Ismael Carvallo Robledo, Manifiesto de la Ciudad de México, El Catoblepas 82:4, 2008 (original) (raw)
El Catoblepas • número 82 • diciembre 2008 • página 4
Ismael Carvallo Robledo
Por el que se convoca a la comunidad hispanoamericana en general, y a las fuerzas políticas que se consideren afines en particular, a conformar, con fines eminentemente prácticos, pero sobre todo históricos, de larga duración, una nueva organización o plataforma ideológico política continental: la Alianza Socialista Iberoamericana
En la antesala del Centenario de la Revolución Mexicana
Introducción
I
El presente manifiesto nace como fruto de una circunstancia política mexicana concretísima y que es esta: el turbio proceso de renovación de la dirigencia del Partido de la Revolución Democrática ha desembocado en el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) a favor de Jesús Ortega, quien en fechas recientes asumió la Presidencia Nacional del PRD como representante de la facción socialdemócrata que al interior del partido ha mantenido una posición de enfrentamiento y bloqueo del movimiento político que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
Una circunstancia como esta no es –porque no puede ser– tenida por nosotros como una simple o episódica renovación de dirigencia más, ni como un asunto a ser registrado sin mayor comentario en la bitácora de «la vida interna de un partido político», como lo puede ser el PRD, dejándonos a todos los involucrados a la espera del próximo proceso interno para intentar llevar a la presidencia del partido al candidato de nuestras preferencias (sin perjuicio de que se permanezca en el partido y de que, en efecto, pueda buscarse en próximas elecciones el control de su comité central; pero ese no es el problema).
Pero tampoco –y mucho menos, diríamos– puede tratarse de una cuestión de índole personal, ad hominem, o de vulgares camarillas interesadas únicamente, al margen de toda ideología, por el poder. Se trata, más bien, de una cuestión ad rem, referida a los hechos; unos hechos que nos han llevado a la conclusión de que a pesar de ofrecérsenos de manera concreta (en el contexto de la política nacional mexicana; aunque algo similar sucede con la socialdemocracia chilena, la socialdemocracia peruana –el APRA– o la socialdemocracia española: he aquí la cuestión), las implicaciones histórico-ideológicas de esta renovación de dirigencia están desbordando –sin que muchos involucrados tengan consciencia de ello– su inmanencia política coyuntural; porque, lejos de lo que defienden desde un simplismo galopante quienes creen que con la socialdemocracia y la izquierda moderna México podrá ser por fin un país democrático moderno, como recientemente pudo advertirse en declaraciones tan pomposas y obvias como vacías e irritantes del señor Carlos Fuentes{1} (y sin dejar de mencionar también que prácticamente todo el abanico político considerado como «de izquierda» suscribe ya la ideología socialdemócrata: el partido Convergencia –con el que compartimos no obstante afinidades políticas concretas–, el Partido Revolucionario Institucional mismo, el partido Alternativa Socialdemócrata); lejos de esto, decimos, nos parece precisamente que al haberse decantado hacia la socialdemocracia es que, según nuestros cómputos, la cuarta generación de la izquierda mexicana, la izquierda de la revolución democrática, por lo menos en cuanto a sus implicaciones histórico-ideológicas, no tiene ya nada más que ofrecer sin que termine por homologarse, en estrictos términos económico políticos, estructurales, con la derecha democrática (sea ya de corte liberal, sea ya de corte demócrata-cristiana –según los principios de la doctrina social de la Iglesia dibujados desde las coordenadas del Rerum Novarum de León XIII– o, incluso, de corte socialista –como acaso pueda considerarse a la derecha que comenzó a configurarse en Hispanoamérica a partir de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Medellín, de 1968–).
Y es que al cobrar la socialdemocracia consistencia política real en México como representante de esa supuesta –pero nunca definida– izquierda moderna (muchos son ya, como decimos, los que se declaran, con el pecho a reventar, socialdemócratas irredentos) estaríamos en una situación similar a la que en Europa se tiene a la vista, a saber: la de la homologación en estrictos términos políticos entre la democracia cristiana y la socialdemocracia –que es de hecho lo que sucede con la concertación chilena de Ricardo Lagos y Bachelet que con tanto ahínco se ha querido imponer como el modelo de la _izquierda moderna latinoamericana_– (por lo demás, desde nuestras coordenadas racionalistas, materialistas y ateas, tan metafísica es la Idea de Dios –en la que se inspiran los primeros– como la de Género Humano –en la que, habiendo borrado ya a Marx y a Lenin de su horizonte teórico, se inspiran los segundos).
En efecto, los análisis que habíamos venido realizando en anteriores entregas de Los días terrenales (véanse sobre todo las «Notas para una clasificación de las izquierdas mexicanas. (II) Balance político e ideológico, abril de 2008,» El Catoblepas, 74, abril 2008, pág. 4) presentaban un cuadro en el que se habían identificado cuatro grandes corrientes de la izquierda mexicana a lo largo del siglo XIX y del siglo XX: la izquierda de la revolución nacional-liberal, la izquierda de la revolución mexicana (revolución social), la izquierda de la revolución socialista y la izquierda de la revolución democrática.
La característica fundamental de cada una de estas corrientes la hemos hecho residir en la particularidad del esquema de racionalidad política con el que cada una de ellas intentó e intenta organizar (racionalizar, incluyendo la racionalización revolucionaria) a la sociedad política mexicana a lo largo de los siglos XIX y XX en tanto que nación política republicana (con excepción de los dos paréntesis imperiales, el de Iturbide y el de Maximiliano), independiente y soberana, fruto, junto con 19 naciones políticas más, España incluida, de la transformación del Antiguo Régimen hispánico en el Nuevo Régimen hispanoamericano (un Nuevo Régimen que, visto desde la teoría de las placas tectónicas{2}, aparece como contra-distinto, en un sentido dialéctico material, de otras placas tectónicas como la anglosajona, la china o la islámica).
Según estos análisis, la coyuntura crítica de 2006 (desconocimiento de Felipe Calderón por parte de López Obrador, organización del Gobierno Legítimo, de la Resistencia Civil Pacífica y del Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo, &c.; véase el artículo «Fraude, México 2006 y el mito de la democracia (I),» El Catoblepas, 69, noviembre 2007, pág. 4) habría de ser vista como corte histórico mediante el que una nueva generación de la izquierda, la quinta (nacionalista y popular; nacional-popular, en el sentido de Gramsci), estaría abriéndose camino toda vez que los criterios de la revolución democrática habrían ofrecido y agotado ya todo su contenido potencial: la tercera generación de la izquierda, la de la revolución socialista, hubo de refundirse dentro de los cauces de la revolución democrática para intentar buscar una transformación política de México que diera salida a los problemas concernientes a la cuestión social, pero haciéndolo ahora desde un criterio a través del cual se señalaba como prioritaria –por considerarlo como el mal superior– la necesidad de desmontar el régimen autoritario priísta desde las coordenadas de la transición democrática (el ejemplo de la transición española de 1978, por cierto, ha sido manejado ad nauseam como el «paradigma de transición exitosa»{3}), y olvidándose por tanto de cualquier forma –que terminó por ser considerada, caída la Unión Soviética, como un fracaso histórico– de socialismo.
Pero esa supuesta transición democrática tiene que ser vista –tal es nuestro juicio– como la bóveda de sentido mediante la que el bloque neoliberal-oligárquico ha terminado por implantarse en el poder del Estado afianzado ideológicamente por dos dispositivos conjugados: el del fundamentalismo democrático y el del fundamentalismo liberal; conjugación ésta que ha producido una confusa, oscura y eficaz nebulosa ideológica que ha sido desmenuzada con precisión implacable por el profesor Gustavo Bueno en su último libro, El mito de la derecha (Temas de Hoy, Madrid 2008), en los términos siguientes:
«La realimentación entre los liberalismos caracterológicos (etológicos, éticos), políticos y económicos se incrementará cada vez con más fuerza para dar lugar a una ideología confusa en donde la metafísica de la libertad humana individual se mezcla con los programas políticos de las democracias liberales y con las líneas de la economía de mercado pletórico. […] Se tiende a poner como fundamento de todo a la libertad de los sujetos humanos, con fuerte inspiración psicológico-fenoménica de la tradición inglesa, del psicologismo empirista de Locke, Hume o Stuart Mill. Y se redescubren, como si fueran mediterráneos, las distinciones tradicionales en el campo psicológico-subjetivo entre la libertad de coacción (libertad de, o negativa de Berlin o de Hayek, libertad como inmunidad hacia la violencia o coacción ilegítima) y libertad de arbitrio y de especificación (libertad para), intentando reducir la cuestión al terreno de la libertad de elección. Como si ésta fuera el fundamento del mercado, como si el mercado pletórico derivase de la libertad de elección individual, entendida desde una perspectiva personalista, suponiendo además que esta libertad de elección implica una responsabilidad (sin tener en cuenta la posibilidad de que fuese el mercado pletórico lo que determinaba la libertad individual de elección). Y, por tanto, un ordenamiento ético, moral o jurídico dado, que obviamente tenía que postularse como universal si se quería que las leyes del liberalismo económico de mercado fuesen también universales o, diríamos hoy, globales.
Se recibe la impresión, sin embargo, de que todas estas condiciones se suman polinómicamente y ad hoc: libertad como inmunidad ante coacciones ilegítimas, por tanto, dependientes de un ordenamiento jurídico positivo; libertad de elección entre bienes ofrecidos por el mercado, por tanto, dependientes de un mercado ya en marcha, cuyos bienes se suponen previamente dados al consumidor. De aquí las mezcolanzas en las ideologías del liberalismo militante actual, de los análisis psicológicos-emic (fenoménicos) más vulgares, la metafísica de las necesidades subjetivas, y la concepción del Estado como institución orientada y justificada por la tarea de satisfacer las necesidades sagradas del consumidor, como definición económica del ciudadano democrático (consumidor de alimentos, consumidor de indumentos, consumidor de museos, consumidor de medicinas, consumidor de quirófanos, consumidor de paisaje, consumidor de tiempo, consumidor de trascendencia en la vida religiosa, reducida al ámbito privado).»{4}
Si bien es cierto que con el triunfo de Vicente Fox en el 2000, el régimen del PRI formalmente terminaba, materialmente la oligarquía económica (empresarial, mediática y financiera), en alianza con la tecnocracia neoliberal globalizada, se mantuvo y se mantiene al día de hoy –con Calderón ahora en la jefatura del Estado– en pleno ejercicio del poder real; el objetivo preciso, inmerso en la dialéctica de Estados, no ha sido otro que el de desmantelar al estado nacionalista mexicano –sustentado en su momento por el régimen del PRI– para facilitar mediante la desregularización/liberalización y la ideología de la globalización/democracia liberal (como correlato de la ideología del fin de la historia) la reproducción global del capitalismo de las multinacionales (como por ejemplo las multinacionales del petróleo).
Para ello era y es necesario, en efecto, construir un sistema democrático moderno: aquél conformado por un bloque demócrata cristiano (de centro-derecha, se dirá) y un bloque socialdemócrata (de centro-izquierda, se dirá), asentado y alimentado sobre la base de un plataforma educativa conformada por una red de universidades privadas (ITAM, ITESM, Universidad Panamericana, la del Opus Dei, &c, y algunas de carácter público como el CIDE) que aproximadamente en 50 años (la mayor parte de ellas se organiza en la década de los 40 contra el cardenismo) ha producido una nueva y joven generación de dirigentes políticos y empresariales (o de aspirantes a ello) inoculados con las ideologías de la globalización, el fundamentalismo democrático, el pragmatismo y el escepticismo, la neutralidad técnica, la modernidad y los «nuevos paradigmas», es decir, formados desde criterios tecnocráticos, a-históricos y de eficientismo administrativo y con arreglo a los cánones del anti-nacionalismo, el anti-comunismo, el anti-populismo, el anti-izquierdismo e, incluso, la anti-política y la anti-historia (desprecian la política y a los políticos, desconocen por completo la historia nacional, desprecian todo lo que tenga olor nacionalista o popular, &c). Todo esto ha venido a conformar, en un período aproximado de medio siglo, una estructura político-ideológica que, sin mover los sillares económico políticos del sistema entero (la oligarquía empresarial y mediática, además de haber incrementado precisamente con la democracia su poder en grado escandaloso, es de facto ya intocable; dicho en otros términos: con la democracia la oligarquía se ha hecho aún más poderosa), se ha organizado con precisión y eficiencia para ofrecer con legal regularidad un aberrante y estúpido espectáculo político-mediático y electoral –con literatos y hombres de Cultura como intelectuales orgánicos promotores de la metafísica de la libertad subjetivo-psicológica tan funcionales como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa o Enrique Krauze– de supuesto enfrentamiento entre una pluralidad de partidos cuyos candidatos no pueden ya cambiar absolutamente nada (su estúpida sonrisa de candidatos podría ser vista como el retrato invertido de su patética impotencia política real, o como el intento de que esos jóvenes anti-políticos, anti-historia, globalizados y anti-nacionalistas tengan a bien concederles su voto).
Desde nuestra perspectiva, esta circunstancia es la que detona y da sentido a todo el movimiento que desde el 2000 –en el Gobierno de la Ciudad de México–, pero sobre todo desde el 2006 –a partir de la elección presidencial–, se ha venido configurando alrededor del liderazgo político de Andrés Manuel López Obrador. Caída la Unión Soviética, que era el bloque que frenaba el avance del imperialismo capitalista de las multinacionales, la única barrera posible para poder mantener un control mínimo sobre la división del trabajo y sobre los recursos basales del Estado, es, en primera instancia, el nacionalismo político, y esta variable, que ha venido a ofrecérsenos como la variable independiente históricamente hablando, es la que se resume en la figura de López Obrador.
Pero la socialdemocracia ha sido precisamente la contrafigura de ese nacionalismo político al interior de la misma izquierda mexicana; y hoy, con Ortega al frente del PRD, podemos considerarnos situados ante la necesidad inminente de perfilar, por lo menos mínimanente, una nueva vía de reconstrucción política para México; una vía que tiene que reconocer el marasmo ideológico reinante (por cuanto al mito de la izquierda y al mito de la derecha, y por cuanto a la complejidad de un mundo como el de nuestro presente), y que está obligada por tanto a abrirse camino in medias res, entre medio de ese marasmo.
II
La designación de Jesús Ortega al frente de un PRD socialdemócrata y moderno proyecta, así, en el horizonte inmediato, un escenario en extremo complicado y para muchos incluso sombrío: el Frente Amplio Progresista ha permitido ver ya la fractura interna, dejando de un lado al Partido del Trabajo y al partido Convergencia como aliados del movimiento lopezobradorista, y al PRD como el polo socialdemócrata y colaboracionista con el gobierno federal. Aunque la salida de Alejandro Encinas y de sus seguidores, e incluso la de Andrés Manuel López Obrador y los suyos, del PRD –una salida que muchos esperaban–, no se dio y, al parecer, no se dará, el resultado electoral de todo este proceso está por corroborarse en las elecciones venideras en 2009.{5}
Pero al margen de lo que vaya sucediendo en el futuro inmediato, mucho de lo cual irá configurándose al compás de una dialéctica político-electoral apretada, caótica y descontrolada –estamos esperando con horror lo peor que la tele-basura mexicana puede ser capaz de fabricar–, manejada hasta producir nauseas por cretinos «expertos en marketing político» y por encuesteros e intérpretes inmediatistas de la encuestología, consideramos no obstante por nuestra parte, como ya hemos dicho, que las implicaciones que atraviesan la coyuntura presente están dibujadas a una escala que desborda ya los límites del recinto nacional –pues es una escala histórica y continental– que hace imperiosa la necesidad de dibujar, a esa misma escala, una nueva formación ideológico-política que, sin despegarse un centímetro de la realidad política del presente, nos permita proyectar directrices maestras de orientación tanto histórico-ideológica (con arreglo a una serie de primeros principios) como programática (con arreglo a una serie de principia media){6}.
Y así lo consideramos porque, manteniendo intacta nuestra adhesión y militancia dentro del movimiento de la Convención Nacional Democrática (cuya dirigencia central reposa en Andrés Manuel López Obrador), creemos no obstante que el corte ideológico necesario para que esa quinta generación de la izquierda mexicana (que se correspondería con la séptima a escala global, según nuestros criterios{7}) pueda darse para perseverar políticamente en el ser, sigue sin aparecer en el horizonte político que en México se tiene a la vista, o por lo menos no está haciéndolo con la claridad y consistencia teórico-filosófica que desde nuestro punto de vista es requerido: por un lado, las corrientes socialdemócratas, extraviados por completo en términos ideológicos, se quieren abrir camino como la única opción posible dentro de las coordenadas del fundamentalismo democrático-liberal, presentándose como la alternativa de la izquierda moderna (tomando como modelos a la socialdemocracia española y a la chilena); por otro lado, la corriente de la izquierda nacionalista, replegado en torno del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, lo hace a su vez como la única alternativa viable para sostener al Estado nacional mexicano con posibilidades de mantener un curso histórico independiente y soberano, como la única opción, dicho en otros términos, para «perseverar políticamente en el ser».
Nosotros, adheridos a la segunda y repudiando la primera, consideramos no obstante que es preciso ampliar el horizonte ideológico para potenciar así nuestra actuación política e histórica concreta; la propuesta es, lo sabemos, arriesgada y está llena de dificultades de todo tipo (no faltarán quienes de inmediato pongan el grito en el cielo), pero, en vista de la circunstancia política presente, una circunstancia marcada por la proliferación de movimientos cuya ideología es, o elemental, eufemística en grado superlativo o, en todo caso, oscura y confusa (aunque en cuestiones concretas y de carácter táctico político puedan darse coincidencias), no vemos otra opción más que actuar de esta manera.
III
La propuesta de este Manifiesto de la Ciudad de México es pues, en definitiva, la de lanzar la convocatoria para conformar una organización de nuevo cuño como dispositivo de ruptura-reconstrucción ideológica que, aunque naciendo en México (pues lo hace, como no puede ser de otra manera, implantada en su dialéctica política actual), tenga no obstante un radio de alcance de escala continental (recordemos además, que fue aquí en México donde nació la Alianza Popular Revolucionaria de América, APRA), pues continental es la escala desde la que actúan tanto multinacionales como Exxon, Shell, Wal-Mart, Bimbo, Unilever, Televisa, Cemex o Repsol, como las centrales de inteligencia y estrategia de las grandes potencias (como la Oficina para América Latina del Departamento de Estado de Estados Unidos) o la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA).
Estamos pensando, como la única alternativa consistente e históricamente potente –la viabilidad habrá de construirse en la práctica– para apuntalar esa quinta generación de la izquierda mexicana (la séptima a escala global), en una Alianza Socialista Iberoamericana. No se trata de una organización o partido político que al concebirse se añada a sus lineamientos políticos –como pueden ser los lineamientos de planes y programas económicos o sociales– una línea de política internacional, sino que la alianza es concebida desde su génesis misma a una escala internacional o continental. Porque, desde un punto de vista no ya nada más político-coyuntural (económico, sociológico, politológico, antropológico) sino, sobre todo y principalmente, desde el punto de vista de la _filosofía de la historia del materialismo filosófico –y es en este plano donde nuestra tesis cobra su sentido más fuerte y polémico_–, sostenemos categóricamente que en los albores del siglo XXI, con el predominio de la ideología de la globalización y desde la perspectiva de la dialéctica de estados imperiales como motor de la historia (dialéctica en la que queda incorporada y reconocida la dialéctica de clases), no basta con ser demócrata y republicano (que son los atributos del ciudadano/consumidor satisfecho y a-histórico en la globalización) para que México pueda perseverar política e históricamente en el ser; para que esto pueda acontecer tiene México que defender también que lo hagan en un mismo sentido socialista y racionalista todas y cada una de las naciones políticas que conforman la plataforma continental –o _placa tectónica_– hispanoamericana, y aquí estamos pensando tanto en México, Venezuela, Brasil o Argentina, como en España misma (y también Portugal) en tanto que nación política canónica, fruto todas ellas de la revolución liberal hispánica del siglo XIX que encontró en la Constitución de Cádiz su momento de condensación histórica más importante, desdoblándose después, caído el Antiguo Régimen español, en variedad de modulaciones de derecha (derecha reaccionaria, derecha liberal, derecha socialista), de generaciones de izquierda (izquierda liberal, izquierda anarquista, izquierda socialdemócrata e izquierda comunista) y de una pluralidad de movimientos políticos que desbordan la dicotomía reduccionista de izquierda/derecha, pero corrientes y modulaciones que participaban ya de una nueva formación histórica: la de un Nuevo Régimen en cuyo decurso histórico (a través de los siglos XIX y XX) fue conformándose una red (o plataforma) de naciones políticas independientes que en ambos hemisferios tienen la lengua española, y todo lo que ello implica, como patrimonio histórico y cultural común (véase «El olvido necesario: 1808, las revoluciones hispánicas y el problema americano (1),» El Catoblepas, número 72, febrero 2008, pág. 4; y El mito de la izquierda –varias ediciones– y El mito de la derecha –Temas de hoy, Madrid 2008– del profesor Gustavo Bueno, libro este último verdaderamente crucial para lo que aquí tenemos entre manos).
La figura histórica concreta hacia cuya consumación práctica estará apuntando la Alianza Socialista Iberoamericana, más que a la de una federación política, será la de un mercado común con moneda única y con una estructura de instituciones continentales de carácter práctico y concreto (financieras, comerciales, estratégicas, pero no en el sentido de las organizaciones o agencias de cooperación para el desarrollo), organizado desde la perspectiva resultante de la conjugación de un socialismo genérico con uno específico en un sentido materialista y manteniendo la independencia y soberanía de cada uno de los estados-nación políticos en cuestión (con el control socialista de los sectores estratégicos de sus economías políticas por parte de cada estado soberano, como el petróleo o los energéticos); esto quiere decir que, ateniéndose al criterio de la dialéctica de Estados y de clases como dispositivo de despliegue objetivo de la historia, la Alianza Socialista Iberoamericana favorecerá siempre y en todo momento cualquier medida encaminada a garantizar que cada estado-nación política de referencia mantenga el control y propiedad de los recursos estratégicos (basales) en cuestión (nacionalizaciones, expropiaciones, &c.), incluidos los casos límite en los que la disputa tenga enfrentadas a dos naciones hermanas (Bolivia, Venezuela, México, España).
El esquema planteado no sería así una copia, ni de la Unión Europea, ni de los Estados Unidos del Norte de América, además de que el planteamiento se hace desde una crítica materialista radical a todo formalismo liberal y socialdemócrata y a toda modalidad de capitalismo depredador: se trata de una alianza estratégica socialista generadora encaminada en primerísima instancia a incrementar la potencia y eutaxia nacional estatal de todas y cada una de las naciones políticas que conforman la plataforma hispanoamericana.
Por otro lado, la Alianza Socialista Iberoamericana, al configurarse ideológicamente desde la plataforma del materialismo filosófico, sistema en el que están incorporados dialécticamente los núcleos racionales del materialismo histórico y del Diamat soviético, lo hace también entonces desde los criterios de una racionalidad crítica, dialéctica y atea (anti-agnóstica); pero tomamos distancia del anticlericalismo militante (sociológico) con el que suele confundirse al ateísmo y con el que suelen identificarse los «movimientos y actitudes de izquierda»; un anticlericalismo la mayor de las veces caracterizado por su ramplonería, superficialidad y desconocimiento absoluto de las complejísimas implicaciones dialécticas e históricas en los análisis y críticas en cuestión.
Desde este punto de vista, para el materialismo filosófico, descansando en la tesis de la imposibilidad ontológica de la existencia de Dios (es decir, que Dios sencillamente no existe), y rectificando el error del materialismo del Diamat y del propio materialismo histórico según el cual la religión es una mera cuestión superestructural (además de ser «el opio del pueblo», que lo es), no es posible dejar de reconocer que, dada la situación efectiva de la Humanidad, transcurrido el segundo milenio del cristianismo, los pueblos no están preparados para organizarse socialmente bajo los auspicios de un racionalismo filosófico y ateo (como lo es el materialismo filosófico); por consiguiente se hace preciso evaluar el grado de racionalismo actuante en las distintas confesiones religiosas realmente existentes.
La inadvertencia de esta necesidad de primerísimo orden filosófico e histórico universal, es la que puede verse en las salidas fáciles, idealistas y formalistas, ramplonas efectivamente, tanto del anticlericalismo sociológico militante (que piensa que con negar y repudiar en plan progresista –desnudándose ante la cámara de Spencer Tunick enfrente de una Catedral Metropolitana como la del Zócalo de México, con defender a ultranza el aborto o con estar a favor del divorcio– se ha resuelto y borrado ya la cuestión religiosa, de derecha y conservadora, nos dirán, de la Historia Universal) como en el laicismo simplista y liberal (que, incurriendo en un formalismo político imposible de ser aceptado desde una metodología materialista, sostiene que la cuestión se resuelve declarando al Estado de derecho constitucional de referencia como Estado laico y remitiendo las cuestiones religiosos, o en el rubro de los asuntos privados, o en el de los asuntos culturales).
En este punto tan crucial, y asumiendo y encarando una dialéctica tan compleja, la Alianza Socialista Iberoamericana considera por tanto que, aún afirmando su ateísmo filosófico radical con firmeza, la cuestión religiosa, en un sentido antropológico e histórico, no se mueve ni un milímetro, por lo que está obligada a tomar partido, pero no en sentido absoluto sino con relación a la dialéctica religiosa a escala universal del presente, por la plataforma católica en tanto que realidad histórica y antropológica efectivamente existente y enfrentada –repetimos que a una escala universal– con el protestantismo, el Islam y con el nihilismo contra-cultural más descontrolado.
* * *
Y decimos esto en el mismo sentido con el que el profesor e historiador marxista Eric Hobsbawm, por ejemplo, sostiene, dando en el blanco, que las sociedades laicas, liberales y tolerantes occidentales de los Estados de bienestar de consumidores democráticos satisfechos, preocupados desde su individualismo exacerbado exclusivamente por la Cultura, la Felicidad y la Paz (¡No a la guerra!), no serán capaces de resolver el problema religioso que, caída la Unión Soviética, se cierne sobre el mundo como uno de los problemas más complejos y acuciantes a escala universal (véase, del profesor Hobsbawm, Guerra y paz en el Siglo XXI, Crítica, Barcelona 2006); o con el mismo sentido con el que Luciano Canfora, el historiador marxista italiano, afirma que en nuestros días, «tras el fracaso definitivo de ese plan –del plan del socialismo en el siglo XX–, la causa «antiimperialista» está en las manos insensatas y pre-políticas del «partido de Dios», de la casta sacerdotal iraní o de su brazo armado. «Desde que la URSS ha dejado de controlar las presiones ejercidas por los estamentos inferiores contra la riqueza planetaria», ha escrito un crítico desencantado, «y el Islam se ha puesto a la cabeza de dichas presiones, el mundo rico está en peligro». Antaño se dijo, y se escribió, que la alternativa al socialismo era «la barbarie». A lo mejor estamos llegando a ese punto».
Esto es lo que escribe Canfora en el final de su interesantísimo y más reciente libro Exportar la libertad. El mito que ha fracasado (Ariel, Barcelona 2007). En el apéndice del mismo, Canfora tiene la agudeza de anexar una copia de la carta que el 1 de enero de 1989 fue enviada por el ayatolá Jomeini a Gorbachov y en la que le afirma sin ninguna duda lo siguiente: «Para concluir, declaro sin ambages que la República islámica de Irán, el bastión más sólido del Islam en todo el mundo, no tendría dificultad alguna en colmar el vacío ideológico de su sistema». ¿Tendrá noticia de esta compleja dialéctica histórica e ideológica el compañero, nuestro compañero, Hugo Chávez?
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Pero, en definitiva, ampliando así el horizonte histórico y las coordenadas de interpretación mediante la incorporación de España como nación política hermana configurada contra el Antiguo Régimen hispánico a lo largo del siglo XIX, del mismo modo en que lo hicieron naciones como Venezuela, México o Argentina (lo que implica defender por igual la unidad de Bolivia o Venezuela que la de España en tanto que naciones políticas modernas; y decimos esto sobre todo contra los secesionismos que quieren balcanizar a España del mismo modo que contra los que quieren dividir a Bolivia), podemos hacer nuestras las palabras –pensando en cualquier nación política hispánica en el sentido dicho– con las que el marxista heterodoxo argentino Jorge Abelardo Ramos capta con lucidez el nudo dialéctico clave que define el drama del problema americano como par orgánico del problema de España:
«La historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazó un día la mitad de América del Sur. ¿De dónde proceden nuestros límites actuales? El origen de estas fronteras ¿responde acaso a una razón histórica legítima? ¿Nos separa una barrera idiomática, cierta muralla racial evidente? ¿O es, por el contrario, el resultado de un infortunio político, de una vicisitud de las armas, de una derrota nacional? Sin duda aparece como fruto de una crisis latinoamericana, puesto que América Latina fue en un día no muy lejano nuestra patria grande. Somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá.
El ímpetu continental de los revolucionarios de Mayo había nacido en límites más vastos y complejos que los que hoy nos definen como Estado. Nuestra irrupción a la vida histórica se expresa en grandes campañas que recorren la América toda. Pero el reflujo posterior disuelve la antigua unidad. Aquella grandiosa nación que midieron las espadas de Bolívar y San Martín es amputada en veinte estados. Los ejércitos de argentinos, colombianos y orientales, altoperuanos, venezolanos y chilenos que mezclados combatieron contra la reacción absolutista en América, se disociaron en dos docenas de ejércitos opuestos. Allí permanecen, montando la guardia en las fronteras de nuestra insularidad. De ese hecho nació el mito antihistórico de nacionalidades que jamás existieron en el común origen y que son el símbolo provincial de nuestra debilidad frente al imperialismo moderno. La Nación, que hasta 1810 era el conjunto de la América hispana, y en cierto sentido, también España, se disgrega en una polvareda difusa de pequeños estados. Vanidosos y ciegos, se reservan la soberanía de su propia miseria. Mientras disputan con sus vecinos mezquinas lonjas territoriales, los grandes Imperios, poderosos por esta balcanización, ofrecen sus buenos oficios como árbitros de nuestras disensiones de campanario.»{8}
Estamos ante un proceso histórico singularísimo, distinto del anglosajón y del francés, que anudó una y otra vez, en uno y otro lado del Atlántico, a corrientes y figuras políticas en momentos históricos cruciales: tal es el caso de Xavier Mina, José María Morelos y José Sardá como muestra emblemática de revolucionarios hispanoamericanos en el siglo XIX, o el de Benito Juárez, en América, y Juan de Dios Álvarez Mendizábal, en España, como prototipos del político liberal hispanoamericano por cuanto al decidido impulso que, en ambos hemisferios, contra un mismo Antiguo Régimen, el hispánico, dieron a los procesos de desamortización de los bienes en manos muertas (sobre todo de la Iglesia); o el caso, en el siglo XX, del acontecimiento histórico de la guerra civil española que, en un primer momento, congregó del bando republicano a innumerables y eminentes americanos (desde Silvestre Revueltas hasta Cesar Vallejo, desde Juan Marinello hasta Pablo Neruda, desde Daniel Cosío Villegas hasta Gilberto Bosques e Isidro Fabela) y que, en un segundo momento, trajo a América, terminada ya la guerra, a multitud de españoles que, asentándose en distintas repúblicas americanas, las fecundaron para dar frutos intelectuales e ideológicos que perduran hasta el día de hoy (como en México sucedió con José Gaos, Wenceslao Roces, Enrique Díez-Candeo, Max Aub, Adolfo Sánchez Vázquez, Joaquín Xirau, El Colegio de México, el Fondo de Cultura Económica, Cuadernos Americanos, &c.).
En resolución, haciendo los ajustes filosóficos desde la perspectiva en la que nos situamos, que es la del realismo materialista, racionalista y ateo (que a su vez no es otra que la del materialismo filosófico en español, lo que nos pone en la posibilidad de decir que así como el «aprismo» de Haya de la Torre arranca filosóficamente del determinismo histórico de Marx y de la dialéctica hegeliana de la que se alimentó, nuestra propuesta lo hace desde el materialismo filosófico de Gustavo Bueno{9}), se trata entonces de retomar la tradición hispanoamericanista que se organizó fundamentalmente alrededor de José Vasconcelos, cobrando potencia y densidad generacional en los cien años que van de 1850 a 1950 en Hispanoamérica, y que, más allá de la dicotomía maniquea de izquierdas y derechas, atraviesa por entero la historia americana permitiéndonos verla hoy, a doscientos años del inicio de disolución del Antiguo Régimen hispánico, como el dispositivo maestro en torno del que hubo de constituirse el problema americano como problema filosófico, es decir, como problema de filosofía de la historia. Un problema que estuvo y está presente tanto en Martí como en Manuel Ugarte, en José Carlos Mariátegui como en Julio Antonio Mella, en Simón Bolívar como en Lucas Alamán, en Víctor Raúl Haya de la Torre como en Pedro Henríquez Ureña, en Leopoldo Lugones como en José Lezama Lima, en Ernesto Ché Guevara, José Aricó o Augusto César Sandino como en Alfonso Reyes, en Jesús Silva Herzog como en José Enrique Rodó, en Andrés Iduarte y Mariano Picón Salas como en Daniel Cosío Villegas y José Gaos; pero también en Unamuno como en Enrique Díez-Canedo, en Gabriela Mistral como en Eduardo Nicol, en José Ingenieros como en Menéndez Pelayo, en Arturo Uslar Pietri o Jaime Torres Bodet como en José Moreno Villa, en Fidel Castro y Hugo Chávez como en Porfirio Muñoz Ledo y Gustavo Bueno. Y esto es así, ahora lo podemos afirmar a la distancia sin ninguna duda, porque, desde un punto de vista histórico universal, el problema de España es también el problema americano.
Y no se trata en modo alguno de proponer cerrarse sobre nosotros mismos sino de tener claro que sólo se pude ser universal viendo y abordando las cosas del mundo desde una plataforma concreta y definida: la plataforma desde la que se está en el mundo, y no abstracta y genérica (dicho desde el materialismo filosófico: se trata de un universalismo diamérico, configurado desde y entre las partes de referencia, y no metamérico, configurado más allá de las partes de referencia), como de hecho pueden serlo la de los derechos humanos o la de la liberación absoluta de todos los oprimidos del mundo (perspectiva de la filosofía de la liberación del profesor Enrique Dussel), aunque sin dejar, claro está, de considerar tales perspectivas, pero incorporándolas a coordenadas objetivas e históricamente definidas con apego fiel al principio materialista marxista para el que todo idealismo aparece como una solución de facilidad que encubre y entorpece una tarea científica y filosófica del más alto nivel y rigor; además de que, de no ser así, incurriríamos en la ilusión humanista trascendental que con tan agudo tino observaron Marx y Engels en La ideología alemana –y que hoy es moneda de cambio de la ideología política y democráticamente correcta– al advertir el ultra-idealismo del «verdadero socialismo humanista» alemán según el cual quien debía ser liberado, no era ya el proletariado sino el hombre mismo, a lo que Marx habría de contra-argumentar diciendo que el problema era que, mientras el socialismo y el comunismo tenían sus partidos y sus sindicatos realmente existentes, el «humanismo» y el «socialismo verdadero» alemán no necesitaban ya de sindicatos o de partidos porque tenían ya frente a sí al Género Humano por ser liberado de su alienación: «en el humanismo se borran todas las disputas en torno a los nombres: ¿para qué comunistas, para qué socialistas? Todos somos _hombres_», a lo que Marx replicaba: «_Tous frères, tous amis_… ¿Para qué hombres, para qué bestias, para qué plantas, para qué piedras? ¡Todos somos cuerpos!»{10}.
Y es que, en todo caso, desde un horizonte tan amplio como el que proponemos es imposible no ser ya, de algún modo, universal, como una potente totalidad atributiva universal en marcha ya desde hace siglos:
«Queremos una filosofía hispanoamericana porque no vemos otra manera de acercarnos a una filosofía universal, dado que está teñido de nacionalismo, cuando no de particularismo, casi todo el pensamiento contemporáneo.» _Ética,_José Vasconcelos
«Veinte años después de la publicación del los Grundrisse de Marx por Roger Dangeville (Anthropos, París 1968) y de los debates consiguientes, comenzaron a tomarse en serio los primeros indicios de un desmoronamiento irreversible de la Unión Soviética (Perestroika, Glasnost, contratos entre Moscú y la Fiat, importación de trigo americano…). Hay que tener en cuenta que la mayoría de los que entonces leían a Marx como forma más avanzada de la crítica política e histórica, interpretaban a los Grundrisse desde la perspectiva de la Guerra Fría entendida a la luz de la lucha de clases, en la forma de conflicto entre los dos sistemas «universales» y antagónicos, como entonces se decía, del capitalismo y el comunismo (representado por la Unión Soviética y la República Popular China, sin olvidar a la RDA y el cortejo de países comunistas europeos).
El desmoronamiento de la Unión Soviética obligaba a replantearse la «interpretación soviética» del marxismo. Si El Capital y los Grundrisse habían sido utilizados como guía para explicar la fundación y desarrollo universal de las sociedades comunistas (sin olvidar las críticas que, desde otras posiciones, también marxistas, se dirigían contra estas mismas sociedades), la caída de la Unión Soviética, que era, sin perjuicio de sus agrietamientos cada vez más visibles, el lugar en donde se afirmaba el «socialismo» (comunismo) realmente existente, obligaba también a un análisis «hasta los fundamentos» de las proposiciones doctrinales del marxismo. El mundo comunista no podía ser considerado sin más como la representación del Género Humano, entendido como una realidad definida y actuante por sí misma; antes aún, había que poner en duda la realidad de este Género Humano –sin perjuicio de sus funciones taxonómicas– y redefinir la historia universal no como la historia de este Género, sino como la historia de partes o grupos suyos con pretensiones imperialistas. Más aún: tal caída ofrecía el argumento objetivo definitivo para semejante análisis porque mientras la Unión Soviética siguiera existiendo, siempre podrían alegar los «interpretes ortodoxos» del marxismo, frente a las críticas de todo tipo (sobre todo las de aquellos que consideraban a Marx como «perro muerto») que, a fin de cuentas, la URSS seguía existiendo, y que ella misma había experimentado su catarsis a partir del XX Congreso del PCUS.
Los indicios de desmoronamiento de la URSS a finales de los sesenta, y sobre todo su caída a finales de los ochenta, sugerían la necesidad de una «vuelta del revés del marxismo», es decir, de aplicar a Marx el mismo género de crítica que Marx había aplicado a Hegel. Precisamente porque, a pesar de todo, no cabía ver a Marx como perro muerto. En esta línea se publicaron los libros Etnología y Utopía (1971) y Ensayos materialistas (1972), que arremetían contra la interpretación monista del materialismo (cuyas implicaciones anti-ecologistas se vinculaban a la idea de una Energía inagotable suministrada por la Naturaleza) y los artículos antes citados de 1973 y 1974. Pero, sobre todo, en esta línea, se escribió el Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas, de 1991, que acaba de ser reeditado en pdf en este mismo mes de junio de 2008. En cierto modo este libro fue un primer «ajuste de cuentas» con la teoría marxista del Estado y con la teoría de las clases sociales, en cuanto el origen del Estado, o con la teoría de la historia del materialismo histórico tras la caída de la Unión Soviética como Imperio Universal.» _La vuelta del revés de Marx,_Gustavo Bueno
* * *
Dicho lo anterior, ponemos a consideración de la comunidad hispanoamericana en general y a la de los partidos y movimientos políticos que puedan encontrarse interesados en particular, la convocatoria para la conformación de la Alianza Socialista Iberoamericana que se despliega con arreglo a las directrices generales del siguiente
Proyecto Político General
A. Propósito histórico general
El propósito general de la Alianza Socialista Iberoamericana es el de constituirse en una plataforma política e ideológica continental a ambos lados del atlántico y consistente en términos teóricos y filosóficos, organizada desde los criterios del materialismo filosófico, del realismo político materialista y del racionalismo universal socialista.
La finalidad estratégica es la de impulsar, como única alternativa para perseverar políticamente en el concierto mundial en el umbral del siglo XXI, la unidad continental iberoamericana desde los criterios genéricos y específicos del socialismo materialista, universalista, ateo y racionalista. La figura histórica en la que tal unidad cristalizaría, y hacia cuya consumación estará apuntando la Alianza, no es tanto la de una unión o federación de estados sino la de un Mercado Común con moneda única y con una estructura de instituciones continentales de carácter práctico y concreto (financieras, comerciales, estratégicas, pero no en el sentido de las organizaciones o agencias de cooperación para el desarrollo), organizado desde la perspectiva resultante de la conjugación de un socialismo genérico con uno específico en un sentido materialista y manteniendo la independencia y soberanía de cada uno de los estados-nación políticos en cuestión (con el control socialista de los sectores estratégicos de sus economías políticas por parte de cada estado soberano, como el petróleo o los energéticos).
La finalidad táctica es la de defender la unidad, potencia política y eutaxia de todas y cada una de las naciones políticas que conforman dicha plataforma, es decir, la de impedir la balcanización de cualquiera de ellas, desde España hasta Bolivia.
Ante la evidente inexistencia en el presente de tal unidad continental (sin dejar de tener a la vista los proyectos en marcha como el ALBA o UNASUR), y ante las dificultades que no pueden ser ignoradas por simple realismo político, la Alianza Socialista Iberoamericana apoyará en cada momento y en cada coyuntura particular –según análisis concretos de situaciones concretas– a los movimientos y partidos políticos en donde se encuentren coincidencias tácticas o estratégicas susceptibles de encontrar acomodo en la geometría de su propósito general.
B. Plan político general
La Alianza Socialista Iberoamericana nace en la Ciudad de México, pero lo hace concibiéndose a una escala continental, de tal suerte que para el cumplimiento de sus propósitos, además de organizarse de inmediato fundamentalmente como una suerte de centro de difusión de pensamiento político e ideológico estratégico (según las coordenadas expuestas), buscará también hacerlo, en la medida de sus posibilidades y según las circunstancias políticas particulares, reproduciendo organizaciones políticas de la alianza en cada país de referencia: Alianza Socialista Iberoamericana de Colombia, Alianza Socialista Iberoamericana de España, Alianza Socialista Iberoamericana de Venezuela, Alianza Socialista Iberoamericana de Argentina, &c.
La organización de cada nódulo de la alianza habrá de diseñarse con arreglo a las siguientes:
C. Directrices políticas e ideológicas maestras
a. Cuestiones internacionales: presión externa
«¿Las relaciones internacionales preceden o siguen (lógicamente) a las relaciones sociales fundamentales? Siguen, indudablemente. Toda innovación orgánica en la estructura modifica orgánicamente las relaciones absolutas y relativas en el campo internacional.»Antonio Gramsci
i. Configuración geopolítica e ideológica del orden mundial
1. Consideramos, desde un punto de vista materialista, a la figura del estado-nación (nación política) como la unidad básica en el orden mundial. Por tanto, los procesos llamados de «globalización», «democratización», «liberalización», «el mercado», al margen de los estados nacionales y sus economías políticas en donde acontecen o desde los que se impulsan, carecen de todo sentido –en el caso de que puedan tenerlo– y son considerados como formalismos y abstracciones ideológicas.
2. Tras la primera y segunda guerras mundiales, el género humano realmente existente se ha organizado políticamente a partir de Naciones políticas –en teoría soberanas– coordinadas primero en la Sociedad de las Naciones (Versalles, 1919) y después en la Organización de las Naciones Unidas (ONU, San Francisco, 1945): 51 Estados fundadores en 1945 y 191 Estados en 2006).
3. Sin perjuicio de que cada uno de los Estados nacionales, independientes y soberanos (teóricamente), tengan cursos políticos específicos y problemas prácticos de primer orden (económicos, sociales, de seguridad, de organización política, de corrupción, &c.), de tal suerte que, por ejemplo, la responsabilidad del gobierno de México, el de Estados Unidos, el de Hungría o el de Armenia, por cuanto a todo lo que atañe a la pobreza dada en sus países respectivos, es una responsabilidad prácticamente homologada, en ningún momento han estado cada uno de estos Estados nacionales exentos de aparecer envueltos por unidades supranacionales organizadas en función de criterios muy diversos:
— Bien como «Culturas», según el alemán Oswald Spengler, tras la primera guerra mundial o «Civilizaciones», según el inglés Arnold Toynbee, tras la segunda guerra mundial y el propio Samuel Huntington, en los últimos años.
— Bien como «Bloques» (bloque capitalista –OTAN–, bloque socialista –Pacto de Varsovia–) tras la segunda guerra mundial.
Pero tras la caída de la Unión Soviética, la ideología de la Globalización, apuntalada fundamentalmente por los Estados Unidos, se ha abierto paso desde la pretendida certeza de que el mundo está ahora interconectado armónicamente y las fronteras políticas han cedido su poderío ante los masivos e imparables, según se nos dice, flujos económicos (comerciales y financieros, pero no laborales). De tal suerte que, ante esta apabullante globalización técnico-económica, las ideologías (los nacionalismos, sobre todo) han perdido relevancia y la tarea de todos los gobiernos del globo no consiste en otra cosa que en ser administradores eficientes, en estar al día y en insertarse en la globalización armónica de los derechos humanos, la libertad, la paz y la felicidad.
4. Pero nosotros consideramos como ideológica, por abstracta, a la teoría de la globalización, y la observamos más bien como una plataforma geopolítica bien precisa, nada armónica y en modo alguno como un proceso en el que está inmerso todo el «Género humano», sino que está impulsado desde alguna parte específica. Del mismo modo, consideramos que las fronteras políticas y el estado nación mismo siguen teniendo su vigencia y que las unidades supranacionales siguen estando presentes, es decir, que la globalización no ha borrado ni debilitado a los Estados. En todo caso, es utilizada como pretexto para, desde el Estado mismo, operar tal desmontaje.
5. La figura que consideramos pertinente para entender las unidades supranacionales, que la globalización no ha borrado y cuya vigencia nos sigue pareciendo efectiva, en tanto que siguen operando como envolturas u «órbitas de influencia» con variados grados de «potencia geopolítica», es la figura de la «plataforma continental» (teniendo como criterio el hecho de que engloban a trescientos o más millones de personas) e identificamos las siguientes: Europa (unidad geopolítica con 25 naciones políticas), el Continente Anglosajón, el Continente Eslavo, China o Continente Asiático, el Continente islámico y el Continente iberoamericano.
6. México, histórica, sociológica y culturalmente, es decir, orgánicamente, pertenece, sin duda ninguna, a la plataforma del «Continente iberomericano», sin perjuicio de tener presente, por realismo político, que económicamente, y con la llegada al poder del bloque tecnocrático-neoliberal, está vinculado también con el continente angloamericano (TLC).
7. Nuestra posición a este respecto es la siguiente:
i. Tras la caída de la Unión Soviética, el capitalismo y la globalización son hegemónicos, pero no representan el fin de la historia.
ii. El continente islámico y China, fundamentalmente, pero también Rusia e India son realidades políticas e ideológicas en auge.
iii. La realidad de México y el continente iberoamericano (que hablan español) no es ni Europa ni es anglosajona, tampoco es el Islam, ni China, ni Rusia, ni India.
iv. Nuestra realidad tiene otras determinaciones y otro curso político, lo que no implica, en modo alguno, el aislamiento provincial respecto del mundo. Nuestro juego táctico internacional ha de darse en función del realismo y la prudencia políticos (a la Realpolitik), pero el privilegio estará decantado siempre hacia el juego estratégico orientado históricamente hacia la unidad continental iberoamericana (España incluida).
Hacemos nuestra la tesis de Jorge Abelardo Ramos (historiador argentino): no es que no nos unamos por que seamos subdesarrollados, sino que somos subdesarrollados por que no nos unimos. Somos argentinos, uruguayos, mexicanos o venezolanos por que no pudimos ser americanos.
ii. El debate de las izquierdas a escala mundial
Ante la dispersión ideológico política en la que está inmersa la izquierda del presente (mundialmente y nacionalmente) proponemos los siguientes criterios y consideraciones:
1. Tomamos como criterio de definición política al Estado. La izquierda, si es políticamente definida, debe tener como propósito fundamental la toma del poder del Estado, sólo desde su seno puede darse su transformación (sea ya en sentido revolucionario o reformista). Mientras se siga renunciando a tomar el poder del Estado se puede ser todo lo radical que se quiera, pero ante todo será un radicalismo políticamente indefinido (un izquierdismo infantil, como diría Lenin).
2. En busca de la mayor claridad analítica posible, definimos seis corrientes históricas de izquierda políticamente definida que, desde la Revolución francesa, han influido, en su desdoblamiento internacional, la organización ideológica y política mundial:
1. La izquierda radical (jacobina): Revolución francesa
2. La izquierda liberal (española y americana): Cortes de Cádiz, revolución española contra Napoleón (la guerrilla del navarro Xavier Mina), libertadores americanos (Morelos, Mina, Bolívar, Sucre y San Martín, pero también Juárez y Martí).
3. La izquierda anarquista.
4. La izquierda socialdemócrata o socialista: II Internacional.
5. La izquierda comunista: III Internacional.
6. La izquierda asiática: la China de Mao
3. Cada una de estas corrientes han tenido un curso propio, casi siempre en polémica permanente entre sí, y algunas existen todavía en el presente: fundamentalmente la cuarta generación, la socialdemócrata; pero consideramos que esta corrientes, en su modulación presente en Europa, está ya homologada con la democracia cristiana europea, es decir, con la derecha democrática.
En México e Iberoamérica, la segunda generación, la izquierda liberal, aparece como la forjadora genuina de nuestras naciones políticas durante el siglo XIX. Pero también hemos tenido una importante influencia de las generaciones tercera (anarquismo magonista, por ejemplo), cuarta, quinta (los partidos comunistas en toda Iberoamérica) y sexta generaciones (influencia maoísta en Perú, México, &c.).
Nos parece, no obstante, que, particularmente en México, la figura o bloque histórico que se constituyó en el verdadero atractor ideológico político de las corrientes de izquierda es el del nacionalismo (nacionalismo revolucionario cardenista, en el caso de México).
4. Identificamos dos claves fundamentales que han definido el destino político de cada una de estas corrientes: la primera reside en el hecho de que en sus planes y programas estaba planteada una plataforma de racionalidad política con arreglo a la cual debería de operarse la racionalización del Estado (la igualdad de todos los ciudadanos, la lucha de clases, la lucha de Estados –bolchevismo vs. imperialismo–, &c.).
La segunda consiste en el hecho de que cada una de estas corrientes, al tomar el poder de una plataforma estatal, se veía obligada, por sus propias contradicciones internas y por las presiones externas, a desbordar sus fronteras e influir en la coordinación ideológica y geopolítica del mundo. Nuestra tesis en este punto defiende, por tanto, lo siguiente: el momento de verdad de cada una de estas corrientes políticas aparece cuando está obligada a influir de alguna manera en otros estados, cuando está llamada, en otras palabras, a articular alianzas supranacionales. La «potencia» de una nueva corriente de izquierda, de una «séptima generación», estará dada en la medida en que esté implantada en alguna plataforma continental con la suficiente densidad cultural, histórica y económica para influir, por la racionalidad política que encierra, en el orden mundial.
b. Cuestiones nacionales: tensión interna (caso de México; análisis similares habrán de hacerse para cada nación política de referencia)
Situación económica, política e histórica en el presente
1. Hace aproximadamente veinticinco (acaso treinta) años, el rumbo político del país sufrió un «giro de timón» ideológico, político y económico decisivo: un nuevo bloque histórico, tras la aguda crisis de la deuda y tras la nacionalización de la banca de 1982, toma las riendas del estado mexicano y rectifica su estructura, su contenido y su funcionamiento. Se trata del bloque del neoliberalismo democrático, conformado por cuadros tecnocráticos de un PRI renovado ideológicamente (afín a las tesis neoliberales), posicionados en puestos estratégicos de decisión en secretarías financieras y en el banco central y en alianza estratégica con grupos empresariales organizados ideológicamente contra toda la herencia cardenista cuyos herederos estaban en el PRI tradicional.
2. Esta reorientación del régimen del PRI provoca una escisión fundamental dentro del bloque histórico gobernante y dentro del mismo partido. Tal escisión desemboca en una fractura política al interior del PRI. El grupo nacionalista funda la Corriente Democrática y, tras las elecciones también fraudulentas de 1988, se fusiona con las corrientes de izquierda socialista en el Partido de la Revolución Democrática.
3. El régimen neoliberal, tutelado por Salinas de Gortari, desde 1988, transforma al estado mexicano: privatizaciones y adelgazamientos, Tratado de Libre Comercio, liberalizaciones, creación de nuevos monopolios privados y agudización de la concentración de la riqueza en muy pocas manos. Los gobiernos que le suceden, el de Ernesto Zedillo y Vicente Fox, no son más que eslabones de continuidad de un proyecto de largo plazo destinado a desmantelar el Estado (fundamentalmente en lo que toca a sus sectores estratégicos: energéticos). Con Zedillo se opera uno de los fraudes financieros más grandes de la historia reciente de México: el rescato bancario denominado Fobaproa. Y con Fox se opera un fraude electoral de un descaro vergonzoso (su prolegómeno fue el desafuero de López Obrador).
4. La imposición de Felipe Calderón en la presidencia de la república no es otra cosa que la consecuencia lógica de una estrategia destinada a salvaguardar los intereses más poderosos del país instrumentada por el bloque de la derecha ideológica (el PAN) y la derecha económica (los grandes monopolios y la tecnocracia financiera). Todo esto en desmedro de los interese populares, de las conquistas de los regímenes nacionalistas, herederos fundamentalmente del cardenismo, y provocando una agudización de la pobreza del pueblo de México.
5. El antagonismo que define la situación crítica del presente político mexicano está dibujado a una escala de treinta o acaso cincuenta años (la organización empresarial contra los intereses nacionalistas y populares comienza, en reacción a Lázaro Cárdenas, en la década de los 40). El problema fundamental de la izquierda en México está dado por tanto en ese plano. Los debates en torno a si debe ser ésta una izquierda moderna (como no se cansan de decirnos quienes pretender ser una «alternativa socialdemócrata») o una izquierda responsable, dialogante y moderada, carecen, a nuestro juicio, de toda pertinencia política efectiva.
6. En fechas recientes, la facción socialdemócrata y colaboracionista llega al poder del Partido de la Revolución Democrática, marcando, desde nuestro punto de vista, el fin de la etapa de la revolución democrática como alternadita de transformación social y política del país.
Véanse las «Notas para una clasificación de las izquierdas mexicanas. II. Balance político e ideológico. Abril de 2008», El Catoblepas, 74, abril 2008, pág. 4).
c. Esquema de organización ideológica
La Alianza Socialista Iberoamericana que proponemos, define su sentido desde una doble perspectiva: la perspectiva internacional (presión externa) y la perspectiva nacional (tensión interna). Respecto de la primera, nos parece que al margen de ella, es decir, al margen de un cuadro geopolítico en donde estén definidas y medidas las correlaciones de fuerzas, es imposible que un partido político pueda tener un mínimo grado de consistencia ideológica y posibilidades efectivas de concreción programática.
La perspectiva internacional y la nacional se co-determinan en una dialéctica geopolítica muy compleja, por lo que consideramos como equivocadas o erróneas a las posturas generales según las cuelas la política exterior se da casi de forma separada de la política interna. La política exterior, esta es nuestra tesis, guía la nave del Estado en tanto que es su proyección orgánica en el plano internacional. Una modificación en el interior afecta su proyección exterior y recíprocamente.
Directrices generales y objetivos
1. La Alianza Socialista Iberoamericana, por cuanto a la plataforma en la que se dan sus concepciones más generales, se declara inscrito, frente a las corrientes idealistas (formalistas) –propias, por cierto, de todas las socialdemocracias–, dentro de la corriente filosófica del materialismo (el materialismo histórico y el materialismo filosófico, su más genuino heredero).
La primacía está siempre del lado del contenido (político, histórico, de la ley, de las instituciones, de la economía política, de la libertad, &c.) antes que de la forma (principios manejados en forma abstracta), sin perjuicio de mantener intacta la vigencia de las formas políticas e institucionales, sólo que desde la siguiente consideración de principio dialéctico: no hay forma sin materia puesto que la forma es, ella misma, materia.
2. El objetivo primordial y concreto de la Alianza Socialista Iberoamericana será lograr la verdadera equiparación (según los principios de universalismo e igualdad en un sentido socialista) de todos los ciudadanos de la nación política de referencia (españoles, colombianos, mexicanos, venezolanos). Dirigirá sus esfuerzos programáticos en función de la eliminación de las diferencias realmente existentes, fundamentalmente las que atañen a la pobreza, pero homologando también los niveles de igualdad, derechos y posibilidades para todos los ciudadanos en cuestión.
3. La Alianza Socialista Iberoamericana es una alianza continental de izquierda política definida, patriótica e iberoamericanista. No es socialdemócrata ni liberal por considerar a estas corrientes como formalistas e indefinidas. Además, la Alianza Socialista Iberoamericana apoyará en todo momento a cualquier movimiento o partido político que en cualquiera de las naciones políticas iberoamericanas que conforman la plataforma continental propugnen por la unidad iberoamericano en un sentido socialista, universalista, ateo y racionalista. Tiene un interés primordial en intervenir desde un punto de vista filosófico concreto en la batalla de las Ideas en torno del Socialismo del siglo XXI.
La Alianza Socialista Iberoamericana buscará constituirse, así, en el núcleo de una séptima generación de izquierda universal (según el análisis de las seis generaciones existentes históricamente que aparecen en el apartado de cuestiones internacionales) proyectado desde el principio, en el orden internacional, del internacionalismo iberoamericano (Bolívar, Martí, Vasconcelos, Ugarte, Haya de la Torre, Mariátegui, Ernesto Ché Guevara, &c.).
Se propone así un juego táctico fundado en el realismo y la prudencia políticos (Realpolitik en función del interés y seguridad nacional), pero un juego estratégico en donde se privilegien y promuevan las acciones orientadas a la conformación de la unidad económica y política del continente iberoamericano. Asumimos la tesis del historiador argentino Jorge Abelardo Ramos: no es que no nos unamos por que seamos subdesarrollados sino que somos subdesarrollados por que no nos unimos.
4. La Alianza Socialista Iberoamericana defenderá al Estado nacional de referencia (colombiano, mexicano, argentino, español, peruano) como unidad imprescindible para la conducción de los asuntos públicos. El Estado es la plataforma material de la economía, por lo tanto toda economía es economía política. Se defenderá la plataforma económica estratégica (el sector de energéticos: petróleo, gas y luz) como única posibilidad real para que el Estado pueda operar a escala geopolítica, defendiendo su soberanía, su independencia y los intereses del pueblo (para la promoción y la generación de empleo, para el crecimiento de la economía y los salarios, para el impulso del desarrollo económico, para la acumulación de capital estatal, &c.).
La figura histórica concreta hacia cuya consumación práctica estará apuntando la Alianza Socialista Iberoamericana, más que a la de una federación política, será la de un mercado común con moneda única y con una estructura de instituciones continentales de carácter práctico y concreto (financieras, comerciales, estratégicas, pero no en el sentido de las organizaciones o agencias de cooperación para el desarrollo), organizado desde la perspectiva resultante de la conjugación de un socialismo genérico con uno específico en un sentido materialista y manteniendo la independencia y soberanía de cada uno de los estados-nación políticos en cuestión (con el control socialista de los sectores estratégicos de sus economías políticas por parte de cada estado soberano, como el petróleo o los energéticos); esto quiere decir que, ateniéndose al criterio de la dialéctica de Estados y de clases como dispositivo de despliegue objetivo de la historia, la Alianza Socialista Iberoamericana favorecerá siempre y en todo momento cualquier medida encaminada a garantizar que cada estada-nación política de referencia mantenga el control y propiedad de los recursos estratégicos (basales) en cuestión (nacionalizaciones, expropiaciones, &c.), incluidos los casos límite en los que la disputa tenga enfrentadas a dos naciones hermanas.
El esquema planteado no sería así ni el de la Unión Europea ni el de los Estados Unidos del Norte de América, además de hacerlo desde una crítica a todo formalismo liberal y a toda modalidad de capitalismo depredador: se trata de una alianza estratégica socialista generadora encaminada en primerísima instancia a incrementar la potencia y eutaxia nacional estatal de todas y cada una de las naciones políticas que conforman la plataforma hispanoamericana.
5. El universalismo, la igualdad y el racionalismo ateo, planteados desde una perspectiva materialista (materialismo político) y no idealista (formalismo político), serán sus criterios de racionalidad política. Nos distanciamos no obstante de toda forma de anticlericalismo sociológico militante. Desde esta perspectiva, defendemos en primera instancia la laicidad del Estado, pero también, y de modo decidido, el ateísmo (por racionalismo).
Pero también, dada la complejidad de las implicaciones comprometidas en la dialéctica religiosa universal, para el materialismo filosófico, descansando en la tesis de la imposibilidad ontológica de la existencia de Dios (es decir, que Dios sencillamente no existe), y rectificando el error del materialismo del Diamat y del propio materialismo histórico según el cual la religión es una mera cuestión superestructural (además de ser «el opio del pueblo», que lo es), no puede sin embargo dejar de reconocer que, dada la situación efectiva de la Humanidad, transcurrido el segundo milenio del cristianismo, puede decirse que los pueblos no están preparados para organizarse socialmente bajo los auspicios de un racionalismo filosófico y ateo (como lo es el materialismo filosófico); por consiguiente se hace preciso evaluar el grado de racionalismo actuante en las distintas confesiones religiosas realmente existentes.
Por tanto, en este punto tan crucial, y asumiendo y encarando una dialéctica tan compleja, la Alianza Socialita Iberoamericana considera por tanto que, aún afirmando su ateísmo filosófico con firmeza, la cuestión religiosa, en un sentido antropológico e histórico, no se mueve ni un milímetro, por lo que está obligada a tomar partido, pero no en sentido absoluto sino con relación a la dialéctica religiosa a escala universal del presente, por la plataforma católica en tanto que realidad histórica y antropológica efectivamente existente y enfrentada –repetimos que a una escala universal– con el protestantismo, el Islam y con el nihilismo contra-cultural más descontrolado.
6. Se consideran como ideológicas las defensas a toda costa del libre mercado, pero no por que se niegue su necesidad o por que se piense suprimirlo, sino simplemente por que se considera, desde un punto de vista materialista, que el problema fundamental en la economía de mercado no es tanto la libertad formal (abstracta) cuanto la existencia material y objetiva de los monopolios («los monopolios no anulan al libre mercado sino que existen al lado de él y por encima de él», Lenin).
7. La Alianza Socialista Iberoamericana es una alianza política de carácter democrático y constitucional (según las coordenadas de la nación política de referencia), es decir, su método de acceso al poder del Estado es el electoral; pero también se considera como un movimiento revolucionario (en un sentido genérico). Además, toma distancia respecto de los fundamentalismos democráticos según los cuales, operando como chantajes ideológicos, la democracia es una actitud de diálogo permanente en donde todo es relativizado y ya nada puede ser discutido, de tal suerte que quien mantiene posiciones críticas o mantiene una postura con firmeza es tachado de anti-demócrata, autoritario e intolerante. La Alianza Socialista Iberoamericana considera que la democracia es sólo democracia política y no «una forma de vida», es decir, los problemas que le conciernen son los que tiene que ver con el poder político y la estructura, contenido y funcionamiento del Estado.
8. La Alianza Socialista Iberoamericana asume una posición ideológica de realismo materialista y dialéctico, según la cual la realidad se desarrolla en función de contradicciones objetivas en medio de las cuales se abre paso la política para encontrar equilibrios históricos específicos, pero sin ingenuidades ideológicas ni voluntarismos infantiles (que muchas veces, engañando a la gente, ocultan intereses nada ingenuos, nada voluntaristas, nada infantiles y nada éticos). El realismo materialista defiende que las cosas se llamen por su nombre, sin eufemismos y sin complejos, con honradez, firmeza y franqueza como virtudes cívicas y como principios de lucidez y madurez política.
9. La Alianza Socialista Iberoamericana defiende las virtudes políticas clásicas: la valentía, la sabiduría, la templanza, la libertad, la justicia (República de Platón) y el patriotismo en tanto que tiene que ver con la fortaleza y la prudencia política. La prudencia, en su más pleno sentido aristotélico, es considerada por esta alianza como la síntesis de todas las virtudes: es el buen juicio, el arte de la medida y de la oportunidad en el obrar. Prudencia implica valor, templanza, justicia y sabiduría práctica. La alianza hace suya también la virtud ética estoica y materialista (Ética de Spinoza) de la fortaleza orientada a la preservación de los cuerpos y desdoblada como firmeza (la fortaleza aplicada al propio cuerpo individual) y la generosidad (la fortaleza aplicada al cuerpo de los demás).
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Notas
{1} Véase la nota publicada en El Revolucionario por la corresponsalía que desde México reporta para ese periódico: http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo1101
{2} Para la teoría de las placas tectónicas véase el último libro de Gustavo Bueno, El mito de la derecha, Temas de Hoy, Madrid 2008.
{3} Algunos comentarios críticos a este respecto han sido vertidos en nuestro artículo «Sobre Porfirio Muñoz Ledo y la ruptura que viene», El Catoblepas, 80, octubre, 2008, pág. 4.
{4} Gustavo Bueno, El mito de la Derecha. ¿Qué significa ser de derechas en España?, Temas de Hoy, Madrid 2008, págs. 235 y 236.
{5} Al momento de escribir esto hemos tenido ocasión de ver por Internet algunos anuncios publicitarios con los que esta nueva dirigencia del PRD busca mejorar su «posicionamiento» ante el mercado electoral nacional, además de que, también, a través de ellos, según lo declaró el senador Graco Ramírez, lo que se busca es desmarcarse con claridad de Andrés Manuel López Obrador. Los anuncios, antes que otra cosa, por estúpidos, producen pena, sonrojo e irritación; son muestra de la catástrofe intelectual, política e ideológica en la que ha venido a desembocar ese partido, y muestra también del desamparo en el que nos situamos ante la ramplonería tan escandalosa, propia de república bananera de séptima categoría, de esta facción de la clase política (aunque hemos de decir que, en general, salvo escasísimas y honrosas excepciones, esta facción no ha hecho más que ponerse a tono con el resto de la clase política mexicana).
{6} Estamos pensando en los Principios de una teoría filosófico política materialista del profesor Gustavo Bueno, de 1995 (http://www.filosofia.org/mon/cub/dt001.htm) y en la plataforma construida desde el Materialismo Filosófico a través de la cual está en marcha una verdadera crítica de la razón política materialista de nuestro tiempo de similar potencia e importancia como la que en su momento y respecto de su tiempo tuvo la puesta en práctica por el materialismo histórico marxista-engelsiano.
{7} Véanse las «Tesis de Gijón», El Catoblepas, número 53, julio 2006, pág. 4, y el debate que aparece tanto en Teatro Crítico como en Plaza de Armas sobre la séptima generación de la izquierda: http://www.teatrocritico.es/pro/tc38b.htm o bien http://www.plazadearmas.tv/pro/pb001.htm .
{8} Jorge Abelardo Ramos, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Distal, Capital Federal, Argentina, 1999, pág. 13.
{9} Tómese nota del artículo de Felipe Giménez Pérez, «Indoamérica según Víctor Raúl Haya de la Torre», El Catoblepas, número 80, octubre 2008, pág. 12.
{10} Esta interesante puntualización está recogida en la página 47 del no menos interesante libro de Carlos Fernández Liria, El Materialismo, editado por Síntesis en Madrid, en 1998.