Antonio María Fabié, Examen del materialismo moderno y 9 (original) (raw)
Examen del materialismo moderno
Lógica de las escuelas empíricas
La filosofía positiva, que se enorgullece de haber formado un vasto organismo con todas las ciencias, no ha dicho nada nuevo en punto a método. Exponiendo su más acreditado representante actual, la esencia, por decirlo así, de esta mal llamada filosofía, dice lo siguiente:
«Antes de pasar adelante, importa recordar los puntos fundamentales de la filosofía positiva, tal como la construyó M. Comte, pues de otro modo el lector no comprendería bien la naturaleza o importancia de los textos que se van a citar.
La filosofía positiva es el conjunto del saber humano, dispuesto según cierto orden, que permite percibir sus conexiones y su unidad, y sacar direcciones generales, así para cada parte, como para el todo. Se distingue de la filosofía teológica y de la filosofía metafísica, en que es de la misma naturaleza de las ciencias de donde procede, mientras que la teología y la metafísica son de naturaleza distinta que las ciencias, y no pueden ni guiar a éstas, ni ser por ellas guiadas. Las ciencias, la teología y la metafísica, no tienen entre sí una naturaleza común, la cual no existe sino entre la filosofía positiva y las ciencias.»
No hay para qué decir cuántos errores y cuántas vaguedades se contienen en estas pretenciosas palabras; pues ya he dicho sobre el particular, lo que es posible en una obra de esta clase; sigamos adelante, y veamos lo que Mr. Litré expone sobre lo que más especialmente se relaciona con la materia de este capítulo.
«Pero, ¿cómo definiremos el saber humano? Lo definiremos diciendo que es el estudio de las fuerzas peculiares de la materia y de las condiciones o leyes, que rigen estas fuerzas. Nosotros no conocemos más que la materia y sus fuerzas o propiedades, y no conocemos materia sin propiedades o fuerzas, ni fuerzas o propiedades sin materia. Cuando hemos descubierto un hecho general en alguna de esas fuerzas o propiedades, decimos que estamos en posesión de una ley, y esta ley se convierte al punto, para nosotros, en una potencia mental y en una. potencia material; en potencia mental, porque se trasforma en el espíritu en instrumento de lógica; en potencia material, porque es en nuestras manos medio de dirigir las fuerzas materiales.»{2}
Lo primero que se ocurre a! examinar con atención el párrafo que dejo traducido, es la definición del saber humano, y admirarse de ver que un hombre, de la capacidad de Litré, diga que el saber es el estudio; en el sentido vulgar de ambas palabras, que es el que acepta una escuela que ni siquiera comprende la verdadera especulación científica, el estudio es el medio de adquirir el saber, y confundir ambas cosas, es consecuencia natural de la completa ignorancia del problema que se examina; siquiera, otras escuelas dan una idea más aproximada, aunque meramente exterior, del conocimiento, diciendo que es la relación entre el sujeto y el objeto, entre el yo y el no yo, relación que, cuando es exacta, produce la verdad, cuya exposición ordenada y metódica, constituye la ciencia. No doy como especulativa y completa esta teoría del conocimiento, que no es la mía; pero no puedo negar que en ella la filosofía vulgar, el psicologismo, por decirlo así, corriente, es infinitamente más instructivo que el positivismo, a pesar de sus enormes pretensiones. Es verdad que la expresión a que me refiero no sirve más que para encubrir una tautología, pues Litré lo que quiere decir es, que el conocimiento científico es el conocimiento de las fuerzas peculiares de la materia y de las condiciones o leyes que rigen estas fuerzas ¿pero qué son leyes? Según Litré, los hechos generales que descubrimos en esas fuerzas; no me fijaré en lo inexacto y chocante de llamar a la ley, hecho general, aunque desde luego se ve que la ley difiere del hecho, como la causa del efecto, pues aquella determina o crea a éste, o por lo menos es su condición necesaria; prescindo, repito, de este orden de consideraciones, para preguntar: ¿ por dónde y cómo se descubre que un hecho es general, es decir, que se produce siempre y en todas partes, dadas ciertas circunstancias? Esto que no nos lo había dicho Newton, como ya dejo indicado, tampoco nos lo explica Litré, y justamente esto es lo que importa saber para demostrar la legitimidad de la inducción, y su eficacia, como instrumento, para descubrir la verdad y para demostrarla.
Antes de dar esta anómala definición de la ley, dice Litré que nosotros no conocemos más que la materia y sus fuerzas o propiedades, y que no conocemos materia sin propiedades o fuerzas, ni fuerzas o propiedades sin materia; confesión preciosa, porque aquí, olvidándose el gran doctor positivista de los subterfugios y evasivas de la escuela, confiesa paladinamente que, como ya he demostrado en varios lugares, la doctrina positivista es meramente el antiguo, conocido y grosero materialismo; pero hasta en esto es ilógica y absurda la tal escuela, pues según sus principios, la materia debe ser para sus partidarios inconcebible; la materia es una noción metafísica, como vulgarmente se dice, un momento necesario de la idea en la verdadera especulación, esto es, en la realidad y en la ciencia, y un positivista lógico debe decir [564] que para él no hay materia, ni siquiera cuerpos materiales, sino simples fenómenos, es decir, impresiones, contactos mediatos o inmediatos, que toman el carácter de percepciones cuando una de las cosas, entre las cuales el contacto se verifica, es un organismo.
La misma inconsecuencia, la misma indeterminación que en estos puntos fundamentales, que constituyen la metafísica del positivismo, pues no puede dejar de tenerla, aunque pretende ser su negación y su sustitución, se observa en todo lo relativo al método que, para esta escuela, debiera ser asunto más importante que para ninguna otra; así, olvidando el rigor newtoniano, dice el mismo fundador de la secta: «Que tenemos libertad para aceptar, sin vanos ejemplos, las concepciones hipotéticas más propias, para satisfacer, en los limites convenientes, nuestras justas inclinaciones mentales, siempre dirigidas con predilección instintiva a la sencillez, a la continuidad y a la generalidad de las concepciones, aunque respetando siempre la realidad de las leyes exteriores, en cuanto es para nosotros accesible;» y más adelante añade: «El punto de vista más filosófico nos lleva finalmente a concebir el estudio de las leyes naturales, como destinado a representarnos el mundo exterior, satisfaciendo las indicaciones esenciales de nuestra inteligencia, en cuanto lo consiente el grado de exactitud exigido en esta parte por el conjunto de nuestras necesidades prácticas;» por último, sobre este asunto dice además el mismo Comte: «Después de la satisfacción de estas indicaciones, que consisten principalmente en nuestra predilección instintiva por el orden y por la armonía, y en nuestras conveniencias puramente personales, quedará aún una notable indeterminación, con la que convendrá gratificar directamente nuestras necesidades de idealismo, embelleciendo nuestros pensamientos científicos, sin perjuicio de su realidad esencial.»{3}
No puede darse mayor anarquía científica; aquí los conocimientos se someten arbitrariamente a lo que llama Comte nuestro instinto de orden, a nuestras conveniencias personales, y hasta a los caprichos de la fantasía, y después de todo esto, la escuela que así procede, se da a sí misma el dictado de filosofía positiva; pero, podrá decírsenos que Comte cometió errores que consisten precisamente en haber sido infiel a sus propios principios, cuando quiso abarcar en su enciclopedia, después de la naturaleza, el espíritu, creando, o pretendiendo crear, lo que él denominaba la sociología. En efecto, el Sr. Litré reniega de su maestro en esta parte, y aunque en punto a lógica no ha escrito nada para corregirle y rectificarle, parece que admite sobre esta materia las doctrinas de otro positivista disidente, del famoso Stuart Mill, autor de una voluminosa obra sobre la lógica deductiva e inductiva, que no es, sin embargo, el código que reconocen y aceptan todos los partidarios de la escuela.
La extensión que va tomando este trabajo, me impide, a pesar de mi deseo, ocuparme detenidamente en el examen de la Lógica de Mill, que exigiría una obra especial; pero creo que basta a mi propósito examinar los puntos fundamentales que se refieren a la inducción, forma de razonamiento que constituye el objeto principal y casi exclusivo del amplio tratado del filósofo inglés.
No negaré que el Tratado de Lógica de Mill es un trabajo concienzudo; pero está fundado en principios tan falsos, que el edificio, falto de cimientos, cae con un soplo; en primer lugar, el concepto que el autor se forma de la lógica es tan incompleto o insostenible, como el de todos los autores que han considerado esta parte de la ciencia de un modo puramente formal; y si bien rechaza por insuficiente la definición de la lógica, que consiste en decir que es la ciencia del razonamiento, considerando que a más del razonamiento hay otras operaciones mentales, que deben entrar bajo su jurisdicción, como la nomenclatura, la clasificación, la definición, etc., dice que la lógica es «la ciencia que trata de las operaciones del entendimiento humano en la investigación de la verdad.»{4} Desde luego se observa que esta definición es más incompleta que las que rechaza Mill por serlo, pues como se ve, nada se dice en ella de la demostración de la verdad, y el razonamiento tiene por objeto descubrir y demostrar la verdad. Pero no es esto lo importante, o a lo menos lo que más debe llamar nuestra atención, sino el consignar que para el autor, no obstante su positivismo, el origen y la razón del conocimiento no deben ser objeto de la lógica, y se limita a decir sobre este particular, que «las verdades nos son conocidas de dos maneras, unas, directamente y por sí mismas, otras, por medio de otras verdades; las primeras son objetos de la intuición, y las segundas de la inferencia; aquellas son los datos primitivos de nuestro saber, y lo que se refiere al modo de obtenerlos y a los caracteres que deben distinguirlos, nada tiene que ver con la lógica, según la concibe Mill. Esta confesión puede parecer peregrina, pero es muy instructiva, porque desde luego nos indica, que una lógica que prescinde de los datos primitivos del conocimiento, no puede menos de ser una construcción artificial y arbitraria, aun de la parte puramente formal del saber, que es de lo que se ocupa la lógica clásica.
Por lo que va dicho, sabemos ya que para Mill no hay más verdades primitivas que las intuiciones o fenómenos de conciencia, que son las modificaciones del [565] sujeto, ya producidas por el mundo exterior, ya por los estados del mismo sujeto; o, lo que es lo mismo, no hay más origen de conocimientos que la sensación, o como he dicho antes, el contacto de dos cosas, una de las cuales es un aparato nervioso.
Con tales elementos, era imposible construir un sistema de lógica; y así, prescindiendo del rigor lógico en una obra que tiene por objeto aquella ciencia, Mill empieza arbitrariamente su trabajo, por un tratado de los nombres, fundándose en que la palabra es ordinario instrumento de la razón; con lo cual ya se ve claro que sólo lo más externo y formal, lo que cae bajo la jurisdicción de los sentidos, es lo que ha de ser objeto de la atención y estudio del autor: en virtud de tales precedentes y con tal criterio, trata en esta parte de su obra, de las Categorías, cuyo conjunto no es más, en su opinión, que la enumeración de las cosas que se pueden nombrar, y después de criticar, con fundamento a veces, como ya antes que él lo habían hecho otros muchos filósofos, la tabla formada por Aristóteles, la sustituye con otra no menos arbitraria y a mi ver mucho menos inteligible, resultado de un análisis en el cual aparece la cantidad como última categoría, cuando es la que inmediatamente se deriva de la noción de ser. Pero el punto de vista especulativo no es compatible con el sensualismo, que pretende sacar de la comparación de las sensaciones la categoría de cantidad; procedimiento que engendra, como luego veremos, las consecuencias más desatinadas.
«El resultado de nuestro análisis, dice Mill, nos da la enumeración y la clasificación siguiente de las cosas que pueden nombrarse:
1.º Los sentimientos o estados de conciencia.
2.° Los espíritus que experimentan esos estados.
3.° Los cuerpos u objetos exteriores que producen algunos de esos sentimientos, y las fuerzas o propiedades por cuyo medio los producen. Estas fuerzas o propiedades, sólo se mencionan aquí por condescendencia con la opinión general, y porque el lenguaje general, del que no creo prudente separarme, las supone, pero sin admitir por eso que su existencia real se funde en buena filosofía.
4.° Y por último, las sucesiones y coexistencias, las semejanzas y desemejanzas entre los sentimientos o estados de conciencia. Estas relaciones, que se suponen existir entre las cosas, no existen en realidad sino entre los estados de conciencia que esas cosas producen, si son cuerpos, o producen o padecen, si son espíritus.»{5}
Esto es lo que se propone por Mill, como clasificación de las categorías, y basta exponerlo para comprender su insuficiencia y el error fundamental de que se origina su pretendida clasificación, que en realidad no debiera pasar del primer término; pues las cosas susceptibles de nombre, se deben reducir a los datos primitivos del conocimiento, como los llama Mill, los cuales, según su opinión, no son más que las intuiciones o estados de conciencia, que aquí señala con el nombre de sentimientos. Verdad es, que una clasificación reducida a un solo término, dejaría de serlo, y de ahí los esfuerzos del autor para dividirla en cuatro; pero el primer miembro de la división abarca y comprende los otros tres, y esto es imperdonable en un escritor que trata de lógica.
Rápidamente expone Mill en su obra lo concerniente al raciocinio deductivo, que reduce al silogismo, instrumento de las ciencias que se han llamado deductivas, y que podrá aplicarse a todas cuando se hayan descubierto sus principios y leyes generales, en cuyo caso se llegaría a determinar todo su contenido por medio de esta forma de raciocinio. La silogística de Mill no ofrece importantes innovaciones, pudiendo decirse que es una repetición incompleta de lo que sobre esta materia se contiene en las obras de lógica; pero como, aun en esta parte, que desde luego se conoce que no es el objeto principal del autor, ha querido éste introducir algún rasgo propio de su escuela, dice que el axioma fundamental del silogismo no es, como generalmente se ha creído, el principio dictum de omni et nulo «sino un principio fundamental, o más bien, dos principios que se parecen admirablemente a los axiomas de las matemáticas. El primero, que es el principio de los silogismos afirmativos, es que las cosas que coexisten con otra cosa, coexisten entre sí. El segundo, que es el principio de los silogismos negativos, es que una cosa que coexiste con otra cosa, con la cual no coexiste una tercera cosa, no es coexistente con esta tercera cosa.» Aun limitando la aplicación de estos principios a los silogismos que tratan de cosas, y no a los puramente nominales, puede admitirse esta opinión de Mill, quien por otra parte supone aquí, contra sus propias ideas, que puede haber silogismos que tengan por materia cosas; es decir, realidades, cuando su única y verdadera materia, dados los fundamentos de la escuela positivista, debieran ser los fenómenos de conciencia. Pero dejando esto aparte, es claro, para cualquiera que conozca el razonamiento deductivo, que no puede ser su fundamento la coexistencia, pues esta forma de raciocinio se aplica a todas las esferas del pensamiento, el cual abarca mucho más que lo que a la existencia se refiere. Por lo demás, claramente se conoce que Mill no ha hecho más que perifrasear, en este caso, lo dicho por otros lógicos, con mayor razón, sobre el fundamento del silogismo, el cual dicen que pudiera formularse así: «si una cantidad está contenida en otra, la cual a su vez se contiene en una tercera, ésta contendrá a la primera.» Lo inexacto de esta analogía consiste en que no debe considerarse la materia del silogismo [566] como mera cantidad, porque es la idea su verdadero contenido, y la idea lo abarca todo.
El silogismo es un momento de la idea subjetiva, o mejor dicho, es un resultado de la noción, y por eso, sólo considerándole de este modo, es como puede entenderse; la noción tiene, como ley inherente, su desarrollo, y mientras que en la esfera del ser se pasa de uno a otro momento o determinación, y en la de la esencia un término se refleja en otro, en la de la noción los términos se desarrollan, poniéndose lo que en ella está virtualmente contenido, y la forma general de este desarrollo tiene tres momentos; la noción, el juicio y el silogismo; la noción es la idea envuelta, la idea-germen; el juicio es la noción diferenciada, esto es, la mera afirmación de que en ella coexisten distintas determinaciones, así, por ejemplo, de la noción rosa, salen los juicios: la rosa es roja, la rosa es aromática, etc., el silogismo es la noción desarrollada, es decir, considerada como individual, general y particular, o lo que es lo mismo, como principio que en virtud de una calidad se determina y forma el objeto en general, por donde se ve, que si con razón se ha dicho que toda realidad externa es o está contenida en una noción, que forma o comprende varios juicios, con mucha más exactitud deberá decirse, que toda realidad es un silogismo.
Partiendo, pues, de la noción, siguiendo el orden gradual de los juicios y la serie que forman los silogismos, es como puede entenderse y explicarse esta materia, que tiene que resentirse de vaguedad, cuando se trata, según lo hace Mill, partiendo de los nombres, siguiendo por la proposición y acabando por el silogismo, el cual no puede entonces menos de considerarse como un razonamiento puramente verbal, esto es, como una manera artificial y artificiosa de combinar las palabras, es decir, como un ejercicio retórico, a que llama el autor, lógica de la consecuencia «la cuál, no exigiendo el conocimiento preliminar de los métodos de razonamiento de las diversas ciencias, se puede estudiar con fruto, mucho antes que la lógica de la verdad.» Por estas palabras de Mill se ve, que para él la silogística es una mera gimnástica intelectual; menos todavía, un ejercicio retórico, y que la verdadera lógica, o la lógica de la verdad, es cosa distinta, la cual consiste, o debe consistir, en los diferentes métodos de razonamiento de las diversas ciencias; esto sorprenderá a muchos, que estarían convencidos de que los métodos de razonamiento eran los mismos para todas las ciencias; porque es uno sólo el sujeto del conocimiento, aunque sea vario su objeto, y así es la verdad, por más que Mill quiera decir otra cosa.
A consecuencia de lo que rápidamente he indicado, es decir, desconociendo por completo la naturaleza de la noción, del juicio y del raciocinio, y profesando Mill un nominalismo radical, no debe extrañarse que asiente en su obra, antes de empezar a tratar determinada y particularmente de la inducción, y al ocuparse de la demostración y de las verdades necesarias, lo siguiente, a propósito de éstas: «¿Cuál es el fundamento de nuestra creencia en los axiomas, en que se apoya su evidencia? A esto respondo que los axiomas son verdades experimentales, generalizaciones de la observación.»
El autor añade, que esta aseveración suya encontrará grande oposición, y en efecto, Wevhel la combatió enérgicamente, dándose lugar a una polémica que resume Mill en las últimas ediciones de su obra; para facilitar su triunfo, elige entre los axiomas matemáticos, el siguiente: «Dos líneas no pueden encerrar ningún espacio» el cual es, sin duda, uno de los que le pueden ser más favorables porque presupone una representación, es decir, que no puede cronológicamente ni aun comprenderse, sin la figura material o imaginaria de dos lineas trazadas en el espacio; claro es, que ese y todos loa axiomas matemáticos, aparecen a la inteligencia individual con ocasión de las impresiones externas; pero la cuestión no es esa, sino que consiste precisamente en determinar cuál es su verdadero origen lógico, y la causa de su verdad indiscutible, y desde luego se ve con entera evidencia, que no puede ser la observación, pues, respecto al mismo axioma que propone Mill, no es posible que se tracen, ni en la imaginación siquiera, todas las combinaciones de dos líneas, ni que éstas se prolonguen gráficamente hasta lo infinito, y ambas cosas serían necesarias para su demostración experimental; por lo tanto, el axioma en cuestión, saca su prueba de que es un juicio negativo, que se deduce mediatamente de la noción de línea (se sobreentiende recta), pues teniendo éstas todos sus puntos en una misma dirección, dos líneas sólo pueden trazar dos direcciones, y dos direcciones, no determinan ni pueden determinar o delimitar el espacio. Como este axioma es una deducción, ya muy remota, de la noción de espacio, y el espacio es además la categoría de la representación sensible, por eso puede ocultarse algo en este pretendido axioma lo absurdo de la aseveración del Sr. Mill; pero resulta evidentísimo en todos los verdaderos axiomas matemáticos, esto es, en las verdades o conceptos deducidos de la noción de cantidad; así es, que no sólo la ciencia especulativa, sino el buen sentido, se reirían del autor si intentase demostrar, por ejemplo, que los axiomas formulados así: «el todo es mayor que cualquiera de sus partes,» «dos cantidades iguales a una tercera, son iguales entre sí» son verdades adquiridas por la observación, pues la primera se deduce de la idea de totalidad, que comprende la de parte, y la relación que entre ambas existe; y la segunda, de la noción de igualdad puramente.
Vengamos, por último, a ocuparnos en la inducción, nombre genérico, que para el autor comprende todos los sistemas de razonamiento que usan las ciencias [567] especiales, y que, por lo tanto, constituyen lo que él llama la lógica de la verdad, que debe ser, en su concepto, la única y verdadera lógica.
El problema de la inducción es insoluble para la filosofía positivista y para todas las demás que no admiten la realidad de la idea y su valor absoluto. Véase cómo lo plantea Mill: «¿Por qué un sólo ejemplo basta en algunos casos para una inducción completa, mientras que en otros, miríadas de hechos concordantes, sin excepción conocida o presumida, son de tan poco valor para establecer una proposición universal?». A este problema da el autor esta desconsoladora respuesta: «El que pueda contestar a esta pregunta, sabrá más lógica que todos los sabios antiguos, y resolverá el problema de la inducción.» Como ya he dicho, por el camino y con los principios que sirven de guía a Mill, no hay modo de alcanzar ese resultado, ni aun confundiendo, como lo hace este autor, bajo el nombre de inducción, hasta los axiomas matemáticos; pero partiendo de otros puntos de vista, la contestación al anterior postulado, es, no sólo fácil, sino, a mi ver, enteramente satisfactoria.
Desapareciendo en la idea la oposición del sujeto y del objeto, o mejor dicho, resolviéndose esta oposición en la unidad de la idea, resulta, que las determinaciones de ésta son unas mismas para las dos esferas en que se desenvuelve, la de la interioridad y la de la exterioridad, la del yo y la del no yo, la del sujeto y la del objeto, nombres equivalentes en las dos series que forman dichas determinaciones; el sujeto absoluto, que es la idea absoluta, es también el objeto absoluto, y forma un sistema de determinaciones, que constituyen la totalidad del conocimiento y de la realidad. Mientras que el espíritu está en los límites de la naturaleza, aparece en cierta manera dividido, porque la idea está entonces en un período de oposición transitoria; es decir, dividida en sujeto y objeto, en espíritu y naturaleza; pero como entre ambos términos existe una unidad sustancial, cuando el sujeto se aplica a la percepción del objeto descubre las determinaciones idénticas de ambos, tales como existen en la idea o en el absoluto, y resulta, en este caso, el fenómeno intelectual, que llamó evidencia Descartes, y el conocimiento que de ella resulta, es verdadero y real; basta a las veces, para que aquella identidad se presente con evidencia, la percepción de un hecho que es encarnación de una de esas determinaciones de la idea; otras veces no bastan millares de hechos o fenómenos para descubrir lo que en ellos es encarnación de tales determinaciones, porque la naturaleza es la esfera propia de lo accidental, que oscurece, por decirlo así, las determinaciones de la idea, y justamente el objeto de la inducción no consiste más que en conseguir, por diferentes medios, la separación, en los fenómenos, de lo accidental y de lo necesario; operación a las veces dificilísima, y hasta imposible, y cuya dificultad aumenta a medida que la idea, en su desenvolvimiento, se hace más concreta, es decir, más rica en determinaciones, partiendo de la abstracción matemática y llegando hasta la complicada y armoniosa esfera de la vida.
Pero de aquí resulta que los hechos no son, ni pueden ser, la prueba de las verdades que Mill y los positivistas llaman inductivas: la verdadera prueba de estas verdades, consiste en su deducción de la idea; los hechos o fenómenos sólo pueden ser su contraprueba, y además el medio u ocasión de su descubrimiento. Para que los hechos o fenómenos produzcan tales resultados, los materialistas o sensualistas de todas las épocas, que han preconizado la inducción, llegando a decir que es el único instrumento científico, tienen que admitir, como base fundamental de su lógica, principios que, son absolutamente incompatibles con su sistema.
A dos principales los reduce Mill, no porque sean los únicos que presuponga la inducción, sino porque son los que más se destacan en las inducciones que tienen por objeto el mundo físico, el uno es, lo que él llama la uniformidad de la naturaleza, y el otro, lo que denomina causación, denominaciones impropias y buscadas para decir vergonzantemente lo que no cabe en el sistema que se profesa; porque si no hubiera más que fenómenos, no se observaría regularidad en la naturaleza, pues cada uno existiría por sí, con entera independencia de los demás, y formando todos juntos un verdadero caos; la regularidad consiste en que la naturaleza es un sistema, como lo es la idea, cuyas determinaciones engendran los fenómenos.
Respecto a la causación, nombre caprichoso dado a la noción de causa, dice Mill que no hay mas que fenómenos que se suceden, y en efecto, en su modo de ver, sólo puede admitirse esto, y la sucesión regular de los fenómenos es lo que denomina causación; sin elevarse a la esfera de la idea, la noción de causa-efecto es incomprensible; pero es al propio tiempo tan fundamental y necesaria, que tienen que admitirla hasta los más empedernidos positivistas, porque sin ella no podrían dar un paso en la ciencia ni en la vida.
Partiendo de estas bases hipotéticas, mejor dicho, arbitrarias y hasta contradictorias, dentro del positivismo, Mill expone unos procedimientos de la inducción, que consisten meramente en practicar, de determinados modos, las observaciones y experiencias, los cuales se resuelven en cuatro métodos: 1.°, el de Concordancias; 2.°, el de Diferencias, las cuales pueden combinarse formando lo que llama Mill método unido de Concordancias y Diferencias; 3.°, Método de los Residuos; y 4.º, método de las Variaciones concomitantes. No es posible que me detenga a exponer en qué consiste cada uno de estos métodos, cuyos nombres dan alguna idea de lo que son, bastando a mi propósito con indicar, que todos y cada uno de ellos se fundan [568] en principios o verdades, que no son producto, sino condiciones necesarias de la observación y de la experiencia, como lo prueban los cánones o reglas que establece Mill para cada uno de estos métodos.
El canon del método de las concordancias es como sigue:
«Si dos o más casos del fenómeno, objeto de la investigación, tienen sólo una circunstancia común, la circunstancia en que todos concuerdan es la causa (o el efecto) del fenómeno. »
El canon del método de diferencia dice así:
«Si un caso en que un fenómeno se presenta y otro en que no se presenta tienen todas sus circunstancias comunes menos una, la cual se presenta en el primer caso, la circunstancia única en que los dos casos difieren es el efecto o la causa, o parte indispensable de la causa del fenómeno.»
La unión de los dos métodos anteriores constituye un verdadero método especial, y aunque no lo enumera como tal Mill, le señala un canon propio, que es el siguiente:
«Si dos o más casos, en que se verifica el fenómeno, tienen una sola circunstancia común, mientras que dos o más casos, en que no se verifica, no tienen de común más que la ausencia de esa misma circunstancia, la circunstancia en que difieren los dos grupos de casos diversos es el efecto, o la causa, o parte necesaria de la causa del fenómeno.»
Al método de residuos asigna Mill el siguiente canon:
«Sepárese de un fenómeno la parte que por inducciones anteriores se sabe que es efecto de ciertos antecedentes, y el residuo del fenómeno es efecto de los restantes antecedentes.»
Por último, el canon del Método de las variaciones concomitantes, se formula por Mill en estos términos:
«Un fenómeno que varía de cierta manera, siempre que otro fenómeno varía de la misma manera, es una de las causas o uno de los efectos de este fenómeno, o están ambos ligados por algún hecho de causación.»
No me haré cargo de las inexactitudes de lenguaje que en estos cánones se notan; pero, como antes de copiarlos indiqué, lo que claramente resulta de su examen es, que no se fundan en la intuición, sino en los principios de igualdad y diferencia, que son determinaciones lógicas de la idea, anteriores a la sensación, pues la comparación entre las diferentes sensaciones, no es posible sino preexistiendo esas categorías.
Lo que debe reconocerse es que los cánones de la intuición, formulados por Mill, son más útiles que las tablas de Bacon, aunque éstas son el antecedente inmediato de aquellos.
La obra de que me ocupo contiene, además de estas materias, otras muchas, que son en realidad extrañas a la lógica; porque como, según su opinión, esta ciencia debe ser el resumen de los métodos de las ciencias especiales, ya para determinar las peculiaridades de dichos métodos, ya para buscar ejemplos y aplicaciones de las reglas que formula, entra en la materia propia de las ciencias particulares, siendo, por lo tanto, imposible hallar en estas verdaderas digresiones los principios que debieran dar carácter sistemático y cierta unidad a la obra.
Creo que lo dicho es lo esencial de toda la doctrina, lógica de Mill, y, como se ve, deja infinitamente que desear en el orden científico, pues no nos demuestra el fundamento racional de los métodos de la observación y de la experiencia, ni nos dice nada que nos aclare el misterio, impenetrable para los positivistas, que consiste en la correspondencia exacta que debe haber entre lo que ellos llaman fenómenos mentales, y los fenómenos reales, que constituyen el mundo exterior, y el saber esto, sería indispensable para tener seguridad en el valor objetivo del conocimiento.
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{1} Véanse los números 40, 41, 43, 45, 46, 47, 48, 50 y 52, páginas 129, 161, 225, 301, 329, 372, 399, 457 y 521.
{2} A. Comte y la filosofía positiva, págs. 42 y 43.
{3} Curso de Filosofía positiva, por A. Comte, tomo VI, págs. 639 y siguientes, 2.ª edición
{4} Sistema de Lógica inductiva y deductiva, traducido de la sexta edición inglesa, por Peisse, tomo I, pág. 5,
{5} ídem, pág. 83.