Aristóteles Moral a Nicómaco 3:4 De la deliberación (original) (raw)
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Moral a Nicómaco · libro tercero, capítulo IV
¿Se puede deliberar sobre todas las cosas sin excepción? ¿Es todo asunto de deliberación? ¿O bien hay ciertas cosas respecto de las que la deliberación no es posible? Téngase en cuenta que el objeto de la deliberación de que hablo, no es el objeto sobre que pueda deliberar un imbécil o un demente; sino sólo el objeto sobre que delibera un hombre que está en el pleno goce de su razón. Y así nadie delibera sobre las cosas y verdades [64] eternas: por ejemplo, sobre el mundo; ni sobre este axioma: que el diámetro y el lado{55} son inconmensurables. Tampoco se puede deliberar sobre ciertas cosas que están sometidas al movimiento, pero que se realizan siempre según las mismas leyes, sea por una necesidad invencible, sea por su naturaleza, sea por cualquiera otra causa; como son, por ejemplo, los movimientos de equinoccio y de solsticio respecto del sol. Tampoco es posible deliberar sobre las cosas que son tan pronto de una manera como de otra; por ejemplo, las sequías y las lluvias; ni sobre los sucesos que dependen únicamente del azar, como el hallazgo de un tesoro. Tampoco puede aplicarse la deliberación sin excepción alguna a todas las cosas puramente humanas; y así a un lacedemonio no se le ocurrirá deliberar sobre la mejor medida política que hayan de tomar los escitas; porque nada de esto puede producirse mediante nuestra intervención ni depende de nosotros.
No deliberamos sino sobre cosas que están sometidas a nuestro poder; y estas son precisamente todas aquellas de que hasta ahora no hemos hablado. La naturaleza, la necesidad, el azar, es cierto que pueden ser causas de muchas cosas; pero es preciso contar además con la inteligencia y todo lo que se produce por la voluntad del hombre. Los hombres deliberan, cada cual en su esfera, sobre las cosas que se creen capaces de poder hacer. En las ciencias exactas, independientes de toda arbitrariedad, no ha lugar a deliberar; por ejemplo, en la gramática, donde no hay ni alternativa ni incertidumbre posible sobre la ortografía de las palabras. Pero deliberamos sobre las cosas que dependen de nosotros, y que no son siempre invariablemente de una sola y misma manera; por ejemplo, se delibera sobre las cosas de medicina, sobre las especulaciones de comercio y sobre los negocios. Se delibera sobre el arte de la navegación más que sobre el arte de la gimnástica, en la proporción que la primera de estas artes es menos precisa que la segunda. Lo mismo sucede en todo lo demás; y se delibera más sobre las artes que sobre las ciencias, porque aquellas presentan más materia a la incertidumbre y al disentimiento.
La deliberación se aplica especialmente a las cosas que, estando sometidas a reglas ordinarias, son, sin embargo, oscuras [65] en su desenlace particular, y respecto de las cuales nada se puede precisar de antemano. Estas son las cosas para las que, cuando son importantes, llamamos en nuestro auxilio consejeros más ilustrados que nosotros, porque desconfiamos de nuestro solo discernimiento y de nuestra insuficiencia en los casos dudosos. Por lo demás, no deliberamos en general sobre el fin que nos proponemos, sino más bien sobre los medios que deben conducirnos a él. Así, el médico no delibera para saber si debe curar sus enfermos, ni el orador para saber si debe convencer a su auditorio, ni el hombre de Estado para saber si debe hacer buenas leyes; en una palabra, en ningún género se delibera sobre el fin especial que se sigue, sino que una vez que nos hemos propuesto cierto fin, indagamos cómo y por qué medios se podrá llegar a él. Si hay muchos medios de conseguirlo, se busca con pronunciada atención cuál de ellos es el más fácil y el mejor; y si no hay más que uno, se estudia el modo de obtener por este medio único la cosa que se desea. Se procurará también descubrir el camino para poderse hacer dueño de este medio hasta llegar a la causa primera que resulta ser la última que se descubre en esta investigación. Realmente, el deliberar equivale a buscar una cosa por el procedimiento que acaba de ser descrito, y a hacer un análisis semejante al que se aplica a las figuras de geometría que se quieren demostrar. Por otra parte, evidentemente no toda indagación es una deliberación; por ejemplo, las indagaciones matemáticas; pero toda deliberación es una indagación, y el último término que se encuentra en el análisis a que uno se consagra es el primero que debe emplear para producir la cosa que desea. Si llega a convencerse de que la indagación es imposible, renuncia a ella; como, por ejemplo, cuando uno tiene necesidad de dinero y ve que no puede proporcionárselo. Pero si la indagación parece posible, entonces se esfuerza por llevarla a cabo; y colocamos entre las cosas posibles todas aquellas que podemos hacer por nosotros mismos o por medio de nuestros amigos; porque lo que hacemos por ellos es en cierta manera hecho por nosotros, puesto que en nosotros se encuentra el principio de su acción. Unas veces buscamos en las deliberaciones los instrumentos; otras el uso que debe hacerse de ellos; y en todas ocasiones lo que se busca, es ya el medio que debe emplearse, ya la manera con que debe conducirse, ya la persona que deberá intervenir. [66]
Así, pues, siempre es el hombre, como acabamos de decir, el principio mismo de sus actos; la deliberación recae sobre las cosas que puede hacer; y los actos tienen siempre por objeto otras cosas distintas de ellos mismos. Por consiguiente, no es sobre el fin mismo sobre que se delibera, sino sobre los medios que pueden conducir a él. No se delibera tampoco sobre las cosas individuales y particulares; por ejemplo, para saber si este objeto que se tiene a la vista es pan, ni si está bien cocido, ni si está trabajado convenientemente; porque estas son cosas que la sensación por sí puede juzgar; y si se hubiera de deliberar siempre y sobre todo, sería cosa de perderse en el infinito. Pero el objeto de la deliberación es el mismo que el de la intención o preferencia, con esta sola diferencia: que el objeto de la intención o de la preferencia debe estar previamente fijado. El objeto en que se fija el juicio después de una deliberación reflexiva, es el que la intención prefiere, puesto que se cesa de indagar cómo se debe obrar desde el momento en que se ha visto la causa de la acción en sí misma, y se la ha sometido a esta facultad que en nosotros dirige y gobierna todas las demás; porque ella es la que prefiere y escoge con intención. Esta distinción se puede ver con plena evidencia hasta en los antiguos gobiernos, cuya imagen nos ha trazado Romero; allí se ve a los reyes anunciar al pueblo las resoluciones que han preferido y lo que tienen intención de hacer.
Así, pues, siendo siempre el objeto de nuestra preferencia, sobre el cual se delibera y el cual se desea, una cosa que depende de nosotros, podrá definirse la intención o preferencia, diciendo que es el deseo reflexivo y deliberado de las cosas que dependen solamente de nosotros solos; porque nosotros juzgamos después de haber deliberado, y luego deseamos el objeto conforme a nuestra deliberación y a nuestra resolución voluntaria.
Este sencillo bosquejo{56}, que acabamos de trazar de la preferencia moral o intención, basta para hacer ver lo que ella es y las cosas que la conciernen; y para demostrar que sólo se dirige a la indagación de los medios que pueden conducir al fin que se busca.
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{55} El diámetro (sería más exacto decir la diagonal) y el lado de un cuadrado.
{56} Aristóteles habla siempre con esta modestia de sus obras, aunque sean de primer orden, como lo es este capítulo.