José María Laso Prieto, ¿Retorno al socialismo utópico?, El Catoblepas 8:6, 2002 (original) (raw)

El Catoblepas
El Catoblepasnúmero 8 • octubre 2002 • página 6
Desde mi atalaya
polémica

José María Laso Prieto

Se discute desde el materialismo histórico el recurso idealista a la utopía presente en los trabajos de los profesores cubanos Enrique Ubieta Gómez y Yohanka León del Río aparecidos en los números anteriores de El Catoblepas

1. Introducción

Coincidiendo, más o menos, con el cambio de siglo y de milenio, se suscitan indicios de que, desde posiciones que podrían denominarse de izquierdas, se está planteando la posibilidad de que se retorne del denominado socialismo científico a un socialismo utópico. Es decir, que se invertiría el proceso que Federico Engels tan brillantemente describió en su célebre trabajo Del socialismo utópico al socialismo científico. Ya en 1975, el filósofo español Adolfo Sánchez Vázquez, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), publicó una obra titulada Del socialismo científico al socialismo utópico, en la que planteaba el problema de ese posible retorno como consecuencia de dos conferencias que desarrolló sobre el tema. No obstante tal título, el profesor Adolfo Sánchez Vázquez sigue en la perspectiva del socialismo científico. Bien entendido que, tanto en su caso como en el mío, utilizamos la expresión de socialismo científico no en el sentido rígidamente dogmático propio del DIAMAT soviético. Es decir, no con el cientifismo inherente de las ciencias naturales sino del cientifismo menos duro de las ciencias sociales. El socialismo marxista sólo puede revestir la denominación de científico en contraste con las concepciones idealistas que caracterizaron al llamado socialismo utópico. Acerca de ese tema participamos activamente en diversos coloquios que se desarrollaron en la Universidad Ménendez Pelayo de Santander en 1981 durante un curso titulado «Utopías y pensamiento utópico», dirigido por el profesor Ramón Cotarelo. En tales coloquios, mantuvimos posiciones muy próximas a las de Adolfo Sánchez Vázquez. Sin perjuicio de que, más adelante, profundicemos en dichas posiciones, vamos a exponer las del profesor de la UNAM, utilizando una buena síntesis de las mismas que figuran en su libro publicado por Ediciones ERA de México. En tal resumen se dice: «Al cabo de más de un siglo de desarrollo teórico del marxismo y, sobre la práctica revolucionaria tendente a implantar o construir el socialismo, ¿cuál es la relación del socialismo con la ciencia y con la utopía? Tal es, propiamente, la cuestión que Adolfo Sánchez Vázquez se plantea a lo largo de ese trabajo. Para responder a esta cuestión examina la naturaleza de la utopía, la necesidad de la crítica actual del utopismo, la verdadera relación entre el socialismo como teoría y como realidad y, al mismo tiempo, como necesidad histórica y como ideal.» Junto con todo ello, el profesor de la UNAM señala también, «en contraste con el antiutopismo de Marx, la presencia de algunos elementos utópicos en su obra, así como en la teoría leninista de la organización y en la construcción del socialismo de nuestra época. Pone de manifiesto asimismo el significado de la reaparición del utopismo en la práctica revolucionaria y, finalmente, subraya la vigencia de la tarea de Marx y Engels al fundar el socialismo en una base científica y no utópica»{1}.

En un plano más reciente, se suscitó también un interesante debate acerca del tema de la utopía en una reunión del Consejo de Redacción de la revista Nuestra Bandera. Desde 1938, primero en la zona republicana, durante la guerra civil española, después en la clandestinidad y el exilio, y, a partir de 1977, de nuevo en la legalidad, Nuestra Bandera había sido siempre –y lo sigue siendo– «Órgano político y teórico del Partido Comunista de España». A todo lo largo de tan dilatado periodo, mantuvo siempre el título comunista de Nuestra Bandera. Sin embargo, en la citada reunión del Consejo de Redacción de la revista, su director, Manuel Monereo, propuso que el nuevo nombre de la revista comunista fuese el de Utopías-Nuestra Bandera. Ello suscitó una fuerte discusión, ya que fuimos varios los miembros del Consejo los que nos opusimos a tal cambio de título. Incluso, uno de ellos, el físico y matemático Rafael Plá, dimitió como protesta de tal Consejo y se dio de baja de su suscripción. Por nuestra parte, nos opusimos también al cambio de denominación por considerar que con ello abandonamos el sólido principio del materialismo histórico irrenunciable en el marxismo. Todo esto sin dejar de valorar algunas de las aportaciones que diversos socialistas utópicos realizaron a las posiciones políticas del marxismo como, en su día, Marx y Engels valoraron las aportaciones que, en puntos concretos, hicieron a las posiciones políticas del marxismo Saint Simón, Owen y Fourier. Especialmente valoraron las aportaciones de Charles Fourier a la lucha por la emancipación de la mujer. Desde nuestra perspectiva materialista, tuvimos la impresión de que la propuesta de Manuel Monereo constituía un repliegue ideológico ante la nueva situación política creada por la desintegración de la URSS y la desaparición del bloque de países socialistas que se denominaban como realizadores del «socialismo realmente existente».

La posición de quienes propusieron añadir a la denominación tradicional de la revista comunista Nuestra Bandera el término Utopías, por su eclecticismo y agnosticismo, producía la impresión de constituir un agnosticismo equivalente a un materialismo vergonzante, en el mismo sentido que Federico Engels calificaba de ateos vergonzantes a los agnósticos.

2. ¿Repliegue ideológico cubano?

La misma impresión de repliegue ideológico producen los trabajos de dos profesores cubanos, sobre el tema de la utopía, publicados en los números 6 y 7 (agosto y septiembre de 2002) de la revista El Catoblepas. Tal repliegue ideológico se explicaría por la difícil situación que para la Revolución Cubana ha creado la desintegración de la URSS y la desaparición del bloque de Estados que se integraban en el autodenominado «socialismo realmente existente».

El trabajo publicado en El Catoblepas, en el mes de septiembre de 2002, de se titula «¿Por qué utopía?», y su autora es la profesora Yohanka León del Río. Su texto comienza por los siguientes dos párrafos que dicen:

«La señora más querida dentro del pensamiento latinoamericano sin duda ha sido la utopía. Desde que surgiéramos a los ojos miopes del viajero aventurero como la tierra prometida de todos los sueños adormecidos del hombre (gran invento de la modernidad) europeo, hasta llegar a soñarnos despiertos en nuestras búsquedas fugaces de redención y autonomía, ha sido ella, la pasión sin límites del ser-pensar de la América, no la de Vespucio, sino la que en encontradas simbiosis fue gestando el hombre (invento de la Modernidad con la que nacimos para Europa y la "historia Universal") latinoamericano.
Por ser; "no ser aún", proceso incompleto, inacabado, interrupto o masacrado; somos siempre un acertijo, una voluntad descubridora, una redención constante, somos una gran metáfora que devora sentidos y significaciones. La línea temporal de la historia latinoamericana, despliega un presente que es un pasado buscado, no encontrado, vuelto hacia un pasado insatisfecho, y al mismo tiempo una negación de ese pasado como realización de lo deseado del presente.»{2}

El publicado en El Catoblepas, en el mes de agosto de 2002, es el titulado «La utopía y el imposible revolucionario como posibilidad», del profesor Enrique Ubieta Gómez. Detrás del título, el autor añade, como subtítulo «El poder ser martiano y el hombre nuevo guevariano en el ejemplo y la realidad cubana ante el mundo». Seguidamente, el profesor Ubieta Gómez comienza su texto con el siguiente planteamiento:

«¿Qué se espera que diga un filósofo sobre el derecho de los pueblos a la utopía? ¿Qué se espera que diga un cubano, específicamente un filósofo cubano? Había una vez una isla que soltó amarras y se hizo a la mar... Una isla real pero desconocida. Utopía es sin duda un término ambiguo. Marx montó la esperanza y los sueños históricos de justicia social sobre los rieles metodológicos de sus hallazgos científicos. Podría decirse que su obra marcó el fin del llamado socialismo utópico , y que no obstante, le abrió la puerta a la más ambiciosa de las utopías humanas: la identidad posible de la verdad, la belleza y la justicia. Pero lo utópico arrastra también una carga poética, simbólica, no despreciable. ¿Para qué sirve la inalcanzable utopía?, se preguntaba un personaje de Galeano. Para caminar, respondía. Hablaré pues de la utopía práctica que sirve de horizonte, que es sentido de inconformidad con el presente, atalaya histórica de la razón, impulso y medida móvil de la esperanza. Y quisiera abordarla desde dos planos: el poder ser martiano y la concepción guevariana del hombre nuevo. Ambas nos conducirán a la relación de lo posible y lo imposible en la historia.»{3}

Después de haber planteado así el problema, el profesor Ubieta Gómez se queda estancado entre lo posible y lo imposible en la historia. O, en todo caso, trata de superarlo mediante un repliegue ideológico que, de hecho, supone el abandono del materialismo histórico. Incluso se lo plantea formalmente al sostener: «Mucho se ha escrito sobre la diferencia que establece el marxismo clásico entre el socialismo científico y el utópico. Diferenciación que debe contextualizarse. Pero la utopía, como el horizonte, guarda siempre su distancia de la más audaz embarcación. Todo grito entusiasta de llegada a tierra firme es ilusorio, aunque no irreal, porque abre nuevos horizontes.»{4}

Desde esta perspectiva, que no dudamos en calificar de idealista, Enrique Ubieta Gómez recubre de posmodernismo la descalificación del concepto de utopía y precisa su tesis así:

«Hay un aspecto que me parece clave en la descalificación posmoderna del concepto de utopía, su promocionado vínculo con lo ético y la oposición, más aparente que real, de lo ético y lo necesario (lo pragmático y lo útil), aunque suela atribuírsele a la racionalidad instrumental una dosis peculiar de eticidad. Lo ético sin embargo es pensado como un deber ser que se interpone artificialmente en la buena marcha del ser. Y la realidad no es como (supuestamente) debe ser, sino como es. Pero podríamos ver las cosas de otra manera: lo ético expresa una necesidad histórica, en última instancia de carácter material. Si afirmamos que la humanidad debe construir un nuevo orden económico internacional, no es sólo porque el actual sea profundamente injusto, es porque la permanencia de ese orden injusto provocaría su autodestrucción. Identidad de la verdad y la justicia. Hay otra dimensión del asunto: el poder ser martiano. Lo posible como parte visible de la realidad, como aparente imposibilidad. Siempre recuerdo una frase de Martí tajante y lúcida como suya, cuando un escéptico le argumentaba que en la atmósfera de Cuba no se apreciaba el ímpetu necesario de rebeldía para el inicio de la gesta emancipadora. "Yo no hablo de la atmósfera –respondió–. Yo hablo del subsuelo."»

Esta frase de José Martí tiene, evidentemente, un contenido parecido al texto en que Marx habla del «viejo topo revolucionario que horada sin cesar una aparente estabilidad política». Después el profesor Ubieta Gómez precisa un poco más su pensamiento al arguir:

«Por último, un comentario histórico: los autonomistas decimonónicos cubanos le oponían al independentismo su supuesta cordura, su apego a lo posible, su concepción de lo útil. Pero resultó que el esfuerzo autonomista fue inútil o imposible, lo único posible, cuerdo y útil, fue paradójicamente el salto sobre lo imposible.»

Aunque la crítica implícita al pragmatismo político excesivo, que utiliza el profesor Ubieta Gómez, pueda ser admisible –como toda exageración de la _Realpolitik_– no por ello es aceptable la perspectiva utópica de tratar de alcanzar en forma idealista metas inalcanzables por no darse las condiciones materiales –objetivas y subjetivas– para su realización.

Por último, el profesor Enrique Ubieta Gómez finaliza su artículo «La utopía y el imposible revolucionario como posibilidad» con el siguiente párrafo, que aunque parece un exordio es una conclusión:

«Después de una efímera euforia, la derecha ha vuelto a sentirse insegura. Y clama con mucha cordura que nos ajustemos a lo posible. Ahora juega otra vez, en el salón de los espejos, a la gallinita ciega: ¿dónde está la izquierda?, ¿dónde está la derecha? Republicanos y demócratas, socialdemócratas y socialcristianos se parecen tanto que no es razonable hacer distinciones. La nueva izquierda, dicen, debe aceptar los límites del imposible. Pero en realidad lo único que resulta imposible, tanto en política como en poesía, es lo posible a secas. La Revolución cubana no ha llegado a ninguna parte, pero le movió el horizonte a todos los latinoamericanos. Y navega, como una Isla Desconocida, la embarcación del cuento homónimo de Saramago, en pos de (su) Isla Desconocida. La Utopía en pos de la Utopía.»{5}

3. Opinión del profesor Gustavo Bueno

Tanto en el trabajo de la profesora Yohanka León del Río, como en el de su colega Enrique Ubieta Gómez, junto a interesantes análisis parciales de determinadas situaciones políticas, se da una heterogénea mezcla de sueños, poesía y concepciones utópicas que desborda los límites del socialismo científico para situarse en la perspectiva del socialismo utópico. En consecuencia, tales posiciones ideológicas suponen el abandono del sólido fundamento filosófico y sociológico del materialismo histórico. Sin embargo, tales posiciones tienen complementariamente consecuencias muy graves en diversos campos del conocimiento. Así, por ejemplo, el profesor Gustavo Bueno, en un artículo publicado en el diario El Independiente en 1990, consideraba que el materialismo histórico constituye el último bastión de la racionalidad.{6} Por otra parte, desde la perspectiva de su potente materialismo filosófico, Gustavo Bueno estima que el materialismo histórico constituye la aplicación del materialismo filosófico al campo de la historia.{7}

En un trabajo más reciente, que se va a publicar como libro con el título de Panfleto contra la democracia realmente existente, precisa su concepción de las ideas utópicas, en un epígrafe de la misma denominación, y así precisa:

«Nos encontramos ante la confrontación, tantas veces reproducida, entre una realidad empírica, fenomenológica y prosaica, y la Idea pura fundamental desde la cual nos referimos a esa realidad para conceptualizarla. Ideas que, como las de la democracia o la del comunismo, se nos presentan como dadas en un orden distinto del orden de la concatenación de las partes de la realidad empírica: el orden de las esencias o fundamentos metaméricos (es decir, de fundamentos situados más allá de las partes que constituyen la realidad empírica y que por tanto sólo son accesibles a la teoría pura).
Y el modo más expeditivo de que disponemos para interpretar la relación entre estos dos órdenes, de suerte que podamos alejarnos del modo metafísico (que transfiere el orden ideal a un lugar uránico, incluso a una mente divina) es el de la reducción psicológica.
Las Ideas conformadoras serán identificadas sencillamente con nuestros ideales psicológicos, con los proyectos, planes o programas que brotan de las conciencias subjetivas (o de los cerebros, en su caso, da lo mismo) de los ciudadanos; las realidades empíricas serán los materiales que sólo parcialmente habríamos logrado conformar, pero que delatarán siempre la presencia de la Idea en función de la cual se conformaron. Acaso una tal presencia resultará estar a una excesiva distancia, en una lejanía que muchos considerarán insalvable. Ello no suprimiría la importancia de la Idea utópica de la democracia (o del comunismo en su caso). Porque la utopía, a la vez que sirve para interpretar las realidades empíricas que, con todas sus impurezas y defectos («déficits») se organizan bajo su inspiración, sirven también de guía para nuestra acción en marcha, y de alimento de nuestro horizonte futuro («Principio Esperanza»).
Ahora bien, esta ramplona transcripción psicológica de la confrontación entre realidades empíricas e Ideas, tan frecuentemente utilizada por los políticos en ejercicio, como justificación de la inclusión de la utopía en sus programas, no es sólo superficial, sino también, por decirlo así, taimada.
Superficial, porque cierra en falso la cuestión del confrontación, al reducirla a una confrontación entre proyectos «subjetivos» y «realidades objetivas» resistentes; lo que implica dar por supuesto que las Ideas puras son subjetivas, y que proceden de las conciencias individuales. Pero la verdad es que son los individuos quienes son ellos mismos conformados por esas Ideas, que les anteceden en el proceso histórico social. La Idea pura que inspira –se dice– al demócrata fundamentalista más convencido, no es otra cosa sino una idealización de un modelo empírico mejor o peor comprendido y transportado al futuro desde el pretérito. Pero, ¿acaso también no es un supuesto dudoso el de quien afirma que las «realidades objetivas resistentes» constituyen una materia prima anterior, a la cual queremos conformar por las Ideas? (Los gigantes, bajo la forma de molinos de viento, no eran, si hacemos caso a Unamuno, meras Ideas creadas por la mente alucinada de Don Quijote, ni los planes quinquenales, bajo la forma de los más brutales métodos de coacción, eran una simple creación de la mente alucinada de Stalin.)
Taimada, porque aún reconociendo el carácter utópico de las ideas fundamentalistas así entendidas, se atreve a ofrecerlas (cubriéndose la retirada, es decir, eximiéndose de toda responsabilidad, tras el inevitable fracaso) como ideales inalcanzables, pero orientadores, sabiendo que muchas personas están dispuestas a aceptar esa oferta de consolación. Pero el puesto de la utopía en la teoría política (y no sólo en la práctica del masaje político de los psicagogos) es análogo al puesto que corresponde a la contradicción en la teoría matemática; una utopía, por definición, es lo que no puede realizarse y, por consiguiente, es contradictorio e indigno proponerla como un proyecto a las presentes o futuras generaciones. (Es comprensible que, en los años de la caída de la Unión Soviética, la revista teórica de un partido político de raigambre marxista, pero que había perdido su rumbo revolucionario, reforzase su título, Nuestra Bandera, con el antetítulo Utopías.)
Sólo conocemos una alternativa al callejón sin salida de las respuestas a la confrontación entre las realidades empíricas con las Ideas fundamentales puras que se dicen actuar manteniéndose en un lugar situado «mas allá» o «más atrás» de las partes que se concatenan en esa realidad empírica: es la alternativa que comienza aniquilando la posibilidad metamérica misma de tales ideas, a fin de restituirlas a su lugar natural, que no es otro sino el de la conexión diamérica histórica entre las partes mismas de la realidad empírica, de la Realpolitik, en nuestro caso. La alternativa diamérica nos abre paso a un replanteamiento de la cuestión de la confrontación, a un replanteamiento dibujado antes en el terreno lógico material y objetivo de la historia real, que en el terreno psicológico subjetivo.
Y es en este terreno lógico objetivo en donde la confrontación entre las Ideas y las realidades empíricas desligadas del marco de las relaciones sujeto/objeto se nos presenta como un caso particular de la confrontación general entre las series de términos concatenados y ordenados (por relaciones de menor a mayor, o de peor a mejor, por ejemplo) y los límites objetivos de estas series, sustantivados, con frecuencia, como si fueran términos metaméricos. Por ejemplo, el «punto de infinito» en el que se cruzan los lados paralelos de un triángulo birrectángulo –o la «Norma hipotética fundamental del orden jurídico» kelseniana– no tendrían por qué ser sustantivados tratándolos como si fuera un «punto» –o una «norma» (una norma hipotética no es una norma)– situado más allá (metaméricamente) de cualquier segmento finito de las rectas –o de los ordenamientos– correspondientes, sino como la misma relación diamérica entre las normas o entre los puntos de las perpendiculares que cortan a dos rectas paralelas: decir que las rectas paralelas se cortan en un punto de infinito equivale entonces a decir que no se cortan, en ningún punto determinado, en el punto determinado por cada perpendicular que corta a esas rectas; o bien, el primer cardinal transfinito, el aleph cero, no tendría por qué ser sustantivado (como hacen tantos aficionados después de haber leído a Borges) como si fuera un cardinal situado más allá (metaméricamente) de la serie infinita de los números cardinales, sino como la relación diamérica entre los términos de esa serie cuando se toman en su conjunto, confrontándolo con otros subconjuntos o partes suyas (como puedan serlo el conjunto de los números pares y el conjunto de los números impares).
Cuando mantenemos esta perspectiva diamérica, la Idea pura, el punto de infinito o el primer cardinal transfinito –o la norma hipotética fundamental–, deja de ser un «proyecto utópico subjetivo» o una ficción jurídica ingeniosa, a partir de la cual hayan podido conformarse, de modo deficiente, algunos «segmentos empíricos de recta», algunas «sucesiones empíricas» de números naturales o algunas constituciones políticas efectivas; ni aquellos segmentos, ni estas sucesiones, ni estas constituciones, tendrán por qué ser interpretadas como «realizaciones deficientes» de las Ideas de punto de infinito, de primer cardinal transfinito, o de Constitución política democrática constituyente. Por el contrario, estas Ideas, que sólo podrían ser consideradas como utópicas cuando sustantivadas se las intenta situar en algún lugar infinitamente distante de las series finitas respectivas, tendrían que ver con la estructura misma de la realidad empírica, en tanto se comparan dialécticamente las unas con las otras. La Idea de democracia, como la Idea de comunismo, resultarían según esto de la confrontación entre las diferentes sociedades o instituciones democráticas, o comunistas en su caso, pero no de la confrontación entre las sociedades empíricas democráticas (o comunistas) con las Ideas puras de democracia (o de comunismo).
Otra cosa es que, «en beneficio de la didáctica» (un beneficio muy dudoso, y peligroso), ofrezcamos a los niños «representaciones gráficas» del punto de infinito, o de los cardinales transfinitos o de las Constituciones democráticas constituyentes, mediante manchas de colores, o diversos espesores de líneas, o de presentaciones escenográficas de ideales democráticos o comunistas situados en el Estado final o definitivo (utópico) de la humanidad terrestre.»{8}

Por otra parte, en el referido artículo publicado en el diario El Independiente, decía Gustavo Bueno:

«A mi juicio, para entender lo que pasa en el Este, y lo que puede pasar, la idea de Perestroika no es suficiente. Es necesario dar la vuelta al revés a la misma doctrina marxista. ¿Por donde? Principalmente por aquellos lugares en los que esta doctrina confluye con el "Humanismo Occidental", los lugares donde habitan los principios del monismo armonista, teológico o metafísico. Pues son esos principios aquellos que inspiran la formulación de la "ley natural del desarrollo humanista" y son estos mismos principios los que hicieron posible el Plan (el Plan orientado precisamente a conseguir el resultado final del que Marx, violentando su propia concepción de la dialéctica, habló en su Crítica al Programa de Gotha). Para entender lo que está pasando en el Este, acaso sea necesario comenzar por prescindir de todos los componentes utópicos que el marxismo ha podido arrastrar. Pero no se trata, en modo alguno, por ello de sugerir que es posible retrotraer los planteamientos a situaciones que definen la época premarxista. ¿Cómo tirar por la borda el último bastión del racionalismo que el Occidente ha producido bajo la figura del materialismo histórico? Es imposible, entre otras cosas porque una gran masa de ideas marxistas sigue actuando de hecho no ya sólo en los países del Este, sino también en los países del Oeste, y no sólo en aquellos en los que gobiernan las socialdemocracias sino también en aquellos que se regulan por la más pura planificación capitalista (que utiliza, por cierto, a través, por ejemplo, de las matrices de Leontieff, categorías tomadas del mismo El Capital).»

Y prosiguiendo su argumentación, Gustavo Bueno precisa:

«La "vuelta al revés" la entendemos como una marcha hacia adelante del marxismo, si es que el materialismo histórico puede desprenderse de sus componentes utópicos (monistas, armonistas) que comparte con el humanismo y puede dar cabida al caos impredecible, pero determinista a la vez, que la multiplicidad y heterogeneidad de los sistemas y subsistemas culturales, étnicos, políticos y económicos que están bullendo en nuestro Planeta, tanto en el Hemisferio norte como en el Hemisferio sur, está abriendo en el final del milenio. El agotamiento de los proyectos universales ligados al sistema del llamado "socialismo real" no autoriza al humanismo occidental a considerarse como una alternativa capaz de tomar el relevo. Pues lo que pasa en el Este no es algo que pueda ser entendido (y menos aún controlado) desde los principios ideológicos del humanismo democrático-metafísico vigente en Occidente. Pues lo que está pasando en el Este puede ser algo demasiado semejante a lo que está pasando en el Oeste, desde su misma constitución (incluyendo el "fenómeno nazi", que no cayó, por cierto, del cielo sino que germinó de las mismas entrañas de Occidente)»{9}

A su vez, Adolfo Sánchez Vázquez coincide con Gustavo Bueno en la crítica de algunos elementos utópicos que subsisten en la obra de Marx, según expone en su citado libro Del socialismo científico al socialismo utópico.{10}

4. Opinión del profesor Adolfo Sánchez Vázquez

Tras el magistral análisis del profesor Gustavo Bueno, del origen y la operatividad de las Ideas utópicas, vamos a dedicar también nuestra atención al análisis de tales Ideas que realizó oportunamente el profesor Adolfo Sánchez Vázquez. En una primera aproximación al tema, que desarrolla en un epígrafe titulado «Del utopismo como teoría y como práctica», Sánchez Vázquez precisa:

«Se suele calificar de utópico cierto comportamiento teórico o determinada actividad práctica. Utopía puede traducirse por "lugar imaginario", o como hizo Francisco de Quevedo al verter al español la Utopía de Tomás Moro, por "no hay lugar". Ya antes del Renacimiento, Platón, en la Antigüedad griega, nos había legado la utopía de su república perfecta. El filósofo griego fue plenamente consciente de la inadecuación entre el modelo ideal y la realidad existente y, además, tiene por insalvable el abismo entre el modelo y su realización. La ciudad platónica es irrealizable: el estado empírico sólo realiza aproximada e imperfectamente su paradigma, sin llegar nunca a identificarse con él. La utopía se mueve así en el reino de lo imposible. Si Víctor Hugo dejo alguna vez que "la utopía de hoy es la verdad de mañana", Platón bien pudo decir que "es la mentira de hoy y la mentira de mañana". No puede, por ello, inspirar una praxis política destinada a eliminar las condiciones reales, ya que elimina por principio la esperanza de que la comunidad humana real llegue algún día a realizar el estado ideal perfecto y justo. Lo utópico es aquí una idea (o una ciudad ideal) irrealizable no sólo al principio, sino por principio. Está fuera del tiempo, del devenir y de lo posible: la enorme distancia de la idea respecto a la realidad y, consecuentemente, la imposibilidad de su realización, desacreditan de antemano todo empeño de transformación efectiva. La utopía de Platón es la negación misma de la revolución. No hay –no puede haber– revolucionarios platónicos.»{11}

Según Sánchez Vázquez, «Una nueva dimensión del tema la introdujeron los socialistas utópicos del siglo XIX. En ellos ya hay un proyecto –utópico como el de los renacentistas– pero –ya sea como reformistas o como revolucionarios– ponen en práctica una voluntad de transformación de las condiciones reales». Y más adelante precisa: «No nos proponemos abrir el amplio abanico de las sociedades utópicas anteriores a Marx. Basta subrayar que estas sociedades se conciben como realizables, es decir, como proyectos prácticos que pueden y deben ser plasmados. Para ello deben trazarse caminos o apelar a medios diversos. Y aquí de nuevo –no sólo respecto al ideal entrevisto sino con respecto a su realización– se manifiesta su utopismo (...). Se trata, pues, de utopías cuya realización se considera posible y que, en algunos casos –particularmente con Owen y Cabet– dan lugar a realizaciones prácticas, aunque estas terminen en el más completo fracaso, como sucedió con las comunidades que llegaron a existir realmente. (...) Por otra parte, el utopismo revolucionario premarxista se caracteriza por la enorme desproporción de los objetivos (sociedad igualitaria, sin propiedad, sin clases e, incluso, sin Estado) y las posibilidades de realización. El medio escogido, la lucha violenta , parece menos utópico que las cansinas reformas graduales, pero el desdén de la organización o su reducción –a la de una minoría aislada o una secta– converge con el utopismo de los fines. (...) El utopismo en su doble faz –reformista y revolucionaria– se presenta, pues, como un hecho histórico en el proceso práctico real de la lucha por una nueva sociedad, y en el proceso teórico de la fundación de un socialismo no utópico que Marx –y sobre todo Engels– llamarán científico sobre la base de esta doble experiencia histórica –teórica y práctica– trataremos de caracterizar los rasgos fundamentales de las utopías sociales, en cuya superación vieron Marx y Engels una necesidad teórica y práctica para llegar al socialismo científico.»{12}

Después de analizar los rasgos esenciales de las concepciones utópicas, Adolfo Sánchez Vázquez realiza su crítica así:

«Si la utopía ilusoria de lo real que determina, a su vez, una anticipación imaginativa del futuro cuando Marx habla de los filósofos que se han limitado a interpretar el mundo, es evidente que esto se extiende también a los utopistas. Como interpretación al margen de la praxis y no fundada en el conocimiento de lo real, la utopía tiene que darse en una interpretación ilusoria del mundo que, por lo tanto, no puede contribuir decisivamente a una transformación radical de la realidad. Así pues, para pasar a una transformación radical en el plano del pensamiento: pasar de la utopía a la ciencia, o sea, de una interpretación imaginaria de lo real a otra objetiva y fundada. Solamente así el socialismo podía dejar de ser un mundo imaginado para ser un mundo efectivamente realizado. Medida así con la vara de la praxis, es decir, por unas razones prácticas revolucionarias, la utopía tiene que ceder su sitio a una teoría de lo real que permita fundar y guiar la acción que ella no puede fundar y guiar. La crítica del utopismo fue en el siglo pasado un paso históricamente necesario para disipar las ilusiones que sembraba una interpretación ilusoria de lo real y, con base en ésta, la construcción imaginaria de la sociedad futura. Por ello, junto a la crítica de la interpretación como mera teoría o especulación, se hace necesaria una crítica del utopismo en cuanto que con su relación imaginaria con los fines, los medios y el proceso mismo de realización, limita, frena o desvía la práctica revolucionaria. Se trata de transformar lo real, pero si de esto se trata, la crítica y el abandono del utopismo se convierten en una necesidad práctica.»

Y precisando todavía más su posición, el profesor Sánchez Vázquez agrega:

«Dejamos aquí nuestra tesis sobre el utopismo tras de subrayar que Marx y Engels, de acuerdo con la necesidad práctica antes anunciada, han sometido a una crítica –a una crítica necesaria– tanto a la filosofía especulativa, que se limita a interpretar el mundo, y que con el teoricismo absoluto de Hegel alcanza su máxima expresión, como el utopismo y, en primer lugar, el reformismo que pretende levantar el edificio de la nueva sociedad en el ámbito mismo de la vieja. Pero Marx y Engels se cuidan muy bien de caer en una crítica utópica del utopismo que no vea sus lazos con distintas fases del desarrollo social. De ahí que en el Manifiesto del Partido Comunista, distingan entre el utopismo anterior a ciertas fases del desarrollo capitalista y a la aparición del proletariado –utopismo determinado históricamente por una limitación teórica e histórica irrebasables– y el que surge posteriormente, cuando ya se dan condiciones para superarlo. Mientras que el primero, particularmente por su crítica de las condiciones reales existentes, tiene un carácter positivo, el segundo, por contribuir a mantener el estado presente y a desviar a las masas revolucionarias de su lucha, tiene un carácter regresivo. Digamos de paso que, en nuestra época, florecen toda una serie de utopías reaccionarias, en el campo de la literatura, que podemos ejemplificar con las muy conocidas 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley y, más recientemente, por El año 2000 de Kahn. (Son el tipo de utopías que, generalmente, se denominan utopías negativas.) Todas estas utopías, desarrollando hasta el extremo las consecuencias negativas del progreso tecnológico, contribuyen a inspirar un temor al futuro que viene a reforzar la conformidad con el status presente. Con ello cumplen con una función ideológica abiertamente reaccionarias.»

Adolfo Sánchez Vázquez matiza todavía más su posición respecto a la utopía, al agregar: «Pero volvamos a la crítica del utopismo por Marx y Engels. Esta crítica va dirigida no sólo a los utopistas reformistas sino también a los utopistas revolucionarios que aspiran –como los blanquistas– a hacer surgir (palabras textuales de Marx en 1850) una revolución ex nihilo, sin que se den las condiciones para la revolución. Para ellos –sigue diciendo Marx– la única condición necesaria de una revolución es una adecuada organización conspirativa. Son los alquimistas de la revolución.» La crítica del utopismo es, para Marx y Engels, la condición indispensable para despegar una acción que tenga por base una interpretación correcta del mundo. A esto es a lo que Engels llama, en su conocido opúsculo, «paso del socialismo como utopía al socialismo como ciencia». Este paso, impuesto sobre todo por razones prácticas. se integra como un elemento necesario de la transformación revolucionaria de la realidad social. Justamente porque Marx y Engels quieren revolucionar el mundo, pretenden forjar una teoría que ofrezca lo que la utopía no puede dar, y por ello aspiran a formular una nueva teoría, la de la praxis y no una simple praxis. Aunque esta revolución teórica sea indispensable para la revolución práctica real, efectiva. Así pues, la transformación del socialismo utópico en socialismo científico, es una condición a la vez teórica y práctica, indispensable de la lucha revolucionaria para una nueva sociedad. El mismo Engels lo afirma sin rodeos:

«El socialismo científico, expresión teórica del movimiento proletario, es el llamado a investigar las condiciones históricas y, con ello, la naturaleza misma de este acto (la revolución proletaria) infundiendo de este modo a la clase llamada a hacer la revolución, a la clase hoy oprimida, la conciencia de las condiciones y de la naturaleza de su propia acción.»{13}

Tras haber tenido muy en cuenta la posición crítica de Adolfo Sánchez Vázquez respecto al concepto de utopía y de las diversas formas de utopismo, resulta significativo cómo Yohanka León del Río aborda tal posición del profesor Sánchez Vázquez. Yohanka dice así:

«Adolfo Sánchez Vázquez como teórico del marxismo hoy en América Latina retoma el problema del socialismo como utopía. El plantea que el desarrollo "bárbaro" del capitalismo crea la posibilidad del socialismo, aunque no su efectividad que él ve relacionada con la transformación de la posibilidad del socialismo frente a otras posibilidades de la realidad. Só1o un proceso de conciencia moral indispensable para pasar a la acción puede hacer viable al socialismo como posible. Es por eso que para el profesor mexicano el socialismo es una utopía, siguiendo a Ernest Bloch, lo ve como parte de una realidad que no es todavía, aunque podría no ser. Esta presentación de la utopía del socialismo contiene un reducto metafísico que indica hacia la conversión (independientemente de la participación del sujeto y de su voluntad, tanto intencional como inintencionalmente), del socialismo en un resultado inexorable del desarrollo histórico, y nuevamente visto así, sería un idealismo absoluto, ilusión transcendental, que retrospectivamente juzgará los acontecimientos a condición de su realización. De esta forma, nuevamente se perdería el análisis de la realidad misma y continuaríamos evaluándola por lo que debió ser y no fue. Aquí no estamos cuestionando el socialismo sino el concepto de utopía con el que se pretende argumentar el socialismo. La utopía no puede ser entendida como una noción transcendental positiva de la de la realidad, sino la seguiríamos ubicando fuera de la realidad misma. En teoría esto significaría perder de vista el examen de la realidad como totalidad concreta, la evaluación de los juicios de hecho que de éste se deducen (económicos, políticos y sociales), y la reducción de la acción del sujeto a mero actor y no creador y ente interpelado por las circunstancias históricas. La crítica negativa de Marx a la utopía sigue siendo válida, lo que no implica la renuncia a ella como concepto transcendental.»{14}

5. Final

Independientemente del discutible resumen que de la posición del profesor Sánchez Vázquez efectúa Yohanka León del Río, resulta obvio que su valoración de la utopía como concepto transcendental es incompatible con el materialismo histórico y lo mismo sucede con el concepto de utopía del profesor Enrique Ubieta Gómez. Queda así demostrado que, en diversos países, se está intentando un retorno del socialismo científico al socialismo utópico.

Notas

{1} Adolfo Sánchez Vázquez, Del socialismo científico al socialismo utópico, Ediciones ERA, México 1975, pág. 9.

{2} Yohanka León del Río, «¿Por qué utopía?», artículo publicado en la revista digital El Catoblepas. Revista crítica del presente, número 7, septiembre de 2002, página 5.

{3} Enrique Ubieta Gómez, «La utopía y el imposible revolucionario como posibilidad», artículo publicado en la revista digital El Catoblepas. Revista crítica del presente, número 6, agosto de 2002, página 5.

{4} Enrique Ubieta Gómez, Ibídem.

{5} Enrique Ubieta Gómez, Ibídem.

{6} Gustavo Bueno, «¿Qué pasa en el Este?, artículo publicado en el diario El Independiente, de 21 de enero de 1990, número 16, páginas 1 y 7.

{7} Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía?, Ediciones Pentalfa, 2� edición, Oviedo 1995, pág. 9 y siguientes.

{8} Gustavo Bueno, «Sobre ideas utópicas», fragmento del libro, aún no publicado, Panfleto contra la democracia realmente existente (de aparición inminente, publicado por La esfera de los libros, Madrid).

{9} Gustavo Bueno, «¿Qué pasa en el Este?, El Independiente, 21 de enero de 1990.

{10} Adolfo Sánchez Vázquez, Del socialismo científico al socialismo utópico, pág. 9.

{11} Adolfo Sánchez Vázquez, obra citada, pág. 9 y siguientes.

{12} Adolfo Sánchez Vázquez, obra citada, pág. 11 y siguientes.

{13} Federico Engels, Del socialismo utópico, Ricardo Aguilera editor, Madrid 1968, pág. 7 y siguientes.

{14} Yohanka León del Río, Ibídem.

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