Andrés Revesz, La labor hispanófila de Carlos Pereyra, 1925 (original) (raw)

La labor hispanófila de Carlos Pereyra

Nuestro distinguido colaborador D. Víctor Pradera, representante en este país de las teorías de Charles Maurras, ha publicado en ABC un interesante artículo, titulado «La obra de España en América», en que expone el resumen del libro de un hispanófilo francés, M. Marius André, libro que se llama La fin de l'Empire espagnol.

Pues bien: existe un libro que se titula precisamente como el artículo del señor Pradera; es decir, La obra de España en América, que se publicó en Madrid hace cinco años, y que acaba de ser traducido al francés. Resulta todavía más interesante que uno de los traductores del libro en referencia sea el mismo M. Robert Ricard, que en el Ateneo de San Sebastián dio la conferencia sobre Hernán Cortes, mencionada por el Sr. Pradera.

El autor del artículo «La obra de España en América» no hace mención del libro que lleva el mismo título. ¿Lo desconoce? Si fuese así, sería característico para la excesiva modestia del autor del libro, que se llama Carlos Pereyra, y que desde hace nueve años vive entre nosotros, en un destierro voluntario, digno y laborioso. Carlos Pereyra vive para el hispanoamericanismo, mas no vive de él; no lo ha explotado nunca para el lucro ni para hacerse célebre. Lejos del mundo, ignorado del gran público, y de muchas personas que tendrían la obligación de conocer línea a línea todo lo que ha escrito, realiza una labor que asombra por su diversidad y por su profundidad.

No conozco a ningún escritor que haya contribuido como Carlos Pereyra a disipar la odiosa leyenda negra con la que el jacobinismo trata de envolver a España, a hacer amar y estimar a España en la América hispana y en el extranjero. Que no se crea, sin embargo, que la hispanofilia de Pereyra sea lírica ni apriorística; es, por el contrario, resultado de un largo trabajo de investigación; es decir, que tiene por base la ciencia y la lógica, base más sólida y más sincera que el lirismo tropical. Escuchemos lo que él mismo dice en el prólogo de La obra de España en América: «Se afirma aquí la admiración a España, pero es una admiración que nace del objetivismo, del estudio ecuánime de los hechos, emprendido con espíritu desinteresado… La obra de España fue colosal. Lo fue militarmente. Pero se muestra más grande aún en el orden económico y en el orden moral.» Y este libro, que los Sres. Baelen y Ricard han traducido al francés, podrá convencer a los franceses de que la América que se extiende desde California hasta la Patagonia, no es una América latina, sino una América hispana. España no sólo ha descubierto y conquistado el Continente, sino que lo ha realmente civilizado. Humboldt, autoridad indiscutible e indiscutida, escribe: «Cuando, estudiamos la historia de la conquista, admiramos la actividad extraordinaria con que los españoles del siglo XVI extendieron el cultivo de los vegetales europeos en las planicies de las cordilleras, desde un extremo al otro del Continente. Los eclesiásticos, y, sobre todo, los frailes misioneros, contribuyeron a esos progresos rápidos de la industria. Las huertas de los conventos y de los curatos eran almácigas, de donde salían los vegetales útiles recientemente aclimatados. Los mismos conquistadores, a quienes no debemos considerar en masa como guerreros bárbaros, se dedicaban en su vejez a la vida de los campos.»

A pesar de las facilidades que encontraron los ingleses para colonizar a Norteamérica, este territorio se encontraba todavía en un estado de verdadera barbarie, cuando los países colonizados por España, y, sobre todo, aquellos que dependían de Lima y de Méjico, eran ya emporios de cultura. Los conquistadores, tan calumniados, establecieron artes e industrias, como la de azúcar, que todavía son la base de la vida de naciones enteras; llevaron a las Indias morales de seda, animales de labranza, árboles, viñedos, trigo, arroz y molinos. «Por mucho que se haya leído y pensado en estos asuntos –escribe un crítico notable y compatriota de Pereyra, el ilustre escritor mejicano Victoriano Salado Alvarez,– pasma ver lo que España construyó en poco más de un siglo. Geógrafos, cosmógrafos, navegantes, mineros, exploradores, industriales, lingüistas, naturalistas, metalúrgicos, civilizadores, en fin, fue el contingente que aportó para traer a la vida la porción del nuevo mundo que algunos boquirrubios todavía se rehúsan a llamar América española, y se empeñan en apellidar latina con el donoso pretexto de que en el Brasil se habla portugués, como si no fuera una sola civilización la peninsular, y como si los portugueses no se reclamaran también españoles.»

¿Cómo se explica entonces la decadencia ulterior de la América hispana? Por la enorme extensión del Imperio, por la imposibilidad de tener una Marina que custodiara y transportara los géneros; por el monopolio de Sevilla y de Cádiz; por la burocracia peninsular, y, finalmente, por las sangrientas guerras de la independencia, que destruyeron las bases de la vida económica, lo que, por su parte, fomentó la anarquía, el caudillaje, los pronunciamientos ininterrumpidos. Todos estos errores han acabado en gran parte con lo que habían fundado conquistadores, frailes, estadistas, exploradores, agricultores y mineros.

Sentimos que nos falte espacio para presentar, por lo menos someramente, los demás libros de Carlos Pereyra, que son como capítulos de la misma obra histórica; de una labor asombrosamente vasta, que tiene el propósito de establecer la verdad más estricta sobre la acción de España en América, la vida independiente de las antiguas colonias, y su actitud frente a la América anglosajona. Sin embargo, no quisiéramos terminar este breve comentario sin mencionar La conquista de las rutas oceánicas, publicado en la Biblioteca Histórica Iberoamericana, que ha fundado y que dirige, y su Historia de la América española; obra en ocho gruesos tomos (los dos últimos están en prensa), que resulta un verdadero monumento del genio hispano, y una afirmación del porvenir esplendoroso que se abre para las nuevas Repúblicas, llenas de potencialidad.

Andrés Revesz