismo en todos los demás casos, y es que en nosotros hay una cierta cosa que siente nuestra propia acción, de tal manera, que podemos sentir que sentimos, y pensar que pensamos. Pero sentir que sentimos o sentir que pensamos es sentir que existimos, puesto que hemos visto que existir es sentir o pensar. Ahora bien, sentir que se vive, es una de estas cosas que son agradables en sí, porque la vida es naturalmente buena; y sentir en sí el bien que uno mismo posee, es un verdadero placer. Así es como la vida es querida para todo el mundo y principalmente para los hombres de bien, porque la vida es para ellos a la par un bien y un placer; y por el hecho mismo de tener, como tienen, conciencia del bien en sí, es por lo que experimentan un placer profundo. Pero lo que el hombre virtuoso es para consigo mismo, lo es para con su amigo, puesto que su amigo no es más que un otro él. Tanto como cada uno ama y desea su propia existencia, otro tanto desea la existencia de su amigo o poco menos. Pero ya hemos dicho, que si se ama al ser, es porque se siente que el ser que está en nosotros es bueno; y este sentimiento está en sí rebosando dulzura. La misma conciencia, por tanto, debe tenerse de la existencia y del ser de su amigo, cosa que no es posible a no vivir con él cambiando en esta asociación palabras y pensamientos. Verdaderamente esto es lo que puede llamarse entre los hombres [262] vida común, y no como la que existe entre los animales reducida a vivir encerrados en un mismo cercado. Luego si el ser es en sí una cosa apetecible para el hombre afortunado, porque el ser es bueno por naturaleza y además agradable, se sigue, que el ser de nuestro amigo está poco más o menos en el mismo caso; es decir, que el amigo es evidentemente un bien que debe desearse. Ahora bien, lo que se desea para sí es preciso llegar a poseerlo realmente; pues en otro caso, la felicidad en este punto sería incompleta; de donde resulta, en conclusión, que el hombre, para ser absolutamente dichoso, debe tener amigos virtuosos.
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{183} Eurípides en la tragedia Orestes, v. 667, edición de Didot.
{184} Véase la Política, lib. I, cap. I.
{185} Theognis. Véanse sus Sentencias, v. 31, edición de Brunck.
{186} Las mismas ideas se desenvuelven en la Política, lib. III, cap. IV.